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domingo, 5 de junio de 2011

Capítulo 28


Brittany despertó alterada, algo indispuesta. Habían llegado a casa muy tarde, y aunque se sentía exhausta, le había costado conciliar el sueño. Ahora, un tímido sol de diciembre brillaba tras las ventanas y ponía fin a sus escasas horas de sueño. Llamó a Phoebe, que llegó al momento para ayudarla a vestirse y a peinarse, y bajó a la planta principal de la casa.

Los criados seguían ocupados con sus tareas, pues la casa, en esos días, iba a llenarse de visitas. Aunque ella no se sentía precisamente contagiada de espíritu navideño, el resto de la ciudad esperaba con impaciencia las fiestas tradicionales que se iniciaban esa noche y que se prolongarían durante los doce días de las Pascuas. A Andrew y a ella los habían invitado a casa de Zac a cenar. Toda su familia asistiría, incluida su hermana Ashley, su esposo, Scott, y su hijo David.

Habría, además, otros invitados. Los padres de Brittany habían sido convocados, pero habían rechazado amablemente. Seguro que su padrastro estaría contento, y que su madre se sentiría enormemente decepcionada. Un marqués, un conde y un vizconde reunidos en torno a la misma mesa, por no hablar de sus respectivas esposas.

En cuanto a Brittany, nada le habría gustado más que justificar su asistencia, pero no habría sido justo para Andrew. Se dijo a sí misma que acudiría. Trataría de no pensar en su padre, en su sufrimiento entre las cuatro paredes de su celda. Ni siquiera le habían permitido pagar por una en el ala de los señores. Los ánimos se hallaban demasiado alterados. El vizconde se les había escapado demasiado tiempo.

Brittany aspiró hondo y se obligó a no pensar en los pocos días que faltaban para la ejecución. La traición se consideraba el peor de los crímenes. La sentencia dictaba que debía morir ahorcado, ahogado y descuartizado, aunque en esa época ya sólo aplicaban el primero de los tres métodos. Al pensarlo sintió que la irritación ascendía por su garganta.

La mañana avanzaba, y aunque todavía era temprano Brittany y Andrew se montaron en el carruaje y se dirigieron a Bow Street. Su esposo había mandado aviso a McPhee para que los recibiera en su despacho. Cuando ella le pidió si podía acompañarle, él no se negó, aunque estuvo tentado de hacerlo, y se limitó a asentir.

Andrew: Sé lo importante que esto es para ti, Brittany. Ven si lo deseas. Tal vez puedas añadir algo que sea de ayuda.

De modo que ahí estaban, subiendo los peldaños que conducían a la entrada del edificio de ladrillo. Justin McPhee los recibió junto a la puerta y les invitó a pasar a su pequeño y desordenado despacho. Se sentaron en unas sillas de madera con respaldo agujereado situadas frente a la suya, al otro lado del escritorio.

Justin: Dígame qué ha sucedido.

Andrew: Muchas cosas, Justin. -Al investigador ya le habían informado de las circunstancias del rescate del bebé. Andrew volvió a comentarlo brevemente para completar los detalles que faltaban-.

Justin: De modo que fue su tercer oficial quien se llevó al niño, y el vizconde no estaba relacionado con el secuestro en modo alguno.

Andrew: No. Era un asunto de dinero. Y de venganza.

A Brittany aquello le parecía más que irónico. De venganza Andrew sabía bastante. Tal vez lo que había sucedido con Roger Trask había influido en su decisión de reunirse con su padre.

Justin: Habrá algo más, supongo.

Brevemente, Andrew le contó su desafortunado encuentro con el vizconde en la Posada del Pájaro en Mano.

Andrew: No tengo idea de cómo descubrió Pendleton dónde se encontraba.

Justin: Las autoridades llevaban meses siguiéndole la pista. Más tarde o más temprano, su captura era inevitable.

Andrew: Supongo que es así. En cualquier caso, en el transcurso de nuestra breve conversación, el vizconde insistió en su inocencia, como ha hecho desde el principio. Recalcó su creencia de que el conde de Collingwood es el traidor, y enumeró una serie de razones que le habían hecho llegar a esa conclusión. -Se las detalló a McPhee, que tomaba notas-. Faltan cuatro días para la ejecución -advirtió-. Necesito saber que las autoridades han apresado al verdadero culpable.

