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sábado, 31 de diciembre de 2016

Capítulo 8


Zac: Muchas gracias, amigo -fulminó con la mirada al conductor de la Zamboni-.

Larry: No tienes tiempo de agradecérmelo -señaló con el pulgar el quisco del alquiler de patines. Era un hombre tosco y fornido, de aspecto amable e inquieto, de edad indeterminada. Tenía el pelo muy blanco y los ojos brillantes, con una jovial luz de sabiduría y felicidad-. ¿A qué estás esperando? ¿A recibir una tarjeta formal de invitación?

Zac siguió a Vanessa, que apenas lo miraba mientras se calzaba las botas y se incorporaba luego, impaciente. «De acuerdo», pensó. La fiesta había terminado antes de empezar. La acompañó hasta el coche y le abrió la puerta.

Ness: ¿Quieres explicármelo? -le preguntó mientras se abrochaba el cinturón-.

No. En realidad no.

La miró antes de concentrarse en conducir. Se incorporó a una hilera de taxis, limusinas y coches particulares. Volvió a mirarla.

Vanessa Hudgens. No podía creer que hubiera vuelto a verla después de todo ese tiempo. Jamás se había olvidado de Vanessa. Aquella fresca belleza morena, aquel chispeante sentido del humor, la casi oculta vulnerabilidad que solía distinguir en ella cuando no sabía que la estaba mirando. El paso del tiempo había añadido elegancia y sofisticación a una mujer que había sido elegante y sofisticada desde un principio. Y a pesar de todas las razones que se había dado a sí mismo durante años, seguía queriéndola. Locamente.

Ella era el motivo de que no se hubiera casado y sentado la cabeza. Gracias a Vanessa, nunca sería feliz con ninguna otra mujer. Ella no lo sabía, y él no iba a decírselo. Pese a lo que había hecho, o más bien, lo que no había podido hacer, la última vez que la había visto había tenido consecuencias que nunca habría podido imaginar. Por culpa de la decisión que había tomado en aquel instante, le había entregado su corazón para siempre. Y estaba empezando a pensar que eso tal vez había sido cierto también para Vanessa.

Mientras conducía, podía sentir su mirada clavada en él. Esperando una respuesta.

Zac: No tengo la menor idea de lo que estaba diciendo ese tipo.

Ness: Es muy sencillo. Sabe, porque nos vio, que nos estuvimos citando cada año en Nochebuena…

Zac: ¿Cada año, Vanessa?

Ness: Está bien, tres años. Creamos una pauta. Hasta el conductor de la Zamboni se dio cuenta.

Zac no dijo nada durante unos minutos. En la radio, un cantante convertía El pequeño tamborilero en una intemporal balada de amor.

Zac: De acuerdo -reconoció al fin-. Fui aquella noche.

Vanessa contuvo el aliento.

Ness: No te vi.

Zac: Cambié de idea -imaginó que era demasiado orgullosa para preguntarle por qué, pero la pregunta clamaba a gritos en el silencio-. Ni siquiera pude bajar hasta el nivel de la pista. Acababa de salir del hospital, recuperándome de una operación. Estaba en una silla de ruedas.

Ness: ¿Una silla de ruedas? -se inclinó para mirarle detenidamente las piernas-. ¿Qué te pasó?

Zac: Me destrocé la rodilla y no podía patinar. Estuve meses haciendo rehabilitación, sin saber si llegaría a recuperarme.

Un incrédulo silencio reinó en el coche. No sólo se había destrozado la rodilla. Había destrozado también su paso a la liga profesional, sus planes de futuro y la oportunidad de ofrecerle algo a una chica que ya lo tenía todo. Volvió a verse a sí mismo en la silla de ruedas, apoyado en la barandilla desde la que se dominaba la pista, con la rodilla dolorida, siguiendo sus evoluciones con mirada emocionada. Había intentado imaginarse lo que estaría pensando. Recordaba perfectamente todo lo que había sentido y pensado mientras la veía patinar sola, su esbelta figura moviéndose entre los patinadores. Furia. Dolor. Frustración. Vergüenza. Amor.

Zac: Te estuve observando durante un rato -le confesó-. Llevabas una larga bufanda blanca.

Ness: A ver si lo entiendo bien. ¿Te presentaste después de una operación quirúrgica y luego no te molestaste en hablarme?

Zac: Estábamos empezando una relación. No quería estropearla.

Ness: Bueno, pues lo hiciste.

Zac: No tengo excusa -excepto su estúpido orgullo. El traumático descubrimiento de que todo aquello por lo que tanto se había esforzado había desaparecido-. Ni siquiera sabía lo que iba a decirte. Todavía estaba intentando averiguar lo que quería decirme a mí mismo. Tenía que pensar en lo que iba a hacer durante el resto de mi vida. Estaba bastante preocupado por eso. Me dije que me pondría en contacto contigo después, cuando tuviera la cabeza mejor puesta…

Ness: ¿Tu cabeza? ¿Y la mía qué? Yo estaba enferma de preocupación.

Zac: Me figuré que seguirías adelante con tu vida.

Ness: ¿Cómo pudiste pensar eso? Tú no me conocías. Lo habría entendido -estuvo a punto de admitir que le había destrozado el corazón, pero estaba demasiado furiosa como para dejárselo saber-.

Zac: Entonces dime una cosa, Vanessa, y sé sincera. Imagínate que me hubiera acercado a ti en esa silla de ruedas y te hubiera dicho: «Mira, puede que me quede inválido para toda la vida y no vuelva a caminar nunca, pero… ¿qué te parece si planeamos un futuro juntos?». ¿Cuál habría sido tu reacción? ¿Te habrías quedado junto a mí en la rehabilitación y me habrías ayudado a aprender a caminar otra vez?

Se puso pálida, pero no desvió la mirada.

Ness: Nunca lo sabrás, porque ya tomaste esa decisión por mí.

A eso no pudo replicar nada. Vaciló, y optó por ser sincero a su vez.

Zac: Cometí un gran error aquella noche. No quiero volver a repetirlo.

Ness: Dime una razón por la que debería darte otra oportunidad.

Aparcó frente a la dirección que le había dado. Era un lujoso edificio de los años treinta, con portero de librea y todo. «Esto es una locura», pensó mientras veía a un paseador de perros detrás de toda una manada de animales de raza, caminando por la calle flanqueada de árboles. Debería olvidarse de todo aquel asunto. En lugar de ello, sin embargo, apoyó un brazo en el respaldo del asiento de Vanessa.

Zac: Porque tú nunca has estado enamorada.

Ness: Yo no he dicho eso.

Zac: Claro que lo has dicho.

Ness: ¿Qué va a pasar con nosotros?

Zac: Quizá nada. O quizá todo.

Vio que entreabría ligeramente los labios, y pensó en besarla. No se permitió ceder a la tentación. «Más adelante», se dijo. Definitivamente, más adelante.

Ness: Gracias por el patinaje -murmuró y se lo quedó mirando por unos segundos-. ¿Quieres subir?




¡Dios mío! ¡Esto se pone cada vez más interesante!
A ver qué excusa ponen ahora 😆, porque ya no hay nada que les impida ser felices, ¿no?

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HAPPY NEW YEAR 2017! 🎉🎆


martes, 27 de diciembre de 2016

Capítulo 7


El conductor de la máquina Zamboni llevaba toda la vida trabajando en aquella pista. Mucho más que un simple técnico de mantenimiento, formaba parte fundamental de la operación de limpieza. Y prácticamente era, por derecho propio, una celebridad.

Algunas veces hasta los niños le pedían un autógrafo, que firmaba siempre. Incluso ponía siempre la aburrida Canción Zamboni, que algún listillo invariablemente se ponía a cantar a grito pelado de cuando en cuando.

Cuando su enorme máquina entraba traqueteante en la pista para ejecutar el periódico ritual de limpieza, llamaba tanto la atención como los patinadores aficionados que practicaban sus saltos. La visión del lustrado y cepillado del hielo, con sus imperfecciones desapareciendo casi al instante, resultaba hipnótica. Con perfectos barridos ovales, la máquina pulverizaba la epidermis deteriorada, lavaba los restos y dejaba detrás una brillante e impoluta superficie helada.

Con una velocidad máxima de doce kilómetros por hora, la Zamboni se deslizaba con tanta lentitud que el conductor tenía tiempo de observar al gentío. Eso era lo que lo mantenía en su asiento de vinilo cada invierno, año tras año: la oportunidad de observar a la gente. Tenía todo el tiempo para fijarse en la manera que tenían de mirar el mundo, de chocar contra las paredes o de levantarse después de una caída, de correr y de vivir la vida.

Había visto a todo tipo de gente. La multitud estaba compuesta mayormente de turistas y de clientes ocasionales. Nunca se cansaba de ver a una madre discutiendo con su hija adolescente. Un recién divorciado intentando reunir el coraje para pedirle a una mujer que salieran juntos. O una joven pareja a punto de enamorarse.

Resultaban fascinantes aquellos atisbos de vidas. Algunas desaparecían para siempre, dejando la resolución de sus historias a su activa imaginación. Otras volvían, sus historias se desarrollaban, se oscurecían o, en ocasiones, terminaban bien.

Tenía una regla de oro. No entrometerse nunca. Si estaba allí era para limpiar el hielo, no para mezclarse con las vidas de la gente. Pero a veces sentía la tentación de hacerlo, como en aquel mismo instante.

Imposibles de olvidar eran Zac Efron y la chica a la que amaba, una joven de buena familia llamada Vanessa. Años atrás, Efron había sido una promesa del hockey sobre patines, quizá el mejor patinador que había pisado nunca aquella pista. Su velocidad explosiva y su infalible coordinación habrían constituido una buena apuesta para cualquier equipo. Pero era su amor por el patinaje, aquella rara y genuina sensación del hielo bajo sus patines, lo que había perfeccionado su talento.

Aquella abarrotada meca turística no era su lugar habitual de entrenamiento, desde luego, pero una Nochebuena de mucho tiempo atrás, había aparecido por allí. Y lo mismo la chica llamada Vanessa. Quizá se habían sentido solos aquel día, frustrados tal vez por unas compras de última hora o para matar el tiempo antes de alguna cita, el caso era que ambos habían llegado con escasos minutos de diferencia.

Eso era algo que sucedía todo el tiempo, pero aquellos dos eran algo nunca visto. Desde el primer momento en que aparecieron, prácticamente derritieron el hielo bajo sus pies.

Eran jóvenes, la viva encarnación de la ilusión y la esperanza, y cualquiera que los hubiera visto les habría encontrado algo especial, único.

Cuando acabó la hora de patinaje, cada uno se fue por su lado, por supuesto. Pero al conductor de la Zamboni no le sorprendió verlos volver al año siguiente, también en Nochebuena, y al otro también, con una pasión profundizada de manera perceptible cada vez. Habían cambiado, como era lógico en cualquier joven. Pero había algo en aquella pareja que nunca faltaba. Se habían mirado como si hubieran sido los primeros en descubrir el verdadero significado del amor. Todo había estado allí, en ellos: la belleza de sus rostros, las sonrisas radiantes, las manos entrelazadas.

Pero luego… nada. No era para tanto y tampoco era asunto suyo, pero el caso era que el conductor de la Zamboni se había tomado su desaparición como un fracaso personal. En lo más profundo de su ser, sabía lo que había sucedido, y siempre deseaba creer que se había equivocado, pero no era así. La vida se había interpuesto en el camino de aquellos dos, que habían sido lo suficientemente ingenuos como para permitírselo.

Y sin embargo ahora habían vuelto, y el conductor de la Zamboni estaba anhelante por ver si realmente habían tomado conciencia de lo que él ya sabía: que se pertenecían el uno al otro, no sólo una vez al año, sino siempre. Una vez acabada la ronda, aparcó la máquina y se dirigió a la cafetería, que consistía en unas pocas mesas y bancos, sobre un gran suelo de goma. Ante una mesa de chapa, estaban sentados el uno frente al otro, bebiendo chocolate caliente en vasos de cartón, contemplando ansiosos lo que los años le habían hecho a cada uno.

