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jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo 19


Vestido con una chaqueta burdeos y un pantalón gris perla, William esperó hasta el último momento antes de bajar por la amplia escalera de mármol y dirigirse al comedor para cenar. A petición suya, la cena se serviría en el gran salón comedor, donde Miley y él se sentarían a una larga mesa de palisandro con incrustaciones y veinticuatro sillas.

El techo estaba decorado con molduras doradas, talladas de manera ornamentada. Tres candelabros de cristal colgaban sobre la mesa, y un fuego ardía en una enorme chimenea de mármol con adornos dorados instalada en una de las paredes.

Aunque William prefería generalmente la atmósfera más íntima del salón amarillo, donde podían comer más informalmente, después de la visita de Zac había ordenado que les sirvieran las comidas allí.

Aunque no había llegado tan lejos como para sentar a Miley en el extremo opuesto de la mesa, la sala en sí tenía un aire más formal, menos personal, y hasta que descubriera la verdad de lo ocurrido con el collar, se negaba a intimar con ella más de lo que ya lo había hecho.

Al pie de la escalera, William esperaba que apareciera Miley para acompañarla al salón, intentando no pensar en el collar ni en el posible significado de su desaparición. Aunque no culpaba a su esposa de la pérdida, le hubiera gustado que se lo comunicara en su momento, que hubiera confiado en él lo bastante para decírselo.

Y, en el fondo, estaba bastante convencido de que la historia que ella le había contado no era totalmente cierta.

Mientras comprobaba la hora en el reloj de pie situado en la entrada, William lanzó un suspiro. Miley no era la joven ingenua de la que él se había enamorado cinco años atrás. Era una persona diferente, una a la que apenas conocía, y no estaba dispuesto a bajar la guardia y arriesgarse hasta que averiguara la verdad sobre el collar.

El suave sonido de unas pisadas en la alfombra desvió su atención hacia el rellano superior de la escalera. Al levantar la vista vio que Miley comenzaba a descender por la escalera de mármol.

Durante un instante se quedó mirándola fijamente. Con su elegante vestido de seda color esmeralda, parecía una aparición, una diosa que hubiera descendido a la Tierra. Le golpeó el deseo, y sintió una tensión casi dolorosa en la entrepierna. Su miembro se puso duro y, aunque frenó el ansia que le crecía dentro a medida que ella se acercaba, eso fue lo único que pudo hacer para no subir la escalera, cogerla en brazos y llevarla hasta la cama.

En cambio permaneció inmóvil como una estatua, mirándola fijamente como haría un joven novato. Esa noche llevaba su espesa cabellera castaña suelta, cosa que rara vez hacía, recogida encima de las orejas por unas peinetas con incrustaciones de perlas, dejando que el resto se derramase por la espalda. William recordaba el tacto sedoso de los rizos contra su piel cuando hacían el amor, y su lujuria aumentó.

Miley llegó a su lado y le sonrió:

Miley: Esta noche tengo un apetito voraz. ¿Y tú?

La boca se le secó. William la observó hasta que sus ojos se detuvieron en los turgentes senos que el escote del vestido dejaba casi desnudos.

Will: De repente yo también siento un apetito increíble.

El suave tejido de seda moldeaba los redondos promontorios y el oscuro valle que los separaba, y William quiso rasgar el vestido por los hombros, para dejar libres los seductores senos e introducirlos en su boca.

Will: ¿Vamos a cenar? -preguntó suavemente-.

Miley: Oh, sí. Por favor -replicó, cogiéndose de su brazo y aprovechando para rozarlo con uno de sus exquisitos senos, lo que provocó tal espasmo en el estómago de William que apenas pudo contener un gemido-.

En el salón-comedor, William la sentó a su derecha, y luego ocupó su lugar a la cabecera. Aunque había elegido esa habitación para que pudieran mantener la distancia, ahora le pareció que ella estaba demasiado lejos.

