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lunes, 28 de agosto de 2023

Capítulo 9


Cuatro días después de la muerte de Bonnie Jean, declarada homicidio, Vanessa fue a Helena para asistir al funeral.

Justo al día siguiente estaba en la primera planta del Molino escuchando melodías de Tim McGraw, Carrie Underwood y Keith Urban -los cantantes favoritos de Bonnie Jean- como música de fondo mientras los asistentes presentaban sus respetos.

Concedía a Jessica todo el mérito de haber creado el ambiente adecuado. Había fotografías de Bonnie -sola en algunas, con amigos en otras- distribuidas por toda la sala en sencillos marcos de hierro. Flores, explosiones de color, surgían de botellas de leche y tarros de cristal. En una mesa alargada cubierta por un hule había una variedad de comida sencilla e informal: embutidos, pollo frito, macarrones con queso, pan de maíz.

Nada selecto ni lujoso, y todo invitaba a sentirse a gusto.

Los asistentes podían acercarse al micrófono del escenario y decir unas palabras, o contar una anécdota sobre Bonnie. Algunas de ellas hicieron saltar las lágrimas, pero lo que más provocaron fueron risas, tan eficaces para contrarrestar la tristeza.

Algunos de los asistentes llevaron guitarras, violines o banjos, y tocaron una o dos canciones.

Vanessa se dispuso a salir con disimulo, pero cambió de idea cuando vio que Chad Ammon entraba e iba derecho al escenario.
 
La conversación cesó, y volvió a reanudarse entre murmullos. Vanessa se quedó donde estaba y echó un vistazo alrededor hasta que localizó a Alex, y ambos se miraron.

Con ese único gesto, ambos convinieron en dejarle hablar, y en abordar cualquier problema que pudiera surgir.

Chad: Sé que muchos de vosotros pensáis que no debería haber venido. -La voz se le quebró un poco-. Si alguien tiene algo que decirme, puede hacerlo cuando yo haya terminado de decir lo mío. No la traté bien. Tendría que haberla tratado mejor.

Alguien gritó: «¡Ni lo dudes!», lo que volvió a provocar murmullos.

Chad: No lo dudo. Era... era una buena persona, una buena amiga. Era amable. Puede que no le bailara el agua a nadie, pero todos podían contar con ella cuando la necesitaban. Ella no pudo contar conmigo. La engañé. Le mentí. Aunque jamás les he levantado la mano ni a ella ni a ninguna otra mujer del mundo, no la traté con respeto. Si hubiera sido mejor hombre, a lo mejor habríamos seguido juntos. Si hubiéramos seguido juntos, a lo mejor ella seguiría aquí. No lo sé. -Le rodaron lágrimas por las mejillas-. No lo sé, nunca lo sabré. Lo único que sé es que una persona amable y buena, una persona que sabía reír, que le gustaba bailar y que confiaba en mí, ya no está. No hay una sola cosa que nadie de aquí pueda decirme que sea peor de lo que yo me digo todos los días. Pero podéis decírmelo. Lo entiendo perfectamente.

Se alejó del micrófono. Pareció que las piernas le temblaban cuando bajó del escenario.

Vanessa pensó que tenía dos opciones. Permitir que los murmullos y las pétreas miradas se convirtieran en palabras, y quizá en algo peor, o empezar a sanar la herida.

Avanzó entre la multitud, vio que Chad se detenía y la miraba con la cara bañada en lágrimas. Prorrumpió en sollozos cuando ella lo rodeó con el brazo.

Ness: Tranquilo, Chad. Ven conmigo. No te culpes por lo que ha ocurrido. Ella no querría que lo hicieras. No era así.

Se aseguró de que la oyeran bien mientras se lo llevaba de la ceremonia camino de la escalera que conducía a la planta baja.

En el denso silencio, Jessica se apresuró a subir al escenario al percatarse de que Vanessa había empezado a cambiar las tornas. Intentaría darle un empujoncito.

