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martes, 7 de junio de 2011

Capítulo 2


Ness: ¿Te fijaste en cómo la miraba?

Alisando un rizo de su espesa melena negra, Vanessa Efron, condesa de Brant, se hallaba sentada en el sofá de seda que adornaba el salón azul de la casa unifamiliar que compartía con su marido y su hijo de diez meses. Su encantadora, y rubia hermana, Alysson, lady John Chezwick, y su mejor amiga, Brittany Seeley, marquesa de Belford, estaban sentadas cerca de ella.

Britt: Era un espectáculo impresionante. Echaba fuego por los ojos. Nunca había visto una expresión semejante en su cara.

Alysson: Lo más probable es que sólo estuviera enfadado porque había ido -razonó-. ¡Ojala hubiera estado allí para verlo!

Vanessa había pedido el té, pero el mayordomo todavía no había llegado con el carrito aunque, a través de la puerta, podía oír el traqueteo de las ruedas sobre el suelo de mármol del pasillo.

Ness: No estabas allí porque estabas en casa con John, haciendo cosas mucho más divertidas que asistir a una gala benéfica.

Alysson se rió tontamente. Era la más joven de las tres mujeres e, incluso después de haberse casado, seguía siendo la más ingenua.

Alysson: Hemos disfrutado de una noche maravillosa. John es tan romántico... De todas maneras, me habría gustado ver en persona a una auténtica mujer de la vida.

Britt: Lo siento por William. Debió de quererla con locura. Intentó ocultarlo, pero estaba furioso, incluso después de todos estos años.

Ness: Sí, y William casi nunca pierde la calma -añadió, y suspiró-. Es terrible lo que le hizo. No comprendo cómo lo pudo engañar de esa manera. William acostumbra a tener buen ojo para las personas.

Alysson: ¿Y que fue exactamente lo que hizo? -preguntó inclinándose hacia delante en su silla-.

Ness: Según Zac, Miley invitó a un amigo de William a subir a su dormitorio y acostarse en su cama, mientras William y otros invitados estaban reunidos en el salón. William descubrió el incidente y puso fin a su noviazgo. El hecho se hizo público, y el escándalo lo persiguió durante años.

Brittany alisó una pequeña arruga que se había formado en su falda de cintura alta de tela rosada.

Britt: Miley Cyrus es la razón por la que William está decidido a hacer un casamiento sin amor.

Aunque la semana pasada su bebé, Alexander Andrew, había cumplido seis meses, Brittany había recuperado su figura ágil.

En ese preciso instante Simon llamó a la puerta y Vanessa hizo señas al bajo y robusto mayordomo para que entrara en la habitación. El carrito del té vibró al pasar por encima de la alfombra oriental, y se detuvo delante del sofá, después de lo cual el hombrecito abandonó silenciosamente el salón.

Ness: No todo está perdido -respondió a Brittany, mientras se inclinaba para servir el té en las tazas de porcelana con bordes de oro-. Le has dado el collar a William, de modo que todavía existe un rayo de esperanza.

William había desempeñado un papel decisivo en salvar la vida de Brittany y la de su bebé recién nacido. Ella deseaba que su amigo encontrara la felicidad que ella había encontrado con Andrew, por lo que había hecho un regalo muy especial al duque: el Collar de la Novia, una joya del siglo XIII creada para la novia de lord de Fallon. El collar, decían, tenía una maldición: podía traer grandes alegrías o grandes desgracias, según el corazón de su dueño fuese puro o no.

Britt: Supongo que tienes razón -estuvo de acuerdo-. William tiene el collar, de modo que hay una posibilidad de que encuentre la felicidad.

Alysson jugueteó con el asa de su tacita.

Alysson: ¿Y si todas las cosas que os han pasado a ti y a Vanessa hubieran sido extrañas coincidencias que no tuvieran nada que ver con el collar? Podría ser, ¿no os parece?

Vanessa lanzó un suspiro, sabedora de que su hermana podía tener razón.

