topbella

sábado, 11 de junio de 2011

Capítulo 10


Miley rompió su compromiso con Richard Clemens al día siguiente de que ella y Taylor hubieran regresado del campo, cinco días antes de la boda. Se dijo a sí misma que no tenía elección; no dudaba ni por un momento que William haría exactamente lo que le había prometido: si rechazaba su oferta de matrimonio, arruinaría su vida tal y como había hecho una vez.

Miley lo odiaba por eso.

Y no lo entendía. ¿Por qué William insistía tanto? ¿Tan grande era su culpa o su sentido del honor que casarse con ella era la única manera de reparar su error?

Sin duda, era posible.

Al enterarse de que no habría boda, Richard había insultado y maldecido, rogado y suplicado, había recurrido a todos los medios a su alcance para hacerla cambiar de opinión.

Richard: ¿Que he hecho, Miley? Por favor, dímelo, y te prometo que te compensaré.

Miley: No has hecho nada, Richard. Sencillamente no estamos... hechos el uno para el otro; no me había dado cuenta hasta ahora.

Richard: Habíamos hecho planes, Miley. Íbamos a compartir el futuro.

Miley: Lo siento, Richard, lo siento de todo corazón, pero así están las cosas y nada las va a cambiar.

El mal humor de Richard aumentó.

Richard: No puedes irte sin más. ¿Qué hay de mi madre? Se ha gastado una fortuna en la boda. ¿Y de mis hijos..., de mis amigos? ¿Qué les voy a decir? ¿Cómo lo voy a explicar?

Miley: Nunca me hubieras dejado ser como una madre para tus hijos, y en cuanto a tus amigos, si de verdad lo son, entenderán que, a veces, estas cosas pasan.

La cara de Richard adquirió un tono carmesí.

Richard: Sí, pero ¡no a mí!

Salió de la casa pisando fuerte y Miley, desde la ventana, le vio bajar furioso los escalones del porche, subir al carruaje y cerrar la puerta de un golpe.

Le escocían los ojos, pero el dolor que había esperado sentir no llegó. Al alejarse de la ventana suspiró en medio del silencio que había dejado la marcha de su ex prometido. Para no herir el orgullo de Richard, no había mencionado al duque, ni le había dicho que se casaría con otro hombre, que volvería a Inglaterra para convertirse en la duquesa de Sheffield.

No le había dicho que William la había chantajeado, que no le quedaba otra alternativa que romper su compromiso.

Sintió ganas de llorar, pero las lágrimas no acudieron a sus ojos. Le molestaba no sentirse más alterada, experimentar, sobre todo, enfado y miedo. ¿Qué clase de futuro le esperaba con un hombre despiadado como William, un hombre al que no conocía y en quien no confiaba?

Le preocupaba más incluso que fuera sólo cuando pensaba en William que sus emociones parecían escapar a todo control.

¡Dios mío! ¿Cómo se había vuelto tan confusa su vida?


Un tibio sol de agosto se colaba a través de los ondulados cristales de las ventanas dos días después. Tras el almuerzo, Miley y su tía tenían previsto ir de compras, una excusa para abandonar la casa y alejar las preocupaciones al menos durante un rato.

Por desgracia, antes de que llegara la hora de salir, William llamó a la puerta, sombrero en mano, y demasiado guapo para su gusto.

Will: He recibido tu nota -dijo, mientras ella lo conducía a la sala de estar y cerraba las puertas correderas-. Me alegro de que hayas actuado con rapidez.

Miley lo miró fijamente. Le había enviado una nota comunicándole que había roto su compromiso y confiaba en que hubiera leído su amargura entre líneas.

Miley: No me has dado elección. He actuado con rapidez con la esperanza de ahorrar dolor a Richard.

Miley se sentó en una silla Windsor de respaldo alto y William se acomodó en el sofá de terciopelo rosa que había frente a la chimenea.

Will: El Nimble zarpará rumbo a Inglaterra a finales de la semana que viene; he comprado pasajes para nosotros dos, así como para tu tía y tu doncella, la señorita Marley. Me gustaría que nos casáramos antes de partir.

