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miércoles, 30 de agosto de 2023

Capítulo 10


Diciembre irrumpió con un aluvión de eventos y fiestas, la locura de decorarlo todo para Navidad, cambios de turno de última hora cuando una serie de empleados clave faltaron un día por culpa de un virus, y para Vanessa, la frustración de cada año de ir a comprar.

Comprar no le molestaba, sobre todo si era on line, con un simple clic del ratón. Pero la Navidad subía su listón de exigencia en materia de regalos. Ni podía ni estaba dispuesta a conformarse con regalos que fueran aceptables, correctos o ni tan siquiera inspirados cuando se trataba de la Navidad.

Cuando se trataba de elegir los regalos navideños, exigía la perfección.

Tenía el de su padre: dos docenas de puros Cohiba y un humidificador antiguo por el que había peleado con uñas y dientes en eBay. Lo había completado con una botella de whisky Three Ships de malta. Ya tenía bien atados los de sus hermanos y los de las abuelas. Había encargado los regalos para los empleados de los puestos de responsabilidad y en breve firmaría de su puño y letra las felicitaciones que contendrían los aguinaldos de los empleados.

Un par de regalos más para amigos, y otros divertidos -una tradición de los Hudgens para llenar los calcetines- no le preocupaban. Pero aún no había dado con el regalo ideal para su madre.

Esa preocupación y punto débil la hizo vulnerable cuando Jessica le insistió sin mucha sutileza para que fueran de compras a Missoula.
 
Así pues, en uno de sus poquísimos días libres -en el que habría preferido quedarse en la cama, dar un largo paseo a solas con Leo-, Vanessa buscó un hueco en un aparcamiento de la ciudad.

Como los hijos de todas las madres parecían haber tenido la misma idea, le costó encontrar uno.

Al menos el día estaba despejado, pensó cuando por fin metió la camioneta en un hueco. El frío era glacial, pero hacía sol y el cielo estaba limpio de nubes.

Después de bajar y de colgarse el bolso en bandolera sobre el abrigo, miró a Jessica.

Ness: Cuando encuentre el regalo ideal para mi madre, dalo por hecho, iremos al Biga a comernos una pizza.

Jessie: Vale.

Ness: Has comido ahí, ¿verdad?

Jessie: No. 

Jessica sacó una barra de labios y, sin espejo, se los retocó perfectamente.

Ness: ¿Cómo lo has hecho? 

Jessie: ¿El qué?

Ness: ¿Retocarte los labios sin mirar?

Jessie: Bueno, sé dónde tengo los labios.

Vanessa también sabía dónde tenía los suyos, pero le gustaría aprender ese truco en particular.

Ness: ¿Has dicho que no has comido en el Biga? ¿Nunca?

Jessie: Si acabo comiendo en Missoula, suelo tomarme una ensalada.

Ness: Pues es una pena -subió la escalera hasta la calle-. Vienes aquí un par de veces al mes, pero no has comido la mejor pizza de Montana, y probablemente de cualquier otro sitio.

Jessica la miró con lástima.
 
Jessie: Tengo que recordarte que soy de Nueva York. No hay mejor pizza que la pizza de Nueva York.

Ness: Ya veremos lo que dices después. -En la acera, puso los brazos en jarras y paseó la mirada por la bonita ciudad con sus originales tiendas, restaurantes, cervecerías-. No tengo una sola idea buena en la cabeza para mi madre.

Jessie: Te inspirarás. Yo me tenía por una compradora de regalos con criterio, pero, comparada contigo, soy una palurda. Lo digo en serio, Ness. -Siempre encantada de ir de compras, entrelazó su brazo con el de Vanessa-. ¿Qué me dices de las fotografías que has mandado ampliar y colorear para Cora, y de ese marco triple tan precioso? Es tan perfecto, tan detallista...

Ness: He comprado el marco en la tienda de la hermana de Zac. Tienen cosas preciosas. Se llama Crafty Art.

Jessie: ¡Me encanta esa tienda! ¿Es de la hermana de Zac?

Ness: De ella y de su adorable marido, sí.

Jessie: Ahí me he pulido la tarjeta de crédito más de una vez. Pero el verdadero regalo son las fotografías.

Ness: La foto del día de su boda con mi abuelo es genial y la de los dos con mi madre es muy tierna; cómo las abraza fuerte a las dos mi abuelo. Es la de la yaya y mi madre, con Alice cuando era bebé, la que puede remover un poco las cosas. -Al ver que Jessica no decía nada, añadió-: Puedes preguntar.

Jessie: Sé que lo de Alice es complicado. Que se escapó de casa cuando era joven.

Ness: El día de la boda de mi madre. Se fue sin más, dejó una notita de niña malcriada, según me han dicho, y se largó en una de las camionetas. A California, para ser estrella de cine -puso los ojos en blanco-. Sé que mandó un par de postales, y después nada. Ni una sola palabra a su madre viuda.
 
Como la puerta estaba abierta, Jessica curioseó un poco más.

Jessie: Imagino que intentaron buscarla.

Ness: Nadie habla mucho de eso, porque pone triste a la yaya, la enemista con la abuela. Entiendo muy bien el resentimiento de mi bisabuela, viendo sufrir a su hija durante tanto tiempo. Supongo que también puedo entender lo que siente la yaya.

Se cruzaron con un hombre que llevaba calcetines rodilleros estampados con renos por fuera de los vaqueros y cascabeles de trineo alrededor del cuello.

Ness: Alice es su hija, igual que mi madre. Lo que pone a mi madre justo entre las dos, y es una posición difícil. Así que no se hablaba mucho, pero los niños se enteran de todo, y oímos lo suficiente para saber que la yaya contrató a un detective durante un tiempo, y que encontraron la camioneta abandonada en Nevada, creo. Y Alice simplemente se esfumó. No es difícil, supongo, si se quiere hacer.

Jessie: Debió de ser brutal para Cora.

Ness: Sí. A la abuela no le gustará mucho mi regalo para la yaya, pero supongo que encontrar el faldón de bautizo que le hizo su propia abuela, restaurarlo y enmarcarlo lo compensará.

Jessie: Es una prenda preciosa. Y encontrar las fotitos de todos los bebés que lo han llevado ha sido una genialidad.

Vanessa se detuvo delante de una tienda.

Ness: A veces estoy inspirada. Bueno, como a menudo pienso que si alguna vez me cruzara con Alice Hudgens me gustaría darle un puñetazo nada más verla, mejor dejemos de hablar de ella. Probemos aquí, a ver si me gusta algo. 

No le gustó nada, pero en la tienda de la hermana de Zac encontró un tesoro.

Ness: Ya debería haber sabido que tenía que venir primero aquí. Esperaba que hoy estuviera Miley.

Jessie: Entro cada vez que vengo a Missoula. Debo de conocerla.

Ness: Ahora está embarazadísima.

Jessie: ¡Sí! Es un encanto. Mira, ya tengo otra conocida en Montana.

Vanessa le enseñó un elegante bolso de mano hecho con piel de avestruz.

Ness: Es ideal para Britt. El morado es su color preferido, y ella no se lo compraría. No es práctico.

Jessie: Quizá no, pero es bonito.

Ness: Somos viejas amigas, Britt y yo. Le encanta arreglarse.

Jessie: Como a muchas, Chelsea incluida. Voy a comprarle este pañuelo. 

Vanessa lo miró; parecía un cuadro del cielo de Montana al atardecer.

Ness: Es precioso, pero no va a abrigarle el cuello.

Jessie: No es para eso -se lo enrolló alrededor del suyo, lo enroscó por aquí, lo retorció por allá, e hizo que pareciera sacado de una revista de moda-.

Ness: ¿Cómo lo has hecho sin mirar? Y no me digas que sabes dónde tienes el cuello.

Jessie: Hago magia con los pañuelos. -Aun así, se acercó a un espejo y pasó los dedos por la fina y suave seda-. Lo quiero para mí, así que es un buen regalo.

Ness: Yo nunca encontraría nada para nadie si me basara en ese criterio. Yo solo... ¡Oh!

Jessie: ¿Qué pasa? Ah, el cuadro. Es tu casa, ¿verdad?

Ness: Es el rancho. Hay nieve en las montañas, en los picos altos, pero las macetas y los macizos tienen las flores de otoño. Y los ginkgos ya están amarillos.

La dependienta, presintiendo que haría más de una venta, se acercó a ellas.
 
**: Es de una pintora local. Me encanta el color tan vivo de los ginkgos y los detalles de la casa, y el rojo del cielo tras las montañas. Me entran ganas de sentarme en ese viejo banco bajo los árboles para ver la puesta de sol.

Ness: ¿Cómo lo ha titulado la pintora?

**: Serenidad. Creo que es perfecto. Es el Rancho Hudgens. La familia tiene y lleva el Resort Hudgens, uno de los mejores sitios del estado para ir de vacaciones o simplemente para cenar. La familia vive ahí, a más o menos una hora en coche de Missoula, desde hace generaciones.

Ness: En la esquina se ve el primer potrero, y ahí está Chester durmiendo en el porche delantero. Nuestro perro -dijo a la dependienta-. Vivo ahí. Soy Vanessa Hudgens -se presentó, tendiéndole la mano-.

La mujer se ruborizó complacida al estrechársela.

**: ¡Oh, vaya, santo cielo! Y yo explicándoselo todo. Es un verdadero placer conocerla, señorita Hudgens. Stasha, la pintora, va a ponerse loca de contenta de que haya elogiado su pintura.

Ness: Espero que se ponga igual de contenta de que le compre el cuadro. Como regalo de Navidad para mi madre. Puede decirle que me encanta su obra, pero los ginkgos son lo que ha terminado de convencerme -se volvió hacia Jessica-. Una fría noche de otoño, en este banco y bajo estos árboles, mi padre besó a mi madre por primera vez.

**: Ay, por el amor de Dios -repitió la dependienta, y movió la mano delante de la cara cuando los ojos se le humedecieron-. Qué romántico. Y esto, esto parece obra del destino, ¿no? Oh, tengo que llamar a Stasha. ¿Le importa si lo hago?

Ness: En absoluto. Puede decirle que, cuando mi madre habla de su primer beso, dice que tuvo la sensación de que todo su mundo se había convertido en oro, como las hojas de los ginkgos.

La mujer se metió la mano en el bolsillo para sacar un pañuelo de papel.
 
Jessie: ¿Cuánto tiempo tardaría en añadirlos a los dos? -se preguntó. Entonces se dio cuenta-. Perdón. Estaba pensando en voz alta.

Ness: Dios mío, Jessie, ¡es la mejor idea del mundo! ¿Podría pintarlos? Serían más bien siluetas, ¿no?, a lo lejos. Puedo buscar fotos suyas de esa época, pero no es como si tuviera que retratarlos.

**: Voy a llamarla ahora mismo. Vive en el centro. ¡Ahora mismo la llamo! Oh, Dios mío.

Ness: Jessica -le pasó el brazo por los hombros. Había alcanzado la perfección con esto, y gracias a ti he subido otro peldaño. Va a hacerle mucha ilusión. Muchísima. Yo invito a la pizza.

A lo largo de los años, Vanessa se lo había pasado bien, muy de vez en cuando, yendo de compras con su madre, con las abuelas. Juntas o de una en una, aunque su madre, cuando quería un bolso negro, por ejemplo, parecía que se sintiera obligada a mirarlos todos antes de tomar una decisión.

Sin embargo, debía reconocer que la excursión con Jessica, y el extraordinario éxito, lo superaba todo con creces. Se cargó de regalos divertidos: le gustaron sobre todo los calcetines largos con vaqueros que solo llevaban botas, sombrero y slips blancos.

Eufórica de tanto como estaba disfrutando, se dejó engatusar por la hábil Jessica y terminó comprándose un chaleco rojo de piel, un color que solía evitar, una blusa blanca con puños de encaje para llevarla debajo y un nuevo lápiz de labios que olvidaría aplicarse la mayor parte del tiempo.

Además, todos los días que podía zamparse un par de trozos de pizza en el Biga le resultaban estupendos.

Dio un mordisco a la suya, mirando a Jessica.

Ness: ¿Y bien?

Jessie: Está rica -dio un segundo mordisco a la suya, reflexionó, paladeó-. Está muy rica.
 
Ness: He ganado. Aunque no sé por qué has querido tantas espinacas en tu mitad.

Jessie: Son saludables y deliciosas. Y no has ganado. Está riquísima, pero... 

Vanessa meneó un dedo mientras masticaba.

Ness: Eso es pura cabezonería neoyorquina.

Jessie: Un día de estos, tú y yo vamos a irnos de compras a Nueva York. 

Vanessa dio otro mordisco a su pizza y sonrió.

Ness: Sí, en otra vida.

Jessie: Encontraré la manera de que vayas en esta. Y cuando pase, te llevaré a Lombardi. Aunque... -comió un poco más-, te reconozco que saber que este sitio está aquí hace que extrañe mucho menos Nueva York.

Ness: ¿Aún lo echas de menos?

Jessie: De vez en cuando. Puede que no me acostumbre nunca al silencio. A veces todavía me despierto en plena noche por lo silencioso que está todo. O miro por la ventana esperando ver edificios, tráfico, y hay espacio y prados y montañas.

Ness: Parece raro que extrañes eso. El ruido y el tráfico.

Jessie: Pero es así. -Riéndose, bebió un poco de vino-. Algunos días echo de menos el ritmo, la pura actividad y el restaurante tailandés de la esquina. Pero entonces pienso en las montañas y el aire, en el trabajo, que me encanta de veras, y en las personas que he conocido. Y ahora estoy aprendiendo a montar a caballo.

Ness: ¿Cómo te va? Quería ir a verte, pero he pensado que de momento igual preferías no tener público.

Jessie: Has acertado. Tu abuela es increíble y tiene mucha paciencia. He dejado de tener la sensación de que me juego la vida cada vez que monto a Maybelle. No está nada mal para llevar tres clases.

Ness: Dentro de nada estarás arreando ganado.
 
Jessie: Deja que siga tu ejemplo -brindó con ella-. Sí, lo haré, pero en otra vida.

Ness: Vas a sorprenderte a ti misma. No quiero hablar mucho de trabajo, pero sí quiero decir que te has convertido, en poco tiempo, en un miembro indispensable de la familia del resort. He pasado a delegar en ti, a saber que puedo, y eso me hace mejor en mi trabajo.

Jessie: Eso significa mucho. Me encanta trabajar para ti, para la familia. Dios mío, me encanta colaborar con Mike. Es tan listo y creativo..., y me hace reír todos los días.

Ness: Está tonteando con Chelsea, ¿verdad?

Jessica intentó poner cara de póquer, pero los labios se le curvaron hacia arriba cuando cogió su pizza.

Jessie: Puede. Tampoco es tan extraño. Ella es adorable, además de lista y dinámica. Tiene mucha visión de conjunto y sabe cómo cuidar los detalles cuando delego en ella. Se ha convertido en otra razón por la que adoro mi trabajo. No estaba segura de que me pasaría.

Ness: Cuesta creer que estuvieras insegura de algo, considerando que te has venido a vivir a la otra punta del país.

