topbella

sábado, 25 de junio de 2011

Capítulo 29


Al día siguiente era casi la hora de cenar cuando Miley salió en busca de su esposo, mirando en todos los salones de la planta baja y en su estudio-biblioteca sin que William apareciera por ninguna parte.

Miley: Buenas noches, Wooster -dijo al mayordomo de pelo canoso-. ¿Sabes dónde puedo encontrar al duque?

Wooster: Desde luego, excelencia. Está en su habitación preparándose para salir.

La idea la sorprendió. William no había mencionado que pensara salir y ella, ridículamente, había creído que se quedaría en casa mientras continuara la amenaza contra su vida. Debería haber imaginado que no sería tan sensato.

Miley: Gracias, Wooster.

Levantándose un poco la falda para que no la estorbara, subió la escalera y corrió por el pasillo del ala este hacia las habitaciones contiguas en las que se alojaban hasta que se volvieran a reamueblar las suyas.

Miley no se molestó en llamar, simplemente abrió la puerta y entró, interrumpiendo a William en el acto de anudarse el ancho pañuelo blanco.

Will: Buenas noches, amor mío.

Ella ignoró el tono afectuoso que acompañaba la expresión de cariño e intentó no fijarse en lo guapo que estaba con el traje que había elegido para esa noche. No se había puesto todavía la chaqueta. La camisa blanca se ajustaba perfectamente a sus anchos y musculosos hombros y los pantalones se ceñían tan bien a su cuerpo que marcaban ligeramente sus atributos masculinos.

Un delicioso escalofrío le recorrió el cuerpo y Miley tuvo que recordarse por qué estaba allí.

Miley: ¿Qué haces, William? No me habías dicho que esta noche pensabas salir.

William siguió haciéndose el nudo. Rara vez llamaba a su ayuda de cámara y aún menos ahora, desde que se habían trasladado al ala este de la casa.

Will: El conde de Louden celebra una velada en su casa de la ciudad. Corren rumores de que Byron Shine asistirá, y, si es así, quiero hablar unas palabras con él.

«El Holandés, el comerciante internacional que podría beneficiarse de la muerte de William.» Un escalofrío recorrió el cuerpo de Miley.

Miley: Si vas, entonces iré contigo.

El dejó de tirar de uno de los extremos del pañuelo.

Will: Esta noche no. Te quedarás en casa donde estarás a salvo.

Miley se le acercó y lo ayudó a hacerse el nudo.

Miley: ¿Estás seguro de que estaré más segura sola aquí de lo que estaría si estuviera contigo?

William juntó las cejas, casi castañas.

Will: No estarás sola ni mucho menos. La casa está llena de criados y hay media docena de guardias custodiándola.

Miley: También había lacayos en el carruaje, en caso de que lo hayas olvidado, por no hablar de la posibilidad de que uno de los criados forme parte del complot.

De hecho, había bastantes posibilidades, pese a que ella había entrevistado a la señora Whitley, el ama de llaves, sobre las dos camareras contratadas recientemente, había hablado personalmente con las dos jóvenes y estaba convencida de que no tenían nada que ver con el incendio intencionado que había destruido una parte de la casa.

William frunció el ceño. Reanudó el trabajo que había dejado a medias y se colocó el nudo del pañuelo en su sitio.

Will: Lo que ocurre es que te sientes harta de estar recluida.

Miley le dedicó una sonrisa dulzona. Dijo:

Miley: Entonces, estás seguro de que estaré más segura aquí.

William le lanzó una mirada que habría hecho encogerse de miedo a cualquier hombre. En silenció musitó una maldición:

Will: Eres una brujita muy astuta. Vístete. Y ni se te ocurra apartarte de mi lado en toda la velada.

Miley ocultó una sonrisa de triunfo.

Miley: Por supuesto que no, querido.

Alejándose apresuradamente de él antes de que pudiera cambiar de opinión, se marchó a toda prisa por la puerta que separaba sus habitaciones y corrió a tirar de la campanilla. No había llegado, cuando Taylor entró apresuradamente en la habitación.