Ness: Supongo que es posible, pero...

Sin embargo, Vanessa no podía evitar pensar en la época en que el collar le había pertenecido, en el maravilloso hombre con quien se había casado y en la preciosa criatura, su hijo, Derek Zachary, que en esos momentos dormía en una habitación en el piso de arriba.

Ni tampoco que le había dado el collar a Brittany, y que esta había conocido a Andrew y lo había salvado del siniestro pesimismo que lo envolvía. Brittany, que ya tenía un marido y un hijo maravillosos.

Y también estaba su padrastro, Jack Whiting, barón de Harwood, un hombre diabólico que había sido propietario del collar y cuyos restos se descomponían en una tumba.

Con un estremecimiento, Vanessa apartó el desagradable pensamiento de la mente. Concluyó:

Ness: Sabemos que William es un hombre de buen corazón. Esperemos que el collar surta efecto.

Alysson dejó de estudiar las hojas de té que reposaban en el fondo de la taza y levantó la vista.

Alysson: Es posible que el duque acabe enamorándose de Melissa. Eso sería la solución perfecta.

Vanessa lanzó una mirada a Brittany e intentó no sonreír cuando ésta puso los ojos en blanco.

Ness: Ésa es una buena idea, Alysson. Es posible que así sea.

Sin embargo al recordar la venenosa mirada que William había lanzado a Miley Cyrus, le costó imaginárselo.


Miley: Por favor, tía Fiona, no puedo hacerlo. ¿Cómo puedes pedirme que vuelva a pasar por semejante calvario?

Las dos mujeres conversaban, de pie, en el dormitorio de Miley, en la elegante suite del hotel Chesterfield, en una hermosa habitación decorada en tonos dorados y verde oscuro. Tía Fiona había alquilado las habitaciones por dos semanas, hasta que zarpara el barco que las llevaría a Norteamérica.

Fiona: Vamos, querida niña, no exageres. Este acontecimiento social es completamente diferente. Para empezar, se trata de una merienda y no de un baile, y asistirán unos cuantos niños. Sé lo mucho que adoras a los niños y lo buena que eres siempre con ellos.

Miley jugueteó con el pompón de su peinador azul. Aún no habían dado las doce del mediodía. El acto benéfico empezaría en algo más de una hora.

Miley: Aunque el acto sea diferente, la gente me evitará igualmente. Viste con tus propios ojos cómo me trataron.

Fiona: Sí, lo vi, y me sentí muy orgullosa de tu actitud. Dejaste bien claro que tenías tanto derecho a estar allí como cualquiera de los presentes. En mi opinión, te desenvolviste a las mil maravillas.

Miley: No hubo un solo instante en que no me sintiera mal.

Fiona Chamberlain suspiró de manera melodramática.

Fiona: Sí, bueno, lamento mucho que vieras al duque -dijo mirando a Miley desde debajo de las plateadas cejas, finamente depiladas-. Menos mal que ese hombre no te causó ningún problema.

Miley no mencionó la mirada rabiosa que le había lanzado ni tampoco la furiosa expresión que apenas podía ocultar.

Miley: Lo habría lamentado, si hubiera abierto la boca.

Fiona: Bueno, esta vez te prometo que no estará -dictó-.

La joven miró a esa mujer que le llegaba por debajo del hombro y que pesaba casi el doble que ella. Preguntó:

Miley: ¿Cómo puedes estar tan segura?

Fiona: La última vez fue pura casualidad. Un acto benéfico a la hora del té no es el tipo de acontecimiento social al que asiste un duque. Además, no te lo pediría si me sintiera en forma. Últimamente no me encuentro demasiado bien. -Y fingió un ligero ataque de tos con la intención de que Miley se sintiera algo culpable-.

Miley, en cambio, lo interpretó como su última y única esperanza.

Miley: En ese caso, si no te encuentras bien, lo mejor sería que tú también te quedaras en casa. Podríamos saborear un delicioso té caliente, encargar unos bollitos y...