**: Vaya, si son los tortolitos… ¿Cómo marcha lo vuestro?

Vanessa lo fulminó con la mirada.

Ness: ¿Le importa a usted acaso?

**: Para nada -sentándose a su mesa, se desabrochó los primeros botones del mono y se aflojó la bufanda roja-.

El nombre Larry figuraba cosido en el bolsillo de la camisa.

Vanessa se quedó primero sin aliento, y luego frunció el ceño. Preguntándose seguramente si no sería el mismo Larry cantante de villancicos, un punto sobre el cual él no deseaba en absoluto iluminarla.

Larry: ¿No me recordáis, verdad?

Zac: Es usted el conductor de la Zamboni.

Ness: La pregunta es: ¿por qué se comporta usted como si se acordara de nosotros?

Larry: Porque me acuerdo.

Ella soltó una nerviosa carcajada. Era todavía más bella que varios años antes, más sofisticada, más segura de sí misma. Y sin embargo tenía un no-sé-qué de frágil, de nostálgico.

Ness: Ya.

Larry: Durante tres años seguidos os vi citándoos aquí como si hubierais inventado el amor a primera vista, y luego el cuarto…

Ness: Él no se presentó.

Y Larry detectó el súbito aguijonazo del dolor en su voz. Entonces se mostró un tanto insegura, intranquila, arrepentida probablemente de haber sido tan sincera.

Era consciente de que ejercía ese efecto sobre la gente. No le sorprendió pues que dejara su chocolate caliente para salir hacia el quiosco del alquiler de patines.

Larry: ¡Claro que se presentó! -gritó-.

Vanessa se quedó paralizada como una escultura de hielo, y se giró lentamente para mirarlo.

Larry hizo un guiño a Zac, que a su vez le lanzó una mirada de furia.

Larry: Supongo que tienes algo que explicarle.




Corto, pero intenso... ¡Zac se presentó!
¡Nos debe una explicación a todos!

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¡Besis!


domingo, 25 de diciembre de 2016

Capítulo 6


Zac: Bien. Necesito dejar todo esto -cargando con la tabla con la pinza y un bolso plano, de cremallera, la guió por el abarrotado laberinto de pasillos-.

El frío del aire, la música con eco y la inesperada expectación que estaba sintiendo le evocaron a Vanessa recuerdos de su primer encuentro con él. Cada detalle permanecía vivo en su corazón, y eso era algo que nadie sabía. Guardaba celosamente sus más preciados secretos, como un delicioso sueño susceptible de echarse a perder en caso de ser contado. Ni siquiera la dolorosa conclusión de su relación con Zac Efron lograba atenuar la intensidad de aquellos recuerdos. Más bien los volvía frágiles y delicados, envueltos por las agridulces sombras de lo que podría haber sido y no fue.

Vanessa nunca había sido una chica tímida. La primera vez que vio a Zac aquella fatídica Nochebuena, no había dudado en hacerle patente su interés. Su educación privilegiada le había proporcionado una gran confianza en sí misma y la convicción de que nadie la rechazaría. A sus dieciocho años, lo había abordado en aquel entonces sin ningún temor:

«Ness: Hola. Me llamo Vanessa. Te he estado viendo patinar.

La pícara sonrisa que le lanzó la dejó sin aliento, asegurándole al mismo tiempo que tampoco él era ningún tímido.

Zac: Zac. Yo también te he estado mirando.»

No fue exactamente una cita, sino un encuentro parecido a una reacción química: breve e inesperado, y que los cambiaría para siempre. Al final de la velada cada uno había seguido su camino, él a la celebración familiar seguida de la misa del Gallo, y ella a la fiesta acontecimiento de sus padres. El día siguiente al de Navidad, Zac se había marchado a Indiana a continuar con la temporada de hockey y ella había ido a esquiar a St. Moritz. No había dejado de pensar en él durante el resto de las fiestas de aquel año, arrepentida de no haberle dado su número de teléfono, o al menos su apellido para que pudiera localizarla.

De regreso a la realidad, lo siguió hasta la recepción, donde entregó el dinero recaudado en la campaña.

Zac: Ojalá hubiera sido más -le comentó mientras se marchaban-. Cada niño debería amar el hockey como yo. A mí me ahorró muchísimos problemas -le ofreció su brazo-. Vamos a ponernos unos patines.

Ness: ¿No se supone que deberías andar persiguiendo delincuentes? -inquirió, reacia-.

Zac: Estoy fuera de servicio. Vamos, Vanessa. Por los viejos tiempos -continuó andando, tirando de ella por el pasillo que llevaba a la pista de hielo-.

Ness: ¿Por qué habría yo de recordar los viejos tiempos?

Dejó de caminar, pero la sostuvo firmemente del brazo mientras se volvía hacia ella.

Zac: Porque fueron muy buenos -le dijo con tono suave-. La mayoría.

Antes de que ella pudiera replicar algo, echó a andar de nuevo hacia el quiosco de alquiler de patines.

Ness: Está abarrotado -observó-. Es imposible patinar en Nochebuena.

Zac: Los polis pueden.

Ness: No he patinado desde… ya sabes.

Zac: Tienes que estar bromeando. ¿Tuviste alguna lesión grave?

Casi se rio de su suposición.

Ness: No, tuve una vida… Una carrera. ¿Quién tiene tiempo para patinar?

Zac: No me digas que trabajas constantemente y que no te diviertes nunca.

Ness: El trabajo es mi diversión. Pero patinar no es algo que haga normalmente.

Zac: Mayor razón para hacerlo ahora. Es como montar en bici. Nunca te olvidas.

Vanessa entrecerró los ojos y buscó refugio en una mentira.

Ness: Soy muy buena olvidando cosas.

Inesperadamente, le tomó la mano enguantada y se la apretó.

Zac: Y yo soy muy bueno haciéndole recordar a la gente cosas.

A pesar de sus contradictorias reacciones, Vanessa se sorprendió a sí misma atándose los cordones de unos viejos patines de alquiler. Le resultó extraño caminar tambaleándose por el pasillo de goma que llevaba a la pista, agarrándose a Zac para sujetarse. No era así como había planeado pasar aquella tarde. Había pretendido visitar Bergdorfs o Saks para comprarle a Drake otro suéter de diseñador. Pero, en lugar de ello, el destino la había puesto en el camino de un elfo cantante y de un antiguo amor, regalándole además un respiro de la vida demasiado real que llevaba cotidianamente.

Cuando Zac la llevó a la pista, la realidad se desmoronó. La música de lata, resonando desde los altavoces montados en los focos, debió de haberla disgustado, y sin embargo la llenó de nostalgia. El enorme árbol de Navidad, cargado de miles de luces parpadeantes, adquiría una difusa y mágica belleza bajo los copos de nieve. Incluso el Prometeo bañado en oro, o la interminable sucesión de banderas internacionales que rodeaban el edificio, se le antojaron tan entrañables como un diminuto paisaje nevado encerrado en una bola de cristal.

Tras hacerle un gesto al auxiliar, Zac salió por la puerta y se hizo a un lado para empujarla suavemente hacia la blanca planicie de hielo, arañada por miles de patines cada hora. Vanessa se impulsó y las piernas se le doblaron inmediatamente, con las cuchillas desviándose en diferentes direcciones, hasta que las rodillas empezaron a dolerle. Pero la determinación le hizo sacar la fuerza necesaria para controlar bien los pies y, al momento siguiente, estaba patinando.

Zac: Lo estás haciendo muy bien -le dijo lanzándole aquella sonrisa que tan bien recordaba-.

Se tambaleó pero volvió a recuperar el equilibrio y, a pesar de todo, del día horrible que había tenido, de la estresante noche que se avecinaba… se sorprendió a sí misma devolviéndole la sonrisa. Con exagerada galantería, Zac le ofreció su mano y ella recordó algo que había aprendido la primera noche que lo conoció: que le resultaba imposible patinar y no sonreír.

Agarrada a su mano empezó a correr por el hielo, sintiendo el viento en el pelo y la nieve en la cara. Zac patinaba con la misma potencia y elegancia que recordaba. Se proyectaba sin esfuerzo entre la multitud, a tal velocidad que Vanessa se sintió como si estuviera volando.

Sólo por unos breves instantes, llegó a saborear la clase de alegría que antaño tanto había abundado en su vida. ¿Adonde había ido a parar aquella alegría, aquel gozo? Como un huésped sin invitación que se hubiera marchado antes de que lo echaran, se había escabullido sigilosamente sin que ella se diera cuenta. Pero ahora la esperanza y el entusiasmo habían vuelto, y ella se negaba a analizar las razones de aquel cambio. «Euforia post-Drake», se dijo.

Sin embargo, una voz interior le susurró que su ex no tenía nada que ver con lo que estaba sintiendo en aquellos momentos.

Estaba patinando por el hielo con un hombre al que nunca había esperado volver a ver. Estaba incluso tarareando la música navideña. La multitud les abría paso, y algunos se quedaban mirando, a Zac, claro, que no a ella. Él era el profesional, al fin y al cabo. Juntos probablemente parecerían un Porsche remolcando a un Volkswagen.

Zac adaptaba su paso al suyo, utilizando solamente un mínimo de la velocidad y la potencia que le habían hecho ganar becas y ofertas de la liga nacional de hockey. Ni siquiera parecía mirar por dónde iba, tal era su seguridad. La estaba mirando a ella.

Y Vanessa no podía sino mirarlo a su vez. Tenía un rostro lleno de carácter, en contraste con el convencional y frívolo aspecto de los modelos masculinos y demás famosos de su mundo. Eso era lo que más la había atraído de él desde un principio: lo muy diferente que era de los chicos que conocía. En el instituto y durante los primeros meses de la universidad, había salido con jóvenes rubios y esbeltos de actitud displicente y numerales romanos detrás de sus nombres. Al contrario que aquellos insolentes niños mimados, Zac Efron tenía una inagotable ansia de vida, un espíritu ferozmente competitivo y algo que nadie más le había dado, un genuino interés por la propia Vanessa, por sus esperanzas y sueños, que no por sus contactos sociales o por su cuenta bancaria.

Mientras patinaban, los bordes de la pista se prolongaban en franjas de luz y de color, y las surrealistas y fugitivas imágenes le hicieron revivir todas las sensaciones que había experimentado años atrás. Se había sentido aturdida, mareada por una sensación de promesa. Aunque su primer encuentro no había podido ser más casual y cada uno había seguido su propio camino, una parte de ella siempre había creído que aquello había sido el comienzo de algo especial. ¿Cómo habría podido no serlo, cuando él la había mirado con aquella magia en los ojos?

Y, sin embargo, las sólidas barreras que se interponían entre ellos habían permanecido firmemente en su lugar.

«Zac: Deberíamos salir juntos -le había dicho-.

Ness: ¿Cómo? -había preguntado-. ¿Por teléfono? ¿Email? No, gracias.

La había besado sólo una vez aquella noche. Pero, en comparación, aquel beso había hecho palidecer todos los demás que había recibido en su vida. Luego, medio en broma, le había preguntado:

Ness: ¿El año que viene en el mismo lugar y a la misma hora?

A pesar de la futilidad de la idea de un romance entre ellos, ambos habían cumplido su promesa. Vanessa se había escabullido del Acontecimiento Hudgens del año siguiente, y Zac de la misa del Gallo. Se habían visto mientras patinaban en el hielo, para reunirse en el centro de la pista. Bien conscientes los dos de que la chispa que inicialmente había ardido entre ellos no se había apagado.

Zac: ¿De modo que vamos a empezar una aventura tipo Romeo y Julieta, eh? -le había dicho-.

