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domingo, 14 de julio de 2019

Capítulo 9


Vanessa tenía veinte años. Esperaba en la tranquila consulta pintada en tonos pastel del doctor Horace Schroeder, una eminencia en conducta patológica. Era el día de su cumpleaños, pero no experimentaba alegría ni emoción alguna.

Por la ventana veía una gran extensión de césped en la que se entrecruzaban una serie de sendas enladrilladas por donde los pacientes paseaban o circulaban en sillas de ruedas empujadas por celadores o enfermeras. Veía un cerezo japonés en flor y un seto ornamental hecho con azaleas, así como las abejas que se cernían sobre las flores para salir poco después volando, saciadas de néctar. Los rayos de sol llegaban a la pila de mármol para los pájaros, pero aquel día los petirrojos y las golondrinas, que tenían sus nidos en los robledos de los alrededores, no sentían la tentación de acercarse a ella.

Más allá del césped y de los árboles, se divisaban las sombras de los Catskills, al norte. Las montañas proporcionaban a la panorámica una sensación de amplitud, de libertad. Vanessa se preguntaba si el efecto sería el mismo con barrotes en la ventana.

Ness: Oh, mamá. -Apoyó la frente un momento en el cristal, cerrando los ojos y bajando los hombros-. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Oyó que se abría la puerta y se irguió. Cuando entró el doctor Schroeder vio a una joven tranquila, quizá demasiado delgada, con un traje chaqueta azul celeste y el cabello recogido arriba, un peinado que le daba un aire más adulto y parecía que añadía unos centímetros a su estatura.

Doc.: Princesa Vanessa. -Se acercó a ella y estrechó la mano que ella le tendía-. Perdone que la haya hecho esperar.

Ness: Ha sido un momento. -Sin embargo para ella, cinco minutos en aquel lugar habían sido una eternidad-. ¿Quería verme antes de que me llevara a mamá a casa?

Doc.: En efecto. Siéntese, por favor. -Le señaló uno de los sillones de orejas que daba al despacho un aire acogedor, más de salón que de consulta. Al lado de este tenía una mesita antigua, redonda, bordeada de festón. Encima, una discreta caja de pañuelos de papel. Vanessa, que recordó haber tenido que utilizarlos en su primera visita, dos años atrás, cruzó las manos en su regazo y dirigió una breve sonrisa al doctor Schroeder, a quien aquel rostro alargado, de ojos oscuros y aire decaído le recordó a un perro triste-. ¿Quiere un café o un té?

Ness: No, gracias. Lo que quiero es agradecerle todo lo que ha hecho por mi madre… Y por mí. -Al ver el gesto de él, con el que quitaba importancia a aquello, insistió-: No, se lo digo de verdad. Tiene mucha confianza en usted, lo que para mí importa mucho. Sé también que ha hecho todo lo posible para que no trasciendan los detalles de su enfermedad.

Doc.: Todos mis pacientes tienen derecho a la intimidad. -Fue a sentarse y, en lugar de colocarse frente a su escritorio, escogió la butaca que había al lado de la de ella-. Sé lo que su madre representa para usted y lo que le preocupa su bienestar, por lo que le pediría que recapacitara sobre lo de llevársela hoy.

Vanessa se armó de valor. Si bien sus ojos nunca vacilaban, tuvo que apretar con fuerza los dedos de sus manos entrelazadas.

Ness: ¿Ha tenido una recaída?

Doc.: No, nada de eso. Phoebe progresa de forma satisfactoria. La medicación y el tratamiento que ha seguido aquí la han estabilizado mucho. -Hizo una pausa y suspiró-. No querría agobiarla con terminología técnica, con palabras que ha oído usted antes, aunque tampoco me gustaría quitar importancia a la enfermedad o al pronóstico.

Ness: Comprendo. -Tuvo que reprimir la necesidad de levantarse y ponerse a andar-. Sé qué le ocurre a mi madre, doctor Schroeder, conozco la causa y estoy al corriente de lo que debe hacerse.

