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lunes, 13 de junio de 2011

Capítulo 13


William acompañó a las señoras por la pasarela hasta la cubierta del Nimble, un gran navío de pasajeros y mercancías, con tres mástiles y con aparejo de cruz, que transportaba un total de ciento setenta pasajeros entre primera, segunda y tercera clase; tres mil quinientos barriles de carga y una tripulación de treinta y seis hombres.

Aunque el número de viajeros desde Filadelfia a Inglaterra era inferior al número de inmigrantes que viajaban a Norteamérica en busca de un nuevo hogar, el barco bullía de actividad.

El capitán, Hugo Burns, un inglés barbudo y grande como un oso, de cabellos y ojos negros, les saludó al bajar de la escalerilla y pisar el muelle.

Hugo: Bienvenidos a bordo del Nimble, uno de los mejores barcos que han navegado nunca por el Atlántico. Pesa cuatrocientas toneladas, tiene ciento dieciocho metros de longitud, veintiocho de ancho y les llevará sanos y salvos de vuelta a Inglaterra.

William había tenido la suerte de encontrar un buque británico con una tripulación lista para volver a casa. El Nimble no era uno de los barcos de Andrew pero, por lo que William había averiguado, el capitán Burns era uno de los marinos más respetados de los alrededores.

Lady Wycombe sonrió al fornido lobo de mar.

Fiona: Estoy segura de que estaremos a salvo en sus eficientes manos, capitán Burns.

Hugo: Sí, lo estarán, lady Wycombe.

El primer oficial, un desgarbado marinero llamado Pike, de piel lacia y bronceada, que vestía una chaqueta de uniforme azul marino, les acompañó hasta sus camarotes, los mejores alojamientos que William había podido reservar en el barco.

Pike les guió hasta una escalera, a medio camino entre la proa y la popa, que conducía a los camarotes de primera clase, situados en la cubierta superior. Lady Wycombe y Taylor Marley ocuparon el camarote 6A. Pike aseguró a las mujeres que un marinero les traería el equipaje, y luego esperó hasta que las señoras entraron en el camarote y comenzaron a instalarse.

El primer oficial guió, entonces, a William y a Miley por el pasillo hasta su dormitorio situado en la popa, el camarote de primera clase más grande del Nimble. Mientras Pike abría la puerta y se apartaba para dejar paso, Miley se detuvo nerviosamente afuera, observando el interior con el ceño fruncido.

Will: Gracias, señor Pike. Ya puede marcharse.

Miley esperó a que el primer oficial desapareciera de la vista por el pasillo, y entonces miró a su marido.

Miley: Pero ¿no esperarás que compartamos el mismo camarote?

La miró con expresión inflexible.

Will: Eso es exactamente lo que pretendo.

Miley: Os recuerdo, señor, que hicimos un trato. Dijisteis...

Will: Sé lo que dije. Dije que no haríamos el amor hasta que llegáramos a Inglaterra. Eso no cambia el hecho de que estamos casados. -Abrió la puerta del todo-. No sólo compartiremos camarote, sino también esta cama.

El color desapareció de las mejillas de Miley. Él no estaba seguro si era de rabia, de vergüenza o de ambas cosas.

Con la barbilla levantada, Miley entró en el camarote pasando por delante de él, con la mirada clavada en la amplia cama de matrimonio como si fuera a engullirla.

Miley: Tía Fiona y Taylor duermen en literas, una encima de la otra.

William mantuvo una expresión cuidadosamente mansa.

Will: Estamos casados, Miley. No necesitamos camas separadas.

En los días que siguieron a su promesa de renunciar a sus derechos conyugales durante el viaje, había tomado una decisión: habían acordado que él no le haría el amor, una promesa que tenía intención de mantener, y que le brindaba un sinfín de oportunidades.

Su miembro se endureció cuando le vinieron a la cabeza algunas de las intrigantes posibilidades. Fuera lo que fuese lo que Miley sentía por él, físicamente no era inmune a su persona. El beso que le había pedido en el altar había sido una prueba de ello. Todavía recordaba la sensación de esos labios separándose bajo los suyos, la manera en que había temblado. Miley siempre había sido una mujer apasionada. Era obvio que eso no había cambiado.

Su erección aumentó. Estaban casados y, sin embargo, ella no sería completamente suya hasta que el matrimonio no se hubiera consumado.