Su tía la interrumpió:

Fiona: Como copresidenta de la Asociación, tengo deberes y responsabilidades. Lo sobrellevaré bien siempre que tú me acompañes.

Miley hundió los hombros en señal de desánimo, ¿Cómo se las ingeniaba su tía para salirse siempre con la suya? Aunque, para hacerle justicia, su tía había accedido a acompañarla en el difícil viaje a Norteamérica. Asistiría a la boda y se quedaría con ella hasta que se instalase con su marido en su nuevo hogar. Visto así, seguro que podría reunir las fuerzas necesarias para soportar el último acto benéfico antes de su partida.

Y, tal y como había dicho tía Fiona, los niños estarían allí. Al menos, vería algunas caras amigables en el acto benéfico, que la ayudarían a pasar la tarde.

Unos golpecitos la sacaron de su embelesamiento. Al cabo de unos instantes, la puerta se abrió de par en par y entró en la habitación su doncella, Taylor Marley.

Taylor: Lady Wycombe me ha mandado llamar.

Fiona: ¿Quieres que te ayude a elegir un vestido? -Miley puso los ojos en blanco pensando que su suerte estaba echada desde el principio-. Bien, en ese caso, te dejo para que te vistas -replicó mientras caminaba hacia la puerta-. Avísame cuando estés lista.

Aceptando su destino, Miley asintió con un resignado gesto de cabeza, y tan pronto como se cerró la puerta, Taylor corrió al armario de luna pegado a la pared. A los veinticuatro años, un año más que Miley, Taylor Marley era más alta y de complexión más delgada que ella, una mujer de cabellos rubios, atractiva a su manera, y de un carácter especialmente dulce.

Taylor era una joven bien criada, cuyos padres habían fallecido inesperadamente de unas fiebres. Huérfana y en la miseria, había llegado a Wycombe Park casi cinco años antes, tratando por todos los medios de encontrar trabajo.

Tía Fiona la había contratado inmediatamente como doncella de Miley pero, a lo largo de los años, las dos habían llegado a ser algo más que la señora y su doncella. Taylor Marley, hija de un párroco destinada probablemente a convertirse en una solterona, se había convertido en su mejor amiga.

Taylor abrió la puerta del armario. Aunque la mayor parte del equipaje de su señora se hallaba en pesados baúles de piel como parte de los preparativos para el viaje, de las perchas aún colgaba una imprescindible colección de vestidos.

Taylor: ¿Quiere ponerse el vestido de tela color azafrán, bordado con rosas? -le preguntó, mientras sacaba del armario uno de los vestidos favoritos de Miley-.

Miley: Supongo que el vestido color azafrán es adecuado para la ocasión. -Dado que no podía librarse de asistir al maldito acto, quería ir lo más guapa posible, y llevar el vestido de tela amarillo siempre la hacía sentirse atractiva-.

Taylor: Siéntese para que la peine -le ordenó-. Lady Wycombe me cortará la cabeza si la hago llegar tarde al acto.

Miley suspiró.

Miley: Te juro, y esto que quede entre las dos, que me sorprende que alguna vez tome decisiones.

Taylor se echó a reír.

Taylor: La quiere a usted y está empeñada en que vuelva a su círculo social. Desea que sea feliz.

Miley: Y seré feliz cuando haya emprendido el viaje a Norteamérica. -Se apoderó de la delgada mano de Taylor-. No sabes lo mucho que te agradezco que hayas accedido a acompañarnos.

Taylor: Estoy contenta de acompañarla. -Esbozó una sonrisa-. ¡Quién sabe! Lo mismo nos espera una nueva vida en Norteamérica.

Miley sonrió también.

Miley: Sí, ¡quién sabe!

Eso era, sin duda, lo que ella esperaba. Estaba harta de no disfrutar de la vida, harta de vivir recluida en el campo, con pocos amigos y sólo con la esperanza de recibir la visita ocasional de los niños del orfanato. Ansiaba la oportunidad de emprender una nueva vida en América, un lugar donde nadie había oído nunca hablar del escándalo.

