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domingo, 19 de junio de 2011

Capítulo 23


Pasaron dos días. Cuando Robert McKay salió de la cárcel, y tal y como William había prometido, un coche lo esperaba en la puerta para conducirlo a Sheffield House.

Robert no apareció.

Cuando el cochero se interesó por su paradero, descubrió que McKay se había marchado de Newgate una hora antes. Sin saber muy bien qué hacer, el cochero, un hombre corpulento que se llamaba Michael Mullens, regresó con el carruaje a Sheffield House.

Michael: Lo siento, excelencia. Ese hombre no ha aparecido. Aunque lo han soltado. Pregunté a los guardias para estar seguro.

Will: Gracias, señor Mullens. -Ahogando un brote de rabia, se volvió a las dos mujeres que esperaban ansiosas, detrás de él, en la entrada-. Ya habéis oído al cochero. McKay ha salido de la cárcel, pero no ha venido aquí, tal y como planeamos. No puedo decir mucho más.

Taylor se echó a llorar, dio media vuelta y corrió hacia las escaleras.

Miley no se movió del sitio. Dijo con desconsuelo:

Miley: No puedo creer que Robert nos haya mentido a todos, incluso a ti.

Will: O bien ese hombre es el mejor actor de Londres o hay algo más que no sabemos. Creo que deberíamos esperar antes de sacar conclusiones -dictó-.

Miley: Sí..., por supuesto, tienes razón.

Pero William podía ver que estaba desilusionada, y en ese momento, si hubiera sabido dónde encontrar a Robert McKay, lo habría cogido por las solapas de su vieja chaqueta y le habría dado una paliza mucho más fuerte que la que le habían dado los guardias.

En cambio, levantó la vista y vio a Taylor corriendo por el rellano.

Will: Tal vez deberías ir a hablar con ella.

Miley siguió la mirada de William y suspiró.

Miley: Ojala supiera qué decir.

Will: Dile que tengo intención de esperar otro día, y dar a McKay una última oportunidad de demostrar su inocencia antes de acudir a las autoridades.

Miley: Se lo diré. -Y recogiéndose la falda, subió las escaleras-.

William la vio desaparecer de su vista en el pasillo de la primera planta, y pensó en el dolor que había visto en los ojos de Taylor cuando McKay no llegó tal y como ella había esperado.

Lo cierto era que el hombre no se había comprometido a hacerlo, se había limitado a jurar categóricamente su inocencia en el asesinato del conde.

Al recordar su conversación con McKay, y lo convincente que había sonado, William se sorprendió sólo a medias cuando una hora después, un lacayo, el señor Cooney, llamó a la puerta de su estudio y le entregó dos cartas, una dirigida al duque de Sheffield y otra a la señorita Taylor Marley.

Will: Gracias -dijo cogiendo las cartas de los ásperos dedos del lacayo-. ¿Has visto a la persona que las ha traído?

Cooney: Sí, señor. Llamó a la puerta del servicio. Un tipo guapo a pesar de tener un ojo hinchado y la cara con moratones.

Will: ¿Cabello castaño y ojos marrones?

Cooney: El mismo, señor.

William rompió el sello de cera, y leyó por encima el mensaje:

Excelencia:

No podía permitir que usted, su esposa o la señorita Marley se vieran involucrados, más aún, en mis asuntos. Por favor, crea que le he contado la verdad y que estoy decidido a demostrar mi inocencia. Le agradezco el dinero que me dejó en la cárcel. Espero, con el tiempo, ser capaz de corresponder a su amabilidad y generosidad.

Su humilde servidor,

ROBERT MCKAY


Después de leer la carta por segunda vez, y por razones que no podía explicar, William creyó, como había hecho antes, que McKay decía la verdad. No obstante, era igual de posible que el hombre fuera un fraude total y absoluto.

Con un suspiro, depositó la carta junto a la otra que estaba dirigida a Taylor Marley.

Will: Dígales a la señorita Marley y a la duquesa que bajen a mi despacho, Cooney.

Cooney: Sí, su excelencia.

Las mujeres bajaron al cabo de unos minutos y él pudo ver rastros de lágrimas en las mejillas de Taylor.

Taylor: ¿Qué ha ocurrido? -preguntó incapaz de mantener su actitud reservada habitual-. ¿Hay noticias de Robert?

Will: Sí, las hay. Tu amigo nos ha enviado un mensaje.

