topbella

domingo, 5 de junio de 2011

Capítulo 29


Por una vía lateral, Andrew alcanzó la horca al mismo tiempo que el grupo que se dirigía a él.

Will obligaba a un pálido lord Collingwood a ascender por los peldaños.

Will: ¡Le imploro que detenga esta ejecución! -empujó al conde-. Acabamos de obtener la prueba irrefutable de que el hombre que están a punto de ahorcar es inocente del delito.

Zac subió tras él, arrastrando consigo a Peter Foster, el joven que quedó enfrentado a los tres hombres que se encontraban de pie, junto al vizconde. No era tan joven como Andrew había supuesto, y su rostro componía una expresión dura, desafiante. Había vendido su juventud a cambio de dinero, y era muy probable que no llegara a viejo.

Zac: El duque está en lo cierto -intervino dirigiéndose a los hombres que ocupaban la horca-. Traemos pruebas suficientes. Sólo necesitamos tiempo para exponérselas.

Justin McPhee se incorporó al grupo, seguido del desconocido.

Justin: El nombre de este caballero es Vincent Myers. Reside en Folkestone, lugar cuya costa lleva tiempo asociada a actividades delictivas. El señor Myers ha venido a testificar contra el conde de Collingwood. Asegura que ha visto al conde, en más de una ocasión, manteniendo reuniones secretas con los franceses.

Martin: ¡Eso es una calumnia! -exclamó Collingwood-.

Uno de los jueces que había participado en el juicio contra Forsythe se encontraba a los pies del entarimado y empezó a subir la escalera para sumarse al grupo.

***: Si este hombre, Myers, tiene pruebas, ¿por qué no las ha presentado antes? ¿Por qué ha esperado tanto?

Justin: Temía por su familia, milord -aclaró-. Al parecer el conde ejerce un poder considerable en Folkestone. Yo le he asegurado que una vez que se descubra la verdad, su familia no sufrirá ningún daño. No tendrán nada que temer del conde ni de nadie que pueda haberse aliado con él. Le he dicho que el marqués de Belford garantizará personalmente su seguridad.

Andrew: Y así será, señor Myers -intervino, que también se había subido a la horca-. Tiene mi palabra de que usted y su familia recibirán protección.

Zac acercó al joven alto y delgado y lo llevó frente al juez.

Zac: Dile lo que me has contado a mí. Si cuentas algo que no sea cierto, te dispararé aquí mismo.

Foster balbuceó algunas maldiciones. Llevaba las manos atadas, y Andrew se fijó en la mugre que cubría sus uñas. Con la cabeza señaló hacia lord Collingwood.

Peter: Fue él. Él me pagó para que robara información de los archivos de su señoría. Me pagó mucho dinero, yo no había visto nunca tanto dinero junto. Fue él -repitió, señalando una vez más al conde con un movimiento de cabeza-. Yo no sabía que el muy cabrón pretendía vender la información a los franceses. Collingwood es el traidor.

Todo sucedió simultáneamente. Andrew vio que Brittany se abría paso hasta la base del entarimado, en el momento en que Collingwood se echaba hacia delante y de un golpe le arrebataba la pistola a Will. La pistola rebotó en el suelo y él la recogió, bajó por la escalera y agarró a Brittany.

Martin: ¡Ni un paso más! -exclamó, y atrajo a la joven hacia sí para mirarle a la cara. Le pasó un brazo por la cintura, la apretó con fuerza y le puso la pistola en la sien-. Un solo movimiento y lady Belford morirá.

A Andrew le dio un vuelco el corazón. Dios. Debería haber sabido que Brittany no se quedaría en su sitio. Debería haberla llevado con él, debería haber…

Meneó la cabeza. Ése no era momento de recriminaciones. Su mujer se encontraba en peligro, y eso era todo lo que importaba. Centró su atención en el conde, y sintió que una gran calma se apoderaba de él.

Andrew: Suéltela, Collingwood. No tiene escapatoria. Lo encontrarán por más que escape.

El conde no le hizo caso.