Miley: ¿Qué? -Prácticamente saltó de la silla-. ¡Eso es imposible! ¿Por qué tienes tanta prisa? ¿Por qué no podemos esperar hasta que regresemos a Inglaterra?

Will: Ya hemos esperado cinco años, Miley. Quiero acabar con este asunto de una vez por todas, resolverlo como debería haberse resuelto entonces. Ahora que hemos tomado la decisión, quiero que nos casemos, y que sea pronto. Con el permiso de tu tía, haré los preparativos para celebrar una pequeña ceremonia aquí, en el jardín, el día antes de nuestra partida. Celebraremos la boda tal y como corresponde una vez que hayamos vuelto a Londres.

Miley: Pero..., eso es..., falta menos de una semana. No puedes esperar que yo..., yo...

Will: ¿Qué, Miley?

Aspiró hondo, intentando mantener la compostura.

Miley: Nuestras vidas han cambiado. Ya no te conozco, William. Necesito tiempo para acostumbrarme a la idea de..., de compartir la cama contigo. No puedo..., así sin más...

El torció la comisura de su boca.

Will: Hubo una época en la que tenías ganas de compartir la cama conmigo.

Sus mejillas se encendieron. Recordaba ese momento demasiado bien, lo recordaba incluso con más claridad desde la noche que la había besado en el jardín. De todos modos, no estaba preparada para dar los pasos que la conducirían a esa clase de intimidad, no estaba preparada para darle más control del que ya ejercía sobre ella.

Levantó la barbilla.

Miley: Hasta ahora has venido con todo tipo de exigencias a las que me he sometido en contra de mi voluntad. Ahora te pido algo a cambio: quiero tiempo, William, tiempo para aceptar el hecho de que vas a ser mi marido.

Su rostro se nubló. Por un instante, apartó la mirada.

Will: Muy bien. Me parece una petición justa, quieres tiempo y estoy dispuesto a concedértelo; no te pediré que cumplas con tus deberes conyugales hasta que hayamos regresado a Inglaterra.

Fortalecida por la batalla que acababa de ganar, se sintió más valiente.

Miley: Quizá sería mejor si concertáramos un matrimonio de conveniencia. Ambos podríamos llevar vidas separadas y...

Will: ¡Ni pensarlo! -Aspiró una bocanada de aire para controlar su mal genio-. Eres lo bastante lista para saber que eso no ocurrirá. Te he deseado desde el día que te conocí, Miley, y eso es algo que no ha cambiado. Confío en que, con el tiempo, vuelvas a desearme.

Miley no respondió. William Hemsworth era un hombre fuerte, varonil, poderosamente atractivo. Cuando era más joven, había pasado noches en vela tratando de imaginarse lo que sentiría cuando él le hiciera el amor; por mucho que deseara lo contrario, una parte de ella no había cambiado.

Will: Entonces, yo entiendo que estamos de acuerdo.

Miley: Lo estamos, aunque sé que lo lamentaré todos y cada uno de los días que dure el viaje.


Taylor Marley esperaba en el callejón situado detrás de la casa de la calle Arch.

Taylor: ¡Robert!

Se acercó a ella con pasos largos, bajó la cabeza y le depositó un beso rápido en la mejilla.

Robert: Mi dulce Taylor.

Taylor se sonrojó. Llevaban casi una semana en la ciudad, y se habían visto todos los días desde su vuelta. A Taylor le había sorprendido descubrir que el comerciante Emer Seaver vivía allí, en Filadelfia; lo que significaba que Robert McKay vivía allí también.

La noche que se había encontrado con él en el establo había sido mágica. Nada más llegar la había llevado fuera, a un pequeño prado próximo al granero y le había enseñado un pequeño y adorable potrillo que jugueteaba junto a su madre.

Robert: Se llama Leo. La hija mayor de Wentz le puso ese nombre por lo mucho que le gustan los dientes de león.