Miley: He hablado antes con el cocinero. Esta noche cenaremos ganso asado.

William la miró, sintió una fuerte sacudida de deseo, y pensó que su ganso ya estaba bien asado. Miley siempre había sido una tentación irresistible, y de ninguna manera conseguiría resistirse a ella esta noche. La verdad era que de no haber sido por los lacayos situados junto a la pared para servir la cena, habría barrido la mesa de obstáculos de un manotazo y la habría tomado allí mismo.

Miley retiró un mechón rubio como el oro que le caía por encima de su hombro y se inclinó hacia delante para sentarse más cómodamente en la silla de respaldo alto.

Durante un instante, el vestido se ahuecó y creyó haber visto fugazmente el rosado botón de uno de sus pezones. Lo más seguro es que no, se dijo, pero realmente no importaba. La imagen había aparecido en su cerebro y se quedó allí como si se la hubieran marcado a fuego.

Miley: Creo que bebería un vaso de vino -dijo, y uno de los lacayos se apresuró a llenar su pesada copa de cristal. Mientras el joven le servía el vino, Miley sacó su servilleta del servilletero dorado y se la colocó encima de su regazo. El lacayo lanzó una mirada furtiva a los adorables senos, y William estuvo a punto de saltar de su silla-.

Quería coger al joven lacayo por la solapa de su traje de uniforme, arrastrarlo fuera del salón y darle un puñetazo en la cara.

William se obligó a respirar hondo y soltar el aire despacio. ¡Por el amor de Dios, el joven era un ser humano! Y William no era idiota. Recordaba muy bien adónde lo habían llevado sus celos irracionales. Si no hubiera estado tan apasionadamente enamorado de Miley, tan salvajemente celoso, la habría escuchado aquella noche, en lugar de destruir cinco años de sus vidas.

Era un error que no volvería a cometer y la razón por la que se esforzaba tanto para controlar sus emociones, una tarea casi imposible cuando se trataba de Miley.

La cena continuó, cada plato más exquisito que el anterior, aunque todos resultaban igual de simples a William, que no podía apartar su pensamiento de Miley y de las maneras en que le haría el amor una vez que hubiera acabado la larga y condenada cena.

Will: ¿Cómo van los preparativos del baile? -preguntó de manera sencilla, procurando que no lo traicionara el tono de voz-.

Miley: Tu madre ha fijado la fecha para este viernes no, al otro. El Parlamento no habrá reanudado las sesiones, por lo que no habrá tanta gente en la ciudad como habría después de principios de año, pero está impaciente porque reiniciemos nuestra vida social.

Will: A mi madre le gustas mucho. Siempre le has gustado -admitió-.

Miley: Me odió durante más de cinco años.

William se encogió de hombros.

Will: Es una madre, protectora de su único hijo.

Miley: Ella creía que te había herido. ¿Lo hice?

Sintió una punzada en el corazón al pensar en los dolorosos recuerdos.

Will: Gravemente.

Miley apartó la mirada y él pensó que tal vez no le había creído. Tal vez era mejor así.

Desplazaron la conversación hacia temas más seguros, hablaron del frío glacial típico del mes de diciembre, comentaron cierto artículo descabellado del periódico de la mañana, mantuvieron una conversación simple y aburrida cuando lo que él quería era arrastrarla de la silla y llevársela a la cama. Cada vez que se movía en la silla, la erección presionaba intensamente contra el pantalón, y lo hacía maldecir en silencio.

Justo entonces llegó un lacayo y prestaron su atención a las tartitas de cerezas que el joven depositó en la mesa delante de ellos. Una cereza con tallo coronaba el rulo de crema que decoraba el centro de cada tartita.

Miley cogió el tallo delicadamente con los dedos, levantó la cereza de su nido y echando la cabeza hacia atrás, lamió la crema que había quedado en ella.

William se quedó inmóvil con la cucharilla en el aire.

