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lunes, 20 de junio de 2011

Capítulo 24


El gran carruaje negro de William, tirado por cuatro caballos grises, avanzaba hacia Londres haciendo un ruido sordo. El cochero, Mullens, manejaba con destreza las riendas y, a insistencia de William, dos lacayos viajaban en el banco posterior del vehículo como protección en caso de que surgieran problemas en el camino.

La temperatura había vuelto a bajar, pero como todavía no había llovido, las carreteras estaban llenas de cortes pero libres de barro. Dentro del coche, Miley y Taylor, ambas tapadas con una gruesa manta de piel, iban sentadas una frente a la otra.

Miley: He disfrutado de nuestra estancia en el campo -dijo con un suspiro-, pero tengo ganas de volver a casa.

Taylor: Yo también. -Con la mirada fija en la ventana, se recogió un cabello que se le había soltado del moño-. Quizás habrá noticias de Robert.

Miley: Sí, quizá las haya.

Eso esperaba Miley, aunque estaba preocupada. No habían tenido noticias de McKay excepto las cartas que había enviado después de salir de la cárcel. Justin McPhee había estado investigando por alguna parte pero, que Miley supiese, los resultados habían sido escasos hasta ese momento.

Taylor: Es posible que el señor McPhee haya descubierto algo -añadió-.

Miley: William dice que es muy bueno en su trabajo.

Taylor: No me cabe la menor duda. Tengo grandes esperanzas de que descubra la prueba que Robert necesita.

Apenas hablaron mientras el coche en el que hacían el agotador regreso a casa las zarandeaba entre un pequeño jaleo de ruidos sordos y chirridos, y ambas pensaban en los hombres que habían dejado atrás. Miley había echado de menos a William más de lo que le hubiera gustado, y sabía que Taylor anhelaba ver a Robert McKay.

Agotadas por el frío y el viaje, durmieron un rato. El repiqueteo de los cascos sobre uno de los puentes de madera, que anunciaba la proximidad de los alrededores de Londres, despertó a Miley, que se quedó contemplando el árido paisaje invernal por la ventana. Enero era un mes frío, de grandes heladas en los campos y árboles desiertos faltos de hojas. Las ruedas del carruaje retumbaban sobre el puente y las blancas y espumosas aguas de la corriente bañaban veloces las rocas que había debajo.

Habían cruzado la mitad del puente. El cochero estimulaba a la caballería para que fuese un poco más rápida ahora que veía acercarse el final del viaje, cuando Miley oyó un golpe seco similar al de un trueno, seguido de un chirrido de maderas.

Taylor gritó cuando el eje frontal se partió ruidosamente, chirriando hasta romperse del todo por la mitad.

Miley: ¡Agárrate! -gritó, intentando con desesperación agarrarse de algo, mientras el carruaje se inclinaba peligrosamente, volcaba de lado y daba una vuelta de campana. Durante un instante pareció como si estuviese suspendido en el aire, la plataforma suelta y separada de los caballos, rodando sin control por el puente-.

Tras una fuerte sacudida y más ruido de maderas que se rajaban, con el corazón palpitando con violencia, Miley vio que tenía el suelo del carruaje encima de la cabeza y el techo debajo de los pies, y después que el suelo se encontraba de nuevo bajo sus pies.

Algo que se había desprendido del interior del coche, la golpeó con fuerza en el estómago y le causó un dolor agudo. Un pedazo de madera se estrelló contra su cabeza y sintió otro brutal latigazo de dolor. La última cosa que recordaría fue la fría sensación que le produjo el contacto de las aguas heladas que se filtraban a través del suelo destrozado del carruaje, empapando sus faldas y hundiéndola. Después se le cerraron los ojos y se sumió en la oscuridad.


Hacia las seis de la tarde, William empezó a caminar de un lado a otro de su despacho. Para entonces, el coche ya debería haber estado de vuelta. Sin embargo, era posible que hubieran salido tarde o que se hubiese roto una rueda. Seguramente regresarían pronto a casa.

A las ocho de la tarde estaba preocupadísimo. Tal vez unos bandoleros habían asaltado el coche. Tal vez habían tenido algún tipo de accidente. Pensó en ensillar su caballo y cabalgar hasta la carretera por la que estaba seguro que habían viajado, pero temía que el coche ya hubiera entrado en la ciudad y no las encontrara en el laberinto de calles.

A las diez de la noche estaba desesperado. Había enviado a dos hombres a caballo en busca del coche, pero no habían regresado. Si no volvían a casa en los próximos treinta minutos, iría él mismo en busca del vehículo.

A las diez y cuarto, un alboroto en la entrada lo hizo salir precipitadamente del despacho. Reconoció al cochero, el señor Mullens, que tras dirigir unas palabras al mayordomo, se quedó allí esperando, retorciéndose las manos, con el batín roto y cubierto de barro, y la cara ensangrentada y magullada. A William se le heló la sangre.

Will: ¿Qué sucede, Mullens? ¿Qué ha ocurrido?