Entre tanto debía reunir el valor suficiente para superar el trance amargo de la merienda organizada por su tía.


William escogió una chaqueta verde musgo para combinar con el chaleco crema de piqué. Su ayuda de cámara, un hombre bajo, delgado y algo calvo que llevaba años a su servicio, le ayudó a ponerse derecho el nudo de su pañuelo.

Peterson: Listo, excelencia.

Will: Gracias, Peterson.

Peterson: ¿Querrá alguna cosa más, señor?

Will: No hasta que vuelva, que será seguramente a última hora de la tarde.

No tenía intención de quedarse mucho tiempo en la merienda con fines benéficos, sólo lo justo para presentar sus respetos y, por supuesto, dejar un cheque de una suma considerable para los huérfanos. Después de todo, era un deber ciudadano.

Se dijo que su asistencia no tenía nada que ver con la posibilidad de volver a ver a Miley Cyrus, y se convenció de que si volvía a encontrársela, la ignoraría tal y como había hecho antes.

No le diría ni una palabra de todo cuanto había deseado decirle cinco años atrás, ni le revelaría lo mucho que le había dolido su traición. No le daría la satisfacción de saber cuánto lo había hundido, y que durante muchas semanas después de lo ocurrido apenas había sido capaz de seguir viviendo. Al contrario, dejaría bien claro el desprecio que sentía por ella sin decirle una sola palabra.

La calesa esperaba delante de su casa, una espléndida construcción de tres plantas en la plaza Hanover, que su padre había encargado construir para su madre, que entonces vivía en un edificio separado, más pequeño pero no por eso menos elegante, en la parte este de la mansión.

Un lacayo abrió la portezuela del carruaje. William subió los escalones, se acomodó en los mullidos cojines de terciopelo rojo, y con un ruido sordo, el carruaje echó a andar por la calle empedrada. La merienda se celebraba en el distrito residencial de Mayfair, en los jardines de la residencia del marqués de Denby, cuya esposa participaba activamente en la organización de actos benéficos para las viudas y los huérfanos de Londres.

La mansión, situada en la calle Breton, no se encontraba muy lejos. El carruaje se detuvo delante de la puerta y un lacayo abrió la portezuela. William despidió al carruaje y subió los escalones hasta el porche de la entrada donde dos lacayos de uniforme, lo guiaron hasta el jardín situado en la parte posterior de la casa.

Como esperaba, había llegado la mayoría de los invitados, quienes se apiñaban en pequeños grupos dispersos por la terraza o paseaban por los senderos de grava que surcaban el frondoso jardín.

Un grupo de niños, vestidos con sencillez, pero aseados y bien peinados, jugaban al pie de una fuente de piedra construida a la derecha del jardín.

Lady Denby había organizado un buen acto benéfico. La ciudad carecía de suficientes orfanatos para atender a los numerosos niños, necesitados y sin hogar, cuyo destino era el orfanato, los asilos donde se les obligaba a trabajar, ser aprendices de deshollinador o crecer como vagabundos y mendigos, y sobrevivir de forma efímera en las calles.

Las parroquias locales, a menudo abominables imitaciones de hogares, acogían a la mayoría de los niños abandonados. Los recién nacidos que llegaban para ser atendidos, rara vez vivían lo suficiente para cumplir un año. William tenía noticias de una parroquia en Westminster que había recogido a quinientos abandonados en un año, de los cuales sólo uno seguía vivo después de cumplir cinco años.

London Society, sin embargo, financiaba varios orfanatos grandes y de muy buena calidad.

Denby: ¡Su excelencia! -exclamó al salir a su encuentro, una mujer de grandes senos con una brillante cabellera negra, corta y rizada alrededor de la cara-. Qué alegría que hayáis venido.

