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jueves, 9 de junio de 2011

Capítulo 6


Deseosa de pasar unos momentos a solas, Miley se plantó delante de la ventana y se quedó mirando la oscuridad de la ciudad a la que habían llegado sólo dos semanas antes. Esa noche, ella y su tía asistían a una pequeña fiesta que los amigos más cercanos de Richard habían organizado para celebrar su compromiso. Tenía la sensación de no parar de conocer gente nueva, y aunque eran amigables, a veces le resultaba un poco agobiante.

Miley observó detenidamente el silencio que reinaba fuera de la casa. Con sus estrechas calles pavimentadas, sus edificios de ladrillo, los campanarios de las altas y blancas iglesias y los grandes y verdes parques abiertos, Filadelfia era encantadora, aunque no se pareciera en absoluto a Londres.

Pese al vínculo que había existido en el pasado entre Inglaterra y Norteamérica, daba la impresión de que los colonos americanos habían hecho todo lo posible para forjarse una identidad propia. Su manera de hablar era menos abreviada, menos formal. Seguían los dictados de la moda inglesa, sin embargo, dado la distancia entre ambos países, incluso los vestidos más elegantes tenían un aire ligeramente anticuado.

Aun así, allí la gente tenía un sentido de la independencia, fuerte e inquebrantable, que Miley admiraba y respetaba. Nunca había conocido a nadie como ellos.

Miley se alejó de la ventana y fue a reunirse con su tía, que estaba de pie junto a la ponchera de cristal tallado. En las dos semanas que habían transcurrido desde su llegada, Miley se había instalado cómodamente en la estrecha casa adosada de ladrillo que su tía había alquilado para su estancia en la ciudad. De momento, Miley y Taylor vivían allí con ella, en la encantadora casa de estilo colonial.

Después de la boda, que se celebraría en tres semanas, ella y Taylor se mudarían al hogar de Richard en Society Hill, y una vez instaladas, tía Fiona regresaría a Inglaterra, acompañada por una dama de compañía que contrataría para el viaje.

Miley se quedaría con su marido en Filadelfia, un mundo nuevo y completamente diferente. Se sentía agradecida de que Taylor también se quedara.

Dio un sorbo del vaso de ponche que tía Fiona deslizó en su mano.

Fiona: Ahí viene Richard -susurró, sonriendo al hombre de cabello rubio que se acercaba por el salón, que los americanos llaman sala de estar-. Desde luego es un hombre guapo.

Miró a su sobrina de reojo en busca de alguna emoción que le revelara sus sentimientos hacia Richard, pero Miley mantuvo una expresión neutra.

Le gustaba Richard Clemens lo suficiente como para aceptar su proposición, pero no estaba enamorada de él. Y no pensaba que Richard estuviera algo más que medianamente atraído por ella. Era un hombre práctico y triunfador, que necesitaba una esposa para reemplazar a la que había muerto después de dar a luz, y una madre para sus dos hijos. Miley esperaba que el afecto aumentara con el tiempo.

Richard: Ah, Miley, estás aquí. -Sonrió y ella le devolvió la sonrisa-.

Miley: Te he visto hablando con el señor Wentz. Dado que ambos poseéis fábricas textiles, he imaginado que estaríais hablando de negocios.

Richard la cogió de la mano y le dio un pequeño apretón.

Richard: Eres muy astuta. Lo presentí desde nuestro primer encuentro. Una esposa que sabe cuál es su papel, puede ser tremendamente valiosa para el negocio de su marido.

Miley siguió sonriendo. No estaba muy segura del papel que Richard quería que desempeñase pero, con el tiempo, confiaba en descubrirlo.

Richard: En realidad, Jacob Wentz se dedica a la fabricación de tintes. Su fábrica está en Easton, no muy lejos de Textiles Clemens. -Se interrumpió un momento para hablar con Fiona Chamberlain y mientras ambos mantenían una conversación de cortesía, Miley estudió al hombre con quien iba a casarse-.

Richard era algo más alto que la media, y era atractivo, de cabello muy rubio y ojos que eran una mezcla de marrón y verdes, que cambiaban de color según su humor.