Jessie: Yo no conocía mucho a Bonnie. No trabajo aquí desde hace tanto tiempo como la mayoría de vosotros. Pero recuerdo que, después de mi primera semana, fui a la Cantina. Me sentía a gusto con el trabajo, pero un poco fuera de sitio, puede que echara un poco de menos mi casa. -Se apartó el pelo ondulado de la cara. Se lo había dejado suelto y le llegaba hasta los hombros. Más informal, más cercano, pensó, que llevarlo recogido-. Quería integrarme, así que esa noche fui a la Cantina. Bonnie estaba en la barra. Le pregunté qué me recomendaba, le dije que acababa de empezar a trabajar aquí. Ella me dijo que ya lo sabía, que los camareros de barra se enteran de todo antes o después; por lo general, antes. Me recomendó un margarita de arándanos. Voy a confesaros que no me sonó muy apetecible. -En el escenario, sonrió al oír risas sofocadas-. Había muchos clientes esa noche, y me fijé en lo fácil que hacía que pareciera su trabajo. En que tenía una sonrisa para todos, aunque estuviera hasta arriba de trabajo. Colocó aquella bebida delante de mí. Yo miré el vaso pensando que por qué demonios le servía arándanos a toda la gente de por aquí. Entonces tomé un sorbo y supe la respuesta. -Volvió a sonreír cuando oyó risas y esperó un momento-. Me bebí mi primer margarita de arándanos. Y luego otro, sentada a la barra, viendo trabajar a Bonnie. Cuando ella me sirvió el tercero, le dije que no podía. Tenía que conducir. Solo hasta el Pueblo, pero no podía sentarme al volante con tres copas en el cuerpo. Y ella dijo: «Vamos, cariño, tómatelo y celebra tu primera semana aquí». Y que ella salía en una hora y que me llevaría a casa. Así que me lo bebí, y ella me llevó. No fueron los arándanos lo que hizo que sintiera que empezaba a integrarme. Fue Bonnie.
 
Bajó del escenario y calibró la atmósfera emocional de la sala. Tras decidir que las tornas habían cambiado del todo, se dirigió al fondo de la estancia.

Alex: Ha estado bien.

Jessica miró a Alex. No lo había visto acercarse a ella.

Jessie. Tu hermana ha hecho lo correcto. Yo solo lo he rematado. Y he contado una verdad como un templo.

Alex: Ha estado bien. Igual que esta ceremonia. Quiero decirte que has dado en el clavo en todo y que quizá la conocías mejor de lo que crees.

Jessie: Tenía una idea de cómo era, y he hablado con personas que la conocían bien -echó un vistazo general a la sala, las fotografías, las flores, las caras-. Todo esto me ha enseñado un par de cosas. Me habría gustado pasar más tiempo sentada a la barra cuando estaba ella. Y Bonnie era, todos lo somos, parte de un todo, no solo una empleada de una buena empresa. Vanessa me ha dicho que algunos de los que han venido hoy son temporeros y algunos han recorrido más de ciento cincuenta kilómetros para estar aquí. Es lo que hacen las familias. Y esa clase de sensibilidad viene de arriba. Tu familia ha creado ese ambiente, y es de verdad.

Alex: Voy a disculparme.

Jessica clavó en él sus ojos azules, sorprendida.

Jessie: ¿Ah, sí?
 
Alex: No era mi intención hacerte sentir que no formas parte de esto.

Jessie: ¿Es solo que a ti no te lo parece? 

Alex cambió el peso a la otra pierna.

Alex: Me estoy disculpando.

Jessie: Y yo debería tener la cortesía de aceptar tus disculpas. Así que lo haré. Pelillos a la mar. 

Jessica le ofreció la mano.

Alex: De acuerdo. -Aunque le pareció diminuta en la suya, se la estrechó-. Tengo que volver, pero...

Jessie: Doña Fancy está ahí sentada y Mike llegará de un momento a otro. Puedes irte sin problemas.

Alex: Entonces me..., esto... 

Como se había quedado sin palabras, Alex asintió, y escapó de allí.

Camino de la puerta, después de cruzar algunas palabras más con otros asistentes sentados a las mesas dispuestas en la planta baja, vio que Zac se dirigía al Molino.

Zac: No he podido escaparme hasta ahora.

Alex: Hay tiempo de sobra. Se ha montado un poco de drama cuando Chad ha venido, ha dicho unas palabras.

Zac: ¿Ah, sí?

Alex suspiró, conocía muy bien ese tono, y se caló más el sombrero.

Alex: Sigues enfadado.

Zac: Rompiste un juramento.

Alex: Tú no estabas presente. Siento haberme dejado llevar por mi genio, pero así fue. Y ya está hecho. Si quieres que estemos empatados, te doy permiso para que rompas el juramento que hicimos la vez que metí whisky en una botella de Coca-Cola y la saqué de casa a escondidas, y los dos quisimos bebérnosla en el campamento y acabamos vomitando hasta la primera papilla.