Martin: ¡Despejen el camino! -exigió a la multitud, que se había sumido en un silencio casi absoluto-. ¡Apártense o disparo!

La muchedumbre se abrió en dos mitades, como el mar Rojo, y él pasó entre ella, seguido de Andrew, que lentamente había descendido por la escalerilla de la horca sin quitar los ojos del conde. Su estómago se retorcía de temor, pero aparentaba ser el hombre más tranquilo de la Tierra, como si las amenazas pronunciadas contra su esposa sucedieran todos los días.

Aquella fachada inmutable era un truco que había aprendido en la cárcel, una cuestión de autodefensa que exigía un intenso autocontrol. Y ahora lo ponía en práctica, su expresión serena, y rogaba a Dios que el conde no leyera en sus ojos el terror que, como un pedazo de hielo, se alojaba en su estómago, el temor a perder a Brittany.

Andrew: Suéltela. -Pronunció muy despacio todas las letras, entonó la palabra como una cuidada amenaza. Era la misma voz que había usado en el barco, un tono frío de mando que sugería graves consecuencias para quien no obedeciera-.

Collingwood se volvió, arrastrando a Brittany consigo, y Andrew siguió avanzando despacio, como una pantera ante su presa.

Martin: Será mejor que se detenga ahora mismo -le advirtió el conde con voz algo temblorosa y apuntando con el arma a la cabeza de Brittany-. Dispararé, lo juro.

Andrew: Si aprieta ese gatillo es hombre muerto -le amenazó acercándose más-. Suelte el arma y aléjese de ella.

Martin: Qué más da que dispare o no dispare. Me ahorcarán de todos modos, y los dos lo sabemos. Prefiero arriesgarme.

Andrew controló la furia que corría por sus venas.

Andrew: Es usted un ladrón y un traidor, Collingwood. Pero no un asesino. Suelte el arma.

Martin: ¡Apártese! ¡Se lo advierto!

Dio otro paso atrás, seguido de Andrew, que no dejaba de mirarlo a los ojos en ningún momento.

El conde retrocedió y la multitud hizo lo mismo. Algunos murmuraban, pero la mayoría permanecía en silencio. Un paso más, otro más, que Andrew también daba. Por el rabillo del ojo vio que Zac y Will se acercaban por entre la multitud, tratando de adelantar al conde por la espalda.

Collingwood seguía avanzando de espaldas. Casi había alcanzado la línea de carruajes aparcados en la calle, frente a la cárcel, cuando de pronto tropezó con un ladrillo. Brittany aprovechó la ocasión para liberarse. A Andrew le dio un vuelco el corazón al ver que su esposa se daba la vuelta y daba un puntapié al conde en la espinilla, antes de soltarse de su abrazo.

Entonces el marqués de Belford emitió una especie de rugido y se abalanzó sobre él, obligándole a soltar la pistola. Acto seguido le dio un puñetazo en la cara con tal fuerza que le hizo perder el equilibrio y caer al suelo.

Le acercó la pistola a la barbilla, mientras sentía que el odio se apoderaba de él con tal intensidad que casi lo cegaba.

«Fue Collingwood, y no Forsythe.» Fue Collingwood quien le traicionó.

Por su mente pasaron las imágenes de sus hombres, los gritos, los gemidos, la sangre, los moribundos. Al fin se presentaba ante él la posibilidad de vengarse.

Rozó el gatillo con el dedo. En un instante todo habría terminado y quedaría libre de la promesa que había hecho. El sudor le cubrí la frente y le temblaba la mano.

Britt: Andrew… -Su suave voz rasgó la niebla de su furia. Meneó la cabeza, tratando de aclarar las imágenes, y el arma le tembló en la mano-.

«¡Hazlo!», le gritaba su mente.

Pero parte de él pensaba en su esposa y en el futuro que les esperaba a los dos. Pensó en su hijo, en lo mucho que había llegado a quererlo.

Le tembló la mano, y apretó el arma con más fuerza.

Zac: Dispararle es hacerle un favor, esa muerte es demasiado rápida -intervino en voz baja, a su espalda-. Este cabrón merece morir ahorcado.