Entregó a Taylor la carta dirigida a ella, y a su esposa la que había recibido él.

Taylor cerró los ojos unos instantes cuando acabó de leer la carta, que estrechó ferozmente contra su pecho.

Taylor: No ha huido. Está intentando demostrar su inocencia.

Will: Ya sé que la carta va dirigida a ti, pero me gustaría leerla, si no te importa.

Un poco a regañadientes, Taylor entregó la nota mientras el color desaparecía de sus mejillas.

Mi queridísima Taylor:

No ha pasado un solo día desde que nos separamos en que no haya pensado en ti, y rezo para que tú también hayas pensado en mí. Sin embargo, no me atreveré a ir a tu encuentro, por más que lo deseo, hasta que resuelva este asunto. Debo demostrar mi inocencia, y para hacer eso hay preguntas que debo hacer y respuestas que necesito encontrar. Hasta que todo eso pase, guardaré en mi corazón el recuerdo de tu maravillosa sonrisa. Atentamente,

ROBERT


William acabó de leer el mensaje y lo devolvió a Taylor, intentando ignorar sus ojos llorosos.

Will: Enviaré una nota a Justin McPhee. Si hay alguien capaz de descubrir la verdad de un asesinato, ése es Justin.

Taylor dio un paso hacia delante y le cogió la mano.

Taylor: Muchas gracias, excelencia. Nunca olvidaré lo que ha hecho.

Will: Te advierto una cosa, querida. Si McPhee descubre que tu amigo es culpable de asesinato, no tendré más remedio que informar a las autoridades.

Taylor: Lo sé.

Miley: Es inocente, Taylor -dijo con firmeza-. No habría enviado las cartas si fuera culpable. Simplemente habría huido.

Pero, por supuesto, también lo podía haber hecho para ganar tiempo, y todos lo sabían.

Taylor: ¿Hay alguna cosa más, excelencia?

Will: Pues sí, hay una. Llevo bastante tiempo pensando que deberías salir de tu aislamiento. Eres una joven bien criada, que ha vivido momentos duros, pero también eres amiga de Miley, y por su lealtad hacia ella, también te has convertido en amiga mía. Hay un buen número de acontecimientos sociales de los que podrías haber disfrutado desde hace tiempo y considero que ya es hora de que lo hagas.

Taylor lo miró con asombro, y Miley le sonrió tan alegremente que el corazón le dio un vuelco.

Miley: Necesitará renovar su guardarropa.

Will: Sin lugar a dudas -dijo esbozando una ligera sonrisa-. Imagino que las dos os sentís capaces de llevar a cabo la tarea.

Taylor se quedó inmóvil, demasiado sorprendida para hablar. Entonces, sacudió la cabeza.

Taylor: Lo siento, excelencia. Ya sé que sólo le guían las mejores intenciones pero, sencillamente, no puedo aceptar su generosa oferta. Siempre me he costeado mis gastos. Es una promesa que le hice a mi madre antes de morir, y así es como debe continuar. Si no puede aceptarme como soy, entonces será mejor que abandone su casa.

A Miley se le nubló la expresión.

Miley: William no pretendía insultarte, mi querida Taylor. Como ha dicho, eres nuestra amiga.

Taylor se esforzó por sonreír:

Taylor: Soy feliz así, pero quiero decir que, por encima de todas las cosas, aprecio la amistad que ambos me han brindado.

William echó una ojeada a Miley. Era obvio que Taylor no cambiaría de opinión. Por supuesto, una proposición matrimonial de Robert McKay cambiaría la situación pero, de momento, McKay no había expresado sus intenciones, que por el bien de Taylor, William esperaba que fueran honorables. Por otro lado, si de verdad el hombre era un conde y Taylor sólo la doncella de una dama...

Will: La oferta queda en pie, por si cambias de opinión.

Taylor: No lo haré.

William se limitó a asentir. No podía evitar sentir admiración por la joven, y pensó que cualquier hombre sería afortunado de tener a Taylor Marley por esposa.

Incluso un conde.

Sin embargo, todavía existía la posibilidad de que McKay no fuera otra cosa que el asesino que estaba acusado de ser.

El tiempo lo diría.

El tiempo y Justin McPhee.


Las fiestas de Navidad llegaron a su fin. La madre de William abandonó su hogar y se trasladó al campo para pasar las siguientes semanas en Sheffield Hall, la propiedad familiar en Buckinghamshire. Miley y su marido dedicaron buena parte del tiempo a frecuentar la alta sociedad que, poco a poco, había empezado a recibirla en su valiosa compañía.

