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sábado, 12 de agosto de 2023

Capítulo 1


En la actualidad.

Despuntó el alba, rosa como la flor, y tiñó las montañas nevadas de delicado color. Los alces bramaron al surcar la niebla en su procesión matutina, y el gallo no cejó en su intento de despertar al mundo entero con su canto.

Mientras paladeaba los últimos sorbos de café, Vanessa Hudgens se quedó en la puerta de la cocina para contemplar y escuchar lo que ella consideraba el comienzo ideal de un día de noviembre.

Lo único que podría mejorarlo era sumarle una hora. Desde que era pequeña deseaba que el día tuviera veinticinco horas, e incluso había escrito todo lo que podría hacer con solo sesenta minutos más.

Como la rotación de la Tierra no la complacía, ella lo compensaba no durmiendo casi nunca más allá de las cinco y media. Cuando amanecía, ya había terminado su sesión de ejercicios, sesenta minutos exactos, se había duchado, arreglado y vestido, había leído sus emails y mensajes de texto y había desayunado yogur con muesli -aunque no le gustaba ni una cosa ni la otra y quería convencerse de que los prefería los dos juntos- mientras consultaba su agenda en la tableta.

Como ya llevaba la agenda en la cabeza, no hubiera necesitado consultarla.

Pero Vanessa opinaba que las cosas había que hacerlas a conciencia.
 
Ahora que ya estaba lista para que amaneciera, podía tomarse un momento para disfrutar de su café con leche, con doble de café, leche entera y un chorrito de caramelo, a pesar de que le había prometido a su jueza interior que acabaría desenganchándose de él.

El resto de la familia pronto se agolparía en la cocina, su padre y sus hermanos después de echar un vistazo al ganado y de poner a trabajar a los mozos del rancho. Como era el día libre de Clementine, Vanessa sabía que su madre entraría majestuosamente en la cocina y prepararía un desayuno típico de un rancho de Montana sin perder la sonrisa. Después de dar de comer a tres hombres, Anne ordenaría la cocina antes de ir al Resort Hudgens, donde era la responsable del área comercial.

Anne Hudgens tenía a su hija maravillada.

Vanessa no solo estaba segurísima de que su madre no deseaba que el día tuviera una hora más; era evidente que no la necesitaba para terminarlo todo, tener un matrimonio sólido y ayudar a dirigir dos empresas complejas, el rancho y el resort, mientras seguía disfrutando plenamente de la vida.

Justo en ese momento, Anne entró, y parecía alegre. Llevaba el pelo castaño corto y su cara era tan bonita como un pimpollo. Le sonrió con sus vivaces ojos verdes.

Anne: Buenos días, cariño.

Ness: Buenos días. Estás guapísima.

Anne se pasó la mano por una estrecha cadera y el elegante vestido verde oscuro.

Anne: Hoy tengo una reunión tras otra. Debo causar buena impresión.

Abrió la vieja puerta corredera de madera que comunicaba con la despensa, cogió un delantal blanco de la percha.

Aunque no había gota de grasa de beicon que se atreviera a caer en ese vestido, pensó Vanessa.
 
Anne: Prepárame uno de tus cafés con leche, ¿quieres? -dijo mientras se ataba el delantal-. Nadie los hace tan ricos como tú.

Ness: Claro. Tengo una reunión dentro de nada con Jessie -respondió refiriéndose a Jessica Baazov, la coordinadora de eventos del resort desde hacía tres meses-. Por la boda de Linda Jackson. Linda viene a las diez.

Anne: Mmm... Tu padre me ha dicho que Roy Jackson está lamentándose de lo que va a costarle casar a su hija, pero sé a ciencia cierta que la madre de Linda está decidida a tocar todos los registros, más incluso si fuera preciso. Llevaría a esa chica al altar acompañada de un coro de ángeles celestiales si nosotras se lo pudiéramos proporcionar.

Vanessa calentó minuciosamente al vapor la leche para el café.

Ness: Por el precio justo, es probable que Jessie se lo consiguiera.

Anne: Ha sido un buen fichaje, ¿verdad? -empezó a freír el beicon en una sartén enorme sobre la cocina de ocho fogones-. Me cae bien esa chica.

Ness: A ti te cae bien todo el mundo. 

