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domingo, 29 de enero de 2017

Capítulo 4


Vanessa se inclinó hacia delante, con los codos sobre las rodillas y una sonrisa en los labios.

Ness: Me muero de ganas de saber más… sobre todas esas cosas que encuentras sexis. ¿Lavanderías, pizzas? Continúa.

Zac bebió un trago de cerveza.

Zac: Hay una larga lista, señorita Vanessa, pero seamos claros. Soy un chico. Lo de acostarse desnudos va lo primero.

Ness: Sí, hay varias cosas que todos los chicos parecéis tener en común. Pero si he aprendido algo es que acostarme desnuda con alguien regularmente no basta.

Zac: ¡Bah! Quizá para hombres sin imaginación.

Ness: ¿Entonces? ¿Qué más hay?

Zac: Me gusta elaborar presupuestos domésticos que nunca vas a cumplir, por ejemplo. Hay algo especial en planificar cosas juntos. No me refiero a llevar la chequera, eso no es trabajo de dos personas, es demasiado peligroso. Y las listas de tareas: no te imaginas cuánto me excita eso. O elegir películas. Para eso se necesita verdadero talento. Si estás con una chica a la que le gustan las de acción, entonces puedes negociar tres películas de acción por una de chicas, romántica -se inclinó para susurrarle al oído-: Que esto no salga de aquí, pero a mí me gustan algunas películas de chicas.

Ness: ¿Ir de tiendas?

Zac: Ahí tengo que trazar una línea -declaró con tono firme-. Eso no es para mí. Si necesito ropa o zapatos, resuelvo el problema lo antes posible. No me gusta darle vueltas. Es aburrido y no tengo habilidades. Pero entiendo que uno tiene que vestirse con cierta decencia para conseguir gustar a una chica -sonrió-. Sobre todo a una chica tan bonita como tú -añadió-.

Ness: ¿Y cuándo sacas tiempo para eso? Porque esta noche no sabías que había una fiesta aquí y no has venido muy mal vestido.

Zac: Vaya, gracias -repuso, irguiéndose orgulloso-. También puedo pedirle a mi hermana mayor, Ashley, que me vista… ella fue la que mandó convertir el cobertizo en una cabaña de lujo… y resignarme a parecer un gay.

Vanessa soltó una carcajada, sin darse cuenta de que Nate, Annie, Jack y varios otros se habían vuelto para mirarlos.

Ness: ¡Vergüenza debería darte lo que has dicho!

Zac: Hey, un momento… yo tengo amigos gays. Podéis decir de ellos lo que sea, pero el común denominador es que tienen buen gusto para la ropa. Al menos los que yo conozco.

Ness: ¿Entonces por qué no le pides a un amigo gay que te lleve de compras?

Zac: No quiero dar pie a equívocos -se encogió de hombros-.

Ness: ¿No te parece eso un rasgo de… inflexibilidad por tu parte?

Zac se acercó tanto que Vanessa pudo percibir el leve olor a cerveza en su aliento. La miró fijamente a los ojos.

Zac: En esas cosas no soy flexible en absoluto -sonrió-. Yo no me paso de acera.

Vanessa no pudo evitarlo y rio a placer. Feliz.

Zac: Tienes que dejar de hacer eso, cariño. Te recuerdo que supuestamente tenías que estar triste. Un imbécil inmaduro te dejó plantada en el altar hace exactamente un año. Todavía estamos de duelo.

Ness: Lo sé, lo sé… -replicó, abanicándose la cara-. Dentro de un segundo volveré al «modo depresión». Pero ahora mismo dime otra cosa que encuentres insoportablemente sexy. Y ten en cuenta de que lo de acostarse desnudos ya está dicho.

Zac: De acuerdo -alzó la mirada al techo, en busca de una respuesta-. ¡Ya lo tengo! Su ropa interior en el cuarto de baño. Regada por todas partes. De manera que un tipo ni siquiera pueda orinar tranquilo, lavarse los dientes y menos aún darse una ducha. Odio eso -y volvió a esbozar una maliciosa sonrisa-. Pero es muy sexy.

Ness: Perdona, pero no acabo de entenderlo bien. ¿Lo odias? ¿Y te parece muy sexy?

Zac: Bueno, hay que ser un hombre para comprenderlo. Un tipo entra en el baño, que es pequeño como el resto de su casa o apartamento, a no ser que sea un malvado jefe residente. Bien, el tipo entra, se dispone a lavarse la cara y ve satenes y encajes regados por todas partes. El tipo los toma, los acaricia, hasta se pone un tanga en la cabeza por un momento, tiene un par de fantasías bien fundamentadas en la realidad y luego grita: «¡Amber! Saca tu ropa interior de aquí para que pueda ducharme! ¡Llevo prisa!».

Vanessa se llevó las manos a la cara y rio de nuevo a carcajadas. Zac la miró con ojos brillantes.

Zac: Ten cuidado, Vanessa. Estás disfrutando.

Ness: ¡Y tú también! -se estiró para darle un puñetazo suave en un hombro-. Y tu ruptura es todavía más reciente que la mía.

Zac: Sí, pero…

Iba a decirle «pero no tan traumática». Al menos a él no le habían dejado plantado delante de doscientos invitados a la boda. Justo en ese momento se abrió la puerta y entraron los Robbins: Luke, Stella y el pequeño Ben, el bebé. Luke sostenía a Ben contra su pecho, abrigándolo con su cazadora. Zac se levantó de un salto.

Zac: ¡Hey! -y agarró de la mano a Vanessa, tirando de ella-. Son casi familia mía. Luego te explico.

Le dio un gran abrazo a Stella y la besó en las mejillas. Luego saludó con la misma efusión a su marido, cuidando de no aplastar al bebé.

Luke: ¡Oye, a mí no me beses! -protesto ceñudo-.

Zac: De acuerdo, de acuerdo… Pero voy a tener que hacer un gran esfuerzo para reprimirme -repuso riendo-. Os presento a Vanessa, ha venido a visitar a su tío. Vanessa, ¿te acuerdas de que te hablé de una hermana mía que convirtió un cobertizo en una cabaña de lujo? Ésa es Ashley, que mientras estuvo aquí arriba, intentando encontrarse a sí misma, encontró también a Scott, el hermano de Luke. En este momento están comprometidos. Lo que casi me convierte en familia de esta pareja y del pequeño Ben.

Stella se apresuró a estrecharle la mano.

Stella: Sabía que habías venido, Vanessa. Conocemos bien a Nate y a Annie. A veces salgo a montar a caballo con ella.

Jack: Hey, yo creía que habíais dicho que no vendríais esta noche -dijo desde detrás de la barra-. Que el bebé estaba durmiendo y todo eso.

Luke: Es que Ben prefiere dormir durante el día. Por la noche tiene hábitos juerguistas.

Mel se acercó entonces a ellos:

Mel: Pásamelo un momento… -se lo quitó a Luke de los brazos y descubrió que, efectivamente, estaba perfectamente despierto, con unos ojos como platos. Tenía nueve meses y medio. Mel se echó a reír-. ¡Qué grande está!

Stella le dijo a Vanessa, en plan confidente:

Stella: Mel lo trajo al mundo. Se encariña terriblemente con sus bebés.

Jack: Ya sabéis que tenéis que escribir vuestros propósitos para el año nuevo. Luego os serviré una copa y podréis acercaros a la mesa del bufé.

Luke: ¿Qué propósitos?

Jack palmeó la pecera llena de papeles que tenía sobre la barra.

Jack: Todo el mundo ha contribuido con su mejor propósito para el año nuevo. Genérico, sin dar pistas personales. Ya sabéis: dejar de fumar, perder cinco kilos, hacer ejercicio cada día. A medianoche haremos algo divertido con todos ellos. Una especie de juego.

Luke: A mí no me gustan los juegos -protestó-.

Jack: Anímate, hombre. No será ninguna payasada ni nada parecido. Será más bien como una lotería.

Luke: Yo nunca hago buenos propósitos para el año nuevo -insistió-.

Stella: Yo haré el suyo -se ofreció sentándose a la barra-. Tengo alguna idea.

Luke: Tranquila, cariño. Ya sabes que no te gusta que sea demasiado perfecto.

Stella miró por encima de su hombro y sonrió. Nate, que estaba sentado a su lado, se acercó y simuló leer lo que estaba escribiendo.

Nate: ¿No más «noches de chicos» ni salidas a cabarés? Stella, ¿no estás siendo demasiado estricta con el pobre Luke?

Luke se echó a reír. Y también Stella.

Vanessa se integró en seguida. Siempre le había gustado estar rodeada de parejas así: comprensivas, bromistas, excitantes. Había fotografiado muchas parejas. Y sabía que no todas eran tan fáciles y agradables, a muchas de las que había retratado no les había dado ni un año de vida.

Zac le susurró al oído:

Zac: Stella es estudiante de enfermería. Luke y ella poseen un puñado de cabañas a lo largo del río que alquilan en vacaciones, y mientras Stella estudia y va a la universidad, Luke no sólo se encarga de las cabañas y de la casa, sino también de Ben. Creo que eso de los cabarés es agua pasada para él.

Ness: Mmmm…

Fue a buscar su cámara y empezó a tomar instantáneas como antes, manteniendo los oídos bien abiertos mientras lo hacía. Vanessa podía ver cosas a través de la lente de su cámara que eran más difíciles de distinguir a simple vista. Para ella, al menos.

Descubrió que Violet y Paul Haggerty eran una pareja más convencional. Ella se ocupaba de la casa y los niños mientras él trabajaba de constructor. Se había encargado de la construcción y reforma de la mayor parte de los inmuebles de Virgin River, incluida la restauración del viejo cobertizo de la hermana de Zac, donde éste se estaba alojando. Abby Michaels, la mujer del médico del pueblo, tenía un par de gemelos bebés y actualmente se encargaba de supervisar la casa que se estaban construyendo mientras su marido, Cam, trabajaba en la clínica o estaba de guardia. La situación era algo distinta para Mel y Jack Sheridan. La comadrona del pueblo siempre estaba de guardia y Jack tenía que atender un negocio que permanecía abierto dieciséis horas al día, así que tenían que apoyarse mucho el uno en el otro. Hacían verdaderos malabarismos para poder cuidar a los niños y atender las tareas de la casa. Jack se encargaba de cocinar y Mel hacía la limpieza.

Peter y Paige trabajaban codo a codo criando los hijos, llevando la cocina y manteniendo al día los libros de contabilidad del bar. Bárbara y Mike Valenzuela tenían un hijo y dos trabajos a jornada completa; ella era abogada, él el policía del pueblo. Y Vanessa ya sabía que el tío Nate y Annie eran socios propietarios de la clínica veterinaria y de las cuadras Jensen. Su boda estaba programada para mayo. Se trataba, en conjunto, de una serie de prácticas muy interesantes, y particulares, de conciliación de la vida laboral con la familia y las relaciones de pareja. Pensó en su propio caso, una pareja que teóricamente se había roto porque uno de los dos no había podido salir los sábados por la noche. Estaba segura de que eso no habría constituido ningún problema para aquella gente.

Mientras observaba y escuchaba, sacaba fotos. Pidió a Mel que levantara al bebé de los Robbins y lo bajara lentamente para darle un beso en la naricita. Tomó una gran instantánea de Jack apoyado en la barra, extendidos sus fuertes brazos y luciendo una media sonrisa mientras miraba a su esposa con el bebé que había traído al mundo, todo orgulloso. A Peter lo sorprendió envolviendo en un enorme abrazo a su menuda mujer, besándole el pelo. Paul Haggerty echó una moneda en la máquina de discos y se puso a bailar con su esposa. Cameron Michaels brindó con Abby y no pudo resistirse a acariciarle el cuello con la nariz… momento que captó Vanessa. De hecho, captó muchas interesantes posturas, poses enternecedoras. No sólo había una gran cantidad de cariño en aquel bar, sino también mucho buen humor y mucha felicidad.

Cuando Vanessa miraba a través de su cámara, era muy poco lo que echaba de menos. En aquel momento no estaba pensando para nada en Drake. Quizá fuera el hecho de estar en Nochevieja, entre amigos y con la promesa de un nuevo comienzo, el primer día de un nuevo año. Esa era precisamente la sensación que había querido conseguir con su boda, un nuevo comienzo.

Fue entonces cuando vio a Zac. Apartado de la multitud, apoyado en la pared junto a la chimenea, la observaba con una relajada sonrisa en los labios. Tenía un tobillo cruzado sobre el otro, con una cerveza en una mano y la otra en el bolsillo delantero de los vaqueros. Le hizo una foto, relampagueó el flash y él se echó a reír. A continuación posó para ella, sacando la mano del bolsillo y flexionando el bíceps. Por supuesto era imposible distinguir sus músculos a través de la gruesa camisa de franela. Luego apoyó un pie en una silla cercana. Se puso de perfil y alzó la botella como para beber: esa imagen le gustó.

Sonrió, frunció el ceño, sacó la lengua, hizo muecas a la cámara… con Vanessa fotografiándolo sin cesar, y sin dejar de reír. Finalmente le indicó con un dedo que se acercara, y así lo hizo ella, disparando conforme lo hacía. Sólo bajó la cámara cuando estuvo lo suficientemente cerca.