Durante el tiempo que pasó en Inglaterra, sólo había empezado a conocerlo. Había sido atento e interesante, un hombre inteligente, próspero en los negocios, un viudo que parecía encontrarla atractiva. Aquí era diferente, más impulsivo. Aquí, su negocio era lo primero, y, a veces, parecía que lo consumía.

Richard: Si nos disculpa un momento, lady Wycombe, aquí hay un caballero que me gustaría presentar a Miley.

Fiona: Por supuesto -replicó con una larga y cálida sonrisa, antes de dirigir su atención a la matrona que tenía sentada a su lado y empezar una agradable charla con ella-.

Miley dejó que Richard la guiara por la sala, una habitación bien diseñada, con molduras en los techos, alfombras de Aubusson y muebles de Chippendale. Incluso el mobiliario de las casas que había visitado también tenía un aire decididamente americano, la mayoría eran de caoba, de líneas suaves y curvas elegantes, bonitos tapetes de encaje, y sillas de respaldo alto, estilo Windsor.

Richard mantuvo cogida la mano de su prometida, que ésta había apoyado sobre la manga de su chaqueta mientras se abrían paso entre los invitados, y se detenían aquí y allá para saludar. Era obvio, por la diferencia con que lo trataban, que su prometido ocupaba una posición elevada en la sociedad de Filadelfia. Es más, a ella le parecía que había momentos en los que a él eso le importaba demasiado, aunque no descartaba estar equivocada.

Richard se detuvo delante de un hombre alto y fuerte, de cabello gris y patillas de boca de hacha.

Richard: Senador Gaines, me alegro de verlo.

Gaines: Lo mismo digo, Richard.

Richard: Senador, me gustaría presentarle a mi prometida, Miley Cyrus.

Gaines cogió su mano e hizo una cortés reverencia.

Gaines: Señorita Cyrus, es usted tan adorable como había dicho Richard.

Miley: Gracias, senador.

Richard: El senador Gaines ha sido embajador en Inglaterra -dijo a Miley. Y al senador-: Es posible que conociera al padre de Miley mientras estuvo en el extranjero. Era el vizconde de Drummond.

El senador levantó una de sus gruesas y grises cejas.

Gaines: Me temo que no he tenido el placer. -Lanzó una mirada de complicidad a Richard-. Conque ha pescado la hija de un vizconde. Todo un triunfo personal, mi viejo amigo, si me permite decirlo. Felicidades.

Richard sonrió.

Richard: Gracias, senador.

Gaines: ¿Cuándo será la boda? Supongo que me invitarán.

Richard: Por supuesto. Nos desilusionaría mucho que no pudiera asistir.

Hablaron un rato más, y luego Richard improvisó una amable despedida, que Miley imitó. La joven trataba de ignorar la sensación de incomodidad que le había causado la conversación. Richard parecía tan interesado por su origen, tan impresionado de que ella perteneciese a la nobleza inglesa, que ese detalle parecía salir a la luz en todas las fiestas a las que habían asistido desde su llegada.

***: ¡Richard! Haz el favor de traer a tu encantadora prometida aquí un momento. Esta noche tenemos un invitado especial que nos gustaría presentaros.

Miley reconoció al bajo y grueso anfitrión de la fiesta, Marcus Whitman, un rico agricultor al que Richard la había presentado en un concierto al que habían asistido la semana anterior. Desde su llegada, su prometido había insistido en acudir a un acto tras otro.

Richard: Quiero que tengas la oportunidad de conocer a mis amigos -le había explicado-.

Miley contaba con que pasarían más tiempo solos, y así tendrían la oportunidad de conocerse mejor antes de la boda. Hasta entonces, sólo había visto a sus hijos en una ocasión, y sólo brevemente.

Richard: Buenas noches, Marcus. -Sonrió-. Ha sido una fiesta encantadora. Gracias por organizarla.

Marcus: Mi esposa y yo estamos encantados de haberlo hecho. Antes de morir, tu padre y yo habíamos sido amigos casi veinte años.