Vanessa le pasó el café con leche a su madre.

Anne: Así se vive más feliz. Si se busca, a todo el mundo se le puede encontrar algo bueno.

Ness: Adolf Hitler.

Anne: Bueno, al hacer lo que hizo, trazó una línea que la mayoría no queremos volver a cruzar. Eso es bueno.

Ness: Eres única, mamá -se inclinó para besarla en la mejilla-. Me da tiempo a poner la mesa antes de irme.

Anne: Oh, cariño, tú también tienes que desayunar.
 
Ness: He tomado yogur.

Anne: Tú odias esas cosas.

Ness: Solo las odio cuando me las como, y me convienen.

Anne suspiró, sacó el beicon para dejar que se escurriera, y puso más en la sartén.

Anne: Juro que a veces pienso que eres mejor madre para ti de lo que yo lo he sido.

Ness: Eres la mejor madre del mundo -replicó mientras sacaba del armario una pila de los platos de uso diario-.

Oyó el follón segundos antes de que la puerta trasera se abriera. Los hombres de su vida entraron acompañados de dos perros.

Anne: Acordaos de limpiaros las botas.

Sam: Vamos, Anne, como si fuéramos a olvidarnos. 

Sam Hudgens se quitó el sombrero; nadie comía en la mesa de Anne con el sombrero puesto.

Con su más de metro ochenta, era un hombre guapo, zanquilargo y huesudo, con el pelo negro salpicado de canas y arrugas de expresión en las comisuras de los ojos castaños.

Tenía la pala izquierda torcida, lo que, en opinión de Vanessa, aumentaba el atractivo de su sonrisa.
Alex, dos años mayor que Vanessa, colgó su sombrero vaquero de la percha y se quitó la chaqueta de piel. Había heredado la estatura y la constitución de su padre, todos los hermanos Hudgens lo habían hecho, pero tenía las facciones y la tez de su madre.

Mike, tres años menor que ella, era una mezcla de los dos, con el pelo castaño y vivaces ojos verdes, una versión de veintidós años de la cara de Sam Hudgens.

Alex: ¿Puedes hacer suficiente para uno más, mamá?
 
Anne miró a Alex con las cejas enarcadas.

Anne: Siempre puedo hacer suficiente para uno más. ¿De quién se trata?

Alex: He pedido a Zac que venga a desayunar.

Anne: Pues poned otro plato. Zac Efron lleva demasiado tiempo sin sentarse a nuestra mesa.

Ness: ¿Ha vuelto? 

Alex asintió, y se acercó a la máquina de café.

Alex: Llegó anoche. Se está instalando en la choza, tal como hablamos. Le vendrá bien desayunar caliente.

Mientras Alex se bebía el café solo, Mike puso al suyo generosas dosis de leche y azúcar.

Mike: No tiene pinta de vaquero de Hollywood.

Sam: Menudo chasco para nuestro benjamín -dijo mientras se lavaba las manos en el fregadero-. Mike esperaba que se paseara por ahí con espuelas, una cinta plateada en el sombrero y las botas relucientes.

Mike: No llevaba nada de eso -cogió un poco de beicon-. No está muy distinto de cuando se fue. Más viejo, supongo.

Alex: No me saca ni un año. Deja algo de beicon para los demás.

Anne: Hay más -dijo con placidez, y levantó la cara cuando Sam se agachó para darle un beso-.

Sam: Estás tan bonita como una bombonera, Anne. Y hueles igual de bien.

Anne: Tengo reuniones toda la mañana.

Ness: Hablando de reuniones -miró su reloj-. Debo irme.

Anne: Oh, cariño, ¿no puedes quedarte para saludar a Zac? Hace casi diez años que no lo ves.

Ocho años, pensó Vanessa, y debía reconocer que tenía curiosidad por volver a verlo. Pero...
 
Ness: No puedo, lo siento. Lo veré por ahí... y a ti también -dijo, besando a su padre-. Mike, tengo que repasar algunas cosas contigo en el despacho.

Mike: Allí estaré, jefa.

Ella resopló al oír su respuesta y se dirigió al recibidor, donde ya había dejado su maletín con el papeleo del día.

