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miércoles, 8 de junio de 2011

Capítulo 4


Transcurrieron diez días en los que sólo mantuvo breves contactos con Justin McPhee. Mientras esperaba respuestas, William hizo la misma vida que había hecho antes, acudía a las fiestas y reuniones habituales, cenaba casi todas las noches en White's, su club de caballeros, y hacía alguna visita ocasional, de naturaleza más íntima, a la Casa de Placer de madame Fonteneau.

En el pasado, sus mejores amigos, Andrew Seeley y Zac Efron, lo habrían acompañado, bebiendo, apostando y haciendo visitas a las mujeres de vida alegre, aunque Zac había preferido, por lo general, la compañía de su amante.

Sin embargo, Andrew y Zac ya estaban casados felizmente, eran incondicionales esposos y cada uno tenía un hijo. William planeaba seguir sus pasos en el futuro. Aunque su matrimonio con Melissa no fuera una unión por amor, era fundamental que William trajera un heredero al mundo. La fortuna de los Sheffield era grande y sus tierras y propiedades, inmensas y complejas.

Dado que no tenía hermanos, si fallecía sin dejar un heredero que llevase su apellido, la fortuna y el título irían a parar a su primo, Arthur Bartholomew. Artie era un holgazán de la peor clase, un vividor cuyo único objetivo en la vida consistía en gastar cada guinea que pasaba por sus manos. Frecuentaba burdeles, bebía y apostaba en exceso y parecía empeñado en que sus vicios lo llevaran, prematuramente, a la tumba.

Arthur era la razón por la cual su madre se había mostrado tan insistente en sus esfuerzos para casar a William, y a decir verdad, él no podía culparla por ello. Lo mismo que sus tías y primas, su madre dependía de las ganancias de la enorme fortuna de los Sheffield para mantenerse ella y el resto de la familia. Era responsabilidad de William ocuparse de que la fortuna familiar pasase a buenas manos y asegurar su existencia para las generaciones presentes y futuras.

Para procurar que así fuera, William estaba decidido a casarse y tener hijos. Necesitaba hijos varones, y más de uno, para asegurar la descendencia. Además, deseaba formar una familia. Estaba listo para dar ese paso. Lo había estado, suponía él, desde su noviazgo con Miley, aunque después de su traición habían transcurrido varios años en los que la sola idea le había resultado detestable.

Los recuerdos cambiaron el curso de sus pensamientos. Una hora después, seguía pensando en Miley cuando recibió una nota de Justin McPhee en la que solicitaba permiso para verlo esa misma tarde. Por el tono de la nota, William estaba seguro de que había descubierto algo importante.

Eran casi las nueve cuando el mayordomo anunció a McPhee y lo hizo pasar al estudio, donde William se paseaba impaciente delante de su gran mesa escritorio de madera de palisandro.

Justin: Buenas noches, excelencia. Quería haber venido antes, pero han surgido algunos detalles de última hora que quería verificar antes de presentarle la información.

Will: Has actuado bien, Justin, y te agradezco tu meticulosidad. Y ahora, deduzco que traes noticias.

Justin: Me temo que sí, excelencia.

Al oír esas palabras, el estómago de William se contrajo. Por la expresión en la cara del investigador dedujo que no le gustaría lo que estaba a punto de oír. Con un gesto invitó a McPhee a sentarse en una de las sillas de piel situadas delante de la mesa escritorio, mientras él ocupaba su lugar habitual.

Will: Muy bien. Soy todo oídos.

Justin: Para decirlo llanamente, señor, todo parece indicar que hace cinco años, en la noche en cuestión, engañaron a su excelencia.

El nudo que tenía en el estómago se contrajo aún más.

Will: ¿En qué sentido?

Justin: Al parecer, Jason Reed, ese conocido suyo que tomó parte en los hechos que nos ocupan, hacía muchos años que sentía un odio secreto por su excelencia.

