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viernes, 17 de junio de 2011

Capítulo 21


Miley: Ojala supiera qué hacer, Taylor. Me digo que es mejor que se muestre distante, que es más seguro para mí de esa manera, pero William es mi marido y una parte de mí desea que las cosas sean diferentes, que al menos pudiéramos ser amigos.

Taylor le lanzó una rápida mirada y Miley se sonrojó donde estaba sentada, en el taburete delante del espejo. Es posible que William y ella no fueran amigos, pero eran amantes apasionados, o al menos lo habían sido durante algún tiempo.

Taylor: El duque no ha sido el mismo de siempre desde bastante antes del baile -dijo mientras cepillaba el cabello de Miley-. Tal vez, si descubrieses lo que ocurre, las cosas mejorarían entre vosotros.

Lista para irse a la cama con un camisón blanco de algodón, el pelo aún sin trenzar, Miley se disponía a contestar cuando repentinamente un golpe seco en la puerta puso fin a la conversación con su amiga.

Taylor: Iré yo -contestó dirigiéndose hacia el lugar de donde había venido el golpe, dando por hecho que sería una de las camareras; sin embargo, antes de llegar a la puerta, ésta se abrió de golpe y William entró en la habitación con paso resuelto-.

Sus ojos azules brillaban con una tonalidad oscura y sus facciones parecían de acero.

Will: Si nos disculpa, señorita Marley.

El pulso de Miley se aceleró. Taylor la miró con preocupación y, prácticamente, corrió hacia la puerta.

Taylor: Buenas noches, excelencia -dijo antes de cerrar la puerta con firmeza-.

La mirada de William recorrió a su esposa. Tenía el gesto crispado, un músculo sobresalía en su mejilla.

Will: Estás lista para irte a la cama -dijo, como si no fuera algo que sucediera todas las noches-.

Miley: Pues sí..., no esperaba compañía. Quiero, quiero decir que hace días que no vienes, y pensaba... -Sabía que lo que estaba diciendo no tenía mucho sentido, pero no parecía capaz de parar-.

Will: ¿Qué?

Aunque los ojos de William seguían llenos de rabia, distinguió algo más, el deseo que siempre parecía brillar en ellos.

Miley: Nada, lo que he dicho, que ha pasado algún tiempo.

Will: Demasiado tiempo. -Se acercó a ella, y la arrastró del taburete derecho a sus brazos-.

Los labios de William se apretaron contra los suyos y, durante un instante, se quedó demasiado atónita para hablar. Sabía que estaba enfadado, que no había ido a su habitación para hacer el amor. Sin embargo, en ese instante, mientras la besaba, estaba claro que sus intenciones habían cambiado. Con el largo cuerpo apretado contra el suyo, podía sentir la rigidez de su erección. Sabía a coñac y a esa virilidad propia de William. Cuando la besó más apasionadamente, cuando le deslizó la lengua por el interior de la boca, la pasión que ardía entre ellos volvió a reavivarse y la razón que lo había traído, dejó de tener importancia.

Miley le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso, introduciéndole la lengua en la boca, arrancándole un gruñido de placer. Las manos de William encontraron sus pechos y empezaron a acariciarlos, amasándolos a través del suave tejido de algodón, tirando de los pezones hasta endurecerlos. Sin darse cuenta, Miley arqueó su cuerpo, presionando sus redondos senos contra las manos de él, restregando los duros pezones contra sus palmas como si fuera una gata en busca de caricias.

Will: Esto te gusta. -Un suave gemido escapó de su garganta mientras un escalofrío de deseo la recorría por dentro-. Recuerdo la primera vez que te acaricié de esta manera, aquel día en el huerto de manzanas. Si cierro los ojos, aún puedo sentir cómo temblabas, exactamente igual que como tiemblas ahora.

William volvió a besarla y una necesidad urgente se apoderó de ella. Sintió que las manos de William descendían hasta sus nalgas y las estrechaban, golpeándola contra el bulto duro que le abombaba el pantalón. William estaba febrilmente excitado, y ella también. No importaba lo que pasara, ella deseaba eso, lo deseaba a él.

Las manos que le sujetaban las caderas la volvieron de cara al espejo y contemplar la imagen de los dos juntos, saber que pronto serían uno, volvió más apasionado el deseo.

Con una mano desató el lazo que cerraba el cuello del camisón, y lo deslizó por sus hombros, dejándolo resbalar por encima de las caderas hasta el suelo, donde se arremolinó alrededor de sus pies.