Doc.: La psicosis maníaco-depresiva es una enfermedad muy angustiosa, tanto para el paciente como para la familia. Usted sabe bien que los períodos de depresión y de euforia pueden reaparecer de pronto y remitir luego. La respuesta de Phoebe en los dos últimos meses ha sido positiva, pero dos meses es poco.

Ness: En estos dos años, mi madre ha pasado tanto tiempo en este centro como en casa. Hasta hoy no he podido hacer nada al respecto. Pero ya he finalizado mis estudios. Puedo responsabilizarme de mi madre y eso es lo que tengo intención de hacer.

Doc.: Usted y yo sabemos bien que hace tiempo tomó esta responsabilidad. No sabría explicarle hasta qué punto la admiro por ello.

Ness: No hay nada que admirar. -Esta vez sí vio la necesidad de levantarse. Tenía que contemplar el sol, las montañas. La libertad-. Se trata de mi madre. Nada ni nadie significa tanto para mí. Usted conoce mejor que otras personas su vida y también la mía. Si estuviera usted en mi lugar, doctor Schroeder, ¿no haría lo mismo que yo?

El médico la miró a los ojos cuando se volvió hacia él. En ellos vio una mirada adulta, decidida.

Doc.: Espero que no. Es usted muy joven, princesa Vanessa. En realidad es posible que su madre precise un cuidado constante durante el resto de su vida.

Ness: Lo tendrá. He contratado a una enfermera de la lista que usted me propuso. He organizado mi vida de forma que mi madre no esté nunca sola. El piso que compartiremos está en un barrio muy tranquilo, cerca de donde vive la mejor amiga de mi madre.

Doc.: El amor y la amistad tendrán una gran importancia en la salud emocional y mental de ella.

Ness: Eso será lo más fácil -respondió con una sonrisa-.

Doc.: Tendrá que volver aquí una vez por semana para seguir una terapia.

Ness: Me ocuparé de ello.

Doc.: No puedo insistir en que deje a Phoebe con nosotros uno o dos meses más, pero le recomiendo que se lo plantee. Por ella y también por usted.

Ness: No puedo. -Respetaba al médico y deseaba que la comprendiera-. Se lo prometí. Cuando la traje aquí, le di mi palabra de que volvería a casa en primavera.

Doc.: Permítame que le recuerde que entró en estado de coma. No va a recordar la promesa.

Ness: Pero yo sí la recuerdo. -Se acercó a él y le ofreció de nuevo la mano-. Gracias por todo lo que ha hecho y por lo que estoy segura de que seguirá haciendo. Ahora iré a recoger a mamá.

Consciente de que perdía el tiempo, el doctor Schroeder estrechó otra vez su mano.

Doc.: Llámeme, aunque solo necesite charlar un rato.

Ness: Descuide. -Tenía miedo de echarse a llorar como la primera vez que llegó allí-. Y esté tranquilo que la cuidaré bien.

¿Y quién va a cuidarte a ti?, pensó él, pero la dejó salir al pasillo.

Vanessa avanzó por este al lado del doctor Schroeder, en silencio. Venían a su mente las otras visitas, otros paseos por los anchos pasillos. No siempre reinaba la calma en ellos. Había habido llantos, o algo peor, mucho peor, carcajadas. El día en que la hospitalizaron, Phoebe tenía el aspecto de una muñeca rota, con los ojos muy abiertos, la expresión petrificada y el cuerpo inerte. Vanessa tenía entonces dieciocho años, y alquiló una habitación en un motel a unos treinta kilómetros de allí a fin de ir a verla todos los días. Tuvo que esperar tres semanas para oírle articular la primera palabra.

El pánico. Vanessa notó cierto escalofrío que le recordó la sensación de aquella primera vez. Habría jurado que Phoebe moriría en aquella cama blanca de cuidados intensivos rodeada de desconocidos. El día en que habló, su madre pronunció una sola palabra: Vanessa.

A partir de entonces, la vida de las dos había dado un nuevo giro. Vanessa había hecho lo imposible para que Phoebe recibiera el mejor tratamiento. Sin olvidar nada, ni siquiera lo de escribir a Adel suplicándole ayuda. Ante la negativa de él, tuvo que encontrar otro sistema. Al doblar la esquina suspiró profundamente. Seguía en su empeño de encontrar el otro sistema.