Miley levantó una ceja.

Miley: ¿Cómo haces para saber lo que necesito incluso antes de que lo sepa yo?

Taylor se echó a reír.

Taylor: La verdad es que te he visto buscando a tu marido, y al oír que Wooster te decía que el duque pensaba salir esta noche, me he imaginado que querrías acompañarlo.

Miley abrió el armario para decidir lo que quería llevar.

Miley: Contrataré otra doncella tan pronto como encuentre una. Vas a ser condesa y no es apropiado que desempeñes estas tareas.

Taylor: Somos amigas y me gusta ayudarte. -Sos labios se curvaron en una sonrisa soñadora-. Sigo sin poder creerlo. Robert me quiere. Es conde y, aun así, desea casarse conmigo.

Miley: Tiene suerte de tenerte y lo sabe.

Taylor la miró y dijo:

Taylor: Tengo miedo por Robert. Hasta que todo esté solucionado, aún podrían arrestarlo.

Miley: Robert está utilizando otro apellido. No hay razón para que nadie lo relacione con un crimen ocurrido hace tres años.

Taylor: Espero que tengas razón. -Empezó a revolver el armario, repasando un vestido tras otro, hasta escoger un traje rosa con cenefas de grueso terciopelo negro-. ¿Qué te parece éste? ¿O quizás el verde bosque con la sobrefalda de encaje dorado te quedaría mejor?

Miley: Este irá muy bien -dijo, y esperó a que su amiga le desabrochara los botones de su vestido, se lo quitó apresuradamente y se metió el traje de noche, introduciéndoselo por la cabeza-.

Taylor estiró el vestido colocándolo en su sitio y empezó a abrochar los botones.

Taylor: Robert está ansioso porque nos casemos. -Miró a Miley y dos círculos rosas colorearon sus mejillas-. Dice que no soporta vivir bajo el mismo techo que yo y no poder compartir mi cama.

Miley sonrió.

Miley: Te quiere.

Taylor suspiró.

Taylor: Ahora que parece que existe la posibilidad de que limpie su nombre, Robert está decidido a actuar como un caballero. Dice que hasta que no seamos marido y mujer, no hará nada que pueda manchar mi reputación.

Miley: Creo que deberías sentirte halagada -opinó-.

Taylor: Supongo que sí, pero yo... -Se detuvo y miró hacia otro lado-.

Miley: ¿Tú qué, queridísima?

Taylor: Quiero que me haga el amor, Miley. Como me lo hizo la noche que entró en mi habitación.

Miley guardó silencio, sorprendida. Taylor estaba enamorada. Cuando ella se había enamorado por primera vez de William, le habría entregado felizmente su inocencia.

Tomó la pálida mano de su amiga entre las suyas.

Miley: El deseo es la cosa más natural cuando amas a una persona. -Se quedó pensativa y frunció la boca-. Supongo que ésa era la razón por la que William estaba tan decidido a descubrir las intenciones de Robert. Supongo que debe de habérselo imaginado.

Taylor se puso roja como el granate.

Taylor: ¡No puede ser!

Miley se limitó a sonreír.

Miley: Poco importa ya. Pronto estaréis casados y podréis hacer el amor tanto como os antojéis.

Taylor enrojeció aún más, pero no agregó nada más sobre el tema, y Miley tampoco. Entre ellas no había prácticamente secretos. Tal vez, si Miley no hubiera estado tan obsesionada con sus propios problemas, se habría imaginado la intensidad de la relación entre Robert y Taylor.

Miley acabó de vestirse y, mientras se marchaba a reunirse con William, no pudo evitar una punzada de envidia. Robert amaba a Taylor. Miley no tenía ni idea de lo que William sentía realmente por ella.