Zac: Salgamos de aquí -le susurró-. A algún lugar donde podamos hablar.

Ness: ¿No podemos hablar aquí?

Zac negó con la cabeza.

Zac: Escucha.

Escuchó… la música de la máquina de discos. Sólo la música, porque no se oía absolutamente nada más. Todas las miradas estaban clavadas en ellos. Observando. Esperando en silencio. Se volvió hacia Zac.

Ness: Lo sabe todo el mundo. Saben que somos la única pareja de solteros del bar. Solos y tristes.

Zac: Solos sí. Yo no estoy triste y sé que tú pretendías estarlo, pero no te estás saliendo con la tuya. ¿Qué me dices? -le preguntó, encogiéndose de hombros-. ¿Quieres arrojar toda cautela por la borda y ver si puedes seguir disfrutando del resto de la velada?

Ness: ¿No puedo disfrutarla aquí?

Zac: ¿Con tanta gente mirándote? ¿Escuchando? -le señaló la barra con la barbilla-.

Cuando se volvió para mirar en esa dirección y sorprendió a todo el mundo apresurándose a desviar la vista, se echó a reír.

Ness: ¿Adonde iríamos?

Zac: Bueno, sólo son las diez. Podría llevarte a Eureka o a Fortuna, pero preferiría que fuéramos a algún sitio donde no hubiera fiesta. Podría enseñarte el cobertizo que Ashley convirtió en cabaña de lujo, pero no tengo fotos de su estado anterior. O podríamos dar una vuelta en coche, aparcar en el bosque y besuquearnos como dos quinceañeros -sonrió, juguetón-.

Esperanzado.

Ness: Estás demasiado seguro de ti mismo -lo acusó-.

Zac: Eso ya me lo han dicho. Pero es preferible tener mucha que poca, al menos en estas circunstancias.

Ness: Tengo que hablar con mi tío Nathaniel.

Zac le acarició la mejilla con los nudillos.

Zac: ¿Para pedirle permiso?

Ness: No, por cortesía. Soy su invitada. Recógeme el abrigo, por favor.

Mientras se dirigía a avisar a su tío, se dio cuenta de que quien había pecado de excesivamente confiado no era Zac, sino Drake, que siempre solía acicalarse mucho, adoptando continuamente posturas y poses que resaltaban su estatura, sus anchos hombros, su mandíbula cuadrada. Zac, en cambio, era un hombre mucho más relajado y natural. Aunque solamente lo conocía de un par de horas. ¿Quién podía saber qué secretos ocultaba?

«Qué diablos», exclamó para sus adentros. «Puedo dejar que un hombre se me acerque sin correr un gran riesgo. Al fin y al cabo, no volveré a verlo. Y… ¿quién sabe? Quizá me recupere después de todo».

Ness: Tío Nate, voy a salir un rato con Zac a ver qué se cuece por Fortuna o Eureka. Si te parece bien, claro.

Nate: Bueno, no sé si… ¡ay!

Annie le propinó un codazo.

Annie: Estupendo, Vanessa -la animó-. ¿Volverás aquí o Zac te acompañará hasta casa?

Ness: No lo sé… Depende de adonde vayamos, lo que pase, ya sabes. Escuchad, si hubiera cobertura, os llamaría al móvil, pero…

Nate: Entre Fortuna o Eureka y nuestra casa hay cobertura. Y Jack tiene teléfono fijo. Nosotros nos quedaremos en el bar hasta medianoche -le dijo y consultó a Annie con la mirada-. Jack, ¿podrías darle tu número?

Jack: Claro -se lo apuntó en una servilleta-. Conozco a Zac y a su familia desde hace un par de años por lo menos. Estás en buenas manos, Vanessa.

Nate: ¿Tiene todoterreno? -quiso saber-.

Vanessa se sonrió.

Ness: No te pongas tan paternal, tío Nate -volvió con Zac y dejó que la ayudara a ponerse el abrigo-.

Zac: ¿Adonde les dijiste que íbamos?

Ness: A Fortuna o a Eureka, pero quiero verla… la cabaña.

Zac: Espero no haberla dejado muy desordenada cuando me marché -recogió su abrigo-.

Ness: ¿Es eso probable?

Zac: Depende de dónde tuviera la cabeza en ese momento.

Tomándola del codo, la guio hacia la puerta. Cuando se marchaban, se llevó dos dedos a la frente a manera de saludo.

Vanessa, distraída, estaba intentando recordar lo primero que le había dicho Zac. Sí, fue algo sencillo, del tipo de «Hola, me llamo Zac». ¿Y cuál había sido la primera frase que le lanzó Drake? Se acordaba bien. Le puso un dedo en el esternón y le dijo: «Hola. Tú conmigo».




Zac es super simpático y Drake era un cretino. No sé como llegó tan lejos con él con esa primera frase que le dijo 😒

¡Gracias por los comentarios!

¡Besi!


viernes, 27 de enero de 2017

Capítulo 3


Una vez que Zac pudo moverse, empezó a cojear. Pretextando que le dolía la cadera, se apoyó en Vanessa. Dado que ella no podía estar segura de que no fingía, se lo permitió. Pero justo cuando se acercaban a los escalones, las puertas se abrieron de golpe y empezó a salir la gente riendo, alborotando, despidiéndose.

Zac: ¡Cuidado con esos escalones! -gritó irguiéndose-. Yo acabo de resbalar. Están helados. Le pediré a Jack que les eche un poco de sal, pero de momento bajad con cuidado.

**: Claro -dijo alguien-. Gracias, Zac.

*: Y ten cuidado tú con la vuelta a Chico -dijo otro-.

***: Saluda de mi parte a tus hermanas -le encargó una mujer-. Diles que vengan pronto, que las echamos de menos.

**: ¡Pégate bien a esa ricura!

Zac: Lo haré -contestó y acercó a Vanessa hacia sí para dejar sitio a los que salían-.

Entre risas y bromas, cargando algunos con platos y cazuelas de la mesa del bufé, se dirigieron a sus vehículos.

Ness: Pero si ni siquiera son las nueve… -se quejó-.

Zac se echó a reír y volvió a pasarle el brazo por los hombros para apoyarse en ella.

Zac: Este es un pueblo pequeño, Vanessa. Sólo los que no tienen que madrugar para trabajar, incluso en vacaciones, pueden quedarse hasta tarde. Y algunos de los que se quedan tienen que estar disponibles: la comadrona, el poli, el médico -sonrió-. Probablemente hasta los del bar. Si alguien sufre un pinchazo de camino a su casa, te apuesto lo que quieras a que o Jack o Peter se acercan a ayudarlo.

Ness: ¿Conoces a toda esa gente?

Zac: A muchos, sí. Te daré la versión corta de la historia: mi hermana Miley se casó con un marine que quedó incapacitado en una acción y luego murió. Ella se vino aquí para localizar al mejor amigo de su marido, el sargento Hemsworth. Lo encontró en una vieja y aislada cabaña en la sierra, justo en la frontera del condado, pero el pueblo más próximo era Virgin River. Al final se casó con él y ahora tienen un bebé. Mi hermana mayor, Ashley, quería retirarse aquí, pero no pudo encontrar una cabaña sin baño interior o donde no tuviera que cortar leña para calentar el agua, así que contrató a un constructor de la localidad para que reformara una a su gusto, con electricidad y una bañera con jacuzzi -se echó a reír-. Miley es bastante dura, pero si Ashley se arriesgara a romperse una uña, se pondría de muy mal humor -miró a Vanessa y sonrió-. El caso es que el antiguo cobertizo reformado merecería figurar en las páginas del Architectural Digest. Yo he estado subiendo varias veces durante el último par de años, y el de Jack es el único bar del pueblo. No tienes que entrar muchas veces para conocerte a la mitad de la población. Me he encerrado estos últimos días en la cabaña para estudiar un poco, lejos de mis hermanas y del bebé. Pero ya tengo que volver. Esta noche bajé al pueblo con la idea de tomarme una cerveza, no tenía ni idea de que había una fiesta.

Se habían quedado inmóviles frente al porche, con Zac todavía apoyado en ella. Vanessa pensó en lo absurdo de la escena: ella medía uno cincuenta y seis, y él debía de superar fácilmente el uno setenta. Evidentemente no estaba apoyando todo su peso en ella.

Ness: ¿Es muy duro lo que haces? ¿La especialidad?

Zac: No tiene por qué serlo. Podría ser una interesante experiencia de aprendizaje, pero los residentes veteranos te fastidian todo lo que pueden. Esa es la parte dura -de repente se puso serio-. Y los niños. Me encanta trabajar con los niños, hacerles reír, ayudar a que se sientan mejor, pero es duro verlos así. Ser el cirujano ortopedista que «recompone» a un niño… es lo mejor y lo peor de lo que hago. ¿Sabes lo que quiero decir?

Vanessa no pudo evitar imaginárselo llevando a un pequeño jugador de fútbol al quirófano, o escayolando el brazo de una jovencísima violinista.

Ness: ¿Tu hermana se casó con un soldado que…?

Zac: Un marine. Bobby quedó permanentemente incapacitado como consecuencia de una bomba en Iraq. Estuvo en una residencia durante varios años hasta que murió, pero nunca volvió de allí, ¿sabes? Era como si la luz siguiera encendida pero no hubiera nadie en casa. Los dos eran muy jóvenes.

Ness: ¿Estabas muy unido a él?

Zac: Sí. Era dos años mayor que yo y todos habíamos ido juntos al instituto. Bobby se enroló justo después de graduarse. Will era algo mayor, así que no lo conocí hasta que Miley lo trajo a casa -se echó a reír-. Menuda pieza, mi hermana Miley. Vino aquí para localizar a Will, asegurarse de que había regresado sano y salvo de la guerra y entregarle la colección de cromos de béisbol de Bobby. Una Nochebuena, se presentó con él en casa y soltó la gran frase: «Este es Will y pienso casarme con él tan pronto como se vaya acostumbrando a la idea».

Ness: Ahora lo entiendo -murmuró-. Es por eso por lo que te recuperaste tan bien después de que te dejara tu novia. Has visto a la gente pasarlo muy mal y sabes valorar lo que tienes. Apuesto a que es eso.

Suavemente, Zac la hizo volverse para que pudiera mirarlo.

Zac: Es verdad que mi familia lo ha pasado muy mal… sobre todo mis hermanas. Ellas se han llevado la peor parte. Pero lo que me hace mirar hacia arriba, en lugar de hacia abajo… es lo que veo todos los días en el trabajo. Me llaman para tratar a gente con problemas mucho mayores que el mío: gente que nunca volverá a caminar, o a usar sus brazos o sus manos, y a veces situaciones aún peores. El dolor de los tratamientos de ortopedia puede llegar a ser horrible, la rehabilitación resultar una tortura… Te diré una cosa, Vanessa. Puedo caminar, estoy sano, tengo un cerebro que piensa y la posibilidad de disfrutar de la vida. Pues bien, no doy nada de eso por garantizado -arqueó una ceja, ladeó la cabeza y sonrió-. Quizá deberías pasar una temporada en mi centro de traumatología antes de volver a pensar en todas esas cosas que ahora te preocupan.

Ness: ¿Y qué me dices de tus jefes residentes? -le preguntó, haciéndole sonreír-.

Zac: Oh, ellos. Bueno, casi les desearía la muerte. Sin remordimiento alguno. Dios mío, sí que son malos. Malos, rencorosos e imposibles de complacer.

Ness: ¿Serás jefe residente algún día?

Zac: Sí -esbozó una sonrisa diabólica-. Pero no lo suficientemente pronto. Vigila esos escalones, cariño -antes de abrirle la puerta, la detuvo-. Así que… ¿te apetecería encontrar un agradable rincón junto al fuego y hablarme de esa ruptura que te dejó tan triste e inabordable?

Vanessa ni siquiera tuvo que pensarse la respuesta.

Ness: No -sacudió la cabeza-. Preferiría no hablar de ello.

Zac: Me parece justo. ¿Quieres contarme cómo te metiste a fotógrafa?

Ness: Eso sí que podría hacerlo -sonrió-.

Zac: Bien. Le pediré a Jack una copa de vino para ti y, mientras te la prepara, regaré con sal esos escalones -le pellizcó la sonrosada punta de la nariz-. Tu misión será localizar un lugar tranquilo donde podamos charlar. Si no estoy equivocado, somos los únicos solteros de toda la fiesta.

Vanessa volvió a su rincón junto a la chimenea y guardó la cámara en su bolsa. Miró a Zac: estaba de pie en la barra hablando con Jack, que le entregó una gran lata de sal. Aquella escena le evocó de golpe un antiguo recuerdo. Drake en el bar donde celebraron la cena de vísperas de la boda. Estaba acodado en la barra, tomándose sin prisas una copa. Su padrino, Rick, estaba a su lado, con una mano en su espalda, acercándose para decirle algo al oído. Drake no parecía responder.

¿Por qué no se había preocupado más en aquel entonces?, volvió a preguntarse Vanessa. ¿Quizá porque todo el mundo a su alrededor se había mostrado tan confiado? ¿O porque ella misma se había negado a preocuparse?