Taylor se echó a reír.

Taylor: Es precioso.

Pasaron tiempo con los caballos. Robert le enseñó los sementales y las yeguas de pura sangre de Jacob Wentz, demostrando un sorprendente conocimiento sobre caballos y obviamente disfrutando.

Robert: Uno de los primos de mi madre tiene una casa en el campo y mi madre solía llevarme allí a menudo, de visita.

Taylor: ¿Y tu padre?

Robert sacudió la cabeza.

Robert: Nunca lo conocí. Murió antes de nacer yo.

Al caer la noche, Robert la llevó a una colina desde la que se divisaba todo el valle, y la guió hasta el tronco de un árbol caído en el que ambos tomaron asiento.

Taylor: ¡Que valle tan bonito! -Dijo contemplando las onduladas colinas rodeadas por la luz plateada de la luna-. Tal vez, una vez que nos instalemos en casa del señor Clemens, tendré la oportunidad de dibujarlas.

Robert: ¿Te gusta dibujar?

Taylor: Pinto paisajes con acuarelas, pero sólo para distraerme. No soy muy experta en la materia.

Robert: Apuesto a que eres una pintora muy buena. -Alcanzó a coger una ramita del suelo y jugueteó, distraídamente, con ella-. A mí me gusta esculpir. Ayuda a pasar el tiempo.

Ella lo miró a la luz de la luna, admirando su mandíbula firme, pensando en lo guapo que era.

Taylor: ¿Qué es lo que esculpes?

Robert: Sobre todo muñecos. Caballos de madera, soldaditos de juguete, carruajes en miniatura, cosas así. -Sonreía. A lo mejor un día podremos hacer un intercambio, uno de mis caballos de madera por uno de tus cuadros.

Taylor le devolvió la sonrisa.

Taylor: Eso me gustaría. Consideraría que habríamos hecho un buen trato.

Robert y ella se sentaron en la colina a la luz de la luna, y charlaron hasta bien pasada la medianoche. El tiempo parecía volar mientras reían y charlaban, Taylor hablando con una soltura que nunca antes había experimentado con un hombre.

Sonreía al pensar en los días que habían pasado juntos desde que volvieran a la ciudad, y en el increíble número de cosas que habían descubierto que tenían en común. A los dos les gustaba mucho la ópera y la poesía. A los dos les gustaba leer. Los dos disfrutaban con los animales y los niños -Robert esperaba formar una gran familia algún día-.

Él le habló de su niñez, y de cómo su familia había sido pobre pero muy feliz. Ella le habló del verano, cinco años atrás, en que sus padres habían muerto, y de lo mucho que había llorado su pérdida. Y mientras tanto, Robert había sostenido su mano y la había escuchado, la había escuchado de verdad.

Durante aquellos días, Taylor había descubierto muchas cosas sobre Robert McKay. Aunque los próximos cuatro años de su vida pertenecían a otro hombre, Robert reía a menudo y de manera sincera, y parecía mantener una actitud alegre sin importarle las circunstancias.

Ni tampoco los insultos que recibiera del hombre que lo había comprado.

Robert: Soy su criado -le dijo en una ocasión-. Podría haberme encomendado una docena de trabajos diferentes, pero quería tenerme a su servicio, personalmente. Ese hombre cuando está mejor es cuando trata a otros como dueño y señor.

Taylor: ¿Qué quieres decir?

Robert: A Seaver le produce una gran satisfacción que yo me haya licenciado en Cambridge y, a pesar de ello, tenga que limpiar el barro de sus botas. Hablo el inglés de la realeza mejor que él, y sé más que él, pero, sin embargo, tengo que prepararle el baño y coser sus calcetines y sus camisas.

Taylor: Oh, Robert.

El esbozó una débil sonrisa.

Robert: Una vez me golpeó con un látigo delante de sus amigos por haberle corregido en algo relativo a una obra de Shakespeare.

Taylor: ¡Dios mío, Robert! ¿Y no has intentado nunca escapar?