El corazón le dio un brinco cuando se dirigió a la escalera y lo vio esperándola en el rellano. Intentó leer su expresión pero, como siempre, él la mantuvo cuidadosamente oculta. William la condujo hasta el coche y la ayudó a instalarse, entonces se sentó frente a ella.

Miley no dijo nada mientras el coche se deslizaba por el empedrado, rumbo a la velada del conde.

Era bien entrada la noche, más de las diez, cuando William y Miley llegaron a la mansión, un edificio de ladrillo con tres plantas, de la calle Cavendish. Las luces brillaban a través de las ventanas de la casa de la ciudad del conde de Louden mientras William y Miley descendían los escalones de hierro del nuevo carruaje ducal de William, comprado después de que el viejo quedara destruido. Un par de lacayos armados viajaban en el banco posterior y Michael Mullens, el cochero, también llevaba una pistola.

Aunque no había comunicado a nadie su intención de abandonar la casa, no quería correr riesgos.

Alerta por si surgían problemas, acompañó a Miley por el sendero y la escalera que conducía al amplio porche situado a la entrada del edificio, rodeada por dos lacayos de uniforme, uno de los cuales les condujo al interior.

La fiesta ya estaba muy avanzada. Abriéndose paso a empujones a través del gentío que se arremolinaba en la entrada, William condujo a Miley a uno de los salones, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para coger una copa de champán de una de las bandejas de plata que paseaban los camareros, junto con una copa de coñac para él.

Inspeccionó la muchedumbre, comprobando de nuevo cualquier posible problema, pero no vio nada fuera de lo común.

Miley: ¡Mira! -Señaló a una atractiva pareja que se hallaba de pie a su derecha-. ¡Ahí están Zac y Vanessa!

Will: Así es. -La conducía en esa dirección, agradecido de ver caras amigas, y a continuación reconoció a Andrew y Brittany un poco más allá-. Y hay otro par de caras conocidas.

Al ver a William acercándose a ellos, Zac le lanzó una mirada de reproche.

Zac: Pensaba que no saldrías de casa.

Will: Difícilmente podré averiguar quién quiere matarme si me encierro en mi casa.

Andrew: ¿Y Miley? Los dos deberíais estar a salvo.

Miley sonrió.

Miley: Os agradezco vuestra preocupación, milord, pero seguramente coincidiréis conmigo en que estoy más segura aquí con William, que sola en casa.

Britt: Por supuesto que sí -intervino antes de que Andrew pudiera contestar-. Con William para protegerla, está mucho más a salvo.

Zac puso los ojos en blanco.

Zac: Ahora mismo íbamos a buscar algo de comer. ¿Por qué no nos acompañáis?

William asintió, aprovechando la excusa para inspeccionar a los invitados que llenaban el salón. Se abrieron paso entre una multitud bien vestida hasta llegar a una larga galería donde se servían los refrescos. Una ponchera de cristal estaba apoyada junto a varias bandejas de plata, llenas hasta el borde de una selección de delicias: aves asadas, redondo de ternera, salmón escabechado, quesos de todas las clases, panes recién sacados del horno y un amplio surtido de frutas y dulces.

La cola era larga y William hizo compañía a sus amigos, aunque no tenía intención de quedarse el tiempo suficiente para disfrutar de la comida.

Zac: ¿Alguien sabe cuál es el motivo de la celebración? -preguntó, paseando la vista por la galería y el salón situado más allá-.

La mirada de William siguió la suya.

Will: Corren rumores de que el Holandés vendrá aquí esta noche.

Zac: ¿Shine?

William asintió.

Will: Si está aquí, quiero hablar con él.

Apenas habían transcurrido unos minutos cuando William vio al hombre, cabello rubio rojizo, treinta y tantos años, charlando con el mismísimo conde. Shine se movía en las clases más altas con la facilidad de un aristócrata, y William se preguntaba si su familia pertenecería a la nobleza holandesa.

Will: ¿Cuidaréis de Miley un momento? -preguntó a Andrew y Zac. Los dos hombres asintieron-. No la perdáis de vista.