Jessie: Di este gran paso en un momento complicado de mi vida, y me dije que era mejor darlo y equivocarme que quedarme quieta y ser infeliz. Me alegro de haberlo dado y de saber que no fue un error, sino justo lo que necesitaba -bebió más vino sin dejar de mirar a Vanessa-. Creo que ahora ya puedo preguntarte por qué me contrataste. A la neoyorquina que nunca había estado al oeste del Mississippi.

Ness: Bueno, tu currículum hizo que se me pusieran los ojos como platos. Tu currículum y tus referencias me hicieron menear el culo en la silla. No sabía si te adaptarías. Estabas triste.

Jessie: Lo estaba.
 
Ness: Pero podría decirse que yo también decidí dar un gran paso. Tuve un buen presentimiento desde el principio. Las primeras entrevistas por teléfono, la entrevista cara a cara cuando te subiste a un avión para venir aquí. Tengo mucha sangre irlandesa y chippewa, lo que anula en cierto modo la sangre francesa, más práctica, que también corre por mis venas. Creo en los presentimientos y en hacerles caso cuando se puede.

Jessie: Y aquí estamos.

Ness: Brindo por nosotras.

Vanessa entrechocó su copa con la de Jessica.


El sol descendió hacia los nevados picos, confiriéndoles un pálido brillo dorado, mientras Vanessa conducía la camioneta de regreso a casa.

Con su lista de Navidad al completo y el cuadro ya en manos de la exultante pintora para ese último retoque sentimental, preveía que todo iría viento en popa en las dos semanas que quedaban para el gran día.

Ness: Cuánto me alegro de que me hayas convencido para venir. Aunque piense que el chaleco rojo es un error.

Jessie: Te quedaba increíble. Los colores vivos te favorecen. No sé por qué no llevas nada rojo ni de tonos llamativos.

Su tono ausente indujo a Vanessa a mirarla de reojo. Con el paso de los kilómetros, Jessica había ido quedándose más callada, apagándose.

Ness: ¿Estás bien?

Jessie: ¿Mmm...? Sí. Sí, estoy bien. -Pero volvió a quedarse callada, pareció contentarse con mirar por la ventanilla mientras la noche caía. Entonces se irguió en el asiento-. Somos amigas.

Ness: Claro.

Con un suspiro de frustración, Jessica negó con la cabeza.

Jessie: Llevo casi toda la vida siendo cauta con mis relaciones de amistad. Tengo conocidos estupendos, amigos superficiales interesantes, de esos con los que te tomas una copa cada dos meses. He tenido amigos en el trabajo, pero he sido cauta con las relaciones de amistad que no reúnen todos esos requisitos, esas limitaciones.

Ness: ¿Y eso por qué?

Jessie: Quizá porque mis padres se divorciaron cuando yo era pequeña. Apenas los recuerdo juntos, y la verdad es que no pasé mucho tiempo con ninguno de los dos. Me criaron mis abuelos. Al principio viví en un engaño. Te quedas con nosotros porque tu madre está de viaje o porque tu padre está trabajando. Después de un tiempo, el engaño fue evidente incluso para una niña. Mis padres no me querían.

Ness: Lo siento. Eso es... -no supo qué decir-. Lo siento.

Jessie: Mis abuelos sí me querían, me adoraban, y me lo demostraban todos los días. Pero es una cosa difícil de superar. Que tus propios padres no te quieran. En fin, probablemente de ahí viene mi cautela para hacer amigos. Pero somos amigas, y no quiero fastidiarlo por nada del mundo.

Ness: ¿Por qué vas a fastidiarlo?

Jessie: Besé a Alex. O él me besó. Diría que los dos nos besamos cuando acabamos de hacerlo.

Para darse un momento y asimilar lo que acababa de escuchar, Vanessa levantó una mano del volante y le hizo el gesto de «alto».

Ness: ¿Qué?

Jessie: No fue premeditado, por parte de ninguno de los dos. El caballo me dio un topetazo y me caí encima de Alex. Bueno, no, no me dio un topetazo, pero el caballo, el caballo de Zac, me olió el pelo, y yo me abalancé sobre Alex del susto que me di. Luego, pasó, sin más.

Ness: ¿Cuándo? ¿En Acción de Gracias?

Jessie: Sí.
 
Ness: ¡Lo sabía! -dio un puñetazo al aire-. El beso no, pero me olí algo. Alex tenía la cara que siempre pone cuando ha hecho algo a escondidas y no quiere que se le note. -Volvió a poner la mano en el volante, se dio cuenta de que había pisado el acelerador además de dar un puñetazo al aire y redujo un poco la velocidad-. ¿Un beso de verdad? ¿En la boca?

Jessie: Sí, un beso de verdad. Y he pensado que es tu hermano. Yo soy tu amiga, pero también soy tu empleada, así que...

Ness: Ay, olvídate de que soy tu jefa. Alex es un hombre adulto y puede besar a quien le apetezca, si la otra persona quiere. Y él no besaría a alguien que no quiere porque sencillamente no es así; por tanto, si a los dos os parece bien, ¿por qué no va a parecérmelo a mí?

Jessie: Yo no diría que a Alex le pareció bien. Él fue quien paró, y después empezó a deshacerse en disculpas hasta que me entraron ganas de noquearlo. O sea, quién es tan idiota... -se interrumpió-. Es tu hermano.

Ness: Puedo querer a mi hermano, y defenderlo, y aun así saber que en algunos aspectos es idiota. ¿Se disculpó por besarte?

Jessie: Por aprovecharse de mí. -Al sentirse comprendida, empezó a despotricar-: ¿Aprovecharse de mí? ¿Parezco una persona que dejaría que alguien se aprovechara de ella? ¡Soy de Nueva York! ¿Acaso se cree que no he parado los pies a todo un batallón de hombres que se pusieron pesados cuando yo no quería nada con ellos? Luego me vino con que no quería que me sintiera obligada, como si yo fuera a empezar algo con él porque me sintiera presionada por ser una empleada del resort. ¿Esa es la conclusión que saca de que lo besara? ¡Oh, más vale que le siga la corriente si quiero conservar mi empleo! ¡Si me sintiera acosada sexualmente, lo sabría así de fácil! -Chasqueó los dedos-. No soy una ratita débil y asustada de la que pueden aprovecharse o a la que pueden presionar.
 
Vanessa dejó que se desahogara.

Ness: Voy a decirte una cosa. Disculparse de esa manera es típico de él. Y voy a suponer que llevaba un tiempo pensando en besarte. Alex no es impulsivo, a menos que se junte con Efron, que hace aflorar esa faceta suya. Él... se lo piensa todo, y está claro que no había acabado de pensar lo tuyo con él cuando terminasteis en esa situación. Luego, se siente responsable de inmediato. No digo que no estés un poco cabreada por lo torpe que fue, y su torpeza fue francamente ofensiva, pero espero que puedas darle un poco de cancha, considerando que él es así.

Jessie: Puedo intentarlo.

Vanessa alargó la mano y le tocó en el brazo con un dedo.

Ness: No estoy defendiéndolo, bueno, solo un poco. Espero que le dejaras claro que te había ofendido.

Jessie: Oh, sí.

Ness: Eso debió de confundirlo y frustrarlo, y cuando lo asimiló, debió de horrorizarlo, ya que respeta muchísimo a las mujeres. No tiene un pelo de adulador.

A Jessica se le escapó la risa al pensarlo.

Ness: A diferencia de Mike. Y solo para desviarme un momento del tema, antes o después Mike va a hacer algo más que coquetear con la adorable Chelsea, si a ella le apetece algo más que coquetear. Él lee el pensamiento tan bien como un sabio lee libros, por eso se le dan tan bien las ventas. No se aprovecharía más de lo que lo haría Alex, pero irá mucho más deprisa. En fin. -Condujo un minuto más en silencio mientras ordenaba las ideas-. No me sorprendería si él, Alex, pensara en una disculpa para la disculpa, así que te lo voy a preguntar, como amiga: ¿te gusta?

Jessie: Por supuesto que sí. Es muy majo.

Ness: Mike es majo. ¿Piensas besarlo?
 
Jessica suspiró.

Jessie: No. -Amigas, pensó. No solo colegas de trabajo, no solo conocidas. Amigas. Podía dar el siguiente gran paso-. Me siento atraída por Alex. Me interesa.

Ness: Entonces, si quieres repetir, o ir más allá, vas a tener que tomar la iniciativa. Él no lo hará, o pasará un año más o menos antes de que se decida.

Jessie: Solo para tener las cosas claras -alzó un dedo-, ¿estás diciendo que debería ir detrás de tu hermano?

Ness: Estoy diciendo, como amiga tuya que soy, y como tu jefa, solo para no dejarme nada, que Alex y tú sois adultos, estáis solteros, tenéis libertad. Como hermana suya, que lo conoce como si lo hubiera parido, te estoy dando un consejo: si quieres empezar algo, tendrás que empezarlo tú. Y nadie que os conozca va a sorprenderse o a preocuparse si empezáis a acostaros. No sé por qué la gente deja que el sexo sea tan complicado.

Jessie: No estoy hablando de acostarme con él.

Ness: Por supuesto que sí. 

Jessica suspiró.

Jessie: Vale, por supuesto que sí. Tengo que pensármelo. No un año. Me bastará con un par de días. ¿Vanessa?

Ness: Ajá...

Jessie: Me gusta tener una amiga. 

Vanessa la miró de soslayo, y sonrió.

Ness: Has tenido suerte conmigo. Soy una amiga de la hostia.

Continuó sonriendo cuando volvió a pisar el acelerador. Estoy casi en casa, pensó al cruzarse con un utilitario azul que circulaba en sentido contrario, deseosa por llegar.
 Si a Karyn Allison se le hubiera pinchado la rueda dos minutos antes, Vanessa la habría visto en el arcén y habría parado en vez de pasar zumbando junto a su coche cuando Karyn se dirigía a Missoula.
Dos minutos lo habrían cambiado todo.


Él se limpió la sangre de las manos con la nieve. No había querido hacerlo.

¿Por qué la chica no se había comportado? Dios le había concedido el derecho, incluso la obligación, de procrear, de perpetuar su estirpe. De diseminar su simiente por el mundo.

¿Y no se la había puesto Dios justo en su camino?

Ella estaba en el arcén, con una rueda pinchada. Jamás había visto una señal tan clara de intervención divina.

Ahora bien, si ella hubiera sido demasiado mayor para tener hijos, o fea, como un hombre tenía derecho a tomar por esposa a una mujer guapa, él le habría cambiado la rueda, como buen cristiano, y habría seguido su camino.

Habría continuado su búsqueda.

Pero ella era joven. Más joven que la puta de la taberna y tan bonita como una flor. Como ya se había puesto a levantar el coche con el gato, demostraba tener empuje, y un hombre quería que sus hijos varones nacieran con empuje.

¿Y acaso no le había dado las gracias, había sonreído de oreja a oreja, cuando él se había detenido para cambiarle la rueda?

Valoraba la buena educación. Su forma de apartarse para dejar que se encargara él demostraba que sabía cuál era su sitio.

Pero entonces había sacado el móvil, había dicho que iba a llamar a los amigos con los que había quedado para explicarles qué ocurría.

Él no podía tolerarlo.
 
Se lo había dicho, y ella lo había mirado de un modo que no le había gustado nada. Sin respeto.

Ella le había pegado. Al recordarlo ahora, comprendía que no debería haber permitido que su experiencia con la primera chica restara fuerza a su puñetazo. Tendría que haberle dado más fuerte, en vista de cómo había gritado y se la había devuelto.

Le había dado en todos los huevos, además, antes de que él le arreara con la llave inglesa.

Pero aún respiraba, incluso gimoteaba un poco cuando él la había subido a la parte trasera de la camioneta, la había atado y le había tapado la boca con cinta americana por si le daba otra vez por gritar.

Había vuelto, también, para recoger su móvil y sacar su bolso del coche. Ya sabía que la policía había encontrado esos objetos la primera vez. Se había sentido cojonudo, sabiendo que había hecho lo que se había propuesto, lo que tenía que hacer. Ella volvería en sí en su habitación y él le enseñaría cuál era su sitio rapidísimamente. Cuál era su deber.

Pero cuando había llegado a la cabaña y se disponía a bajarla, vio mucha más sangre de la que esperaba. Lo primero que pensó fue que tendría que limpiarla.

Lo segundo fue que se le había muerto en el cajón de la condenada camioneta. Que se le había muerto sin más.

Eso no solo había empañado su justa felicidad, sino que lo había asustado mucho.

Había vuelto a taparla y se había ido de inmediato. Ni tan siquiera había entrado en la cabaña. Su casa no era sitio para una maldita chica muerta que no sabía comportarse.

En especial cuando el terreno era demasiado duro para cavar una tumba. Amargado por su mala suerte, condujo de noche, bajo una tormenta de nieve, en dirección a las montañas. Cargar con una chica muerta calzando raquetas de nieve le costó un gran esfuerzo, pero no tuvo que ir muy lejos.
 
La enterró en la nieve, junto con el móvil y el bolso. Pero antes sacó el dinero y se llevó la manta con la que la había envuelto. No era imbécil.

Nadie la encontraría hasta la primavera, lo más probable, y puede que ni tan siquiera entonces. De todas maneras, los animales la devorarían antes.

Pensó en rezar una oración por ella. Decidió que no la merecía, que no lo merecía a él. Así pues, se limpió la sangre de las manos con la nieve y la dejó en la inmensa quietud de la noche.


lunes, 28 de agosto de 2023

Capítulo 9


Cuatro días después de la muerte de Bonnie Jean, declarada homicidio, Vanessa fue a Helena para asistir al funeral.

Justo al día siguiente estaba en la primera planta del Molino escuchando melodías de Tim McGraw, Carrie Underwood y Keith Urban -los cantantes favoritos de Bonnie Jean- como música de fondo mientras los asistentes presentaban sus respetos.

Concedía a Jessica todo el mérito de haber creado el ambiente adecuado. Había fotografías de Bonnie -sola en algunas, con amigos en otras- distribuidas por toda la sala en sencillos marcos de hierro. Flores, explosiones de color, surgían de botellas de leche y tarros de cristal. En una mesa alargada cubierta por un hule había una variedad de comida sencilla e informal: embutidos, pollo frito, macarrones con queso, pan de maíz.

Nada selecto ni lujoso, y todo invitaba a sentirse a gusto.

Los asistentes podían acercarse al micrófono del escenario y decir unas palabras, o contar una anécdota sobre Bonnie. Algunas de ellas hicieron saltar las lágrimas, pero lo que más provocaron fueron risas, tan eficaces para contrarrestar la tristeza.

Algunos de los asistentes llevaron guitarras, violines o banjos, y tocaron una o dos canciones.

Vanessa se dispuso a salir con disimulo, pero cambió de idea cuando vio que Chad Ammon entraba e iba derecho al escenario.
 
La conversación cesó, y volvió a reanudarse entre murmullos. Vanessa se quedó donde estaba y echó un vistazo alrededor hasta que localizó a Alex, y ambos se miraron.

Con ese único gesto, ambos convinieron en dejarle hablar, y en abordar cualquier problema que pudiera surgir.

Chad: Sé que muchos de vosotros pensáis que no debería haber venido. -La voz se le quebró un poco-. Si alguien tiene algo que decirme, puede hacerlo cuando yo haya terminado de decir lo mío. No la traté bien. Tendría que haberla tratado mejor.

Alguien gritó: «¡Ni lo dudes!», lo que volvió a provocar murmullos.

