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domingo, 12 de junio de 2011

Capítulo 12


Era el día de su boda. Después del terrible escándalo ocurrido cinco años antes, Miley no había vuelto a pensar en casarse; sin embargo, en las dos últimas semanas, había estado prometida dos veces.

Hoy, William Hemsworth se convertiría en su marido, el último hombre en la Tierra con el que deseaba contraer matrimonio.

Miley suspiró mientras caminaba inquieta de un lado a otro de su habitación. Sobre la cama se hallaba el traje de novia, un vestido de seda color amarillo pálido adornado con cintas de seda verde musgo. Taylor había entrecruzado cintas del mismo tono, verde oscuro, entre los ondulados rizos castaños con que había recogido en alto la cabellera de Miley. Las zapatillas a juego, de piel de cabritilla, permanecían al lado de la cama, listas para calzar las medias de seda color crema.

Miley se dijo a sí misma que era hora de acabar de vestirse, de armarse de valor y aceptar el futuro que el destino le había deparado. En cambio, se quedó mirando el jardín por la ventana, observando el revoloteo de los pájaros entre las hojas del platanero, sintiéndose adormilada y terriblemente deprimida.

Apenas oyó el ruido de la puerta que se abría detrás de ella, ni los pasos ligeros que indicaban que Taylor había entrado en la habitación.

Durante un momento Taylor no dijo nada. Luego lanzó un suspiro.

Taylor: Sabía que no debería haberla dejado sola. ¡Dios mío! Todavía no ha acabado de vestirse. -Pero Miley necesitaba tiempo a solas, tiempo para aceptar el futuro siendo la esposa de William-. Todo el mundo está esperando. Ya sabe lo que hizo el duque la última vez que se negó a bajar.

Miley levantó la cabeza. William la arrastraría hasta el salón en camisola, si se negaba a obedecer sus órdenes. ¿Cuándo se había vuelto tan exigente? ¿Hasta qué punto sería difícil vivir con un hombre así? Y ¿por qué la idea de convertirse en su esposa le causaba una sensación extraña en el corazón?

Miley: Está bien. Has ganado. Ayúdame a ponerme esto.

Estaba lista, sólo le faltaba ponerse el vestido y las zapatillas. No llevó mucho tiempo abrochar los botoncitos amarillentos que cerraban el traje por la espalda ni en introducir los pies descalzos en las zapatillas. Después de un último vistazo en el espejo e intentar alisar las arrugas de preocupación que se dibujaban entre las cejas perfiladas de marrón, se dirigió finalmente a la puerta.

Taylor: ¡Espera! ¡El collar! -Salió disparada hacia el joyero que adornaba el escritorio y sacó el precioso collar de perlas y diamantes que William había regalado a su prometida como regalo de bodas. Sostuvo el collar en alto para examinarlo a la luz del sol-. Es realmente precioso..., nunca había visto nada igual.

Miley: William dice que es muy antiguo. Dice que hay una leyenda sobre él.

Taylor: ¿Una leyenda? Me pregunto qué será. -Le rogó con insistencia que se sentara en el taburete, delante del espejo, y Miley obedeció mientras Taylor le ponía el collar de perlas alrededor del cuello y abrochaba el cierre de diamantes-. ¿Ha visto cómo brilla la luz en los diamantes? Casi se diría que llevan una luz dentro.

Los dedos de Miley recorrieron las piedras variopintas.

Miley: Sé lo que quieres decir. Tienen algo muy especial..., algo..., aunque no puedo decir exactamente de qué se trata. Me gustaría saber de dónde lo ha sacado.

Taylor: Por qué no se lo pregunta... ¡después de la boda! -La arrancó del taburete y la arrastró hacia la puerta-. Tengo que bajar al salón y ocupar mi lugar. -La miró a los ojos-. Recuerde, si no baja...

Miley: No te preocupes. Me he resignado, finalmente, a mi destino.

Aunque le molestaba que William se hubiera salido con la suya. Le habría gustado elegir su propia vida, su propio futuro, no que se lo impusieran.

Taylor se inclinó sobre ella y le dio un abrazo de apoyo y comprensión.