Justin: Ya no está seguro del todo.

Andrew: Es posible que el vizconde sea inocente. Mi esposa cree en la versión de su padre. Como le he dicho, debo conocer la verdad.

McPhee se puso en pie.

Justin: Tras nuestra última conversación, he realizado algunas investigaciones sobre las finanzas de lord Daniels. El vizconde tiene razón cuando afirma que el estado de sus cuentas fue más que desesperado durante un tiempo. Parece que ya no es así, y por el momento no he logrado determinar el origen del dinero que ha obtenido y le ha permitido saldar sus deudas.

Andrew: Siga investigando.

Justin: He contratado a un hombre para que lo haga. Si me da usted su permiso, ofreceré públicamente una recompensa para quien dé con el paradero de ese joven, Peter Foster.

Andrew: Que sea generosa -pactó-.

Justin sostenía las notas en la mano.

Justin: Me resulta interesante que el vizconde mencionara Folkestone como lugar de residencia de lord Collingwood. Como dijo lord Forsythe, la zona es famosa por las actividades relacionadas con el contrabando, y sin duda establecería un lugar adecuado para los encuentros con los franceses. Se trata de una vía que no se me había ocurrido investigar, y por el momento no disponemos de gran cosa más. Si parto esta misma mañana en el correo, puedo estar de vuelta en un par de días. Tal vez en Folkestone averigüe algo que pueda sernos útil.

Andrew: Avísenos tan pronto regrese.

Justin: Por supuesto. Así lo haré, milord.

Andrew ayudó a Brittany a levantarse, y Brittany miró al investigador con ojos de gratitud.

Britt: Gracias, Justin.

Justin: Espero poder ser de ayuda, milady.

Abandonaron el despacho y, cuando iban camino de casa, Andrew ordenó al cochero que se detuvieran primero en casa de Zac y Vanessa, y luego en la mansión del duque. Aunque los dos hombres acordaron hacer todo lo posible por descubrir algo, el tiempo se les echaba encima. Los jueces no iban a perder el suyo. Faltaban apenas tres días para la ejecución.

La Nochebuena llegó sin noticias de Justin. Faltaba sólo un día y medio para que ahorcaran a su padre. Al amanecer del día siguiente se acabaría la ejecución, y ella no habría tenido nunca la ocasión de conocerlo bien. Apenas habían pasado tiempo juntos. Lo poco que sabía de él era a través de las cartas que le había enviado a lo largo de aquellos años, y sin embargo, en lo más profundo de su corazón, ella sabía que decía la verdad, que era inocente del crimen por el que iba a morir ahorcado.

Vestida con un sencillo vestido azul oscuro, de terciopelo, con el pelo recogido en un discreto moño, sentada en el taburete frente al tocador, trataba de reunir valor para ponerse en pie cuando Andrew entró en su dormitorio, se acercó a ella y, agachándose, la besó en la mejilla.

Andrew: No tenemos por qué ir, amor mío. Si lo prefieres podemos quedarnos en casa. Sé lo difícil que todo esto resulta para ti.

Brittany suspiró.

Britt: Me sentiré fatal en cualquier caso, esté donde esté. Además, siempre cabe la posibilidad de que Zac y Vanessa hayan averiguado algo.

Andrew: Will también asistirá, acompañado de su madre. Tal vez él traiga noticias.

Ella asintió, aunque sabía que si sus amigos hubieran descubierto algo, le habrían enviado noticia. Con todo, se puso en pie, decidida a esforzarse al máximo por mostrar su mejor cara. Por el bien de Andrew. Después de todo, era Navidad. Tal vez Dios hiciera un milagro por su padre. Esbozó una sonrisa, tomó aliento y se dirigió a la puerta. Pero Andrew la interceptó y la detuvo.

Andrew: Espera. Hay una cosa que quiero decirte.