Will: Odio es una palabra muy fuerte. No éramos amigos íntimos, pero nunca sentí que albergara ninguna antipatía hacia mí.

Justin: ¿Su excelencia estaba al tanto de lo que sentía por su prometida?

Will: Sí. Sabía que estaba enamorado de Miley, y que lo estaba desde hacía años. Más que nada, me causaba lástima -afirmó-.

Justin: Hasta que los vio juntos aquella noche.

Will: Así es. Los encontré juntos en el dormitorio de Miley, y a él desnudo en su cama.

El investigador carraspeó y aclaró:

Justin: Que estaba allí está fuera de duda. Muchos de los invitados a aquella reunión social de varios días han verificado los hechos ocurridos aquella noche..., tal y como los vivieron ellos. Varios invitados abandonaron el salón y acudieron a la habitación de la señorita Cyrus, al oír el alboroto. Vieron a usted allí, vieron al señor Jason Reed en la cama de la señorita Cyrus. Y todos, incluido usted mismo, llegaron a la misma conclusión.

Will: Sin embargo, estás insinuando que todos estábamos equivocados. -Mantenía la serenidad-.

Justin: Cuénteme otra vez cómo fue que encontró la nota.

William dejó que su memoria lo transportase a los dolorosos acontecimientos de aquella noche.

Will: Uno de los lacayos me la entregó después de la cena. Dijo que la había encontrado en el suelo del estudio de lord Jason, que sabía que la señorita Cyrus y yo estábamos prometidos y que no le parecía que estuviese bien lo que estaba pasando entre la señorita Cyrus y el lord Jason.

Justin: ¿Recuerda el nombre del lacayo?

Will: No, sólo que lo recompensé generosamente por su honestidad y juré que mantendría en secreto su participación en el asunto.

Justin: El nombre del lacayo era Willard Carlyle, que también recibió una generosa recompensa de lord Jason, quien le ordenó que le entregase la nota a usted.

William frunció el ceño.

Will: Eso no tiene sentido. ¿Por qué iba a querer Jason que lo descubriese con Miley? -indagó-.

Justin: Tiene sentido si se comprende el empeño que tenía lord Jason en asegurarse de que su excelencia no llegara a casarse nunca con la señorita Cyrus. Sospecho que esperaba conseguirla con el tiempo pero, como ya sabemos, eso no pasó. Pero, por encima de todo, sospecho que deseaba hacerle a usted tanto daño como fuera posible.

William reflexionó sobre lo que acababa de oír. La cabeza le daba vueltas mientras intentaba unir todas las piezas del rompecabezas.

Will: Me temo que sigo sin entenderlo. ¿Por qué iba a querer Jason hacerme daño?

Justin: No hay duda de que sentía celos. Pero parece que ésa no era la única razón de su odio hacia usted. Con tiempo, confío en poder averiguar el resto de sus motivaciones.

William se enderezó en su silla. La cabeza le bullía con imágenes de Jason y Miley juntos aquella noche.

Will: No será necesario, al menos de momento. Ahora mismo lo único que necesito saber es si estás seguro, más allá de toda duda, de que Miley Cyrus era inocente de las acusaciones que se hicieron contra ella aquella noche.

En respuesta, McPhee hurgó en el bolsillo de su arrugada y vieja chaqueta.

Justin: He traído una pequeña prueba definitiva para que la examine -dijo, depositando la nota que le había dado William encima de la mesa escritorio-. Este es el mensaje que el lacayo le entregó aquella noche.

Will: Sí.

McPhee desdobló una hoja de papel y la colocó al lado de la nota.

Justin: Y ésta es una carta escrita por la señorita Cyrus, y que, en mi opinión, constituye la prueba definitiva. -Se inclinó sobre las hojas-. Como puede ver, excelencia, la caligrafía es similar pero, si se mira con atención, se ve que no es exactamente igual.

William examinó cada línea, deteniéndose en las semejanzas y en las diferencias que había entre la nota y la carta. Era innegable que la caligrafía, aunque parecida, no era exactamente igual.