Chad: No lo dudo. Era... era una buena persona, una buena amiga. Era amable. Puede que no le bailara el agua a nadie, pero todos podían contar con ella cuando la necesitaban. Ella no pudo contar conmigo. La engañé. Le mentí. Aunque jamás les he levantado la mano ni a ella ni a ninguna otra mujer del mundo, no la traté con respeto. Si hubiera sido mejor hombre, a lo mejor habríamos seguido juntos. Si hubiéramos seguido juntos, a lo mejor ella seguiría aquí. No lo sé. -Le rodaron lágrimas por las mejillas-. No lo sé, nunca lo sabré. Lo único que sé es que una persona amable y buena, una persona que sabía reír, que le gustaba bailar y que confiaba en mí, ya no está. No hay una sola cosa que nadie de aquí pueda decirme que sea peor de lo que yo me digo todos los días. Pero podéis decírmelo. Lo entiendo perfectamente.

Se alejó del micrófono. Pareció que las piernas le temblaban cuando bajó del escenario.

Vanessa pensó que tenía dos opciones. Permitir que los murmullos y las pétreas miradas se convirtieran en palabras, y quizá en algo peor, o empezar a sanar la herida.

Avanzó entre la multitud, vio que Chad se detenía y la miraba con la cara bañada en lágrimas. Prorrumpió en sollozos cuando ella lo rodeó con el brazo.

Ness: Tranquilo, Chad. Ven conmigo. No te culpes por lo que ha ocurrido. Ella no querría que lo hicieras. No era así.

Se aseguró de que la oyeran bien mientras se lo llevaba de la ceremonia camino de la escalera que conducía a la planta baja.

En el denso silencio, Jessica se apresuró a subir al escenario al percatarse de que Vanessa había empezado a cambiar las tornas. Intentaría darle un empujoncito.

Jessie: Yo no conocía mucho a Bonnie. No trabajo aquí desde hace tanto tiempo como la mayoría de vosotros. Pero recuerdo que, después de mi primera semana, fui a la Cantina. Me sentía a gusto con el trabajo, pero un poco fuera de sitio, puede que echara un poco de menos mi casa. -Se apartó el pelo ondulado de la cara. Se lo había dejado suelto y le llegaba hasta los hombros. Más informal, más cercano, pensó, que llevarlo recogido-. Quería integrarme, así que esa noche fui a la Cantina. Bonnie estaba en la barra. Le pregunté qué me recomendaba, le dije que acababa de empezar a trabajar aquí. Ella me dijo que ya lo sabía, que los camareros de barra se enteran de todo antes o después; por lo general, antes. Me recomendó un margarita de arándanos. Voy a confesaros que no me sonó muy apetecible. -En el escenario, sonrió al oír risas sofocadas-. Había muchos clientes esa noche, y me fijé en lo fácil que hacía que pareciera su trabajo. En que tenía una sonrisa para todos, aunque estuviera hasta arriba de trabajo. Colocó aquella bebida delante de mí. Yo miré el vaso pensando que por qué demonios le servía arándanos a toda la gente de por aquí. Entonces tomé un sorbo y supe la respuesta. -Volvió a sonreír cuando oyó risas y esperó un momento-. Me bebí mi primer margarita de arándanos. Y luego otro, sentada a la barra, viendo trabajar a Bonnie. Cuando ella me sirvió el tercero, le dije que no podía. Tenía que conducir. Solo hasta el Pueblo, pero no podía sentarme al volante con tres copas en el cuerpo. Y ella dijo: «Vamos, cariño, tómatelo y celebra tu primera semana aquí». Y que ella salía en una hora y que me llevaría a casa. Así que me lo bebí, y ella me llevó. No fueron los arándanos lo que hizo que sintiera que empezaba a integrarme. Fue Bonnie.
 
Bajó del escenario y calibró la atmósfera emocional de la sala. Tras decidir que las tornas habían cambiado del todo, se dirigió al fondo de la estancia.

Alex: Ha estado bien.

Jessica miró a Alex. No lo había visto acercarse a ella.

Jessie. Tu hermana ha hecho lo correcto. Yo solo lo he rematado. Y he contado una verdad como un templo.

Alex: Ha estado bien. Igual que esta ceremonia. Quiero decirte que has dado en el clavo en todo y que quizá la conocías mejor de lo que crees.

Jessie: Tenía una idea de cómo era, y he hablado con personas que la conocían bien -echó un vistazo general a la sala, las fotografías, las flores, las caras-. Todo esto me ha enseñado un par de cosas. Me habría gustado pasar más tiempo sentada a la barra cuando estaba ella. Y Bonnie era, todos lo somos, parte de un todo, no solo una empleada de una buena empresa. Vanessa me ha dicho que algunos de los que han venido hoy son temporeros y algunos han recorrido más de ciento cincuenta kilómetros para estar aquí. Es lo que hacen las familias. Y esa clase de sensibilidad viene de arriba. Tu familia ha creado ese ambiente, y es de verdad.

Alex: Voy a disculparme.

Jessica clavó en él sus ojos azules, sorprendida.

Jessie: ¿Ah, sí?
 
Alex: No era mi intención hacerte sentir que no formas parte de esto.

Jessie: ¿Es solo que a ti no te lo parece? 

Alex cambió el peso a la otra pierna.

Alex: Me estoy disculpando.

Jessie: Y yo debería tener la cortesía de aceptar tus disculpas. Así que lo haré. Pelillos a la mar. 

Jessica le ofreció la mano.

Alex: De acuerdo. -Aunque le pareció diminuta en la suya, se la estrechó-. Tengo que volver, pero...

Jessie: Doña Fancy está ahí sentada y Mike llegará de un momento a otro. Puedes irte sin problemas.

Alex: Entonces me..., esto... 

Como se había quedado sin palabras, Alex asintió, y escapó de allí.

Camino de la puerta, después de cruzar algunas palabras más con otros asistentes sentados a las mesas dispuestas en la planta baja, vio que Zac se dirigía al Molino.

Zac: No he podido escaparme hasta ahora.

Alex: Hay tiempo de sobra. Se ha montado un poco de drama cuando Chad ha venido, ha dicho unas palabras.

Zac: ¿Ah, sí?

Alex suspiró, conocía muy bien ese tono, y se caló más el sombrero.

Alex: Sigues enfadado.

Zac: Rompiste un juramento.

Alex: Tú no estabas presente. Siento haberme dejado llevar por mi genio, pero así fue. Y ya está hecho. Si quieres que estemos empatados, te doy permiso para que rompas el juramento que hicimos la vez que metí whisky en una botella de Coca-Cola y la saqué de casa a escondidas, y los dos quisimos bebérnosla en el campamento y acabamos vomitando hasta la primera papilla.

Zac: Tú vomitaste más.
 
Alex: Puede. Tú vomitaste lo tuyo. Puedes contarlo si así quedamos en paz.

Reflexionando, Zac se metió los pulgares en los bolsillos de los vaqueros.

Zac: Decidir qué puedo contar no nos deja empatados. Debería poder decidirlo yo.

Como no podía discutírselo, Alex miró hacia las montañas con el ceño fruncido.

Alex: Pues adelante. Decídelo tú y acabemos con esto.

Zac: A lo mejor cuento cómo perdiste la virginidad cuando Brenna Abbott te engatusó para llevarte al pajar cuando tu hermana celebraba su decimotercer cumpleaños.

Alex hizo una mueca. Puede que no estuviera muy orgulloso de eso, teniendo en cuenta que toda su familia y unas cincuenta personas más estaban a un tiro de piedra, pero había sido un momento importante de su vida.

Alex: Si eso lo arregla...

De pie, apoyando todo su peso en un costado, Zac contempló las montañas junto a su amigo, escuchando la música y las voces del Molino.

Zac: Joder, con eso solo conseguiría sentirme como un capullo y que tú dejaras de sentirte igual. Prefiero que te sientas como un capullo durante un tiempo más. Por cierto, ¿qué fue de Brenna Abbott?

Alex: Lo último que supe era que vivía en Seattle. O quizá en Portland.

Zac: Qué rápido olvidamos. Bueno, pelillos a la mar dijo ofreciéndole la mano-.

Alex se quedó mirándolo y soltó una risotada.

Alex: Es la segunda vez en menos de diez minutos que alguien me dice eso. Debo de estar tomando por costumbre meter la pata.

Zac: No, por costumbre no. Solo ha sido un desliz.

Alex: Tengo otra cosa que decirte. Si Clintok empieza algo, ven a buscarme antes de terminarlo tú.

Zac: Clintok no me preocupa.

Alex: Ven a buscarme -repitió; luego se escupió en la palma y alargó la mano-.

Zac: Hostia. 

Conmovido, divertido, y esforzándose por no pensar en el comentario de Vanessa sobre los críos de doce años, Zac alargó la suya para estrechársela.

Alex: Pues vale. Tengo que volver -se alejó sin prisas-.

Limpiándose la mano en los vaqueros, Zac entró para presentar sus respetos a la fallecida.


Vanessa no estaría entre los mejores cocineros del mundo. Puede que ni siquiera entre el cincuenta por ciento de los mejores. Pero el día de Acción de Gracias cumplía con su deber.

Picaba, pelaba, removía, batía. Y siguiendo una tradición establecida hacía años, se quejaba de que ninguno de sus hermanos hiciera su parte.

Anne: No es nada justo. -Con su placidez habitual, untaba el pavo-. Pero tú sabes tan bien como yo que no hay un solo hombre en esta casa que no sea un estorbo en la cocina. Clementine y yo hicimos todo lo posible por enseñarles, igual que te enseñamos a ti, pero Mike sería capaz de quemar el agua y Alex es como un elefante en una cacharrería.

Ness: Lo hacen a propósito -protestó mientras Cora y ella pelaban una montaña de patatas-.

Cora: Bueno, cariño, lo sé, pero las consecuencias son las mismas. Abuela, ¿puedes echar un vistazo a este jamón?

Doña Fancy, con un delantal que rezaba: LAS MUJERES, COMO EL VINO, MEJORAN CON LA EDAD, miró en el horno inferior, y asintió.
 
Fancy: Yo diría que ya es hora de que prepare el glaseado. No te sulfures, Vanessa. Tienes a los hombres ahí fuera asando la carne a la parrilla. Y van a llevar el segundo pavo con todas las guarniciones a los mozos del barracón. Prefiero no tenerlos aquí, agobiándome.

Cora: Me gustan los olores y los ruidos de una cocina en Acción de Gracias -añadió mientras pelaba otra patata-. ¿Te acuerdas, Anne, de que siempre hacía masa para tartas de sobra y dejaba que Alice y tú... -No terminó la frase, suspiró-. En fin.

Anne: Me acuerdo, mamá.

Anne habló con rapidez, y se volvió para remover sin necesidad una olla puesta al fuego.

Cora: No voy a ponerme sensiblera. Me gusta pensar que Alice también está disfrutando hoy de los olores y los ruidos de Acción de Gracias. Que ha encontrado lo que fuera que buscaba y que nosotros no podíamos darle.

Doña Fancy abrió la boca, pero volvió a cerrarla de inmediato. Vanessa tuvo la prudencia de no decir nada. En las poquísimas ocasiones en las que el nombre de la hermana de su madre se mencionaba, las abuelas parecían atrincherarse en bandos contrarios. Una estaba cargada de tristeza; la otra, de resentimiento. Su madre se sumaba al bando del resentimiento.

Anne: Creo que las cocineras nos merecemos una copa de vino -se dirigió a un armario y sacó copas-. Me juego un brazo a que los hombres ya se habrán trincado más de una cerveza. Vanessa, lava esas patatas y pongámoslas a hervir. Mamá, estos boniatos ya parecen listos para que obres tu magia.

Ness: Solo me queda un par por pelar.

Anne dejó las copas, dio a su abuela un rápido apretón en la mano. En respuesta, doña Fancy se encogió de hombros.
 
Cora: ¿Creéis que no sé lo que estáis pensando? No empecéis a poneros condescendientes conmigo.

Vanessa dio un respingo al oír el timbre.

Ness: Es la puerta. -Aliviada, corrió hasta el recibidor. Al abrir, vio a Jessica y dijo-: Genial.

Jessie: Bueno, gracias. Y gracias por invitarme.

Ness: Pasa. ¿Cuándo ha empezado a nevar? No estaba prestando atención, inmersa en mis tareas culinarias y en un fantasma familiar. -Le indicó que entrara y se hizo a un lado-. Puedes sumarte a lo primero y ayudar a exorcizar lo segundo con tu mera presencia. No tenías que traer nada -añadió, señalando con la cabeza la caja para tartas que Jessica llevaba-.

Jessie: «Tener que» implica obligación. «Tener el gusto» indica gratitud.

Ness: Gracias en ambos casos. Dame el abrigo.

Después de cambiarse la caja de mano, Jessica se quitó el abrigo y la bufanda mientras contemplaba la entrada.

Jessie: Esto es fabuloso. Me encantan los techos con vigas de madera, el suelo de tablones y, oh, la chimenea.

Ness: Había olvidado que es la primera vez que vienes. Tendremos que enseñarte la casa.

Jessie: Me encantaría. -Con su sencillo vestido azul, Jessica dio unos cuantos pasos por el salón-. ¡Y las vistas!

Ness: Nos vuelven locos. También son bastante impresionantes desde la cocina. Ven a la parte de atrás. Te serviré una copa.

La casa era como un laberinto y fascinó a Jessica. Tenía un ambiente acogedor y un estilo informal. Mucha madera y piel, observó, muchas obras y objetos de arte del Oeste entremezclados con piezas de cristal irlandés y cerámica de Belleek. Ventanas con amplios marcos cuadrados y sin cortinas para ver bien los prados, el cielo, las montañas.

Se detuvo delante de una habitación con un voluminoso escritorio antiguo y señaló la pared.

Jessie: ¿Es un... portabebés?

Ness: Un portabebés indígena. Es el portabebés del abuelo de mi padre.

Jessie: Es maravilloso, y envidiable, poseer un legado familiar tan antiguo, en ambas ramas, y tener objetos como este, la conexión tangible.

Ness: Somos un rompecabezas de etnias -la llevó a la parte de atrás-. Mirad a quién traigo conmigo.

Anne: Jessie. Me alegro de verte -se despegó de los fogones para recibir a Jessica con un abrazo-. Tú siempre tan guapa.

Fancy: No te vendría mal ponerte un vestido bonito de vez en cuando, Vanessa -opinó doña Fancy mientras removía el glaseado para el jamón-.

Ness: Gracias -masculló dirigiéndose a Jessica-. ¿Qué te apetece tomar?

Jessie: Lo que estéis tomando vosotras -dejó la caja en la encimera-. ¿En qué puedo ayudar?

Anne: Primero el vino. ¿Qué nos has traído?

Jessie: Es ptichye moloko.

Cora: No estoy segura de poder pronunciarlo, así que voy a echarle una miradita -se acercó y levantó la tapa-. ¡Oh, es espléndido!

Jessie: Es un postre ruso, tarta de leche de pájaro, aunque no se hace con leche de pájaro. Mi abuela siempre lo preparaba en ocasiones especiales.

Vanessa le ofreció una copa de vino, y examinó el liso glaseado de crema chantilly espolvoreado con chocolate de una forma muy artística.

Ness: ¿Lo has hecho tú?