Encogió sus anchos hombros, moviendo el tejido de su camisa de manga larga.

Robert: Seaver es un hombre poderoso en este país. Ha dejado bien claro que me perseguiría hasta encontrarme. Y mi deuda con él es real; hice un trato con el diablo y ahora tendré que aceptarlo cuatro años más.

Robert parecía bastante resignado a su destino, pero Taylor a duras penas podía sobrellevarlo.

En el poco tiempo que había transcurrido desde que se habían conocido, Taylor se había enamorado de Robert McKay.


Al oír voces en el pasillo, Miley levantó los ojos del libro que estaba leyendo, Robinson Crusoe de Daniel Defoe, una novela que se había traído desde Inglaterra. De pie en la entrada, se hallaba Taylor acompañada de un hombre moreno y guapo que Miley dedujo que debía de ser Robert McKay.

Desde su regreso del campo, Taylor lo había mencionado una docena de veces. Era innegable que se había enamorado de McKay, aunque Robert era un criado ligado a su amo por un contrato de esclavitud. A Miley le preocupaba que el hombre intentara aprovecharse de una joven dulce e ingenua como su doncella.

Al ver lo atractivo que era, su preocupación aumentó más incluso.

Pese a que Taylor le llevaba un año, tenía muy poca experiencia con los hombres; Miley confiaba en que el sentido común y su innata habilidad para juzgar el carácter de las personas fueran suficientes para guiarla en los asuntos amorosos.

Taylor: Siento molestarla, Miley, pero Robert ha venido un momento y me gustaría presentárselo si tiene tiempo.

Miley: Por supuesto que lo tengo. Había deseado conocerlo desde la primera vez que Taylor lo había mencionado. -Dejó el libro encima del sofá, cerca de ella, y se puso de pie-. Haced el favor de pasar.

Entraron juntos al salón, Robert con una mano ligeramente apoyada en la delgada cintura de Taylor. En realidad no se conocían tanto como para que se comportara así, pero de alguna manera, mirándoles, el gesto parecía completamente natural.

Taylor: Miley, quiero presentarle a mi amigo, Robert McKay, el hombre del que le he hablado.

Miley sonrió.

Miley: Señor McKay, es un placer conocerlo.

Robert: El placer es mío, señorita Cyrus. -Se inclinó sobre su mano con una reverencia como si fuera un miembro de la nobleza en lugar de un criado con un contrato de esclavitud. Miley lo examinó con curiosidad-.

Miley: Ha impresionado a mi amiga Taylor.

La sonrisa de Robert aumentó.

Robert: Tanto como ella me ha impresionado a mí, señorita Cyrus. -Había algo tan afectuoso en la mirada que Robert lanzó a Taylor, que parte de las dudas de Miley se esfumaron-.

Hablaron un rato del tiempo, de la ciudad, hasta que Robert preguntó a Miley si le gustaba la novela que estaba leyendo.

Ella arqueó una de sus finas cejas.

Miley: ¿La ha leído?

Robert: Pues sí. Hace ya algún tiempo y me gustó mucho.

En ese momento entró tía Fiona, lista para iniciar la planeada salida para ir de compras, apenas sorprendida de encontrar a un hombre guapo de pie en el salón.

Hubo más presentaciones. Tía Fiona no pareció inmutarse por el hecho de que a ella, una condesa, le presentaran a un criado. Pero, claro, estaban en Norteamérica; aquí no existían la realeza ni los títulos; todos se iban acostumbrando a la idea de que allí las personas, en su mayoría, eran tratadas como iguales.

No obstante, era más que evidente que Robert McKay era algo más que un simple criado.

Robert: Milady -dijo en su perfecto inglés de clase alta, cogiendo la mano de la condesa y haciendo una sofisticada reverencia-.

Fiona: Así que éste es el hombre que nos ha estado privando de la compañía de nuestra amiga -dijo, examinando a McKay de pies a cabeza-.

Robert: Señora, me declaro culpable de los cargos. Y os aseguro que la señorita Marley es una compañía extremadamente deliciosa.