Justin: Fíjese en la firma.

De nuevo, William comparó las dos. Sin duda, la falsificación de la firma era mucho mejor; seguramente, el resultado de muchas repeticiones, sin embargo seguían existiendo pequeñas diferencias.

Justin: No creo que la señorita Cyrus escribiera esta nota a Jason Reed -concluyó-. Más bien creo que fue lord Jason quien escribió la nota, la arrugó para que pareciera que la había leído antes de tirarla al suelo, y se la entregó al lacayo con la orden de dársela a usted después de la cena.

La mano de William tembló al coger la carta que le había traído McPhee. Era de Miley e iba dirigida a su tía. En ella, describía los terribles acontecimientos ocurridos aquella noche, se declaraba inocente y suplicaba a su tía que la creyera.

Will: ¿Dónde conseguiste esta carta?

Justin: Hice una visita a lady Wycombe, tía de la señorita Cyrus, antes de que se embarcara. La condesa se ofreció a cooperar en todo lo que estuviera a su alcance para demostrar la inocencia de su sobrina. Y me hizo llegar desde Wycombe Park varias muestras de la caligrafía de su sobrina.

William dejó la carta junto a la nota.

Will: Miley me escribió varias cartas pero nunca..., yo nunca abrí ninguna. Estaba tan seguro, tan convencido de lo que había visto...

Justin: Dado el cuidado con que se habían planeado los acontecimientos de aquella noche, es comprensible que lo estuviera, excelencia.

William apretó la barbilla con fuerza, que sintió un dolor en la parte posterior del cuello. Empujando su silla hacia atrás, se puso de pie.

Will: ¿Dónde está él?

McPhee también se levantó del sillón.

Justin: Lord Jason está en Londres. Pasará la temporada en la mansión de su padre, lord Caverly.

William rodeó el escritorio, con el pulso disparado y la rabia creciendo por momentos, haciendo un gran esfuerzo para dominarse.

Will: Gracias Justin. Como de costumbre has hecho un buen trabajo y has puesto al descubierto los hechos. Lamento mucho no haberte conocido hace cinco años. Tal vez, si te hubiera contratado, mi vida habría sido muy diferente.

Justin: Lo lamento, excelencia.

Will: Nadie lo lamenta más que yo. -Acompañó a McPhee a la puerta de su despacho-. Envía tus honorarios a mi contable.

McPhee asintió en silencio.

Justin: Puede que no sea demasiado tarde para reparar el daño, excelencia.

Lo invadió un estremecimiento de ira, y tanto se enfureció que temió perder el control.

Will: Cinco años es mucho tiempo -dijo con tono amenazador-. Pero de una cosa puedes estar seguro: pronto será demasiado tarde para Jason Reed.

La llamada a la puerta de Jason llegó temprano. Unos golpes firmes e insistentes le sacaron de su sueño, y en silencio, maldijo a quien fuera que lo visitaba a aquellas horas. Se sorprendió cuando su ayuda de cámara irrumpió en su habitación, con el rostro transfigurado por el miedo.

Jason: ¿Qué ocurre, Bernard? Y sea lo que sea, espero que sea importante. Estaba durmiendo como un bendito cuando has empezado a dar golpes en la puerta.

Bernard: Hay tres hombres abajo que insisten en verlo, milord. Jennings les ha dicho que era demasiado temprano para recibir visitas, y les ha pedido que se fueran, pero se han negado. Dicen que el asunto que les trae no puede esperar. Jennings me ha pedido que lo despierte. -El pequeño y anciano ayuda de cámara sostuvo en alto el batín de seda verde para que Jason se lo pusiera-.

Jason: No seas idiota. No puedo presentarme delante de ellos con eso. Tendré que vestirme. Tendrán que esperar les guste o no.

Bernard: Esos hombres han dicho que si no baja en cinco minutos, subirán a buscarlo.