Miley: No exageres, seguro que no corro ningún peligro aquí.

Zac: No lo haremos -prometió, y los dos hombres se acercaron un poco más a las mujeres, formando un escudo alrededor de Miley-.

William caminó a grandes zancadas hacia el Holandés, interceptando al hombre cuando ya había finalizado su conversación y se abría paso hacia la puerta.

Will: Disculpe, señor Shine. Tal vez no me recuerde, pero nos conocimos en Filadelfia. Me llamo William Hemsworth y me gustaría hablar un momento con usted, si no le importa.

Shine era delgado y de complexión atlética, los ojos de un gris azulado poco usual e increíblemente astutos.

Byron: Excelencia -dijo, haciendo una ligera inclinación de cabeza-. Me alegro de volver a verlo.

Will: ¿De veras?

Shine se limitó a sonreír.

Byron: Claro que sí. Me han llegado noticias de sus problemas.

Will: ¡No me diga! -Señaló con un gesto la puerta, insistiéndole a abandonar el salón y salir al pasillo donde podrían hablar con más intimidad-.

Los dos hombres se detuvieron debajo de un par de lámparas doradas y el Holandés lo miró con cautela.

Byron: Confío en que no pensará que porque somos competidores, deseo matarlo...

William sólo estaba ligeramente sorprendido de que el hombre estuviera al tanto de los atentados contra su vida. Al fin y al cabo, sus negocios requerían información.

Will: Es posible. Tal vez crea que mi fallecimiento despejaría el camino para cerrar el trato en el que lleva tanto tiempo trabajando.

Byron: Tal vez. Pero aunque me deshiciera de usted, siempre existiría la posibilidad de que sus dos amigos procedieran a la adquisición en su lugar.

Will: Me asombra, Shine. Parece saber más de mis negocios que yo mismo.

El Holandés se encogió de hombros.

Byron: Ese es mi trabajo -admitió-.

Will: Dado que está en Inglaterra, deduzco que no ha realizado todavía la venta de la flota a los franceses.

Byron: Me temo que no estoy en libertad de discutir los asuntos de mis clientes -advirtió el Holandés-.

William pensó en Miley y en el accidente del carruaje, recordó el incendio y en que ambos habrían podido morir.

Will: Me traen sin cuidado sus clientes, Shine, pero permítame que deje claro una cosa. Matarme a mí no resolverá sus problemas, y si algo le ocurriera a mi esposa y descubriera que usted es el responsable, no habrá lugar en la Tierra donde pueda esconderse de mí.

Shine simplemente rió.

Byron: Soy un hombre de negocios y nada más. Busque a su villano en otra parte, amigo mío.

William estudió al hombre durante un momento más, luego se dio media vuelta y empezó a caminar. Byron Shine era inteligente y extremadamente astuto. Ahora William no estaba más seguro de la culpabilidad o la inocencia del hombre de lo que había estado antes de hablar con él.

Deseando que la conversación hubiera sido más provechosa, volvió dando grandes zancadas al salón en busca de su esposa y sus amigos y divisó al grupo cerca de un rincón.

Anthony Cushing, vizconde de Kemble, se les había unido. Era un vividor de gran reputación, guapo y rico, y lanzaba miradas lujuriosas a Miley. Ella se rió de cierto comentario que hizo Kemble, y un escalofrío de irritación recorrió la espalda de William.

Caminó hasta donde sus amigos custodiaban a Miley, la rodeó por la cintura con gesto posesivo y miró fijamente al vizconde.

Will: Encantado de veros, Kemble.

Anthony: Lo mismo digo, excelencia. -El hombre de cabello oscuro sonrió, «bastante astutamente», pensó William-. Acabo de tener el placer de conocer a vuestra adorable esposa. He descubierto que es realmente encantadora.

Will: Ciertamente lo es -dijo con los dientes apretados-.

El vizconde se giró hacia los demás, y sus ojos se volvieron a iluminar al mirar a Miley.