Vanessa no era una persona muy tradicional, pero había unos cuantos rituales de boda que había querido mantener, como la de no ver al novio el día de autos. De modo que con su prima Brittany, que había querido ser dama de honor, había planeado pasar la noche en la casa de sus padres después de la cena de vísperas. En cualquier caso, recordaba haberse extrañado de que Drake se hubiera despedido de ella tan pronto aquella tarde.

Drake: Voy a salir a tomar algo con los chicos -le había dicho-.

Ness: ¿Estás bien? -le había preguntado-.

Drake: Sí, claro.

Pero, por su seca sonrisa, había sospechado que algo marchaba mal.

Ness: ¿No conducirás tú, verdad?

Drake: Rick tiene las llaves. Quédate tranquila.

Ness: Hasta mañana entonces -recordaba vívidamente haberle acariciado la mejilla-. Me muero de ganas de que llegue mañana.

Él no se apartó, pero desvió la mirada.

Drake: Y yo.

Cuando Rick se acercó para despedirse, ella le preguntó:

Ness: ¿Qué le pasa a Drake?

Rick: Oh, estará bien.

Ness: ¿Pero qué le pasa?

Rick se había echado a reír, incómodo.

Rick: Ya sabes, aunque los dos llevéis juntos ya un tiempo, hayáis vivido juntos y todo eso, sigue siendo un gran paso para un hombre. Para los dos, ya lo sé. Pero los chicos… Yo no sé bien lo que nos pasa. Yo me puse muy nervioso antes de la boda. Era lo que quería, desde luego, pero no podía dejar de estar nervioso. No sé si será la responsabilidad, el cambio de vida…

Ness: ¿Qué cambio? -le había preguntado-. No habrá ningún cambio aparte de que haremos un bonito viaje y escribiremos un montón de tarjetas de agradecimiento…

Rick: Lo que quería decir… es que he estado en muchas bodas, incluida la mía, y todos los novios se han puesto nerviosos una vez llegado el momento. Pero no te preocupes. Le invitaré a una copa de camino a casa y me aseguraré de que llegue bien. Estaréis de camino hacia Aruba antes de que os deis cuenta -le había sonreído, consolador-.

Ness: ¿Le dirás que me llame para darme las buenas noches?

Rick: Claro. Pero si arrastra las palabras para entonces… ¡no me eches a mí la culpa!

Se había quedado despierta hasta tarde hablando con Brittany, y habían abierto otra botella de vino. Por la mañana, cuando revisó su móvil, encontró un mensaje de texto de Drake que había entrado a las tres de la mañana: «A dormir. Ya hablaremos mañana.» Había querido llamarlo, pero pensó que probablemente sería mejor dejarle dormir hasta mediodía, para que estuviera en buena forma para la ceremonia. En aquel momento sólo había anhelado una cosa: que la boda saliera perfecta. Tenía muchas cosas que hacer y se había mantenido bien ocupada haciéndose la manicura y la pedicura, rodeada por las mujeres de la familia y sus amigas.

Lo de celebrar la boda el último día del año había sido idea suya. Se le había ocurrido en una conversación de amigas, mientras comentaban que nunca habían disfrutado de una memorable Nochevieja en la que se hubieran divertido de verdad. Claro que habían estado en fiestas, pero ninguna había sido verdaderamente especial. Vanessa pensó entonces que habría sido fantástico montar una fiesta que acompañara a su boda: un evento inolvidable. Y efectivamente lo había sido.

Se había mantenido ocupada durante todo el día, sin preocuparse de no recibir noticias de Drake. Había supuesto que estaría ocupado con sus amigos, como ella lo estaba con sus amigas. De hecho, no le había preocupado lo más mínimo hasta que dieron las cinco de la tarde, cuando sólo faltaban un par de horas para la ceremonia. Lo llamó entonces y, como no contestó, le dejó un mensaje en el contestador diciéndole que lo amaba, que era muy feliz y que muy pronto estarían casados y de camino a una maravillosa luna de miel.

Fue muy duro para una fotógrafa escoger a otro profesional, casi nadie estaba a la altura de las expectativas de Vanessa. Pero la ya famosa Lin Hui puso un gran empeño, y comenzó a tomar fotos tan pronto como las chicas se presentaron en la iglesia, seguidas de sus peluqueros y estilistas. Su cámara captó casi cada fase de los preparativos, además de detalles muy especiales: manos femeninas acariciando blancos satenes, el abrazo emocionado de las madres de los novios… Pero la pobre Lin parecía muy nerviosa. Vanessa supuso que se debería al desafío que entrañaba fotografiar para otra profesional. Ignoraba que era porque no había podido localizar al novio para realizar una sesión gemela de los hombres.

Sucedió a las siete menos cuarto, quince minutos antes del comienzo de la ceremonia. El padre de Vanessa entró en la habitación de los preparativos con Rick. Ambos tenían una expresión lúgubre.

Ness: ¿Le ha pasado algo a Drake? -inquirió corriendo hacia ellos-.

**: No, está perfectamente, cariño -a continuación pidió que saliera todo el mundo, incluida la madre de Vanessa y la del novio. Volviéndose hacia Rick, le ordenó-: Díselo.

Rick bajó la cabeza, apesadumbrado.

Rick: No me preguntes qué mosca le ha picado, porque no consigo explicármelo. Me dijo que lo sentía, pero que no estaba preparado para esto. Se quedó como paralizado.

Ness: Imposible. La boda empezará dentro de quince minutos…

Rick: Lo sé. Lo siento. Me he pasado todo el día intentando acompañarlo, convencerlo. Incluso le sugerí que se presentara y se casara, y si seguía sintiendo lo mismo dentro de unos meses, que se divorciara entonces de ti. Te juro que eso habría tenido mucho más sentido para mí que esto.

Vanessa sacudió entonces la cabeza y, de manera inexplicable, se echó a reír.

Ness: Estos hombres… siempre con sus bromas. Pero ésta no tiene gracia. ¿Me has oído? ¡No tiene ninguna gracia!

**: No es ninguna broma, cariño -le aseguró su padre-. Yo le he estado llamando… pero no contesta al teléfono.

Ness: Conmigo sí que hablará.

Pero no habló. Su llamada se encontró con el buzón de voz. Le dejó el siguiente mensaje: «¡Por favor, llámame y dime que estoy soñando! ¡Por favor! ¡No puedes dejarme plantada en la iglesia quince minutos antes de la boda!».

Rick la tomó de la muñeca.

Rick: Vanessa… dejó el esmoquin en mi coche, para que lo devolviera. No vendrá.

Vanessa se volvió hacia su padre, para preguntarle en un susurro:

Ness: ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?

La cara de su padre estaba roja de rabia.

**: Le daremos de plazo hasta las siete y cuarto para que llame o haga algo honorable. Luego lo anunciaremos a los presentes y los invitaremos a pasar a la fiesta, para no desperdiciar tanta comida y tanta bebida. Devolveremos los regalos con una disculpa. Por último, saldré a matarlo con mis propias manos.

Rick: Me dijo que pagaría los gastos de la recepción aunque le fuera la vida en ello. Pero nada podrá pagar lo que me ha obligado a hacer hoy -le confesó-. Lo siento muchísimo, Vanessa.

Ness: ¿Pero por qué?

Rick: Yo no le encuentro una razón lógica -sacudió la cabeza-. No lo entiendo, y supongo que tú menos aún.

Vanessa lo agarró entonces de un brazo.

Ness: ¡Dile a su madre que lo llame! ¡Que lo haga desde tu móvil para que piense que eres tú y responda!

Pero Drake no aceptó la llamada y a su madre no le quedó otro remedio que dejarle un airado recado en el buzón de voz antes de echarse a llorar.

Bastante antes de las siete y cuarto, las amigas de Vanessa ya la estaban acribillando a preguntas como si la culpa hubiera sido suya. Que por qué había sucedido, si Drake había hablado con ella de aquello, si estaba molesto o enfadado, si ella había sospechado que algo así podría suceder… Las preguntas y reproches habían sido interminables. ¡Algo tenía que haber sospechado! ¿Estaban teniendo problemas? ¿Habían discutido sobre algo? ¿Había otra mujer? Vanessa no tardó en estallar.

Ness: ¡Eso tendréis que preguntárselo a Drake! ¡Y ni siquiera está aquí para contestaros! No sólo no ha aparecido… ¡sino que me ha dejado aquí sola para tener que responder por él!

A las siete y diez, justo antes de que su padre hiciera el anuncio a los invitados, Vanessa subió a la limusina nupcial. Tomó su ramo de rosas, calas y orquídeas, hizo una parada en casa de sus padres para recoger su bolso y su equipaje para la luna de miel, y por último pidió al chófer que la llevara a casa.

«A casa». La casa que compartía con Drake. Sus padres estaban desesperados, sus amigas preocupadísimas, los invitados se preguntaban por lo que había pasado. Vanessa nunca supo muy bien por qué decidió irse a casa, quizá para comprobar si Drake había hecho las maletas mientras ella se estuvo haciendo la manicura y la pedicura. Pero no, todo estaba tal y como lo había dejado. Y, típico de Drake, la cama estaba sin hacer y había platos sucios en el fregadero.

Se sentó en el borde de la gran cama de matrimonio, todavía con el vestido de novia puesto, con el ramo en el regazo. Y el móvil en la mano, en caso de que la llamara para decirle que todo había sido una broma pesada, o que en realidad estaba en un hospital, o en la cárcel. Pero las únicas llamadas que recibió fueron de sus amigas y familiares, todos terriblemente preocupados por ella. Las respondió como pudo sin decirles dónde estaba; con otras, se limitó a dejar mensaje. Por alguna razón que después había seguido sin poder explicarse, no lloró. Se tumbó en la cama mirando al techo mientras se preguntaba una y otra vez por todo aquello que no sabía del hombre con quien había estado a punto de comprometerse para toda la vida. El nuevo año no vino con un beso, sino con una escandalosa ruptura.

Vanessa no había tenido ningún plan cuando fue a casa, pero en cuanto oyó la llave en la puerta se dio cuenta de que Drake no sabía que estaba allí, dado que había llegado en la limusina nupcial y había dejado su coche donde sus padres. Se sentó en la cama.

Drake entró en el dormitorio. Acababa de dejar la cartera y las llaves sobre la cómoda cuando la vio. Soltó una exclamación de sorpresa y automáticamente se llevó una mano al tobillo, donde siempre llevaba una pequeña pistola. Aspirando profundamente, la dejó allí y se irguió. «Policías», pensó Vanessa. Siempre les gustaba tener un arma a mano, en caso de que se toparan con algún delincuente… o con una novia furiosa.

Ness: Adelante. Dispárame. Eso sería más fácil.

Drake: Vanessa… -pronunció sin aliento-. ¿Qué estás haciendo aquí?

Ness: Vivo aquí -Miró el ramo nupcial que todavía sostenía en el regazo. ¿Por qué no lo había soltado? ¿Por razones sentimentales o quizá porque le había costado ciento setenta y cinco dólares y no podía devolverlo?-. No puedes hacerme esto -le dijo con voz temblorosa-. Tienes que estar enfermo…

Drake: Lo siento -sacudió la cabeza-. Pensaba que, para cuando llegara el momento, estaría preparado. Lo creía de verdad.

Ness: ¿Preparado para qué? -inquirió, desconcertada-.

Drake: Preparado para esa vida… la de un compromiso para siempre, sentar la cabeza, la casa, los niños, la fidelidad de pareja, la…

Vanessa frunció el ceño con expresión desconcertada.

Ness: Espera un momento. Todavía no hemos encontrado una casa que nos guste y podamos permitirnos. Acordamos que aún no estábamos preparados para tener hijos y yo creía que ya teníamos un compromiso… -bajó la barbilla y se lo quedó mirando fijamente-. ¿Fidelidad de pareja? -inquinó en un murmullo-.

Drake: Mira, yo no he hecho nada malo, de verdad. Pero seguía recordándome a mí mismo que aún no estaba casado y pensé que…

Ness: ¿Te has acostado con otras mujeres? -le espetó, levantándose-.

Drake: ¡No! ¡No! ¡Te juro que no!

Vanessa no se lo creyó ni por un momento.

Ness: ¿Entonces qué has hecho?

Drake: Nada. Salir un poco de fiesta. De copas, ya sabes. Bailar. Simplemente salía y conocía chicas, pero no era nada serio.

Ness: Ya. Pero bailabas con ellas, las invitabas a copas… ¿hablabais por teléfono? ¿Les mandabas mensajes de móvil? ¿Salíais a cenar juntos?

Drake: Quizá un poco de eso. ¿Un par de veces?

Ness: ¿Os besabais?

Drake: Sólo una vez, o quizá dos, como mucho.

Ness: Dios mío, ¿cómo es que no me di cuenta?

Drake: ¡Pero si nunca estábamos juntos! -le reprochó de pronto-. La noche en que uno libraba, el otro trabajaba. ¡Éramos como compañeros de apartamento!

Ness: ¡Tú habrías podido ponerle remedio a eso! ¿Por qué no cambiaste de turno? ¡Yo sí que no podía! ¡La gente no se casa ni celebra sus aniversarios de boda las noches de los martes!