Taylor: Una vez lo amó. Es posible que aprenda a quererlo otra vez.

Lágrimas inesperadas inundaron los ojos de Miley.

Miley: No permitiré que eso ocurra, nunca. Si no lo quiero, no podrá volver a herirme.

Los ojos de Taylor se empañaron. Su rostro reflejó un rastro de pena.

Taylor: Todo irá bien. Lo sé.

Taylor se llevó la mano al corazón; entonces, dio media vuelta y salió a toda prisa de la habitación.

Con una respiración lenta y pausada, Miley volvió la cabeza hacia la puerta y al futuro desconocido. Deseaba de todo corazón que las palabras de Taylor resultaran ciertas.

Sin embargo, al pensar en el hombre en que William se había convertido, un hombre duro dispuesto a conseguir lo que quería al precio que fuese, no podía creérselo.

Confiando en que no se notara su nerviosismo, William esperaba al pie de la escalera, con las piernas ligeramente separadas y las manos cruzadas por delante.


Eran pocos los invitados a la fiesta, sólo lady Wycombe y Taylor Marley; el pastor, reverendo Dick, y su esposa Sally Ann. Miley se merecía mucho más que la sencilla ceremonia que los convertiría en marido y mujer. William se prometió que cuando llegaran a Londres se encargaría de celebrar la boda más magnífica que se pudiera pagar con dinero.

Al mirar hacia lo alto de la escalera, vio a Taylor Marley que bajaba la escalera entre un revuelo de faldas en tonos azul pálido; era la doncella de Miley pero también, como había tenido ocasión de averiguar, era mucho más que eso.

Lady Wycombe le había explicado sus circunstancias personales, que era la hija de un párroco y de su esposa, que la habían criado con ternura hasta que murieron dejándola huérfana y sin un centavo. Lady Wycombe la había contratado para trabajar como doncella de Miley, pero, enseguida, se habían hecho muy amigas; Taylor había ayudado a Miley en la prueba más dura y difícil de su vida: el escándalo en que William la había envuelto sin ser consciente de ello.

Y por su constante lealtad a Miley, se había ganado la eterna gratitud de William.

Will: Señorita Marley -le dijo, haciendo una reverencia cuando ella bajó el último peldaño de la escalera-.

Taylor miró ansiosamente al piso de arriba.

Will: No hay necesidad de que suba, excelencia. Miley bajará enseguida.

El duque estuvo a punto de sonreír. De eso no tenía la menor duda; ella sabía muy bien que la bajaría a cuestas si se resistía. Levantando la vista hacia el rellano, vio que la puerta de la habitación se abría por segunda vez y que Miley salía al pasillo.

El pulso de William se aceleró. Vestía un traje de seda color topacio, adornado con cintas de seda verde oscuro, la cabellera castaña dorada trenzada con cintas del mismo tono verde oscuro. Pálida, y con aspecto frágil, le pareció más adorable que nunca.

Ella descendió los escalones con la cabeza bien alta, con el aspecto de la duquesa que muy pronto sería. Sus miradas se cruzaron, y al leer en la de ella, inquietud y agitación, sintió pánico. Pronto sería suya, tal y como el destino parecía haber decidido, sin embargo, se preguntaba si algún día llegaría de verdad a serlo, si algún día volvería a confiar en él, si algún día volvería a amarlo.

La observó avanzando hacia él y dudó sobre el futuro que le había impuesto, dudó si sería capaz de encontrar el camino a través de la maraña de acontecimientos que los había unido a aquel momento y lugar.

La recibió al pie de la escalera, tomó su mano enguantada y se la llevó a los labios.

Will: Estás preciosa -dijo, pensando en la limitación de las palabras; su belleza y su encanto eran cautivadores, absolutamente divinos-.

Miley: Gracias, excelencia.

Will: William -la corrigió con suavidad, deseando que hubiera pronunciado su nombre, que hubiera dicho algo que calmara su intranquilidad-.