Miley volvió a lamer la cereza con la lengua y, a continuación, muy despacio, deslizó la fruta entre sus carnosos labios de color rojo intenso.

La cucharilla de William chocó ruidosamente con el plato, y él echó su silla hacia atrás de un empujón.

Will: Creo, señora, que hemos acabado con el postre.

Miley lo miró con ojos asombrados.

Miley: ¿De qué estás hablando?

William la cogió de la mano y la obligó a ponerse en pie.

Will: Quieres postre, creo que tengo uno que te gustará. -Y pasando un brazo por la cintura, la levantó en el aire hasta su pecho y empezó a caminar hacia la puerta del salón, dejando atrás a los estupefactos lacayos.

Miley le rodeó el cuello con sus brazos para agarrarse mejor.

Miley: ¿Qué...? ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Will: Creo que lo sabes. Y en caso de que no sea así, estaré encantado de enseñártelo en cuanto lleguemos a mi dormitorio.

Ella se abrazó más a su cuello, pero él no pensó que tuviera miedo. Un latigazo de lujuria recorrió su miembro, y se le ocurrió que tal vez debería tenerlo.

Miley se aferró con más fuerza al cuello de William. Reprimió un chillido de alarma cuando abrió la puerta de su dormitorio, entró con ella en brazos y cerró la puerta de una patada.

Una vez dentro, la depositó en el suelo, inclinó la cabeza y aplastó sus labios contra los de ella. Durante un instante, le dio vueltas la cabeza.

«¡Dios mío! He desatado a la fiera -pensó-, ahora ¿qué debo hacer?»

Pero ella no parecía capaz de pensar con William besándola apasionadamente, con la lengua dentro de su boca y el musculoso cuerpo estrechando el suyo. Una ola de deseo recorría su cuerpo, arrojando por la ventana todo pensamiento racional.

Empujándola suavemente contra la puerta, le desabrochó hábilmente algunos de los botones posteriores del vestido, que se abrió dándole acceso a sus senos. Hundió la cabeza en ellos, y ella sintió su boca allí, el arañazo de sus dientes contra el pezón. Un espasmo de deseo le contrajo el estómago, y de forma inconsciente ella se arqueó contra él.

William cogió el bajo del vestido de seda color esmeralda y empezó a subirle la falda. Al sentir el tejido frío y resbaladizo contra su piel, ella empezó a temblar.

Will: Quiero poseerte -dijo, casi murmurándole al oído-, aquí y ahora.

Durante un instante, las miradas de ambos se entrecruzaron con intensidad y la de él había dejado de ser fría y distante. El brillo del deseo iluminaba sus ojos azules y su expresión mostraba una feroz determinación.

Miley jadeó cuando William tomó su boca en un intenso y apasionado beso que le produjo escalofríos de placer. Le subió el vestido hasta la cintura, y levantando la camisola de encaje con los dedos, buscó su punto más sensible y empezó a acariciarlo.

Miley estaba caliente, húmeda y temblorosa. Eso era lo que había buscado, comprendió entonces, la razón por la que había comprado un vestido casi indecente. No le interesaba la fría indiferencia de William. Lo quería sexualmente excitado, ansioso de deseo por ella.

Como ella se sentía ansiosa de deseo por él.

William la montó sobre una de sus largas piernas y la elevó un poco. Por un momento ella cabalgó sobre su cadera, el áspero material de su pantalón frotando apasionadamente su carne femenina. El deseó la desgarró y se concentró en su centro.

Se inclinó sobre él, empezó a desabrochar los botones de su pantalón, y lo oyó gemir. Él acabó el trabajo que ella había empezado, liberó su trofeo y ella lo rodeó con sus dedos. Lo tenía grande, grueso y duro, y estaba ardientemente excitado. Miley gimoteó cuando él le separó las piernas, la levantó en el aire y se hundió dentro de ella.