En el Instituto Richardson, los pacientes no violentos ocupaban unas espaciosas y cómodas habitaciones amuebladas como en un hotel de cinco estrellas. La seguridad era discreta, a diferencia de lo que se veía en el ala este del edificio, con sus rejas, sus dobles cerraduras y cristales reforzados, donde Phoebe había pasado dos terribles semanas el año anterior.

En esta ocasión, la encontró sentada junto a la ventana de su habitación, con el cabello recién lavado y recogido y un vestido azul con un broche en forma de mariposa en el cuello.

Ness: ¡Mamá!

Phoebe se volvió con rapidez. La expresión que había puesto pensando en ver a una enfermera cambió por completo. Echando mano de lo que recordaba de su oficio de actriz, consiguió disimular su desesperación y se levantó con los brazos abiertos.

Phoebe: ¡Ness!

Ness: ¡Estás guapísima! -la abrazó, aspirando su perfume. Le apetecía abandonarse en aquel abrazo maternal, ser de nuevo una niña. Pero al cabo de un momento se apartó, ocultando con una sonrisa la inspección a que sometía el rostro de su madre-. Se te ve relajada -dijo, tranquila-.

Phoebe: Estoy muy bien, y mucho mejor ahora que veo que estás aquí. Tengo el equipaje a punto. -Le costaba hablar con normalidad-. Vamos a casa, ¿verdad?

Ness: Sí. -Al acariciar la mejilla de su madre, pensó que había tomado la decisión correcta. No podía ser de otra forma-. ¿No quieres despedirte de nadie antes de marcharte?

Phoebe: No, ya lo he hecho. -Levantó la mano. Quería marcharse deprisa, pero sabía que una buena actriz salía con la misma elegancia con la que entraba-. Doctor Schroeder, me alegro de que haya venido, pues quisiera agradecerle todo lo que ha hecho.

Doc.: Cuídese y con ello me sentiré pagado. -Le cogió una mano entre las suyas-. Es usted una mujer extraordinaria, Phoebe. Y lo mismo he de decir de su hija. Nos veremos la semana que viene.

Phoebe: ¿La semana que viene? -agarró con fuerza la cintura de Vanessa-.

Ness: Tienes que seguir una terapia -le explicó para tranquilizarla-. Una terapia ambulatoria.

Phoebe: Pero voy a vivir en casa, contigo.

Ness: Sí. Yo te acompañaré a las sesiones. Es un camino muy bonito. En estas sesiones podrás hablar de lo que te apetezca con el doctor Schroeder.

Phoebe: Muy bien. -Se tranquilizó lo suficiente para sonreír-. ¿Todo a punto?

Ness: Ahora me ocupo de tu equipaje -cogió la pequeña maleta y, al ver que Phoebe lo necesitaba, con la otra mano tomó la de su madre-. Gracias otra vez, doctor. Hace un día precioso -exclamó cuando enfilaron el pasillo-. Por el camino me he fijado en los nuevos brotes de los árboles y en las flores. -Salieron, y se encontraron bajo el sol y la suave y perfumada brisa-. Cada vez que vengo pienso en lo bonito que sería tener una casa en el campo. Gracias, Robert -dijo al chófer, que se hacía cargo de la maleta. Se metió en la limusina con su madre-. Pero cuando vuelvo a Nueva York no entiendo que alguien pueda vivir fuera de esa ciudad.

Phoebe.: Porque eres feliz allí.

Phoebe tragó saliva a duras penas al ver que el coche se alejaba del centro. Una huida. Una nueva huida.

Ness: Siempre me ha gustado Nueva York desde el día que llegué. Recuerdo la primera tarde, cuando tú y Celeste me llevasteis al centro. Me pareció el lugar más fabuloso del mundo.

Phoebe: ¿Estará Celeste allí?

Celeste les había conseguido los billetes. Las esperaba en el aeropuerto.

Ness: Ha dicho que pasaría más tarde. Está a punto de estrenar una nueva obra.