No podía ignorar la preocupación que reflejaban sus ojos, las ligeras marcas de la incertidumbre que seguramente la había mantenido despierta hasta bien entrada la noche. Lamentaba no haber tenido más tiempo, la oportunidad de cortejarla en lugar de obligarla a casarse con él. Aun así, estaba convencido de que Miley saldría ganando si se casaba con él y no con Richard Clemens.

Cogió su mano, la colocó sobre la manga de su chaqueta azul marino, y la sintió temblar. Ojala hubiera sabido cómo tranquilizarla, pero sólo el tiempo le enseñaría. Le debía su apellido y se había apresurado a dárselo, pero anhelaba algo más que reparar el daño hecho: quería hacerla feliz.

«Tiempo», se dijo.

«Paciencia», le susurró su mente, y rogó para que con tiempo y paciencia tuviera éxito.

Will: Llevas el collar -dijo, curiosamente, sintiéndose contento-. Te favorece.

Miley: Me pediste que lo llevara -comentó-.

Esbozó una ligerísima sonrisa.

Will: Te dije que había una leyenda.

Una pizca de curiosidad animó su rostro.

Miley: Sí...

Will: Según la leyenda -explicó-, el propietario del collar conocerá una gran felicidad o una gran tragedia, dependiendo de si su corazón es puro o no.

Ella alzó la mirada hacia él, sus ojos más azules por efecto de las cintas entrelazadas en sus cabellos.

Miley: ¿Y tú crees que mi corazón es puro?

Will: Lo dudé una vez. No volverá a ocurrir, Miley.

Ella apartó la mirada.

Hubo un silencio que lady Wycombe rompió al acercarse apresuradamente hacia ellos.

Fiona: El pastor está esperando. ¿Está todo en orden?

William miró a Miley y rogó porque así fuera.

Will: Todo está bien.

Fiona: Entonces, vamos. Es hora de que empiece la ceremonia.

Miley no tenía un padre que la escoltase hasta el altar ni un amigo varón que hiciese los honores. En su lugar, salió al jardín caminando al lado de William, con la mano temblorosa ligeramente apoyada sobre la manga de su chaqueta. Se detuvieron debajo de un arco pintado de blanco y cubierto de rosas de mármol, que había sido colocado en un rincón de la terraza.

El reverendo Dick les esperaba, de pie, detrás de un pedestal cubierto por una tela de seda blanca, encima de la cual descansaba una Biblia abierta. A unos pasos de distancia, se hallaba su pequeña esposa, al lado de lady Wycombe y Taylor Marley, ambas con un pequeño ramillete de flores en las manos.

Dick: Si están listos -dijo el pastor, un hombrecito robusto que tenía una mata de pelo gris y llevaba gafas-, podemos empezar.

William miró a Miley y confió en que ella pudiera leer el afecto en los suyos, la determinación de hacer que su matrimonio funcionase.

Will: ¿Estás lista, querida?

Sus ojos se humedecieron. No estaba lista en absoluto, pensó el duque, pero eso no alteró su decisión. Miley respiró hondo y asintió, decidida a afrontar todo lo que la vida le deparase. Taylor Marley corrió hacia ella, depositó en sus manos un ramillete de rosas blancas decorado con un lazo verde, y retrocedió a su sitio, al lado de lady Wycombe.

Will: Puede empezar, reverendo Dick -dijo deseando, por el bien de Miley, que la ceremonia ya hubiese acabado-.

El pastor examinó al pequeño grupo reunido en el jardín.

Dick: Queridos hermanos..., nos hemos reunido hoy aquí para unir en sagrado matrimonio a este hombre, William Hemsworth, y a esta mujer, Miley Cyrus. Si alguno de los presentes conoce alguna razón por la que este hombre y esta mujer no deberían casarse, que hable ahora o que calle para siempre.

Por un instante, William experimentó la dolorosa sensación de que su corazón casi dejaba de palpitar. Cuando nadie habló, cuando ningún otro hombre se atrevió a reclamarla, William empezó a creer, por primera vez, que Miley finalmente se convertiría en su esposa.

La ceremonia continuó, aunque Miley apenas prestaba atención a lo que se decía. Pensaba que respondía en los momentos oportunos y rogaba porque la ceremonia concluyera lo antes posible. Su mente se empeñaba en vagar; se obligó a concentrarse.

