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miércoles, 15 de junio de 2011

Capítulo 18


La leña ardía en la chimenea de mármol verde oscuro situada en el rincón de la biblioteca de dos plantas que también hacía de despacho de William. William se hallaba de pie, de espaldas al fuego, cuando Christopher, su mayordomo de cabellos plateados, anunció una visita y Zac había entrado en la habitación.

Su amigo se había unido a él delante del fuego y ahora los dos hombres se hallaban de pie, combatiendo el frío reinante, mientras William contemplaba el increíble collar de perlas intercaladas con diamantes que Zac le había depositado en la mano.

Will: No esperaba volver a verlo -dijo, admirando la perfección de la exquisita joya-.

Zac: Asombroso ¿verdad?

Will: Increíble. Dime otra vez cómo lo has encontrado.

Zac: No lo he encontrado. Me encontró él a mí. Recibí un mensaje de un prestamista de Liverpool. Como sabes, a veces colecciono piezas excepcionales, en su mayoría arte y escultura, pero ocasionalmente alguna joya que creo que a Vanessa podría gustarle. He comprado cosas a ese comerciante antes. Tiene muy buena reputación en el comercio de antigüedades.

William mantuvo un fuerte control de las emociones que sentía, de las dudas que lo asaltaban. Concluyó:

Will: Y te mandó una carta describiendo el collar.

Zac asintió:

Zac: De hecho, no estaba en venta. El hombre que lo empeñó disponía, por supuesto, de treinta días para pagar la mercancía, pero el comerciante no creyó realmente que volvería. Al decirme que os habían robado la joya, se despertó mi interés, y dado que tenía algunos negocios en esa parte del país, viajé allí la semana pasada.

Will: ¿Y el comerciante accedió a venderla?

Zac: Una vez que lo convencí de que el collar era propiedad robada, se alegró de aceptar la cuantiosa suma que le ofrecí. Sabía que lo querrías, al precio que fuese.

Will: Le diré a mi abogado que te mande una orden de pago.

Zac: Que aceptaré encantado dado que es la segunda vez que compro el dichoso collar.

William casi sonrió recordando el viaje en el que el collar había guiado a su amigo, y a la esposa que Zac había tomado por su causa. Sin embargo siguió mirando el collar, observando el extraño brillo que despedía a la luz de las llamas.

Will: Miley piensa que lo robaron el día que partimos de Filadelfia, y que el ladrón fue uno de los criados de la casa donde se alojaban su tía y ella. Pero si lo has encontrado en Liverpool, tiene que haber desaparecido después de que subieran a bordo.

Zac: Es posible que alguno de la tripulación lo robara del equipaje de Miley antes de que éste llegara a vuestro camarote.

Sus dedos acariciaron las perlas.

Will: De ser así ¿cómo es que acabó en Liverpool cuando el barco atracó en Londres? -Lo miró a los ojos-. ¿Te facilitó el comerciante en antigüedades una descripción del hombre?

Zac sacó una hoja doblada de un bolsillo de su chaleco.

Zac: Me imaginaba que lo preguntarías. Escribí lo que dijo.

William desdobló el papel y leyó la descripción en voz alta:

Will: Cabello castaño, ojos oscuros, algo más alto que la media. -Levantó la vista hacía él-. Dice aquí que por su manera de vestir y de hablar el comerciante pensó que se trataba de alguien de clase alta.

Zac: Eso fue lo que dijo.

Will: Entonces, no era un marinero -dedujo-.

Zac: Según parece no -dijo con aire incómodo-.

Will: Ahora cuéntame el resto.

Zac murmuró algo entre dientes. Hacía demasiado tiempo que se conocían para intentar guardar secretos.

Zac: El comprador dice que sus empleadas femeninas se habían puesto muy nerviosas al verlo. Según parece era un hombre extraordinariamente bien parecido.

William se esforzó por dominar un intento de duda y un inoportuno brote de celos. Sus largos dedos se cerraron alrededor de las perlas.

Will: Quiero que se encuentre a ese hombre. Quiero saber cómo se apoderó del collar y quiero que lo castiguen por robarlo.

Zac: En ese caso, supongo que contratarás a McPhee.

Asintió.

Will: Si alguien puede encontrarlo, es Justin.

William se alejó de la chimenea y se sentó delante de su mesa.

Volviendo a colocar las perlas en su bolsita de seda, las depositó suavemente en la pulida superficie, y cogió un folio. Cogiendo una pluma blanca, la mojó en un tintero de cristal y garabateó una nota para Justin, lo secó con la ayuda de un secante, y lo selló con una gota de cera.