Drake: ¡Y tampoco salen a divertirse! ¡Seré un malvado, pero me gusta salir a tomar una copa a un bar o a una discoteca los fines de semana, cuando todo el mundo está fuera! ¡Ya hemos hablado de eso, hemos discutido de eso! Y tú dijiste que eso nunca cambiaría, no mientras siguieras trabajando de fotógrafa.

Ness: Esto no está sucediendo -murmuró-. ¿Has dejado plantados a doscientos invitados de boda, además de tirar por la borda un viaje a Aruba, sólo porque yo trabajo los fines de semana?

Drake: No exactamente, pero… Bueno, mira, tengo veintiséis años. Pensé que eras lo mejor que me había sucedido nunca, la mujer perfecta con la que relacionarme a largo plazo excepto por una cosa… ¡No estoy preparado para renunciar a divertirme! Y tú… tú estás demasiado concentrada en tu trabajo. Incluso esa boda… ¡Dios mío, era como un tren marchando a toda velocidad, fuera de control! Planear aquella astronómica boda fue como un segundo trabajo para ti, mientras que yo no quería para nada algo tan grande y aparatoso. Vanessa, eres demasiado joven para ser tan vieja.

Lo que sintió en ese momento sólo habría podido describirse como un puñetazo en la boca del estómago. De todas las cosas que había creído saber de él, apenas había prestado atención al dato de que, con veintiséis años, era más joven que ella. Y más inmaduro. Quería divertirse.

Ness: ¿Y no pudiste decirme todo eso el mes pasado? ¿O ayer mismo? -se lo quedó mirando fijamente, esperando-.

Drake: Como te dije antes, estaba convencido de que estaría listo cuando llegara el momento.

Ness: Eres un niño. ¿Cómo no pude darme cuenta antes de eso?

Drake: ¡Perdona, pero yo arriesgo mi vida todos los días! ¡Voy al trabajo con un chaleco antibalas! ¿Y tú me dices que soy un niño?

Ness: Oh, perdóname, Drake. Eres un niño grande. Y con muy poco cerebro -aspiró profundamente-. Haz las maletas y llama a algún amigo que pueda alojarte por unos cuantos días. Pienso trasladarme a casa de mis padres lo antes posible. Espero que puedas pagar la renta solo. Si mal no recuerdo, he ganado más dinero con mi aburrido trabajo de fin de semana que tú con tu chaleco antibalas.

Volvió a sentarse en la cama y se tumbó. Vestida todavía con su aparatoso vestido de novia, con su carísimo ramo nupcial sobre su vientre, cerró los ojos. Oyó a Drake revolver cajones, sacar su ropa, sus artículos de aseo. Su cerebro estaba completamente ocupado con preguntas del tipo siguiente: ¿le devolvería la agencia el importe de los billetes en primera clase a Aruba, con la justificación de que el novio no había aparecido el día de la boda? ¿Qué cantidad de dinero no reembolsable se habrían gastado sus padres en una boda que no había llegado a celebrarse? Y, dado que era su nombre el que figuraba en el contrato de alquiler de la casa, ¿la estafaría en eso también Drake, el amigo de las diversiones? ¿Perjudicaría todo ello su buen nombre como profesional?

Drake: ¿Vanessa? -se acercó a ella-. Despierta. Pareces tan… no sé, pareces un cadáver, toda estirada, sin moverte -esbozó una mueca-. Y con ese vestido…

Abrió los ojos y los entrecerró.

Ness: Vete.


Sacudió levemente la cabeza para ahuyentar aquellos recuerdos y alzó la mirada para descubrir a Zac frente a ella. Le estaba ofreciendo una copa de vino.

Zac: Yo me he pedido una cerveza. Y ahora… -se sentó justo enfrente-, acerca de esa fotografía que me hiciste…

Ness: Sucedió hace un año.

Zac: ¿Qué?

Ness: La boda que nunca llegó a ser. La gran boda, la gran fiesta. Estuvimos juntos tres años, comprometidos y viviendo juntos durante uno, y de repente no se presentó. Yo estaba preciosa con mi Vera Wang, había doscientos invitados esperando, con las botellas de champán preparadas… y el novio no apareció.

Un asombro absoluto se dibujó en el rostro de Zac.

Zac: Diablos…

Ness: Su mejor amigo, el que llevó como padrino, me dijo simplemente que no pudo hacerlo. Que no estaba preparado.

De repente Zac soltó una carcajada; no de diversión, sino de incredulidad. Se pasó una mano por el pelo.

Zac: ¿Llegó a decirte por qué?

Nunca le había contado a nadie lo que le había dicho Drake, era demasiado embarazoso. Pero por alguna razón que no logró explicarse, se lo dijo.

Ness: Sí. No quería dejar de divertirse.

Se hizo un silencio.

Zac: No estás hablando en serio -pronunció al fin-.

Ness: Totalmente. Fue todo tan impresionante, que hasta salió publicado un pequeño artículo en el periódico sobre ello.

Zac: ¿Cuándo dices que sucedió eso?

Ness: Hace exactamente un año. En Nochevieja.

Zac: Vaya -fue lo único que pudo decir-. No me extraña que estuvieras de mal humor. ¿Que no quería dejar de divertirse, has dicho?

Ness: Sí. Fue la mejor explicación que se le ocurrió. Que le gustaba salir de fiesta, bailar, flirtear con chicas, lo que fuera… Es el típico chico del sábado noche y parece que no estaba preparado para renunciar a eso. ¿Y sabes qué? Los fotógrafos trabajan los fines de semana: bodas, bautizos, etcétera. Al parecer iba a ser una verdadera lata como esposa.

Zac se frotó el cuello, pensativo.

Zac: Entonces yo debo de estar anticuado. Porque siempre he pensado que tener a la mujer adecuada junto a ti, escuchando tus mensajes de voz o poniéndote mensajes para que le recojas la ropa de la tintorería o avisándote de que ella te recogerá la tuya… alguien que discute contigo por lo que le pones a la pizza y que se acuesta desnuda contigo regularmente… Yo siempre pensé que todas esas cosas eran divertidas. Sexis y divertidas.

Vanessa le sonrió.

Ness: ¿Ir a la lavandería te parece sexy?

Zac: Sí. En serio que sí -y ambos se echaron a reír-.




Que mal se lo hicieron pasar a Ness, pobrecita...
A ver si se da cuenta de que Zac es su hombre 😉

¡Gracias por los comentarios!

¡Besis!


martes, 24 de enero de 2017

Capítulo 2


Zac saboreó tranquilamente su cerveza y bromeó con Jack y Nate frente a un plato de alitas de pollo, pero el tema de las rupturas le había hecho pensar en Amber. Había ocasiones en que la echaba de menos. O, si no a ella, la relación que habrían podido tener.

La había conocido cuando estaba estudiando en la facultad. Era prima de un compañero de estudios. La primera cita había funcionado bien; las siguientes siete, repartidas en varias semanas, habían transcurrido aun mejor y, antes de que hubiera podido darse cuenta, había empezado a salir exclusivamente con ella. Se habían acostumbrado a su mutua compañía. Amber era enfermera diplomada. Bonita, con sentido del humor, comprendía tan bien su trabajo como él comprendía el suyo y, al poco tiempo, ambos se habían acomodado a la relación. Ayudó también, por supuesto, que el sexo fuera satisfactorio.

Amber había llevado la iniciativa de la relación desde el principio y Zac no había tenido que pensar demasiado en ello, lo cual le había convenido perfectamente. Siempre había estado muy ocupado: disponía de poco tiempo para flirteos y cortejos. Amber había estado perfectamente equipada para ocupar su lugar en su agenda y él se había mostrado más que conforme.

Amber: Se acerca San Valentín -recordaba que le había comentado ella en cierta ocasión-. Podríamos hacer algo especial, ¿no te parece?

Zac no había tenido ningún problema en imaginarse la actividad.

Zac: Desde luego -había contestado-.

Luego había hecho la reserva de hotel y le había comprado un regalo. Amber lo había tenido en aquel entonces por un tipo genial y sensible.

Todo había marchado perfectamente hasta que le pidió que lo acompañara a la baja California y que se instalaran allí juntos. Estaba empezando la especialidad en cirugía ortopédica, llevaba saliendo exclusivamente con Amber durante un par de años y le había parecido un paso natural en su relación. «No sin un anillo de compromiso», le había dicho ella. Así que Zac se lo regaló. Eso también le había parecido lo suficientemente razonable.

Pero el traslado de Chico lo había cambiado todo. A Amber no le había sentado bien. Se había sentido fuera de su elemento, lejos de su trabajo, de sus amistades, de su familia, y Zac había estado demasiado estresado y presionado por el trabajo para ayudarla con el cambio. Se había sentido sola, necesitada de atención, de tiempo, de consuelo. Él había querido proporcionarle todo eso, pero había sido inútil. No había pasado mucho tiempo hasta que su única comunicación se redujo a las discusiones. Discusiones constantes y noches sin hablarse, durante las cuales Amber había llorado contra la almohada sin que recibiera ningún consuelo de su parte… en el caso de que él hubiera estado despierto para dárselo.

Zac ahuyentó aquellos recuerdos y se volvió hacia Nate:

Zac: Bueno, háblame de Vanessa, ¿quieres? A quien, si no te importa que te lo diga, el nombre no parece hacerle justicia…

Nate: Bueno, para empezar, no creo que las bromitas sobre su nombre te lleven a ningún lado con ella. Al menos en este momento.

Zac: Ya -se quedó momentáneamente distraído por el súbito fogonazo de un flash. Descubrió que procedía precisamente de Vanessa, que había sacado una cámara para fotografiar a una pareja brindando-. ¿Qué está haciendo con esa cámara?

Nate: Es fotógrafa. Y de las buenas. Empezó estudiando empresariales en la universidad, pero lo dejó antes de cumplir los veintiuno para montar su propio negocio. A mi hermana Susan, su madre, casi le dio un ataque. Pero resultó que sabía muy bien lo que se hacía. Ahora mismo es una profesional muy solicitada.

Zac: ¿De veras? -inquirió intrigado-. Parece muy joven.

Nate: Sí que lo es, pero lleva haciendo fotografías de alta calidad desde que estudiaba en el instituto. Quizá antes.

Zac: ¿Dónde?

Nate: En Los Ángeles. Reside actualmente en Long Beach.

«Long Beach», repitió Zac para sus adentros. ¡Si casi era vecina suya! Por supuesto, eso no importaba cuando ella no tenía las menores ganas de hablar con él. Pero todavía no estaba dispuesto a rendirse.

Zac: ¿Responde al tipo de artista creída y vanidosa?

Nate se echó a reír.

Nate: Para nada. Es muy práctica. Pero últimamente ha estado probando otros temas, fotografiando caballos, montañas, valles, carreteras y montañas. Amaneceres, puestas de sol, cielos, etcétera -miró a Vanessa mientras tomaba fotos a una pareja de aspecto feliz-. Es bonito verla fotografiar a gente, como antes.

Zac observó cómo regulaba el objetivo con una mano mientras sostenía la cámara con la otra. Su cara se iluminó de pronto: algo divertido debió de decirle a la pareja de novios que les hizo reír, momento al que siguieron varios fogonazos de flash. Parecía tan animada que tomó cinco o seis instantáneas más, y se sacó luego una tarjeta de un bolsillo de los vaqueros para entregársela a la pareja. Finalmente regresó a su rincón junto a la chimenea y bajó la cámara.

Zac advirtió que, en el preciso instante en que bajó la cámara, su rostro recuperó su anterior seriedad. Dejó de verla porque de repente se interpusieron varios parroquianos.

Quería una de aquellas tarjetas.

Jack: Hey, amigo, todavía no has escrito tu buen propósito para el año nuevo -le recordó entregándole lápiz y papel-. Es el precio de la entrada.

Zac: Yo no suelo hacer buenos propósitos… Bueno, excepto cada mañana, antes de volar bajo el radar de los residentes veteranos.

Jak: ¿Por qué?

A veces Zac se olvidaba de que eran pocos los que estaban al tanto de la vida de los residentes de los primeros cursos de especialidad.

Zac: Porque son antisociales con una vena perversa.

Jack: Ah -dijo como si lo hubiera comprendido-. Quizá ahí tengas un buen propósito: evitar a esos antisociales. Cuando lo hayas escrito, mételo en aquel tarro.

Zac: ¿Y luego?

Jack: Cuando quieras marcharte, saca uno al azar. Tal vez encuentres uno mejor que el tuyo. Y te proporcione alguna nueva ilusión o estímulo para el año que viene.

Zac: No lo sé -rio-. Me parece una idea muy loca. ¿Y si saco el buen propósito de atravesar el país en moto?

Jack miró a su alrededor.

Jack: Bah, aquí no hay peligro de que te encuentres un propósito de ese tipo. Pero sí que podrías encontrarte con uno que dijera «acuérdate de hacerte la mamografía anual». Vamos, ponte con ello -insistió-.

Riendo, Zac se puso a escribir algo, para tacharlo casi al instante. Luego, pensando en la hermosa y malhumorada mujer del rincón, escribió: «Empieza el nuevo año dándole la oportunidad a un desconocido». Dobló el papel por la mitad y se lo guardó en un bolsillo. Finalmente pidió a Jack otro. En el segundo escribió: «No permitas que el pasado te estropee las posibilidades del futuro».