El pastor se dirigió al novio:

Dick: William, ¿quieres a esta mujer, Miley, como tu legítima esposa, para amarla y respetarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la felicidad y en la adversidad, todos los días de vuestra vida?

Will: Sí, quiero -respondió con fuerza-.

El reverendo Dick hizo la pregunta a Miley.

Miley: Sí..., quiero -contestó suavemente-.

Dick: ¿Tiene el anillo? -preguntó a William y por un instante descabellado, Miley pensó que seguramente no había tenido tiempo de comprar uno y sin anillo, quizá, no podría continuar la ceremonia-.

Pero William rebuscó en el bolsillo de su chaleco y sacó una brillante alianza de oro engarzada con diamantes.

El pastor pronunció los votos y William repitió las palabras:

Will: Con este anillo, te acepto como esposa.

Y extendiendo el brazo, cogió la mano temblorosa de Miley y deslizó el anillo en su dedo. William entrelazó sus dedos con los de ella y le dio un suave apretón.

Una vez que la ceremonia hubo concluido, el reverendo Dick se relajó y una amable sonrisa iluminó su rostro.

Dick: Por la autoridad que me ha conferido el estado de Pensilvania, os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia -dijo a William-.

Miley cerró los ojos cuando William la rodeó por la cintura y la atrajo hacia él. Si había esperado un beso dulce y caballeresco, debió de sorprenderse al ver que el duque la abrazaba contra su pecho y, es más, la besaba apasionadamente.

Los labios de William tomaron firme posesión de los suyos, de una manera que no dejaba lugar a dudas de que ella le pertenecía. Su corazón empezó a latir con más fuerza y, por un instante, ella respondió al beso. Sintió su ansia, el control apenas contenido, y el deseo se despertó en su interior.

En el transcurso de varios latidos, le devolvió el beso, separando los labios bajo la presión de los de él, empezando a temblar al recibir su aliento. William interrumpió el beso y dejaron de abrazarse.

La miró, sus ojos azules brillando con especial intensidad, y ella vio en ellos la pasión, el deseo candente y abrasador. Entonces, su mirada se volvió oscura y se apartó de ella, dejándola aturdida, luchando con un deseo irrefrenable de huir a su habitación, mientras la mano de él permanecía posesiva sobre su cintura dándole un apoyo que, por una vez, ella agradeció.

¡Dios mío! Cómo había podido olvidar la atracción de William. La embriagadora marea de deseo que podía despertar con sólo una mirada ¿De verdad había creído que la antipatía que sentía hacia él la protegería de la atracción hipnótica que siempre había sentido cuando lo tenía cerca?

Temblando de nuevo, se dejó conducir hasta una mesa, cubierta por un mantel de lino, donde varias botellas de champán se enfriaban en cubiletes de plata. Algunos criados se apresuraban a llenar las copas y servirlas en bandejas de plata, mientras llegaban otros con bandejas llenas de apetitosos manjares: ganso asado, carne, guisantes en salsa y zanahorias con mantequilla, fiambres y empanadas, confitados y tartas, que depositaban en la mesa.

Al parecer William y tía Fiona se habían puesto de acuerdo para ofrecer un pequeño banquete al reducido grupo de invitados a la boda. Miley se obligó a sonreír y aceptar las felicitaciones, y se preparó para probar, al menos, algunos platos aunque temía que la comida le sentara mal.

En el pasado había ansiado con todo su ser convertirse en la esposa de William. En aquel momento, caer una vez más bajo su hechizo era la última cosa en el mundo que deseaba.

Era una mujer diferente de la que había sido antes, una mujer independiente que conocía los riesgos de amar a un hombre como William, un hombre que podía destruir su vida en un instante. Se prometió que nunca más dejaría que eso pasase.

William se inclinó y le susurró al oído:

Will: Pronto será hora de marcharnos. Le he pedido a la señorita Marley que te ayude a acabar de hacer el equipaje. Tal vez deberías subir a tu habitación y ponerte algo más cómodo para el viaje.