Richard asintió amablemente. A menudo mencionaban el nombre de su padre en acontecimientos sociales. Al parecer, le tenían por un hombre bastante respetable en la comunidad.

Richard: ¿No quería presentarnos a alguien?

Marcus: Oh, sí, sí..., desde luego. -Se giró y rozó la manga de un caballero alto para atraer su atención-. Richard, me gustaría presentarte a un conocido de Londres, un amigo de un amigo, para ser más exactos. William Hemsworth es el duque de Sheffield y ha venido a Filadelfia por asuntos de negocios.

El corazón de Miley dio un vuelco. Sintió que el suelo se abría a sus pies, mientras el color desaparecía de su rostro.

Whitman siguió con las presentaciones.

Marcus: Señor duque, le presento a Richard Clemens y a su prometida, la señorita Cyrus. Siendo compatriotas, es posible que ya se conozcan.

Miley miró fijamente los ojos más azules que había visto nunca, unos ojos que nunca olvidaría. Su pecho se tensó casi dolorosamente.

Will: Señor Clemens -dijo, haciendo una reverencia muy formal-. Señorita Cyrus. -Clavó sus ojos en ella, y durante un instante, Miley no pudo apartarlos-.

Miley no podía hablar, no podía pronunciar una sola palabra. Se limitó a mirar fijamente su mano temblorosa, apoyada en el brazo de Richard, que tuvo que ver la palidez de su rostro, cuando se volvió para mirarla.

Richard: Querida, ¿te encuentras bien?

Miley se humedeció los labios, tenía la boca completamente reseca.

Miley: Es... es un placer conocerlo -le contestó a William, mientras en silencio agradecía a Dios no haber mencionado nunca a Richard el nombre del caballero al que había estado prometida en una ocasión, el hombre que había arruinado su vida-.

Los ojos de William permanecieron fijos en los de ella.

Will: Le aseguro que el placer es mío, señorita Cyrus.

Miley apartó los ojos con gran esfuerzo, ignoró los alocados latidos de su corazón, y paseó la mirada desesperadamente por la sala en busca de una vía de escape.

Miley: Lo... lo lamento mucho pero este calor me resulta sofocante. Creo que me vendrá bien tomar un poco de aire fresco.

Richard le rodeó la cintura con el brazo.

Richard: Vamos, te acompañare. Saldremos un momento a la terraza y ya verás cómo te sientes mejor.

Guiándola hacia la puerta vidriera que daba al jardín, Richard la llevó a través del salón. Muchos ojos les siguieron los pasos, pero Miley no los vio. La cabeza le daba vueltas y sentía un nudo en el estómago.

William la había seguido, no podía encontrar otra explicación. ¿Por qué había venido? ¿Qué quería?

¿La odiaba tanto como para venir a destruir la oportunidad de empezar una nueva vida con Richard?

Miley reprimió un momento de miedo y rezó para que hubiera otra razón por la que William hubiera viajado hasta América.

William contempló a Miley hasta que abandonó el salón y deseó haber elegido otra manera mejor de presentarse ante ella. Estaba tan pálida, tan temblorosa... Por supuesto, ¿qué se había imaginado?

Pero no había tenido otra alternativa.

Antes de zarpar, había hecho todo lo posible para descubrir cualquier pista que lo ayudara a encontrarla, pero, por desgracia, no había dispuesto del tiempo necesario. Sabía el nombre de su barco, el Wyndham, y que había zarpado rumbo a Filadelfia, donde su prometido, un rico industrial, con seguridad tenía casa.

Aparte de eso, no sabía exactamente dónde buscarla. En cambio, había llegado a la ciudad con cartas de presentación cuyo artífice era Howard Pendleton, un buen amigo de la familia. Cartas de personas influyentes en Londres con amigos en Filadelfia que podrían ayudarlo a encontrar a Miley.

Howard Pendleton, un coronel del ejército que trabajaba en el Departamento de Guerra británico, había ayudado a Zac y a William a traer a Andrew de vuelta a casa desde Francia, donde había sido encarcelado. A través de Andrew, Pendleton se había enterado del viaje de William y había acudido a él para ofrecerle su ayuda, pero con una condición: que le hiciera un favor a cambio.