Phoebe parpadeó al contemplar el rostro de Vanessa. Su niña había crecido. Esta vez se iban a casa, no huían de Adel. Nadie volvería a hacer daño a Vanessa.

Phoebe: Estoy contenta de que hayas contado con ella mientras… mientras he estado enferma. -Miró por la ventana. Vanessa tenía razón. Hacía un día espléndido. Tal vez el más radiante de su vida-. Pero ahora estoy mucho mejor. -Le dio un beso fugaz-. Creo que nunca me había sentido tan bien. Estoy impaciente por volver a trabajar.

Ness: Mamá…

Notó la subida de la adrenalina como si fueran las burbujas del champán, veloces, espumosas.

Phoebe: No empieces con eso de que tengo que descansar. Ya he descansado bastante. Lo que me hace falta ahora es un buen guión. -Juntó las manos, convencida de que alguno la esperaría-. Ya es hora de que empiece a ocuparme de mi hija. En cuanto se sepa que estoy dispuesta a trabajar otra vez, lloverán las ofertas. Tú no te preocupes.

Parecía incapaz de detener la avalancha de frases optimistas sobre los papeles que iban a ofrecerle, los productores con quienes iba a comer, los viajes que haría con Vanessa. Ésta la escuchaba en silencio. Sabía que aquella excitación formaba parte de la enfermedad de su madre, al igual que las depresiones. Pero después de haber visto el sufrimiento que había padecido no estaba dispuesta a destruir ninguna de sus ilusiones.

Phoebe: No soportaba pensar que vivías aquí sola -dijo cuando emprendieron el camino hacia el apartamento-.

Ness: Apenas he estado sola. -Después de dejar la maleta, se quitó la chaqueta-. Celeste ha pasado más noches aquí que en su casa. Se ha tomado muy en serio que le encargaras que me cuidara.

La preocupación se reflejó en los ojos de Phoebe. Sin la chaqueta del traje, Vanessa tenía de nuevo el aspecto de una niña. Desprotegida.

Phoebe: Sabía que lo haría. Contaba con ella.

Ness: Pues ya no tenemos que preocuparnos más por ello. A partir de este momento será simplemente la amiga. ¡Oh, mamá! -exclamó abrazándola y balanceándose en el gesto-. ¡Qué feliz soy de que estés otra vez en casa!

Phoebe: ¡Mi peque! -Cogió su rostro entre las manos y se apartó un poco-. ¡Eh, de peque, nada! Hoy cumples veinte años. No lo había olvidado, pero como no he tenido tiempo de comprar…

Ness: Sí lo has hecho, y me encanta. ¿Quieres verlo?

Contenta al ver la alegría en los ojos de su hija, Phoebe dijo:

Phoebe: Espero que sea de buen gusto.

Ness: Un gusto exquisito.

Llevó a Phoebe al salón. Encima de la pequeña chimenea vio un retrato.

Estaba hecho a partir de una foto de época y en él se veía a Phoebe a los veintidós años. En el cenit de su belleza, la actriz despertaba la adoración de sus admiradores. Una diosa con las joyas de una reina. En su cuello destacaba el Sol y la Luna: fuego y hielo.

Phoebe: Oh, Ness.

Ness: Lo ha pintado Lieberitz. Es el mejor, algo excéntrico, un poco histriónico, pero un maestro. Una vez terminado, no quería desprenderse de él.

Phoebe: Gracias.

Ness: Es mi regalo. -Le recordó socarronamente-. Lo que yo deseaba en realidad era tener el original a mi lado.

Phoebe: Ese collar… -Pasó la mano por su cuello y escote-. Aún recuerdo la sensación de llevarlo, de notar su peso. Tenía magia, Ness.

Ness: Sigue siendo tuyo -levantó la vista hacia el retrato, recordando-. Un día lo recuperarás.

Phoebe: Un día -sonrió, disfrutando del momento-. Esta vez todo irá mejor. Te lo prometo. Ni bebida, ni pastillas, ni vuelta a los errores del pasado.