Zac: Tú vomitaste más.
 
Alex: Puede. Tú vomitaste lo tuyo. Puedes contarlo si así quedamos en paz.

Reflexionando, Zac se metió los pulgares en los bolsillos de los vaqueros.

Zac: Decidir qué puedo contar no nos deja empatados. Debería poder decidirlo yo.

Como no podía discutírselo, Alex miró hacia las montañas con el ceño fruncido.

Alex: Pues adelante. Decídelo tú y acabemos con esto.

Zac: A lo mejor cuento cómo perdiste la virginidad cuando Brenna Abbott te engatusó para llevarte al pajar cuando tu hermana celebraba su decimotercer cumpleaños.

Alex hizo una mueca. Puede que no estuviera muy orgulloso de eso, teniendo en cuenta que toda su familia y unas cincuenta personas más estaban a un tiro de piedra, pero había sido un momento importante de su vida.

Alex: Si eso lo arregla...

De pie, apoyando todo su peso en un costado, Zac contempló las montañas junto a su amigo, escuchando la música y las voces del Molino.

Zac: Joder, con eso solo conseguiría sentirme como un capullo y que tú dejaras de sentirte igual. Prefiero que te sientas como un capullo durante un tiempo más. Por cierto, ¿qué fue de Brenna Abbott?

Alex: Lo último que supe era que vivía en Seattle. O quizá en Portland.

Zac: Qué rápido olvidamos. Bueno, pelillos a la mar dijo ofreciéndole la mano-.

Alex se quedó mirándolo y soltó una risotada.

Alex: Es la segunda vez en menos de diez minutos que alguien me dice eso. Debo de estar tomando por costumbre meter la pata.

Zac: No, por costumbre no. Solo ha sido un desliz.

Alex: Tengo otra cosa que decirte. Si Clintok empieza algo, ven a buscarme antes de terminarlo tú.

Zac: Clintok no me preocupa.

Alex: Ven a buscarme -repitió; luego se escupió en la palma y alargó la mano-.

Zac: Hostia. 

Conmovido, divertido, y esforzándose por no pensar en el comentario de Vanessa sobre los críos de doce años, Zac alargó la suya para estrechársela.

Alex: Pues vale. Tengo que volver -se alejó sin prisas-.

Limpiándose la mano en los vaqueros, Zac entró para presentar sus respetos a la fallecida.


Vanessa no estaría entre los mejores cocineros del mundo. Puede que ni siquiera entre el cincuenta por ciento de los mejores. Pero el día de Acción de Gracias cumplía con su deber.

Picaba, pelaba, removía, batía. Y siguiendo una tradición establecida hacía años, se quejaba de que ninguno de sus hermanos hiciera su parte.

Anne: No es nada justo. -Con su placidez habitual, untaba el pavo-. Pero tú sabes tan bien como yo que no hay un solo hombre en esta casa que no sea un estorbo en la cocina. Clementine y yo hicimos todo lo posible por enseñarles, igual que te enseñamos a ti, pero Mike sería capaz de quemar el agua y Alex es como un elefante en una cacharrería.

Ness: Lo hacen a propósito -protestó mientras Cora y ella pelaban una montaña de patatas-.

Cora: Bueno, cariño, lo sé, pero las consecuencias son las mismas. Abuela, ¿puedes echar un vistazo a este jamón?

Doña Fancy, con un delantal que rezaba: LAS MUJERES, COMO EL VINO, MEJORAN CON LA EDAD, miró en el horno inferior, y asintió.
 
Fancy: Yo diría que ya es hora de que prepare el glaseado. No te sulfures, Vanessa. Tienes a los hombres ahí fuera asando la carne a la parrilla. Y van a llevar el segundo pavo con todas las guarniciones a los mozos del barracón. Prefiero no tenerlos aquí, agobiándome.

Cora: Me gustan los olores y los ruidos de una cocina en Acción de Gracias -añadió mientras pelaba otra patata-. ¿Te acuerdas, Anne, de que siempre hacía masa para tartas de sobra y dejaba que Alice y tú... -No terminó la frase, suspiró-. En fin.

Anne: Me acuerdo, mamá.

Anne habló con rapidez, y se volvió para remover sin necesidad una olla puesta al fuego.

Cora: No voy a ponerme sensiblera. Me gusta pensar que Alice también está disfrutando hoy de los olores y los ruidos de Acción de Gracias. Que ha encontrado lo que fuera que buscaba y que nosotros no podíamos darle.