Y cuando se había reído y la había besado de nuevo, Vanessa había sentido la firme e inequívoca convicción de que la atracción que los unía era algo especial, que no podía descartarse fácilmente.»

Sin embargo ella debía marcharse a St. Kitts al día siguiente, y él tenía que volver al hockey, con lo cual todo aquello era completamente imposible. Incluso habían bromeado sobre la manera en que el mundo conspiraba para separarlos.

Se habían permitido una fugaz fantasía. Ella se trasladaría a la Universidad de Notre Dame, viviría en un colegio mayor femenino con las compañeras de su fraternidad estudiantil. Y sin embargo, sus vidas se habían vuelto a cruzar por tercera vez, a la siguiente Nochebuena. Vanessa todavía recordaba su aspecto cuando se lo encontró esperándola con aquel frío. La nariz y las orejas coloradas, y los ojos brillantes del placer de verla. Esa vez no hubo pretensión de sorpresa ni la tímida declaración de «pasaba casualmente por aquí». Cada uno admitió que había ido a buscar al otro, que aquel último año se les había hecho interminable y la urgencia de rastrear el paradero del otro casi irresistible. Pero no habían querido estropear la magia de cada Nochebuena. Encontrarse antes habría sido como recibir un regalo antes de tiempo. Eran jóvenes. Era un juego. Pero ambos sabían que se estaba convirtiendo en algo más.

Naturalmente, habían tratado de la posibilidad de quedar durante el resto del año… pero nunca habían llegado a hacerlo. Aquellos encuentros tenían una magia especial que a ellos mismos se les escapaba. Tenían miedo de echarla a perder. Hasta aquel tercer año, cuando Zac le soltó la noticia, iba a convertirse en jugador profesional. Tenía un agente propio, le había dicho con tono maravillado, eufórico. Los Rangers de Nueva York lo pretendían; le ofrecían la oportunidad de su vida, un sueño hecho realidad. Por el bien de sus padres, continuaría en la universidad y se licenciaría, ya que ningún Efron había logrado nunca un título universitario, y querían que él fuera el primero. La espera sería horrible, pero se lo debía.

Aquella noche le había hecho un regalo: un llavero de plata con un patín de hielo. Vanessa, acostumbrada a recibir joyas de Tiffany y Harry Winston de otros chicos, se había echado a llorar. En la tienda de regalos, le había comprado una bola de cristal con una diminuta pareja patinando del brazo, diciéndole que pensara en ella cada vez que la mirara.

Había llegado a obsesionarse con Zac. Su nuevo estatus de joven estrella del deporte lo había cambiado todo. Se estaba convirtiendo en alguien que, a buen seguro, sus padres adorarían. Sería el próximo Wayne Gretzky. Había soñado, fantaseado con él. Tendrían un apartamento en la ciudad y una residencia de verano en Long Island, quizá incluso con pista de hielo propia.

Para cuando se acercaba la cuarta Nochebuena, ya estaba convencida. Sólo tres citas y ya sabía que se estaba enamorando de él. No le importó que fuera un italo-americano de clase trabajadora que tuviera que trabajar los veranos en los servicios sanitarios para ganarse algún dinero. No le importó tampoco que sus padres la obligaran inmediatamente a hacer terapia, para intentar convencerla de que se engañaba a sí misma. Se estaba enamorando de Zac Efron. Nunca antes había estado enamorada. Aquel cuarto año, se presentó temprano en la pista de hielo.

Incluso en ese momento, después de tantos años, enrojeció de vergüenza cuando recordó todo el tiempo que había pasado esperándolo. Las veces que había pagado por patinar, la cantidad de vueltas que había dado a la pista, el frío que había pasado de tanto esperarlo. Cuando ya ni siquiera sentía los dedos de los pies, se quitó los patines, salió a la calle y paró un taxi. En la fiesta anual de sus padres, bebió demasiado champán y bailó con demasiados hombres que no le importaban. Al día siguiente, partió de vacaciones con la familia.

A su regreso, llamó a su asesor universitario para aceptar las prácticas en Europa que le habían ofrecido. Aturdida de desilusión, fue a Londres a trabajar para una prestigiosa revista y embarcarse en una fabulosa vida que al final no resultó tal. Durante todo aquel año se convirtió en una fanática de las páginas deportivas de la prensa, siempre a la busca de noticias de la liga de hockey. En las informaciones sobre jóvenes jugadores no encontró nada sobre Zac Efron, sólo que se había graduado con nota en Notre Dame. Se negó a continuar obsesionándose con él, aunque le picaba la curiosidad. ¿Qué había pasado con sus sueños, con sus grandes planes de convertirse en una estrella sobre hielo?

Pero… ¿qué importaba que sus planes no la hubieran incluido a ella? Al final se había obligado a dejar de preguntarse por él. A dejar de quererlo.

El sonido de una campana la sobresaltó, devolviéndola a la realidad. Al parecer era la señal para que los patinadores abandonaran la pista para su limpieza. La maciza máquina Zamboni salió de un túnel y se deslizó suavemente por la pista para retirar metódicamente el hielo arrancado por las cuchillas de los patines. Encaramado en su asiento, el chófer lucía una larga bufanda de color rojo brillante que le caía sobre la espalda.

Vanessa se quedó mirándolo atónita.

Zac: ¿Qué pasa?

Ness: Me está acosando un elfo.

Zac: Vamos -riendo, la tomó de la mano-. Te invito a un chocolate caliente.

Era un horrible chocolate de máquina, pero su aguado y sencillo dulzor le encantó.

Ness: Así que te convertiste en policía. ¿Cómo fue eso?

Zac: Era mi plan B, en caso de que lo del hockey no funcionara.

Ness: Deduzco que no funcionó.

Zac bebió un trago de su vaso de cartón. Vanessa esperó en vano a que hiciera algún comentario. Fue él quien le preguntó a su vez:

Zac: ¿Qué me dices de ti? Imaginaba que te convertirías en una periodista de primera fila. ¿No estudiaste periodismo en la universidad?

Tuvo una fugaz evocación de su idealismo. Mientras estudiaba la carrera, había querido marcar diferencias en las vidas de la gente, investigar a fondo y presentar a la sociedad un espejo donde pudiera mirarse. En lugar de ello, organizaba fiestas y lanzaba al mercado productos de lujo. Convencía a mujeres cuyo presupuesto no les llegaba ni para un billete de metro de que no podían pasar sin cierta marca de lápiz de labios que valía diecisiete dólares. Como redactora de conferencias de prensa, practicaba una extraña e híbrida forma de periodismo y publicidad.

La pregunta de Zac seguía flotando en el aire. Vanessa bebió un sorbo de chocolate.

Ness: Me convertí en publicista, ¿vale? Quizá no sea un oficio tan útil como el tuyo, pero me da de comer. Mira, Zac, me has pillado en un mal día.

Zac: Entonces dime cómo es un buen día tuyo.

Ness: Cuando mis clientes están contentos y mi empresa les factura por horas bien empleadas, yo me divierto en mi trabajo -le dijo, sintiéndose un poco a la defensiva-. No es ningún crimen. Trabajar en mi campo es como salir a galas y a fiestas. La gente me paga para que asista a actos frecuentados por famosos. ¿Qué hay de malo en ello?

Zac: A mí no me suena nada mal. A no ser que lo de asistir a galas y a fiestas lo vivas como un trabajo.

«Tocada», pensó Vanessa. Bajó la mirada a la mesa, intentando reprimirse de preguntarle lo que tenía tantas ganas de saber. Pero no podía soportar ni un momento más, no podía guardarse la amarga acusación que se le había atascado en la garganta desde el primer instante en que lo vio.

Ness: No te presentaste aquella noche.

Ni siquiera tuvo que preguntarle a qué se refería.

Zac: Pero ahora estoy aquí.




Qué mono Zac ^_^
Pero tiene varias cosas que explicar...

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MERRY CHRISTMAS!🎄🎅

jueves, 22 de diciembre de 2016

Capítulo 5


Vanessa comenzó a dudar de su ingenuo optimismo poco después, cuando se hallaba en la acera a punto de convertirse en un gigantesco polo de hielo mientras intentaba parar un taxi. Estaba hablando por el móvil, en sus intentos por conseguir alguien que pudiera sustituir a Amber. A Axel le gustaban las supermodelos pero, hasta el momento, todas las que conocía estaban ocupadas aquella noche. «Quizá se traiga la suya», pensó mientras tecleaba otro número.

Los cantantes callejeros de villancicos habían migrado al otro lado de la calle, aunque todavía podía escuchar los felices acordes de Alegría para el mundo por encima del fragor del tráfico y de las distantes campanadas de una vieja iglesia. Larry el elfo era un mentiroso. Le había prometido magia y milagros, pero las cosas habían ido de mal en peor. Y en medio de todo había aparecido Zac Efron, despertándole sentimientos que le había costado años enterrar.

El número al que estaba llamando estaba ocupado. Exasperada, contempló la avenida. A través de la densa cortina de nieve, no se distinguía un solo taxi libre. «Las Navidades son para los tortolitos», pensó mientras miraba ceñuda a una joven pareja de aspecto risueño que caminaba del brazo, viendo escaparates. La Navidad no era más que una excusa para que la gente trabajara menos y comiera más. ¿Y quién necesitaba eso?

Descubriendo de pronto un taxi a media manzana, se dedicó a hacerle señas desesperadamente. Suspiró aliviada al ver que se detenía. Ya había abierto la puerta cuando, como surgidos de la nada, una mujer y un niño con muletas aparecieron a su lado. Un impulso inconsciente fue el culpable de que estuviera a punto de ignorarlos y subir al taxi. Pero en el último segundo se arrepintió.

El niño la miró. Su dulce rostro redondeado se iluminó con una sonrisa antes de meterse con las muletas en el vehículo.

**: Gracias -le dijo la madre, una mujer de cara cansada y vestida con un sencillo abrigo de tela-.

Llevaba uno de aquellos humillantes bolsos de plástico que determinados comerciantes imponían a sus empleadas para poder identificar los robos.

En un impulso, Vanessa entregó al taxista un billete para pagarles la carrera.

**: Gracias -le dijo la mujer-. Feliz Navidad y que Dios la bendiga.

Vanessa asintió con la cabeza y barrió la calle en busca de otro taxi. No había ninguno a la vista. Se vio a sí misma allí de pie, congelándose, mientras el resto del mundo se apresuraba a volver a sus casas, con sus familias, al calor de un buen fuego. ¿Quién la echaría de menos?, se preguntó, triste. ¿Quién se daría cuenta de que ya no estaba con ellos, de que se había convertido en una estatua de hielo?

Irritada, intentó contactar por teléfono con Nora. Nora era la principal agente de modelos de la ciudad, pero no estaba, tenía el buzón de voz conectado. ¿Qué le pasaba a todo el mundo? Era como si de pronto hubieran decretado unas vacaciones nacionales.

Un sedán negro se detuvo entonces junto a la acera, al tiempo que bajaba lentamente el cristal tintado de la ventanilla.

Zac: ¿Te llevo a algún lado?

Su corazón volvió a hacerlo, se le aceleró de excitación, pese a que se había ordenado dominarse.

Ness: Gracias -dijo, apresurándose a subir-.

El coche olía a ambientador de colonia infantil. Sobre el panel de control había una serie de aparatos electrónicos que no logró identificar.

Experimentó una extraña sensación de intimidad viajando a su lado, como si estuviera asomándose a su vida privada. Llevaba una tarjeta de identidad y varios permisos y licencias sobre la guantera. Y también un par de papeles pegados a manera de recordatorio: Comprar jamón. Comprar cinta adhesiva.

Se metió en el atasco de tráfico. Los limpiaparabrisas desmenuzaban los gruesos y blandos copos. La nieve convertía la bulliciosa ciudad en un centelleante mundo de luces y colores. Zac la miró. Vanessa se sintió como si hubiera dejado de verlo apenas el día anterior. Ningún hombre la había mirado nunca como él, con tanto interés, cariño y franco deseo.