Howard: Corren rumores -había dicho el coronel-, rumores de que se prepara una operación conjunta entre los norteamericanos y los franceses. Un acuerdo que sería muy ventajoso para Napoleón. Necesitamos vuestra ayuda, excelencia. Si accedéis, no estaréis solo. Contaréis con Max Bradley para que os ayude.

William conocía bien a Bradley, sabía lo competente que era y que se podía contar con él. Además, Inglaterra llevaba años en guerra con los franceses, y miles de británicos habían perdido la vida.

William accedió a ayudar en todo lo que pudiera y, a cambio, recibió la ayuda del coronel, que incluía las cartas de presentación. Cuando William zarpó en el Triumph, uno de los barcos más nuevos de la flota de los Belford, Max Bradley navegó con él; un hombre que trabajaba en secreto para el Departamento de Guerra: una manera amable de decir que Max era un espía británico.

En los días posteriores a su llegada, Bradley había salido en secreto en busca de información, y William había utilizado las cartas para encontrar a alguien que pudiera conducirlo hasta Miley. Le habían presentado a Marcus Whitman, un amigo cercano de Richard Clemens, y había conseguido una invitación para la fiesta que Whitman celebraba en honor de la pareja.

William tenía los ojos clavados en la terraza, con el ánimo dolido. Con su vestido de seda entretejido con hilos de oro, y su soberbia cabellera castaña recogida en un moño, esa noche Miley estaba aún más guapa que la última vez que la había visto.

No obstante, mientras la observaba paseando por la sala del brazo del hombre con quien iba a casarse, no vio ni una pizca de alegría en sus adorables ojos azules ni tampoco el menor indicio de pasión. Tal vez, lo mismo que le había pasado a él, simplemente había aprendido a dominarse mejor.

Mientras la perdía de vista al salir al jardín, deseó, de nuevo, haber encontrado una manera mejor de proceder. Pero había querido conocer a Richard Clemens para averiguar todo lo que pudiera sobre él, y con la fecha de la boda en tres semanas, no disponía de mucho tiempo.

William conversó con Whitman y su encantadora esposa, una mujer pequeña y morena, sin dejar de vigilar la puerta de la terraza, con la esperanza de volver a ver a Miley.

Fiona: Pero si es su excelencia, el duque. -Apareció junto a él, una pequeña mujer, de cara redonda y agudos ojos azules-. Nunca se sabe con quién puedes encontrarte incluso a miles de kilómetros de casa. -Lo estudió fríamente, entornando ligeramente sus espesas pestañas, valorándolo con la mirada-. Nunca se me pasó por la cabeza que pudiera veros aquí.

William le devolvió la mirada.

Will: ¿Es eso cierto? Sabíais que descubriría la verdad cuando le entregasteis la carta a Justin McPhee. ¿Realmente me creíais capaz de dejar las cosas como estaban sin hablar con Miley?

Fiona: Pudisteis haber descubierto la verdad hace cinco años si lo hubierais intentado.

Will: Entonces era más joven y estaba sumamente enfadado. Los celos por Miley me consumían. Y era un idiota.

Fiona: Ya veo..., ahora que sois más mayor, no sois tan impulsivo.

Will: Exactamente -alegó-. Cuando, después de tantos años, volví a ver a Miley y ella siguió manteniendo su inocencia, decidí investigar lo sucedido y, para mi eterno pesar, descubrí que había hecho un daño irreparable a su sobrina.

Fiona: Una sorpresa tremenda, estoy segura. En cualquier caso, habéis hecho un viaje muy largo.

Will: Habría hecho cualquier cosa por encontrarla -afirmó-.

Fiona: Admitiré que contaba con que tal vez vinierais. Creo que Miley se merece recibir vuestras disculpas, aunque para eso hayáis tenido que navegar casi cuatro mil millas.

Will: ¿Es ésa la única razón?

Fiona desvió la mirada hacia la terraza.

Fiona: De momento..., sí.