Acto seguido bebió un gran trago de cerveza y dijo:

Zac: Disculpadme un segundo -y se dirigió hacia el otro extremo de la sala. Plantado frente a Vanessa, exhibió su más atractiva sonrisa y empezó de nuevo-. Así que eres fotógrafa.

La joven alzó la mirada con gesto inexpresivo.

Ness: Sí.

Zac: ¿Te gusta serlo?

Ness: Sí.

Zac: ¿Qué es lo que más te gusta de tu profesión?

Reflexionó por un momento.

Ness: La tranquilidad.

Zac tuvo que preguntarse una vez más por qué estaba tan interesado en ella. Era bonita, pero él nunca se había sentido atraído únicamente por la belleza física. Había conocido muchas mujeres bellas que habían tenido grandes carencias en otros aspectos, lo cual había matado instantáneamente su interés. Para que una mujer pudiera interesarlo de verdad tenía que ser divertida, inteligente, de buen humor, activa y, por encima de todo, positiva. Hasta el momento, la tal Vanessa no reunía ninguna de aquellas características, al margen de su belleza.

Y sin embargo, por alguna razón, se quedó donde estaba.

Zac: La tranquilidad -repitió-. ¿Algo más?

Ness: Sí. La soledad. Para fotografiar no necesito a nadie. Puedo hacerlo sola.

Zac: Sólo por curiosidad: ¿siempre eres tan inabordable, o sólo en las fiestas de Nochevieja?

Se encogió de hombros.

Ness: Casi siempre.

Zac: Ya. Una última pregunta. ¿Me sacarás una foto?

Ness: ¿Para qué?

No se le ocurría nada.

Zac: ¿Para el pasaporte, por ejemplo? -probó suerte-.

Ness: Lo siento. No hago fotos de pasaporte.

Zac: Bueno, Vanessa… -sonrió-, pues da la casualidad de que estás de suerte, porque ya no tengo más que decirte. Te quedas, como tan obviamente deseas estar, sola. Adiós.

«Soy una imbécil», pensó mientras observaba la espalda de Zac abriéndose paso entre la gente hacia la barra. Cuando lo vio sentarse en el taburete al lado de su tío, se encogió de vergüenza. Adoraba a su tío Nate y sabía lo mucho que se preocupaba por ella. Sabía también lo mucho que le había dolido verla sufrir en el que habría debido ser el día de su boda, y después, mientras estuvo forcejando con el dolor durante los meses siguientes.

Pero aunque sabía que Nate la compadecía enormemente, sabía también que, un año después, estaba empezando a perder la paciencia con la amargura que seguía destilando. No era el único. Sus amigas habían intentado animarla a que superara su desengaño y siguiera adelante con su vida. Si no quería volver a salir con nadie, pues muy bien, pero estar enfadada todo el tiempo no solamente cansaba a sus amistades, sino que además perjudicaba su trabajo. ¡Y ya estaba harta de escuchar aquello de que sólo tenía veinticinco años!

Inmediatamente después de su llegada a Virgin River, Annie se la había llevado a un aparte para decirle:

Annie: Esa rabia no te ayudará a seguir adelante con tu vida de una manera positiva, Vanessa. Tú no eres la única mujer a la que han abandonado. Yo misma descubrí que el hombre con quien supuestamente iba a casarme tenía tres amantes a tiempo completo con las que convivía. Por separado con cada una, claro.

Ness: ¿Cómo se las arreglaba? -le había preguntado tan intrigada como estupefacta-.

Annie: Obviamente era muy ordenado con su agenda. Era viajante de comercio. Cuando me decía que estaba de viaje vendiendo equipamiento para granjas, en realidad estaba con otra de sus novias.

Ness: ¡Oh, Dios mío! ¡Debieron de haberte entrado ganas de matarlo!

Annie: Seguro. Esperé que mi padre o alguno de mis hermanos lo hicieran por mí, pero como no se dio el caso, al final lo superé. Ahora me doy cuenta de que por lo menos no me dejaron plantada en el altar con unos altísimos y no reembolsables gastos de boda que pagar, como te pasó a ti. No puedo ni imaginarme el dolor y la humillación que debiste de pasar, pero yo también me sentí muy dolida y furiosa. Y ahora me alegro enormemente de haber podido encontrar una manera de superarlo porque, si no lo hubiera hecho, nunca habría podido darle una oportunidad a Nate. Y tu tío Nate es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Lo que Vanessa había querido decirle a Annie era que el dolor y la humillación no eran lo peor de todo. No, lo peor era que tanto sus amistades como su familia la compadecían por el plantón que había sufrido ante el altar.

¿Qué era lo que tenía ella de malo para que la hubieran castigado así? Conocía sus defectos. Era bajita tenía el pecho pequeño y era ancha de caderas, no había terminado la universidad y se ganaba la vida haciendo fotografías. Que fueran buenas fotografías no importaba: en realidad no eran tan impresionantes. Alguna vez se hacía reflexiones del tipo «si hubiera sido una supermodelo con un cuerpo despampanante, él no me habría dejado». Intelectualmente sabía que eso era un absurdo, pero emocionalmente se sentía defectuosa, demasiado consciente de sus numerosas carencias. Pero, en lugar de todo eso, le había preguntado a Annie:

Ness: ¿Lo sabías? ¿Llegaste a sospechar que algo andaba mal?

Annie: No. Sólo cuando todo terminó, me puse a recordar y me di cuenta de que nunca había llegado a pasar un solo fin de semana conmigo. Y de que había sido lo suficientemente confiada como para no preguntarme por qué nunca me había pedido que lo acompañara en alguno de sus viajes, a alguna de las poblaciones donde solía quedarse a pasar la noche. Oh, después me hice un montón de preguntas, pero… ¿en aquel entonces? -sacudió la cabeza-. No, nunca sospeché nada.

Ness: Yo tampoco.

Annie: Probablemente en realidad no quería saber que algo andaba mal -había añadido-. No me gustan los conflictos.

Vanessa se había quedado callada. Ella se había acostumbrado a la sensación de rechazo y al dolor casi tanto como a la cruda verdad.

Annie: Bueno, sí que hubo una cosa… -se había corregido-. Una vez que todo pasó, me pregunté si no debería haberme sentido más deseosa por pasar más tiempo con él, si es que realmente lo había querido tanto. Ya sabes cómo son estas cosas. A Nate lo llaman con frecuencia en mitad de la noche por cuestiones de trabajo y a mí no me importa, no monto un escándalo por eso. Pero ambos nos quejamos cuando no tenemos tiempo suficiente para estar solos, para nosotros. Nos necesitamos mucho el uno al otro, y eso nunca me pasó con Ed. Yo me encontraba perfectamente cuando él estaba fuera. Supongo que eso debería haberme hecho sospechar.

El caso de Vanessa había sido muy distinto. Drake se había quejado constantemente de sus largas sesiones de fotos, de viernes a domingo. Había veces en que había trabajado dieciséis horas al día en fin de semana, cubriendo hasta tres bodas y un bautizo. Presentaciones de diapositivas de bodas o compromisos, fotografías de boda, todo tipo de encargos para gente que precisamente solía trabajar de lunes a viernes, de manera que solamente disponía de los fines de semana libres. Luego, de lunes a jueves, tenía que trabajar como una esclava seleccionando y editando imágenes.

Drake trabajaba por aquel entonces de motorista de la policía de Los Ángeles, con un horario que le dejaba libres los fines de semana. Justo cuando ella no estaba disponible. Una vez más, Vanessa revisó aquel viejo argumento de discusión… hasta que se dio cuenta de una cosa. Sí, había algo que ella no había tenido en cuenta en aquel tiempo. Drake llevaba años en la policía, así que habría podido cambiar sus turnos de trabajo y acomodarlos a los de ella. ¿Por qué no lo había hecho, cuando sabía que ella no habría podido hacer lo mismo por culpa de sus compromisos con sus clientes? Vanessa se había sentido orgullosa de haber podido hacerse con una clientela de peso en poco tiempo, así como de ganar una cantidad increíblemente alta de dinero para una mujer tan joven, ya que las bodas resultaban especialmente rentables. Pero había tenido que sacrificar los fines de semana para alcanzar y mantener ese éxito.

¿Por qué? Drake no habría tenido problema alguno en hacerse con un horario que le dejara libre de martes a jueves, como ella. De hecho, si hubiera estado dispuesto a tomarse esos días, trabajando por las mañanas, habrían podido dormir juntos casi cada noche de la semana. En aquel tiempo, él le había argumentado que ése era el horario que mejor convenía a su reloj biológico, y que no era una persona madrugadora, de hábitos diurnos. Y que le gustaba salir los fines de semana. Solía salir con «los chicos».

Tras el plantón en el altar, un par de amigos de Drake le habían confesado que últimamente había estado dudando sobre el paso que había estado a punto de dar: el compromiso legal, solemne, para siempre. Al parecer él les había expresado sus dudas, mientras que lo único que había hecho con ella había sido discutir. Recordaba bien sus palabras: «¡No necesitamos todo eso! Podríamos volar a Aruba, casarnos allí, tomarnos una semana de vacaciones para hacer vela, bucear…».

Pero él no le había dicho que lo que le preocupaba realmente era el compromiso, sino la gran boda y el banquete nupcial, que por aquel entonces Vanessa y su madre habían estado tan ocupadas preparando. De modo que ella le había contestado:

Ness: Intenta no preocuparte tanto, Drake. Tendrás tu semana de vacaciones en Aruba con la luna de miel. Tú simplemente preocúpate de presentarte a tiempo en la iglesia, di lo que tengas que decir y cuando quieras darte cuenta estaremos buceando, navegando y tomando el sol en Aruba.

En aquel instante, Vanessa sacudió la cabeza con gesto frustrado. ¿Qué sentido tenía pensar en todo aquello ahora? Recogió su abrigo, su cámara y se dirigió hacia la puerta. La nieve seguía cayendo suavemente y decidió fotografiar el gran árbol de Navidad del pueblo. Enfocó con el zoom y fue capturando detalles como los reflejos de los copos en las bolas doradas y en las bombillas blancas, hasta que se alejó lo suficiente para enfocar el árbol entero. Si aquellas imágenes salían como esperaba, podría utilizarlas para la siguiente Navidad, como tarjetas de felicitación, por ejemplo.

Luego se volvió y tomó un par de instantáneas del porche del bar. Con la nieve cayendo por la barandillas, los escalones, el tejado. Hizo luego varias de la calle, con todas las casas iluminadas. Por último, tomó una a un hombre que acababa de salir al porche para apoyarse en la barandilla, con los brazos cruzados sobre el pecho. Un hombre muy guapo, por cierto…

Bajó la cámara y se dirigió hacia Zac. No cabía la menor duda de que era guapo: alto y bien formado, con el cabello color castaño claro, los ojos azules, de mirada vivaz, y si no recordaba mal, una sonrisa muy sexy. Continuó en el porche y ella alzó la mirada hacia él.

Ness: Está bien, te pido disculpas. No suelo ser tan grosera, ni tan «inabordable», como tú dijiste. Me dejaron plantada. Aún sigo lamiéndome las heridas, como mi tío Nate se encargó de recordarme. No es el mejor momento para que responda favorablemente a las insinuaciones de un desconocido… Ahora mismo me aterra conocer a un hombre y que termine gustándome, de manera que evito a todos los miembros de tu sexo. Eso es todo, en pocas palabras -añadió, encogiéndose de hombros-. Yo solía ser muy amable y abierta… y ahora me pongo demasiado a la defensiva.

Zac: Disculpa aceptada. Y a mí también me dejaron plantado, de mala manera. Pero hace ya algún tiempo de eso. El pasado es pasado, como se suele decir.

Ness: ¿Te dejaron plantado?

Zac asintió con la cabeza.

Zac: Sí, y sé lo que se siente. Así que empecemos de cero, como si no hubiera pasado nada. ¿Te parece? Me llamo Zac Efron.

Vanessa dio otro paso hacia el porche.

Ness: Vanessa Hudgens. ¿Pero cuándo? Quiero decir… ¿cuándo te abandonaron?

Zac: Hará unos nueve meses, supongo.

Ness: ¿Supones? -pensó que no debió de haberle afectado tanto, ya que en ese caso se acordaría de la fecha exacta-. Quiero decir… ¿fue muy traumático?

Zac: Más o menos. Estábamos comprometidos, vivíamos juntos, pero estábamos discutiendo todo el tiempo. Hasta que al final me dijo que no estaba dispuesta a continuar viviendo así y que cada uno tenía que seguir su camino. Yo no estaba pensando precisamente en romper -se encogió de hombros-. Yo era de la opinión de que podíamos arreglarlo y además quería intentarlo, pero ella no.

Ness: ¿Lo sabías? ¿Lo esperabas de alguna forma?

Zac: Debí haberlo esperado, pero me tomó por sorpresa.

Ness: ¿Cómo puede ser?

Zac aspiró profundamente, alzó la mirada al cielo, a los copos que seguían cayendo suavemente, y la miró por fin.