Doña Fancy abrió la boca, pero volvió a cerrarla de inmediato. Vanessa tuvo la prudencia de no decir nada. En las poquísimas ocasiones en las que el nombre de la hermana de su madre se mencionaba, las abuelas parecían atrincherarse en bandos contrarios. Una estaba cargada de tristeza; la otra, de resentimiento. Su madre se sumaba al bando del resentimiento.

Anne: Creo que las cocineras nos merecemos una copa de vino -se dirigió a un armario y sacó copas-. Me juego un brazo a que los hombres ya se habrán trincado más de una cerveza. Vanessa, lava esas patatas y pongámoslas a hervir. Mamá, estos boniatos ya parecen listos para que obres tu magia.

Ness: Solo me queda un par por pelar.

Anne dejó las copas, dio a su abuela un rápido apretón en la mano. En respuesta, doña Fancy se encogió de hombros.
 
Cora: ¿Creéis que no sé lo que estáis pensando? No empecéis a poneros condescendientes conmigo.

Vanessa dio un respingo al oír el timbre.

Ness: Es la puerta. -Aliviada, corrió hasta el recibidor. Al abrir, vio a Jessica y dijo-: Genial.

Jessie: Bueno, gracias. Y gracias por invitarme.

Ness: Pasa. ¿Cuándo ha empezado a nevar? No estaba prestando atención, inmersa en mis tareas culinarias y en un fantasma familiar. -Le indicó que entrara y se hizo a un lado-. Puedes sumarte a lo primero y ayudar a exorcizar lo segundo con tu mera presencia. No tenías que traer nada -añadió, señalando con la cabeza la caja para tartas que Jessica llevaba-.

Jessie: «Tener que» implica obligación. «Tener el gusto» indica gratitud.

Ness: Gracias en ambos casos. Dame el abrigo.

Después de cambiarse la caja de mano, Jessica se quitó el abrigo y la bufanda mientras contemplaba la entrada.

Jessie: Esto es fabuloso. Me encantan los techos con vigas de madera, el suelo de tablones y, oh, la chimenea.

Ness: Había olvidado que es la primera vez que vienes. Tendremos que enseñarte la casa.

Jessie: Me encantaría. -Con su sencillo vestido azul, Jessica dio unos cuantos pasos por el salón-. ¡Y las vistas!

Ness: Nos vuelven locos. También son bastante impresionantes desde la cocina. Ven a la parte de atrás. Te serviré una copa.

La casa era como un laberinto y fascinó a Jessica. Tenía un ambiente acogedor y un estilo informal. Mucha madera y piel, observó, muchas obras y objetos de arte del Oeste entremezclados con piezas de cristal irlandés y cerámica de Belleek. Ventanas con amplios marcos cuadrados y sin cortinas para ver bien los prados, el cielo, las montañas.

Se detuvo delante de una habitación con un voluminoso escritorio antiguo y señaló la pared.

Jessie: ¿Es un... portabebés?

Ness: Un portabebés indígena. Es el portabebés del abuelo de mi padre.

Jessie: Es maravilloso, y envidiable, poseer un legado familiar tan antiguo, en ambas ramas, y tener objetos como este, la conexión tangible.

Ness: Somos un rompecabezas de etnias -la llevó a la parte de atrás-. Mirad a quién traigo conmigo.

Anne: Jessie. Me alegro de verte -se despegó de los fogones para recibir a Jessica con un abrazo-. Tú siempre tan guapa.

Fancy: No te vendría mal ponerte un vestido bonito de vez en cuando, Vanessa -opinó doña Fancy mientras removía el glaseado para el jamón-.

Ness: Gracias -masculló dirigiéndose a Jessica-. ¿Qué te apetece tomar?

Jessie: Lo que estéis tomando vosotras -dejó la caja en la encimera-. ¿En qué puedo ayudar?

Anne: Primero el vino. ¿Qué nos has traído?

Jessie: Es ptichye moloko.

Cora: No estoy segura de poder pronunciarlo, así que voy a echarle una miradita -se acercó y levantó la tapa-. ¡Oh, es espléndido!

Jessie: Es un postre ruso, tarta de leche de pájaro, aunque no se hace con leche de pájaro. Mi abuela siempre lo preparaba en ocasiones especiales.

Vanessa le ofreció una copa de vino, y examinó el liso glaseado de crema chantilly espolvoreado con chocolate de una forma muy artística.