Jessie: Me gusta la repostería. No me divierte mucho hacer pasteles para mí sola, así que esto ha sido un lujo.

Anne: Voy a sacar el soporte elegante para tartas y pondré este pastel en el bufet de postres junto con los pasteles y el dulce de bizcocho borracho de mamá -se apresuró al comedor a coger el soporte para tartas-. Siéntate a beberte el vino, Jessie.

Jessie: Lo haré si me pones un utensilio de cocina en la mano.

Fancy: Pon a la muchacha a trabajar. Los hombres invadirán la cocina dentro de nada y no harán nada mejor que estorbarnos.

Para Jessica, participar en una reunión de una familia tan grande era fascinante. La interacción y la dinámica de las cuatro generaciones de mujeres, con algunos papeles asignados de forma flexible -Ness, tráeme eso; mamá, prueba esto- y otros celosamente custodiados.

Doña Fancy asaba el jamón al horno mientras Anne se ocupaba del pavo. La carne guisada era competencia exclusiva de Cora.

Cualquiera que fuera el fantasma familiar al que Vanessa se había referido, parecía haberse esfumado, pues las mujeres trabajaban en relajada armonía y con mucho cariño. Aunque Jessica no podía imaginarse preparando alguna vez una cacerola entera de carne guisada, Cora le dio consejos sobre cómo hacerlo. Y Jessica pensó en las horas que ella misma había pasado en la cocina con su abuela.

Cora: Pareces un poco melancólica -habló en voz baja-. ¿Echas de menos a tu familia?

Jessie: Estaba pensando en mi abuela, en cómo me enseñó a cocinar, a apreciar lo creativo que es.

Cora: ¿Vive en el Este? Quizá pueda venir a quedarse un tiempo.
 
Jessie: Murió el invierno pasado.

Cora: Oh, cariño, lo siento mucho. -De forma instintiva, le pasó un brazo por los hombros mientras removía la carne con la otra mano-. ¿Te enseñó ella a hacer ese pastel?

Jessie: Sí.

Cora: Entonces está aquí de todas formas, ¿no? 

Dicho esto, Cora besó a Jessica en la sien.

Alex entró, sorprendido de ver a Jessica con los ojos algo llorosos, y apoyada en su abuela.

Se aclaró la garganta.

Alex: Esto..., estamos listos para llevar el pavo y lo demás al barracón.

Sus palabras provocaron una carrera veloz y férreamente organizada para coger las guarniciones y los postres asignados a los mozos del rancho.

Uno de ellos, un hombre canoso y fornido con el sombrero en las manos, esperaba detrás de Alex.

**: Apreciamos mucho toda esta comida tan rica, doña Fancy, señora Cora, señora Anne, Ness, y...

Jessie: Jessica -se presentó ella misma-.

**: Señora. Aquí huele a gloria. Eh, no levante esa olla tan grande, señora Cora. Ya lo hago yo.

Cora: Tú y los muchachos disfrutad de lo que hay dentro, Hec, y asegúrate de devolver la olla.

Hector: Se la devolveré, pero le aseguro que cuando lo haga no quedará ni pizca de este puré de patatas. Muchísimas gracias. Y feliz Acción de Gracias, señoras.

En cuanto la puerta se cerró tras el mozo, Alex y un montón de comida, Vanessa rompió a reír.

Ness: Sigue colado por ti, yaya.
 
Cora: Ya es suficiente, Vanessa Samantha Hudgens.

Ness: Llamarme por mi nombre completo no cambia los hechos. Hector está colado por la yaya desde que tengo memoria.

Cora: Tampoco hace tanto que tienes memoria, ¿no? -repuso con aspereza-.

Ness: Tengo la suficiente para saber que tendrías novio si le dieras alas.

Cora: Soy demasiado cabezota para un hombre. Y mira quién fue a hablar de novios. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con un hombre un sábado por la noche?

Vanessa dio un mordisco a uno de los huevos que su bisabuela había rellenado.

Ness: A lo mejor también soy demasiado cabezota.

Fancy: Estoy viendo fuera a uno que te quitaría la cabezonería -sonrió mirando por la ventana-. Desde luego, ese Zac Efron tiene lo que hay que tener para que le sienten de miedo unos Levi’s.

Ness: ¡Abuela!

Doña Fancy se rio y le hizo un guiño con picardía.

Fancy: Tengo ojos en la cara, y ni siquiera necesito las gafas desde que me toquetearon los cristalinos cuando me quitaron las cataratas. Sí, señor, veo la mar de bien. Y también oigo bien; por ejemplo, os oigo ir juntos al Centro Ecuestre casi todas las mañanas.

Ness: No hay nada entre nosotros.

Fancy: Eso no significa que no pueda haberlo, o que él pueda hacer que lo haya, si te pone en su punto de mira.

Ness: Yo no soy un objetivo.

Cora le dio un golpecito en el hombro con el dedo.

Cora: Eso te enseñará a tener cuidado con lo que dices sobre quién está colado por quién.
 
Ness: Deberíais preguntar a Jessica por qué no sale los sábados por la noche.

Anne: ¿Por qué no sales, Jessie? 

Jessie: ¿Así, a bocajarro? 

Ness: Aquí diríamos «a quemarropa», pero es lo mismo.

Jessica se libró de tener que pensar en una respuesta cuando los hombres entraron en tropel y, tal como se había pronosticado, resultaron un estorbo.

Fuera de un evento, Jessica jamás había visto tanta comida. Además del pavo tradicional, había jamón y ternera, patatas en puré y estofadas, un mar de carne guisada, batatas al vino y confitadas, el relleno del pavo servido aparte, montañas de verduras y ensaladas, compota de manzana recién hecha, salsa de arándanos, bollos y panecillos de masa madre acabados de sacar del horno.

Junto con la comida y la bebida, la conversación fluyó sin trabas. Jessica se fijó en que el tema de Bonnie Jean se quedaba fuera de la mesa de Acción de Gracias, y solo podía estar agradecida. No pasaba un día en el trabajo sin especulaciones, preguntas. La cena le parecía una tregua.

Sentada entre Alex y Zac, probó el jamón.

Zac: Ten cuidado con esas rodajas de carne de tu plato. No te quedará sitio para el postre.

Jessie: Aquí hay demasiado para comerse más de una rodaja. ¿Dónde vas a encontrar sitio tú? 

Señaló su plato, mucho más lleno.

Zac: La tarta de manzana de la señora Anne es inigualable. He soñado con ella todos los días de Acción de Gracias que no he estado sentado a esta mesa.

Así pues, pensó Jessica, para él era una tradición pasar el día de Acción de Gracias con esta familia en vez de con la suya. Tomó nota.

Jessie: Supongo que lo quemas trabajando. No pude ir a ver tu espectáculo el sábado pasado, pero he oído que tu caballo y tú causasteis sensación.
 
Zac: Nos divertimos bastante haciéndolo.

Jessie: La próxima vez quiero tomar algunas fotos.

Vanessa se asomó por el otro lado de Zac y después se volvió para hacer un gesto a Mike, que estaba sentado enfrente.

Ness: Deberíamos poner una o dos en la web. Yo vi parte. Atardecer se metió a la gente en el bolsillo. Tú tampoco lo hiciste mal -dijo a Zac-.

Zac: Él me ha enseñado todo lo que sé.

Sam: El caballo más listo que he visto nunca. No me sorprendería si un día me dice «Hola, Sam» cuando pase por delante de su caseta.

Zac: Estamos trabajando en ello.

Jessie: Tendré que conocer a esa maravilla de caballo -probó el puré de patatas-.

Zac: Se pondría muy contento. Le gustan las mujeres guapas. Sobre todo las que le llevan una zanahoria.

Vanessa se volvió ligeramente hacia Zac cuando él la miró.

Ness: Supongo que vas a decir que te lo ha dicho él.

Zac: Nos entendemos. Atardecer y yo nos entendemos. ¿Tienes muchas oportunidades de montar, Jessie?

Jessie: ¿Yo? Oh, no sé montar.

Todas las conversaciones alrededor de la mesa dieron paso al silencio. Y, una vez más, Vanessa se asomó por el lado Zac.

Ness: ¿Nada de nada?

Jessie: No había muchas oportunidades en el Lower Manhattan.

Alex: Pero te has subido a un caballo. Para dar un paseo, por ejemplo -dijo sorprendido, volviéndose hacia ella-.

Jessie: La verdad es que no. Nunca me he subido a un caballo.

Mike: ¿Cómo es que no lo sabíamos? 

Jessie: Nadie me lo preguntó. -Sintiéndose de repente expuesta, como si hubiera confesado un delito sin darse cuenta, cogió la copa de vino-. No era un requisito para ocupar el puesto.

Sam: Bueno, lo resolveremos -cogió otro bollo-. Cora es muy buena profesora. Lo cierto es que todos los de esta mesa podríamos enseñarte lo básico en un periquete. La subiremos a Maybelle, ¿no crees, Ness?

Ness: Maybelle es de lo más mansa y paciente que hay. Andy siempre se la asignaba a los novatos o a la gente nerviosa.

Jessie: En serio, no hace falta que os molestéis. Yo no...

Alex: ¿Te dan miedo los caballos? -preguntó con tanta dulzura que Jessica notó calor subiéndole por la nuca-.

Jessie: No. -No, en teoría-. En absoluto -añadió con más firmeza-.

Sam: Te sentaremos en una silla de montar. No te preocupes por eso.

Sin saber qué decir, Jessica sonrió y bebió más vino.

No estaba preocupada por eso. A partir de ese momento suponía que no estaría preocupada por casi nada más.

El receso entre la cena y el postre incluía limpiar y escoger entre echar una partida a las cartas o ver fútbol.

Como Jessica sabía más de fútbol que de cartas, optó por lo primero. Pero apenas se había acomodado cuando Alex le llevó su abrigo y un par de botas camperas.

Alex: Mi madre ha dicho que debería llevarte fuera, habituarte a los caballos.

Jessie: Oh, en serio, no hace falta.

Alex: Yo no discuto con mi madre. Es perder el tiempo porque siempre gana.

Mike: Es verdad -confirmó antes de gruñir al televisor-. Por el amor de Dios, ¿dónde están los defensas? ¿Se han tomado el día libre?
 
Alex: Me ha dicho que estas deberían venirte bien. -le dio las botas-. No puedes atravesar el patio con esos zapatos de tacón.

Jessie: Vale. 

Sería mejor acabar con eso de una vez. Su anfitriona, y jefa, había hecho una petición. Así que iría, vería los caballos y sanseacabó.

Había visto muchos caballos desde que vivía en Montana. Desde una cómoda distancia.

Se calzó las botas, que en efecto le venían bien aunque le quedaban ridículas con el vestido, y se puso el abrigo.

Alex la condujo hasta la puerta lateral. Había dejado de nevar, pero los casi ocho centímetros de nieve recién caída brillaban bajo las luces del patio.

Con lo que agradecía llevar las botas.

Jessie: No es que necesite ir a caballo a ninguna parte.

Alex: Es bueno saber montar. Como nadar. ¿Sabes nadar?

Jessie: Pues claro.

Alex: Nunca he estado en el Lower Manhattan. Tampoco sabía si allí hay muchas oportunidades para nadar.

Jessie: Es una isla -le recordó cuando se oyó una fuerte ovación en el barracón-.

Alex: Están viendo el partido.

Jessie: Probablemente tú querrías hacer lo mismo -dijo al caer en la cuenta-. Iremos rápido para que puedas volver.

Alex: El fútbol me gusta bastante, pero no es más que un partido. 

Alex abrió la puerta y encendió las luces.

Era un olor suave, pensó Jessica. Caballos. Distinto, un poco distinto a como era cuando pasaba cerca de ellos en los potreros o los picaderos.

Alex bajó por la rampa de hormigón, se detuvo.

Alex: Esta es Maybelle. Es ideal para montar por primera vez.

Mientras él hablaba, la yegua sacó la cabeza, castaño oscuro con una irregular marca blanca, por encima de la puerta de la caseta.

Alex: Si tuviera lana, sería un cordero. ¿Verdad, Maybelle?

La yegua echó las orejas hacia delante cuando él le frotó la mejilla. Luego miró a Jessica de hito en hito.

Alex: Puedes acariciarla. Le gusta. ¿Has acariciado alguna vez a un caballo?

Jessie: No.

Alex: No diré que algunos no muerden, porque lo hacen. Pero esta no. Es muy buena. Mira.

Antes de que Jessica se diera cuenta de lo que pretendía, Alex le había puesto la mano en la mejilla de la yegua.

Suave, como el olor. Suave. Cálida.

El corazón dejó de martillarle y pudo disfrutar de la experiencia.

Jessie: Tiene unos ojos preciosos.

Alex: Sí.

Alex esperó hasta que ella estuviera lo bastante confiada para pasarle la mano por el cuello.

Jessie: ¿Te ha tirado alguna vez un caballo?

Alex: Tirar, tirar, no. Resbalé una vez y acabé en el suelo. Pero montábamos a pelo, Zac y yo, y además íbamos medio borrachos. Hace mucho tiempo -añadió cuando Jessica lo miró-.

Jessie: Tu familia tiene muchas ganas de que yo monte.

Alex: Nadie va a obligarte a hacer nada si te da miedo, o si sencillamente no quieres.

Jessie: Debería probarlo. Tener la experiencia -dio un paso atrás-. Me lo pensaré. -Se sobresaltó un poco, se volvió al oír un resoplido detrás de ella-. ¿Quién es?

Alex: Es el famoso Atardecer.

Jessie: Atardecer, el caballo prodigio -se acercó, eso sí, con cautela-. Es precioso. Y grande. Es grande.

Alex: Mide diecisiete palmos, así que es más grande que la mayoría. Listo, como ha dicho mi padre, y puede ser travieso. Pero no tiene una pizca de maldad.

Para poner a prueba su valor, Jessica se acercó más. Detuvo la mano a medio camino, vacilando. ¿Podía un caballo parecer divertido?, se preguntó, y se obligó a seguir levantando la mano hasta tocarle la mejilla.

Jessie: Vale, lo tienes todo. Eres grandioso, muy imponente y muy, muy guapo.

Atardecer volvió la cabeza y la bajó, como si de repente le hubiera entrado vergüenza. Alex se rio.

Alex: Juro que no sé cómo lo hace. Es como si entendiera todo lo que decimos.

Sonriendo, Jessica se dio la vuelta.

Jessie: A lo mejor lo hace. Creo que...

Esa vez no solo se sobresaltó, sino que dio un respingo y se estampó contra Alex.

Alex: Atardecer solo te estaba oliendo el pelo. -Para tranquilizarla, la rodeó con los brazos, o se dijo que esa era la razón-. Es bonito, y huele bien. Atardecer no quería asustarte.

Jessie: Me he asustado. Solo me ha dado un susto. 

Aún con la respiración un poco entrecortada, alzó la vista. Qué verdes eran sus ojos, pensó, verdísimos, con motitas doradas.

Alex: Es bonito. Tu pelo es bonito. 

Y la besó.

Olía a los caballos, pensó ella. Suave y cálido. Su boca era igual, cálida y suave en la suya. Un beso sosegado, un beso que podría haber sido plácido de no ser por lo rápido que percutía su corazón. Pese a ello, apoyarse en él, dejarse llevar, fue lo más fácil que había hecho nunca.
 