Ness: ¡Esta tarde va a nevar! -gritó mientras se ponía el abrigo, el sombrero y la bufanda, y después de enfundarse los guantes, salió a la fría mañana-.

Llevaba un minuto de retraso, así que se dirigió a la camioneta apretando el paso. Sabía que Zac regresaba, había asistido a la reunión familiar en la que habían decidido contratarlo como encargado de los caballos.

Era el mejor amigo de Alex desde que ella recordara, y había pasado de ser la cruz de Vanessa a ser su primer amor secreto, para luego volver a ser su cruz, y de nuevo su amor. No terminaba de recordar en qué categoría estaba cuando se marchó de Montana. Ahora, mientras circulaba por la ondulada capa de nieve que cubría la carretera del rancho, cayó en la cuenta de que Zac tenía menos años que Mike cuando se había ido de casa.

Unos veinte, calculó, y sin duda lo hizo cabreado y frustrado por haber perdido la mayor parte de su patrimonio. Tierras, pensó Vanessa, que Sam Hudgens había comprado a los Efron cuando el padre de Zac atravesaba una, digamos, mala racha.

Porque esa mala racha por la que atravesaba se debía a que lo había perdido todo en el juego. Como jugador era un desastre, había oído decir una vez a su padre, y tan adicto al juego como algunos lo son a la bebida.

Así pues, con unas tierras, que sin duda amaba, reducidas a unas veinte hectáreas, la casa y unos pocos cobertizos, Zac Efron se había marchado para abrirse camino en la vida.

Según Alex, le había ido bien, había acabado como adiestrador de caballos para el cine.
 
Ahora, con el padre muerto, la madre viuda y su hermana casada, con un hijo pequeño y otro en camino, Zac había regresado.

Vanessa había oído lo suficiente para saber que las pocas tierras que le quedaban no valían lo que debía por ellas en concepto de hipotecas y préstamos. Y la casa estaba vacía, pues la señora Efron se había ido a vivir con su hija y la familia de esta a una bonita casa de Missoula, donde Miley y su marido tenían una tienda de artesanía.

Vanessa suponía que pronto habría otra reunión sobre la compra de las últimas veinte hectáreas, y mientras conducía sopesó si los terrenos beneficiarían más al rancho o al resort.

Arreglar la casa, pensó, alquilarla a grupos. O para eventos. Bodas de menor envergadura, fiestas de empresa, reuniones familiares.

O bien ahorrarse ese tiempo y gasto, tirarla abajo y partir de cero.

Se entretenía pensando en las posibilidades cuando pasó por debajo del cartel arqueado del Resort Hudgens con su logotipo de un trébol.

Al girar, vio las luces de la Tienda de Suministros encendidas mientras los empleados del primer turno se preparaban para abrir. Esa semana tenían una exposición de artículos de piel y artesanía, lo que despertaría el interés de algunos de los huéspedes de finales de otoño. O con la campaña publicitaria de Mike lograría atraer a gente de fuera que se quedaría a comer en el Morral.

Aparcó delante del achaparrado edificio con un amplio porche delantero que albergaba la recepción.

El resort siempre le hacía sentirse orgullosa.

Había nacido antes que ella, en una reunión entre su madre, su abuela y su bisabuela, por iniciativa de su abuela, Cora Riley.

Lo que había comenzado siendo un sencillo rancho turístico se había convertido en un resort de lujo que ofrecía una cocina de cinco tenedores, un servicio personalizado, aventuras, tratamientos de belleza, eventos, espectáculos y demás, repartido en una superficie de más de mil doscientas hectáreas, incluido el rancho productor. Y todo, pensó Vanessa cuando bajó de la camioneta, con la incomparable belleza del oeste de Montana.

Entró a toda prisa en el edificio, donde uno o dos huéspedes estaban disfrutando de un café delante de la inmensa chimenea crepitante.

Percibió los agradables olores otoñales a calabaza y a clavo, e hizo un gesto con la mano hacia el mostrador de la entrada, decidida a ir derecha a su despacho para organizarse. Se desvió hacia el mostrador cuando Britt, la rubia que Vanessa conocía desde primaria, le hizo señas.

Britt: Quería que supieras que Linda acaba de llamar para decir que se retrasa un poco.

Ness: Siempre lo hace.