Ness: ¿Lo has hecho tú?

Jessie: Me gusta la repostería. No me divierte mucho hacer pasteles para mí sola, así que esto ha sido un lujo.

Anne: Voy a sacar el soporte elegante para tartas y pondré este pastel en el bufet de postres junto con los pasteles y el dulce de bizcocho borracho de mamá -se apresuró al comedor a coger el soporte para tartas-. Siéntate a beberte el vino, Jessie.

Jessie: Lo haré si me pones un utensilio de cocina en la mano.

Fancy: Pon a la muchacha a trabajar. Los hombres invadirán la cocina dentro de nada y no harán nada mejor que estorbarnos.

Para Jessica, participar en una reunión de una familia tan grande era fascinante. La interacción y la dinámica de las cuatro generaciones de mujeres, con algunos papeles asignados de forma flexible -Ness, tráeme eso; mamá, prueba esto- y otros celosamente custodiados.

Doña Fancy asaba el jamón al horno mientras Anne se ocupaba del pavo. La carne guisada era competencia exclusiva de Cora.

Cualquiera que fuera el fantasma familiar al que Vanessa se había referido, parecía haberse esfumado, pues las mujeres trabajaban en relajada armonía y con mucho cariño. Aunque Jessica no podía imaginarse preparando alguna vez una cacerola entera de carne guisada, Cora le dio consejos sobre cómo hacerlo. Y Jessica pensó en las horas que ella misma había pasado en la cocina con su abuela.

Cora: Pareces un poco melancólica -habló en voz baja-. ¿Echas de menos a tu familia?

Jessie: Estaba pensando en mi abuela, en cómo me enseñó a cocinar, a apreciar lo creativo que es.

Cora: ¿Vive en el Este? Quizá pueda venir a quedarse un tiempo.
 
Jessie: Murió el invierno pasado.

Cora: Oh, cariño, lo siento mucho. -De forma instintiva, le pasó un brazo por los hombros mientras removía la carne con la otra mano-. ¿Te enseñó ella a hacer ese pastel?

Jessie: Sí.

Cora: Entonces está aquí de todas formas, ¿no? 

Dicho esto, Cora besó a Jessica en la sien.

Alex entró, sorprendido de ver a Jessica con los ojos algo llorosos, y apoyada en su abuela.

Se aclaró la garganta.

Alex: Esto..., estamos listos para llevar el pavo y lo demás al barracón.

Sus palabras provocaron una carrera veloz y férreamente organizada para coger las guarniciones y los postres asignados a los mozos del rancho.

Uno de ellos, un hombre canoso y fornido con el sombrero en las manos, esperaba detrás de Alex.

**: Apreciamos mucho toda esta comida tan rica, doña Fancy, señora Cora, señora Anne, Ness, y...

Jessie: Jessica -se presentó ella misma-.

**: Señora. Aquí huele a gloria. Eh, no levante esa olla tan grande, señora Cora. Ya lo hago yo.

Cora: Tú y los muchachos disfrutad de lo que hay dentro, Hec, y asegúrate de devolver la olla.

Hector: Se la devolveré, pero le aseguro que cuando lo haga no quedará ni pizca de este puré de patatas. Muchísimas gracias. Y feliz Acción de Gracias, señoras.

En cuanto la puerta se cerró tras el mozo, Alex y un montón de comida, Vanessa rompió a reír.

Ness: Sigue colado por ti, yaya.
 
Cora: Ya es suficiente, Vanessa Samantha Hudgens.

Ness: Llamarme por mi nombre completo no cambia los hechos. Hector está colado por la yaya desde que tengo memoria.

Cora: Tampoco hace tanto que tienes memoria, ¿no? -repuso con aspereza-.

Ness: Tengo la suficiente para saber que tendrías novio si le dieras alas.

Cora: Soy demasiado cabezota para un hombre. Y mira quién fue a hablar de novios. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con un hombre un sábado por la noche?

Vanessa dio un mordisco a uno de los huevos que su bisabuela había rellenado.

Ness: A lo mejor también soy demasiado cabezota.

Fancy: Estoy viendo fuera a uno que te quitaría la cabezonería -sonrió mirando por la ventana-. Desde luego, ese Zac Efron tiene lo que hay que tener para que le sienten de miedo unos Levi’s.

Ness: ¡Abuela!

Doña Fancy se rio y le hizo un guiño con picardía.