Ness: Eso quería oír yo. -Se acercó al teléfono para responder-. Dígame. Sí, hágala subir -colgó y siguió con la sonrisa-. Se trata de la enfermera que nos ha recomendado el doctor Schroeder. Estará bien tenerla un tiempo.

Phoebe: Claro.

Phoebe dio la espalda al retrato y se sentó.

Ness: Por favor, mamá, no te lo tomes así.

Phoebe: ¿Y cómo quieres que me lo tome? -dijo encogiéndose de hombros-. Como mínimo que no venga con una de esas horribles batas blancas.

Ness: Descuida.

Phoebe: Y que no clave la vista en mí mientras duermo.

Ness: Nadie va a clavar la vista en ti, mamá.

Phoebe: Si no, será como volver a la clínica.

Ness: No -se acercó para cogerle la mano, pero su madre se apartó-. Hemos dado un paso adelante, no uno para atrás. Es una mujer muy agradable y creo que te caerá bien. Por favor, no te encierres en ti misma -concluyó con aire impotente-.

Phoebe: Lo intentaré.

Y eso hizo. En los dos años y medio que siguieron, luchó contra la enfermedad que parecía atenazarla constantemente. Deseaba curarse, pero le resultaba mucho más fácil cerrar los ojos y dejarse llevar en los sueños del pasado, mejor dicho, en la ilusión de cómo habrían podido ir las cosas.

Cuando soltaba las riendas, se veía entre dos contratos, una película a punto de estrenar, un guión que considerar. Pasaba días enteros flotando en la euforia de una realidad inventada por ella. Veía a Vanessa como una joven que tenía un gran peso en la sociedad, que nadaba en la abundancia y en el prestigio en que había nacido.

Pero de pronto veía el mundo al revés. Y se hundía en una depresión tan profunda y oscura que perdía la noción del tiempo. Se veía de nuevo encerrada en el harén, con sus perfumes, sus tenues luces, sus interminables horas de calor y desaliento. Atrapada, oía a Vanessa implorar, pero ni siquiera tenía energía para responderle.

Una y otra vez encontraba el camino de vuelta, pero cada día le resultaba más difícil de emprender, más doloroso.

Celeste: ¡Feliz Navidad! -entró con un abrigo de marta cibelina sobre los hombros, cargada de cajas envueltas en papel plateado-.

Vanessa la ayudó a dejar los paquetes, al tiempo que miraba, divertida y con un punto de envidia, la lujosa piel.

Ness: ¿Ha pasado antes por tu casa Papá Noel?

Celeste: Un regalito que me he hecho a mí misma por los ocho meses de éxito de Windows. -Acarició el cuello del abrigo antes de dejarlo en una silla-. Tienes un aspecto extraordinario, Phoebe.

Era una mentira, pero piadosa. De todas formas, a Celeste le pareció que la veía mejor que unas semanas antes, que no tenía aquel color tan cetrino. Vanessa había llamado aquella tarde a una peluquera para que le arreglara el cabello y se lo había dejado casi como lo había tenido siempre.

Phoebe: ¡Cuánto me alegra que hayas venido! Estoy segura de que te han invitado a mil fiestas.

Celeste: Dentro de una gama que va desde la más detestable hasta la más aburrida. -Con un suspiro, se dejó caer en el sofá, estirando sus firmes y torneadas piernas-. Sabes que con nadie pasaría mejor la Nochebuena que contigo y con Ness.

Phoebe: ¿Ni siquiera con Kenneth Twee? -preguntó sonriendo-.

Celeste: Agua pasada, cariño. -Con una risita estiró los dos brazos por encima del sofá-. Decidí que Kenneth en realidad era demasiado serio. -Al notar que Vanessa estaba detrás de ella, levantó la mano-. Este año te has pasado con el árbol.

Ness: Quería hacer algo especial.

Tomó la mano que le ofrecía y Celeste notó en ella los nervios como si fueran finos alambres.

Celeste: Lo has conseguido. -Se puso a observar con detención el abeto. En cada rama había un adorno distinto pintado a mano. Geniecillos que bailaban, renos que volaban, ángeles deslumbrantes-. ¿Es lo que encargaste a la asociación en favor de los niños maltratados de la que te ocupas?