Zac: Lo pasamos muy mal, pero antes de que nos fuéramos a vivir juntos, nos llevábamos estupendamente. Soy médico residente y mis horarios eran… y lo siguen siendo… horribles. En ocasiones trabajo treinta y seis horas seguidas y apenas duermo. Ella necesitaba más tiempo que eso. Ella… -bajó la mirada-. No me gusta llamarla «ella». Amber lo pasó mal intentando cambiar de vida cuando se trasladó conmigo. Tuvo que buscarse otro empleo, hacer nuevas amistades, y además yo nunca estaba para ayudarla. Debí haberlo visto venir, pero no fue así. Todo fue culpa mía, y sin embargo no hice absolutamente nada para cambiarlo.

Ness: ¿De dónde eres?

Zac: De Chico. A unas horas al sur de aquí.

Ness: Guau. Da la casualidad de que tenemos bastantes cosas en común.

Zac: ¿De veras?

Ness: Sí. Pero tú lo has superado. ¿Cómo lo conseguiste?

Zac hundió las manos en los bolsillos delanteros del pantalón.

Zac: Amber me invitó a su fiesta de compromiso hace tres meses. Con otro médico residente, también de cirugía. Lo último que sé de él es que llevaba la misma rutina que yo. Supongo que se las arreglará para no dormir nada.

Ness: No me lo creo.

Zac: Pues créetelo.

Ness: ¿No supondrás que…?

Zac: ¿Que se lo estaba haciendo con él mientras estaba conmigo? -terminó la frase por ella-. Se me pasó por la cabeza, sí. Pero no me importa: ni siquiera quiero saberlo. Dejando eso a un lado, lo cierto es que Amber no era la mujer de mi vida. Ahora ya lo sé. Lo que significa que en realidad la culpa fue mía. Yo estaba comprometido con una persona por inercia, no porque estuviera locamente enamorado de ella. Así que, en resumidas cuentas, Vanessa, tanto Amber como yo nos libramos de milagro: tuvimos suerte. Porque en realidad no estábamos destinados a estar juntos.

Vanessa se había quedado sin habla, formando con la boca una «o» perfecta. Y mirándolo con unos ojos como platos. Deseó haber podido ser capaz de analizar su propia situación con tanta calma.

Ness: Diablos -murmuró al fin, y sacudió la cabeza-. Supongo que, siendo médico, estás obligado a tener confianza en ti mismo y todo eso.

Zac: Hey, vamos, no le adjudiques todo el mérito a la profesión. Es posible que tenga un poco de sentido común también…

Estaba bajando un escalón del porche para acercarse a ella cuando resbaló. Mientras estaba en el aire, varios flashes seguidos iluminaron la escena: los de la cámara de Vanessa. Y cuando aterrizó, de espaldas en el suelo, todavía vio algunos más.

Ness: ¿Estás bien? -le preguntó, cámara en mano-.

La miró entrecerrando los ojos. Tardó un momento en recuperar el aliento.

Zac: Podía haberme quedado paralítico, ¿sabes? Espero estar alucinando, pero… ¿me has sacado fotos mientras me caía?

Ness: Bueno, no podía sujetarte…

Y se sonrió.

Zac: Eres una persona enferma y retorcida.

Ness: Quizá deberías quedarte quieto. Puedo entrar en el bar y pedirle al pediatra y a la comadrona que te examinen. Los conocí antes de que llegaras.

Alzó la mirada hacia ella; todavía seguía sonriendo. Aparentemente no se necesitaba gran cosa para alegrarla. La cercana muerte de un hombre había servido para ponerla de buen humor.

Zac: Tal vez deberías enseñarles también las fotos….

Vanessa cayó de rodillas a su lado y rio, sin soltar la cámara. Era un sonido jovial y radiante, con aquellos preciosos ojos marrones brillando de alegría…

Ness: En serio, tú eres el médico. ¿Crees que te encuentras bien?

Zac: No lo sé. Todavía no me he movido. Un solo movimiento en falso y podría quedarme paralizado del cuello para abajo.

Ness: ¿Te estás burlando?

Zac: Es posible -admitió, encogiéndose de hombros-.

Ness: ¡Ja! ¡Te has movido! Estás bien. Levántate.

Zac: ¿Vas a tomar una copa conmigo?

Ness: ¿Por qué debería hacerlo? En serio, somos un par de animales heridos… Probablemente no deberíamos beber. ¡Y menos aún juntos!

Zac: Supéralo -le dijo apoyándose sobre los codos-. No tenemos nada que perder. Es una fiesta de Nochevieja. Tomaremos un par de copas, brindaremos por el nuevo año y ya está. Pero intenta no ponerte tan gruñona. Prueba a divertirte un poco -sonrió-.

Vanessa se sentó sobre los talones y lo miró con desconfianza.

Ness: ¿Me lo estás proponiendo por esa inercia de la que hablabas antes?

Zac: No, Vanessa -su sonrisa se amplió-. En parte es por caballerosidad, y en parte por atracción animal.

Ness: Oh, Dios… A mí me dejó plantada un animal. No estoy buscando otro.

Zac: Venga -le dio un puñetazo suave en el brazo-. Sé una buena chica. Apuesto a que hace tiempo que no te dejas invitar a una copa por un tipo. Arriésgate. Practica conmigo. Soy inofensivo.

Ness: ¿Cómo sabes que eres inofensivo? -le preguntó enarcando una ceja-.

Zac: Dentro de dos días volveré a sacrificarme a los dioses de la especialidad. Me masticarán y luego me escupirán. Esos jefes residentes son implacables y quieren vengarse de todas las diabluras que les hicieron cuando eran jóvenes. No quedarán restos. Nadie sabrá nunca que te has tomado una cerveza conmigo.

Y sonrió con todos sus dientes. Vanessa chasqueó los labios y puso los ojos en blanco.

Zac: ¿Te das cuenta de lo mucho que te gusto? -le preguntó mientras se incorporaba-. Eres como arcilla en mis manos.

Ness: ¡Eres un imbécil!

Terminó de levantarse y le tendió la mano, para ayudarla a hacer lo mismo.

Zac: Ya me lo habían dicho antes, pero no me lo creo. Supongo que si escarbas lo suficientemente profundo, puedo ser incluso bastante bueno.

Vanessa se sacudió las rodillas de los vaqueros.

Ness: No sé si voy a tener tanto tiempo para eso…




Vanessa aún se resiste 😆
Zac tiene que cambiar sus tácticas...

¡Gracias por comentar!

¡Besi!


domingo, 22 de enero de 2017

Capítulo 1


Vanessa estaba considerando seriamente la idea de cambiarse de nombre.

**: Vamos, Vanessa -le dijo su tío Nathaniel-. ¡Salgamos al pueblo a ver si puedes volver a poner un poco de sol en tu vida!

«¿Salir al pueblo?», pensó. ¿Virgin River? ¿Con una población de unos seiscientos habitantes?

Ness: Ah, creo que prescindiré de eso, yo…

Nate: ¡Vamos, solecito mío, tienes que ser más flexible! ¡Más optimista! No puedes quedarte aquí para siempre, lamiéndote las heridas…

Quizá hubiera quedado bien, cuando tenía cuatro o incluso catorce años, decir cosas como «¡Vanessa no está hoy muy soleada!». Pero era el último día del año y había ido a Virgin River a pasar unos días tranquilos con su tío Nate y su novia Annie, para intentar escapar de la realidad de un corazón que no conseguía curar. Y por si no hubiera sufrido lo suficiente, ese corazón se había vuelto frío y duro.

Miró su reloj: las cuatro de la tarde. Hacía exactamente un año, a esa misma hora, se había estado peinando y maquillándose antes de ponerse un vestido de novia Vera Wang, toda entusiasmada y ajena al hecho de que su prometido Drake estaba a punto de dejarla plantada.

Ness: De verdad que no estoy de humor para una juerga de Nochevieja, tío Nate.

Nate: Ay, cariño, no podría soportar imaginarte en casa sola, triste y deprimida…

«Y sintiéndome como una perdedora a la que han plantado en el altar el día de su boda», añadió ella para sus adentros. Pero eso era precisamente lo que había sucedido. ¿Cómo se suponía entonces que debía de sentirse?

Annie: Nate -dijo por lo bajo-, no creo que ésta sea la noche más adecuada para ir de fiesta….

Ness: ¿En serio? -inquirió con tono irónico, recordándose que no se había mostrado tan irritable y sarcástica desde que se convirtió en una novia abandonada-. Escuchadme, chicos: salid vosotros. Divertíos como si fuerais estrellas de rock. Yo tengo mis propios planes.

**: ¿De veras? -le preguntaron ambos, esperanzados-.

Ness: Sí. Estoy planeando una incineración ceremonial del calendario de este último año. Aunque probablemente debería quemar los de los últimos tres. El equivalente a todo el tiempo y energía que he arrojado a la basura.

Nate y Annie se quedaron sin habla por un momento, intercambiando dudosas miradas.

Nate: ¡Muy bien, entonces! -dijo cuando se hubo recuperado-. Nos quedaremos en casa y te ayudaremos con esa incineración ceremonial. Luego prepararemos palomitas, jugaremos al Monopoly y haremos buenos propósitos para que el nuevo año sea mucho mejor que el último.

Fue así como Vanessa, que no se sentía de humor para complacer a nadie, terminó yendo a la gran fiesta de Nochevieja convocada por el bar de Jack en Virgin River. Porque nunca habría podido permitir que su tío Nate y la dulce y divertida Annie se quedaran en casa para verla toda deprimida y llorosa.

La familia de Vanessa tenía una larga historia de retornos a las cuadras Jensen en busca de refugio y recuperación. Vanessa y sus primos habían pasado incontables vacaciones merodeando por graneros, pastos y sendas, montando a caballo, jugando y respirando el aire puro del campo. Precisamente había sido idea de su madre que viajara a Virgen River para reponerse. La madre de Vanessa era una de las tres hermanas mayores de Nate, y el abuelo había sido el primer propietario de las cuadras y de la clínica veterinaria Jensen. En ese momento el tío Nate era el veterinario y el abuelo, ya jubilado, residía en Arizona.

Vanessa era hija única, tenía veinticinco años y una sola prima, Brittany. Dado que el tío Nate sólo le sacaba diez años a Vanessa, tanto ésta como su prima habían tenido sendos flechazos adolescentes con él. Nate, por su parte, que había crecido con tres hermanas mayores, se había considerado como maldecido por el género femenino.

Hasta que cumplió los treinta, porque a partir de entonces se convirtió en un ser paternalista, paciente, protector. Nathaniel había estado sentado con todos los demás invitados en la iglesia la Nochevieja del año anterior. Esperando, como todos, a que apareciera el novio y diera comienzo la boda.

Aquel último año había pasado para Vanessa como envuelto en una nube de ira y de tristeza. Su negocio de fotografía había continuado prosperando, gracias a su fantástica página web y al boca-oreja, y en lugar de tomarse un descanso después de su desastre personal, se había sumergido en el trabajo. Lo malo del asunto era que estaba especializada en fotografía de novios, bodas, aniversarios, embarazadas y niños: cinco fases de la vida conyugal que supuestamente merecía la pena inmortalizar. Su trabajo por tanto, así como su equilibrio emocional, se había resentido. Pero aunque le costaba concentrarse, conciliar el sueño y hasta levantarse de la cama, seguía esforzándose todo lo posible.

El único cambio importante que había hecho en su vida personal había sido salir de la casa que había compartido con Drake para volver a la de sus padres, hasta que pudiera pagarse una propia. Conservaba de todas formas su despacho en el sótano, así que había constituido un desplazamiento mínimo geográficamente hablando.

Durante aquel último año en casa de sus padres, Vanessa había tenido una revelación. La razón principal por la que muchas jóvenes de su edad deseaban contar con un espacio propio, independencia e intimidad, no era otra que el hecho de que estuvieran comprometidas en una relación. Dado que ella estaba decidida a no repetir pasados errores dejando entrar a otro hombre en su vida, no veía ninguna necesidad de renunciar a la comodidad, seguridad y economía que le proporcionaba la casa de sus padres.

Últimamente estaba probando suerte con la fotografía de amaneceres, puestas de sol, paisajes de tierra y marinos, mascotas incluso. Pero no le estaba funcionando: sus fotos no tenían ni gracia ni interés. Si ya era suficientemente malo tener el corazón roto, su espíritu también lo estaba. Era como si hubiera perdido su don. Antaño había sido brillante con las parejas, inspirada con las bodas: fotografías, presentaciones de diapositivas, vídeos. Había visto la promesa de felicidad en sus ojos y había sabido captarla. Había dado incluso su toque romántico a los abultados vientres de embarazadas… ¡y con los niños había sido una verdadera Anne Geddes! Pero ahora que era una simple observadora que sabía que nunca podría experimentar todas aquellas cosas de primera mano, todo había cambiado de golpe. Y no sólo eso, sino que cada fotografía había conseguido desgarrarle un poco más el corazón.

Annie le había comentado, cuando se lo confesó:

Annie: ¡Oh, querida, pero si eres tan joven…! ¡Sólo tienes veinticinco años! ¡Tus posibilidades son infinitas!