Fancy: Tengo ojos en la cara, y ni siquiera necesito las gafas desde que me toquetearon los cristalinos cuando me quitaron las cataratas. Sí, señor, veo la mar de bien. Y también oigo bien; por ejemplo, os oigo ir juntos al Centro Ecuestre casi todas las mañanas.

Ness: No hay nada entre nosotros.

Fancy: Eso no significa que no pueda haberlo, o que él pueda hacer que lo haya, si te pone en su punto de mira.

Ness: Yo no soy un objetivo.

Cora le dio un golpecito en el hombro con el dedo.

Cora: Eso te enseñará a tener cuidado con lo que dices sobre quién está colado por quién.
 
Ness: Deberíais preguntar a Jessica por qué no sale los sábados por la noche.

Anne: ¿Por qué no sales, Jessie? 

Jessie: ¿Así, a bocajarro? 

Ness: Aquí diríamos «a quemarropa», pero es lo mismo.

Jessica se libró de tener que pensar en una respuesta cuando los hombres entraron en tropel y, tal como se había pronosticado, resultaron un estorbo.

Fuera de un evento, Jessica jamás había visto tanta comida. Además del pavo tradicional, había jamón y ternera, patatas en puré y estofadas, un mar de carne guisada, batatas al vino y confitadas, el relleno del pavo servido aparte, montañas de verduras y ensaladas, compota de manzana recién hecha, salsa de arándanos, bollos y panecillos de masa madre acabados de sacar del horno.

Junto con la comida y la bebida, la conversación fluyó sin trabas. Jessica se fijó en que el tema de Bonnie Jean se quedaba fuera de la mesa de Acción de Gracias, y solo podía estar agradecida. No pasaba un día en el trabajo sin especulaciones, preguntas. La cena le parecía una tregua.

Sentada entre Alex y Zac, probó el jamón.

Zac: Ten cuidado con esas rodajas de carne de tu plato. No te quedará sitio para el postre.

Jessie: Aquí hay demasiado para comerse más de una rodaja. ¿Dónde vas a encontrar sitio tú? 

Señaló su plato, mucho más lleno.

Zac: La tarta de manzana de la señora Anne es inigualable. He soñado con ella todos los días de Acción de Gracias que no he estado sentado a esta mesa.

Así pues, pensó Jessica, para él era una tradición pasar el día de Acción de Gracias con esta familia en vez de con la suya. Tomó nota.

Jessie: Supongo que lo quemas trabajando. No pude ir a ver tu espectáculo el sábado pasado, pero he oído que tu caballo y tú causasteis sensación.
 
Zac: Nos divertimos bastante haciéndolo.

Jessie: La próxima vez quiero tomar algunas fotos.

Vanessa se asomó por el otro lado de Zac y después se volvió para hacer un gesto a Mike, que estaba sentado enfrente.

Ness: Deberíamos poner una o dos en la web. Yo vi parte. Atardecer se metió a la gente en el bolsillo. Tú tampoco lo hiciste mal -dijo a Zac-.

Zac: Él me ha enseñado todo lo que sé.

Sam: El caballo más listo que he visto nunca. No me sorprendería si un día me dice «Hola, Sam» cuando pase por delante de su caseta.

Zac: Estamos trabajando en ello.

Jessie: Tendré que conocer a esa maravilla de caballo -probó el puré de patatas-.

Zac: Se pondría muy contento. Le gustan las mujeres guapas. Sobre todo las que le llevan una zanahoria.

Vanessa se volvió ligeramente hacia Zac cuando él la miró.

Ness: Supongo que vas a decir que te lo ha dicho él.

Zac: Nos entendemos. Atardecer y yo nos entendemos. ¿Tienes muchas oportunidades de montar, Jessie?

Jessie: ¿Yo? Oh, no sé montar.

Todas las conversaciones alrededor de la mesa dieron paso al silencio. Y, una vez más, Vanessa se asomó por el lado Zac.

Ness: ¿Nada de nada?

Jessie: No había muchas oportunidades en el Lower Manhattan.

Alex: Pero te has subido a un caballo. Para dar un paseo, por ejemplo -dijo sorprendido, volviéndose hacia ella-.

Jessie: La verdad es que no. Nunca me he subido a un caballo.

Mike: ¿Cómo es que no lo sabíamos? 

Jessie: Nadie me lo preguntó. -Sintiéndose de repente expuesta, como si hubiera confesado un delito sin darse cuenta, cogió la copa de vino-. No era un requisito para ocupar el puesto.