Will: Pon las manos encima del taburete -le ordenó, mientras sus dedos le rodeaban las muñecas, ayudándola a inclinarse. El espejo reflejó la imagen de ambos, él de pie detrás de ella, alto, rubio, los ojos de un azul intenso. Y había algo absolutamente erótico en el hecho de que ella estuviese completamente desnuda mientras él permanecía vestido-. Nunca te he tomado de esta manera, pero quería hacerlo. -Sostuvo su mirada cuando ambas se encontraron en el espejo, hipnotizándola mientras le acariciaba las nalgas-. Ábrete de piernas para mí.

Su cuerpo reaccionó tensándose. La mirada de William prometía placer y ella sabía que podía confiar en que él se lo daría. No obstante, la rigidez de su rostro traicionaba la ira que sentía debajo de su aparente calma.

Miley: No creo...

Will: Obedece.

Su corazón latió más deprisa al oír el tono de autoridad, grave y masculino. Sentía fuego entre las piernas y el apetito recorría sus venas. Hizo lo que él le había ordenado y sintió que sus manos recorrían sus nalgas y se deslizaban entre sus piernas, hasta que empezó a acariciarla.

El deseo se fundió en su estómago y se derramó sobre sus miembros, haciendo temblar sus nalgas. Cuando sintió toda su envergadura tanteando la entrada, cuando le introdujo el miembro hasta el fondo, ella arqueó la espalda y sus miradas se fundieron en el espejo.

William la agarró por las caderas, sujetándola para recibir sus embestidas y la tomó con violencia, ensartándola una y otra vez sin misericordia. El deseo de ella se inflamó y su cuerpo se adaptó al ritmo. Sus párpados se cerraron cuando alcanzó el clímax, pero William no se detuvo, no hasta que ella terminó por segunda vez, y entonces él se abandonó y alcanzó su orgasmo mientras salía un gruñido de su garganta.

Los dos juntos volvieron a la realidad. William continuó de pie en la misma posición. Ella sintió cómo se retiraba y, a través del espejo, vio que regresaba a su rostro la expresión de enfado.

William cogió el batín azul que descansaba encima del banco situado a los pies de la cama y se lo entregó a su esposa mientras él se abotonaba la parte delantera del pantalón y se estiraba la ropa. Miley se lo puso y se ató bien el cinturón.

William desvió la vista hacia la ventana.

Will: No era mi intención que ocurriera esto.

Su expresión distinguía pesar. Había perdido el control, y William odiaba que ocurriera eso. Miley, sin embargo, no lo lamentaba, ella despreciaba su oh-tan-precioso control.

Miley: Si no era para hacer el amor ¿por qué has venido?

William introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta color burdeos, y sacó una bolsa de seda rojo.

Will: Creo que esto te pertenece.

Miley reconoció la bolsa. ¡Dios mío, eran las perlas! Echándose a temblar, abrió la boca para hablar pero la tenía tan seca que apenas pudo articular palabra.

Miley: El collar.

Will: Pareces sorprendida de verlo.

William sacó las perlas de la bolsa y las sostuvo entre sus dedos, largos y finos.

Miley: Por... por supuesto que estoy sorprendida.

Will: ¿Porque las habían robado?

Miley: Pues, sí...

Will: O tal vez hay otro motivo, tal vez nadie robó las perlas y estas sorprendida porque el hombre a quien se las diste debe de haber regresado a Inglaterra y, sin embargo, no se ha puesto en contacto contigo.

Su mente se negó a funcionar. ¿Qué estaba diciendo? ¿De qué le estaba hablando?

Miley: Yo no..., no sé lo que quieres decir.

Will: Entonces sí se ha puesto en contacto contigo.

Miley: ¡No! -Estaba hablando de Robert. ¡Dios mío! De alguna manera había llegado a descubrir su papel en la huida de Robert y ahora le venía con una historia ridícula que no era cierta en lo más mínimo. Su pulso se aceleró más incluso-. Yo..., yo sólo puedo imaginar lo que debes de estar pensado, pero no es lo que parece.

Will: ¿No lo es?

Miley: Admito que le entregué el collar a Robert, pero sólo porque no había nadie más que pudiera ayudarlo.

Will: ¿Robert? ¿Así es como le llamas? -Su tono era desagradable-. Eso significa que tú y él debéis de ser muy amigos.

Miley: ¡No! Oh, Dios... -Se dio la vuelta para escapar de su mirada interrogadora, luchando para no echarse a llorar, intentando desesperadamente pensar en algo que decir-. ¿Cuánto..., cuánto hace que lo sabes?

Will: Zac me trajo las perlas hace varias semanas. -Volvió a guardar la perlas en la bolsa y las dejó encima del tocador-. Tu amigo Robert las había empeñado en Liverpool, y el prestamista pensó que tal vez Zac estaría interesado en comprarlas.