Britt: Sí, pero esta vez ha avisado. Ha ido a recoger a su madre.

Los firmes cimientos del día de Vanessa sufrieron su primera grieta.

Ness: ¿Su madre viene a la reunión?

Britt: Lo siento -le sonrió apenada-.

Ness: Más que nada, es problema de Jessie, pero gracias por avisar.

Britt: Jessie no ha llegado aún.

Ness: No pasa nada. He venido antes.

Britt: ¡Siempre lo haces! -gritó cuando Vanessa se alejó por el pasillo que conducía al despacho de dirección. Su despacho-.

Le gustaba el tamaño que tenía. Lo bastante grande para celebrar reuniones con empleados o encargados, lo bastante pequeño para que esas reuniones fueran íntimas y personales.

Disponía de una doble ventana por la que se veían los caminos empedrados del jardín, una parte del edificio que albergaba el Morral y el Comedor, más exclusivo, y prados que se extendían hacia las montañas.

Había colocado el viejo escritorio de su abuela de espaldas a la ventana a propósito, para evitar distracciones. Tenía dos sillas de piel de respaldo alto que antes embellecían el despacho del rancho, además de un sofá pequeño que había sido de su madre y que ella había tapizado de nuevo con una resistente tela azul.

Colgó el abrigo, el sombrero y la bufanda en el perchero del rincón, y se pasó la mano por el pelo, negro como el de su padre, que llevaba recogido en una larga cola que le caía por la espalda.

Se parecía a su abuelo: eso decía siempre su viuda. Vanessa había visto fotografías y reconocía su parecido con el desdichado joven Mike Hudgens, que había muerto en Vietnam antes de cumplir los veintitrés.

Él tenía los ojos verdes y la mirada audaz, y la boca grande y carnosa. Su pelo negro era liso, mientras que Vanessa lo tenía ondulado, pero había heredado sus pómulos marcados, su altanera naricilla y la tez morena.

Con todo, le gustaba pensar que había heredado el buen ojo de su abuela para los negocios.

Fue al mostrador, donde estaba la cafetera que hacía un café pasable, y se llevó una taza a su escritorio para repasar sus notas sobre las dos primeras reuniones del día.

Justo cuando terminaba de hablar por teléfono y enviaba un email, todo a la vez, entró Jessica.

Igual que Anne, Jessie llevaba un vestido, pero en su caso era de color rojo intenso, combinado con una chaqueta corta de piel de un blanco roto. Los botines de tacón no durarían ni cinco minutos en la nieve, pero hacían juego con el vestido rojo como si los hubieran teñido juntos.

Vanessa no podía sino admirar su estilo perfecto e insuperable.

Jessica llevaba el pelo rubio recogido en un pulcro moño como a menudo hacía en el trabajo. Al igual que los botines, sus labios combinaban perfectamente con el vestido y no desentonaban en absoluto con sus pómulos marcados, su fina nariz recta y sus límpidos ojos celestes.

Se sentó mientras Vanessa acababa de hablar, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y se puso a consultarlo.

Vanessa colgó y se recostó en la silla.

Ness: La coordinadora de la Western Writers Association va a llamarte para organizar un retiro de tres días y un banquete de despedida.

Jessie: ¿Saben las fechas? ¿Cuántos serán?

Ness: Prevén que serán noventa y ocho. Llegarían el nueve de enero y se irían el doce.

Jessie: ¿Este enero? 

Vanessa sonrió.

Ness: Les ha fallado el otro sitio donde suelen reunirse, así que están apurados. Lo he mirado y es factible. Hay menos actividad justo después de las vacaciones de Navidad. Les reservaremos el Molino, para las salas de reunión y el banquete, y el número de cabañas que me ha pedido durante cuarenta y ocho horas. La coordinadora, Mandy, parece organizada, aunque un poco desesperada. Acabo de enviaros a ti, a mi madre y a Mike un email con la información. Su presupuesto debería bastar.

Jessie: De acuerdo. Hablaré con ella, organizaré las comidas, el transporte, las actividades, etcétera. ¿Escritores?

Ness: Sí.

Jessie: Avisaré a la Cantina -lo anotó en su móvil-. No he organizado nunca un evento para escritores que no se fundan los billetes en el bar.