Jason: ¿Qué? ¿Se atreven a amenazarme? ¿Qué asunto puede ser tan importante como para que esos hombres se presenten en mi casa a una hora tan inoportuna y exijan verme? ¿Te ha dado Jennings sus nombres?

Bernard: Sí, milord. El duque de Sheffield, el marqués de Belford, y el conde de Brant.

Le recorrió un escalofrío de alarma. Sheffield estaba allí. Y con él, dos de los hombres más poderosos de Londres. No quería pensar en el motivo de su visita. Era mejor esperar y ver de qué se trataba.

Bernard volvió a sostener la bata en alto y, esta vez, Jason aceptó la ayuda para ponérsela.

Jason: Bien, baja y diles que ahora voy. Acompáñalos a la sala de dibujo.

Bernard: Sí, milord.

Allí estaban esperando cuando el mayordomo abrió las puertas correderas y entró Jason, en bata y zapatillas, esforzándose por mantener una apariencia digna. Al entrar en la sala, lo puso bastante nervioso ver que los tres hombres se hallaban de pie, en lugar de sentados.

Jason: Buenos días, excelencia. Milores.

Will: Jason -contestó el duque, con un inconfundible tono de amenaza en la voz-.

Jason: Deduzco que debe de tratarse de un asunto de máxima urgencia para que os presentéis en mi casa a estas horas.

Sheffield dio un paso hacia delante. Hacía años que Jason no veía a William Hemsworth, es más, había hecho todo lo posible para mantener la distancia. Y allí estaba entonces, en su casa, un hombre mucho más alto y de constitución más fuerte; un hombre guapo, de una riqueza y poder más allá de lo que Jason podría aspirar nunca.

Will: He venido por un asunto personal. Un asunto que debería haberse resuelto hace cinco años. Creo que sabéis a que asunto me refiero.

Jason frunció el ceño. Nada de todo aquello tenía sentido.

Jason: Creía que lo que pasó pertenecía al pasado. Me cuesta creer que, después de tantos años, hayáis venido aquí a resucitar viejas infamias.

Will: En realidad, he venido a defender el honor de Miley Cyrus, como debería haber hecho hace cinco años. Veréis, cometí el error de creeros a vos en lugar de a ella. Un error que tengo intención de rectificar de una vez por todas.

Jason: ¿De qué estáis hablando?

Por toda respuesta, William sacó un guante de algodón blanco del bolsillo interior de su abrigo y con él abofeteó a Jason en la cara, primero una mejilla y luego la otra.

Will: Miley Cyrus no había cometido ningún acto reprochable la noche que os encontré a los dos juntos, sin embargo vos, señor, sí lo hicisteis. Ahora pagaréis por el daño que habéis hecho y las vidas que habéis arruinado. Escoged el arma que prefiráis.

Jason: No sé..., no sé de qué habláis.

Will: Yo creo que sí. Dado que fuisteis vos quien falsificó la nota que recibí y pagasteis a vuestro lacayo, Willard Carlyle, para que la hiciera llegar a mis manos. Os espero mañana al amanecer, en la colina de Green Park. Estos hombres actuarán como mis padrinos. Si rechazáis batiros en duelo conmigo, tal y como hicisteis una vez, os buscaré, y cuando os encuentre, os mataré en el acto. Ahora, elegid el arma.

De manera que... por fin se había descubierto la verdad. Jason había empezado a pensar que nunca saldría a la luz, había empezado a pensar que había ganado la partida por completo. Entonces, cinco años después, no sabía si el precio que pagaría por la venganza que había conseguido, valdría la pena.

Jason: Pistola -dijo finalmente-. Contad con que acudiré a Green Park al amanecer.

Will: Una última pregunta..., Jason ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué te hice para merecer un castigo tan cruel? -Adoptó un tono familiar-.

Jason frunció los labios.