Los días iban pasando pero seguían sin llegar noticias de Robert McKay. Miley sabía que Justin McPhee, el investigador, estaba esforzándose por descubrir la verdad sobre el asesinato pero, hasta ahora, había tenido poco éxito.

Los que habían conocido a McKay, lo apreciaban. Antes del asesinato, había sido abogado en la localidad de Guilford, era un miembro respetable de la comunidad, y se mostraban reacios a revelar información que pudiera perjudicarle.

Era el nueve de enero. Había hecho muy mal tiempo, frío y viento con fuertes heladas, que cubrían las calles de una escarcha que no empezaba a derretirse hasta el mediodía. Sin embargo, el día antes había salido el sol, había caldeado el aire, y Miley se había sentido más animada.

Ella y tía Fiona habían decidido visitar el orfanato, cosa que hicieron lo antes posible, y llevar a los niños juguetes o un pequeño obsequio de caramelos. En particular, Miley tenía muchos deseos de ver a Marina Ann y a Terry, que se habían convertido en sus favoritos. Había transcurrido demasiado tiempo desde su última visita, que había sido antes del día de Reyes.

Cuando su carruaje, más pequeño que el coche de caballos del duque, pero con el blasón de los Sheffield, rodó hasta el edificio de ladrillos rojos que albergaba el orfanato, Miley divisó dos cabecitas que le eran muy familiares entre el grupo de niños: la de la pequeña Marina, rubia y sonriente, y la cabellera de Terry, pelirroja y revuelta, con mechones en punta.

Al verlos, Miley sintió una punzada en el corazón. Arrodillada en el camino que conducía a la entrada, los tomó en sus brazos.

Marina: ¡Qué feliz que soy! -Se abrazó al cuello de Miley-. ¡Por fin has venido! Rezo todos los días y ahora estás aquí.

Miley la abrazó otra vez.

Miley: Te prometo que la próxima vez no tardaré tanto en volver.

Un ligero tirón de falda le hizo bajar la vista y ver al pequeño Tod mirándola fijamente con sus grandes e ilusionados ojos castaños.

Tod: ¿Nos has traído caramelos?

Miley se echó a reír.

Miley: Por supuesto que sí. -Y le dio unos cuantos, y luego, la misma cantidad a Marina Ann-.

Fiona: Hay suficientes para todos -dijo desde detrás, dándole a Terry una pequeña bolsa de tela-. Coge la bolsa y repártelos entre los otros niños.

Terry: Gracias, milady, muchas gracias. -Sonrió y Miley vio que le faltaba un diente. Sosteniendo sus caramelos como si fueran monedas de oro, corrió a repartir los preciosos regalos entre sus amigos-.

Marina Ann no le soltaba la mano.

Marina: Eres tan guapa...

Miley: Tú también, cielo -dijo, de verdad, y la pequeña Marina, con su basto vestido de lana, se sonrojó y sonrió tímidamente-.

Miley le dio el último fuerte abrazo y se puso de pie, sosteniendo la mano de Marina. ¡Dios! ¡Cuánto deseaba llevarse a los niños con ella a casa! Suspiraba con gran dolor de corazón por el hijo que nunca tendría, pero era demasiado pronto para hablar de adopción. William podría sospechar, y si lo hacía, si de alguna manera descubría que era estéril y que lo había sabido desde antes de casarse...

Tragó saliva, incapaz de continuar el pensamiento.

Las mujeres se quedaron un rato con los niños; Miley prometió a la señora Gibbons, la directora, que hablaría con el duque sobre el dinero para comprar a los niños ropa nueva para la primavera, y luego ella y tía Fiona abandonaron el orfanato.

Mientras el carruaje rodaba por las calles abarrotadas, tía Fiona, cuya pequeña y voluminosa figura ocupaba el asiento de enfrente, no paró de quejarse, cosa que raramente hacía.

Fiona: Gracias a Dios que por fin ha salido el sol. -Tiró de la pesada manta de piel para cubrir mejor sus gruesas rodillas-. Pensaba que no volvería a verlo nunca más.

Miley: Sí, es increíble lo que puede subirte el ánimo un día de sol -opinó-.

Fiona: Me temo que me hace añorar mi casa, querida.