Pero William se proponía seducirla. Dejó en el suelo la cartera de piel que traía, cerró la puerta del camarote y se acercó hasta Miley, que seguía con la mirada fija en la cama situada debajo de la claraboya, preguntándose qué clase de fantasías pasaban por su cabeza. Posando las manos suavemente sobre sus hombros, la giró muy despacio hasta que la tuvo de frente.

Will: Tenemos tiempo de sobra, amor mío, no voy a meterte prisa; pero estamos casados, Miley, debes acostumbrarte a la idea.

Ella se limitó a mirarlo, con ojos llenos de preocupación y de duda. William levantó su barbilla y la besó suavemente. El delicado y dulce aroma de su perfume le llenó los sentidos y sus labios le parecieron tan suaves como pétalos bajo los suyos.

Notó que su cuerpo se tensaba, obligando a su miembro erecto a rozarse de manera incómoda contra el pantalón. Quería besarla con la lengua, explorar los suaves valles de su boca; quería acostarla en la cama y desnudarla, quería acariciar esos adorables senos turgentes como manzanas, que lo habían obsesionado en sus sueños durante los últimos cinco años.

Quería hacerle el amor durante horas y horas.

En cambio, interrumpió el beso.

Will: Intentémoslo, Miley. Es lo único que te pido.

Miley no contestó. Se limitó a alejarse de él.

Al verla refugiarse en un rincón del camarote, William aumentó su determinación. Antes de conocer a Miley, se había acostado con muy pocas mujeres. En su decimoctavo cumpleaños, su amigo, Zac Efron, le había regalado una noche en la casa de placer de madame Fontaneau. Unos meses después, tenía una amante, y después había mantenido relaciones con una condesa cuyo marido tenía problemas de memoria.

Después de haber conocido a Miley, no había tenido necesidad de otras mujeres; sabía que, una vez casados, estaría contento.

Sus sueños se habían venido abajo aquella terrible noche, cinco años atrás. Empeñado en olvidarla, se había acostado con innumerables mujeres. Desde cantantes de ópera hasta las prostitutas más buscadas, William conocía el poder de la seducción. En esos cinco años lo había empleado bien y a menudo. Ahora lo utilizaría para corregir el daño que le había causado a Miley, con la esperanza de asegurar un futuro que incluyera placer para ambos.

Miley examinó el espacioso camarote mientras intentaba decidir qué era lo mejor que podía hacer. Podía negarse a compartir el camarote, y exigir que William le proporcionara uno para su uso exclusivo, pero por la ferocidad de su mirada, por el brillo de sus ojos, sabía que en esto sería inflexible.

Echó un vistazo en su dirección y lo vio de pie junto a la puerta, despreocupado, un hombro apoyado en la pared y los brazos cruzados delante del pecho, observando todos sus movimientos. En apariencia, su aspecto era inofensivo, pero bajo esa fachada insípida acechaba un hombre fuerte y varonil que, tarde o temprano, pensaba reclamar sus derechos conyugales.

Su corazón se aceleró. William no ocultaba el deseo que sentía por ella, sin embargo le había dado su palabra; y aunque estaba convencida de que la mantendría, tan pronto como llegaran a Inglaterra no perdería un instante en tomar posesión de su cuerpo.

Miley suspiró para sus adentros. A los veintitrés años sabía más de lo que ocurría entre un hombre y una mujer que cinco años atrás, pero su conocimiento del tema seguía siendo profundamente limitado. Tal vez, compartir un espacio tan íntimo con William sería una buena manera de ampliar la educación que, sin duda, tanto necesitaba.

Miley no podía evitar sentir cierto interés. ¿Cómo sería acostarse con un hombre tan varonil como William? ¿Dormir a su lado? ¿Despertarse por la mañana junto a él?

Inquieta por pensamientos no deseados, desplazó su atención hacia el camarote. Con sus elegantes suelos de madera de teca, un aparador empotrado y un escritorio, también de madera, el camarote era mucho más cómodo que el que había compartido con su tía y con Taylor en el viaje anterior; había incluso una pequeña chimenea en un rincón para las noches frías del Atlántico.

Y el hecho era que, tarde o temprano, tendría que compartir la cama con el hombre que era su marido. El que se hubiera visto obligada a casarse, no cambiaba la evidencia de que ella le pertenecía, total y absolutamente.