Alex se separó y dio un paso atrás.

Alex: Lo siento. No debería haberme... aprovechado de esta manera. 

La sedosa burbuja radiante se reventó.

Jessie: ¿De qué manera?

Alex: Bueno, yo... Podría parecer que te he traído aquí engañada y después me he echado encima de ti.

Jessica enarcó las cejas.

Jessie: Creo que la primera en echarse encima he sido yo.

Alex: Eso ha sido... -se interrumpió, se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo-. No estoy seguro de qué... No estoy seguro.

Jessie: Ya lo veo. Supongo que deberías avisarme cuando lo estés. Deberíamos volver.

Alex se puso de nuevo el sombrero y le dio alcance.

Alex: Es solo que no quiero que pienses que yo me aprovecharía, que te sientas obligada...

Jessica se paró en seco, dejándolo petrificado con la mirada.

Jessie: No me insultes.

Alex: No era mi intención. No me refería a... Santo Dios, sé hablar con la gente mejor que estoy haciéndolo ahora. Con las mujeres. No me he expresado bien.

Jessie: Si crees por un segundo que pienso que me has presionado, o que me presionarías, para tener una relación física o sexual porque eres un miembro de la familia que me da trabajo, estás insultando mi inteligencia y mi capacidad para juzgar a las personas. Y yo sí que me he expresado perfectamente.

Alex: De acuerdo.

Jessie: Si piensas que yo alimentaría o permitiría eso mismo, eres idiota.

Alex: Creo que te he entendido, totalmente. Yo solo quería disculparme por si me había extralimitado. No era mi intención extralimitarme, tenga o no razón. Hueles bien.

Jessie: Esa parte la tenemos clara, gracias. Y si alguna vez te extralimitas, yo te lo diré.

Alex: De acuerdo.

Tras decidir que lo más prudente era dejarlo ahí, Alex le abrió la puerta.

Se volvió y vio a Atardecer observando el drama humano con evidente satisfacción.

Apagó las luces y cerró la puerta.


sábado, 26 de agosto de 2023

Segunda parte - Capítulo 8


1995

Alice -su nombre era «Alice», daba igual cómo la llamara él- dio a luz a un varón.

Era su tercer hijo, y el único que el señor le permitió quedarse. El segundo, otra niña, había nacido solo diez meses después de la primera. Una niñita a la que ella había llamado Fancy porque había venido al mundo con una bonita pelusilla pelirroja en la cabeza.

Cuando él se llevó a la niña, a su segunda hija, por aquella escalera, ella se negó a comer y a beber durante casi una semana, incluso cuando él le pegaba. Intentó estrangularse con la sábana, pero solo consiguió desmayarse.

Él la obligó a comer, y cuando sintió que su propio cuerpo estaba ávido de comida, murió un poco. Después del parto, él esperó tres semanas antes de volver a violarla. En menos de seis, concibió un hijo varón.

El nacimiento del niño, que ella llamó Mike por el padre que no había llegado a conocer, lo cambió todo. El señor lloró y besó al bebé en la cabeza mientras este chillaba y berreaba. Llevó flores a Alice, las flores de Pascua moradas que florecían en abril por todo el rancho.

La hicieron sentirse como en casa, y la esperanza se le clavó como un puñal oxidado.

¿Era esa su casa?

Él no le quitó al niño, sino que le llevó leche, verduras frescas, incluso un bistec. Para que su leche fuera nutritiva y saludable, decía.
 
La surtió de pañales, toallitas y crema para bebés, una bañera de plástico y jabón para recién nacidos. Cuando ella le preguntó, con cautela, si el bebé podía tener toallas más suaves, él se las proporcionó, y también un móvil en forma de arco y con animales que emitía una canción de cuna.

Durante meses no la golpeó ni la forzó. El bebé era su salvación, pues la libraba de las palizas y violaciones y le daba una razón para vivir.

Le infundía valor para pedir más.

Él bajaba a ver al niño, a llevarle provisiones, tres veces al día. Había añadido la comida de mediodía después de que Mike naciera. Alice había aprendido a estimar en qué hora del día estaba a partir de sus visitas.

Preparada para la visita del desayuno, amamantó al niño, lo lavó, lo vistió. Había dado sus primeros pasos la noche anterior, y ella había llorado de orgullo.

Una nueva esperanza ardía en su seno. El señor vería andar a su hijo por primera vez, les permitiría ir arriba, le permitiría sacar al niño fuera de casa, pasear al sol.

Y ella reconocería el terreno. Empezaría a pensar en cómo escapar con su hijo.

Su hijo, su tesoro, su salvación y alegría, no crecería en un sótano.

Se lavó y se cepilló el pelo, que ya tenía de color castaño y le llegaba por debajo de los hombros.

Cuando él bajó la escalera con un plato de huevos poco hechos y un par de lonchas de beicon pasadas, ella estaba sentada en su silla, haciendo el caballito al niño.

Alice: Gracias, señor.

**: Asegúrate de comértelo todo. Quien guarda, halla.

Alice: Lo haré, se lo prometo. Pero tengo una sorpresa para usted. 

Puso a Mike de pie en el suelo, apoyado en sus regordetas piernecillas, y lo besó en la coronilla. Él se agarró a sus dedos un momento, pero enseguida se soltó y dio cuatro vacilantes pasos antes de sentarse en el suelo.

**: Ya anda -dijo el señor en voz baja-.

Alice: Creo que ha aprendido antes de lo normal; es tan listo y dulce... 

Alice contuvo la respiración cuando el señor se acercó a Mike y volvió a ponerlo de pie.

Y Mike, moviendo las manos, se rio mientras daba unos cuantos pasos, torpes.

Alice: Empezará a correr antes de que usted se dé cuenta -dijo obligándose a adoptar un tono alegre-. Los niños necesitan correr. Convendría que tuviera más espacio, cuando usted lo considere oportuno -se apresuró a añadir cuando el señor dirigió sus duros ojos oscuros hacia ella-. Que le diera el sol. Hay... hay vitaminas en la luz del sol.

Él no dijo nada, sino que se inclinó y agarró al niño. Mike tiró de la descuidada barba que el señor se había dejado en los últimos meses.

Cada vez que él tocaba al niño la mataba. El terror y la desesperación le atenazaban el estómago. Pero se obligó a sonreír mientras se levantaba.

Alice: Compartiré el desayuno con él. Le gustan los huevos.

**: Tu deber es darle leche materna.

Alice: Oh, sí, y lo hago, pero también le gustan los alimentos sólidos. En trocitos. Tiene cinco dientes y está saliéndole otro. ¿Señor? Me estoy acordando de lo que mi madre decía de tomar el aire y de lo necesario que es para estar sano, crecer fuerte. Si pudiéramos salir, tomar el aire, aunque solo fuera unos minutos.

La cara de él mientras sostenía al niño adquirió una expresión pétrea.

**: ¿Qué te he dicho al respecto?

Alice: Sí, señor. Solo intento ser una buena madre para... nuestro hijo. El aire puro es bueno para él y para mi leche.

**: Cómete eso. Si le salen más dientes, le traeré algo para que lo muerda. Haz lo que te digo, Esther, o tendré que recordarte cuál es tu sitio.

Ella comió y no dijo nada más, se obligó a esperar una semana. Una semana completa antes de que se lo volviera a pedir.

Pero al cabo de tres días, cuando ella había cenado y amamantado al niño, el señor volvió a bajar la escalera.

Y la dejó atónita cuando le enseñó la llave del grillete.

**: Escucha bien lo que voy a decirte. Te sacaré de casa, diez minutos, ni un segundo más.

Ella se estremeció cuando el oxidado puñal de la esperanza le desgarró el corazón.

**: Intenta gritar y te parto la boca. Levántate.

Dócil, cabizbaja para que el señor no viera la esperanza que le brillaba en los ojos, se levantó. Pero la esperanza se desvaneció cuando le puso una soga al cuello.

Alice: Por favor, no lo haga. El niño.

**: Cállate. Si intentas escapar, te romperé el cuello. Haz lo que te digo y puede que te deje salir a tomar el aire una vez a la semana. Si no me obedeces, te moleré a palos.

Alice: Sí, señor.

El corazón se le estremeció cuando él insertó la llave en la cerradura y, por primera vez en cuatro años, el pesado grillete dejó de ceñirle el tobillo.

Se le escapó un gemido quedo y gutural, de animal dolorido, cuando vio la tierna cicatriz roja que le rodeaba el tobillo.

Los ojos del señor brillaban como lunas negras.

**: Te estoy haciendo un regalo, Esther. No hagas que me arrepienta. 

Cuando la empujó, ella dio su primer paso sin el grillete, seguido de otro, oscilante, cojeando y arrastrando un pie.

Estrechó a Mike contra su pecho y subió la escalera con esfuerzo.

¿Correr?, pensó mientras el corazón tembloroso se le encogía. A duras penas podía andar.

Él tiró de la soga desde lo alto de la escalera.

**: Obedece, Esther. 

Abrió la puerta.

Ella vio una cocina con el suelo amarillento, un fregadero de hierro colado empotrado en la pared, con un escurridor lleno de platos al lado. Una nevera no más alta que ella y una cocina de dos fogones.

Olía a grasa.

Pero había una ventana sobre el fregadero, y por ella divisó los últimos vestigios de la luz del día. El mundo. Vio el mundo.

Árboles. Cielo.

Intentó prestar atención, tomar una fotografía mental. El viejo sofá, una sola mesa y una lámpara, un televisor como los que había visto en fotografías: una especie de caja con... una antena que parecía dos orejas de conejo, recordó.

Un suelo de madera, paredes desnudas, paredes de troncos, una chimenea pequeña y vacía hecha con ladrillos de distintos tipos.

El señor la empujó hacia la puerta.

Cuántos cerrojos, pensó. ¿Por qué necesitaba tantos cerrojos? El señor los abrió, uno a uno.

Todo -sus planes, sus esperanzas, su dolor, su miedo- se desvaneció cuando salió al porche corto y alabeado.

La luz, oh, la luz. Solo un resquicio del sol poniente ocultándose detrás de las montañas. Solo un resquicio de rojo perfilando los picos. El olor a pino y a tierra, la sensación del aire acariciándole la cara. Cálido aire de verano.
 
La rodeaban árboles, con un trozo de tierra removida donde había plantadas hortalizas. Vio la vieja camioneta, la misma a la que ella había sido tan tonta de subir, una lavadora vieja, un arado, un portillo para ganado cerrado con una cerca de alambre de espino que rodeaba lo que alcanzaba a ver de la cabaña.

Cuando se disponía a bajar del porche, maravillada, el señor se lo impidió tirando de la soga.

**: Ya es suficiente. El aire es el mismo aquí que ahí.

Ella alzó la cara con lágrimas de felicidad y asombro rodándole por las mejillas.

Alice: Oh, están saliendo las estrellas. Mira, Mike, mira, hijito mío. Mira las estrellas.

Intentó subirle la cabecita con el dedo, pero el niño se limitó a cogérselo e intentó mordisquearlo.

Eso la hizo reír, besarle la coronilla.

Alice: Escucha, escucha. ¿Oyes la lechuza? ¿Oyes la brisa que sopla entre los árboles? Es hermoso, ¿verdad? Todo es hermosísimo.

Mientras Mike balbuceaba y le mordisqueaba el dedo, Alice intentó verlo todo a la vez, asimilarlo todo.

**: Ya es suficiente. Vuelve a entrar.

Alice: Oh, pero...

La soga se le clavó en el cuello.

**: He dicho diez minutos, no más.

Una vez a la semana, recordó Alice. Él también había dicho una vez a la semana. Entró sin rechistar, y entonces vio la escopeta en un estante sobre la chimenea vacía.

¿Estaba cargada?

Un día, Dios lo quisiera, un día intentaría averiguarlo.
 
Volvió a bajar la escalera renqueando, asombrada de que los diez minutos la hubieran dejado emocionada y también agotada.

Alice: Gracias, señor. -No pensó, tampoco podía, qué significaba que las humildes palabras ya no le quemaran en la garganta como antes-. Mike va a dormir mejor esta noche después de respirar aire puro. Mire, ya se le están cerrando los ojos.

**: Acuéstalo.

Alice: Antes debería darle el pecho y cambiarlo.

**: Acuéstalo. Si se despierta, hazlo.

Alice lo dejó en la cuna. Él apenas protestó, y se calmó cuando ella le dibujó suaves círculos en la espalda.

Alice: ¿Lo ve? ¿Ve qué bien le ha ido? -Una vez más, mantuvo la cabeza gacha-. ¿He hecho todo lo que me ha pedido?

**: Sí.

Alice: ¿De verdad podemos salir una vez a la semana?

**: Si sigues haciendo lo que yo te digo, ya veremos. Si me demuestras que estás agradecida por lo que te doy.

Alice: Lo haré.

**: Demuéstrame que estás agradecida ahora.

Sin levantar la cabeza, Alice cerró fuerte los ojos.

**: Has tenido tiempo de sobra para recuperarte después de parir al niño. Y él ya come alimentos sólidos, así que ya no necesita tu leche igual que antes. Es hora de que cumplas con tus deberes de esposa.

Sin decir nada, Alice se dirigió a la cama plegable, se quitó el holgado vestido por la cabeza y se tendió.

**: Se te han puesto las carnes flojas -dijo él mientras se desvestía. Se inclinó sobre ella y le pellizcó los pezones, el vientre-. Puedo pasarlo por alto -añadió, y se colocó encima-.
 
Olía a jabón barato y a grasa de cocina, y los ojos le ardían con esa luz perversa que ella conocía demasiado bien.

**: Sé cumplir con mi deber. ¿Notas mi verga, Esther?

Alice: Sí, señor.

**: Di: «Quiero que mi esposo utilice su verga para dominarme». ¡Dilo! 

Ella no lloró. ¿Qué importaban las palabras?

Alice: Quiero que mi esposo utilice su verga para dominarme. 

Él la embistió. Ay, dolía, dolía mucho.

**: Di: «Toma lo que quieras de mí, pues yo soy tu esposa y tu sierva».

Alice pronunció las palabras mientras él arremetía y gruñía, mientras la cara se le crispaba con horrendo placer.

Cerró los ojos y pensó en los árboles y el aire, en los últimos rayos de sol y las estrellas.

Él mantuvo su palabra, de manera que ella subió la escalera y salió al porche una vez a la semana.

Cuando el niño cumplió un año, Alice se armó de valor y le preguntó si dejaba que le preparara una buena cena para corresponderle por su bondad. Para celebrar el cumpleaños de Mike.

Si podía convencerlo y demostrarle que era obediente, quizá consiguiera hacerse con la escopeta.

El señor bajó con su cena, cogió al niño en brazos como de costumbre. Pero esa vez, sin decir una palabra, se lo llevó a la escalera.

Alice: ¿Salimos?

**: Cómete lo que te he traído.

El miedo le volvió la voz más aguda.

Alice: ¿Adónde se lleva al niño?
 
**: Ya va siendo hora de destetarlo. De que pase más tiempo con su padre.

Alice: No, por favor, no. He hecho todo lo que me ha dicho. Soy su madre. Hoy no le he dado de mamar. Déjeme...

Él se detuvo en la escalera, fuera de su alcance.

**: Tengo una vaca. Tomará mucha leche. Si haces lo que yo digo, subirás a sentarte fuera una vez a la semana. Si no lo haces, no saldrás.