Miley miró a su tía a los ojos. Preguntó:

Miley: ¿No estarás pensando en marcharte?

Fiona: He decidido irme, y hacerlo pronto. Londres es horrible en esta época del año. No soporto la idea de pasar aquí otra semana.

Miley: ¿Estás segura de que las carreteras están lo bastante secas para viajar?

Fiona: Están lo bastante secas para que pueda llegar. Parece que tú y el duque os lleváis bastante bien, con lo cual mi presencia aquí ya no es necesaria. Y, en cualquier caso, ya hace tiempo que debería haber vuelto.

Miley estudió la bondadosa cara de su tía y recordó que William y ella ya eran marido y mujer, tal y como su tía había creído en su día que deberían ser. No pudo evitar pensar hasta qué punto todo lo que había ocurrido no había sido planeado por la anciana.

Tía Fiona lanzó un suspiro:

Fiona: Será tan agradable volver a casa...

Fuera cual fuese la verdad, Miley no quería que tía Fiona se marchase, pero la anciana echaba de menos los espacios abiertos y el aire puro del campo, y Miley no podía culparla de querer escapar de los cielos encapotados, la niebla cubierta de hollín y las calles mugrientas de la ciudad en invierno.

Esa noche, durante la cena, Miley comunicó la decisión de su tía a William, y éste la sorprendió con la sugerencia de que la acompañaran a su casa.

Will: No está tan lejos y podríamos disfrutar de unos días de descanso. McPhee ha ido al norte a hablar con Rick Lawrence, el primo de Robert, y mientras esperamos noticias, tal vez unas pequeñas vacaciones en el campo distraerían a Taylor de pensar en Robert McKay.

Era una idea tan maravillosa que Miley no pudo evitar una sonrisa de ternura al pensar en el detalle de William. Últimamente había tenido muchos, lo que hacía que le resultase cada vez más difícil guardar las distancias y mantenerse fiel a su decisión de no depositar su confianza en él tal como había hecho años antes.

Lo que hacía cada vez más difícil no quererlo.

Esa idea le causó gran preocupación. ¿Qué pasaría cuando se diese cuenta de que no sería capaz de darle un hijo? ¿Cuándo descubriese que no tendrían nunca un heredero?

No podía evitar pensar en Arthur Bartholomew, el primo gandul de William, y en lo muy necesitada que estaba su familia de un heredero.

El divorcio era un fenómeno aislado y poco frecuente, del que apenas se oía hablar, aunque ocurría de vez en cuando, y el escándalo duraba años y años. Pero William necesitaba un hijo que llevara su apellido, y el divorcio sería su única elección. Miley tembló al pensar en las terribles murmuraciones y en el aislamiento que ya había sufrido en el pasado.

Y perder a William por segunda vez..., pensaba que no podría sobrevivir.

Un dolor profundo golpeó su corazón al imaginarse a William compartiendo la vida con otra mujer, y en ese momento supo la terrible verdad.

«¡Estoy enamorada de él!»

Era demasiado tarde para salvarse, para proteger su corazón. Se había enamorado de él, lo mismo que había ocurrido en el pasado.

Le asaltó el miedo. Por delante le esperaba un camino lleno de peligros, un paisaje de dolor que podría destrozarla.

¿Cómo había dejado que eso pasase?

Empezaron los preparativos para el viaje. Taylor ayudó a Miley a hacer las maletas para la semana de vacaciones pero, en lugar de sentirse excitada, la preocupación de Miley no dejó de crecer.

Quería a William, ahora lo sabía, como también sabía que cuanto más tiempo pasara con él, más crecería su amor. Y la terrible verdad era que existían muchísimas probabilidades de que lo perdiera.

No había pensado en eso en el momento de la boda. Tía Fiona había opinado que William le debía el casarse con ella, pero ni ella ni su tía tenían idea de lo desesperadamente que su familia necesitaba un heredero, como a ninguna de ellas se le había ocurrido nunca que William pudiera plantearse el divorcio.

Estaba pensando en esa triste posibilidad cuando William la invitó a su despacho el día antes de su partida.

Aunque la recibió con una sonrisa y se levantó de su silla al verla, la incertidumbre le oprimía el corazón.

Miley: ¿Querías verme?

Will: Lo siento, amor mío, ha surgido un imprevisto y parece que tendré que cambiar mis planes.

Miley: ¿Qué ha ocurrido?