Ness: Sí. Me gusta mucho.

Celeste: ¿No les habrás comprado toda la producción?

Ness: ¡Hala! -Riendo, se acercó a su obra para enderezar una de las bolitas-. El proyecto ha superado todas las expectativas. Se ha vendido tan bien que me estoy planteando hacerlo todos los años. -Satisfecha, se volvió. Detrás de ella el árbol proyectaba su rutilante luz-. ¿Qué tal un ponche, chicas?

Celeste: Me has leído el pensamiento -se quitó los zapatos-. ¿No quedará alguna de esas deliciosas galletas de la señora Grange?

Ness: Esta mañana ha hecho una hornada.

Celeste: Pues tráela -pasó la mano por su lisa barriga-. Acabo de renovar la matrícula en el gimnasio.

Ness: Un momento -dirigió una mirada de preocupación a su madre y salió del salón-.

Phoebe: A Vanessa le gustaría que nevara -miró hacia la ventana y las luces de colores que Vanessa había colocado en su marco le hicieron algo borrosa la visión-. ¿Te acuerdas de nuestra primera Navidad antes de marcharnos a Hollywood? Nunca olvidaré la expresión de Vanessa cuando encendimos los adornos del árbol.

Celeste: Ni yo.

Phoebe: Una vez le regalé una bolita de esas a la que le das la vuelta y ves nevar. A saber qué se hizo de ella. -Con aire ausente, se frotó las sienes. Al parecer, la jaqueca la atacaba constantemente-. Esta noche me habría gustado que saliera, que estuviera con gente joven.

Celeste: Es mejor pasar la Nochebuena en familia.

Phoebe: Tienes razón -se echó el pelo hacia atrás y decidió que tenía que mostrarse alegre-. Últimamente está tan ocupada con sus obras benéficas y alternando… Además pasa muchas horas delante del ordenador. No sé qué es lo que hace, pero se la ve contenta.

Celeste: Si fuéramos capaces de encontrarle a un hombre maravilloso, irresistiblemente atractivo…

Phoebe se echó a reír abriendo los brazos.

Phoebe: Estaría bien, ¿verdad? No nos daríamos ni cuenta y nos habría convertido en abuelas.

Celeste: Oye, no hables en plural, monada.-enarcó una ceja mientras se pasaba la mano por debajo de la barbilla-. Creo que soy muy joven para hacer de abuela.

Ness: ¿Un brindis por la Navidad? -había llegado con una gran bandeja-. ¿Qué son tantas risitas?

Celeste: Las risitas tontas son algo vulgar. Tu madre y yo compartíamos una risa muy digna. ¡Eh! ¡Mis galletas de canela preferidas!

Ness: Hechas ex profeso para paladares sofisticados -le ofreció una y le sirvió un poco de ponche, con aroma ni más ni menos que a nuez moscada-. ¡Que pueda pasar la próxima Navidad con la gente que más quiero!

Celeste: ¡Y muchísimas más! -añadió antes de tomar un sorbo-.

¡Muchísimas más! Aquellas palabras resonaban en la cabeza de Phoebe como una provocación. Se esforzó por sonreír y se llevó el ponche a los labios. ¿Cómo podía brindar pensando en una serie de años si para ella cada día era un mayor tormento? Pero Vanessa no tenía que saberlo. Volvió la cabeza y vio que su hija la observaba con cierta preocupación. Procuró animar su sonrisa, pero la mano le tembló al dejar la tacita.

Phoebe: Nos falta la música. -Intentó controlar el temblor de sus dedos-.

No pudo relajarse ni cuando Vanessa se levantó para encender el aparato. Le parecía que cientos de ojos la observaban a la espera de que cometiera un error. Con una copa, solo una, se aliviaría su dolor de cabeza y podría pensar con mayor claridad.

Celeste: ¿Phoebe?

Phoebe: ¿Qué?

Tuvo un sobresalto al pensar que Celeste había leído su pensamiento. Su amiga siempre veía demasiadas cosas, exigía demasiado. ¿Por qué todo el mundo exigía tanto?