Will: Me temo que no podré quedarme mucho tiempo. Sólo he venido a haceros entrega de una donación para el orfanato. -Y del bolsillo sacó una orden de pago que entregó a la anfitriona mientras examinaba con disimulo al resto de los huéspedes en busca de caras conocidas-.

Denby: ¡Vaya! Esto es extraordinariamente generoso de vuestra parte, excelencia, sobre todo después del generoso donativo que hicisteis en el baile.

William se encogió de hombros. Podía permitírselo y siempre le habían gustado los niños. Formar una familia era la razón principal por la que, recientemente, había decidido casarse. Por eso y porque su madre y su tía le pedían con insistencia que asumiera sus responsabilidades como duque.

Necesitaba un heredero, le decían. Y un segundo hijo. Necesitaba un hijo varón que llevara el título de Sheffield y que administrara la inmensa fortuna ligada a él, para que a su familia nunca le faltara de nada.

Denby: Están sirviendo el té en la terraza -anunció, mientras le cogía del brazo y lo conducía en esa dirección-. Por supuesto, tenemos algo un poco más fuerte para los caballeros.

Con una sonrisa, la anfitriona lo llevó hasta una mesa llena de bandejas de plata con pastelillos y galletas de todo tipo, y de bocadillitos tan pequeños que habría tenido que comerse una docena para sentirse satisfecho. El centro de la mesa, cubierta con un mantel de lino, lo ocupaba un juego de té de plata y una ponchera de cristal.

Denby: ¿Ordeno a uno de los criados que os traiga un coñac, excelencia?

Will: Sí, buena idea. Gracias.

El alcohol podría ayudarlo a pasar la siguiente media hora, que era todo el tiempo que pensaba quedarse.

Llegó el coñac y lo saboreó muy despacio, mientras buscaba una cara amiga, reconociendo a su madre y a su tía Celia charlando con un grupo de mujeres, viendo cómo pasaba cerca de ellas el rostro maquillado y redondo de Fiona Cyrus Chamberlain. Su mirada se iluminó al reconocer a la mujer que estaba a su lado, una mujer de cabellos castaños y el rostro de una diosa. El estómago de William se contrajo como si hubiera recibido un puñetazo.

Su expresión se endureció al instante. Se había dicho que no había asistido a la merienda por ella, pero cuando la tuvo delante, se dio cuenta de que se había mentido. Durante un instante su mirada se cruzó con la de Miley, y los ojos de ella se abrieron desmesuradamente presa de la impresión. William sintió una oleada de satisfacción cuando el color desapareció del delicioso y traicionero rostro.

Él no desvió la mirada, convencido de que ella lo haría.

Para su sorpresa, le plantó cara y le lanzó una mirada calculada para petrificarlo en el sitio. William apretó los dientes. Transcurrieron unos segundos sin que ninguno de los dos apartara la mirada. Luego, Miley se levantó muy despacio de su silla, le lanzó una última mirada fulminante y echó a andar hacia el fondo del jardín.

La furia se apoderó de él. ¿Dónde estaba la humildad que había esperado? ¿Y la vergüenza que había estado seguro de leer en su rostro?

En cambio, ella se había adentrado por el sendero de grava con la cabeza bien alta, sin hacerle caso, como si no estuviera allí, en dirección a un grupo de niños que jugaban al fondo del jardín.

Temblando por dentro, Miley no apartó la vista de los niños que jugaban al corre-que-te-pillo cerca de la glorieta, decidida a no dejar evidenciar lo mucho que la había inquietado volver a encontrarse con William Hemsworth. Era algo que había aprendido a hacer después del escándalo: cómo mantener un férreo control de sus emociones. Nunca dejar que los otros supiesen el poder que tenían, el daño terrible que podían hacer.

Marina: ¡Señorita Miley! -gritó Marina Ann, una niña pequeña de trenzas rubias que se abalanzó sobre ella-. ¡Te pillé! ¡Ahora tú!

Miley se echó a reír y experimentó una sensación de alivio. Había jugado a ese juego con los niños siempre que éstos habían visitado Wycombe Park, y por eso los niños esperaban que jugase con ellos. En aquel momento agradeció la distracción.