Will: Acabo de recibir una nota del coronel Pendlenton. Desea que nos reunamos y, dado que se trata de un asunto de cierta importancia, estoy obligado a asistir.

¡William no las acompañaría! Miley sintió una mezcla de vértigo y alivio. Podría viajar al campo en compañía de Taylor y de su tía, escapar de la poderosa presencia de su marido al menos durante unos días, los suficientes para ordenar sus dispersos pensamientos.

Miley: Lo entiendo perfectamente. Por supuesto debes quedarte.

Will: A menos que haya algo más que deba hacer, puedo partir al día siguiente de la reunión y reunirme con vosotras.

Era un viaje largo, pero nada más. Si William salía por la mañana, llegaría a Wycombe antes del anochecer.

Miley se mordió el labio. Necesitaba pasar algún tiempo lejos de él, por breve que fuera.

Miley: Sólo estaremos fuera una semana, y en caso de que lo hayas olvidado, también tienes una cita con tu abogado el viernes. Parece demasiada molestia para que puedas estar tan poco tiempo.

William frunció el ceño:

Will: ¿Estás segura? Estaba deseando perder de vista esta maldita niebla.

Miley apartó la mirada. Le oprimía el pecho. Ya lo echaba de menos y ni siquiera se había ido. Dado lo incierto de su futuro, era aterrador.

Miley: La verdad es que me gustaría pasar un poco de tiempo a solas con mi tía... Quiero decir, ahora que se presenta la oportunidad.

William no parecía contento, y ella sintió un peso en el corazón. Él la había amado una vez. Tal vez, al igual que le pasaba a ella, ese amor había empezado a renacer.

Incluso si ocurría un milagro y volvía a sentir lo mismo que antes por ella, estaba la cuestión del hijo y del deber que William tenía con su familia.

La culpa la atormentó. ¡Dios mío! ¡Qué había hecho!

Miley sonrió algo exageradamente.

Miley: Sólo me quedaré hasta mediados de semana. Volveré el jueves, tal y como estaba previsto.

Él asintió con un breve gesto de cabeza.

Will: Si eso es lo que deseas, puedes viajar con tu tía y te enviaré mi coche para que te traiga a casa.

Miley se limitó a asentir. Pestañeando para evitar un repentino brote de lágrimas, rodeó el escritorio y lo besó en la mejilla.

Y, girándose, cruzó el despacho y desapareció por la puerta sin volverse para mirarlo.

De regreso a su habitación, Miley pensó en William y en los días que pasaría sin él. Y cuando abrió la puerta de su suite, ya había empezado a lamentar su decisión.


Su esposa se había ido. Era una tarde tranquila y William se encontró merodeando por su casa sin rumbo. En el pasado se había sentido a gusto en las grandes salas vacías y los largos pasillos de mármol. Ahora, echaba de menos el sonido femenino de la risa de Miley, echaba de menos compartir la cena con ella mientras comentaban los acontecimientos del día, echaba de menos pasar las noches en su cama y el placer que le proporcionaba su cuerpo.

Era increíble lo rápidamente que se había acostumbrado a estar casado.

Para llenar los días, se mantuvo ocupado examinando los libros de contabilidad de los bienes y propiedades de los Sheffield, inspeccionando los informes de los administradores de las propiedades, buscando nuevas inversiones. Según pasaba el tiempo, se halló con ganas de reunirse con Howard Pendleton, un cambio refrescante en la aburrida rutina de esperar el regreso de su esposa.

Era ridículo, se dijo. Se comportaba como un adolescente recién salido de la escuela, tan enamorado de Miley como lo había estado la primera vez.

La idea le despejó la mente.

Sí, la quería. Disfrutaba de su compañía, su inteligencia, tal vez tanto como de la pasión que compartían, pero no estaba enamorado de ella. No se permitiría a sí mismo volverse a enamorar de ella otra vez.

Esa noche se fue al club de caballeros, como hizo las noches siguientes. Miley ocupaba un espacio en su vida, pero no estaba dispuesto a dejarla entrar en su corazón.

En su lugar, se acorazó contra las emociones que ella despertaba en él y se hundió, más si cabe, en su legendaria reserva.

Y cuando llegó el día de su cita con el coronel Pendleton, William se subió a su coche de caballos con un único pensamiento en la mente: ¿Habría sido el coronel capaz de convencer al primer ministro y a su gobierno de la importancia de comprar los clípers Baltimore?