Al menos, de momento, estaría a salvo de sus insinuaciones.

Transcurrió la tarde y llegó la noche. Al amanecer, zarparían rumbo a Inglaterra y a casa. El temor de Miley a lo que pudiera suceder esa noche fue en aumento.

Aunque William se había mostrado encantador con tía Fiona y Taylor durante la cena que habían disfrutado en la mesa del capitán, Miley había reconocido el deseo en su mirada, el interés. Pensaba que lo disimularía, que mantendría la conducta amable pero distante que había asumido inevitablemente en presencia de su tía y de su amiga, pero no hacía el mínimo intento.

«Eres mi esposa y quiero que seas mía», decían sus ojos azules mirándola apasionadamente y poniéndola nerviosa cada vez que se posaban en ella. Tensa como estaba, su preocupación fue en aumento.

Habían cenado en el elegante salón de primera clase, una habitación de techos bajos y suelo de madera, a la que daba color un empapelado con relieves de terciopelo rojo.

Lámparas doradas adornadas con cristales triangulares que reflejaban y descomponían la luz, colgaban encima de la alargada mesa de caoba, y los apliques dorados se las ingeniaban para balancearse cuando el barco navegaba a toda vela y embestía las olas.

El capitán parecía un hombre competente, a quien le preocupaba más el barco y la tripulación que conversar con el pequeño grupo de pasajeros de primera clase reunidos en el comedor. Los abandonó tan pronto como se acabó la cena, ansioso por ocuparse de los preparativos finales para la partida a primera hora de la mañana.

Hacia el final de la velada, el grupo ya se conocía; un virginiano de nombre Willard Longbow, dueño de una plantación, y Amy, su pequeña esposa; lord y lady Pettigrew, a quienes William había conocido en Inglaterra; una pareja de Filadelfia, los Mahler, y sus dos hijos mayores, que los acompañaban en un largo viaje por el extranjero; un norteamericano de dudosa posición social llamado Carlton Baker.

Había algo en el señor Baker, un hombre alto y atractivo de unos cuarenta años, que inquietaba a Miley. Por lo que pudo oír, parecía estar libre y sin compromiso, iba de ciudad en ciudad a su antojo, no se ganaba la vida de ninguna manera precisa y clara, aunque por la ropa que llevaba, era un caballero de cierta posición.

Baker era bastante amable, pero tenía una manera de mirarla que resultaba un poco descarada, con demasiada familiaridad. Ella no sabía si William había notado el interés del señor Baker, y recordaba lo salvajemente celoso que había sido cinco años atrás. Pero ahora era un hombre diferente, que mantenía sus emociones bajo control. Aunque lo más probable era que ya no sintiera por ella el cariño que había sentido en aquella época.

De cualquier manera, aun siendo amable con Baker, se propuso mantener las distancias.

La sobremesa fue larga. Los otros charlaban amigablemente, pero Miley se sentía demasiado consciente de William para esforzarse en charlar; lo tenía demasiado cerca, le hablaba demasiado bajo, le sonreía demasiado a menudo.

Seguía pensando en el camarote que compartirían pronto y en la cama donde se vería obligada a dormir con él. Agotada como estaba por los acontecimientos del día, muy inquieta y con los nervios crispados, la mitad de ella anhelaba dormir, mientras la otra mitad deseaba que la velada no se acabase nunca.

Un escalofrío de alerta recorrió su cuerpo al sentir la mano de William en su hombro.

Will: Vamos, amor mío, ha sido un día largo y cansado. Es hora de que demos las buenas noches a nuestros nuevos amigos.

Miley se limitó a asentir. Quedarse levantada hasta el amanecer no cambiaría lo que le esperaba. William le concedió un momento para las despedidas, y luego la acompañó por la cubierta hasta la escalera, a medio camino de la proa y la popa, que conducía a su camarote.

El pasillo era estrecho y poco iluminado. Aunque era alta para ser mujer, William era mucho más alto y ella sentía su atracción, su absoluta virilidad.

Sintió un ligero escalofrío. No sabía en qué clase de hombre se había convertido William, un hombre que la había obligado a contraer un matrimonio que ella no quería; y tampoco dejaba de preguntarse si un hombre así mantendría su palabra.