Una sensación de placer la sacudió de arriba abajo, la invadió y se filtró a través de sus miembros.

Las grandes manos de William le rodearon las nalgas, manteniéndola en el sitio mientras recibía sus penetrantes embestidas, y un deseo abrasador le quemaba las entrañas. William hundió una de sus manos en la espesa cabellera y la besó apasionadamente en la boca mientras seguía poseyéndola y procurando placer a los dos.

Will: Abandónate -le ordenó con su voz ronca, y el cuerpo de Miley obedeció vibrando libremente de placer, volando, volando...-.

Algunos minutos después, William la siguió hasta correrse, y eyaculó, con los músculos tensos, lanzando un gruñido desde lo más hondo de la garganta.

Pasaron unos segundos en los que ambos permanecieron en la misma posición, el miembro erecto de William aún dentro de ella, Miley abrazada a su cuello.

Entonces, él interrumpió la unión, salió de ella y dando un paso atrás, tiró de la falda de seda caderas abajo.

Will: No te he hecho daño, ¿verdad?

Ella sacudió la cabeza:

Miley: No, no me has hecho daño. -Todo su cuerpo vibraba aún de placer-.

William desvió la mirada. Había perdido el control y era obvio que eso no le gustaba. Se abrochó los botones del pantalón, uno por uno.

Will: Todavía es pronto -dijo tranquilamente-. Creo que haré una visita al club.

Eso no era precisamente lo que ella esperaba después de un asalto amoroso tan feroz. Reprimiendo el deseo de pedirle que se quedara, Miley se obligó a contestarle en el mismo tono:

Miley: Estoy disfrutando con un libro muy bueno. Creo que leeré un rato antes de irme a la cama.

Sonaban tan urbanos, tan civilizados, cuando sólo momentos antes ambos se habían dejado llevar por la pasión más ardiente.

William asintió amablemente con la cabeza.

Will: Buenas noches, entonces.

Miley: Buenas noches.

Ella lo vio abandonar la habitación. Quería chillar, deseaba arrojarle algo, gritarle, recriminarle, aunque no entendía el porqué.

En lugar de hacerlo, respiró hondo, dio media vuelta y regresó a su dormitorio a través de la puerta que comunicaba las dos habitaciones. Allí tiró de la campanilla para que le prepararan un baño, con la esperanza de que el agua caliente relajara sus nervios tal y como habían hecho, durante un rato, las artes amatorias de su marido.

Y deseó que William no hubiera decidido marcharse.

Los últimos preparativos para el baile estaban en marcha. Todo el mundo ayudaba, incluso lady Wycombe, que había decidido quedarse unas semanas en Londres en lugar de regresar a su residencia campestre.

Fiona: Aunque Taylor viajara conmigo -le había dicho su tía-, me sentiría sola sin ti, querida hija. Y si me quedo, puedo proseguir con mi trabajo en el orfanato.

Miley: Sería maravilloso si te quedaras, tía Fiona. Y me encantaría ayudarte con los niños. -Una causa que también había hecho suya-.

Ella y tía Fiona visitaban el orfanato al menos dos veces a la semana, y en Navidad planeaban hacer un regalo a todos los niños. A diferencia de otras instituciones de la ciudad, los niños de la sociedad de Viudas y Huérfanos iban vestidos correctamente y siempre tenían suficiente de comer.

Marina Ann y el pequeño Terry eran especialmente queridos por Miley, aunque cada vez que los abrazaba sentía una punzada de pesar por el hecho de que nunca sería capaz de tener un hijo propio. Le hubiera gustado poder hablar con William de ellos, convencerlo de que la dejase traerlos a casa para siempre, pero William esperaba tener hijos propios y el miedo de que él pudiera descubrir su oscuro secreto le impedía mencionar el tema.

Finalmente, llegó la noche del baile.