Zac: ¿Y bien? ¿Adónde?

Ness: Adivinaste bien cuando te dirigiste hacia el norte.

Zac: Upper East Side.

Ness: Eso es.

Zac: No fuiste a caer muy lejos del árbol, ¿eh, Vanessa?

El comentario fue amable pero también algo mordaz, como destinado a marcar las distancias entre ellos. En realidad nunca habían tenido ninguna oportunidad, por culpa de sus ambientes tan distintos. A la gente le gustaba decir que esas cosas no importaban en el mundo de hoy, pero lo cierto era que importaban. Absolutamente. Sobre todo a Vanessa, para quien la aprobación de sus padres lo significaba todo. Y para Zac, cuyo sentido de lealtad a su familia se imponía a todo lo demás.

Se sintió inexplicablemente a la defensiva, como si fuera culpa suya que hubiera nacido en el refinado mundo de las familias ricas. Sus padres tenían un apartamento con vistas al parque y una residencia de verano en Sound in the Hamptons. La habían enviado a Marymount y a Bennington, y ahora vivía en un edificio histórico perfecta y elegantemente reformado. Llevaba, desde todos los puntos de vista, una existencia admirable. Sobre el papel, todo parecía ir de perlas. Pero lo cierto era que rara vez tenía tiempo para sentarse a pensar en las cosas que echaba de menos en su vida.

Ness: ¿Y tú? -le preguntó, algo molesta-.

Zac: Yo tampoco caí muy lejos de mi árbol. Vivo en Park Slope.

No sabía gran cosa de aquel barrio, excepto que estaba en Brooklyn. Y tampoco sabía gran cosa sobre Brooklyn, excepto que era el final de línea del destartalado tren F que ella nunca tomaba.

Condujo durante varias manzanas en silencio, y Vanessa pensó en lo muy extraño que era volver a estar con él después de tanto tiempo. Su móvil sonó en ese momento y se apresuró a contestar. Pero sólo era Miley diciéndole que todavía seguían buscando una pareja atractiva para Axel.

Como si hubiera sentido su mirada, se volvió hacia ella y la miró.

Zac: Me alegro de volver a verte, Vanessa. Estás estupenda.

Ness: Gracias. Tú también.

Se le daban muy bien las conversaciones intrascendentes, de compromiso. Era su especialidad, tenía todo un arsenal de recursos y temas de conversación. Pero sabía que sus comentarios ingeniosos no funcionarían con él. Zac no esperaba que lo impresionara, o que lo entretuviera. Tal y como había ocurrido siete años atrás, sólo quería conocerla, saber de su vida.

Y lo que Vanessa más temía era que pudiera ver en ella, a simple vista, todo lo que había que saber. Como si no hubiera nada bajo la superficie, carente por completo de sustancia.

Decenas de preguntas sin respuesta parecían flotar en el aire. Zac se inclinó para encender la radio, y los acordes de una canción navideña relajaron el ambiente. Se puso a tararear por lo bajo.

Zac: Lo de antes iba en serio, lamento de verdad lo de tu amiga.

Vanessa tuvo que pensar por un momento en la amiga a la que se refería.

Ness: Oh, Amber. No sé qué decir. Es algo embarazoso.

Zac: Por desgracia, una de las cosas que he aprendido en mi trabajo es que la gente se ve traicionada todo el tiempo por aquellos en quienes más confían.

Ness: Es una reflexión muy adecuada para un día como éste -comentó, irónica-.

Se dedicó a mirar por la ventanilla. Multitudes de peatones caminando apresurados bajo la nieve, desfilando frente a los escaparates bien iluminados. Luces de colores en casi cada árbol de la calle.

Las preguntas sin respuesta volvieron a asaltarla. «¿Dónde te metiste aquella noche? ¿Por qué no cumpliste tu promesa? ¿Cómo es que no nos enamoramos y vivimos para siempre felices?».

Zac: ¿Quién es Drake? -le preguntó de pronto-.

Vanessa había tenido la esperanza de que no le preguntara por su ex, pero no tuvo suerte. Supuso que debía de haber desarrollado instinto de sabueso en la policía.

Ness: Un tipo con el que estaba saliendo -minimizó el asunto, por supuesto-.

Supuestamente Drake habría debido ser el único. Sus credenciales eran perfectas. Procedía de la familia adecuada, había recibido la educación adecuada, vivían en el barrio adecuado. Sus padres lo adoraban. Vanessa casi se había convencido a sí misma de que sería su primer marido.

Pero en realidad era una pesadilla para cualquier soltera. Un tipo egoísta, irresponsable y a veces incluso leve y sutilmente cruel.

Zac: ¿Estabais saliendo? -pronunció mientras conducía con infinita paciencia por el denso tráfico-.

Ness: Sí. Me dejó hoy mismo, justo antes de comer.

Zac: ¿De veras? Un duro golpe.

Ness: Por una modelo de sujetadores.

Zac: Eso todavía es más duro.

Ness: Ya. Me encargué de anunciarlo a todo el mundo en la Quinta Avenida.

Le explicó lo de la llamada de teléfono y los cantantes callejeros de villancicos, y luego se volvió en el asiento para mirarlo. Tenía un rostro magnífico, se salvaba de ser demasiado guapo por la nariz ligeramente partida, como consecuencia de una antigua lesión de hockey. Su boca era de las que atraían inevitablemente las miradas, como una sabrosa trufa de chocolate.

Ness: Será mejor que no te rías… -le advirtió-.

Zac: Jamás haría algo así. ¿Por qué habría de reírme de algo que te ha hecho daño?

Vanessa miró de nuevo al frente para concentrarse en contar los adornos de hojas de acebo que decoraban los postes de los semáforos. Pensó que aquélla era una particular habilidad de Zac, decir algo dulce y sincero en el momento oportuno.

Zac: ¿Entonces… lo amabas?

Ness: Nunca he estado enamorada -le espetó, aunque en seguida disimuló su sinceridad con una carcajada-. Mira, estoy perfectamente. Drake no era tan… especial. Supongo que intenté hacérselo ver, pero lo nuestro simplemente no funcionó.

Detestó la imagen que estaba proyectando, su propio tono superficial. Vacío. Sin corazón.

Sinceramente, ¿qué pensaría él? Abandonada por su novio en Nochebuena, robada por su mejor amiga… y allí estaba, comportándose corno si le hubiera fallado la cita con la peluquería. El hecho era que había forrado sus sentimientos con capas tan densas de aislante que ya nada podía atravesarlas y llegar hasta ellos. No el dolor, desde luego. Pero tampoco la alegría.

Zac: No tienes por qué minimizar esto, Vanessa. Tienes derecho a sentirte fatal, aunque sea por un rato.

Ness: Eso sería un completo desperdicio de energía, porque tampoco iba a conseguir arreglar nada.

Zac: ¿Tienes mucha prisa?

Vanessa miró su carísimo reloj, regalo de agradecimiento de uno de sus clientes, y luego su móvil, que seguía callado. Estaba ante un dilema. Podía pasar la tarde preocupándose por El Acontecimiento Hudgens. O podía renunciar por una vez al control que ejercía sobre su vida. Sintió una chispa de… algo. ¿Esperanza?

Ness: En realidad, ninguna. Todo está bajo control esta noche. Gracias a Drake, no tengo ningún regalo de última hora que comprar. ¿Por qué lo preguntas?

Za: Necesito hacer una parada -aparcó en un espacio restringido para coches oficiales y bajó para abrirle la puerta-.

Le sostuvo la puerta mientras salía, entrecerrando los ojos bajo la ventisca de nieve. La gigantesca y algo chabacana estatua de Prometeo, resplandeciente bajo los focos y como ahogada en el estruendo de los villancicos, presidía la entrada del Rockefeller Center.

Ness: ¿Qué es esto? -inquirió con una carcajada que sonó falsa incluso a sus propios oídos-. ¿Una excursión al país de los recuerdos?

Zac: ¿Tienes algún problema?

Vanessa se obligó a mirarlo directamente a los ojos.

Ness: No, si no lo tienes tú.




¡Qué bonito, el lugar donde se conocieron!
Aunque lo mismo para Ness no es muy bonito...

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martes, 20 de diciembre de 2016

Capítulo 4


Ash: Estás de suerte -dijo señalando a Zac-. Tenemos a un profesional aquí mismo.

Ness: O ha sido el elfo o el mendigo -comentó de pronto levantándose de golpe de su asiento-.

Miley: ¿Has estado con un elfo y un mendigo? Cariño, creo que necesitas descansar un poco.

Ness: Se me cayó el bolso delante de él y debió de haber aprovechado para robarme la cartera -se dirigía ya hacia la puerta-.

Una mano en el hombro la detuvo:

Zac: No tengas tanta prisa -le susurró-.

Su voz seguía teniendo la capacidad de debilitarle las rodillas.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Zac: La tiene tu amiga -señaló con la cabeza en dirección a Amber-.

Ness: ¿Amber? -confusa, se volvió hacia la mesa-.

El rostro de Amber se endureció. De repente fue como si se hubiera convertido en una desconocida, y no en la hermana que había sido para ella.

Amber: No sé de qué estáis hablando -se defendió-.

Zac: De la cartera que tienes en la mano.

Ash: Tiene que sea una broma… -retiró el chal de lana que tenía Amber sobre su regazo, y que le escondía las manos… y allí estaba la cartera roja de Vanessa-.

Miley: ¿Qué es esto? ¿Una broma?

Ash: Diablos… -musitó entre dientes-.

Amber: Sólo estaba bromeando… -dijo con su voz una octava más alta de lo normal, por los nervios-.

Vanessa se sintió como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago. ¿Aquella era Amber, la chica a la que había rescatado de su oscuro pasado como vendedora de bocadillos? Amber, la mejor amiga que había tenido nunca.

Ness: ¿Cómo has podido…?

Amber: ¿Cómo he podido qué? -se levantó-. ¿Llevar tu estúpida ropa y asistir a tus estúpidas fiestas en lugares que nunca puedo permitirme? ¿Besar a tus estúpidos clientes?

Ness: Yo creía que éramos amigas… -murmuró Vanessa, pasando del aturdimiento a la perplejidad-.

Amber: Que me regales un par de zapatos caros y un móvil no me convierte en tu amiga. ¿Quién te metió en la cabeza que éramos amigas? Con el salario que me das, apenas me llega para pagar el alquiler de mi miserable apartamento del centro. ¿Por qué debería estarte agradecida? ¡Ja! Para lo que me das, mejor me tiro de cabeza al East River.

Miley: Bueno, así te ahorrarías al alquiler… -señaló-.

Amber: Cállate. Tú sólo aspiras a casarte con alguien importante, y Ashley se esnifa todo lo que gana -conforme alzaba la voz, su dulce acento de sur se iba tornando cada vez más gangoso y estridente. Se volvió de nuevo hacia Vanessa-. Estas de aquí solamente están contigo porque creciste en el Upper East Side y porque tienes contactos. No te equivoques pensando que les caes bien. Te utilizan de la misma manera en que me habéis estado utilizando a mí.

Ash: No la escuches, Vanessa -le pidió-.

Miley: Obviamente está loca.

Amber: No, lo que pasa es que ya me he hartado -le espetó-. ¿Crees que todo esto ha sido fácil para mí?

Ness: Pues sí -respondió pensando en la excursión de tiendas del día anterior-.

Amber: No me extraña -replicó echándose el chal sobre los hombros con gesto teatral-. Ojalá me hubiera muerto.

Miley: Ten cuidado con lo que deseas -pero Amber ya se marchaba, dejando atrás un paisaje lleno de dolor y confusión-. Mejor será que se vuelva a su pueblo… -maldijo-.

Ness: No sé qué mosca la ha picado -murmuró-. Le dije que le daría el adelanto mañana.

«Pero ella quería volar a su casa esta noche», se recordó.