Ness: Es una buena noticia para nosotros -señaló la pequeña cafetera con el pulgar-. Sírvete.

Jessica se limitó a enseñarle el termo verde del Resort Hudgens que habitualmente llevaba lleno de agua.

Ness: ¿Cómo vives sin café? -preguntó con sincerad-. ¿O sin Coca- Cola? ¿Cómo vives a base de agua?

Jessie: Porque también hay vino. Y hay yoga, meditación.

Ness: Todo eso da sueño.

Jessie: No, si lo haces bien. Deberías hacer más yoga. Y probablemente la meditación te ayudaría a reducir la cafeína.

Ness: La meditación solo me hace pensar en todas las otras cosas que preferiría estar haciendo -seguía recostada en la silla y la hizo girar de un lado a otro-. Me encanta esa chaqueta.

Jessie: Gracias. Fui a Missoula en mi día libre, me di un capricho. Lo que es casi tan bueno como el yoga para la mente y el espíritu. Britt me ha dicho que Linda se retrasa un poco, vaya novedad, y que su madre viene con ella.

Ness: Esa es la última noticia. Nos ocuparemos. Reservan cincuenta y cuatro cabañas para tres días. Ensayo de la ceremonia, boda, banquete, básicamente ocupan todo el Pueblo Zen el día antes de la boda, además de las otras actividades.

Jessie: Solo faltan cuatro semanas para el enlace, así que no queda mucho tiempo para que cambien de opinión, para que añadan más perifollos.

La carnosa boca de Vanessa se torció en una sonrisa.

Ness: Conoces a Dolly Jackson, ¿verdad?

Jessie: Puedo con Dolly.

Ness: Mejor tú que... cualquier otra persona. Repasemos lo que tenemos.

Revisaron la lista de cabo a rabo, y mientras estaban hablando de una fiesta navideña menos numerosa la semana previa a Navidad, Britt se asomó por la puerta.

Britt: Linda y su madre.
 
Ness: Ahora mismo voy. Espera un momento, ¿Britt? Pide unas mimosas.

Britt: Así me gusta.

Jessie: Bien pensado -dijo cuando Britt se marchó-. Mimarlas para ablandarlas.

Ness: Linda no está tan mal. Alex salió con ella durante unos cinco minutos en el instituto -se levantó, se estiró el chaleco marrón oscuro-. Pero las mimosas nunca van mal. A por ellas.

En el vestíbulo, Linda, bonita y curvilínea, propensa a agobiarse, andaba de un lado para otro con las manos juntas entre los pechos.

Linda: ¿Es que no lo ves, mamá? Todo decorado para Navidad, los árboles, las luces, la chimenea encendida como ahora. Y Jessica ha dicho que el Molino va a brillar.

Dolly: Más le vale. Hazme caso, necesitamos esos candelabros grandes, Linda-, al menos una docena. De oro, como vi en la revista. No del oro ostentoso, sino del elegante.

Mientras hablaba, Dolly escribía en una página de la abultada carpeta blanca de boda que llevaba.

Tenía la mirada un poco desquiciada.

Dolly: Y una alfombra de terciopelo rojo, rojo oscuro, no rojo chillón, extendida en el camino desde el sitio donde para el trineo, en vez de blanca. Te resaltará más el vestido. Y, hazme caso, necesitamos una arpista, vestida de terciopelo rojo con esos ribetes dorados tan elegantes, que toque mientras la gente entra para que la sienten a las mesas.

Jessica respiró hondo.

Jesie: Vamos a necesitar más mimosas.

Ness: Lo sé -dibujó una sonrisa en sus labios y entró en la conversación-.
 
Vanessa dedicó cuarenta minutos a la boda de oro fino y después se escapó. En los tres meses que habían transcurrido desde que había ocupado la vacante de coordinador de eventos, Jessica había demostrado ser más que capaz de tratar con una madre quisquillosa y una futura esposa indecisa.

En cualquier caso, Vanessa había quedado en reunirse con el responsable de la comida y la bebida, tenía que responder unas cuantas preguntas de uno de sus conductores y quería tachar de su lista una conversación con el encargado de los caballos.