Will: Se la daré a uno de los lacayos para que la entregue -dijo, sosteniendo la nota en alto mientras volvía a reunirse con Zac, delante del fuego-. Quiero que McPhee comience la búsqueda lo antes posible.

Zac: ¿Qué dirá Miley?

William sintió una ligera opresión en el pecho.

Will: No le contaré nada de momento. No hasta que sepa qué ocurrió exactamente.

Habiendo tenido sus propios problemas conyugales en el pasado, Zac no dijo nada.

William rezó para que su intuición lo engañara y Miley le hubiera dicho la verdad. Pero la incertidumbre lo consumía por dentro mientras abandonaba el estudio con la nota, y su preocupación iba en aumento.


Un viento frío de diciembre azotaba las ramas desnudas de los árboles y arrastraba hojas secas contra las paredes encaladas de la pequeña casa de cultivo. Debajo del pesado techo, un fuego crepitaba en la chimenea, caldeando el acogedor interior de techos bajos.

Sentado en un cómodo sillón no lejos del fuego, Robert McKay saboreaba un vaso de whisky. Enfrente, sentado en el sofá, su primo Rick Lawrence acabó su bebida y se levantó para servirse otra.

Rick: ¿Quieres otro, también?

Robert negó con un gesto y removió el líquido ámbar que había en su vaso.

Robert: Sigo sin poder creerlo. Es absolutamente increíble.

Rick volvió a llenar su vaso, cerró la botella y regresó a su asiento. Era cinco años más mayor que Robert, de la misma estatura y con un cuerpo fuerte y musculoso. Su pelo tenía el mismo tono castaño, pero los ojos de color avellana eran una herencia de su madre, la tía de Robert.

Rick: Increíble pero cierto. Mi madre esperó un año después de tu partida para contar todo lo que sabía. Una vez que lo hizo, todo se fue esclareciendo.

Robert: En tu carta decías que un tal Clifford Nash había asesinado al conde de Leighton, el hombre al que supuestamente yo había asesinado.

Rick: Así es.

Robert: Y tú crees que el conde era mi padre...

Rick: No sólo tu padre, amigo mío; tu padre legítimo. Nigel Traman se casó con tu madre en la vieja iglesia de Santa Margarita en el pueblo de Fenwick-on-Hand, seis meses antes de tu nacimiento. Mi madre fue testigo de la boda. Según ella, Nigel y Joan se habían visto durante muchos años, cada vez que él visitaba la casa campestre de sus padres. Se habían enamorado, y cuando la dejó embarazada, se casó con ella. Por supuesto, su padre seguía vivo, de modo que no era conde todavía.

Robert: Mi madre fue siempre tan reservada en cuanto a mi padre... Me dijo que se llamaba Robert McKay y que había muerto en la guerra. Decía que su familia enviaba el dinero del que vivíamos, que pagaban mi educación. Nunca llegué a conocerlos. Mi madre decía que no habían aprobado su matrimonio.

Rick: Robert McKay, el hombre cuyo nombre llevas, era un antiguo pretendiente de tu madre con quien mantuvo amistad incluso después de haberse casado con el conde, un matrimonio que apenas se reconoció. El conde y la condesa se mostraron muy descontentos con la elección de su hijo, al ser tu madre una plebeya, por lo que le pagaron para que mantuviera el secreto.

Robert: Nunca pensé en mi madre como una persona a quien el dinero le interesase particularmente.

Rick: Según lo que me contó mi madre -detalló su primo-, no se trató sólo de dinero. Recibió numerosas amenazas, incluida, según tengo entendido, la de tu posible desaparición. El conde de Leighton era un hombre extremadamente poderoso, obligó a su hijo a regresar a Londres y, finalmente, lo casó con una mujer de una familia aceptable.

Robert: Pero según tía Carlota, nunca tuvieron hijos.

Rick: Correcto. Lo que situaba a Clifford Nash, un primo lejano, como heredero al título, siempre y cuando tú te mantuvieras fuera de la escena.

Robert: Lo que explica, claramente, sus motivos para el crimen y la razón por la que quería que yo apareciera como el autor del asesinato del conde.

Rick: Exactamente. Tal y como lo recuerdo, recibiste una nota que procedía supuestamente de Molly Jameson, la viuda que habías estado viendo.

Robert: Así es.

Rick: No sé qué papel jugó Molly en el asunto, pero ahora está claro que Clifford Nash se hallaba detrás de la nota.