Zac seguía de pie a su lado, con expresión impasible.

Ash: Olvídala. Olvida lo que ha dicho -le dijo mientras le entregaba la cartera-. Esa chica no tenía ninguna clase.

Vanessa se obligó a permanecer tranquila mientras sacaba un billete grande de la cartera y se lo ofrecía a Zac.

Ness: Para tu buena causa. Y gracias por… devolverme la cartera.

Zac recogió las donaciones mientras la canción de Marley seguía gimiendo por los altavoces. Vanessa se sintió marchitarse por dentro. ¿Cómo había podido dar su vida un giro tan radical? ¿Cómo era que había terminado reencontrándose con el novio que la había plantado siete años atrás, para a continuación descubrir que le había robado su mejor amiga? Definitivamente aquella noche era su triángulo de las Bermudas personal.

Amber era una mala persona. Desleal. Y sin embargo, su parrafada se había aferrado a su cerebro como una persistente resaca. Para horror de Vanessa, aquellas palabras contenían un timbre de verdad. ¿Eran Miley y Ashley realmente sus amigas, o sólo lo simulaban porque la necesitaban a ella para triunfar? Le tembló la mano mientras volvía a guardarse la cartera.

Zac: Lamento lo de tu amiga -le dijo con verdadera compasión. Aquellos ojos azules, tan sinceros, atravesaron de golpe todas las sólidas barreras que había levantado en torno a su corazón-. De veras que lo siento. La vi sacarte la cartera del bolso cuando estaba al otro lado de la sala.

Así que él la había visto primero. La había estado observando.

Ness: Hum, gracias de nuevo -murmuró-.

De repente contempló con verdadero terror la perspectiva de que se marchara. Pero lo haría, por supuesto. Eso era lo que siempre había hecho todo el mundo en su vida. Hubo un tiempo en que había pensado que él sería diferente, pero sólo se había engañado a sí misma. Oh, deseaba tanto que se quedara… Quería que se sentara con ella y le asegurara que su vida no era tan horrible como parecía, que simplemente había tropezado con un simple bache, nada más. Y quería que le explicara por qué le había llenado la cabeza de sueños para luego desaparecer.

Al ver que se disponía a continuar con su recorrido hacia la siguiente mesa, lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.

Ness: Hey, no tan rápido. Quédate un rato con nosotras, Zac. No te dejaremos marchar.

Zac: Gracias. Pero tengo que entregar lo recaudado en la pista de patinaje. Gracias de nuevo a todas por vuestras contribuciones. Lo único que siento es lo que ha pasado con vuestra amiga.

Ash: Ya. ¿Tú estás bien? -le preguntó a Vanessa-. Sé que tenías una opinión muy alta de Amber.

Vanessa no podía despreciarse más a sí misma por su propia estupidez. Se suponía que tenía que pensárselo dos veces antes de entregarle el corazón a alguien. ¿Acaso no había aprendido la lección?

Ness: Supongo que debería asociarme con una mejor clase de gente -creyó escuchar a su madre en aquella frase y se encogió por dentro-.

Ash: No te castigues a ti misma. Nos ha engañado a todas. Vaya día el tuyo, Vanessa. Primero Drake y ahora esto -se volvió hacia Zac-: Solemos bromear con estas cosas. Con una clientela como la nuestra, lo necesitamos.

Zac se inclinó hacia Vanessa con genuino interés. Tal y como había hecho hacía años, le hizo sentirse como si le importara realmente. Tenía esa capacidad.

Zac: ¿Así que ella era una cliente vuestra?

Miley: No, nosotros la inventamos -explicó-. Fue idea de Vanessa.

Ness: Vino aquí de un pueblo del sur -explicó-. Vendiendo bocadillos con un carrito. Nos fijamos en ella, la arreglamos un poco y, antes de que se diera cuenta, ya estaba yéndose de farra con famosos, luciendo ropa de boutiques que ningún ser ordinario podría permitirse, saliendo en revistas, ese tipo de cosas. Todo el mundo la deseaba. Era la chica de moda.

Ashley agitaba su cóctel con su palito de caramelo.

Ash: Fue un absoluto despliegue de poder.

Ness: Puedes llamarnos las tres doctoras Frankenstein. Nos lo merecemos.

Zac: Horrible.

Vanessa se preguntó por qué su carrera le parecía tan trivial cuando se la explicaba a Zac. Quizá fuera porque, cuando lo conoció, había tenido grandes esperanzas y ambiciones como periodista. Había querido viajar por el mundo, informar de temas importantes, marcar una diferencia en las vidas de la gente. Y, sin embargo, ahora la única diferencia que aspiraba a marcar era la del color de sus uñas.

Ash: El caso es que para esta noche contábamos con ella -le estaba explicando a Zac-. La necesitábamos para conseguir un gran contrato.

Zac: ¿En Nochebuena?

Ness: Por eso somos tan eficaces. Trabajar es tan divertido como jugar -dijo con forzada alegría-.

Su propio comentario le dejó un nudo de aprehensión en el estómago.

Miley: Tengo una idea brillante -cubrió la mano de Zac con la suya-. Tendrás que venir esta noche. Es una gran fiesta que convoca la familia de Vanessa. El…

Zac: Acontecimiento Hudgens -terminó por ella, y sonrió al ver su sorprendida expresión-. Vivo en Brooklyn, no en una cueva -mientras retiraba lenta y elegantemente la mano de debajo de la de Miley, el mensaje quedó claro. Pretendía guardar las distancias-.

Ness: Estoy segura de que Zac tendrá sus propios planes… -se sintió obligada a decir. Que no llevara una alianza no significaba que no estuviera casado. Se las arregló para forzar una sonrisa-. Apuesto a que tienes alguna dulce chica italiana esperándote en casa. O juguetes que comprarle a tus hijos.

Zac: Si los tuviera, no estaría ahora mismo haciendo una colecta con este frío.

Ness: Siempre imaginé que te casarías joven y tendrías una gran familia.

Aunque todavía siguiera soltero, definitivamente era una hombre de familia. Eso siempre lo había sabido.

Zac: No soy tan mayor, y todavía pienso tener hijos. Ya sabes lo mucho que significa la familia para los Efron.

Recordaba bien el calor de su voz cada vez que le había hablado de su familia. Era la típica familia italiana, ruidosa y divertida que llevaba viviendo en el mismo barrio durante generaciones. No había llegado a conocerlos, pero siempre se había imaginado a la mama Efron con un arrugado delantal preparando una salsa a la puttanesca en una anticuada cocina. Definitivamente no la clase de mujer que dejaría que su hijo pequeño faltara a cenar en Nochebuena.

Miley: ¿Qué dice usted, señor oficial?

«Di que sí», se sorprendió Vanessa a sí misma urgiéndolo en silencio. Qué extraño era que todavía pudiera creer, después de todo lo que había sucedido, en que la Nochebuena tenía algo especial. Mágico.

Zac: Supongo que podría pasarme un rato… -dijo al fin-.

El corazón de Vanessa dio un vuelco en el pecho antes de que pudiera recordarse que eso no le importaba. Pero lo cierto era que le importaba, y mucho. Tenía la absurda sensación de que aquel hombre iba a salvarla. Nunca le había gustado aquel acontecimiento anual de sus padres. Gente emperifollada comiendo canapés y hablando de naderías mientras competían por figurar los primeros en las fotos de las crónicas de sociedad. Ese año la fiesta estaba teóricamente destinada a mejorar, dada la inyección de imaginación y energía juvenil de sus socias. Pero, para Vanessa, siempre sería espantosa. Contar con la presencia de Zac no podría empeorarla. Podía, de hecho, mejorarla mucho.




¡Qué fuerte lo de Amber! Por muchos dramas que tenga en su vida, ¡no tiene que robar a su amiga!
¡Zac va a ir a la fiesta de Ness, bien!

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domingo, 18 de diciembre de 2016

Capítulo 3


Miley: ¿Qué Navidades pasadas? -inquirió-.

Ness: Las mías -estremecida, apoyó la barbilla en una mano y continuó mirando aquella silueta alta e inolvidable, recortada por la helada luz de invierno que entraba por el alto ventanal-.

Los recuerdos la asaltaron de golpe. Recuerdos de un tiempo breve en que la Navidad había significado para ella algo más que hacer malabarismos para aprovechar y compatibilizar un programa de actividades sociales con sus actividades profesionales. Contra su voluntad, evocó con nostalgia aquellos días en que la parte más dulce y vulnerable de su ser se había sentido a salvo con un inesperado desconocido.

Nunca deberían haberse conocido, en realidad. Vanessa pertenecía a una clase social gobernada por unas estrictas pero invisibles reglas. Una de aquellas reglas prohibía la fraternización con hombres como Zac Efron. Él procedía de un mundo absolutamente distinto, que a su vez tenía también sus propias reglas. Se había criado en el seno de una familia numerosa de origen italo-americano en Brooklyn, tan aficionada como la familia Hudgens a relacionarse únicamente con los de su mismo ambiente. A los dieciocho años, Vanessa apenas había empezado a descubrir el mundo que se extendía más allá de su vida aislada y llena de privilegios. Y Zac había sido precisamente su mayor descubrimiento.

Mayor ya, y posiblemente incluso más interesante, Zac Efron se detuvo ante una atestada mesa al otro lado de la sala y se dirigió a los clientes que se encontraban allí sentados, todos elegantes y muy bien vestidos. Todos los rostros se volvieron hacia él mientras hablaba.

Las amigas de Vanessa siguieron la dirección de su embelesada mirada.

Ash: Dios santo -exclamó-. ¿Ese tipo?

Miley: ¿Quién es?

Amber le palmeó cariñosamente un brazo a Vanessa.

Amber: Quienquiera que sea, hace que Drake a su lado parezca una pesadilla.

Ness: Se llama Zac Efron. Nos conocimos hace mucho tiempo, cuando estudiábamos en la universidad.

Sus vidas habían coincidido por primera vez en la pista de hielo del Rockefeller Center en unas vacaciones de Navidad. Zac estudiaba en Notre Dame con una beca de hockey.

Vanessa nunca olvidaría la primera vez que lo vio. Decenas de patinadores invadían la pista, y sin embargo Zac destacaba ente los demás deslizándose sin esfuerzo entre parejas, niños y temerarios adolescentes. Su impresionante perfil y sus movimientos atléticos habían llamado inmediatamente su atención.

Miley: Efron -lo estudiaba como un joyero que estuviera examinando una perfecta gema. La luz del sol arrancaba reflejos a su pelo castaño claro, un poco largo-. Nunca había oído hablar de él. ¿Cómo puede ser?

Vanessa se esforzó por parecer displicente. Tuvo que recordarse el modo en que había terminado su relación. O en que no había terminado, según se mirara. Porque habían sido como Romeo y Julieta pero sin el trágico acto final. Endureciendo su corazón, dijo:

Ness: Lógico. Es un don nadie -pronunció las palabras con un nudo en la garganta-.

Era un don nadie, sí, pero también el único hombre que la había convencido de que la magia de la Navidad existía. El hombre que, la noche en que ella se atrevió a ofrecerle su corazón, se atrevió a rechazarla.

Ash: Pues a mí me parece alguien.

Miley: Yo no caigo.

Amber: Quizá sea una estrella de cine -sugirió estirando una mano hacia el cóctel de cerezas de Ash-.

Ash: Si lo fuera, lo conoceríamos.

Amber: ¿Qué está haciendo?

Sosteniendo una tabla con una pinza y un bolígrafo, Zac Efron iba de mesa en mesa saludando y hablando con la gente. Cada vez que lo hacía, todos los rostros se iluminaban al verlo, casi como si hubiera apretado un interruptor.

Miley: Quizá esté recogiendo donativos. ¿A quién le importa? Miradlo.

En aquel momento bajó la tabla, apoyó las manos sobre una mesa y se inclinó ligeramente para prestarle a alguien un bolígrafo. Fue así como pudieron ver las letras reflectantes que llevaba en la espalda de su gruesa parka.