Y Vanessa había contestado:

Ness: Si estoy mal es porque mi novio me dejó plantada el día de mi boda. Y eso no tiene nada que ver con mi edad.

Un manto de nieve fresca e inmaculadamente blanca cubría el pueblo. El gran árbol navideño de diez metros de altura brillaba con todas sus luces mientras los copos seguían cayendo suavemente, y el porche del bar de Jack, adornado con bombillas y guirnaldas, ofrecía un aspecto entrañable y acogedor. Una amable voluta de humo se alzaba de la chimenea y todas las ventanas estaban iluminadas.

Nate, Annie y Vanessa entraron en el bar a las ocho en punto y lo encontraron abarrotado de los clientes habituales, los del pueblo. Jack, el propietario, y Peter, el cocinero, estaban detrás de la barra. Corría todo a lo largo de una pared una mesa rebosante de comida, a la cual Annie añadió una bandeja con sus famosos huevos rellenos y un salmón sazonado con eneldo y acompañado de galletas saladas.

Nate: Hey, parece que ha venido el pueblo entero -comentó-.

Jack: Casi todos. Los habituales. Aunque no creo que veáis a ninguno para el beso de la medianoche. Pero contamos con un grupo de incondicionales que sí se quedará. Ahora mismo están ocupados con la intendencia de los hijos: piensan dejarlos en casa de Peter con una canguro, en plan dormitorio colectivo. Los dos de Violet y Paul dormirán en la misma litera que la pequeña Dana, la de Peter; mis hijos en la habitación de Peter; y los gemelos de Cameron en la de invitados. El pequeño de Bárbara y Mike quiere quedarse en la de Cristopher porque piensa quedarse despierto hasta medianoche con la canguro. Oh, y para ser claro, la canguro se quedará allí por los pequeños, que no por Chris… -añadió con una sonrisa-. Tiene ya ocho años. Todo un hombre.

Nate: Jack, Peter, os presento a si sobrina Vanessa. Vanessa, éstos son Jack y Peter, los jefes de este lugar.

Vanessa sonrió débilmente, asintió con la cabeza y murmuró un «encantada de conoceros».

Jack: Pues a disfrutar, los tres. Siempre y cuando contribuyáis con un buen propósito para el año nuevo, podéis serviros a vuestro gusto -los invitó-. El precio de entrada es un plato de comida y un buen propósito por escrito.

Vanessa se subió a un taburete de la barra y colgó su gran bolsa de cuero del respaldo. Viéndolo, Jack le preguntó:

Jack: ¿Piensas emprender un largo viaje después de la fiesta?

Ness: Oh, es mi equipo fotográfico -respondió, riendo-. Siempre lo llevo encima. Nunca se sabe cuándo podría necesitarlo…

Jack: Bueno, por supuesto, te corresponde a ti honrar la primera fiesta de Nochevieja de nuestro local -dijo al tiempo que le entregaba una hoja de papel y un bolígrafo-.

Vanessa se inclinó sobre el papel, pensativa. Sabía que si decía que su propósito más sincero era acabar con aquella velada lo más rápido posible, se acabaría descubriendo su aversión a la que consideraba la más aciaga de las fiestas del año.

Jack: Que sea un buen propósito de calidad, Vanessa. No des ninguna pista personal y no lo firmes: es una cosa anónima. Habrá una sorpresa justo después de medianoche.

Vanessa miró su reloj. «Dios mío», exclamó para sus adentros. ¿Todavía tendría que aguantar otras cuatro horas de aquello? Nunca lo conseguiría. Finalmente escribió en el papel: «Terminar de una vez con los hombres».


Zac Efron, médico residente de segundo año de especialidad en la universidad de Los Ángeles, se las había arreglado para conseguir diez días libres para Navidad, que había pasado en Chico con sus dos hermanas, Miley y Ashley, sus maridos Will y Scott y su sobrino recién nacido. Las tres Navidades anteriores las había pasado con su familia así como con su antigua novia, Amber. Tenía la impresión de que había pasado una eternidad desde entonces.

Cuando los estudiantes de la especialidad de cirugía ortopédica y traumatología tenían días libres, no eran realmente días libres. Eran simplemente días en que no eran requeridos en el quirófano o en consultas, no tenían que redactar informes ni se veían verbalmente fustigados por los residentes veteranos o por los médicos titulares. Lo que no quitaba que hubiera mucho que estudiar. De hecho, había estudiado de firme incluso con la distracción de la familia, incluido el bebé de Miley que ya estaba empezando a hacerse notar.

Cuando sólo faltaban unos días para su retorno a la baja California, había pedido prestada la solitaria cabaña que la familia tenía en la sierra, cerca de Virgin River, para poder estudiar a fondo. Durante un par de días había conseguido concentrarse completamente y se había quedado asombrado de la cantidad de temas que había repasado. Tal como lo veía, eso le había dado derecho a disfrutar de un par de merecidas cervezas en Nochevieja y de unas cuantas horas de fútbol por televisión en Año Nuevo. El dos de enero regresaría a la casa de Ashley en Chico, pasaría una tarde más con la familia y volvería a meterse en las fauces del lobo de la facultad de medicina.

Recogió su abrigo. Era Nochevieja y ya había pasado suficiente tiempo solo. Pensaba pasar antes por el pueblo con la idea de tomar esas cervezas en Fortuna, sólo por probar suerte. Le extrañaría que el único bar restaurante de Virgin River estuviera abierto, dado que el de Jack no solía abrir hasta tan tarde en vacaciones. De hecho, la rutina de Virgin River en los días normales era que el bar de Jack cerraba antes de las nueve, hasta las diez como muy tarde, y sólo si había cazadores o pescadores por la zona.

Aquélla era una zona de mayoría de granjeros, rancheros y propietarios de pequeños negocios. Nadie solía trasnochar debido a las exigencias de su trabajo con los animales o los cultivos. Pero, para su sorpresa, nada más entrar en el pueblo descubrió que el local estaba lleno. Aquello le hizo sonreír: eso le permitiría ahorrarse un buen trecho de carretera de montaña.

Jack: ¡Hey! ¡Doc Efron! -lo saludó en cuanto lo vio entrar en el bar atestado-. ¿Cuándo has venido?

Eso era lo mejor de aquel local. Sólo se había pasado por allí una media docena de veces en el último par de años, pero Jack no se olvidaba de nadie. Y lo mismo sucedía con sus amigos y familiares. Zac estiró una mano hacia la barra, por entre la gente, para saludarlo.

Zac: ¿Qué tal, Jack?

Jack: ¡No tenía ni idea de que estuvieras aquí! ¿Te has traído a la familia?

Zac: No, estuve con la familia en Navidad y luego subí hasta aquí para estudiar un poco antes de volver al trabajo. Necesitaba escaparme de las chicas y sobre todo del bebé, si pretendía concentrarme un poco.

Jack: ¿Cómo está el bebé?

Zac: Ruidoso y pelirrojo. Lo último es sospechoso. Will está con la mosca detrás de la oreja -bromeó-.

Jack se echó a reír.

Jack: Supongo que te acordarás de mi esposa, Mel.

Zac: Claro -dijo mientras se volvía hacia la mujer, la famosa comadrona del pueblo, y la besaba en las mejillas-. ¿Qué tal estás?

Mel: Como nunca. Ojalá hubiéramos sabido que estabas aquí, Zac. Habríamos hecho por llamarte, invitarte a casa…

Zac miró a su alrededor.

Zac: ¿Quién habría imaginado que montaríais esta juerga en Nochevieja? Parece que ha venido todo el mundo.

Jack: Sí que ha venido gente, sí… Pero espero que esto cambie pronto: la mayoría se marchará hacia las nueve. Ya sabes que madrugan. Yo, desde luego, no pienso cerrar antes de medianoche -le aseguró a Zac-. Apuesto a que podré contar con los dedos de una mano a los parroquianos de Virgin River que estén dispuestos a quedarse al beso de medianoche.

Fue entonces cuando la vio. Justo cuando Jack pronunció las palabras «beso de medianoche», descubrió a una joven con la que habría estado más que dispuesto a quedarse hasta que dieran las doce. Estaba en un rincón cercano a la chimenea, haciendo girar una copa de vino blanco en la mano, la melena azabache derramada sobre sus hombros. No se encontraba demasiado lejos de una mesa en la que charlaban tres mujeres. Vio cómo una de ellas se inclinaba para hablarle, como si quisiera incluirla en el grupo, pero ella se limitó a asentir con la cabeza, bebió un sorbo de vino, sonrió educadamente y continuó como si tal cosa.

Se preguntó si tendría algún esposo o novio cerca. Fuera como fuese, parecía un tanto triste. Y a él le encantaría hacerla feliz.

Jack: Zac -le dijo en aquel momento-. Te presento a Nate Jensen, el veterinario del pueblo.

Zac le tendió la mano, pero sin apartar los ojos de la chica.

Zac: Encantado de conocerte -pronunció de manera automática, pensando en realidad en todo el tiempo que había pasado desde la última vez en que, con sólo mirar a una mujer hermosa, había sentido aquella extraña emoción en el pecho. ¡Demasiado! Era una mujer despampanante. Apenas había soltado la mano de Nate cuando le preguntó a Jack:- ¿Quién es esa morena?

Nate: Mi sobrina -respondió el hombre al que acababa de conocer-.

Jack: Vanessa.

Zac: ¿Casada? ¿Comprometida? ¿Monja?

Nate se echó a reír.

Nate: Perfectamente soltera. Pero…

Zac: Ahora vuelvo. ¡Respondéis de mi cerveza con vuestra vida! -y salió disparado hacia el rincón de la chimenea-.

Nate: ¡Oye! -intentó detenerlo-.

Pero Zac seguía moviéndose. Como un autómata. Una vez que se plantó delante y ella alzó la mirada hacia él, no le sorprendió descubrir que tenía los ojos marrones más bonitos que habría podido imaginar. Le tendió la mano.

Zac: Hola. Me llamo Zac. Acabo de conocer a tu tío -ella no dijo nada. Ni siquiera le estrechó la mano-. Y tú eres Vanessa, ¿verdad? ¿Vanessa Jensen?

Ness: Hudgens -lo corrigió, entrecerrando los ojos-.

Zac renunció al apretón y retiró por fin la mano.

Zac: Bueno. Vanessa Hudgens. ¿Te importa que me siente contigo?

Ness: ¿Estás intentando ligar conmigo? -le espetó-.

Zac: Soy un tipo optimista -sonrió-.

Ness: Entonces no pierdas el tiempo. No estoy disponible.

Zac quedó sumido en un asombrado silencio. No podía decirse que tuviera un gran éxito con las mujeres: de hecho, no tenía demasiada práctica. Pero aquélla lo había atraído como un imán. Y lo que le sorprendía era que lo hubiera despachado antes de que hubiera tenido la oportunidad de estropearlo todo con su conversación.

Zac: Disculpa -le dijo, desanimado-. Tu tío me dijo que estabas soltera.

Ness: Soltera y no disponible -alzó su copa y sonrió débilmente-. Feliz año nuevo.

Zac se la quedó mirando por un momento antes de volver a la barra. Jack y Nate lo estaban observando, expectantes. Jack le acercó su cerveza.

Jack: ¿Qué tal te ha ido?

Zac bebió un buen trago.

Zac: Debo de estar falto de práctica.

Jack: ¿Qué pasa? ¿El hospital no te deja tiempo para andar con chicas?

Zac: Poco. El suficiente para romper con ellas.

Nate apoyó un codo en la barra.

Nate: ¿Una mala ruptura?

Zac: ¿Sabes de alguna buena? -replicó, y se echó a reír-. No, no fue tan mala. De hecho, probablemente debería estarle agradecido. Llegamos a comprometernos, algo que nunca debió ocurrir. Al final me dijo lo que debería haber sabido todo el tiempo: «Si nos casamos, será un desastre».

Jack: ¿No congeniabais?

Zac: Eso es. Debí haberlo visto venir, pero estaba demasiado ocupado poniendo clavos de titanio en fémures para prestar atención a detalles como ése, así que peor para mí. Pero… ¿qué pasa con Vanessa Hudgens?

Nate: Bueno, supongo entonces que probablemente tenéis mucho en común.

Zac: Oh-oh. ¿Una mala ruptura?

Nate: ¿Conoces alguna buena?

Zac: Debí haberlo adivinado… No me ha dado una sola oportunidad. Y yo que pensaba que había metido la pata.

Jack: ¿Listo para el asalto número dos?

Zac reflexionó por un momento.

Zac: No sé -se encogió de hombros-. Quizá deba esperar a que tenga algo más de vino en el cuerpo…

Nate le plantó una pesada mano en el hombro.

Nate: Es mi sobrina, amigo. Estaré vigilante.

Zac: Perdón, ha sido un mal chiste. Yo nunca me aprovecharía de ella, no tienes nada de qué preocuparte -le aseguró-. Pero si vuelve a darme calabazas… ¡podría llegar a acomplejarme de verdad!




Zac ya le ha echado el ojo a Vanessa, pero ella no parece muy receptiva...
Ten paciencia con ella, Zac, que lo ha pasado muy mal...

¡Gracias por los comentarios!