Robert recordaba muy bien el intencionado encuentro. Había recibido un mensaje de la joven viuda con la que mantenía relaciones desde hacía casi un año, en el que lo invitaba a reunirse con ella en una posada de posta que se llamaba Boar and Hen, en la carretera de Londres. Era más lejos que los lugares habituales que ella elegía para sus encuentros, pero se le ocurrió que tal vez había estado en la ciudad y dormía allí de vuelta a casa.


Incluso después de haber abierto la puerta de la habitación, situada encima de la taberna, que debería haber cogido ella y haber oído un tiro de pistola, no se le ocurrió que pudieran acusarle de asesinato.

La víctima, que resultó ser el conde de Leighton, había recibido un balazo en el pecho y se había derrumbado a los pies de Robert.

Robert: ¿Qué diablos...?

Robert se quedó estupefacto, el agrio olor a pólvora quemándole la nariz. Al levantar la vista vio a un hombre que salía de las sombras, y sintió el mango de la pistola humeante contra su mano. El hombre dio media vuelta, y huyó saltando por la ventana al tejado, y una docena de personas se arremolinó fuera de la habitación, en las escaleras.

Aturdido, Robert se quedó inmóvil mientras la puerta se abría de un portazo y entraba corriendo un hombre grande y barbudo.

***: ¡Mirad! ¡El bastardo ha asesinado al conde!

Robert soltó la pistola.

**: ¡Cogedlo! -gritó un hombre más pequeño que empuñaba un cuchillo-.

Había ansia de sangre en su mirada y Robert hizo la única cosa que se le ocurrió: correr hacia la ventana y desaparecer por el tejado, igual que había hecho el asesino.

En el caos que se desató, consiguió recuperar su caballo, saltar a lomos del animal y cabalgar como un loco hasta perderse en la oscuridad.

Sus únicas posesiones eran unos cuantos chelines en el bolsillo y el caballo que montaba. Si lo capturaban, era seguro que lo ahorcarían. Robert se dirigió a Londres, desesperado por encontrar una vía de escape.


Ahora, sentado delante del fuego, se removió en su asiento y los recuerdos se desvanecieron, mientras bebía un trago de whisky.

Robert: De manera que Nash asesinó al conde para conseguir su título y su fortuna. ¿Cómo crees que se enteró de mi existencia?

Rick: No estoy muy seguro. El párroco y su esposa habían fallecido. Mi madre sabía la verdad, por supuesto, pero también había recibido dinero de lord Leighton y amenazas si se atrevía a hablar. Debió de ser tu padre quien se lo dijo a Nash.

Robert se enderezó un poco en el sillón.

Robert: ¿Por qué haría una cosa así?

Rick: Supongo que Nash debía de pensar que era su heredero. Es posible que Leighton se creyera en la obligación de decirle la verdad.

Robert: Una decisión poco afortunada, según parece.

Rick: Desde luego. Creo que existen muchas posibilidades de que el conde fuera camino de encontrarte cuando lo asesinaron.

Robert soltó una risotada. Exclamó:

Robert: ¡Después de haber esperado nada menos que veintisiete años!

Rick: Estaba casado con la hija de un lord, un matrimonio ilegal sin duda, pero que aparentemente se sintió obligado a conservar. Por lo que he podido descubrir, Elizabeth Truman falleció hace cuatro años, razón por la cual, creo yo, el conde decidió buscarte.

Robert meditó las palabras de su primo. De jóvenes, Rick había sido amigo suyo. Con el paso de los años, la amistad se había enfriado, pero después del asesinato, una vez que Robert había llegado a salvo a Norteamérica, había escrito a su primo explicándole lo ocurrido, expresando su inocencia y pidiéndole ayuda.

Rick se había puesto inmediatamente a trabajar. Una vez que su madre le contó toda la verdad, comenzó a reunir otras informaciones que finalmente lo condujeron a la verdad sobre el nacimiento de Robert y la razón por la que Clifford Nash había intentado que lo colgaran.

Rick: Habría sido una jugada perfecta, si no hubieras escapado de la posada aquella noche. Seguro que te habrían colgado y no habría habido ninguna posibilidad de que saliera a la luz que tú eras el heredero legítimo del conde.

«Soy un conde. Y no un conde cualquiera, sino el poderoso conde de Leighton.»

Robert: Si me encuentran, todavía podrían colgarme.

Rick: Debes tener cuidado, Robert.

Robert: ¿Estás seguro de que hay pruebas de que soy el hijo legítimo del conde?

Rick: Mi madre sigue viva y, según parece, todavía existen los registros de Santa Margarita. No creo que Nash sepa dónde se celebró el matrimonio, de lo contrario, es más que probable que hubieran desaparecido.