Anthony: Si me disculpáis, me temo que tengo que irme inmediatamente. Ha sido un placer, excelencia. -Tomó la mano de Miley e hizo una gran reverencia, que tensó la mandíbula de William-. Que paséis una agradable velada.

William no dijo ni una palabra. Sí, estaba un poco celoso, pero eso era normal cuando un hombre tenía una esposa tan guapa como Miley. No tenía nada que ver con la profundidad de sus sentimientos hacia ella.

Zac: ¿Y bien...? -preguntó, arrastrando las palabras y haciendo que los pensamientos de William volvieran a su primera conversación-.

Will: Shine ha negado cualquier relación con los incidentes. Mi instinto me dice que no miente, pero no hay manera de saberlo seguro.

William alcanzó a ver por última vez al comerciante internacional cuando cruzaba la entrada en dirección a la puerta.

Zac: Mantendremos los ojos y los oídos bien abiertos en lo que a Shine se refiere -prometió-.

Andrew: Lo que me recuerda que tenía planeado haceros una visita mañana. Carlton Baker ha zarpado rumbo a Nueva York. Su nombre aparecía en la lista de pasajeros del Mariner.

Will: ¿Le has estado siguiendo la pista?

Andrew se encogió de hombros.

Andrew: Soy el propietario de una naviera. No ha sido tan difícil hacerlo.

Will: ¿Cuándo se ha marchado?

Andrew: El Mariner zarpó ayer por la mañana. Si él es el hombre que estás buscando, ya no es una amenaza.

Will: Seguramente tienes razón. Baker es el tipo de hombre que sólo disfrutaría con mi muerte si la presenciara. -Se las arregló para sonreír-. Gracias.

Zac le dio una palmada en el hombro.

Zac: Andamos todos a la caza de noticias. Si averiguamos algo que pueda serte útil, te lo comunicaremos.

William simplemente asintió. Contaba con dos de los mejores amigos que un hombre puede tener. Sin embargo, incluso con su ayuda, no se hallaba más cerca que antes de averiguar quién intentaba matarlos.

William rodeó con más fuerza la cintura de Miley.

Will: Hora de irnos, amor mío..., antes de que reaparezca tu admirador y tenga que llamarlo al orden. -Los grandes ojos azules de Miley se abrieron por la sorpresa y él sonrió-. Bromeo, amor mío, aunque no me importaría reservar algunos asaltos para ese granuja la próxima vez que boxeemos en el club.

Miley sonrió. Había estado callada toda la noche, distraída como nunca la había visto. Estaba preocupada, de eso estaba seguro, y no la culpó por ello.

Sin separarse de ella, la condujo de vuelta a su carruaje, y en cuestión de minutos, emprendieron el camino de regreso a casa.

El resplandor amarillo de varias lámparas extra iluminaba las ventanas de la mansión cuando llegaron a su casa en la plaza Hanover.

Con todos los sentidos alerta, William ayudó a Miley a bajar del carruaje y la acompañó por el camino hasta la puerta. Algunos guardias permanecían acechantes en varios lugares alrededor de la mansión y William se tranquilizó un poco al verlos. No obstante, algo ocurría, y a aquellas horas de la noche, valía la pena ser cauteloso.

Wooster abrió la puerta de la mansión y William escoltó a Miley hasta la entrada decorada con cristales de colores.

Wooster: Sé lo tarde que es, pero tiene una visita, excelencia. El señor McPhee está aquí. Le he dicho que su excelencia había salido y que no estaba seguro de a qué hora volvería, pero ha dicho que deseaba esperar. Le he llevado a su estudio. El señor McCabe y la señorita Marley también están allí.

Will: Gracias, Wooster.

Miley: Dios mío, espero que no haya ocurrido nada malo -Aceleró el paso adelantándole en el pasillo y él sostuvo la puerta para que entrara en el estudio-.

Sentados cerca del fuego, Robert, Taylor y McPhee se levantaron de sus asientos cuando ellos entraron.