La puso de espaldas y, con suavidad, le quitó el collar de zafiros, que hacía juego con su vestido, y abrió la tapa del joyero, del que extrajo el de perlas y diamantes, que reposaba en su tapete de seda.

Andrew: Creo que tal vez esta noche deberías ponerte este otro -le sugirió, rodeándole el cuello con la hilera de perlas-. Tal vez te traiga suerte, como en ocasiones anteriores.

Ella se secó las lágrimas al recordar el regreso de su hijo.

Britt: Sí, gracias. Es una muy buena idea.

Y permaneció inmóvil mientras él le abrochaba el collar y le daba un beso en la nuca, antes de conducirla al pasillo.

Al llegar al pie de la escalera ya se sentía algo mejor, aunque lo atribuyó no tanto a las perlas como a la consideración de su esposo.

Fuera por la razón que fuese, el caso es que cuando llegó a casa de Zac y Vanessa, estaba convencida de que lograría soportar la noche que les esperaba.

Sorprendentemente, la presencia de amigos y familiares le ayudó mucho más de lo que esperaba. Ashley y Scott se mostraron muy cariñosos, y sin duda se alegraban de verla. La madre de Will y duquesa de Sheffield resultó ser una señora alegre y gran conversadora. Para gran sorpresa de Brittany, su cuñada, Kate Seeley, acababa de llegar de Belford para asistir a la cena, y las dos amigas se fundieron en un sentido abrazo.

Kate: ¡Qué alegría tan grande verte! -exclamó, el pelo rubio y rizado recogido en un tocado alto, preciosa con su vestido de pliegues de seda y terciopelo rojo-.

Britt: Yo también me alegro mucho, Kate. No sabía que venías.

Kate la miró de reojo.

Kate: No sabía si podría, pero Charlie insistió. Decía que me haría bien venir, y tenía razón. Ven, tengo que presentártelo.

Brittany conoció al fin al rico terrateniente con el que Kate parecía tan entusiasmada, y le cayó bien al momento. Se trataba de un hombre grande y corpulento, una especie de oso, con una sonrisa encantadora y bondadosos ojos azules.

Habría sido una velada encantadora de no haberse visto empañada por la situación del vizconde, en la soledad de una sórdida celda. Sólo Zac, Vanessa y Will sabían de la enorme tristeza que Brittany trataba de disimular. Sólo sus amigos conocían que el vizconde de Forsythe, el hombre que estaba a punto de morir ahorcado, era su verdadero padre. Pero todos se mostraron particularmente amables esa noche, y todos pronunciaron palabras de esperanza.

Ness: Mi ama de llaves, la señora Gray, ha hablado con la tuya, la señora Winthorpe. La señora Winthorpe le dijo a la señora Gray que estabas buscando a un joven, a un tal Peter Foster, y ella le dijo que tenía una amiga que tal vez supiera dónde encontrarlo.

Britt: Oh, Ness, eso sería maravilloso.

Ness: Mañana sabremos algo más.

Brittany asintió y, por primera vez desde la captura de su padre, hasta ella llegó un rayo de esperanza.

Will la llevó aparte y le informó de que tenía un amigo banquero que llevaba la sucursal del Banco de Londres en la que lord Collingwood guardaba su dinero.

Will: Denworth asegura que el conde depositó grandes sumas en un breve periodo que siguió al juicio de tu padre. Por desgracia desconoce el origen del dinero, pero me ha confirmado que la suma es importante, y que las transacciones se realizaban siempre en efectivo.

Britt: ¿Cómo logró que se lo revelara? Sin duda los banqueros han de ser discretos.

Will sonrió.

Will: Cuando uno es duque, querida, puede solicitar favores sin límite.

Zac también le habló con relación a Peter Foster.

Zac: Si damos con él, yo mismo lo llevaré frente a los jueces. Y me aseguraré de que dé su versión de los hechos.

Britt: Gracias -balbuceó con un nudo en la garganta-. Pase lo que pase, habéis demostrado ser los mejores amigos del mundo.