Asintió, deseosa de aprovechar la oportunidad de escapar.

Miley: Sí, creo que es una buena idea.

Cruzando el jardín para regresar a la casa, se dirigió a las escaleras que había en el vestíbulo y subió corriendo a su habitación.

Al entrar halló a Taylor esperándola.

Taylor: Vamos, déjeme que la ayude.

Miley se giró para que su amiga le desabrochara los botones del vestido de novia, saltó por encima de la prenda una vez que ésta hubo caído en el suelo y se quitó las zapatillas de unos puntapiés al aire. Sentada en el taburete, dejó que Taylor le quitara las cintas que adornaban su cabellera.

Taylor: ¿Y si lo trenzamos? -sugirió-.

Miley: Sí, creo que sería lo mejor. -De una en una le quitó todas las horquillas. En unos minutos los largos rizos castaños estuvieron trenzados y recogidos en un moño alto-. ¿Te importa desabrocharme el collar?

En el espejo, Miley observó el tenso gesto de cabeza de Taylor. Había algo en su rostro, una expresión sombría y preocupada que Miley no había notado hasta entonces. Cuando se abrió el broche y las perlas fueron a parar a la mano de Taylor, su amiga se giró y se quedó mirándola.

Miley: ¿Qué ocurre, querida? Sé que te pasa algo. Dime de qué se trata. -Taylor sacudió la cabeza, haciendo bailar los apretados rizos rubios que tapaban sus orejas. Apretó las perlas contra la palma de Miley con una expresión incluso más desolada de la que había tenido antes-. Dios mío, Taylor, cuéntame lo que ha pasado.

Los ojos de su doncella y amiga se llenaron de lágrimas.

Taylor: Se trata de Robert -admitió-.

Miley: ¿Robert? ¿Le ha pasado algo?

Los ojos se llenaron de tantas lágrimas, que empezaron a rodar por sus mejillas.

Taylor: Anoche vino a verme. Robert me ha confesado su amor, Miley. Dice que nunca ha conocido una mujer como yo. Una mujer como yo, Miley; como si fuera alguien especial, alguien que mereciera su amor. Pero Robert no puede hablar de matrimonio, no hasta que sea libre.

Miley cogió las manos temblorosas de Taylor entre las suyas. Conocía la historia del contrato de esclavitud de Robert, que lo habían acusado de un delito que no había cometido y que se había visto obligado a abandonar su país.

Miley: Escúchame, querida mía, no hay necesidad de que llores. Hablaré con William y lo convenceré para que pague la deuda de Robert.

Taylor retiró las manos mientras le caían más lágrimas por las mejillas. Afirmó:

Taylor: Emer Seaver no lo aceptaría y, aunque así fuera, no queda tiempo.

Miley: Encontraremos el tiempo. Pospondremos el viaje hasta que William hable con el señor Seaver. Podemos regresar a casa en otro barco.

Taylor se secó los ojos.

Taylor: No lo entiende.

Miley: Entonces, hazme entender, explícamelo todo.

Taylor arrastró la voz, temblorosa.

Taylor: Justo antes de la boda, Robert ha venido a verme. Le había escrito su primo desde Inglaterra, un hombre que se llama Rick Lawrence. En su carta, Rick dice que ha descubierto la identidad del hombre que asesinó a Nigel Truman..., que es el hombre de cuyo asesinato acusaban falsamente a Robert.

Miley: Continúa.

Taylor: Nunca había visto a Robert así. -Parecía desolada. Se quedó mirando fijamente por la ventana al jardín como si volviera a estar allí con Robert McKay-. Creo que se había resignado a no poder demostrar nunca su inocencia. Ahora, sin embargo, está desesperado por volver a Inglaterra y limpiar su honor. Está hablando de escapar, Miley.

Miley: ¡Dios mío!