Celeste: Te he preguntado qué opinabas de los planes de Vanessa para el baile benéfico de Nochevieja. -Inquieta, cogió la mano de Phoebe-. ¡Qué fama se está granjeando Ness como organizadora!

Phoebe: Realmente.

¿No sonaba Noche de paz en la radio? Phoebe recordaba haber enseñado aquel villancico a Vanessa cuando era pequeña, en aquellas cálidas y silenciosas habitaciones de Jaquir. Uno de los secretos que guardaban las dos. Tenían tantos… Y en aquellos momentos ella también mantenía alguno.

Todo duerme en derredor, tatareó mentalmente. Tenía que mantenerse tranquila porque la miraban.

Celeste: Estoy segura de que será un éxito rotundo.

Celeste miró a Vanessa y el mensaje se transmitió en silencio entre ellas.

Ness: Eso espero. -Como de costumbre, se sentó al lado de Phoebe y le cogió la mano. En uno de sus mejores días, aquel contacto era todo lo que necesitaba su madre-. Contamos con recaudar unos doscientos mil dólares para las personas sin hogar. He estado planteándome si en realidad una fiesta con champán y trufas sería algo adecuado en beneficio de los neoyorquinos sin techo.

Celeste: Todo lo que reúna dinero por una buena causa es adecuado.

Vanessa le dirigió una sonrisa forzada antes de mirar de nuevo a Phoebe.

Ness: Sí, creo que sí. Estoy convencida de ello. Un fin importante justifica de lejos los medios.

Phoebe: Estoy cansada -no le importaba que creyeran que estaba enfurruñada. Lo que deseaba era quitarse de encima aquellos ojos vigilantes, las expectativas no expresadas-. Creo que me voy a la cama.

Ness: Te acompaño.

Phoebe: No digas tonterías -se esforzó por no mostrarse irritada. Pero el sentimiento se desvaneció al ver el rostro de su hija-. Quédate aquí con Celeste disfrutando del árbol. -Dio un abrazo a Vanessa-. Hasta mañana, cariño. Nos levantaremos pronto y abriremos los regalos como hacías cuando eras pequeña.

Ness: De acuerdo -levantó la cabeza para que le diera un beso, intentando no pensar en lo quebradizo que parecía aquel cuerpo en otra época tan sólido-. Te quiero, mamá.

Phoebe: Yo también te quiero, Ness. Feliz Navidad. -Se volvió y extendió los brazos hacia Celeste-. Feliz Navidad, Celeste.

Celeste: Feliz Navidad, Phoebe -le dio un beso en cada mejilla y luego, siguiendo un súbito impulso, la abrazó-. Que duermas bien.

Phoebe se dirigió hacia la escalera y al llegar al pie de esta se volvió. Vanessa estaba bajo el retrato de su madre, el retrato de Phoebe Spring en la flor de la juventud y la belleza, iluminada por los destellos del Sol y la Luna. Con una última sonrisa, se volvió otra vez y emprendió el ascenso.

Ness: ¿Un poco más de ponche?

Celeste le cogió la mano antes de que llegara al cuenco.

Celeste: Siéntate, cariño. Conmigo no tienes por qué disimular.

Era un espectáculo desgarrador. El control de Vanessa fue desmoronándose poco a poco, de capa en capa. Empezó con un temblor en los labios, un nublársele los ojos. La fortaleza se dejó vencer por la desesperanza, y Vanessa se dejó caer en el sofá, deshecha en llanto.

Celeste se sentó a su lado en silencio. Esta niña no tiene tiempo para llorar, pensó.

Sabía que a veces las lágrimas ayudaban más que las palabras o los abrazos.

Ness: No sé qué me ocurre.

Celeste: Es mejor eso que chillar. -No había ni una gota de licor en la casa, ni tan solo un pequeño frasco para combatir un resfriado-. Te prepararé un té.

Vanessa se secó los ojos.

Ness: No, estoy bien, de verdad. -Se sentó de nuevo haciendo un esfuerzo por relajarse. Sola había aprendido a liberar la tensión de sus extremidades, de la cabeza, del corazón. Era cuestión de supervivencia-. Creo que no estoy para fiestas.