Alice cayó de rodillas.

Alice: Haré lo que sea. Lo que sea. Por favor, no me lo quite.

**: Los bebés se hacen niños, y los niños, hombres. Es hora de que conozca mejor a su padre.

Cuando cerró la puerta y echó los cerrojos, Alice se levantó temblando. Algo se quebró en su interior. Pudo oírlo, como el crujido de una rama seca dentro de su cabeza.

Fue hasta la silla y se sentó; juntó los brazos, los movió.

Alice: Chis, cariño. Chis. 

Y, sonriendo, cantó una nana a sus brazos vacíos.


En la actualidad

Más que preparada para irse a casa, Vanessa lo hizo cuando la puesta de sol lo teñía todo con sus vibrantes colores. Marcharse antes de lo habitual le parecía justificado, sabiendo que en casa se concentraría mejor en los informes, las hojas de cálculo y los horarios. Sencillamente, no podía cargar con más dolor, además del suyo, sin derrumbarse.

Echó a andar bajo un cielo salpicado de tonalidades rojas, moradas y doradas, y vio a Zac con los caballos, entreteniendo a un matrimonio joven y a su hijo pequeño, que estaba loco de contento.

**: ¡Caballito, caballito, caballito! -repetía, bamboleándose en la cadera de su madre, estirándose para dar manotazos en el cuello a Atardecer-.

Vio que Zac charlaba en voz baja con el padre y, después, que el padre susurraba a la madre algo que la inducía a negar de inmediato con la cabeza, morderse el labio y quedarse mirando a Zac.

Zac: La decisión es suya. Pero prometo que este es como un corderito.

*: Vamos, Kasey. No le pasará nada. 

El padre, que ya sonreía, sacó el móvil.

Kasey: Solo subirlo al caballo. Solo subirlo.

Zac: Entendido -montó, un movimiento que el niño aplaudió como si hubiera ejecutado un truco de magia-. ¿Quieres subir, socio?

En cuanto Zac extendió los brazos, el niño habría saltado a ellos sin dudarlo. Con sentimientos encontrados, la madre se lo dio, y después se llevó las manos al pecho al ver al pequeño chillando de alegría delante de ella.

**: ¡Caballito! ¡Monto caballito!

Kasey: Sonríe a tu padre para que pueda sacarte una foto.

Ricky: ¡Monto caballito, papá!

*: Claro que sí, Ricky. Claro que sí.

Ricky: ¡Ale!

Atardecer volvió la cabeza y miró a Zac con lo que Vanessa interpretó que solo podía ser una sonrisa guasona.

Ricky: ¡Ale, caballito! -se volvió y miró a Zac con aire suplicante-. ¡Ale!

Kasey: Oh, Dios mío -suspiró-. Quizá, que ande solo unos cuantos pasos. ¿Le parece bien?

Zac: Claro.

*: Kasey, hazle fotos. Yo voy a filmarlo. Es genial.

Zac: Pon la mano aquí -cogió la mano derecha del niño y se la puso en las riendas por encima de la suya-. Di: «Arre, Atardecer».
 
Ricky: ¡Ale, Zadecer!

Cuando Atardecer echó a andar, el niño dejó de chillar. Por un instante, su dulce carita manifestó estupefacción, los ojos se le llenaron de asombro y felicidad.

Ricky: Mamá, mamá, mamá, ¡monto caballito!

Zac dio un par de vueltas con Atardecer a paso lento, mientras el niño brincaba en la silla, sonreía, e incluso se reía a carcajadas mirando el cielo. En la última vuelta, Zac hizo un rápido guiño a Vanessa.

Zac: Tenemos que decir adiós, socio.

Ricky: ¡Más, más, más! -insistió cuando Zac empezó a levantarlo de la silla de montar-.

Kasey: Es suficiente por hoy, Ricky. El caballito tiene que irse a casa. 

Cuando Kasey alzó los brazos, Ricky se apartó.

Zac: Ahora eres un auténtico vaquero, Ricky. Los auténticos vaqueros siempre hacen caso a sus madres. Es el código de los vaqueros.

Ricky: Zoy un vaquero. -Sin muchas ganas, fue con su madre-. Besar caballito.

Zac: A Atardecer le gustan los besos.

Ricky le dio unos cuantos besos babosos en el cuello y luego señaló al paciente Leo.

Ricky: Besar caballito.

Ness: A Leo también le gustan los besos -se acercó-. A algunos caballos les da vergüenza que los besen, pero a estos dos no.

Kasey cambió de postura para que Ricky pudiera pegar los labios al cuello de Leo.

Ricky: Monto este caballito. Por favor. Ahora. Por favor.

Ness: Ahora tengo que llevarlo a casa y darle de cenar. Pero... ¿van a estar aquí mañana?

*: Dos días más -respondió el padre-.

Ness: Si mañana traen a Ricky al Centro de Actividades, veremos qué podemos hacer.

*: Lo haremos. ¿Has oído, Ricky? Mañana vas a ver más caballos. Dale las gracias al señor Efron -le ordenó su padre-.

Ricky: ¡Gracias! Gracias, vaquero. Gracias, caballito.

Zac: Cuando quieras, socio.

Vanessa montó y dio la vuelta a Leo.

Zac: Adiós -dijo en español, tocándose el borde de la gorra mientras se alejaban a caballo-.

Ness: Adiós -repitió-.

Zac: Hay que actuar de cara a la galería.

Ness: Me abstendré de mencionar el seguro, lo que cubre y lo que no.

Zac: Bien. No lo hagas.

Ness: No lo haré. Solo diré que esto es justo lo que busco, ese interés, tener a los caballos en el Pueblo Hudgens de vez en cuando. Y por qué va a dar resultado ofrecer un numerito para los niños y las familias. No esperaba que estuvieras aquí, con los caballos.

Zac: He llamado. El recepcionista me ha dicho que salías alrededor de las cinco.

Ness: Venían a buscarme para llevarme a casa. Lo he cancelado mientras tú le estabas dando al pequeño Ricky el mejor momento de su vida. Lo agradezco. Lo agradezco porque ha sido un antídoto inesperado para un día espantoso.

Zac la miró fijamente.

Zac: Lo has aguantado.

Ness: Y aguantaré mañana. Te aviso: Garrett Clintok ha intentado buscarte problemas.
 
Zac: Ya lo sé.

Ness: Ha tergiversado mis palabras. Quiero que sepas que ha tergiversado mis palabras. Yo nunca he dicho...

Zac: Ness -la interrumpió antes de que ella se pusiera a despotricar-. No necesitas justificarte.

Ness: Necesito decirlo. No he dicho cosas que él ha dicho que he dicho, y me cabrea que haya intentado utilizarme, y aún peor, mucho peor, que haya utilizado a Bonnie para crearte problemas. Lo he aclarado con el sheriff Tyler, pero si...

Zac: Tyler sabe cuál es la situación. No tengo ningún problema con el sheriff. 

Los ojos de Vanessa echaban fuego.

Ness: Porque el sheriff no es idiota, pero me cabrea. Me cabrea, y Clintok me va a oír la próxima vez que lo vea.

Zac: Déjalo estar.

Ness: ¿Que lo deje estar? -Sorprendida, indignada, se volvió en la silla de montar-. Yo no dejo estar las cosas con mentirosos y mantones. Con gente que dice que he dicho lo que no he dicho. Con gente que pilla desprevenidos a mi hermano y a su amigo, y pide que le sujeten al amigo para molerlo a palos.

Zac mandó detenerse a Atardecer.

Zac: ¿Dónde has oído eso?

Ness: Alex nos lo ha contado hoy, y debería haber...

Zac: Ha roto un juramento con saliva. 

Con el aspecto de un hombre defraudado, Zac negó con la cabeza y reanudó la marcha.

Ness: Te diré que he estado a punto de estallar cuando lo ha explicado, porque sé que los juramentos con saliva son sagrados. Para los críos de doce años.

Zac: La edad no tiene nada que ver con eso. Un juramento es un juramento. Y el pasado, pasado está.
 
Hombres, pensó Vanessa. ¿Cómo podía haber crecido rodeada de ellos y que siguieran poniéndole de los nervios?

Ness: Puedes despellejar a Alex por salir en tu defensa, por aportar pruebas de que Garrett Clintok es una víbora, si lo prefieres. Pero si el dichoso pasado fuera eso mismo, pasado, Clintok no seguiría intentando tenderte emboscadas.

Zac: Eso sería problema suyo, no mío.

Ness: Oh, por favor... 

Exasperada por su actitud racional, Vanessa puso a Leo a medio galope.

Zac la alcanzó sin esfuerzo y no pareció que fuera a dejar la razón a un lado.

Zac: No entiendo por qué estás cabreada conmigo.

Ness: Oh, cállate, joder. Hombres. 

Llevada por el enfado, Vanessa echó a galopar.

Zac: Mujeres -masculló, y dejó que se tomara la distancia que necesitaba, aunque no la perdió de vista ni un solo momento hasta que llegaron al rancho-.


Su intención no había sido matarla. Cuando lo analizó bien, cuando lo pensó a fondo, comprendió que en realidad se había matado ella.

No debería haber empezado a correr de esa manera. No debería haber intentado gritar como lo había hecho. Si no hubiera intentado darle patadas, él no habría tenido que empujarla. Ella no se habría caído al suelo con tanta fuerza, no se habría dado un golpe tan violento en la cabeza.

Si lo hubiera acompañado sin armar jaleo, él se la habría llevado a casa, y ella estaría perfectamente.

¿Su error? No tumbarla de un tortazo nada más verla. Tumbarla sin más y subirla a la camioneta. Antes había querido catarla, eso era todo. Para asegurarse de que le convenía.

Necesitaba una esposa en edad de tener hijos. Una mujer joven y guapa que le hiciera pasar un buen rato y le diera hijos varones fuertes.

Quizá se había precipitado eligiéndola, pero, desde luego, había querido darse el gusto.

Lo demás lo había hecho bien, se recordó. Había extraído la gasolina del depósito de su coche con el sifón y había dejado la justa para alejarla del centro de trabajo. La había seguido con los faros apagados y había acudido en su auxilio al ver que el coche se le paraba.

Había conseguido que bajara sin problemas, actuando con educación y amabilidad.

Después se había emocionado demasiado; ahí era donde había metido la pata. No debería haberla agarrado ni intentado forzarla. Debería haber esperado para eso.

Había aprendido la lección.

La próxima vez, la tumbaría, la ataría y se la llevaría a la cabaña. Así de fácil.

Tenía muchas mujeres guapas entre las que escoger. Se tomaría su tiempo antes de decidirse. La camarera era bastante guapa, pero las había visto más guapas. Y, pensándolo bien, quizá fuera mayor de lo que él quería. No le quedaban tantos años para tener hijos, lo cual era la función de una mujer en la vida.

Más joven y guapa; además, la que se había matado bien podría haber sido una puta, considerando que trabajaba en un bar. Podría haber tenido alguna enfermedad contagiosa.

Le convenía más no haberse acostado con ella.

Encontraría a la mujer adecuada. Joven, muy guapa... y, por supuesto, limpia.

La elegiría, esperaría el momento propicio, la ataría y se la llevaría a la cabaña. Tenía su habitación lista para ella. La adiestraría bien, le enseñaría lo que muchas olvidaban. Las mujeres fueron creadas para servir a los hombres, para someterse y obedecer, para tener hijos.

No le importaría castigarla. El castigo era su responsabilidad, además de su derecho.

Y plantaría su simiente en su vientre. Y ella sería fecunda y alumbraría a hijos varones. O él encontraría una que lo hiciera.

Eso podía requerir paciencia, planificación.

Pero no significaba que no pudiera buscarse a otra mientras tanto para pasar un buen rato.

En la cabaña, en su habitación, pasó una mano por la Biblia de la mesilla.

Después, la metió debajo del colchón y sacó una revista porno.

Casi todas las mujeres eran unas putas y unas marranas, él lo sabía. Exhibiéndose, tentando a los hombres para que pecaran. Se humedeció un dedo con la lengua, volvió una página, se sintió virtuoso mientras se le ponía dura.

No veía ninguna buena razón para no aceptar la invitación de una mujer que se exhibía ante él de esa manera mientras no encontraba a la esposa adecuada.


jueves, 24 de agosto de 2023

Capítulo 7


La familia se reunió en la Casa Hudgens, repartida por el bonito salón lleno de fotografías enmarcadas y presidido por la crepitante chimenea. Después de que le insistieran para que se sentara, Anne sirvió los cafés.

Si hubieran estado en el rancho, pensó Vanessa, la familia estaría reunida alrededor de la gran mesa del comedor. Y su madre no pararía quieta, igual que ahora.

Porque no parar quieta la tranquilizaba. Vanessa podía identificarse, pues hacer algo, prácticamente lo que fuera, surtía el mismo efecto en ella.

Habían decidido reunirse ahí porque la familia necesitaba estar unida, y Vanessa calculaba que no podía pasar más de media hora fuera del despacho.

Tenía que ocuparse de su gente, lidiar con las repercusiones y la pesadumbre que ya pesaban sobre el resort.

Fancy: ¿Qué podemos hacer por su familia? -estaba sentada, muy erguida, en su silla favorita-. Yo la conocía: una chica trabajadora y vital. Pero, Vanessa, tú debías de conocerla mejor. ¿Qué podemos hacer por su familia?

Ness: Ahora mismo no estoy segura, abuela. Sus padres están divorciados desde hace tiempo, creo. Tiene un hermano marine, pero no sé dónde está destinado. Lo averiguaré. Su madre vive en Helena, que yo sepa. No estoy segura de dónde vive su padre.

Fancy: Si su familia viene, nos ocuparemos de alojarlos donde puedan tener más intimidad, y de cuidarlos.

Cora: Eso está fuera de discusión. Vanessa, tendrás que apartar dos cabañas para que estén disponibles si es necesario. Y escoge para ellos un conductor.

Ness: Ya he reservado las cabañas -tenía su lista confeccionada, intentaba organizar qué podía y debía hacerse-. En cuanto al conductor, aunque puede que alquilen coches, creo que uno de nosotros debería encargarse de llevarlos a donde ellos quieran. Me parece que deberíamos hacerlo nosotros en vez de un empleado.

Anne: Buena idea. También tenemos que ocuparnos de nuestra familia del resort. Bonnie Jean... -Los ojos se le anegaron de lágrimas, de manera que tuvo que hacer una pausa para contener el llanto, que se le agolpaba en la garganta-. Caía muy bien. Una chica tan abierta... Tenemos que abordar, y pronto, la tristeza y la conmoción, y también el miedo. Todavía no sabemos qué ha pasado, pero la gente va a especular y a preocuparse, además de llorar la muerte de uno de los nuestros.

Mike: En mi opinión, deberíamos traer a un psicoterapeuta especializado en duelo.

Ante la sugerencia de Mike, Alex volvió la cabeza y lo miró de hito en hito.

Alex: No me imagino a la gente queriendo hablar de esto con un desconocido.

Mike: Tú no lo harías. Ni otros que no expresan sus emociones. Pero algunos sí lo harían, quizá más de los que tú imaginas. Somos una empresa, y, como empresa, deberíamos ofrecer ayuda psicológica a nuestros empleados.