¡Besi!


viernes, 20 de enero de 2017

🎄Confesiones a medianoche - Sinopsis🎄


Era la fiesta de Nochevieja, y los habitantes de Virgin River la estaban celebrando en el bar de Jack. Sin embargo, había dos personas que no conseguían sumarse a la alegría de la noche. Vanessa, que no podía apartar de su mente que un año antes la hubieran plantado ante el altar, y Zac, cuya novia había decidido no seguir adelante con el compromiso. ¿No habría alguna manera de que aquellos dos corazones solitarios se dieran cuenta de que esa noche podían empezar a cerrar sus heridas?




Escrita por Robyn Carr.




Novela muy bonita y muy divertida.
Solo tiene 7 capítulos, pero largos e intensos.

¡Gracias por los comentarios!

¡Besi!


martes, 17 de enero de 2017

Capítulo 15


El aroma a café recién hecho fue despertando lentamente a Zac. Vanessa. Ese primer pensamiento acudió a él como el último y precioso resto de un sueño casi olvidado, y por un instante llegó a pensar que quizá lo había soñado todo. Su presencia seguía allí, un leve calor en la cama a su lado, donde había pasado la noche en sus brazos. El olor de su cabello en la almohada.

Y supo en lo más profundo de su alma que ninguna mañana en la historia del mundo podría ser jamás tan maravillosa como aquélla.

Vanessa Hudgens. Volver a encontrarla había sido un pequeño milagro, como descubrir un diamante entre la nieve.

Estaba en la cocina, aparentemente hipnotizada por el aromático goteo de la cafetera. Se había puesto unos calcetines suyos y un viejo suéter de hockey. Su maquillaje había desaparecido y estaba despeinada. Parecía una verdadera diosa.

Zac: Feliz Navidad -le dijo apareciendo por detrás-.

Deslizó las manos por su cintura y la besó en el cuello.

Ness: Lo mismo digo -repuso con tono dulce, apoyándose contra él-. Quería buscar algo de música navideña en la radio.

Zac estiró una mano sobre el mostrador, encendió el aparato y buscó en el dial. Un antiguo y conocido villancico empezó a sonar en la habitación: Dios, haz felices a los hombres.

Zac: Buena idea -dijo mientras la llevaba de regreso al dormitorio, a la cama todavía caliente e invitadora-.

El corazón se le disparó de gozo, porque sabía exactamente lo que iba a hacer, en los momentos siguientes y durante el resto de su vida. Jamás había estado tan seguro de algo.

Ness: Estaba intentando hacer café… -protestó-.

Zac: Ese trasto tarda una eternidad.

Se dispuso a protestar de nuevo, pero de repente su expresión se suavizó. Alzó la mirada hacia él con el corazón en los ojos.

Ness: Bien.


Zac: ¿Crees que ya estará listo?

Ness: ¿Qué es lo que estará listo?

Vanessa era consciente de la sonrisa que se le extendía por la cara. Se empeñaba en no desaparecer. Era como si hubiera nacido con ella y fuera a acompañarla para siempre.

Zac: El café.

Ness: Supongo que sí. Empezó a salir hace como una hora…

Zac rodó a un lado de la cama, ofreciéndole una tentadora vista de su cuerpo desnudo, y agarró el despertador de la mesilla.

Zac: Oh, Dios.

Ness: ¿Qué pasa?

Zac: Se suponía que tenía que estar en casa de mis padres.

Vanessa se sintió un tanto defraudada pero disimuló su decepción desviando la mirada y sacudiéndose la melena. Que todo hubiera cambiado para ella no significaba que hubiera sucedido lo mismo para el resto de la humanidad. Uno de los más dolorosos descubrimientos que había hecho de adulta era que el mundo no giraba a su alrededor. Y, esa mañana, la realidad permanecía al acecho, dispuesta a abalanzarse como un depredador sobre su felicidad.

Ness: Será mejor que te vayas duchando -le dijo a Zac, adoptando un tono práctico-. Pediré un taxi por teléfono.

Zac: Está muy cerca de aquí. Se puede ir caminando.

Ness: El taxi es para mí. Tengo que irme.

Se volvió de nuevo hacia ella, atrayéndola hacia sí.

Zac: ¿Adónde?

Vaciló. Su familia solía dormir hasta tarde en Navidad. Se levantaban, intercambiaban sofisticados regalos, hacían un desayuno-almuerzo con champán y luego se iban de vacaciones, a esquiar o a tomar el sol en algún lugar exótico. Hacía mucho tiempo que aquel programa de actividades había dejado de atraer a Vanessa. Simplemente se apuntaba porque no solía tener otra cosa que hacer.

Ness: Al apartamento de mis padres, supongo -se sintió obligada a decir-.

Zac: Llámalos y diles que no puedes ir.

Ness: ¿Por qué no puedo ir? -le preguntó, mirándolo-.

Zac: Porque vas a venir conmigo -anunció-. Te encantará mi familia. Y tú les encantarás a ellos.

Su rostro, oscurecido por una sombra de barba, lucía una sesgada sonrisa que la obligó a recurrir a toda su fuerza de voluntad para resistirla.

Ness: No -dijo, levantándose de la cama-.

Fue recogiendo una a una todas las prendas de ropa, sintiendo un cosquilleo de placer al evocar lo ocurrido la noche anterior.

Zac: Acuérdate de lo que te dije -se levantó y volvió a atraerla hacia sí-. No soy hombre de aventuras de una sola noche.

Ness: Me acuerdo -se estremeció en sus brazos, enfrentada en aquel momento a la decisión que había tomado de cambiar su vida-

De hecho, era diferente. Era una mujer nueva.

Zac: Y eso es lo que será lo nuestro si te vas ahora -añadió-: una aventura de una sola noche.


Media hora después, ataviada con su vestido de alta costura a excepción de la malla dorada, y con un abrigo que le había prestado Zac, Vanessa salió a la calle la mañana de Navidad. Las campanas de la iglesia repicaban con gozoso abandono y a lo lejos se oían alegres villancicos.

La ventisca había amainado y el sol asomaba entre las nubes. Una luminosa alfombra blanca lo cubría todo, convirtiendo los coches aparcados en gigantescos algodones de azúcar, y los montones de basura en brillantes esculturas de hielo. Niños felices jugaban en las calles mientras sus padres, con tazones humeantes en las manos, los miraban desde portales y bancos. Los críos probaban sus esquíes y sus trineos nuevos.

Se encontraron con una niña de ojos oscuros y tímida sonrisa que cargaba con una gran caja mientras caminaba junto a su madre.

**: Zac -le dijo-, mira lo que ha traído Santa… -levantó la tapa para enseñarle un par de patines de hockey nuevos-.

Zac hizo un guiño a la madre y a la hija le bajó cariñosamente el gorro de lana.

Zac: Debes de haberte portado especialmente bien este año, jovencita.

**: Vamos a Prospect Park a estrenarlos ahora mismo.

Se despidió de ellos con la mano mientras se alejaban hacia la parada de autobús.

Zac: Es una de mis mejores laterales izquierdos -informó a Vanessa-.

Ness: ¿Así que está en tu liga infantil de hockey?

Zac: Sí. Por el momento -frunció el ceño con gesto preocupado-.

Ness: La falta de fondos es el gran problema, ¿verdad -se quedó mirando a la madre y a la hija en la parada de autobús, con sus caras rebosantes de felicidad-. Pues no tiene por qué ser así.

Zac: Lo sé. Mejor trabajo de relaciones públicas, más donaciones. Pero no podemos permitirnos contratar a un profesional.

Ness: Podréis hacerlo si ese profesional os lo hace gratis.

Zac enarcó una ceja.

Zac: ¿De veras? ¿Y cuándo vas a tener tiempo para eso?

Sonrió, repentinamente segura de sí misma. Más de lo que lo había estado nunca en toda su vida.

Ness: A partir de ahora, tendré ese tiempo. Mi agencia abrirá un departamento de actividades solidarias sin ánimo de lucro.

Zac la agarró del brazo, sonriendo.

Zac: Ventajas de ser la jefa de tu propio negocio, supongo.

Caminando junto a él, se sentía más ligera que el aire. Como si la hubieran arrancado de un largo letargo y finalmente hubiera despertado a la vida. Aquél era el mundo de Zac, su colorido, ruidoso e imperfecto mundo, que tenía mucho más sentido para ella que el suyo propio. Él formaba parte de aquel barrio, de aquella calle flanqueada de árboles y llena de familias y de risas.

Mientras caminaba a su lado, aquel mundo parecía envolverla en un inmenso abrazo. Se oyó a sí misma tararear villancicos con los cantantes callejeros y reír a carcajadas viendo a una familia jugar con un perrillo retozón, con un lazo al cuello. Algo cálido y auténtico no dejaba de bullir en su interior y, al final, después de aquella larga y extraña noche, supo al fin lo que era. Era tan sencillo… Era la felicidad, pura, sin pretensiones y más real que la fresca nieve que crujía bajo sus pies.

Ness: Soy tan feliz como un colegial -dijo con una carcajada, citando las palabras de un cuento que había leído de Dickens-. ¡Tan mareada de felicidad como un borracho!

Zac rio con ella y la acercó hacia sí.

Zac: Es una suerte que huelas mejor…

El dulce anhelo que había sentido por Zac tantos años atrás nunca había llegado a desaparecer. No había hecho más que crecer, alimentado en las oscuras, secretas entretelas de su corazón. Las cosas que verdaderamente importaban habían quedado enterradas bajo la sofocante presión de la ambición y las expectativas, de todo aquello que se había apoderado inadvertidamente de su vida. Pero ahora era libre, y sabía que su rostro resplandecía de gozo cuando lo miraba, porque podía ver esa misma alegría reflejada en sus ojos.

No hablaron durante el corto trayecto hasta la casa de Prospect Park West donde Zac se había criado. Finalmente, una vez frente al edificio, Vanessa no pudo permanecer callada por más tiempo.

Ness: No te imaginas lo nerviosa que estoy.

Zac se volvió para mirarla.

Zac: Y tú no te imaginas el tiempo que lleva mi familia esperando a que traiga a casa al amor de mi vida.

No pudo respirar, ni pensar. Nunca había sentido aquello antes, pero de algún modo reconoció el sentimiento. Era un sueño hecho realidad. Su sueño. El tiempo que se extendía ante ella era suyo. Le correspondía a ella decidir cómo pasarlo. Podía continuar proyectándose hacia delante, impulsada por la ambición, hacia el oscuro destino que había vislumbrado en la mirada desesperada de Amber cuando estuvo a punto de arrojarse por aquel puente. O podía escoger un camino diferente hacia un novedoso e inesperado destino.

Ness: Más o menos el mismo tiempo que yo he estado esperando a conocerlos.

La sonrisa de Zac se tornó repentinamente tímida.

Zac: Antes de entrar, necesito entregarte algo.

Ness: ¿Qué? -frunció el ceño-.

Rebuscó en su bolsillo.

Zac: Quería habértelo dado anoche.

Ness: ¿Entonces por qué no me lo das ahora? -el corazón se le había disparado de emoción-.

En mitad de la acera nevada, clavó una rodilla en tierra y le entregó una cajita.

Zac: Vanessa Hudgens, esto significa para mí más de lo que imaginas.

Los paseantes intentaban ser educados y no quedárselos mirando, pero lo hacían de todas formas, sonrientes. No importaba. Nada más importaba excepto aquel momento, ellos dos, la calidez que flotaba entre ambos.

Las manos le temblaban cuando abrió la caja. Se quedó sin aliento mientras sacaba un llavero con un patín de plata.

Ness: ¿Cómo has conseguido esto?

Zac: No preguntes -le dijo con una sonrisa-. Es magia.

Se lo quedó mirando mientras su corazón se ponía a cantar cada villancico y cada balada de amor que había escuchado en su vida.

Zac: Uno de estos días -le prometió-, te regalaré un anillo, como corresponde -se levantó-. Y tú tendrás que decirme que sí, Vanessa. Porque, bueno… te quiero. Siempre te he querido.

Emocionada, sintió las lágrimas rodando por sus mejillas.

Ness: Lo sé -susurró-. Ya lo sabía, Zac. Te amo. Siempre te amaré.

Cerró los dedos sobre el patín de plata, consciente de que el verdadero regalo era algo que no había esperado y que quizá ni siquiera se merecía: una oportunidad de cambiar de vida.

Enterró la cara en su hombro y aspiró profundo. Todas las preocupaciones del mundo se desvanecieron de golpe. «Lo prometo», pensó. «Prometo que no lo estropearé esta vez».

Permanecieron así durante un buen rato, con la Navidad explotando a su alrededor, hasta que finalmente se apartó para guiarla hacia la casa. Abrió la puerta directamente a una grande, ruidosa, atiborrada cocina que olía a pan recién horneado y vibraba de risas y conversaciones. Todo el mundo se volvió para mirarlos cuando entraron.

Zac: Esta es Vanessa -anunció-. Ya estamos en casa.


FIN




¡Qué cuento Navideño tan bonito! A mí me enamoró y espero que a vosotros también. Una película de esta novela sería preciosa.

Bueno, la Navidad se acabó pero en este blog todavía sigue porque me quedan más novelas navideñas para vosotros. La próxima es muy bonita, espero que os guste.

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