La carretera de grava, serpenteante y repleta de acusadas pendientes, que iba de su despacho al Centro de Actividades Hudgens (el CAH) tenía casi un kilómetro, pero en cuanto salió, decidió que iría a pie en lugar de coger el coche porque quería disfrutar del vigorizante aire.

Ya olía a nieve, calculaba que comenzaría a caer antes de media tarde. Pero de momento el cielo seguía azul bajo las nubes que se estaban acumulando.

Pasó por delante de dos de los pequeños Kia verdes que proporcionaban a los huéspedes durante su estancia (solo para desplazarse dentro del resort), tomó la estrecha carretera de grava y no vio a nadie.

Estaba flanqueada por extensos prados nevados. Divisó tres ciervos saltando por la nieve, un destello de colas blancas, con el recio pelaje oscuro del invierno.

El graznido de un halcón hizo que alzara la vista para verlo volar. La cetrería ocupaba un lugar destacado en su plan de tres años para el resort y ya había hecho avances en ese terreno a finales del primero.

El viento levantó nieve del suelo, arremolinándose a su alrededor como polvo de estrellas mientras sus botas repicaban en el suelo duro como el acero.

Percibió movimiento cerca del CAH, a algunos de los mozos con uno de los caballos en el potrero cubierto. Le llegó el agradable olor a caballo, junto con los aromas a cuero engrasado, heno y trigo.

Alzó la mano para saludar cuando el hombre vestido con una gruesa cazadora y un sombrero de vaquero Stetson marrón la miró. Andy Kotter acarició la yegua pinta que había estado cepillando y después dio unos cuantos pasos para reunirse con Vanessa.

Ness: Va a nevar.

Andy: Va a nevar. Un matrimonio de Denver quería dar un paseo a caballo. Montan bien, así que Ashley se los ha llevado a dar una vuelta. Acaban de regresar.

Ness: Avísame si quieres llevar algunos caballos al rancho, cambiarlos por los otros.

Andy: Vale. ¿Has venido andando?

Ness: Me apetecía pasear, tomar el aire. Pero ¿sabes?, creo que ensillaré uno, lo llevaré al rancho y pasaré a ver a las señoras de la Casa Hudgens.

Andy: Salúdalas de mi parte. Yo te ensillo el caballo, Ness. A Calcetines le vendría bien hacer ejercicio. Le ahorrarías el esfuerzo a este viejo carcamal.

Ness: ¿Viejo? ¡Y una leche!

Andy: Cumplo sesenta y nueve en febrero.

Ness: Si a eso lo llamas ser viejo, las abuelas te acribillarán a balazos. 

Él se rio, retrocedió e hizo otra caricia a la yegua pinta.

Andy: Es posible, pero voy a tomarme ese descanso del que hablamos. Iremos a ver a mi hermano en Arizona, mi señora y yo. Justo después de Navidad, y hasta abril.

Vanessa no torció el gesto, aunque quería hacerlo.

Ness: Os echaremos de menos a Emma y a ti.

Andy: Los inviernos se vuelven más duros cuantos más años se tiene -examinó los cascos a la yegua, y sacó un raspador para limpiárselos-. En invierno no hay tanta demanda de paseos a caballo y ese tipo de cosas. Ashley puede sustituirme, ocuparse de los caballos durante un par de meses. Tiene la cabeza en su sitio.

Ness: Hablaré con ella. ¿Está dentro? De todas maneras, tengo que entrar a hablar con Matt.

Andy: Sí que está. Te preparé a Calcetines.

Ness: Gracias, Andy -echó a andar, pero volvió sobre sus pasos-. ¿Qué demonios vas a hacer en Arizona?

Andy: Que me aspen si lo sé, aparte de no pasar frío.

Vanessa entró en el edificio. Desde la primavera hasta octubre, el gran espacio diáfano acogería a grupos que se preparaban para hacer rafting en aguas bravas, rutas en quad, paseos a caballo, arreos de ganado y excursiones guiadas.

En cuanto empezaba a nevar en serio, el ritmo tendía a aflojarse, y ahora el eco de sus pasos resonaba en el edificio mientras se aproximaba al mostrador curvo, ocupado por el coordinador de actividades del resort.

Matt: ¿Cómo te va, Ness?

Ness: Me va, Matt, que ya es mucho. ¿Tú qué tal?