Ash: Vaya. Es un poli.

Vanessa se lo quedó mirando fijamente. ¿Un policía? Se suponía que tenía que ser una estrella del hockey. Eso era lo único que, a su entender, había explicado lo sucedido entre ellos. Había supuesto que Zac había renunciado a intentar conciliar su carrera como atleta profesional con el hecho de enamorarse y tener una relación. Pero en ese momento se obligó a considerar la posibilidad de que hubiera dejado el deporte por la dudosa gloria de convertirse en policía.

Amber se removió en su silla mientras jugueteaba con el chal de lana que tenía sobre su regazo.

Amber: Viene hacia aquí…

Antes de que alguien pudiera decir algo, se acercó a su mesa.

«Esa sonrisa», exclamó Vanessa para sus adentros, reprimiendo un gruñido. Y aquellos ojos del color del cielo… Aquel hombre tenía un rostro con el que ella no parecía capaz de dejar de soñar, por muchas que fueran las Navidades que pasaran…

Zac: Buenas tardes, señoras.

Aquella voz era otro evocador recuerdo que nunca la abandonaba. Era profunda y firme, segura de sí misma, levemente barnizada por el enérgico acento de su nativo Brooklyn. Vanessa forzó una sonrisa, pese a que de cuello para abajo se había quedado paralizada de terror.

Ness: Zac Efron… Ha pasado mucho tiempo -se preguntó si sería consciente de que aquella noche era precisamente el aniversario de su ruptura-.

Zac: Seis años justos -repuso, mirándola con evidente apreciación-.

«Bueno, menos mal», pensó Vanessa. Si no la hubiera recordado, se habría muerto del disgusto allí mismo, en Fezzywig's. Pero el calor de aquella mirada le confirmaba que no la había olvidado.

Se preguntó si recordaría la sensación de sus manos entrelazadas mientras se deslizaban por el hielo, si pensaría en ella cada vez que escuchaba música navideña, si se quedaría despierto por las noches preguntándose por lo que habría sido su vida si se hubiera atrevido a…

Ness: Siete -lo corrigió, nada sorprendida de que se hubiera equivocado-. Aunque… ¿para qué contarlos?

Zac sonrió, con sus labios llenos y sensuales formando una peligrosa curva. Y sin embargo, al igual que el nada pretencioso joven que había sido, parecía absolutamente inconsciente del devastador efecto que seguía ejerciendo sobre las mujeres. No había nada tan sexy como un hombre que no se daba cuenta de que lo era. La cacheó con la mirada de la cabeza a los pies.

Zac: Tienes buen aspecto, Vanessa.

Ness: Tú también -miró con expresión inquisitiva la tabla y el cuaderno que llevaba en la mano… cuando lo que estaba haciendo realmente era ver si llevaba o no alianza de matrimonio. Seguro que un tipo como él tendría a esas alturas una feliz y bonachona esposa y un par de bambinos. Mucho tiempo atrás, él mismo le había contado que era eso exactamente lo que quería, aparte de proseguir con su carrera como jugador de hockey. Pero, para su sorpresa, no vio anillo alguno-. ¿Qué es eso?

Zac: Una campaña benéfica -respondió antes de saludar a sus compañeras-.

«Vaya», pensó Vanessa. «Igual que Larry el elfo». Sólo que más alto. Más rubio. Más guapo.

Miró de nuevo esa sonrisa suya que conocía tan bien. Sus ojos, con aquellas pestañas escandalosamente largas, tomaron posesión de todas y cada una de las que se encontraban sentadas a la mesa. Las amigas y socias de Vanessa se abrieron a él como flores buscando la luz del sol.

Nunca había llegado a saber cómo lo hacía, pero ejercía un efecto hipnotizador sobre la gente. Quizá fuera la manera que tenía de inclinarse levemente, o el calor de su expresión. Era como… magia. Volvió a pensar en el elfo que le había prometido milagros.

Incluso Ashley, que era fría como el hielo, soltó un suspiro perfectamente audible.

Vanessa se sentía extrañamente expuesta como consecuencia de aquel encuentro. El pasado había quedado atrás por una razón, así que carecía de sentido pensar en ello. Irguiendo los hombros, decidió esconder su vulnerabilidad. Hizo las presentaciones con la elegante maestría que había perfeccionado con los años y, con una leve carcajada, logró disimular completamente lo que estaba sintiendo.

Ness: Os presento a Zac Efron, que me rompió el corazón cuando estábamos en la universidad.

Miley: ¿De veras? -inquirió con un tono descaradamente seductor-. Pues ahora mismo me está rompiendo el mío.

Zac: ¿Que yo te rompí el corazón? -sonrió incrédulo-. Muy gracioso, Vanessa. Te hice un favor.

Vanessa se bebió de un trago el resto de su cóctel mientras se preguntaba cómo podía haber dicho aquello.

Ash: Venga, soltadlo ya -intervino-. ¿Erais pareja?

Ness: Salimos unas… tres veces -dijo despreocupadamente-.

Miley silbó por lo bajo.

Miley: Para la mayoría de los tíos, eso es una relación a largo plazo.

Amber: ¿Para qué estás recaudando fondos?

Zac: Para la liga infantil de hockey. Es el proyecto favorito de mi departamento. Financiamos entrenamiento y horas de patinaje en el Rockefeller Center para niños de cinco distritos.

Vanessa no se sorprendió. El hockey solía ser su vida. Supuestamente habría debido ser su futuro, su carrera. No pudo evitar preguntarse por lo que habría hecho durante todos aquellos años mientras contemplaba a aquel nuevo, diferente Zac que al mismo tiempo no había cambiado nada. Y que seguía incendiando su corazón. ¿Cómo sería la vida que llevaba? ¿Pondría multas de tráfico, perseguiría pequeños hurtos?

Ash: ¿Qué podemos hacer por ti?

Zac: Darme lo que buenamente podáis -repuso sin dejar de sonreír-. Es Nochebuena -les recordó de manera innecesaria-.

Miley: Es estupendo que estés ayudando a tantos niños.

Ness: Es una idea magnífica.

Zac: Gracias. Lo malo es que este año los fondos no alcanzan. Necesitaremos un milagro para seguir manteniendo la liga.

Miley: Deberías organizar una gala -le sugirió radiante-. Confía en mí, nosotras sabemos de estas cosas. Somos publicistas.

Zac se había quedado perplejo.

Ness: Nos encargamos de que las caras de nuestros clientes salgan en la prensa, o de conseguir que sus productos sean mencionados y recomendados en revistas… Ese tipo de cosas -le informó-. Nunca había oído hablar de vuestro proyecto. Deberíais contratar a un profesional de las relaciones públicas. Eso incrementaría enormemente las contribuciones. Créeme, conozco las ventajas del oficio.

Zac: ¿De veras? ¿Cuánto cobras? -al ver que no respondía, sonrió-. No creo que pudiéramos permitírnoslo. Además, el tiempo que le dedico a ello es igual de importante.

Todo el mundo se apresuró a localizar sus bolsos. A Vanessa se le ocurrió de pronto que ella no siempre había odiado las Navidades. Claro, su sentido pragmático y disciplinado de la vida nunca le había permitido disfrutar libremente de las frivolidades de aquellas fiestas. Pero, ahora que pensaba en ello, tiempo atrás había adorado su alegría y su calidez, la música sentimental y el espíritu de generosidad que se apoderaba hasta del más mezquino de los individuos. ¿Cuándo había empezado a endurecerse aquella sensación hasta convertirse en exasperación y desagrado?

Observando a Zac, supo exactamente en qué momento se había producido: comenzó la noche en que la abandonó. Justo en aquel momento había empezado la lenta erosión de su alma. Las esperanzas defraudadas habían dado paso a la cruda realidad. Había empezado a mirar el mundo con ojos cínicos. En la más alegre de las fiestas, veía ahora avidez en lugar de generosidad, falsedad en lugar de sinceridad. Había aprendido a esperar siempre lo peor de la gente para no volver a correr el riesgo de decepcionarse nunca más.

Disimulando aquellos inquietos pensamientos, rebuscó en su bolso en busca de su cartera. Pero no la encontró. No había cartera.

Siguió buscando, frunciendo el ceño. Nada.

Ness: Aquí pasa algo -masculló-.

Volcó el contenido del bolso sobre la mesa y fue apartando los objetos uno a uno. Sentía la mirada de Zac fija en ella, y se dio cuenta de que se había quedado contemplando el llavero del patín de plata. Había sido un regalo suyo, el único que le había hecho. «¿Y qué?», pensó. Que pensara él lo que quisiera. Ella sabía por qué lo conservaba.

Cuando terminó de revisar el revoltijo de objetos, se le cayó el alma a los pies.

Ness: Alguien me ha robado la cartera.




Oh, oh...
Va de mal en peor esta chica XD

"Para la mayoría de las tíos eso es una relación a largo plazo"
¡Bravo por esa frase! XD

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viernes, 16 de diciembre de 2016

Capítulo 2


Vanessa caminaba apresurada bajo el pasaje entoldado que llevaba a Fezzywig's, un bar-restaurante de moda que recientemente se había convertido en uno de los más populares de la ciudad. Gracias a la publicidad de la empresa de Vanessa, el bar era el lugar de cita a medio día favorito de los veintitantos famosos cuyos nombres salpicaban las crónicas de sociedad de revistas y periódicos.

Entró, y de inmediato se vio envuelta por la elegante y tenuemente iluminada decoración de cromo y cuero, el alegre tintineo de las copas y, afortunadamente, nada de música ambiental navideña. En lugar de ello, los acordes de una antigua melodía de Coltrane hacían de perfecta banda sonora para aquella superchic multitud. Aliviada, se quitó abrigo, gorro y guantes que entregó a la chica del guardarropa.

Se metió directamente en el servicio. Su suéter y su pantalón de cachemira color marfil tenían buen aspecto, sobre todo con sus botas Manolo, pero su pelo y su maquillaje estaban hechos un desastre. Esa era otra cosa que odiaba de la Navidad: el viento fuerte, para no hablar del frío brutal y las calles heladas.

Se atusó la melena morena y, sacando su polvera, puso manos a la obra. Mientras ponía en orden su rostro con unos cuantos toques bien ensayados, su mente trabajó furiosamente en el departamento de control de daños emocionales.

Así que Drake la había dejado. Tenía que decidir la mejor manera de sobrellevarlo. Por un lado, podía asumir el rol de la parte herida, frágil y desesperadamente necesitada de apoyo que le permitiría regodearse con los tópicos argumentos consoladores de sus amigas: que si aquel imbécil no la merecía, que nunca había sido lo suficientemente bueno para ella, que había envejecido y se había vuelto un amargado, que había desperdiciado la gran ocasión de su vida…

Acercándose al espejo, sacó su peine para pestañas. Por otro lado, podía disimular su humillación y su decepción tras el sarcasmo, convirtiendo a Drake Bell en tema privilegiado de los chistes de su ambiente. Al abandonarla por un despampanante bombón, le había dado material más que adecuado.

«Muy bien», pensó mientras se pintaba los labios y forzaba una exagerada sonrisa. Estaban en Nochebuena. La ocasión perfecta para divertirse. Superaría con facilidad aquel traspié, fingiendo que la pérdida de su novio no la había afectado en nada. Sólo que ni siquiera tenía que fingir. Después de retocarse las cejas, estudió su imagen en el espejo.

No estaba tan mal; desde luego, no parecía una mujer abandonada. Desdeñada.

Analizando sus sentimientos, se daba cuenta de que no había sufrido crisis emocional alguna. ¿Dónde estaba el duelo, el trauma, los sollozos? ¿El regodeo en el propio dolor? ¿No se suponía acaso que aquello tenía que ser un verdadero desbarajuste personal, en lugar del equivalente emocional a la rotura de una uña? Al menos si lloraba algo, aunque sólo fuera por unos minutos, eso querría decir que no había desperdiciado el último medio año de su vida saliendo con un tipo que no le importaba lo más mínimo. Pero no tenía ninguna gana de llorar.