Sheffield House, uno de los hogares más grandes y más nobles de Londres, contaba con un magnífico salón de baile que ocupaba toda la tercera planta del ala este de la casa. Las paredes, tapizadas de espejos de arriba abajo, reflejaban el brillo de cientos de velas que ardían en los candelabros de plata, y de las enormes arañas de cristal que iluminaban los techos.

Los invitados estaban a punto de llegar y el nerviosismo de Miley iba en aumento. Los cotilleos sobre el matrimonio del duque de Sheffield con la mujer que había dejado plantada habían desatado las lenguas en Londres, pero afortunadamente, dado lo reciente de su regreso, apenas habían tenido tiempo de hacer vida social. Después del baile, todo eso cambiaría.

Miley se paseaba por la habitación, mirando el reloj de similor que había encima de la chimenea de mármol blanca y dorada, deseando íntimamente no tener que abandonar la protección de su habitación. Cuando llamaron a la puerta, pensó que debía de ser Taylor que venía por última vez a comprobar si necesitaba algo. Sin embargo, al abrir vio que era la duquesa viuda quien se hallaba en el umbral.

Miriam: ¿Puedo entrar?

Miley: Por supuesto que sí, excelencia.

Miley se apartó a un lado mientras la dama de cabellos oscuros, su suegra, entraba en su cuarto. Miriam Hemsworth llevaba un vestido de seda color vino burdeos, salpicado de brillantes. Más piedras preciosas se habían engarzado en la elegante diadema de trenzas que lucía en la cabeza y que brillaban entre las finas mechas de su cabello.

De un vistazo, examinó el aspecto de Miley.

Miriam: Estás adorable, querida hija, como la duquesa que eres.

Era un gran cumplido viniendo de la madre de William.

Miley: Gracias.

Miriam: William nos está esperando. Sólo quería que supieras lo feliz que soy de tenerte en la familia.

Sabía que debería haber contestado que se sentía muy feliz de haberse casado con William, pero las palabras se le atragantaron en la boca. Desde la noche en que se había puesto el atrevido vestido de seda color esmeralda y habían hecho el amor apasionadamente, William no había vuelto a su habitación. La mayoría de las noches se iba al club y no regresaba hasta la madrugada.

Miley: Gracias -respondió sin convicción, poniendo una sonrisa falsa-.

Miriam: Hay otra razón por la que he venido a verte -dijo la duquesa viuda-.

Miley: ¿Sí?

Miriam: Ya lleváis algunos meses casados. He pensando que quizá..., confiaba en que, tal vez, estuvieras embarazada. -Un nudo atenazó el pecho de Miley. Se quedó parada, mirando fijamente a su suegra, incapaz de creer que la duquesa hubiese mencionado un tema tan delicado-. Supongo que no debería haber preguntado. De ser así, habrías dicho algo. Es tan importante que William tenga un hijo...

Miley desvió la mirada hacia la ventana. Tener un hijo había sido su mayor sueño, pero no iba a ocurrir. Sintió el repentino escozor de las lágrimas, pero rápidamente las eliminó antes de que la condesa viuda las pudiera ver.

Miley: La respuesta es no. Llevamos varios meses casados pero... la mayor parte del tiempo lo hemos empleado en... volver a conocernos. -Confiaba en que la mujer no se fijara en el rubor que le invadía las mejillas. La intimidad que compartía con William era un tema que no deseaba discutir con su suegra-.

La duquesa se limitó a asentir:

Miriam: Entiendo..., bien, espero que nada de esto llegue a oídos de William. No le gustaría mi interferencia en sus asuntos.

A Miley tampoco le parecía oportuno. Al menos en eso estaban de acuerdo.

Miley: Nunca repetiré lo que hablemos en confianza entre nosotras, excelencia.

La duquesa viuda asintió, en apariencia, satisfecha.

Miriam: Creo que será mejor que bajemos -dijo, lanzando una mirada a Miley-. No te preocupes, hija mía. Estoy segura de que con el tiempo, todo saldrá bien.