Sam: Puedo coincidir con Alex sobre lo de explicarle mis cosas a un psicoterapeuta, pero opino como Mike. Deberíamos buscar un psicoterapeuta que tenga buena reputación en estos temas, y ofrecer este servicio. La gente ya decidirá si verlo o no.

Ness: Lo investigaré.

Este punto ya estaba en la lista de Vanessa.

Cora: No -la miró negando con la cabeza-. Tú ya vas a tener trabajo de sobra. Yo puedo encontrar la persona idónea para eso.

Mike: No estoy siendo frío ni insensible -miró su café con el ceño fruncido-. Y estoy tan cabreado como triste. Sigo sin poder entenderlo, y no estoy seguro de que lo haga ni tan siquiera cuando sepamos qué ha pasado. Pero tenemos que pensar en redactar un comunicado de prensa, en cómo responder a los periodistas, y no digamos ya a los huéspedes.

Ness: Estoy trabajando en ello. Hasta que sepamos lo que ha pasado, lo mejor es que digamos la verdad. Estamos todos conmocionados y apenados por haber perdido a uno de los nuestros. Y estamos colaborando en todo lo que podemos con la investigación. En este momento, no hay mucho más que decir.

Mike: Yo puedo hablar con algunos de los empleados. La yaya tiene razón en que tú ya tienes mucho trabajo.

Su hermano sabría qué decir, pensó Vanessa. Y sabría cuándo limitarse a escuchar. Mike tenía un gran corazón y, a menudo, la capacidad de intuir lo que una persona necesitaba antes de que ella misma lo supiera.

Ness: Sería de mucha ayuda. Jessica y yo iremos perfilando sobre la marcha los comunicados oficiales y decidiremos lo que todos, no solo nosotros, sino todos, deben decir a los huéspedes, a los periodistas. También podrías ayudar con eso, Mike.

Alex: ¿Por qué ella? ¿Por qué Jessica? Se ocupa de los eventos, ¿no?

Mike: Porque es inteligente y perspicaz. Mantiene la calma y se ciñe al guion, pero sabe cómo adaptarse cuando las circunstancias cambian.
 
Vanessa, que estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, alzó la vista para mirarlo a él y su ceñuda expresión de escepticismo.

Ness: ¿Se te ocurre alguien mejor?

Alex: No entiendo por qué eliges una persona que apenas conocía a Bonnie Jean y se dedica a montar fiestas. Pero es tu decisión. 

Alex se encogió de hombros.

Ness: Exacto.

Alex: Papá y yo tenemos que tranquilizar a los mozos del rancho. De verdad, no tiene sentido -no consiguió disimular su enfado-. No tiene ningún sentido que alguien la atacara de esa manera.

Ness: No sabemos qué ha pasado -alzó una mano antes de que su hermano pudiera darle una dentellada-. Yo opino lo mismo que tú, pero aún no lo sabemos con certeza. Hasta entonces, tienes que decirles a todos los mozos del rancho lo mismo que les diremos a todos los empleados del resort.

Alex la miró hasta que la ira que le llameaba en los ojos se apagó.

Alex: Ha debido de ser horrible para ti, encontrarla así. Me alegro de que en ese momento no estuvieras sola.

La imagen del cadáver de Bonnie Jean invadió su mente, de modo que Vanessa solo negó con cabeza y apartó la mirada. Cuando llamaron a la puerta, se levantó enseguida.

Ness: Ya voy yo.

Al abrir, vio al sheriff Tyler, limpiándose diligentemente las botas en el felpudo.

Bob: Vanessa, ¿cómo estás, cariño?

Bob Tyler tenía una constitución robusta y una cara curtida y rubicunda. Vanessa lo conocía de toda la vida, pues mantenía una relación cordial con sus padres y le gustaba bromear con que había besado una vez a su madre antes de que su padre se decidiera a dar el paso.
 
Ness: Es un día horrible. Un día horrible y muy duro.

Bob: Lo sé. -El sheriff le dio un breve abrazo, seguido de una palmada en la espalda-. He pasado por tu despacho, y esa rubia del Este tan guapa me ha dicho que tu familia y tú estabais todos aquí. Necesito hablar contigo, cariño.

Ness: Lo sé. Deme el abrigo.

Bob: No te preocupes por eso -entró en el salón-. Doña Fancy, señora Hudgens. -Se quitó el sombrero-. Siento tener que presentarme en su casa de esta forma.

Cora: Tú siempre eres bienvenido, Bob -fue la primera en levantarse-. Te traeré un poco de café.

Bob: Se lo agradecería mucho. Anne, Sam, muchachos.

Fancy: Mike, trae una silla para el sheriff Tyler -dijo señalando hacia la habitación de su hija-. ¿Cómo le va a Lolly?

Bob: Me tiene a dieta -sonrió, arrugando los ojos-. Un hombre podría morirse de hambre en su propia casa. Gracias, Mike.

Se sentó en la silla que el chico había sacado para él, y resopló.

Sam: ¿Qué puedes decirnos? 

Bob: Lo cierto es que ahora mismo más bien poco. Estamos haciendo todo lo que hay que hacer, y no puedo hablar del asunto con franqueza. Debo formularle algunas preguntas a Vanessa.

Cora se detuvo al salir de la cocina, con una taza de café en la mano.

Cora: ¿Necesitas que nos vayamos?

Bob: No, señora, no hace falta. Como todos ustedes conocían a Bonnie Jean, es posible que puedan aportar algo que nos ayude. Pero, Vanessa, tú eres quien la ha encontrado. Junto con Zac Efron.

Ness: Sí, señor. Íbamos camino del trabajo, a caballo -precisó, aunque eso el sheriff ya lo sabía, por supuesto-.
 
Bob: Disteis un buen rodeo. ¿Lo propuso Zac?

Ness: No. Fui yo. Yo dirigía.

Él enarcó las cejas con sorpresa, pero asintió.

Vanessa se lo explicó todo, como había hecho con Garrett Clintok. Tyler la interrumpió cuando llegó a la parte del móvil de Bonnie Jean.

Asintiendo, pasó las hojas de una libretita.

Bob: Zac te sugirió que intentaras llamarla.

Ness: No. Cuando vi su bolso en el coche, me preocupé, así que la llamé al móvil. No tiene teléfono fijo. Y oí su tono de llamada. Más o menos en ese momento, Zac me dijo que me acercara a mirar. Y vimos su móvil tirado en el suelo y el camino abierto en la nieve. Entonces la vi tumbada en la nieve e intenté correr a su lado. Pensaba que estaba herida, trataba de convencerme de ello, pero lo cierto es que ya me había dado cuenta, cualquiera lo haría, de que era demasiado tarde. Zac me lo impidió, me sujetó.

Tyler dio unos golpecitos en la libreta con un pequeño lapicero mientras la observaba.

Bob: ¿Se acercó Zac a ella?

Ness: No. Siguió sujetándome, procurando calmarme, hasta que logró que entendiera (yo simplemente me negaba) que no debíamos tocarla, que no debíamos hacer nada.

Bob: Me han dicho que Zac tiene un ojo morado. ¿Lo tenía esta mañana cuando habéis salido?

Ness: No, porque se lo he puesto yo así. Estaba medio loca, luchando por soltarme, y le di un puñetazo antes de poder dominarme. Ya sé qué está pasando -habló con frialdad-. Y quiero darle mi opinión.

Bob: Adelante.

Ness: He explicado a Garrett lo que ha ocurrido igual de claro que se lo estoy explicando a usted ahora. Si él le ha dicho otra cosa, miente.

Como si quisiera tranquilizarla, Tyler bajó varias veces la mano.

Bob: Bueno, Ness, soy consciente de que existe hostilidad entre Zac y Garrett.

Alex: Clintok envenenó la relación hace mucho tiempo -se levantó con aire pausado-. La envenenó cuando no éramos más que unos críos y Clintok acosaba a Zac, lo hostigaba. Era un puto sádico. Lo siento, abuela, pero no hay una palabra mejor. La envenenó cuando él y tres de sus amigos, esos capullos...

Cuando volvió a quedarse callado, doña Fancy hizo un gesto con la mano.

Fancy: Espera a terminar para disculparte por decir palabrotas en mi presencia.

Alex: Eso es lo que fueron cuando se nos echaron encima mientras Zac y yo estábamos acampados en el río. Me sujetaron entre los tres para que Garrett pudiera pegar a Zac. Pero Zac acabó pegándole a él, y le habría ganado si Wayne Ricket... ¿Se acuerda de él?

Bob: Sí, recuerdo que cuando fui ayudante lo metí en una celda más de una vez, y siendo ya sheriff ayudé a que lo encerraran durante cinco años por asalto a mano armada.

Alex: Wayne se metió, así que eran dos contra uno. Pero ya solo quedaban dos para sujetarme, y yo estaba hecho una furia. Les dimos una paliza. Después, Clintok se conformó con insultar, no podía hacer mucho más, ya que estaba vomitando como un perro mareado después de los dos puñetazos que Zac le había dado en la tripa. Hágame caso, si Clintok pudiera encontrar la forma de ganar a Zac, aunque fuera haciéndole creer que es capaz de matar a una mujer, lo haría.

Cuando hubo terminado su intervención, Alex volvió a sentarse. Tyler se quedó un momento callado, mirando su libretita.

Bob: Agradezco la información. Muy bien, Ness. -Se volvió otra vez hacia ella-. ¿Qué pasó después?
 
Ness: Zac le llamó a usted, y yo llamé a seguridad (ya había recobrado la cordura) para que pudieran cortar la carretera e impedir que se acercara nadie. Clintok fue el primero en llegar, y vi claro que quería provocar a Zac, así que... -resopló. Dije que necesitaba sentarme, beber agua y que había pedido que nos mandaran las llaves de la cabaña más próxima. No me apetecía oírles cómo se decían de todo con Bonnie Jean tirada en la nieve.

Bob: Fue una manera inteligente de manejar la situación. Aún me falta reunir alguna información, y tengo que hablar con el supervisor directo de Bonnie Jean y las personas que trabajaron con ella anoche.

Ness: Es Drew Mathers. He hablado con él y los camareros. Usted también tendrá que hacerlo, pero se lo puedo adelantar: Bonnie Jean mandó a los demás a casa alrededor de las doce y media. Aún tenía tres parejas en el bar; dos entraron juntas y la tercera se hizo amiga de ellas, así que se quedaron más rato. No puedo decirle con seguridad a qué hora cerró y se marchó, pero puedo darle los nombres de las personas que estaban en el bar después de las doce y media.

Bob: Eso sería de muchísima ayuda. Tenía novio, ¿no?

Ness: Rompieron. Hace un par de semanas. Chad Ammon. Es uno de nuestros conductores, y hace las veces de botones. Hoy es su día libre.

Bob: ¿Es el hijo de Stu Ammon?

Ness: Sí.

Bob: ¿Y sabes quién rompió con quién?

Ness: Fue ella. Él la engañaba con una chica de Missoula, y antes con otra de Milltown, así que le dio puerta. Lo que quiero decir (y ya sé que usted tendrá que hablar también con él) es que Chad es una calamidad con las mujeres, pero, aparte de eso, es un buenazo. Y estaba casi igual de disgustado por la ruptura que si se hubiera cortado afeitándose. Son cosas que pasan.
 
Bob: ¿Salía Bonnie Jean con otro hombre?

Ness: Estaba..., ¿cómo lo decía ella?, tomándose un descanso de... -miró a las abuelas de reojo-, cierta parte de su anatomía. Yo la veía casi todos los días, y me lo habría dicho si hubiera cambiado de opinión.

Bob: Muy bien. Te agradezco que me expliques todo eso, Ness. -Después de meterse la libretita en el bolsillo, Tyler se levantó-. El café estaba delicioso, señora Hudgens. Ahora voy a dejarlos solos.

Ness: ¿Va ahora ahí? 

Bob: Sí.

Ness: Si pudiera acompañarlo, podría mandarle a las personas con las que necesita hablar, buscarle un sitio para hacerlo.

Bob: Me vendría muy bien.

Tyler la esperó mientras cogía el abrigo. Vanessa se volvió para mirar a su familia. De momento no había nada más que decir, pensó, y salió con el sheriff.

Ness: Sé que no puede hablar del caso, pero está claro que alguien la persiguió. No sé por qué se detuvo donde lo hizo, ni cómo pasó, pero está claro que se asustó y echó a correr, y eso significa que huía de algo. De alguien.

Bob: Hay que investigar más antes de poder afirmar si eso fue lo que ocurrió. Oficialmente.

Ness: Mi pregunta es si debería poner más seguridad.

Bob: No sé si es necesario. Pero cuando pasa algo como lo de esta mañana, la gente está asustada hasta que hay respuestas. Creo que deberías hacer lo que te parezca correcto.

Una mujer que ella conocía estaba muerta, y en sus tierras, pensó Vanessa.

Ojalá supiera qué era lo correcto.
 

Cuando subía una mansa yegua a un remolque, Zac vio que la camioneta del sheriff bajaba por la carretera en dirección al CAH.

La estaba esperando.

Levantó el portón del remolque para encerrar a los dos caballos y se dirigió al cobertizo, donde Evan Lewis estaba cepillando otro caballo.

Evan: Luego voy a ponerte a trabajar -le dijo al animal-. Así que descansa ahora.

Zac: Evan, necesitaré que lleves estos caballos al centro. Tenemos una clase dentro de más o menos una hora. Ashley irá directamente para darla.

Evan: No he terminado, jefe.

Zac: Tranquilo, yo me ocupo. Llévate a estos dos y ensíllalos. Solo di a Ashley que tiene que recordar las reglas. Puedes comer mientras ella da la clase.

Evan: Vale, jefe -salía del cobertizo junto a Zac cuando Tyler aparcó-. Supongo que ha venido por lo que le ha pasado a esa chica. Qué cosa tan terrible.

Zac: Sí. Anda, vete.

Zac fue al encuentro de Tyler.

Bob: Zac. -El sheriff lo saludó con la cabeza-. ¿Cómo le va a tu madre?

Zac: Muy bien. Le gusta tener un nieto pegado a sus faldas para mimarlo.

Bob: Yo también voy a ser abuelo.

Zac: No lo sabía.

Bob: Sí, mi primer nieto, nacerá en mayo. Mi mujer ya está medio loca, comprándole peleles y ositos de peluche. -Tyler calló y se fijó en Evan, que maniobraba con la camioneta y el remolque-. ¿Es nuevo?

Zac: Sí, aunque, si lo piensa, yo también lo soy.

Bob: No es el recibimiento que querría alguien que vuelve a casa. ¿Qué tal si me lo cuentas todo?

Zac: ¿Podemos hablar mientras trabajo? Esta tarde tenemos una ruta a caballo para un grupo de seis.

Bob: Por supuesto.

Fueron al cobertizo donde estaban los caballos y Zac retomó el trabajo donde Evan lo había dejado. Mientras tanto, fue explicándole todo, desde que coincidió con Vanessa en las caballerizas hasta que encontraron el cadáver.

Bob: ¿Fuisteis por el camino de la Cola Blanca?

Zac: Sí. Con este tiempo, es como cabalgar en una película. El paisaje es de foto.

Bob: Tú sabes de eso. De películas.

Zac: Supongo.

Bob: ¿Has ido de copas a la Cantina desde que volviste?