Aunque aún era temprano, una buena multitud se había dado cita en el local para tomar energías para su último día de compras y la fiesta de la noche. Vanessa atravesó la sala saludando y dando besos al aire a unos y a otros, exhibiendo su sonrisa bien ensayada e inmune a la traición de Drake. Adoraba aquel conjunto de famosos y personajes habituados a marcar tendencia, y ellos la adoraban a ella. Allí se encontraba en su elemento, centro de todas las miradas mientras se dirigía al encuentro de sus socias, que eran al mismo tiempo sus mejores amigas.

Y, sin embargo, Vanessa tenía un problema. Que no tenía nada que ver con su reciente y muy pública conversación con Drake.

No sabía bien por qué sucedía, pero a veces, en el más inoportuno de los momentos, sentía algo que supuestamente una persona de su posición no debería sentir. Soledad.

Era absurdo, teniendo en cuenta la vida tan ocupada que llevaba, pero no podía evitarlo. Por mucho que intentara negar la verdad, a menudo se sorprendía a sí misma prisionera de un doloroso sentimiento de vacío y futilidad.

Aquel vacío era el enemigo. Y Vanessa lo había acometido frontalmente, con el trabajo. Su naturaleza decidida y voluntariosa la había convertido, en el lapso de unos pocos años, en una de las más solicitadas e influyentes publicistas de la ciudad. Consolándose con aquel pensamiento, se encaminó hacia la mesa donde la esperaban sus amigas, disfrutando de sus sofisticados cócteles y charlando a pasmosa velocidad.

Ash: Ah, aquí estás, Vanessa… -la saludó-. Llegas tarde.

Ness: Perdón -se sentó en la silla contigua a la de Amber, que era la mejor de sus mejores amigas-. Tenía un montón de llamadas que hacer desde la oficina.

En realidad estaba algo molesta con sus socias y amigas. Al parecer, sólo porque estaban en Navidad, pensaban que podían tomarse el día libre y descuidar el negocio. Pero las oportunidades para las relaciones públicas no desaparecían porque el calendario decretara una fiesta laboral. De hecho, ésa era una razón más para mantenerse ocupadas.

Larry el elfo se equivocaba de medio a medio. La magia de aquellas fiestas no consistía en dar ni en regalar. Consistía más bien en la atención suplementaria que prestaban los medios a sus conferencias de prensa. Dado que ya era más de mediodía, pidió un cóctel e hizo un deliberado esfuerzo por sonreír. Miley C, cuyo apellido era realmente Cyrus pero al que había renunciado largo tiempo atrás, estaba perfecta con su suéter de merina negra y sus botas de ante que le llegaban hasta la rodilla. Ashley Tisdale, cariñosamente conocida como Bomboncito por sus clientes admiradores, dejó su agenda electrónica sobre la barra. Era delgada como un palillo. Llevaba el pelo rubio platino peinado en punta, con las cejas recortadas en una expresión de perpetua sorpresa. Amber, agraciada con el físico de una supermodelo, era como una valla publicitaria andante para sus clientes, ataviada en aquel momento con su elegante suéter y su falda de cuero.

Vanessa se había fijado años atrás en Amber, una chica de pueblo de Carolina del Norte ansiosa de entrar en el mundo de la pasarela y del espectáculo. Pero tanto Vanessa como sus socias habían tenido otros planes para ella. Gracias a su poder e influencia en la prensa, la habían convertido en la chica de moda. Ellas le habían dado el look adecuado, la habían presentado a estrellas y famosos, habían dejado caer su nombre en los oídos adecuados. Y había funcionado. Empezó a aparecer en todas las revistas de importancia: W, Vogue y Quest. A los pocos días el teléfono había empezado a sonar, a llegar las invitaciones. En cuestión de semanas, Cosmo ya la estaba llamando para un reportaje. El lanzamiento de Amber fue un éxito absoluto.

Vanessa se encontró con una inesperada recompensa por todo ello. Vivaracha y burbujeante como un buen champán, Amber se convirtió en su mejor amiga y confidente, en la hermana que nunca había tenido. Alguien con quien compartir secretos y sueños. Alguien a quien Vanessa podría incluso atreverse a admitir que su ruptura con Drake no la había herido, pero sí la había asustado al hacerle dudar de su capacidad para mantener cualquier tipo de relación.

Pero no. No llegaría tan lejos. Ni siquiera a su amiga del alma le confiaría una cosa así.

Esa noche Amber jugaría un papel clave en el éxito creciente de la empresa. Su trabajo consistiría en seducir al misterioso y ambicioso Axel, un próspero perfumista al que deseaban captar como cliente. Conseguir aquel contrato significaría dar un paso de gigante. Y Axel sería asimismo la prueba, ante los padres de Vanessa, de que era perfectamente capaz de abrirse paso y triunfar sola en la vida. Ellos siempre la habían subestimado, la princesita de Upper East Side que jugaba a la publicidad para distraerse hasta que por fin sentara la cabeza y se casara con alguien con las credenciales adecuadas. Alguien como Drake Bell.

Por esa razón, en aquel momento Vanessa necesitaba a Axel más que nunca. Firmar un contrato con el multimillonario suizo aliviaría su humillación y amortiguaría la traición que había supuesto el abandono de Drake.

Ness: Si conseguimos que firme, nos abrirá la puerta a los mejores contratos de Europa -dijo mientras repasaba con sus socias los detalles finales del evento de aquella noche, conocido durante décadas en las crónicas de sociedad como El Acontecimiento Hudgens-.

Cada año sus padres, al igual que sus abuelos antes de ellos, invitaban a toda la gente importante a su particular fiesta de Nochebuena. A diferencia de los otros años, sin embargo, esa vez habían autorizado a la empresa de Vanessa a organizar el acto. Y no quería estropearlo.

Amber: ¿Cómo es? -quiso saber-. Estoy casi cien por cien segura de que nunca me lo he montado con un multimillonario.

Ness: Es perfecto.

Ash: ¿Qué pasa? ¿Te lo has montado tú con él?

Ness: Claro que no. Pero Axel y yo nos conocemos desde hace tiempo. De los tiempos del internado, de hecho. Lo echaron de allí. Ya lo conoceréis.

Experimentó una punzada de ambición. Jugar con los resortes del poder y enseñar sus trucos a los demás era lo que mejor sabía hacer. Siempre estaba pensando o planificando su siguiente movimiento. Eso era lo que la mantenía viva, lo que daba un sentido a su vida. Ashley y Miley juntaron sus cabezas mientras planificaban la distribución de los invitados a la fiesta, como dos generales estudiando el plano de una batalla.

Amber: Ya, bueno… -de repente bajó la voz-. Hum, Vanessa, ¿crees que podrías hacerme un pequeño adelanto este mes? Voy un poco justa.

Ness: Llevas tantos adelantos que estás cobrando ya el sueldo del verano…

Amber: Lo sé, pero es tan caro mantener este estilo de vida… Los gastos se me acumulan. Mis tarjetas de crédito están al máximo. Mañana es Navidad, Vanessa. ¿Qué dices, cariño?

Vanessa se obligó a relajarse. Sinceramente, había gente que no tenía ni capacidad de autocontrol ni ética para el trabajo.

Ness: Pásate mañana por la oficina y te firmaré un cheque.

Amber: Bueno, la verdad es que no pensaba ir mañana…

Ness: Esta es la temporada más ajetreada de trabajo de todo el curso, Amber.

Amber: Es Navidad.

Ness: Por eso mismo -bebió un sorbo de cóctel-.

Amber: Es sólo una vez al año… -insistió con tono zalamero-.

Amber: Yo esperaba volar a casa a ver a mi familia. Mi hermana Molly acaba de tener otro bebé. Oh, Vanessa… ¿Qué puede haber más dulce que un bebé en Navidad?

Miley: Un contrato con un multimillonario suizo -apuntó-.

Ashley deslizó un perfectamente manicurado dedo por la lista de invitados que estaba estudiando.

Ash: Por cierto, Vanessa, tu madre es un encanto. Es una maravilla trabajar con ella.

Vanessa se obligó a sonreír por encima del borde del vaso.

Ness: ¿De veras?

En un principio, Fiona Hudgens solamente había dado su más gruñona aprobación a la lista de sugerencias de Vanessa. Pero pese a su escepticismo hacia los menús elegidos y a la gente invitada, su trabajo con la prensa la había dejado tan admirada que al final había terminado por rendirse.

Para Fiona, la única cosa más importante que organizar un evento de éxito era que los periódicos lo anunciaran como tal. De manera perversa, compartir aquel objetivo común había unido más que nunca a Vanessa con su madre. En aquel momento solamente las separaban océanos, en lugar de galaxias.

Miley: Pareces nerviosa -comentó ladeando la cabeza para estudiarla-. Y tú nunca estás nerviosa. ¿Qué te pasa?

Ness: Es la fiesta de mis padres, por el amor del cielo.

Miley: ¿Y? Montamos fiestas todo el tiempo. Somos las mejores de toda la ciudad. La gente todavía sigue hablando del acto benéfico que organizamos el día de Acción de Gracias para la Fundación Helpline. ¿Qué es lo que te sucede?

Vanessa aspiró profundo. Pensó que le sentaría bien soltarlo de una vez.

Ness: Odio la Navidad. Odio mi vida. Drake me ha dejado por una modelo de sujetadores.

El anuncio fue acogido con un consternado silencio.

Miley: Pero se suponía que ibas a casarte con él -pronunció tras una horrorizada pausa-. Su padre posee prácticamente un imperio de cadenas de radio y televisión. Vosotros dos ibais a ser la pareja más poderosa del mundo de los medios.

Amber se acercó para darle un abrazo. Su naturaleza inmune al resentimiento le provocó una punzada de vergüenza.

Amber: Lo sentimos tanto… -le dijo con su delicioso acento sureño-.

Ness: No lo sintáis. Estoy más disgustada por el momento que ha elegido que por otra cosa.

Amber: No es demasiado tarde para que puedas conseguirte otra pareja para esta noche -echó mano a su agenda-. Es Navidad. No puedes quedarte sola.

Vanessa se mordió la lengua. Lo cierto era que no quería ninguna pareja. Ni que fuera Navidad, ya puestos. Sólo quería terminar de una vez con aquel ajetreo vacacional y volver a su trabajo.

Miley: Brindemos para que esta noche salga perfecta -declaró alzando su vaso-. Para que tus padres se queden impresionados, tengamos a Axel comiendo de nuestra mano y todo el mundo se marche feliz y contento.

Vanessa sonrió tensa mientras levantaba su cóctel.

Ness: Eso.

El tintineo de las copas se oyó por encima de la música y del rumor de las conversaciones. «Lo superaré», se dijo Vanessa. La soledad y la nostalgia eran para los perdedores. Esa noche todo saldría perfecto.

Se quedó mirando las burbujas de champán de su cóctel, con la copa todavía levantada, ya medio vacía. De repente, a través del fino cristal, distinguió a alguien… y se quedó helada. Se olvidó de respirar, de moverse, de pensar.

Todo quedó reducido a una nube de colores y sonidos. Todo excepto él. Su figura se fue haciendo más nítida, cada detalle le resultaba absolutamente familiar pese al tiempo transcurrido, que eran… siete años exactamente. La Nochebuena de siete años atrás.

Se sintió atrapada, y al mismo tiempo inevitablemente hechizada, como si se estuviera ahogando en miel. Toda la intensidad de su primer amor regresó de pronto, despertándole sentimientos que había creído durante largo tiempo muertos.