El hombre lo miró con los ojos rojos e hinchados.

Michael: Ha habido un accidente, excelencia. El eje frontal se ha roto cuando cruzábamos un puente.

Will: ¿Dónde está la duquesa?

Michael: Su excelencia la duquesa y su doncella han resultado heridas, señor, y también uno de los lacayos. El coche ha volcado y se ha caído al arroyo. Las hemos sacado del agua, ha llegado gente y nos han ayudado a llevarlas a una posada, la Oxbow, y el propietario ha llamado a un médico. Las he dejado allí y he venido corriendo a buscar a su excelencia.

William luchó para controlar el miedo.

Will: ¿En qué estado se encuentran las mujeres?

Michael: La doncella sólo tiene arañazos. La duquesa..., no sabría decir. Estaba inconsciente cuando me fui.

El nudo que William sentía en el estómago se apretó aún más. Miley estaba herida y él no sabía si era grave. Debía llegar junto a ella lo antes posible.

Will: ¡Vámonos!

William echó a andar. Su caballo, un gran semental negro llamado Thor, ya estaba ensillado. Había dado la orden media hora antes, y si no había abandonado ya la casa, había sido por un férreo acto de voluntad. Ahora se alegraba de haber actuado de forma sensata y haber esperado a que llegaran noticias.

Will: ¿A qué distancia está la posada? -preguntó al salir de la casa a grandes zancadas en dirección al establo, que se hallaba en la parte trasera del edificio, y Michael Mullens se apresuraba para seguirle el paso. El hombre parecía agotado, pero a William no le importaba. Si averiguaba que el cochero había sido el responsable del accidente, acabaría con mucho peor aspecto-.

Michael: No muy lejos, excelencia. Casi habíamos llegado a la periferia de la ciudad.

Ignorando el miedo que le oprimía por dentro, William ordenó que ensillaran un segundo caballo y, tan pronto como estuvo listo, los dos hombres los montaron.

William se dirigió al mozo de cuadra principal:

Will: Hay una posada que se llama Oxbow en la carretera de Wycombe. Necesitaremos un carruaje para transportar a las señoras a casa. Y dile a Wooster que vaya a buscar a Neil McCauley para que se reúna con nosotros en la posada.

McCauley, antiguo cirujano de la armada, era uno de los mejores amigos de William. Había abandonado el servicio, pero no la práctica de la medicina. Ya no era cirujano, sino uno de los médicos más respetados de Londres. El hombre había asistido a Brittany y a Vanessa en el nacimiento de sus hijos, y William confiaba en él sin reservas.

El mozo de cuadra se apresuró a asentir con la cabeza.

***: Me ocuparé de todo yo mismo, excelencia. -Y dándose la vuelta, empezó a dar órdenes al resto de los mozos-.

En cuestión de minutos, los dos hombres cabalgaban por las calles empedradas rumbo a la posada, a una velocidad vertiginosa, mientras William hacía todo lo posible para no dejarse abrumar por la preocupación.

«Se pondrá bien -se decía-, tiene que recuperarse.» Y rezó en silencio para que fuera verdad.


Miley se despertó aturdida por el dolor. De pie junto a su cama, había un hombre al que no conocía.

McCauley: Tranquilizaos duquesa, estáis bastante malherida. Me llamo Neil McCauley, soy amigo de vuestro marido y también soy médico.

Miley se humedeció los labios, secos e hinchados.

Miley: ¿Es... está William aquí?

William dio un paso hacia delante, y ella se dio cuenta de que había estado de pie, en las sombras. Estaba despeinado, tenía ojeras y parecía que no se hubiera afeitado.

Will: Estoy aquí, amor mío -dijo, cogiéndola de la mano e inclinándose para depositar un beso en su frente-.

McCauley: El duque ha venido tan pronto como se ha enterado -explicó el doctor-. Lleva media hora caminando de un lado a otro de la habitación, preocupadísimo por vos.

Miley: ¿Qué ha ocurrido?

William apretó su mano:

Will: Ha sido un accidente. Un eje del coche se ha roto y el carruaje ha caído al río.

Intentó recordar los hechos, pero su mente se negaba a activarse.

Miley: ¿Qué... qué le ha pasado a Taylor y... y a los otros?

McCauley: Vuestra doncella ha recibido muchos golpes -dijo el doctor-, pero ninguna herida grave. Y uno de los lacayos se ha roto un brazo, pero ya ha sido atendido y se curará con el tiempo.

Gracias a Dios ninguno de ellos estaba gravemente herido. Miley miró a William y leyó la preocupación en sus ojos. Durante la semana que habían estado separados, lo había echado tanto de menos..., y Dios santo, lo quería.

Se le cerraron los ojos. Estaba tan cansada...

McCauley: Os he dado láudano para que os ayude a descansar -dijo el médico-. Por la mañana os encontraréis mejor, y cuando os sintáis con fuerzas, vuestro marido podrá llevaros a casa.