Miley sacudió la cabeza. Dijo:

Miley: Te comportabas de una manera tan extraña, sabía que algo ocurría, pero...

William golpeó con el puño en la mesa.

Will: ¿Qué diablos hay entre tú y ese tal Robert McCabe?

Miley: ¡Nada en absoluto! Robert..., Robert es amigo de Taylor, no mío. Está locamente enamorada de él. Robert tenía problemas y necesitaba dinero desesperadamente. Taylor no tenía ahorros y ese día zarpábamos rumbo a Inglaterra. Yo no..., no se me ocurrió ningún otro medio de ayudarlo, por eso le di el collar.

Durante varios segundos, William se limitó a mirarla. La tensión de su mandíbula revelaba el esfuerzo que estaba haciendo para controlarse.

Will: Si necesitabas ayuda ¿por qué no recurriste a mí?

Miley: Quería hacerlo, pero sólo llevábamos unas horas casados. Tenía miedo de lo que dirías, de lo que podría sucederle a Robert. -Lo miró, mientras un horrible pensamiento le cruzaba por la mente. Finalmente se animó a preguntar-: ¿Qué es lo que le has hecho?

Will: Tu amigo McCabe va camino de la prisión de Newgate -dijo, con un ligero gesto de desprecio-.

La noticia le causó tanta impresión que a Miley le flojearon las rodillas.

Miley: ¡Dios mío...!

William se apresuró a cogerla y la ayudó a sentarse en la silla más próxima. «¡Maldición!», pensó mientras iba en busca de la jarra de agua, servía un vaso y lo depositaba en la mano de su esposa. Obediente, bebió un trago y luego depositó el vaso en la mesa con mano temblorosa.

Miley: Ya sé que no tienes ninguna razón para creerme, pero estoy diciendo la verdad.

Will: Como debiste de haber hecho antes -respondió simplemente-.

Ella pestañeó.

Miley: ¿Me... me crees?

Will: Lo estoy intentando. Y ahora, comienza desde el principio. Esta vez espero oír toda la verdad, sin engaños y sin que omitas nada.

El corazón de Miley brincó. William la estaba escuchando, cuando ella había estado tan segura de que no lo haría. Tomó aire y rezó para que pudiera encontrar las palabras adecuadas:

Miley: Todo empezó en Filadelfia...

Asustada por Robert y preocupada por Taylor, le contó a William cómo su amiga le había presentado a Robert en casa de su tía, describió la clase de hombre que Taylor creía que era, cómo había llegado a esa conclusión y cómo se había enamorado Taylor de él.

Will: ¿McCabe es su verdadero nombre? -Ella dudó por un instante demasiado largo-. ¡Maldita sea, Miley! ¿Cuándo vas a darte cuenta de que soy tu amigo, no tu enemigo?

Miley tomó aire.

Miley: Lo siento. Se llama McKay, no McCabe. Pero si las autoridades descubren la verdadera identidad de Robert, lo colgarán. Perderlo partiría el corazón a Taylor.

Will: Maldita sea. ¿Se puede saber qué ha hecho ese hombre? -dijo con tono alterado-.

Miley: Esa es la base de la cuestión. Está acusado de asesinato, pero es inocente. Dado que sé lo que significa ser acusado de un delito que no has cometido, no podía negarme a ayudarlo.

William la estudió durante varios segundos, y la sorprendió acercándose a ella y abrazándola.

Will: Sois de armas tomar, duquesa. -A Miley se le hizo un nudo en la garganta. Acurrucada contra él, sintió una mezcla de alivio y preocupación-. Hablaré con tu amigo Robert, haré lo que pueda por ayudarlo.

El nudo se hizo más grande, hasta casi causarle dolor. William la ayudaría, ayudaría a Robert.

Miley: Gracias.

Will: A cambio, quiero que me prometas que, de hoy en adelante, no volverás a mentirme. -Ella asintió. Para empezar no había querido mentirle y entonces, cada día, confiaba un poco más en él-. Dilo. Quiero que me des tu palabra.

Miley: Lo prometo.

Pero con la promesa le asaltó un intento de llanto. Al omitir la verdad sobre su oscuro secreto, le estaba mintiendo de nuevo. Si algún día él llegaba a averiguar cómo lo había engañado ¡Dios mío!, Miley no sabía si sería capaz de soportarlo.


William recorría los fríos, húmedos y mohosos pasillos de la cárcel de Newgate. El agua goteaba a través de las bastas tablas de madera suspendidas encima de su cabeza y un musgo resbaladizo cubría los gruesos muros de piedra. El olor de cuerpos sin lavar y deshechos humanos perturbaban el olfato, uno de los prisioneros gimoteaba lastimosamente en algún rincón del pasillo largo y poco iluminado.