Así, la cena de Nochebuena no resultó un completo desastre, y aunque nada de lo que durante ella se dijo bastaba por sí solo para salvar a su padre, sí lo fue para llenar a Brittany de esperanza. Junto al apoyo de su esposo, se vería capaz de enfrentarse a los momentos que esperaban.

El último día transcurrió sin noticias de Justin McPhee. Se acercaba la noche y no llegaba ningún mensaje. La ejecución tendría lugar al amanecer. Brittany se había retirado a su habitación a llorar su pena, y Andrew no se atrevía a molestarla.

Sentado a su escritorio, incapaz de concentrarse en los libros de cuentas que tenía delante, Andrew suspiró. Después de tantos meses buscando al vizconde, jamás imaginó que desearía ver pospuesto el momento de su ejecución.

Pero necesitaba más tiempo, quería revisar todos los datos, debía asegurarse de que el hombre que moriría al alba era en realidad quien había cometido el delito.

Pero eso no iba a suceder. Ni siquiera con la ayuda del duque y el conde. No había pruebas evidentes de que el vizconde de Forsythe fuera inocente -ni siquiera Andrew podía estar seguro-. Y después de todo el dinero y todo el tiempo que las autoridades habían invertido en su búsqueda, media ciudad esperaba con impaciencia el espectáculo de su muerte.

Ya era tarde cuando Andrew se retiró a su habitación. Consideró si debía dejar sola a su mujer en su dormitorio, para darle tiempo a llorar su pena, pero hacía semanas que compartían la misma cama, y cuanto más lo pensaba, más se convencía de que no le haría ningún bien estar sola.

Así, se desvistió, se puso su batín de seda color borgoña y entró en el dormitorio de Brittany.

Lo encontró todo en silencio, a oscuras, ni siquiera iluminado por el resplandor del fuego que, a pesar del frío, parecía haberse apagado. Se quitó el batín y se metió en la cama, a su lado, apartando un poco las sabanas para acercarse a ella.

Britt: Preferiría estar sola, Andrew.

Andrew: Esta noche no -dijo con la voz que usaba a bordo de su barco-. Esta noche dormiré en tu cama, si es ahí donde tú pretendes dormir.

El cuerpo de Brittany se estremeció unos instantes, y Andrew oyó su suspiro de resignación.

Britt: Si insistes…

Andrew: Insisto. -Se acercó más y se pegó mucho a ella, que seguía tensa y distante. Con gran ternura, él le besó el cuello-. Duérmete, mi amor. Recuerda que estoy aquí por si me necesitas.

Ella permaneció en silencio un poco más, y entonces un sollozo brotó de lo más profundo de su garganta. Se volvió hacia él, le pasó los brazos alrededor del cuello y empezó a llorar sobre su hombro. Él no trató de calmarla, pues vio que necesitaba llorar, que lo necesitaba a él, y se alegró de haber acudido a la habitación.

Al cabo de un rato el llanto disminuyó, y al fin Brittany quedó en silencio. Su cuerpo había abandonado el estremecimiento y se amoldaba a la forma del suyo, que seguía acurrucado a su lado. No tardó en quedarse dormida.

Andrew también habría querido conciliar el sueño, pero no lo lograba. El padre de Brittany moriría con las primeras luces del alba. Ojala ese amanecer no llegara nunca.

Andrew: ¿Pero qué diablos crees que estás haciendo?

Al pie de la escalera, Brittany miraba a su esposo, que se encontraba en el rellano. Como siempre que lo veía, el corazón le dio un vuelco.

Britt: Me voy, Andrew. Y no trates de impedírmelo.

Vio que Andrew descendía los últimos peldaños y sintió su poderosa presencia a su alrededor, sus manos que la sostenían con dulzura por los hombros.

Andrew: Escúchame bien, Brittany. ¿De verdad crees que a tu padre le gustaría que le vieras morir? ¿Crees que le gustaría que lo recordaras así?

Britt: Su esposa no estará presente, no tiene valor para soportarlo. Y a sus hijos les dará terror el escándalo. Quiero que sepa que hay alguien en el mundo que le cree, alguien a quien le importa lo que le ocurra.

Andrew apretó los dientes. Por un momento pareció que iba a prohibirle asistir. Pero entonces asintió secamente.