Zac: No. He estado ocupado, y tengo cerveza en el rancho. No llegué a conocerla. -Y jamás la olvidaría-. No puedo demostrar que no decidí ir en coche hasta ahí en plena noche y que perseguí a una mujer que no conocía, pero desde luego sería un cambio de hábitos en mi rutina.

Pese a las circunstancias, Tyler curvó un poco los labios hacia arriba.

Bob: Tuviste algunas grescas en distintos sitios, que yo recuerde.

Zac: Con chicos y hombres -convino con aire relajado, aunque percibía la influencia de Clintok en las preguntas del sheriff-. ¿Las grescas que he tenido con chicas y mujeres? Esas son de otro tipo, y siempre consentidas.

Bob: Nunca he oído otra cosa -dijo Tyler, y le señaló el ojo-. Parece que has tenido una gresca hace poco. No está mal ese ojo morado.

Zac: Los he tenido mejores. Vanessa... Solo quería ir junto a su amiga. No era capaz de pensar en nada más, y yo no podía permitírselo. Por tanto, sí, podría decirse que hemos tenido una gresca, y que ella me ha dado bien. Su derechazo es admirable.

Bob: ¿Es así como se lo has contado todo a mi ayudante?

Zac: Sí.

Tyler esperó un segundo, dos.

Bob: ¿No quieres añadir nada?

Zac: No hay nada que añadir.

Bob: Tengo una historia que contarte. -Tyler sacó un paquete de chicles del bolsillo-. La parienta estuvo dándome la lata hasta que dejé de fumar. .Le ofreció el paquete y Zac cogió un chicle.. En fin, a lo que iba. Hubo una partida de póquer una noche, en casa de los Clintok. La mujer había ido a visitar a su hermana y se había llevado a la niña, así que solo estaban Bud Clintok y el joven Garrett. Calculo que él debía de tener unos doce años por entonces. Tu padre estaba allí.

Los ojos azules de Zac no manifestaron ninguna emoción cuando asintió.

Zac: Solía estar si había una partida de póquer.

O una carrera de caballos, o un evento deportivo en el que se pudiera apostar.

Bob: Eso es verdad, aunque pasaba temporadas en que tenía ese demonio bajo control. Pero aquella no era una de ellas. No es hablar mal de los muertos decir que Jack Efron tenía una debilidad. Sin embargo, no había una pizca de maldad en él. Esa noche estaba en racha, ganando dinero a espuertas. Bebimos, soltamos tacos, apostamos y fumamos como chimeneas, lo que echo muchísimo de menos. -Tyler suspiró, masticando chicle-. En la última mano solamente quedaban tu padre y el de Garrett. Bud llevaba toda la noche perdiendo casi tanto como el tuyo llevaba ganando. Era un buen bote, y Bud no paraba de subir. Jack no se achantó. Había unos quinientos dólares sobre la mesa cuando Bud se quedó sin dinero. Dijo que se apostaría otra cosa. Tu padre, medio en broma, dijo que podía apostarse el cachorro. El perro, un cachorro que no tenía más de cuatro meses, se había encariñado de Jack. Él decía que era su amuleto de la suerte. Y Bud dijo que le parecía bien. Entonces enseñaron las cartas. Bud tenía una escalera de corazones, de ocho a reina. ¿Y tu padre? Cuatro doses. -Tyler se quedó callado, se echó el sombrero hacia atrás y negó con la cabeza-. Cuatro doses, y no hubo más que hablar. Jack cogió el dinero pero no se llevó el perrito. Era del hijo, y tu padre no tenía una pizca de maldad. Dijo que prefería que Bud lo invitara a cenar un bistec, y ahí quedó la cosa. Todos nos fuimos a casa, un poco borrachos y con los bolsillos más vacíos, salvo Jack... y yo, que no perdí nada, y eso fue igual de bueno que ganar, dadas las circunstancias. .Tyler contempló las montañas antes de mirar a Zac a los ojos-. Me enteré de que alguien pegó un tiro al cachorro justo al día siguiente. Bud puede ser un hombre duro, pero jamás habría disparado a un cachorro.

Zac podía verla, había visto esa maldad en Clintok incluso cuando tenían doce años.

Zac: ¿Por qué lo aceptó como ayudante, sheriff?

Bob: Sirvió a su país, y volvió a casa. Supuse, visto lo visto, que la maldad se le habría pasado con la edad. No digo que a veces no pueda desviarse del camino recto, pero tampoco puedo decir que me haya dado motivos de queja. Pero él y yo tendremos una conversación, porque ha muerto una mujer y nadie que trabaje para mí va a utilizar eso para tomarse la revancha.

Zac: Yo no tengo ningún problema con él. Si no se interpone en mi camino, no me interpondré en el suyo.

Bob: Esa es la idea. Saluda a tu madre de mi parte la próxima vez que hables con ella.
 
Zac: Lo haré.

Una vez estuvo solo con los caballos, Zac pensó en muchachos resentidos, él había sido uno de ellos, y en un padre que jamás había sido malvado, pero sí tan débil como para perderlo todo. Incluso el respeto de su hijo.


En su despacho, Vanessa intentó adelantar trabajo, acometiendo el que no podía posponerse, pero interrumpiéndolo todo cada vez que uno de sus empleados acudía en busca de consuelo o respuestas.

Ella desempeñó su papel con un nudo en la boca del estómago y un creciente dolor de cabeza que sentía detrás de los ojos.

Jessica se detuvo en la puerta, llamó con los nudillos en el marco.

Jessie: Siento interrumpir.

Ness: No, tranquila. De todas maneras, pensaba ir a buscarte dentro de un rato. Me ahorras los pasos.

Jessie: ¿Has comido algo?

Ness: ¿Qué? 

Sin entenderla por un momento, Vanessa se masajeó el cuello dolorido.

Jessie: Eso pensaba -tomó la iniciativa y descolgó el teléfono del escritorio de Vanessa para marcar la extensión de la cocina-.

Jessie: Hola, Karleen, soy Jessica. ¿Podéis mandar un plato con la sopa del día y una manzanilla al despacho de Ness? Sí, te lo agradecería mucho. Gracias.

Ness: ¿Y si no quiero sopa? -preguntó cuando Jessica colgó-.

Jessie: Te la comerás porque eres lo bastante lista como para saber que la necesitas. Igual que Mike, y tu madre.

Vanessa consiguió sonreír.

Ness: ¿Nos estás cuidando?
 
Jessie: Alguien tiene que hacerlo. Pareces agotada, y resulta que sé que hoy no han parado de desfilar empleados por tu despacho buscando tu apoyo, igual que ha pasado en el despacho de Mike y en el de Anne. Pero aquí ha entrado más gente.

Ness: Soy la jefa.

Jessie: Exacto. Ellos te necesitan para que los consueles, así que tú necesitas comerte la sopa. Anda, dime qué puedo hacer para ayudarte.

Ness: He estado trabajando en un par de cosas, y... ¿no tenías una consulta sobre la reunión de la Compañía Rhoder programada más o menos para esta hora? ¿Y una entrevista?

Jessie: Las he cambiado de fecha. No ha sido un problema. Hemos tenido una muerte en la familia.

Vanessa notó las lágrimas escociéndole en los ojos doloridos. Cuando se los apretó, Jessica se volvió y cerró la puerta.

Jessie: Lo siento de veras, Vanessa. No conocía mucho a Bonnie Jean, pero me caía bien. Deja que te quite algo de trabajo. Sé que Britt suele cubrirte cuando te hace falta, pero... ahora mismo está destrozada.

Ness: Eran muy buenas amigas. Me vendría bien que me ayudaras con un par de cosas. Y sé que ahora mismo tú también estás muy liada.

Jessie: Chelsea es tan buena como tú y yo pensábamos. Incorporarla a mi equipo me ha dejado lo bastante libre para disponer de algo de tiempo.

Ness: Yo te lo ocupo. Primero, he redactado un comunicado para la prensa. Ya he tenido que utilizarlo dos veces con periodistas que han llamado por lo que ha pasado. Quiero asegurarme de que no le falta nada.

Jessie: Me encantaría echarle un vistazo.

Ness: También necesitamos uno para los huéspedes. Para los que ya están aquí y para los que tienen una reserva y podrían llamarnos por este asunto. He redactado un borrador. Tú no la conocías mucho, así que serás más objetiva. No tengo claro si he sido demasiado escueta para compensar que era amiga mía.

Jessie: De acuerdo.

Ness: Y, por último, tenemos que organizar una ceremonia en su memoria. Aquí. Ya he hablado con su madre -se quedó callada y resopló-. Les hemos ofrecido nuestras cabañas y a nuestros conductores, todo lo que les haga falta; sin embargo, han dicho que van a quedarse en Missoula y se la llevarán a Helena, su hogar, cuando puedan. La ceremonia será un acto abierto para todos nosotros, todos, resort y rancho, y para cualquier persona que la conociera y quiera venir a presentar sus respetos.

Jessie: Deja que yo me ocupe de eso. No hablo a la ligera cuando digo que una ceremonia de esta clase es un evento, y los eventos son lo mío. Tú solo dime cuándo quieres que se celebre y dónde, y yo lo organizaré todo.

Agradecida, Vanessa notó cómo se quitaba un peso de encima.

Ness: Creo que tiene que ser bajo techo, dado que no podemos fiarnos del tiempo. El Molino es el mejor sitio.

Jessie: Estoy de acuerdo -se levantó cuando llamaron a la puerta; la abrió-. Gracias, Karleen, perfecto. -Llevó la bandeja hasta la mesa y la dejó encima-. Come.

Ness: Tengo un nudo en el estómago.

Jessie: Come igualmente.

Vanessa rio sin muchas ganas y cogió la cuchara.

Ness: Pareces mi bisabuela.

Jessie: Un grandísimo cumplido. Dame una idea general de lo que quieres y me ocuparé de los detalles.

Flores, porque a Bonnie le encantaban. Y música country y del Oeste. Mientras organizaba la ceremonia, Vanessa tomó la sopa. Era la elección perfecta, pues entraba sin apenas darte cuenta.
 
Ness: Creo que tendría que durar unas cuatro o cinco horas, siempre con alguien de la familia presente. Eso podemos arreglarlo. Pero querría dar a todos los que trabajan aquí la oportunidad de entrar, de quedarse un ratito. Y como no pasa un día sin que tengamos reservas, he pensado en cerrar durante un día.

Jessica, que aún tomaba notas, no se molestó en mirarla.

Jessie: Entonces has pensado en arruinarles el plan a personas que, aparte de reservar una cabaña, seguramente han comprado billetes de avión y pedido permiso en el trabajo.

Ness: No estaría bien. Pero todos tienen derecho a entrar. Sería más fácil hacerlo en el rancho, pero...

Jessie: Ella formaba parte de la familia del resort.

Ness: No me cabe en la cabeza. -Aunque tenía un nudo en la garganta, se obligó a seguir hablando-. No me cabe en la cabeza que haya podido pasar esto. No es que nunca tengamos problemas. Un huésped que se desmadra un poco, empleados que se dicen de todo o incluso algunas peleas durante algún evento. Pero ¿algo así? No me cabe en la cabeza.

Mike: ¿Ness? Perdona -apareció en la puerta-. Mamá necesita verte si tienes un momento.

Ness: Claro. Ahora mismo voy. Jessie, ¿qué te parece si te quedas a repasar los comunicados en mi escritorio? Así habrá una cosa terminada -abrió los archivos en el ordenador y se levantó-. Vuelvo enseguida.

Jessica se sentó en su silla y leyó los comunicados. Directos, pero quizá un poco bruscos, un poco forzados.

Colocó los dedos sobre el teclado y empezó a escribir sugerencias.

Alex: Ness, quiero... -se detuvo en mitad del despacho-. Pensaba que eras Ness.

Jessie: Ha tenido que salir un momento -se levantó-. Alex, lo siento mucho.

Alex: Te lo agradezco. -Se quitó el sombrero, asiéndolo con ambas manos-. Me quitaré de en medio, así te dejo comer.

Jessie: No es mío. Por lo visto, he tenido que ponerme en el papel de doña Fancy para conseguir que Vanessa coma algo. Volverá enseguida. ¿Por qué no te sientas? Te traeré un café.

Alex: El café me va a salir por las orejas. Nunca pensé que me oiría decir esto. -Aun así, se sentó, casi dejándose caer-. Esto..., ¿lo lleva bien? Me refiero a Vanessa.

Tenía cara de cansancio, incluso estaba un poco pálido, pensó Jessica, y se dio cuenta de que jamás lo había visto con ese aspecto. Rodeó la mesa y se sentó a su lado.

Jessie: Tú pareces cansado, que no te sepa mal que te lo diga. Pero Vanessa parece agotada.

Alex: Le tocará organizarlo todo. Planificarlo todo, hablar con todo el mundo.

Jessie: Así es, y lo está haciendo. Aun así, creo que trabajar está ayudándola a superar el golpe, pero lo cierto es que todo el mundo se apoya en ella. Está pálida y exhausta, y no ha tenido tiempo de llorar la pérdida de su amiga, ni tan siquiera de asimilarla.

Por un momento Alex no dijo nada, solo se quedó observando su sombrero.

Más que pálido y cansado, pensó Jessica, parecía tristísimo.

Jessie: ¿Has comido?

Alex: ¿Qué?

Jessie: Por lo visto, hoy estoy promocionando la sopa. Puedo pedirte una.

Alex: No, yo... -solo la miró, durante un largo instante-. Estoy bien. He... hecho pasar un mal rato a Ness por ti.

Jessie: ¿Por... mí?

Alex: Cuando ha dicho que iba a pedirte que la ayudaras con los comunicados y eso.

Mientras asimilaba su comentario, Jessica se apretó una horquilla, aunque no estaba floja, de su impecable moño bajo.

Jessie: Porque no soy de aquí.

Alex: No eres de aquí, no llevas mucho aquí y...

Jessie: ¿Y?

Alex: Da igual. Venía a pedirle disculpas. Estaba sufriendo, se notaba, pero aun así yo me he ensañado un poco con ella. Porque estaba enfadado -volvió a mirar el sombrero con el ceño fruncido-. Muy enfadado. Aún lo estoy.

Jessie: ¿Es este tu aspecto cuando estás enfadado?

Alex: Depende -repuso alzando la vista- de por qué estoy enfadado. Ness opina que tú eres la persona ideal para ayudarla en esto, así que no tengo ningún motivo para decir lo contrario.

Jessica asintió y cruzó los pies, calzados con zapatos de tacón.

Jessie: Ya que has abierto tú esa puerta... ¿Qué problema tienes conmigo? Los dos sabemos que lo tienes.

Alex: No lo sé. Puede que solo sea que tardo en habituarme a la gente.

Jessie: ¿La gente como yo?

Alex: La gente en general -vaciló un momento y se encogió de hombros-. Hay una buena razón para que yo trabaje en el rancho y Mike lo haga en el resort. Me volvería loco tratando con gente todo el santo día.

Jessie: Bueno, si descubres que el problema que tienes conmigo es más que mi condición humana, dímelo. A lo mejor podemos resolverlo. Iré a avisar a Ness de que la esperas.

Alex se aclaró la garganta cuando ella se levantó para salir del despacho.
 
Alex: ¿También tengo que disculparme contigo? 

Jessica volvió la cabeza, lo atravesó con la mirada.

Jessie: Depende -respondió, y se marchó-.


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