Miley: Muy bien, me has pillado. Ahora veremos a quién pillo yo. ¿A Robbie? ¿O a ti, Peter? -sabía los nombres de algunos niños, no de todos. Los padres de todos ellos habían muerto, y si quedaban algunos con vida, no querían saber nada de los hijos. Miley lamentaba muchísimo la situación de aquellos niños y se alegraba de que su tía fuera una patrocinadora de la caridad y le diera la oportunidad de pasar tiempo con ellos-.

Muerta de la risa, Marina Ann pasó como una flecha por delante de Miley, fuera de su alcance. Miley adoraba la incansable criatura de cinco años y grandes ojos azules. Amaba a los niños y había soñado con un día formar una familia.

Una familia con William.

Se enfureció sólo de pensarlo.

Y se entristeció.

No iba a suceder. Ni con William ni con ningún otro hombre. No después del accidente, de la terrible caída que había sufrido cinco años antes. La joven sacudió la cabeza para alejar los recuerdos amargos.

Se fijó en un niño pelirrojo, de unos ocho años, que se llamaba Terrance, Terry, que pasó por delante de ella como un rayo, fuera de su alcance. Todos los niños corrían en su dirección para salir disparados a continuación, con la secreta esperanza de captar su atención, aunque ella los pillase y luego les tocase a ellos pillar a alguien.

Miley jugó un rato, yendo de un lado para otro, saliendo disparada detrás de los niños hasta que finalmente pilló a Terry. Despidiéndose de los niños con un adiós de la mano, y una última y dulce sonrisa, se alejó internándose en el jardín.

No oyó las pisadas que se acercaban a sus espaldas hasta que fue demasiado tarde. Sabía de quién eran antes de volverse, pero, aun así, no pudo reprimir un grito ahogado de sorpresa cuando contempló delante el guapísimo rostro de William.

Will: Buenas tardes, Miley.

Con el corazón palpitándole y la rabia que dibujaba círculos rosados en sus mejillas, la joven se dio media vuelta, lo ignoró con grosería, percibió la expresión de sorpresa que se dibujó en el rostro varonil y echó a andar sin más.

Pero el duque de Sheffield no estaba acostumbrado a ser ignorado, y ella sintió en su brazo la presión de unos dedos que lo rodeaban y lo sujetaban con tanta firmeza que tuvo que detenerse y mirarlo a la cara.

Will: He dicho buenas tardes y, al menos, espero una respuesta educada.

Miley controló su genio, decidida a no morder el cebo que le tendía.

Miley: Disculpadme. Creo que me llama mi tía.

Sin embargo, William no soltó su brazo.

Will: Creo que tu tía está ocupada con otros asuntos en estos momentos, lo que significa que tienes tiempo para saludar a un viejo amigo.

Su capacidad de aguante había llegado al límite y, entonces, estalló:

Miley: No sois mi amigo, William Hemsworth. De hecho, sois el último hombre de la Tierra a quien yo llamaría amigo.

El rostro de William se puso tenso.

Will: ¿De veras? Si no soy tu amigo, ¿puedo preguntar cómo debo considerarte?

Ella levantó la cabeza desafiante. Sentía que el nudo que tenía en el estómago empezaba a dolerle.

Miley: Como la persona más estúpida que habéis conocido nunca: una mujer lo bastante estúpida como para confiar en un hombre como vos; lo bastante estúpida como para enamorarse de vos, William.

La joven echó a andar, pero la alta figura de William le interceptó el paso. Tenía el rostro tenso y los ojos, de un intenso azul, brillaban fríos como el acero.

Will: Si no me equivoco, fuiste tú, querida, a quien encontré con uno de mis mejores amigos. Tú, quien invitó a Jason Reed a tu cama delante de mis narices.

Miley: ¡Y fuiste tú quien no dudó un instante en creer las mentiras de tu amigo, en lugar de la verdad!