Andrew: Si tan convencida estás, te acompañaré.

Brittany asintió también con un breve movimiento de cabeza, pues si añadía algo más se echaría a llorar, y prefería evitarlo.

Britt: Gracias.

Andrew: ¿Estás segura, Brittany? ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

Britt: Debo estar presente, Andrew, es mi padre.

Él se dio la vuelta y se dirigió al mayordomo.

Andrew: Señor Owen, envíe a uno de los lacayos a por el carruaje.

Owen: Como desee, milord.

Owen le miró, cómplice, y ella se preguntó cuántos criados sabrían de su relación con el vizconde. Resultaba difícil guardar secretos en una casa del tamaño de la del marqués, y tras su investigación sobre el joven Foster, era evidente que sabían más de lo que simulaban saber.

Con todo, a Brittany no le importaba. Ya no le importaba que se supiera que su verdadero padre era el vizconde de Forsythe. Ella no creía que fuera un traidor, y no se avergonzaba de él. En la Posada del Pájaro en Mano había dicho su nombre en voz alta, y más tarde a Andrew le había preocupado que el coronel Pendleton lo hubiera oído, que si el coronel sabía que era hija del vizconde la considerara sospechosa de haberle ayudado a escapar.

Pero el incidente no había pasado de ahí, y Andrew suponía que, habiendo capturado a Forsythe, las autoridades preferirían dejar las cosas como estaban.

El carruaje puso rumbo a su macabro destino, la calle empedrada de la cárcel de Newgate. La ejecución tendría lugar a las ocho de la mañana. Salían con tiempo de sobra para llegar, con tiempo de sobra para unirse a la multitud que rodearía la horca con impaciencia para ver al hombre que, en su opinión, merecía pagar ese precio por haber traicionado a su país.

Aunque había un tráfico intenso a esas horas de la mañana, pues las calles estaban abarrotadas de carretas y vagones de carga, así como de un sinfín de taxis, llegaron a la prisión bastante antes de las ocho.

Andrew ordenó al cochero que se detuviera en una calle lateral, entre muchos otros vehículos lujosos de los que descendía la crème de la crème de la alta sociedad, que había acudido a presenciar cómo uno de los suyos acudía al cumplimiento de lo que, para ellos, era un destino merecido.

Cuando Brittany se bajó del carruaje tuvo que hacer esfuerzos por contener las lágrimas, pues no estaba preparada para lo que veían sus ojos. Un mar de londinenses se extendía ante ella, mezcla de carteristas y damas de la noche, de chulos y presumidos, de damas distinguidas y caballeros de nobleza. Allí se habían reunido vendedores de pasteles y panes de jengibre, y por todas partes deambulaban feriantes que difundían sus alfombras, lo mismo que algunas mujeres que asaban manzanas para venderlas. En los alrededores se bailaba y se reía, se comía y se bebía. De no ser por los soldados, armados con sus lanzas, y que rodeaban los extremos de la multitud, el ambiente general era de celebración.

Brittany respiró hondo y Andrew la tomó por la cintura para tranquilizarla.

Andrew: ¿Estás bien?

Ella asintió. A diferencia de los demás, que en algunos casos se habían vestido con terciopelos y pieles, ella iba vestida de negro de los pies a la cabeza: vestido negro, zapatos negros, sombrero y velo del mismo color.

También su corazón se cubría de luto. Había acudido allí por su padre, un hombre al que apenas había empezado a conocer. A pesar de ello pretendía estar a su lado, pues a su lado había estado desde el principio.

Se volvió para ver mejor a la multitud que se agolpaba frente a la horca de madera que unos caballos habían arrastrado hasta allí desde el interior de la prisión. Por un instante la muchedumbre pareció hacerse más espesa y querer expulsarla. Pero ella, con gran determinación, se fue abriendo camino y, tras ella, oyó que Andrew maldecía.

Andrew: Maldita sea, Brittany, no tienes por qué acercarte tanto. Has hecho por tu padre más que todos sus conocidos.

Britt: Quiero que sepa que estoy aquí.