Sam: Bueno, lo resolveremos -cogió otro bollo-. Cora es muy buena profesora. Lo cierto es que todos los de esta mesa podríamos enseñarte lo básico en un periquete. La subiremos a Maybelle, ¿no crees, Ness?

Ness: Maybelle es de lo más mansa y paciente que hay. Andy siempre se la asignaba a los novatos o a la gente nerviosa.

Jessie: En serio, no hace falta que os molestéis. Yo no...

Alex: ¿Te dan miedo los caballos? -preguntó con tanta dulzura que Jessica notó calor subiéndole por la nuca-.

Jessie: No. -No, en teoría-. En absoluto -añadió con más firmeza-.

Sam: Te sentaremos en una silla de montar. No te preocupes por eso.

Sin saber qué decir, Jessica sonrió y bebió más vino.

No estaba preocupada por eso. A partir de ese momento suponía que no estaría preocupada por casi nada más.

El receso entre la cena y el postre incluía limpiar y escoger entre echar una partida a las cartas o ver fútbol.

Como Jessica sabía más de fútbol que de cartas, optó por lo primero. Pero apenas se había acomodado cuando Alex le llevó su abrigo y un par de botas camperas.

Alex: Mi madre ha dicho que debería llevarte fuera, habituarte a los caballos.

Jessie: Oh, en serio, no hace falta.

Alex: Yo no discuto con mi madre. Es perder el tiempo porque siempre gana.

Mike: Es verdad -confirmó antes de gruñir al televisor-. Por el amor de Dios, ¿dónde están los defensas? ¿Se han tomado el día libre?
 
Alex: Me ha dicho que estas deberían venirte bien. -le dio las botas-. No puedes atravesar el patio con esos zapatos de tacón.

Jessie: Vale. 

Sería mejor acabar con eso de una vez. Su anfitriona, y jefa, había hecho una petición. Así que iría, vería los caballos y sanseacabó.

Había visto muchos caballos desde que vivía en Montana. Desde una cómoda distancia.

Se calzó las botas, que en efecto le venían bien aunque le quedaban ridículas con el vestido, y se puso el abrigo.

Alex la condujo hasta la puerta lateral. Había dejado de nevar, pero los casi ocho centímetros de nieve recién caída brillaban bajo las luces del patio.

Con lo que agradecía llevar las botas.

Jessie: No es que necesite ir a caballo a ninguna parte.

Alex: Es bueno saber montar. Como nadar. ¿Sabes nadar?

Jessie: Pues claro.

Alex: Nunca he estado en el Lower Manhattan. Tampoco sabía si allí hay muchas oportunidades para nadar.

Jessie: Es una isla -le recordó cuando se oyó una fuerte ovación en el barracón-.

Alex: Están viendo el partido.

Jessie: Probablemente tú querrías hacer lo mismo -dijo al caer en la cuenta-. Iremos rápido para que puedas volver.

Alex: El fútbol me gusta bastante, pero no es más que un partido. 

Alex abrió la puerta y encendió las luces.

Era un olor suave, pensó Jessica. Caballos. Distinto, un poco distinto a como era cuando pasaba cerca de ellos en los potreros o los picaderos.

Alex bajó por la rampa de hormigón, se detuvo.

Alex: Esta es Maybelle. Es ideal para montar por primera vez.

Mientras él hablaba, la yegua sacó la cabeza, castaño oscuro con una irregular marca blanca, por encima de la puerta de la caseta.

Alex: Si tuviera lana, sería un cordero. ¿Verdad, Maybelle?

La yegua echó las orejas hacia delante cuando él le frotó la mejilla. Luego miró a Jessica de hito en hito.

Alex: Puedes acariciarla. Le gusta. ¿Has acariciado alguna vez a un caballo?

Jessie: No.

Alex: No diré que algunos no muerden, porque lo hacen. Pero esta no. Es muy buena. Mira.

Antes de que Jessica se diera cuenta de lo que pretendía, Alex le había puesto la mano en la mejilla de la yegua.

Suave, como el olor. Suave. Cálida.

El corazón dejó de martillarle y pudo disfrutar de la experiencia.

Jessie: Tiene unos ojos preciosos.

Alex: Sí.

Alex esperó hasta que ella estuviera lo bastante confiada para pasarle la mano por el cuello.

Jessie: ¿Te ha tirado alguna vez un caballo?