Siguió una conversación cortés, en la que McKay no dio muestras de sentirse intimidado lo más mínimo por el hecho de que Fiona Chamberlain ocupara un puesto elevado en la sociedad inglesa. La condesa miró con perspicacia a Taylor, y luego a su invitado.

Fiona: Tal vez disponga de tiempo para tomar el té con nosotras, señor McKay.

Robert parecía sinceramente apenado.

Robert: Lamento tener que rechazar la invitación. Tengo deberes que cumplir y mi visita ya se ha hecho más larga de lo previsto. Quizás en otra ocasión, milady.

Tía Fiona sonrió, complacida por la tierna mirada que él lanzó en dirección a Taylor. Robert se despidió amablemente y Taylor lo acompañó a la puerta.

Robert: Tienes suerte de contar con semejantes amigas por señoras -dijo a una distancia en que Miley todavía podía oírlo-.

Taylor: Soy muy afortunada.

Se oyó el roce de tejidos cuando él se acercó y tal vez la besó en la mejilla.

Robert: Me alegro de haberte conocido, Taylor Marley.

Miley oyó cerrarse la puerta detrás de él, y entonces Taylor regresó al salón, con una mirada de ilusión en el rostro.

Taylor: Bien... ¿Qué os ha parecido?

Fiona: Es endemoniadamente guapo. Bien educado y absolutamente encantador. -Sacudió la cabeza y su doble barbilla se echó a temblar-: ¿Cómo es posible que un hombre así trabaje como criado?

Taylor: Es una larga historia, lady Wycombe.

La interrumpió con un gesto.

Fiona: Sí..., y no es asunto mío. De todas maneras..., me preocupa.

Miley: Bueno, a mí me ha gustado mucho -dijo alegremente-. Y creo que le gustas tanto como él a ti.

Un ligero rubor cubrió las mejillas de Taylor.

Taylor: Robert ha canjeado uno de sus caballitos de madera tallados por dos entradas para el teatro. Se trata de una comedia que se llama Vida, y me ha pedido que lo acompañe. Dice que el señor Seaver tiene una reunión de negocios y no volverá a casa hasta tarde.

Por las murmuraciones que Miley había oído, probablemente ésa era la manera amable de decir que Seaver iba a pasar la noche con su amante.

Taylor miró por la ventana y contempló a Robert alejándose a pie por la calle. Cuando dobló una esquina y desapareció de su vista, la sonrisa se borró de su rostro. Taylor había creído que se quedaría en Norteamérica, pero dado que Miley regresaba a Inglaterra con William, y su tía los acompañaba, Taylor se veía obligada a marcharse también.

No conocía a nadie en Norteamérica, y aunque las intenciones de Robert fueran serias, no podía pedirle que se casara con ella hasta que transcurrieran, como mínimo, cuatro años.

Miley observó cómo su querida Taylor abandonaba la sala y sintió pena por ella. Si William se hubiera quedado en Londres, la relación de Taylor y Robert podría haber tenido futuro. Miley ya no lo veía probable.

Otra desgracia de la que culpar a William.




Si tio ¬¬
Todo es por culpa de Will.
Se podría haber casado con Melissa que era tan dócil, obediente y no se que mas, y dejar a Miley tranquila.
Que no..., ¡que es broma! XD XD XD
Que Will y Miley están hechos el uno para el otro, ya lo veréis ;)
Los capis se pondrán cada vez más interesantes.
Si queréis que publique menos seguido porque no tenéis tiempo de leer, hacedmelo saber, ¿vale?
¡Bye!
¡Kisses!

2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

:( Will no tiene la culpa..
la unica culpa que el tiene es estar enamorado de miley...
y espero que taylor y rober hayen la manera de estar juntos, si ese es el verdadero destino de ellos..
Me encanta tu nove..
super..
:D

Natalia dijo...

Ai pobre Tay.. se ha enamorado..
El amor es muy malo ..:S jajaja
Hermosa la novela vamos..Muack

Publicar un comentario

Perfil