William le abrió la puerta y ella entró en el camarote. Al otro lado de la puerta, las parpadeantes antorchas del muelle se reflejaban en la superficie del agua, proyectando una luz ligera y amarillenta dentro de la habitación. Aunque el interior le había parecido espacioso, ahora, cuando William entró en el camarote siguiendo sus pasos y su figura corpulenta llenó el espacio que había entre ella y la puerta, el camarote le pareció pequeño y agobiante.

Encendió la linterna de aceite y en el destello de luz mientras se prendía la mecha, distinguió su rostro de perfil, la mandíbula oscurecida por la ligera sombra de su barba, el hoyuelo de su barbilla. Su corazón se aceleró. ¡Dios mío, qué guapo era ese hombre! Sólo mirarlo aceleraba su pulso, la hacía sentirse aturdida.

Will: Vamos, amor mío, déjame que te ayude a desvestirte.

Las palabras retumbaron dentro de ella y se le secó la boca. Quería decirle que no necesitaba su ayuda ni entonces ni nunca, pero no podía desabrocharse los botones del vestido sola y se sentía tan cansada...

Como en un sueño, se quitó los zapatos y, cuando llegó donde se encontraba él, se dio la vuelta y le dio la espalda. Con gran habilidad, los largos dedos de William desabrocharon los botones del vestido de seda color aguamarina que había llevado en la cena, mientras ella se preguntaba cuántas veces habría llevado a cabo esa tarea.

Will: Soy consciente de que no estás acostumbrada a desnudarte delante de un hombre -dijo con suavidad-, pero con el tiempo te acostumbrarás. Hasta es posible que un día llegues a disfrutar.

«¿Disfrutar desnudándome delante de William?» Le parecía absolutamente imposible... y, sin embargo, en el fondo la idea la intrigaba.

La mano de él acarició su nuca y pasó rozando sus hombros, poniéndole la carne de gallina. Cerró los ojos para no sentir vergüenza mientras William deslizaba el vestido por sus hombros, lo empujaba más abajo de sus caderas y lo dejaba caer al suelo.

Miley se quedó con una fina camisola de algodón, medias y ligas, y se acordó de que él ya la había visto así una vez. Sintió la presión de su boca contra su hombro desnudo, y en lugar de vergüenza, algo caliente y líquido se derritió dentro de su estómago. Por debajo de la camisola, sus pezones se endurecieron convirtiéndose en dos firmes y pequeños capullos que se frotaban contra el tejido de algodón.

«¡Dios mío!»

Rezando para que William no se hubiera dado cuenta, saltó por encima del vestido caído en el suelo, se agachó para recogerlo, procurando darle la espalda, y lo colgó en una percha.

Miley: Gracias. El resto puedo hacerlo yo sola.

Will: ¿Estás segura? -Su voz sonaba un poco ronca, había cierta provocación en el tono-.

Incapaz de resistir, intentando olvidarse de que estaba medio desnuda, se dio la vuelta para mirarlo de frente con la cabeza bien alta, decidida a no mostrase dócil ante él, por muy escasamente vestida que estuviera. Sabía que William la miraba, que su mirada la recorría de arriba abajo apreciando cada curva apenas escondida, la longitud de sus piernas, la estrecha circunferencia de su cintura y la plenitud de sus senos.

Will: ¿Por qué no te sientas...? -dijo con la misma voz ronca-. Y te quitaré las horquillas.

Su estómago se contrajo. ¡Cielo santo!

Miley: Puedo... puedo hacerlo sola. No... no necesito tu ayuda.

William sonrió y ella sintió como si algo se le derritiera en el bajo vientre.

Will: No irás a negarme un placer tan pequeño. Llevo toda la noche imaginando lo sedoso que debe de ser al tacto tu cabello.

Miley tragó saliva. Dado que no tenía idea de cómo responder a semejante petición, se dejó caer en el taburete y se limitó a darle la espalda. William se situó detrás de ella, su figura alta reflejada en el espejo. Una horquilla tras otra, William fue soltando los ligeros rizos y peinándolos con los dedos.

Will: El color del oro... -Repartió la espesa cabellera por los hombros-. Muchas veces me he imaginado lo agradable que sería sentirlos sobre mi pecho cuando estuviéramos haciendo el amor.