Jason: No tenías que hacer nada, salvo ser tú mismo. Desde que éramos niños, fuiste más alto, más listo y más guapo. Eras el heredero de un ducado que incluía una fabulosa fortuna. Eras mejor atleta, mejor anfitrión y mejor amante. Todas las mujeres querían casarse contigo. Y cuando Miley se rindió a tu hechizo, me propuse que nunca la consiguieras. -Su sonrisa se volvió cruel-. Por ese motivo destruí todas las posibilidades de que lograras la única cosa que realmente deseabas.

El duque explotó, agarró a Jason por las solapas de su batín y lo elevó en al aire, hasta que sólo tocó el suelo de puntillas.

Will: Voy a matarte Jason. Es probable que hayas conseguido lo que te habías propuesto, pero vas a pagar por lo que has hecho.

El conde y el marqués se apresuraron a intervenir.

Zac: Suéltalo, William -ordenó Brant, cuyos ojos azul claaro se fundieron en los fríos ojos azules de su amigo-. Tendrás tu compensación mañana.

Andrew: Dale tiempo para reflexionar sobre su destino -dijo el moreno marqués de Belford, como si supiera qué miedos infunde el tiempo-.

Los fuertes dedos que estrujaban el batín por debajo de la barbilla de Jason se fueron aflojando despacio.

Andrew: Es hora de irnos -dijo Belford al duque-. Los criados ya deben de haber avisado al vigilante. Como ha dicho Zac, mañana será otro día.

Sheffield soltó su presa dándole tal empujón que ésta fue a chocar contra la repisa de la chimenea y se hizo daño en el brazo. Pero el miedo de Jason se apagaba despacio, reemplazado por una firme determinación. Se había preparado por si llegaba este día. ¡Quién sabe si el destino no le tenía preparada una última oportunidad para ganar la partida!

Jason: ¡Veremos quién muere antes! -se burló mientras los tres hombres se encaminaban a la puerta-. No soy el blando que era cinco años atrás.

Ignorándolo, los hombres abandonaron la sala de dibujo, Belford cojeando ligeramente, una vieja herida quizás. Jason no lo conocía lo bastante como para saberlo.

Al cerrarse la puerta principal, después de que los hombres se hubiesen marchado, Jason se hundió en el sofá de bordado. De modo que se enfrentaría finalmente con el duque de Sheffield. Hubo una época en la que estaba seguro de que así sería. Se había comprado un par de pistolas de duelo y había practicado con ellas diariamente hasta convertirse en un hábil tirador.

En los cuatro últimos años, había empezado a pensar que no necesitaría las armas. Sin embargo, las cosas habían cambiado.

Jason casi sonrió. William quería venganza. Jason conocía muy bien el sentimiento. En cierto sentido, se alegraba de que William supiera lo que había pasado aquella noche, pues haría su victoria mucho más dulce. Si la suerte lo acompañaba, al día siguiente vería a su mayor enemigo muerto.


Una ligera niebla cubría la colina. La hierba, alta y húmeda, condensaba el rocío que se depositaba en las botas de piel de los hombres. Las primeras luces del amanecer se dispersaban por el horizonte, en cantidad suficiente para dejar observar los dos carruajes negros aparcados junto al prado cubierto de hierba.

Andrew se hallaba al lado de Zac bajo la copa de un platanero alto, muy cerca de los dos hombres que acompañaban a lord Jason Reed. En el espacio abierto en lo alto de la colina, su mejor amigo, William Hemsworth, duque de Sheffield, se hallaba de pie, espalda contra espalda, con el hombre que había arruinado su vida, Jason Reed, tercer hijo del marqués de Caverly.

Reed era un poco más bajo que William, y de complexión algo más ligera, cabello castaño rojizo y ojos marrones. Carecía de la fuerza y de la autoridad que parecían innatas en William y, sin embargo, Andrew confiaba en que su amigo no hubiera subestimado a su rival.

Jason Reed tenía fama de ser muy diestro, uno de los mejores tiradores de Londres.

Aunque también lo era William.