Se obligó a mantener los ojos abiertos y miró a los dos hombres que estaban de pie junto a la cama, William alto y guapo incluso con la ropa arrugada y manchada de barro, y el médico, algo más bajo y con los cabellos castaños, pero atractivo a su manera, mientras sentía la reconfortante sensación de la mano de William sosteniendo la suya.

Will: Todo saldrá bien -dijo amablemente-.

Miley intentó sonreír, pero se le cerraron los párpados suavemente. Se sentía magullada y le dolía todo el cuerpo. Además, tenía un tormento sordo y punzante debajo del estómago. El láudano ayudaba, pero le provocaba un sueño irresistible.

Will: Descansa un poco, amor mío.

Los labios de William rozaron ligeramente los suyos. Le soltó la mano y se giró para marcharse, sus pisadas amortiguadas en la alfombra.

Miley luchó por mantenerse despierta un rato más, pero su cuerpo se negó a cooperar y cayó en un sueño profundo.

Soñó con William y su hogar, aunque después no se acordara.


Tan pronto como cerró la puerta, William interrogó a McCauley.

Will: ¿Se pondrá bien? Quiero la verdad, Neil.

Ambos se hallaban en un pasillo del piso superior de la posada de Oxbow. Neil no quería mover a Miley hasta que hubiera recuperado un poco más de fuerzas.

El doctor depositó su maletín en la silla que había junto a la puerta.

McCauley: Como he dicho, ha recibido una auténtica paliza cuando el coche cayó del puente, pero no parece que tenga ningún hueso roto.

Will: Entonces, estás diciendo que se recuperará.

McCauley: En líneas generales, sí.

William se enderezó.

Will: ¿Qué significa eso?

McCauley: Significa que hay algunas complicaciones -dijo el médico-.

El pulso de William se aceleró.

Will: ¿Qué clase de complicaciones?

El rostro de McCauley se puso serio.

McCauley: La primera vez que la he visitado, sangraba por el útero. La he examinado y he descubierto que se le había vuelto a abrir una vieja herida que había sufrido antes.

William frunció el ceño. Preguntó con tono de urgencia:

Will: ¿De qué tipo de herida me hablas?

McCauley: No estoy seguro de cómo sucedió. Es probable que se tratase de una caída. En cualquier caso, sus órganos femeninos resultaron dañados. El accidente del coche ha vuelto a causarle otro desgarro interno.

Will: Dime que se pondrá bien -dijo mientras reprimía un intento de náusea-.

McCauley: Hay muchas probabilidades de que se cure sin problemas tal y como hizo antes. Pero hay algo que debo decirte, William.

William miró a la cara a Neil McCauley, leyó la pena reflejada en ella y se armó de valor para oír lo que el hombre tuviese que decir.

Will: Adelante.

McCauley: Lo lamento, pero tu esposa no podrá tener hijos nunca. Su útero quedó gravemente dañado la primera vez. Esto no ha hecho más que empeorar las cosas.

William desvió la mirada, intentando entender las palabras de Neil. ¿No tendrían hijos cuando en el pasado habían planeado tener media docena? Miley quedaría deshecha.

Will: No sé qué decir. ¿Cómo voy a explicárselo?

McCauley: Estoy seguro de que ella ya lo sabe -afirmó-. La herida inicial ocurrió hace, por lo menos, unos años. Habrá padecido cambios en el ciclo menstrual y, en ese momento, los médicos le tienen que haber explicado la situación.

William sacudió la cabeza.

Will: No es posible. Habría dicho algo. No debe de saberlo.

McCauley: Tal vez no lo sepa -replicó desviando la mirada, pero era obvio que no lo creía-.

La mente de William empezó a dar vueltas. Miley no podía haber sabido que era estéril. De haberlo sabido, le habría dicho algo antes de la boda. Ella sabía que necesitaba un heredero, sabía lo crucial que era que ella le diera un hijo.

Sus pensamientos retrocedieron al viaje que ella había hecho a Norteamérica. Había planeado casarse con un viudo, con un hombre que ya tenía dos hijos propios.

«Habría tenido una familia», había dicho en una ocasión.

¡Dios mío! ¡Había sabido desde el principio que era estéril!

El estómago de William se contrajo hasta causarle dolor. Miró a Neil McCauley.

Will: ¿Estás seguro de que se pondrá bien?

McCauley: Tan seguro como puedo estar dadas las circunstancias. Es una mujer sana. Sobre todo, lo que necesita es descanso y recuperar fuerzas.

William se limitó a asentir. Sentía un nudo en la garganta que casi le impedía hablar.

Will: Gracias por haber venido, Neil.

McCauley sujetó a William del hombro.

McCauley: Lo siento, William.

William no respondió, pero en lugar de volver a la habitación de Miley tal y como había planeado, dio media vuelta y se alejó por el pasillo.

1 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

Se ha enterado... :(
pobre Miley y Will..
ahora Will esta desbastado..
que hara?
siguela..
;)

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