El temblor se apoderó de ella. Un día de verano, cuando todavía estaban prometidos, lo había visto sin camisa mientras tomaba el sol sentado en el tronco de un árbol a la orilla del estanque. Tenía un torso magnífico, lo recordaba muy bien, ancho y visiblemente musculoso. William era un entusiasta de la vida al aire libre, que disfrutaba de la caza y de la equitación, un atleta que cuando estaba en la ciudad boxeaba en el gimnasio del Caballero Jackson.

Se mantenía en excelente estado físico y se notaba.

En el espejo, ella observó con fascinación cómo inclinaba su rubia cabeza y le hundía los labios en el lado derecho del cuello, mordía suavemente el lóbulo de su oreja con los dientes, jugaba a tirar de él y lo soltaba muy despacio.

Tardó un instante en darse cuenta de que no estaba respirando. Cogió aire débilmente y se fijó que le temblaban las manos. Rezando para que no se notara, se dedicó a trenzar la cabellera que él había soltado. Aunque William había retrocedido unos pasos, podía verlo a través del espejo con los ojos todavía fijos en su rostro.

Will: ¿Necesitas que te ayude a desnudarte?

Miley casi saltó del taburete.

Miley: ¡No! Quiero decir..., no, gracias. No hace falta. Iré detrás del biombo para ponerme el camisón.

William negó con la cabeza.

Will: Te quedarás donde estás. Eres mi esposa, Miley. He accedido a algunas de tus peticiones pero a ésta no cederé.

Miley tragó saliva.

Miley: ¿Pre... pretendes que acabe de desvestirme delante de ti? ¿Quieres verme desnuda?

William frunció la boca.

Will: Eso es exactamente lo que quiero. No habrá secretos entre nosotros, Miley.

Miley: Pero...

Will: Todo esto es para que nos vayamos acostumbrando el uno al otro, amor mío; nada más.

El corazón le empezó a palpitar, golpeando contra su pecho como si fuera un ariete. William quería verla desnuda y lo reclamaba como quien reclama algo a lo que tiene derecho. Peor aún, dado que era su marido, puede que lo tuviese.

Miley: ¿Y si me niego?

William se encogió de hombros.

Will: Puedes dormir con tu camisola si lo prefieres. Ahora que lo sugieres, creo que me gustaría mucho.

Miley: ¡Eres odioso!

Un destello iluminó los ojos de William.

Will: ¿Lo dices en serio? ¿Qué crees que te habría pedido Richard Clemens en su noche de bodas?

El estómago se le contrajo. Si se hubiera casado con Richard, le habría arrebatado su virginidad sin dudarlo ni un instante. Por razones que no atinaba a explicar, pensó que no le habrían preocupado en lo más mínimo sus sentimientos al respecto.

No obstante, no se había casado con William por su voluntad, y la arrogancia de sus exigencias no le sentaba nada bien. Apartándose de él, apoyó los pies, uno después del otro, en el taburete, se quitó primero las ligas y después las medias. Dándole la espalda, arrancó de la percha el camisón de algodón blanco colgado al lado de la puerta, se sacó la camisola por encima de la cabeza, y la lanzó encima del biombo.

Durante varios segundos, en los que sus nalgas quedaron expuestas a la vista, trató torpemente de ponerse el camisón, y maldijo en silencio a William por lo astuto que había sido. Al cabo de unos instantes, con el camisón de algodón puesto en su sitio, respiró tranquila.

Tratando de ignorar el rubor que encendía su rostro, alzó la barbilla y se volvió a William, que seguía apoyado en la pared con los brazos cruzados. Sus ojos azules brillaban con una tonalidad especial y tenía la expresión tensa.

Estaba luchando para no perder el control, adivinó ella, visiblemente alterado por el espectáculo que acababa de ver. La invadió una sensación de poder, desconocida hasta entonces, y un diablillo que había dado por muerto hacía mucho tiempo asomó su traviesa cabeza.

Miley: Estoy lista para irme a la cama. ¿Y tú?

2 comentarios:

TriiTrii dijo...

Guaoo!!!
Me
Encanttoo este kapii amixx
Enserioo
Miley tiene q aceptar q todavía lo ama y lo desea!!
Will tan caballeroso intentando controlarse para mantener la promesa!!
Awww siguelaaaaaaa
Esperare el otro kapiii cn ansiasss
Bye byee ;)

Natalia dijo...

hermos el capitulo..
jajaja
voy a por otrooo juju
muackkk

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