Robert estiró sus largas piernas hacia delante. Era un conde, no un simple abogado que trabajaba para ricos empresarios, que tenían propiedades cerca de Guilford, donde él había vivido. Como conde de Leighton, tendría dinero de sobra, más que suficiente para cancelar el contrato de esclavitud y pagar la deuda que tenía con el collar.

Incluso si no podía rescatar las valiosas perlas del prestamista en el período de gracia, podría comprárselas a quien las adquiriera. Y podría devolver el collar a la duquesa con la cabeza bien alta.

Y volvería a ver a Taylor.

El pensamiento lo llenó de una dolorosa añoranza. Robert había conocido un sinfín de mujeres. Le gustaban y se sentía cómodo con ellas. Pero nunca había conocido a una mujer de carácter tan dulce y tierno como Taylor Marley. Desde el principio, lo había forzado a confiar en ella, y luego había creído sinceramente en su inocencia.

Taylor tenía el don de ver dentro de un hombre, de descubrir la persona que era realmente. Derramaba su bondad sobre las personas que la rodeaban, y les llegaba al alma como le había llegado a él. La había echado de menos más de lo que nunca hubiera imaginado y deseaba con todas sus fuerzas volver a verla.

Miró a su primo, cuyos ojos color avellana reflejaban el brillo de la llama.

Robert: Bien ¿y cómo hacemos para probar que Clifford Nash es el hombre que asesinó al conde?

Rick lo inspeccionó mirándolo por encima de su vaso de whisky. Dijo:

Rick: Nash o un asesino a sueldo. Encontrar pruebas no será fácil.

Robert: Has dicho que Nash vive en Londres. Tal vez debería ir allí.

Rick: Debes alejarte de la ciudad a toda costa, Robert. Has estado ausente tres años. Nash debe seguir creyendo que has muerto o que has abandonado el país. Si tiene la más ligera sospecha de que estás en Inglaterra, de que, incluso, tienes el presentimiento de lo que ha hecho, puedes considerarte hombre muerto.

El rostro de Robert reflejó tristeza. No era idiota. No quería morir, pero Taylor estaba en Londres. Si pudiera volver a verla otra vez..., tal vez descubriría que se había equivocado, que no era diferente del resto de las mujeres, que sus sentimientos hacia ella habían cambiado.

Incluso si lo intentaba, Robert no conseguía creérselo.

Rick: ¿Me estás escuchando, Robert? Tienes que hacerme caso. Déjame seguir investigando, a ver qué más puedo averiguar. Quédate aquí, Robert, donde estás a salvo.

Asintió, sabiendo que su primo tenía razón. Pero era difícil quedarse cruzado de brazos, y no estaba seguro de que aguantase mucho tiempo más.


Miley estaba sentada delante del tocador de su dormitorio, intentando reunir el valor para soportar otra cena aburrida en compañía de William, quien, amablemente, se retiraría a su estudio en el momento en que acabaran de cenar. Las dos últimas semanas había estado tan distante, tan extrañamente remoto, que era como si el tiempo que habían pasado juntos a bordo del barco nunca hubiera existido.

Miley suspiró. Le molestaba, aunque parte de ella se alegraba. Mientras William guardara las distancias, su corazón no corría peligro.

Que era exactamente lo que ella quería ¿verdad?

Levantó la vista al escuchar un ligero golpe en la puerta. Taylor entró apresuradamente, como siempre hacía, llenando la habitación con su alegre presencia.

Taylor: Se hace tarde, ya deberías estar arreglada para la cena. ¿Has pensado ya en lo que vas a ponerte?

Miley: ¿Qué tal algo negro? Es lo que mejor iría con mi estado de ánimo.

Aunque ella y William eran ya marido y mujer, últimamente ella apenas lo veía. Había visitado su cama muy pocas veces, e incluso cuando hacían el amor, parecía extrañamente reservado.

Taylor: Se trata del duque ¿verdad? -La voz de Taylor se abrió camino entre sus pensamientos-. Está muy distante estos días.

Miley: Por decirlo de una manera amable. Se comporta como la noche que lo vi por primera vez en el baile de Viudas y Huérfanos. Recuerdo haber pensado que se había convertido en la clase de hombre estirado y cortésmente aburrido que no me atraía en absoluto.

Taylor: Desde luego se comporta de un modo bastante peculiar -observó-. Cuando me lo encuentro, me parece que paso junto a un tigre enjaulado. Por fuera parece calmado, pero por dentro es como un felino oculto, listo para saltar.

Era cierto, y Miley tenía las ganas más ridículas de pincharlo para que perdiera el estricto dominio que ejercía sobre sí mismo. Miró por encima del hombro al armario que había en un rincón.