Empezó la cuenta. Zac cantaba los números, y los hombres se fueron alejando el uno del otro con grandes zancadas a medida que los oían:..., cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.

Los dos hombres dieron media vuelta exactamente en el mismo instante. Con el cuerpo en línea con el brazo, levantaron las pistolas de duelo, de cañón largo y grabados de plata, a la altura del hombro, y dispararon.

Se oyeron con claridad dos tiros, que resonaron en la colina. Durante unos segundos, ninguno de los hombres se movió. Entonces, Jason Reed se balanceó sobre los pies y cayó al suelo, desmayado sobre la hierba húmeda de la colina.

Sus padrinos corrieron hacia él, dos sombras apenas visibles en las luces púrpuras del amanecer, acompañados por el cirujano, Neil McCauley, un amigo que había accedido a acompañarlos. Zac y Andrew echaron a andar también, Andrew con el pulso todavía acelerado, aunque parte de su preocupación se esfumó cuando vio que su amigo William seguía de pie, aparentemente ileso.

Entonces se fijó en la mancha de sangre que teñía la manga de William, aunque éste no parecía darse cuenta. En lugar de ello caminó con paso enérgico hacia Jason Reed.

Inclinado sobre el herido, el doctor McCauley alzó la vista para mirar al duque.

Neil: Está malherido. No estoy seguro de que sobreviva.

Will: Haz todo lo posible -replicó antes de dar media vuelta e ir al encuentro de Andrew, que lo alcanzó al borde de la colina-.

Andrew: ¿Estás malherido? -Preguntó, apartándose el mechón castaño que le caía por la frente-.

Por primera vez, William pareció darse cuenta de que le había herido.

Will: No creo que sea nada grave. Duele un poco pero se puede resistir.

Zac se unió a ellos.

Zac: Mi casa es la que se encuentra más próxima y las mujeres nos están esperando. Te llevaremos allí y te curaremos el brazo. -Lanzó una mirada a la colina-. Parece que McCauley está muy ocupado atendiendo a Reed, pero mi esposa es una buena enfermera-.

William asintió. Su rostro se estremeció de dolor varias veces mientras cruzaban el prado camino de su carruaje, pero su pensamiento se hallaba a millas de distancia.

Había dado su merecido a Jason Reed. Sin embargo, todavía quedaban pendientes por resolver otras cuestiones de honor. Había que restituir la decencia de Miley, pensó Andrew, proclamar a los cuatro vientos su inocencia.

Su amigo se preguntaba qué pasos pensaba dar William.

4 comentarios:

Natalia dijo...

A todos les pasa igual o que?
Porque los hombres no creen a las mujeres? mira que son eh?
hermoso el capitulo, siguelo pronto..
Pd: que sepas, que tres metros sobre el cielo intentare subir capitulo todos los dias, pero la otra novela tal vez tarde un poqito mas, porqe tengo que escribirla yo y tal y a eso si qe no me da tiempo..:S
Muackkkk

Natalia dijo...

por cierto, te respondo a tu pregunta, esa escena esta en la pelicula, pero es distinta, en vez de meterla a la ducha la tira a la piscina en brazos..
Es que al ser la pelicula española y el autor italiano, han cambiado algunas escenas, pero son muy parecidas, aunqe debo de decirte tambien, que yo he visto la pelicula y me estoy leyendo el libro y te da muchisimas mas impresion el libro que la pelicula eh?

LaLii AleXaNDra dijo...

POrfin ha descubierto la verdad...
tienes razon en decir que los hombres de esta historia no creen en la mujeres... que idiotas
hahahah
siguela...
:D

caromix27 dijo...

5 años despues eh! ¬¬!
bueno x lo menos ia lo sabe!
aunq pobre miley!!
pero bueno... ia se vera...
me encanto el cap!
y me da ris acuando zac dice "mi espoza es uan gran enfermera" le falta la carita de perve xD!
sigan comentando chicaS!!
tkm mucho mi loki!

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