Will: Me traicionaste, Miley. ¿O es que, acaso, lo has olvidado?

Ella alzó la cabeza y le miró con los ojos encendidos de rabia.

Miley: No, William. Fuiste tú quien me traicionó. Si me hubieras amado, si hubieras confiado en mí, habrías sabido que te decía la verdad. -Le obsequió con una sonrisa débil y amarga-. Pensándolo bien, creo que el estúpido eres tú.

Un escalofrío de ira sacudió el cuerpo de William.

Aborrecía el hombre insípido y poco interesante en que se había convertido, tan frío y afectado, el tipo de hombre que ella nunca hubiera encontrado en absoluto atractivo.

Will: ¿Tienes el descaro de decirme a la cara que eres inocente a pesar de lo que vi?

Miley: Te lo dije en el momento en que entraste en mi habitación. Los sucesos de esa noche no han cambiado.

Will: ¡Estabas en la cama con él!

Miley: ¡Y yo no sabía que estaba allí! ¡Te lo dije aquella noche! Y ahora, déjame en paz, William.

Los ojos azules brillaban de ira, pero a ella le daba igual. Echó a andar y, esta vez, William no intentó detenerla.

Para empezar, le había sorprendido que se hubiera acercado a ella. No habían vuelto a hablar desde la noche que había entrado en su habitación cinco años atrás, y había encontrado a Jason Reed, tendido en su cama, desnudo.

Ella había intentado explicarle que Jason le había jugado una especie de broma cruel y terrible, que no había pasado nada entre ellos, que ella había estado durmiendo hasta que él había entrado en la habitación y ella se había despertado sobresaltada.

El caso era que por razones que nunca había llegado a entender, Jason se había propuesto destruir el amor que William había sentido por ella, o al menos eso decía, y lo había conseguido de la manera más brutal.

William no la había escuchado aquella noche ni tampoco había respondido a ninguna de la docena de cartas que ella le había enviado, rogándole que escuchara su parte de la historia, suplicándole que la creyera cuando le juraba que decía la verdad.

Cuando se empezó a filtrar el escándalo, jamás dijo una sola palabra en su defensa, ni prestó la más mínima atención a su versión de los hechos. En cambio, rompió su compromiso bruscamente y confirmó lo que decían los murmuradores.

Así anunció al mundo que Miley Cyrus no era la inocente criatura que pretendía ser, sino una mujer de la vida, que se había comportado de forma descarada y lujuriosa y había mostrado la más absoluta indiferencia hacia su prometido. La sociedad le había cerrado sus puertas, y había tenido que desterrarse al campo. Hasta su propia madre había creído la historia.

A Miley se le nubló la vista mientras cruzaba el jardín. Rara vez pensaba en William o en aquellos terribles días. Pero cuando había vuelto a Londres, William volvía a echarle el escándalo en cara.

Se sorbió la nariz y reprimió las lágrimas que se negaba a dejar escapar. No iba a llorar por William, otra vez no. Había llorado hasta la desolación por el hombre a quien había amado cinco años atrás, y no volvería a llorar por él nunca más.


2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

PObre Miley, EL no le creyo y no le cree aun..
Will esta cegado por el odio..
espero ver otro capi..
me encata la historia
:D

caromix27 dijo...

Hay varias cosas q me he dado cuenta en estas noves:
1. Los hombres son idiotas ¬¬! siempre se dan cuenta de la verdad tarde ¬¬
2. Las mujeres siempre sufren, pero jamas! son sumisas ni nada, asi q bien hecho!!
3. NADIE se puede cambiar solo aki!!!
siempre tienen doncellas o cosas asi! ia stan bien grandecitos no ¬¬! xD
4. Tienen finales felices, asi q espero q este tb :D
5. Son muy pero muy buenas!!
y x las cualidades de Miley, ia veo xq te gusto mas esta nove xD! y xq le pusiste miley!!
sigan comentando!
q sta muy buena!!

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