Pero, por supuesto, nunca saldría todo bien. Ella nunca le daría un hijo a William, y su madre jamás la perdonaría.

Miley ignoró un sentimiento de desesperación y siguió a la dama de cabellos oscuros hasta la puerta. Recorrieron el pasillo bajo la luz parpadeante de media docena de lámparas, y se dirigieron hacia el rellano de la escalera.

William caminaba impaciente de arriba para abajo al pie de la escalera. Los invitados habían empezado a llegar, y en lo que a él se refería, cuanto antes empezara el baile, antes acabaría.

Al levantar la vista, vio que su madre y su esposa habían empezado a bajar la escalera de mármol. Esa noche, Miley llevaba un elegante vestido de terciopelo azul zafiro, que se ajustaba maravillosamente a su figura alta y delgada. Una pluma ondulaba entre sus castaños bucles de color oro, recogidos en lo alto de su cabeza, y llevaba los brazos cubiertos por unos largos guantes blancos.

Aunque no vestía en un modo tan provocativo como la noche que habían hecho el amor, el corazón de William se aceleró al verla. Esa mujer lo volvía loco de deseo. Por mucho que lo combatiese, el deseo que sentía por ella no parecía desvanecerse nunca.

Sólo la nota de Justin McPhee, que había recibido la tarde anterior, lo había mantenido alejado de la cama de ella la noche pasada, como volvería a ocurrir esa noche, por mucho que la deseara.

Según el mensaje, McPhee había encontrado al hombre que había robado el Collar de la Novia. Éste había viajado desde Norteamérica en un barco que se llamaba el Laurel, que había atracado en Liverpool, donde habían aparecido las perlas. Según la nota, habían detenido al hombre.

McPhee regresaría a Londres al día siguiente, tarde. Había solicitado cita con William por la noche, y William estaba impaciente por oír lo que aquel hombre tenía que decir. Aunque la nota contenía muy poca información, el tono no auguraba nada bueno según William. No podría relajarse hasta que averiguara lo que había ocurrido en esos últimos días antes de que zarparan de América rumbo a casa.

Al levantar la vista y ver que Miley caminaba hacia él, William desterró las preocupaciones.

Will: Estás guapísima esta noche, Miley -dijo, mientras cogía su mano enguantada y hacía una reverencia formal-.

Miley: Y vos, extraordinariamente guapo, excelencia.

Sus miradas se encontraron y William deseó que no hubiera más secretos entre ellos, que los siempre crecientes sentimientos hacia ella no le causaran más dolor.

Will: Los invitados han empezado a llegar. Debemos cumplir con nuestro deber y recibirlos.

Miley asintió con un gesto y sonrió, aunque a él le pareció que su sonrisa era forzada. Imaginándose lo difícil que le debía de resultar enfrentarse con las personas que la habían tratado tan mal cinco años atrás, gracias a él, se impuso su instinto de protección.

Después de besarla ligeramente en los labios, musitó algo en su oído:

Will: No te preocupes, amor mío. Eres la duquesa de Sheffield, un título que debería haber sido tuyo hace cinco años. Todo Londres aceptará ese hecho a partir de esta noche.

Ella tragó saliva y lo miró fugazmente, instante en el cual él creyó ver un brillo de lágrimas en sus ojos.

Su firme propósito se intensificó:

Will: Estoy aquí, amor mío, y no pienso abandonarte.

«Nunca más» añadió mentalmente, y en ese momento fue consciente de lo profundamente enamorado que estaba. Se asustó y, sin embargo, no veía manera de escapar.

William respiró hondo, preparándose para la larga velada que le esperaba.

2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

O_o YA se esta reconociendo que esta enamorado de ella...
pero mas daño se hacen si no estan juntos...
y ahora atraparon a robert??
que pasara??
siguela nena
me encanta

Anónimo dijo...

hyjjhhhukkokkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

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