Taylor: Dice que una vez que demuestre su inocencia, encontrará la manera de enviar a Seaver el dinero que le debe. Quiero ayudarlo, pero no hay nada que yo pueda hacer. -Posó la mirada en el collar que Miley sostenía en sus manos-. Incluso he llegado a pensar en robarlo. -Las lágrimas volvieron a sus ojos-. Había pensando en entregarle el collar a Robert y que no lo descubriera hasta después de que hubiéramos zarpado. -Miró a Miley y se echó a llorar-. No he podido hacerlo. Jamás podría robarle nada, ni siquiera por Robert, no después de todo lo que ha hecho por mí. -El llanto se convirtió en sollozos que hacían temblar su esbelto cuerpo-. Lo siento Miley. Yo... le quiero tanto...

Miley abrazó a su amiga con delicadeza.

Miley: No te preocupes, querida. Ya verás cómo encontramos una solución. Todo saldrá bien.

Miley repasó mentalmente todo lo que Taylor le había dicho y su mente se puso inmediatamente a trabajar. Confiaba en la intuición de su mejor amiga y en su propia opinión sobre Robert McKay, creía que Robert había dicho la verdad y que era inocente de cualquier fechoría. Sabía muy bien lo que era ser acusado de un delito que no has cometido y sintió una gran lástima por ellos.

Taylor se separó de Miley y caminó hasta la ventana. Se quedó mirando el jardín, entre mudos sollozos que sacudían sus estrechos hombros, mientras Miley buscaba desesperadamente una solución.

Podía hablar con William, pero no estaba segura de que la ayudara. Ignoraba la clase de hombre en la que se había convertido y no confiaba en él. ¿Y si acudía a Seaver y le revelaba las intenciones de Robert?

William podía ser despiadado. Ella bien lo sabía.

Bajó la vista hacia el collar que aún sostenía en la mano. Apenas tenía dinero. Sus padres habían muerto y sólo percibía una pequeña asignación mensual que le había dejado su padre, y que era insuficiente para ayudar a Robert a encontrar la manera de limpiar su nombre. Hasta su boda, había dependido básicamente de su tía y no tenía la menor intención de involucrarla en lo que sin duda constituiría un delito.

En su mano, el collar parecía cálido, extrañamente reconfortante, como si intentara tranquilizarla, quizá prestarle su fuerza; caminando hasta donde se hallaba su amiga, Miley cogió su mano, y depositó el collar de perlas sobre la palma.

Miley: Cógelo y entrégaselo a Robert. Dile que lo utilice para salvarse, regresar a Inglaterra y limpiar su honor.

Taylor se la quedó mirando con un gesto de incredulidad.

Taylor: ¿Haría eso por Robert?

Miley sintió un nudo en la garganta.

Miley: Lo hago por ti, Taylor. Para mí eres como una hermana, la mejor amiga que he tenido nunca. -Dobló los delgados dedos de Taylor, cerrando la mano que sostenía las perlas-. Lleva el collar a Robert. Hazlo ahora mismo. William no tardará en preguntarse dónde estamos. No disponemos de mucho tiempo. Y, por favor, trátame como a una igual.

Taylor luchó por contener la emoción mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

Taylor: Encontraré la manera de pagarte por lo que has hecho. Lo juro. No sé cómo pero...

Miley: Ya me has pagado mil veces con tu amistad. -La abrazó. Girándose, fue hasta la cómoda, abrió su joyero y sacó de él la bolsa roja de tela. A continuación cogió las perlas, las guardó en la bolsa y se las entregó a su amiga-. Y ahora márchate -concluyó-.

Taylor la abrazó por última vez, se guardó la bolsa en el bolsillo de su vestido y salió corriendo por la puerta. Mientras la oía alejarse por el pasillo, Miley respiró hondo para tranquilizarse.

Tarde o temprano, William descubriría lo que había hecho y se enfadaría; se pondría furioso, lo sabía. Tembló al recordar la furia que teñía su rostro la noche en que entró en su dormitorio y encontró a Jason Reed en su cama, al pensar en que le había destruido su vida.

Miley se armó de valor. Se las vería con William cuando llegara el momento, pero hasta entonces, rezó para que Robert lograra escapar ileso.

1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

Ya se casaron....
Wiiiiiiii
Que pasara con el collar??
Sera su fin?
Siguela
me ha encantado
:D

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