Andrew le apretó más el cañón contra el cuello, y el hombre empezó a temblar.

Will: No merece la pena, Andrew.

Ahora era Will quien le hablaba desde algún lugar situado a su izquierda.

Collingwood le miró, y unas lágrimas de temor asomaron a sus ojos. Andrew se estremeció, tragó saliva y apartó el arma, que entregó a Zac. Se puso en pie y, aspirando muy hondo, se volvió para mirar a Brittany.

Ella seguía ahí, entre la multitud, con los ojos arrasados en lágrimas. Andrew llegó a su lado en dos zancadas y la estrechó entre sus brazos.

Enterró el rostro en su pelo rubio, que se había librado de las horquillas, y aspiró su perfume.

Andrew: ¡Dios, qué asustado estaba! ¡No podría haber soportado perderte!

Ella alzó la vista para mirarle a los ojos, y las lágrimas rodaron por sus mejillas.

Britt: ¡No lo has matado!

Él negó con la cabeza.

Andrew: Matarle ya no me importaba. Lo único que me importa eres tú, Brittany. Tú y el pequeño Alex. Os quiero a los dos.

Brittany tragó saliva.

Britt: Y yo te quiero a ti, Andrew -balbuceó con labios temblorosos-. A veces me parece que te he querido desde siempre.

Brittany se apretó más contra él y se perdió en su abrazo, y Andrew la estrechó con más fuerza. El corazón le latía tan deprisa que casi le dolía de amor.

Aspiró hondo y miró a su alrededor para contemplar la escena que seguía desarrollándose a su alrededor. Forsythe era inocente y no moriría. Collingwood se enfrentaría a un juicio que acabaría condenándolo a la horca. Todo había terminado.

Andrew lograría la venganza que tanto había deseado, aunque ésta había dejado de importarle. Había descubierto que el amor era lo único que merecía la pena. Era una lección que había aprendido con gran esfuerzo, una lección que prometía no olvidar jamás.

Había transcurrido media hora. La emoción había quedado atrás y la muchedumbre se había dispersado cuando Andrew condujo a su guapa esposa y a su padre, a su tía y a lady Smith hasta el carruaje.

El vizconde de Forsythe le llamó aparte un instante cuando se aproximaban al vehículo.

Víctor: No tengo palabras para agradecer todo lo que usted y Brittany han hecho por mí.

Andrew: Es a su hija a quien debe dar gracias. Yo jamás me habría cuestionado su culpabilidad de no ser por ella.

Forsythe miró a Brittany y su expresión se suavizó.

Víctor: Estoy muy orgulloso de ella.

Andrew: La quiero. Quiero que lo sepa.

Víctor: Eso salta a la vista cada vez que la mira.

Andrew se limitó a asentir, pues sin duda era así. Al unirse a los demás, le dio la mano a Brittany para ayudarla a subir al carruaje, y por un instante sus ojos se encontraron. Se miraron con ternura, con una promesa de amor y de futuro. En ese momento pensó que, por primera vez desde que había escapado de aquella cárcel francesa, se sentía verdaderamente libre.

Se llevó la mano de Brittany a los labios y le besó los dedos, agradeciéndole en silencio el precioso regalo que le había entregado con su amor, y jurando que, mientras viviera, él se lo devolvería con creces todos los días.

3 comentarios:

TriiTrii dijo...

Aawwwwww!!!!!
Ya salvaron a su padre :D
Ahora falta el epilogo!!!
Lo esperare
Me encanto el capii
Bye byee ;)

LaLii AleXaNDra dijo...

Awwwwwwwwwwwww
Porfin descubrieron la verdad y ayudaron al padre de britt :)
QUe tierno Andrew :)
Siguela..
me ha encantado tu nove
:D

Natalia dijo...

Dios de mi vida...
que hermoso..
y yo que creía que no iva a estar tan interesante sin Zanessa..
Y por lo que veo, esto es como una saga no?
Una novelas tras de otra..y con distintos protagonistas, como mola..jajaja
Muackkk

Publicar un comentario

Perfil