Miley: Estoy pensando que quizá debería ponerme el vestido de seda color esmeralda, el que tiene el escote muy bajo.

Cuando regresó a Londres, a petición de la duquesa viuda, se había hecho con un nuevo guardarropa.

Miriam: Eres la duquesa de Sheffield -le había dicho su suegra-. Es hora de que te vistas como tal.

Salvo por las aburridas pruebas de los vestidos, no era ningún sacrificio lucir los nuevos vestidos de mañana, tarde y noche que había comprado.

Taylor sacó el vestido del armario ropero, y lo depositó encima de la colcha color ámbar que cubría la cama con dosel. Los marfiles y dorados de los muebles y las alfombras, a juego con las cortinas, daban un toque femenino adorable a la habitación que la madre de William había redecorado para la mujer que algún día se convertiría en su esposa.

Taylor examinó el vestido, calculó el atrevido escote, y arqueando una de sus cejas dijo:

Taylor: Si te pones esto, espero que la duquesa viuda no os acompañe en la cena.

Miley se acercó para examinar el vestido. El corpiño de seda estaba diseñado para realzar los senos, dejándolos casi prácticamente expuestos a la vista, mientras la falda, estrecha y del mismo tejido, se abría casi hasta la rodilla con una abertura adornada por bordados dorados de diseño griego.

Miley: La duquesa viuda tiene planes para esta noche -dijo, sus dedos recorriendo la textura lisa y uniforme de la tela-. Veremos si William puede mantener su molesta distancia mientras llevo esto.

Taylor se rió y se puso a buscar el resto de las prendas que necesitaba Miley, la camisola, las medias y las ligas, un par de sandalias de piel de cabritilla de color esmeralda y abiertas por detrás. A medida que pasaban los minutos cambió la expresión de su cara.

Miley había visto esa mirada de infelicidad, últimamente, muy a menudo.

Miley: ¿Qué ocurre, querida? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta-.

Taylor se dejó caer sobre la cama con dosel, con los hombros caídos.

Taylor: Se trata de Robert. No puedo dejar de pensar en él, Miley. Primero, me preocupa que esté a salvo, luego pienso que, quizá, todo era una mentira y que nunca se preocupó ni un poco por mí, que sólo hizo ver que me quería para que lo ayudara a conseguir el dinero que necesitaba. -Miró a Miley con expresión de angustia y las lágrimas le llenaron los ojos-. Le di tu maravilloso collar. Si lo que buscaba era dinero, salió mucho más beneficiado de lo que nunca se hubiera imaginado.

Miley se compadeció de su amiga. No había manera de conocer la verdad, y Miley se preguntaba si Taylor volvería a ver nunca al hombre al que amaba.

Miley: No debes perder la esperanza. En su día confiaste en él y no eres ninguna tonta.

Taylor se secó las lágrimas, en medio de una respiración temblorosa.

Taylor: Por supuesto, tienes razón. -Y como si apartara los pensamientos dolorosos, sacudió la cabeza, alborotando los rizos, pálidos y rubios-. Lo siento, ya sé que es una tontería, pero es que lo echo tanto de menos...

Miley estrechó la delicada mano de su amiga.

Miley: No debes preocuparte, querida. Con el tiempo todo funcionará.

Taylor asintió. Volvió a mirar el vestido de seda y sonrió.

Taylor: Mientras tanto, quizás una de nosotras pueda mejorar su mal humor.

Acercándose a la cama, Miley cogió el atrevido y escotado vestido que había comprado por un capricho cuando elegía su nuevo vestuario.

Miley: Creo que me dejaré el cabello suelto -dijo, levantando una mano para quitarse una de las horquillas que lo mantenía sujeto-.

Taylor puso los ojos en blanco.

Taylor: Ojala pudiera volverme invisible y asistir a la cena.

Miley se quedó mirando fijamente el vestido, observando cómo la luz de la lámpara bailaba sobre la brillante tela, reluciendo en los diseños griegos cosidos con delicados hilos dorados.

Miley: Tal vez esta noche acabe siendo un poco más interesante de lo que fue la semana pasada.

Taylor miró a Miley y ambas sonrieron.

2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

ME ha encantado el capi...
Y mas porque aparecio Zac hahah
Ahora Will investigara a el ladron..O_o
Solo falta ver que pasa...
haha
y Miley es toda picara hahhaa
Espero que le funcione lo del bestido
:D
siguela
gracias por comentar mi nove..
:)

Natalia dijo...

y ahora porqe esta asi Will?
Miley quiere provocarlo.. uh.. luego dice qe no quiere enamorarse de el..
muack

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