Le resultaba, según descubrió, físicamente imposible desviar la mirada de aquel rostro de relajada sonrisa, de aquel aire de seguridad y eléctrico sex-appeal. El tiempo sólo había resaltado y agudizado aquellos atributos que todavía alguna vez asaltaban sus sueños. Un clásico tema de Bob Marley empezó a sonar en la sala.

Miley: Vanessa, ¿qué te pasa? Parece como si hubieras visto a un fantasma.

Agachando la cabeza para esconder el rubor de sus mejillas, bajó su copa.

Ness: Sí. El fantasma de las Navidades pasadas.




¿¡Ay, quién será ese fantasma que la tiene tan turbada!?

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martes, 13 de diciembre de 2016

Capítulo 1


Vanessa Hudgens caminaba apresurada por la Quinta Avenida, intentando escapar en vano de la Navidad. Había logrado adelantar a una tropa de mofletudos cantantes callejeros que entonaban villancicos a grito pelado recogiendo donaciones de tenderos y turistas. Y consiguió esquivar a un Santa Claus que se bamboleaba en el paso de peatones: su aliento evidenciaba que había comenzado la fiesta muy temprano.

Aunque tenía el móvil adherido a la oreja, Vanessa apenas podía escuchar lo que le decía Drake, su novio. De todas formas, había oído lo suficiente como para saber que las noticias no eran buenas.

Ness: ¿Una modelo de sujetadores? -gritó por el diminuto aparato decorado con flores-.

La respuesta de Drake fue un confuso comentario terminado en un:

Drake: ¿Eh?

Así que Vanessa gritó aún más fuerte.

Ness: ¿Me vas a plantar por una modelo de sujetadores?

Demasiado tarde se dio cuenta de que los cantantes habían dejado de cantar, mientras esperaban a que cambiara el semáforo. La había escuchado todo el mundo en una manzana a la redonda.

Fulminada por una decena de curiosas miradas, Vanessa dejó caer la mano con el móvil y se colgó el bolso del hombro. Apenas oyó la réplica con voz de mosquito de Drake, no quería escuchar una sola palabra más. Desmintiendo el rubor que incendiaba sus mejillas, levantó la cabeza y dijo a nadie en particular:

Ness: Genial.

Apagó el móvil, se giró en redondo sobre los tacones de aguja de sus botas y continuó caminando. A su espalda, se abrió el semáforo. Los cantantes callejeros entonaron Campanas de Navidad y los peatones volvieron a ponerse en movimiento.

«De acuerdo: es Navidad», se dijo Vanessa, descubriendo consternada que los ojos habían empezado a escocerle por las lágrimas. Lágrimas. No por Drake, sino porque había vuelto a escapársele otro sueño. Siempre era duro despedirse de un sueño, cerrar la puerta a la esperanza. Afortunadamente tenía unas enormes reservas de autodisciplina. La habían educado para hacer siempre lo que se esperaba de ella, en eso era extremadamente buena. Así que tendría que superar aquel día. No podía ser tan difícil.

Intentó contagiarse del espíritu de los niños riendo, de la gente circulando alegre por las calles. Vio una sonrisa detrás de otra e incluso hizo el valiente esfuerzo de sonreír ella misma, pero fue más bien como un rechinar de dientes.

¿Por qué la Navidad era tan fácil para alguna gente y tan imposible para Vanessa? ¿Dónde había estado ella cuando todos los demás se habían contagiado del espíritu navideño? Sabía dónde había estado. En los helados confines del internado adecuado, el campamento de vacaciones adecuado, la universidad adecuada. Había estado tan ocupada preparándose para hacer lo que se esperaba de ella que se había olvidado de preguntarse por el sentido de todos aquellos esfuerzos.

En el siguiente paso de peatones, una mujer cargada con elegantes bolsas y paquetes con lazos apareció de pronto delante de Vanessa como una barcaza que acabara de atracar.

Vanessa se mordió la lengua para no soltarle algún comentario, pero no puedo evitar fulminarla con la mirada. Llegaba tarde a la reunión y no estaba de humor. Dada su actual situación, tenía derecho a refunfuñar un poco.

Años atrás había habido un tiempo en que el trajín y el bullicio de aquellas fiestas le habían transmitido como una especie de magia. Echaba de menos a la Vanessa de aquel entonces, pero ignoraba cómo revivir aquella gozosa, desbordante sensación. Claramente Drake no era la respuesta. Por supuesto, eso debería haberlo sabido desde el principio. Y sin embargo, a pesar de todas las maneras en que la había defraudado la vida, en lo más profundo de su ser seguía conservando aquella secreta y juguetona personita que seguía queriendo creer en la magia de la Navidad.

Alguien debía de tener un verdadero juego de campanillas de Navidad, porque de repente las oyó cerca de su oreja como el molesto timbrazo de un despertador de cuerda. Un segundo después se encontró frente a un elfo sosteniendo una hucha con la imagen de un sonriente huérfano. Con los dientes apretados, se limitó a mirar hacia delante fingiendo que no lo había visto. Si no hacía contacto visual con él, tal vez consiguiera esquivarlo. Vanessa era una experta en evitar el contacto: eso la había mantenido segura y a salvo durante años.

Aquellos cantantes callejeros que pedían donaciones caritativas eran unos farsantes. Las donaciones iban a parar a sus bolsillos y terminaban en las salas de billar o en las tiendas de licores. Prestarse a aquel juego sólo servía para fomentar la mendicidad.

Elfo: Proooonto será Navidaaaad… -cantaba el elfo-.

«¡No me digas!», pensó Vanessa, viendo los adornos de acebos de plástico y las luces centelleantes que venían infestando la ciudad desde Halloween. Cada año, la temporada de fiestas parecía empezar más pronto. Y Vanessa no podía evitar una pequeña y secreta chispa de entusiasmo. Y de esperanza.

«Quizá este año sea distinto», pensaba siempre. Pero nunca cambiaba nada, y con el paso del tiempo se iba volviendo cada vez más cínica y crispada.

Elfo: Vamos, señora, deme algo. Haga una buena obra -el elfo hizo sonar la jarra-.

Portaba un libro de canciones de coro y una etiqueta pegada al disfraz que decía: ¡Hola! Me llamo Larry. Lucía una bufanda roja y una sonrisa injustificadamente alegre.

El semáforo cambió y Vanessa se unió al río de peatones que invadió la calzada, pero el persistente cantor continuó acosándola.

Elfo: Una pequeña ayuda para la obra benéfica de los niños del Westside… -le mostró un permiso de aspecto oficial-.

«Falsificado con toda probabilidad», pensó Vanessa.

Elfo: Hágalo por los niños, señora -sacudió la cabeza, haciendo sonar las campanillas de su sombrero en punta-.

Ness: Déjeme -le ordenó, ceñuda-.

Pero el elfo la miró con expresión lastimera. «Mantente firme», se dijo Vanessa. Si cedía, otro elfo ocuparía su lugar, y al momento siguiente media ciudad le estaría pidiendo algo. Alzando la cara contra el viento helado, continuó caminando.

Elfo: Campana sobre campana… -se puso a cantar de nuevo el elfo, balanceándose a su lado-. Mire -le dijo de pronto-. No es culpa mía que ese tipo la haya plantado por algún bombón. No lo pague con los niños.

Vanessa no pudo morderse la lengua por más tiempo.

Ness: No me está inspirando usted nada de compasión.

Elfo: Piense en los niños, entonces. La magia de la Navidad consiste en dar y regalar cosas. ¿No lo sabía?

Ness: Yo no creo en la magia de la Navidad -ya estaba-.

Decirlo en voz alta lo convertía en algo tan real como la helada acera que estaba pisando con sus elegantes botas.

Elfo: La magia de la Navidad existe, pero para ello tiene usted que hacer una donación. ¿Qué son cinco pavos para alguien que lleva unas botas Manolo de mil dólares?

Pensó que el elfo sabía de calzado. Aquello estaba resultando cada vez más extraño.

Elfo: Cinco pavos y la magia empezará a funcionar. Se lo garantizo.

Ness: Si le pago… ¿desaparecerá?

El elfo le guiñó un ojo y le lanzó una mirada alegre.

Elfo: Confíe en mí, no se arrepentirá. Ayúdenos, y el mundo empezará a ayudarla a usted.

Ness: ¿Qué le hace pensar que yo necesito ayuda?

Elfo: No puede usted seguir evitando caminar por los transitados senderos de la vida, ni previniéndose contra toda compasión humana para guardar las distancias con sus semejantes…

«Estupendo», pensó Vanessa. El elfo no sólo sabía de zapatos, sino que además citaba a Dickens. «Vivo en un mundo de locos».

Elfo: Que sean diez pavos y le regalaré un milagro -le ofreció el tal Larry-.

Ness: Oh, por el amor de Dios… -agotada su paciencia, rebuscó en su bolso y le entregó un billete de veinte dólares-.

Elfo: Feliz Navidad, Vanessa -exclamó, alegre-.

Ness: Vale.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que la había llamado por su nombre. Se detuvo en seco, con lo que un ejecutivo chocó contra su espalda, el hombre la rodeó no sin antes farfullar una malhumorada disculpa. Lo buscó entre la afanosa multitud, pero Larry el elfo había desaparecido por completo. ¿Cómo había podido saber su nombre? ¿Un golpe de suerte? No, probablemente habría visto una tarjeta o algo con su nombre cuando sacó la cartera para entregarle los veinte dólares.

Desentendiéndose del suceso, continuó caminando por la avenida. La tropa de cantantes callejeros vociferaba:

**: Navidad, Navidad, dulce Navidad…

La Navidad no significaba felicidad de ningún tipo para Vanessa. Hacía mucho tiempo que eso no ocurría. En esos días, las vacaciones significaban más reuniones que programar, más actos que planificar, más clientes que demandaban su tiempo. Sin Drake, significaban también un regalo menos que comprar aquella tarde. La única molestia que podía acarrearle su defección era la tan penosa como incómoda explicación que tendría que dar a sus padres, que habían otorgado a Drake la aprobación de los Hudgens. Las únicas consecuencias serían invisibles para el mundo y las sufriría solamente Vanessa. Y ella era increíblemente buena escondiendo su dolor.

Se metió por una calle lateral, afortunadamente desierta a excepción de un mendigo con una vieja chaqueta militar y su perro zarrapastroso. Ambos la observaban desde un soportal cercano al bar restaurante Fezzywig's. En su apresuramiento, se le cayó el bolso y la mitad de su contenido quedó regado por el sucio suelo. Apretando los dientes de irritación, se agachó para recuperar sus pertenencias: el móvil, la pequeña lata de caramelos de menta para al aliento, su agenda de piel y el pintalabios, hasta que por fin se levantó.

Mendigo: Señorita, se olvida algo -el mendigo le entregó un manojo de llaves con un llavero en forma de un diminuto patín-.

Ness: Gracias -agarró las llaves y se las guardó en el bolso-.

Se disponía a seguir su camino cuando vaciló y le entregó un billete que sacó de la cartera. Vanessa no era una derrochadora, pero siempre pagaba los servicios que le prestaban. Además, el mendigo le había devuelto su llavero de plata y sólo por eso se merecía una recompensa.

Aquel llavero tenía un significado especial para Vanessa. Lo guardaba como recuerdo del precio que había pagado por entregar su corazón.




¿A quién entregó su corazón que ahora está tan amargada?

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domingo, 11 de diciembre de 2016

🎄Amor verdadero - Sinopsis🎄


Era Nochebuena en Nueva York, y todo el mundo estaba contagiado por el espíritu de la Navidad, excepto Vanessa Hudgens, de Manhattan. Pero la descreída Vanessa iba a tener un reencuentro con el que había sido su gran amor. ¿Sería capaz de cambiar el frívolo ambiente de la alta sociedad por el amor verdadero… con un policía de Brooklyn?




Escrita por Susan Wiggs,




Novela de quince capítulos.
Es una historia que os va a enamorar y os vais a preguntar: ¿¡por qué no me pasa a mí!? 😭
¡Espero que os guste!

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