Andrew: No te hagas esto, amor mío. Te digo por experiencia que este tipo de recuerdos te persiguen por el resto de tu vida.

Ella alzó la vista, haciendo esfuerzos por no llorar.

Britt: Tengo que hacerlo, Andrew. No me queda alternativa.

Apartándose de él, siguió avanzando, tratando de encontrar un sitio desde el que su padre pudiera verla. Andrew iba a su lado, la ayudaba a abrirse paso entre la multitud, muy cerca, por si lo necesitaba.

Andrew: Por aquí -dijo, guiándola hasta un lugar en lo alto de un tramo de escaleras de un edificio cercano. Brittany sintió su mano en la cintura, prestándole apoyo, y como si no le amara lo bastante, ese simple gesto le hizo adorarlo-.Ya vienen -le susurró, y ella siguió la dirección de sus ojos hasta la puerta, que se abría en ese instante en medio del siniestro edificio de ladrillo que dominaba la calle-.

Ese día no había más presos que hubieran de morir en la horca. La ejecución de un traidor, de un vizconde nada menos, de un hombre que había escapado de su condena casi un año entero, era un acontecimiento lo bastante importante en sí mismo.

A Brittany se le encogió el corazón al presenciar la alegre reacción del público cuando el condenado abandonó las cuatro paredes de la cárcel, con las piernas atadas con grilletes de hierro. Ya no llevaba barba, ni las gafas que durante tanto tiempo le habían servido para camuflarse. Se vestía con las ropas modernas de un caballero, pantalones marrones, una chaqueta con el cuello de terciopelo y corbatín blanco acicalado. Avanzaba con la cabeza muy alta, enfrentándose así a los instantes finales de su vida.

A Brittany se le formó un nudo en la garganta y las lágrimas nublaron su visión.

Britt: Padre… -susurró. Notó que la mano de Andrew buscaba la suya y entrelazaron sus dedos. Al hacerlo, sintió su tranquilizadora presencia más cerca-.

La multitud abucheaba, arrojaba objetos al traidor, le insultaba. Él mantenía la vista fija frente a él, aristócrata al fin y al cabo, y el corazón de Brittany se llenó de orgullo de hija.

El grupo de hombres se detuvo en el exterior de la puerta y al condenado le quitaron los grilletes. Durante un momento todo el mundo se echó hacia delante y ella no pudo ver lo que sucedía. A medida que la multitud humana regresó a sus posiciones, distinguió a una mujer que le resultaba familiar, y ahogó un grito.

Britt: ¡Tía Matilda! -exclamó, e inició el descenso de los peldaños, tratando de acercarse a la señora y a su acompañante, que se abrían paso entre la muchedumbre-. ¡Lady Smith!

Las dos alzaron la vista al oír sus nombres.

Andrew: Tú quédate aquí -le ordenó-. Voy a buscarlas.

Minutos después, entre lágrimas, tía y sobrina se fundían en un abrazo, mientras lady Smith se secaba el llanto que se deslizaba por sus mejillas.

Matilda: Debería haber imaginado que te encontraría aquí -dijo. Su pelo canoso brillaba con los primeros rayos de sol-. Querida niña, eres tan valiente… Me siento orgullosa de ti.

Permanecieron abrazadas unos instantes, pues ninguna de las dos deseaba separarse.

Britt: ¿Cómo te has enterado de la ejecución? Hace poquísimo que lo capturaron. ¿Cómo has llegado tan pronto?

Matilda: Ya veníamos de camino a Londres. Llegamos ayer noche. Recibí una carta de Víctor en la que me informaba de su presencia en la ciudad, y confiaba que lograría dar con él para ver si, de algún modo, lograba ayudarle a demostrar su inocencia. Y esperaba verte a ti también, por supuesto, y conocer a mi nuevo sobrino, el pequeño Alexander. Al llegar me enteré de la terrible noticia.

Britt: Oh, tía Matilda. Sé lo mucho que le quieres. Yo apenas puedo creer que esto esté sucediendo. Ojala pudiéramos hacer algo.

Matilda: Tú has hecho más de lo que nadie podría exigirte.