Justin fue el primero en hablar:

Justin: Buenas noticias, excelencia. Creo que el asunto del asesinato del conde de Leighton está a punto de solucionarse.

Will: Es una buena noticia, realmente.

Justin: Sí, y una vez que eso ocurra, Clifford Nash pagará por su delito y el título y la fortuna de los Leighton podrá ser devuelta a su legítimo heredero.

Robert tenía una sonrisa tan amplia que parecía un niño. De pie, a su lado, casi tan alta como él, Taylor sonreía.

Will: Deduzco que has hablado con Burton Webster -dijo a McPhee, guiando a Miley hasta el sofá y sentándose a su lado mientras los demás volvían a sentarse-.

Justin: No ha sido tan difícil como me había imaginado. Al parecer, Webster temía que el plan de Nash acabara mal y el hombre, sabiamente, había dado algunos pasos para protegerse.

Miley: De modo que ha sido fácil persuadirlo para que delatara a su jefe -comentó-.

Justin encogió sus gruesos hombros.

Justin: Llevó un poco de persuasión pero, según parece, Clifford Nash ha tratado a Webster con cierta prepotencia desde que asumió el papel de conde, y Webster se sentía bastante descontento al respecto.

Will: Entonces, Sweeney decía la verdad -añadió-. Webster era el hombre que le pagó para asesinar al conde, pero lo hizo siguiendo las instrucciones de Clifford Nash.

Justin: Correcto, excelencia. Para demostrarlo, Webster guardó todas las notas que Nash le escribió, incluidas varias cartas con detalles de los movimientos de lord Leighton. Por lo visto, Nash había pagado a uno de los empleados del conde para que lo mantuviera informado. Así fue como Sweeney se enteró de que Leighton se detendría aquella noche en Boar and Hen y fue capaz de llevar a cabo el asesinato.

Robert: Webster está dispuesto a testificar a cambio de benevolencia -añadió, sonriendo suavemente a Taylor-. Confío en que su testimonio, combinado con las notas escritas por Nash y la confesión de Sweeney, sean suficientes para demostrar mi inocencia.

Will: Creo que no habrá ninguna duda.

Justin: Y el certificado de matrimonio de la iglesia de Santa Margarita dará fe del derecho del señor McKay al título -añadió McPhee-.

William se apoyó en su silla.

Will: Bien, Robert, parece que ya falta muy poco para que sea un hombre libre.

Robert apretó la mano de Taylor.

Robert: Lo que significa que pronto seré también un hombre casado.

Taylor se sonrojó.

Will: Felicidades.

Miley: Estamos tan contentos por los dos... -Sus ojos brillaban con lágrimas-.

Justin: Voy a dejar los detalles a mi socio, el señor Yarmouth, para así poder concentrar mi atención en el asunto de su seguridad, excelencia, y por supuesto, la de la duquesa.

William se limitó a asentir pero, a decir verdad, estaba contentísimo de que McPhee se ocupara del asunto. Concluyó:

Will: Creo que deberíamos dejar la discusión de los detalles relacionados con la investigación para mañana.

Justin: Lo mismo pensaba yo. Cuento con ver a su excelencia mañana.

El investigador abandonó el estudio, seguido de Taylor y Robert, quienes no tenían ojos más que el uno para el otro.

William ignoró una punzada de envidia. Antes él y Miley se habían querido abierta y libremente como se querían Taylor y Robert. Ahora los dos guardaban sus emociones, temerosos del dolor que podrían sufrir si se atrevían a amar de nuevo.

Últimamente, William había empezado a preguntarse si vivir de esa manera era realmente lo que quería.

Sacudió la cabeza. En ese momento, su mayor preocupación era encontrar al hombre que intentaba matarles. Ahora no era el momento de pensar en enamorarse.

1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

William esta equivocado.. el piensa que no es momento de enamorarse... pero el ya esta enamorado hahah :)
siguela nena..
me ecanta :D

Publicar un comentario

Perfil