Matt: Esto está tan tranquilo que llevamos el trabajo al día. Tenemos un grupo haciendo esquí de travesía y otro practicando tiro al plato. Una familia de doce dará un paseo a caballo mañana, así que he avisado a Alex. Me ha dicho que Zac Efron ha vuelto y que él se ocupará.

Ness: Así es.

Habló con Matt del inventario, para reponer material y equipamiento, y después sacó el móvil y sus notas a fin de comentar más actividades para la boda de los Jackson.

Ness: Te mandaré un email con toda la información. De momento, solo asegúrate de tenerlo todo reservado, de traer a quien necesites para que no te falten manos.

Matt: Entendido.

Ness: Andy ha dicho que Ashley estaba aquí.

Matt: Ha ido al baño.

Ness: Vale -consultó la hora en el móvil antes de guardárselo en el bolsillo. Quería pasar a ver a las abuelas, pero después tenía que irse derecha al despacho-. Espero un rato.

Fue hasta la máquina expendedora. Jessica tenía razón: debería beber más agua. Pero no quería agua. Quería algo dulce y con gas. Quería una maldita Coca-Cola.

Maldita seas, Jessie, pensó cuando insertaba el dinero y seleccionaba una botella de agua.

Irritada, dio el primer trago justo en el momento en que Ashley salía del baño.

Ness: Hola, Ashley.

Vanessa se acercó a la amazona. Le pareció que Ashley estaba un poco pálida, que tenía ojeras, pese a su sonrisa siempre presta.

Ashley: Hola, Ness. Acabo de volver del paseo.

Ness: Me he enterado. ¿Te encuentras bien? Te veo un poco mustia.

Ashley: Estoy bien. -Después de quitarle importancia con un gesto de la mano, suspiró-. ¿Tienes tiempo para sentarte un momento?

Ness: Claro -señaló una de las mesitas repartidas por el recinto-. ¿Va todo bien? ¿Aquí? ¿En casa?

Ashley: Va genial. En serio -se sentó y se echó hacia atrás el sombrero que le cubría parte de la media melena rubia-. Estoy embarazada.
 
Ness: Estás... ¡Ashley! Eso es estupendo, ¿no?

Ashley: Es estupendo, maravilloso, increíble. Y asusta un poco. Chris y yo decidimos que por qué esperar. Nos casamos hace nada, en primavera, y nuestra idea era dejar pasar un año, quizá dos. Luego dijimos, ¿por qué esperar? Y nos tiramos a la piscina -se rio y después dio unos golpecitos en la botella de Vanessa-. ¿Me dejas beber un poco?

Ness: Bébetela toda. Me alegro mucho por ti, Ashley. ¿Te encuentras bien?

Ashley: Me he pasado los dos primeros meses vomitando tres veces al día. Nada más levantarme, a la hora de comer y a la de cenar. Me canso antes, pero el médico dice que es normal. Y los vómitos tendrían que aflojar bastante pronto, que Dios me oiga. Supongo que ya lo han hecho, un poco. Hace un momento he tenido náuseas, pero no he echado la papilla, así que ya es algo.

Ness: Chris debe de estar dando saltos de alegría.

Ashley: Sí.

Ness: ¿De cuánto estás?

Ashley: De doce semanas el sábado.

Ness abrió la boca, volvió a cerrarla, y después recuperó la botella para echar otro trago.

Ness: Doce.

Después de suspirar, Ashley se mordió el labio inferior.

Ashley: Estuve a punto de contártelo nada más quedarme, pero todo el mundo dice que hay que esperar a que pasen los tres primeros meses, el primer trimestre. No se lo hemos dicho a nadie, aparte de a nuestros padres; a los padres hay que decírselo, e incluso con ellos esperamos hasta que estuve de cuatro semanas.

Ness: No se te nota nada que estás embarazada.

Ashley: Se me notará. Y lo cierto es que los vaqueros me aprietan tanto en la cintura que los llevo atados con un mosquetón.
 
Ness: ¡No!