Celeste: ¿Y qué me dices de hablar con una amiga?

Con los ojos cerrados, Vanessa buscó la mano de Celeste.

Ness: ¿Qué haríamos sin ti?

Celeste: Últimamente no he sido de mucha utilidad. En estos meses, la obra ha absorbido todo mi tiempo y mis fuerzas. Pero ahora estoy aquí.

Ness: Es tan duro ver eso… -mantenía la cabeza hacia atrás. Las lágrimas habían sido un lujo y ni siquiera se había dado cuenta de que las necesitaba. Se sentía bien habiéndolas sacado-. Conozco los síntomas. Mamá se encierra de nuevo. Hace esfuerzos, pero casi es peor saber que los hace. Lleva semanas intentando luchar contra la depresión y perdiendo la batalla.

Celeste: ¿Sigue viendo al doctor Schroeder?

Ness: Quiere hospitalizarla otra vez. -Impaciente, se levantó. Ya se había permitido demasiada autocompasión-. Quedamos en que esperaríamos a primeros de año porque para mamá las fiestas siempre han sido muy importantes. Pero esta vez… -Sin acabar la frase, miró de nuevo el retrato-. Voy a llevarla a la clínica pasado mañana.

Celeste: Lo siento, Ness.

Ness: Me ha estado hablando de él. -Por su tono, Celeste comprendió que se refería a su padre-. La semana pasada la encontré un par de veces llorando. Llorando por él. La enfermera de día me dijo que le había preguntado cuándo vendría él. Quería que la peinara y ponerse guapa para verlo.

Celeste se tragó un juramento.

Celeste: Está tan confusa…

Con una sonrisa, Vanessa se volvió hacia ella.

Ness: ¿Confusa? Pues sí, está confusa. Lleva años tomando medicamentos para evitar que sus emociones bajen o suban en exceso. Atada de pies y manos, la alimentaron artificialmente. Ha pasado períodos en los que era incapaz de vestirse sola y otros parecía dispuesta a bailar en el techo. ¿Por qué? ¿Por qué está confusa, Celeste? Por culpa de él. Solo de él. Te juro que un día pagará lo que le ha hecho.

La frialdad y el odio en los ojos de Vanessa hicieron levantar a Celeste.

Celeste: Comprendo lo que sientes. De verdad, lo comprendo -añadió al ver que Vanessa lo negaba con la cabeza-. Yo también la quiero y sufro al pensar en lo que ha vivido. Pero no es bueno para ti obsesionarte con Adel y con un deseo de venganza. Y a ella no vas a ayudarla así.

Ness: Un fin importante justifica de lejos los medios -repitió-.

Celeste: Me preocupa oírte hablar como lo haces. -Si bien no soportaba ponerse del lado de Adel, Celeste vio que era mejor para todos-. Sé que es la causa de muchos de los problemas de Phoebe, pero ha hecho algo en estos últimos años asegurando que no le faltara dinero para el tratamiento y los gastos en general.

Vanessa se volvió hacia el retrato sin decir nada. No había llegado el momento de contar a Celeste que todo aquello era una mentira. Nunca había recibido un centavo de Adel. Tarde o temprano tendría que contárselo, pero de momento no sabía si Celeste sería capaz de aceptar la verdad sobre la procedencia del dinero.

Ness: Solo tiene una forma de pago que pueda satisfacerme -cruzó los brazos para evitar estremecerse-. Le prometí a ella que un día lo recuperaría. Cuando esté en nuestras manos el Sol y la Luna, cuando pueda decirle a él cuánto lo detesto podré hacer borrón y cuenta nueva.


2 comentarios:

Carolina dijo...

Ay Pheobe x. X
Pobre Ness, q habrá hecho para sustentar todos esos gastos y encima cuidar a su mamá x. X
Siento que se viene algo malo x. X
Pública el siguiente pronto porfis

Maria jose dijo...

Pobre ness
De verdad que ha sufrido mucho
Se acerca una venganza
No es bueno pero adele tiene que pagar
Siguela pronto
Saludos!!!!

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