Britt: Me alegro tanto de que hayas venido… -dijo, tragándose las lágrimas-. Quería que supiera que había alguien que le quería, y ahora lo sabrá. -Respiró entrecortadamente. Debía ser fuerte. Por su padre, y ahora también por la mujer que lo había criado-.

Matilda: Es inocente -dijo con los ojos arrasados en lágrimas-. Esperaba que hallara el modo de demostrarlo.

Brittany no dijo nada. El nudo en su garganta se hacía cada vez mayor y casi no podía hablar.

Britt: Ojala hubiéramos dispuesto de más tiempo -balbuceó, asintiendo-.

Tomó la mano de su tía y se la estrechó con fuerza cuando vio que conducían a su padre a la horca. Los hombres ascendieron por el corto tramo de peldaños y el vizconde les siguió con gran compostura, la cabeza alta, los ojos fijos en un punto indeterminado del horizonte. En lo alto del entarimado, un sacerdote esperaba junto a la horca. Intercambió algunas palabras con el condenado, pero el ruido les impidió oír qué se decían.

Sin soltarse de la mano de tía Matilda, Brittany miró hacia la horca y durante una fracción de segundo los ojos de su padre se posaron en los suyos. La había visto, lo sabía, había visto a tía Matilda y a lady Smith, había visto a las mujeres que lo amaban, ahí, juntas, para transmitirle sus fuerzas en silencio.

Los hombres, en la tarima, se dirigieron a sus puestos. El cura comenzó a recitar pasajes de la Biblia; un hombre delgado y calvo, vestido con ropa oscura, oficiaba el proceso; y el ejecutor, de negro riguroso, se mantenía a un lado. Brittany cerró los ojos y se puso a rezar.

Así seguía, orando en silencio, cuando oyó un alboroto tras de sí. Miró en la dirección de los abucheos y distinguió con gran sorpresa a Zac Efron, que se abría paso entre la multitud, arrastrando por el cuello a un joven flaco. Algo más atrás venía Justin McPhee, que tiraba de un señor bajo y rechoncho al que no había visto nunca.

Andrew: ¡Por la sangre de Cristo! Han descubierto algo. -la agarró por los hombros-. ¡Quédate aquí con tu tía y con lady Smith hasta que vuelva!

Pero ella no podía permanecer en ese mismo sitio, claro. Aquélla era la oportunidad por la que tanto había rezado, su última esperanza de salvar a su padre.

Matilda: ¿Qué sucede? ¿Qué está ocurriendo?

Brittany señaló a los hombres que se abrían paso hacia la horca.

Britt: Esos hombres son amigos míos. Quieren ayudar a demostrar la inocencia de padre. Debo ir junto a él. Tal vez pueda serles de utilidad.

Se soltó las cintas del sombrero, se levantó el velo y se lo quitó, se alzo un poco los faldones y empezó a abrirse paso entre la muchedumbre que se agolpaba alrededor del entarimado. Por el rabillo del ojo vio dos rostros que también le resultaban familiares, y que se dirigían al mismo lugar. La esperanza regresó a ella cuando distinguió al duque de Sheffield y reconoció al hombre al que éste apuntaba con su pistola para hacerle avanzar hacia la horca; ¡nada menos que el conde de Collingwood!

Britt: ¡Por favor! ¡Disculpen! ¡Abran paso!

Avanzó unos pocos metros y clavó la vista en su padre. Vio que el vizconde contemplaba a los recién aparecidos con la misma esperanza en los ojos que brillaba en los de Brittany.

«Por favor, Dios, que traigan las pruebas que necesitamos.»

2 comentarios:

Natalia dijo...

Dios!!!!
siguela yaaaa!!!
Lo dejas en los más interesante!!! eso no vale jo:(
Muackkkk

TriiTrii dijo...

Siiiii!!!!
Hay pruebas!!!!
Van a salvar al papa d britt :D
pero pq la dejas ahii!!!???
Cuando ya hay pruebas y puff la dejas!!
Siguelaaaa!!!
Esperare el otro capiii!!!'
Bye byeee ;)

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