Ashley: Sí. -Para demostrarlo, se levantó la camisa y le enseñó a Ness la anillita plateada-. Y mira esto. -Se quitó el sombrero y bajó la rubia cabeza para enseñarle casi tres centímetros de raíces castañas-. Recomiendan no teñirse el pelo. No voy a quitarme el sombrero hasta que nazca el bebé, lo juro. No veo mi color natural desde que tenía trece años y tú me ayudaste a teñírmelo con aquella caja que prometía un tinte fácil y un resultado bonito.

Ness: Y utilizamos parte para hacerme una mecha rubia que acabó pareciendo más una rodaja de calabaza fluorescente.

Ashley: A mí me molaba mucho. Soy rubia de corazón, Ness, pero voy a ser una morena embarazada. Una morena gorda y patosa que tiene que ir a mear cada cinco minutos.

Vanessa rompió a reír a carcajadas y volvió a pasarle el agua. Mientras bebía, Ashley se acarició la barriga aún invisible con una mano.

Ashley: Me siento distinta, muy distinta, y es una especie de milagro. Vanessa, voy a ser madre.

Ness: Vas a ser una madre increíble.

Ashley: Estoy decidida a serlo. Pero, bueno, hay otra cosa que no debería hacer.

Ness: Montar.

Ashley asintió y volvió a beber.

Ashley: He estado postergándolo, lo sé. ¡Santo Dios!, monto desde que era una cría, pero mi médico no admite discusión.

Ness: Ni yo. Hoy has guiado el paseo, Ashley.

Ashley: Lo sé. Debería habérselo dicho a Andy, pero pensaba que primero debía decírtelo a ti. Luego empezó a hablar de que yo podía sustituirlo este invierno mientras él estaba fuera. No quise contárselo porque este viaje le hace mucha ilusión, y lo veía renunciando a él.

Ness: No renunciará a él y tú no montarás hasta que tu médico te dé permiso.

Y no se hable más.

Mordiéndose otra vez el labio, una clara señal de preocupación, Ashley enroscó y desenroscó el tapón de la botella de agua.

Ashley: También están las clases.

Ness: Las daremos -resolvería esa cuestión, pensó. Era su trabajo-. Los caballos no solo se montan, Ashley.

Ashley: Lo sé. Ya hago parte del papeleo. Puedo cepillarlos, darles de comer y conducir el remolque, llevar a los huéspedes al Centro Ecuestre. Puedo...

Ness: Lo que podrías hacer es traerme una lista, de tu médico, con lo que puedes hacer y lo que no. Lo que puedas hacer, lo harás; lo que no, no.

Ashley: El caso es que mi médico es tremendamente prudente, y...

Ness: Yo también lo soy -la interrumpió-. O me traes la lista y te atienes a ella, o te despido.

Ashley se recostó, enfurruñada.

Ashley: Chris me advirtió que dirías justo eso.

Ness: No te casaste con un idiota. Y te quiere. Igual que yo. Vamos, ya te estás yendo a casa para el resto del día.

Ashley: Oh, no necesito irme a casa.

Ness: Ya te estás yendo. Échate una siesta. Y después de la siesta, llamarás a tu ginecólogo y le dirás...

Ashley: Es mujer.

Ness: Da igual. Le dirás que escriba la lista y que te la mande, y que me ponga en copia. Y ya iremos viendo. Lo peor que puede pasar, Ashley, es que cambies una silla de montar por una de escritorio durante unos meses -sonrió-. Vas a ponerte gorda.
 
Ashley: Hasta me hace cierta ilusión.

Ness: Bien, porque va a pasar. Ahora, vete a casa -se levantó y se inclinó para darle un fuerte abrazo-. Y enhorabuena.

Ashley: Gracias. Gracias, Ness. Voy a decírselo a Andy antes de irme. Le diré que lo tienes todo atado, ¿vale?

Ness: Adelante.

Ashley: De hecho, voy a decírselo a todo el mundo. Me muero de ganas de hacerlo desde que meé en el palito. ¡Oye, Matt! -se puso de pie y se acarició la barriga-. ¡Estoy embarazada!

Matt: ¡Hostia!

Vanessa tuvo tiempo de verlo saltar por encima del mostrador y correr junto a Ashley para levantarla en brazos.

Los padres eran los primeros en saber que sus hijas estaban embarazadas, pensó Vanessa cuando salió del edificio. Pero el resort era como una familia.



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