Alex: Tirar, tirar, no. Resbalé una vez y acabé en el suelo. Pero montábamos a pelo, Zac y yo, y además íbamos medio borrachos. Hace mucho tiempo -añadió cuando Jessica lo miró-.

Jessie: Tu familia tiene muchas ganas de que yo monte.

Alex: Nadie va a obligarte a hacer nada si te da miedo, o si sencillamente no quieres.

Jessie: Debería probarlo. Tener la experiencia -dio un paso atrás-. Me lo pensaré. -Se sobresaltó un poco, se volvió al oír un resoplido detrás de ella-. ¿Quién es?

Alex: Es el famoso Atardecer.

Jessie: Atardecer, el caballo prodigio -se acercó, eso sí, con cautela-. Es precioso. Y grande. Es grande.

Alex: Mide diecisiete palmos, así que es más grande que la mayoría. Listo, como ha dicho mi padre, y puede ser travieso. Pero no tiene una pizca de maldad.

Para poner a prueba su valor, Jessica se acercó más. Detuvo la mano a medio camino, vacilando. ¿Podía un caballo parecer divertido?, se preguntó, y se obligó a seguir levantando la mano hasta tocarle la mejilla.

Jessie: Vale, lo tienes todo. Eres grandioso, muy imponente y muy, muy guapo.

Atardecer volvió la cabeza y la bajó, como si de repente le hubiera entrado vergüenza. Alex se rio.

Alex: Juro que no sé cómo lo hace. Es como si entendiera todo lo que decimos.

Sonriendo, Jessica se dio la vuelta.

Jessie: A lo mejor lo hace. Creo que...

Esa vez no solo se sobresaltó, sino que dio un respingo y se estampó contra Alex.

Alex: Atardecer solo te estaba oliendo el pelo. -Para tranquilizarla, la rodeó con los brazos, o se dijo que esa era la razón-. Es bonito, y huele bien. Atardecer no quería asustarte.

Jessie: Me he asustado. Solo me ha dado un susto. 

Aún con la respiración un poco entrecortada, alzó la vista. Qué verdes eran sus ojos, pensó, verdísimos, con motitas doradas.

Alex: Es bonito. Tu pelo es bonito. 

Y la besó.

Olía a los caballos, pensó ella. Suave y cálido. Su boca era igual, cálida y suave en la suya. Un beso sosegado, un beso que podría haber sido plácido de no ser por lo rápido que percutía su corazón. Pese a ello, apoyarse en él, dejarse llevar, fue lo más fácil que había hecho nunca.
 
Alex se separó y dio un paso atrás.

Alex: Lo siento. No debería haberme... aprovechado de esta manera. 

La sedosa burbuja radiante se reventó.

Jessie: ¿De qué manera?

Alex: Bueno, yo... Podría parecer que te he traído aquí engañada y después me he echado encima de ti.

Jessica enarcó las cejas.

Jessie: Creo que la primera en echarse encima he sido yo.

Alex: Eso ha sido... -se interrumpió, se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo-. No estoy seguro de qué... No estoy seguro.

Jessie: Ya lo veo. Supongo que deberías avisarme cuando lo estés. Deberíamos volver.

Alex se puso de nuevo el sombrero y le dio alcance.

Alex: Es solo que no quiero que pienses que yo me aprovecharía, que te sientas obligada...

Jessica se paró en seco, dejándolo petrificado con la mirada.

Jessie: No me insultes.

Alex: No era mi intención. No me refería a... Santo Dios, sé hablar con la gente mejor que estoy haciéndolo ahora. Con las mujeres. No me he expresado bien.

Jessie: Si crees por un segundo que pienso que me has presionado, o que me presionarías, para tener una relación física o sexual porque eres un miembro de la familia que me da trabajo, estás insultando mi inteligencia y mi capacidad para juzgar a las personas. Y yo sí que me he expresado perfectamente.

Alex: De acuerdo.

Jessie: Si piensas que yo alimentaría o permitiría eso mismo, eres idiota.

Alex: Creo que te he entendido, totalmente. Yo solo quería disculparme por si me había extralimitado. No era mi intención extralimitarme, tenga o no razón. Hueles bien.

Jessie: Esa parte la tenemos clara, gracias. Y si alguna vez te extralimitas, yo te lo diré.

Alex: De acuerdo.

Tras decidir que lo más prudente era dejarlo ahí, Alex le abrió la puerta.

Se volvió y vio a Atardecer observando el drama humano con evidente satisfacción.

Apagó las luces y cerró la puerta.


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