Consideraba la respuesta mientras ascendía los escalones del Whitehall, camino del Departamento de Guerra, y vio que Andrew y Zac salían a su encuentro.

Will: Esperaba veros a los dos aquí.

Andrew: ¿Alguna idea de si se lleva a cabo o no la compra de la flota?

William hizo un gesto negativo con la cabeza.

Zac abrió de un tirón la maciza puerta de entrada.

Zac: Imagino que estamos a punto de averiguarlo.

El eco de tres pares de botas resonó en el pasillo que conducía al despacho del coronel. Los tres hombres entraron en la espartana sala y el coronel, que se hallaba sentado delante de su mesa, se puso en pie. Como de costumbre, la chaqueta escarlata de su uniforme lucía impecable, y llevaba el cabello plateado muy corto y bien peinado.

Pendleton: Tomen asiento, caballeros. -Los hombres se sentaron en las sillas de respaldo alto, al otro lado del escritorio-. No me andaré con rodeos. Los he convocado para comunicarles que Byron Shine, el hombre al que llaman el Holandés, ha sido visto aquí en Londres. No estoy seguro de cuáles son sus planes, pero está aquí.

Will: Interesante -dijo, recordando al hombre de cabellos rubio rojizos que había conocido brevemente en Filadelfia-.

Pendleton: Dado que Shine tiene la impresión de que su excelencia es su principal competidor en la compra de los clípers Baltimore, he creído importante que usted lo sepa.

Zac: Sí -añadió-, y es posible que crea que Andrew también está interesado dado que es sabido que sois amigos y que Andrew está muy involucrado en el comercio de mercancías.

Pendleton: Opino lo mismo -replicó el coronel-. Y eso, también, se aplica a usted, lord Brant, dado que los tres han realizado varias operaciones comerciales juntos.

Zac: Supongo que tiene sentido -estuvo de acuerdo-.

Pendleton: Ese hombre tiene muy mala reputación -prosiguió el coronel-, y hay mucho dinero en juego. Es posible que se crucen con él. De ser así, necesito que me informen. Y hasta que averigüemos qué se trae entre manos, les recomiendo que tengan cuidado.

William se limitó a asentir.

Zac: Le informaremos de cualquier cosa que oigamos -aseguró-.

Andrew: Hablaré con algunos amigos míos que se dedican al comercio marítimo -se ofreció-, a ver qué consiguen averiguar.

Finalizada la reunión, los tres amigos abandonaron el despacho de Pendleton, y sus pensamientos se alejaron del asunto que acababan de discutir para tomar un nuevo rumbo.

Andrew: ¿Tu esposa sigue fuera de la ciudad? -preguntó, desreocupadamente-.

Will: Por desgracia -respondió con tono sombrío-.

Zac sonrió.

Zac: Me complace poder decir que mi esposa está en casa esperando mi vuelta y que eso me alegra enormemente porque tengo planes para ella esta tarde que espero que sean del agrado de ambos.

Cierto brillo en los ojos color cielo de Zac no dejaba dudas de lo que había querido decir, y Andrew se echó a reír.

Andrew: Ahora que lo sugieres, no es una mala idea.

William maldijo por lo bajo.

Will: Creo que los dos habéis perdido la cabeza.

Andrew: El amor es así, amigo mío -replicó con una sonrisa-.

Will: Razón por la cual me niego a caer en ese estado.

Zac y Andrew cruzaron una mirada.

Zac: No estoy seguro de que tengamos ni voz ni voto en el asunto.

William ignoró el comentario. No estaba dispuesto a que le sucediera a él. Otra vez no.

No obstante, se sentiría contentísimo cuando regresara Miley.

Su boca se frunció ligeramente. Era posible que sus dos amigos no anduviesen tan desencaminados. El también tenía planes para Miley. El jueves, cuando regresase, tenía intención de hacerle el amor con mucho tiempo y dedicación. Después, Miley se sorprendería al descubrir que, a partir de esa noche, dejaría de dormir en su cama y compartiría la de ella.

Su miembro se puso duro al pensarlo. ¡Diantre! Se alegraría cuando ella volviese a casa.

1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

wAOOO mUCHAS Emociones..
pobre miley, con la idea de que no puede tener hijo :( y ahora que va hacer??
Will tiene que darce cuenta que esta mas que enamorado de ella...
hahha
siguela
Espero que robert solucione todo
:D

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