***: Por aquí, su excelencia. -Un carcelero gordo y maloliente lo guió hasta una celda situada al fondo de la prisión. El hombre introdujo una llave de hierro en la cerradura. Rechinó el mecanismo oxidado, se abrió la pesada puerta de madera, y el carcelero se apartó a un lado para dejar pasar a William-. Avise cuando quiera marcharse.

Will: Gracias. -Esperaba no tardar mucho-.

Con el eco de los pasos del carcelero alejándose por el pasillo, William centró su atención en el hombre que estaba sentado en el suelo sobre la paja húmeda, apoyado en la pared. A la débil luz de la linterna que iluminaba el pasillo, William no podía decir qué aspecto tenía realmente, salvo que su chaqueta y su camisa estaban hechas pedazos y cubiertas de porquería y sangre seca.

***: ¿Quién es usted? -preguntó el prisionero, enderezándose pero sin llegar a ponerse de pie-.

Will: Sheffield. Creo que conoce el nombre. -Entonces el hombre trató con dificultad de levantarse y William le puso una mano en el hombro, insistiéndole para que no se moviera de donde estaba-. Relájese. No tiene muy buen aspecto. ¿Está mal herido?

***: Esos mal nacidos me han dado una paliza.

Will: El carcelero dice que se resistió al arresto. -McKay no contestó-. He hablado con mi esposa de usted. La duquesa dice que no es un ladrón y que ella le dio el collar. -Adivinó la sorpresa del hombre por una ligera crispación de sus hombros-. Parece sorprendido.

Robert: No estaba seguro de lo que diría la dama.

Will: Sí, pero desafortunadamente para usted, no es lo que dijo el día que partimos rumbo a casa -expuso-.

Robert: Espero que entienda que sólo intentaba ayudarme. Es una mujer increíble su esposa.

Will: Sí, lo es. ¿Qué hay de Taylor Marley?

El prisionero recostó la cabeza en el muro.

Robert: No la mencioné porque no quería causarle problemas.

Acercándose a donde se hallaba el hombre, William se puso en cuclillas a su lado, lo bastante cerca como para ver la cara de McKay de cerca, el ojo hinchado y los golpes.

Will: Cuénteme el resto. Hábleme del asesinato del que se le acusa y del porqué debería creer, lo mismo que mi esposa y su amiga, la señorita Marley, que es usted inocente de ese crimen. -McKay dudó sólo unos instantes, entonces, despacio, empezó a contar su historia. Había pasado media hora cuando William llamó al carcelero para que le abriera la puerta-. Descanse, McKay. Me ocuparé de que lo dejen en libertad lo antes posible. Recomiendo que seamos discretos. Hasta ahora nadie sabe quién es realmente usted, y es preferible que las cosas sigan así. Es probable que pasen unos días. Entregaré algún dinero a los carceleros por si necesita algo y enviaré un coche a recogerlo.

Robert: Gracias, excelencia.

Will: Confío en su palabra, Robert, como hicieron ellas, y doy por hecho que ha dicho la verdad. Si es así, haré todo lo que esté en mi mano para ayudarlo. Si ha mentido, es más que probable que acabe colgando de una cuerda.

Ahogando un gemido de dolor, McKay se puso de pie tambaleándose, y se apoyó contra la pared para no caerse.

Robert: Todo lo que he dicho es verdad. Estoy en deuda con usted, excelencia. Nunca olvidaré lo que usted y su señora esposa han hecho por mí.

Will: Es posible que quiera retirar lo dicho cuando sepa que soy el hombre que ordenó su arresto, el cual acabó en la paliza que ha recibido.

En la oscuridad, a William le pareció distinguir un esbozo de sonrisa.

Robert: No lo decepcionaré, excelencia.

Will: Hasta la vista, Robert.

William abandonó la prisión intentando decidir si el hombre se había burlado de todos ellos o si decía la verdad. De ser cierto, Robert McKay era el genuino conde de Leighton.

Demostrarlo, no obstante, era un asunto totalmente diferente. En cualquier caso, William se preguntaba lo que sería de Taylor Marley si ese hombre, por algún milagro del destino, llegara a convertirse en un poderoso conde, un elevado miembro de la nobleza.

1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

wAOOOOO
el CAPITULO TUVO DE TODO....
ME ha encantado..
espero que rober sea libre y pueda encontrarse con taylor..
y mientras miley debería contarle la verdad a will
Siguela
:D

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