Will: Necesito hablar con ella, lady Wycombe. ¿Para cuándo se podría arreglar? -Apenas pudo contener la ansiedad-.

La condesa continuó con la mirada fija en la terraza antes de volverse hacia William.

Will: Venid a nuestra casa mañana por la mañana a eso de las diez. Calle Arch, 221. Richard no vendrá hasta el mediodía.

William cogió la mano enguantada de blanco de la dama, y se la llevó hasta los labios.

Will: Gracias, lady Wycombe. Siempre habéis sido una buena amiga de Miley.

Fiona: Hagáis lo que hagáis, no dejéis que me arrepienta de haberme involucrado. Prometedme que no haréis nada más que la hiera.

William miró a la robusta y pequeña mujer de cabellos grises que se había mantenido mucho más leal a Miley de lo que él nunca había sido.

Will: Os doy mi más solemne palabra.


En camisola y con un ligero chal de seda, dado que hacía buena temperatura pese a lo avanzado de la noche, Miley estaba sentada en un taburete bordado delante del tocador de su habitación. Frente a ella, Taylor Marley se sentaba en el borde de la cama con dosel.

Miley: Estaba allí, Taylor, en la fiesta. Todavía no puedo creerlo. Ha venido ni más ni menos que desde Inglaterra. ¿Qué es lo que quiere?

Taylor: Tal vez no sea lo que está pensando. Tal vez el hombre que os presentó está en lo cierto y el duque sólo ha venido por asuntos de negocios. Me dijo usted que el duque era muy rico. Es posible que tenga intereses económicos en América al igual que en Inglaterra.

Miley: ¿De verdad lo crees posible? -Sintió un rayito de esperanza-.

Taylor: Lo creo totalmente posible.

Miley: A lo mejor ha venido a ver a Richard, a advertirle en contra de la clase de mujer que cree que soy.

Taylor: Su prometido sabe la verdad. El duque no podrá decirle nada que no le haya dicho usted antes. Lo que Sheffield podría decir, no cambiará nada -expuso-.

Miley: No estoy tan segura. A Richard le preocupan muchísimo las apariencias. Aunque crea en mi inocencia, le afectaría mucho que otras personas conociesen la historia.

Taylor dio unos golpecitos al cepillo de plata que sostenía en una mano.

Taylor: Ha dicho que esta noche el duque ha actuado como si no la conociera. Tal vez mantendrá su silencio.

Miley negó con la cabeza.

Miley: William me odia. Ya arruinó mi vida antes. ¿Cómo puedo creer que no intentará volver a hacerlo?

Taylor: Tal vez debería hablar con él, averiguar en lo que está pensando -fue su opinión-.

Un extraño sentimiento cobró vida dentro de Miley, aunque no podía imaginarse qué era.

Miley: Sí, quizá debería. Al menos sabría a qué atenerme.

Taylor saltó de la cama. Era más alta y delgada que Miley, y llevaba sus pálidos rizos rubios cubiertos por un gorro.

Taylor: Es tarde. Dese la vuelta para que le cepille el cabello, y luego debería intentar dormir un poco. Mañana podemos pensar en algún plan.

Miley asintió. Se giró sobre el taburete y Taylor le quitó, con destreza, las horquillas, dejando que la espesa cabellera cayera en cascada sobre su espalda. Con el cepillo de pelo siguió peinando suavemente la espesa mata ondulada. Taylor tenía razón. Al día siguiente haría planes para enfrentarse con William.

Se le encogió el estómago.

Mientras tanto, era altamente improbable que pudiera dormir.


Miley se levantó temprano..., al menos según los horarios de Londres. Los americanos no parecían disfrutar de los mismos horarios inoportunos que la crème de la crème de la sociedad inglesa, cuyos miembros permanecían levantados hasta altas horas de la noche, y luego pasaban la mayor parte del día siguiente en la cama, preparados para permitirse el mismo lujo la noche siguiente. En este país, la gente trasnochaba en algunas ocasiones, pero ésa no parecía ser la norma. Los americanos que había conocido eran muy trabajadores y extremadamente ambiciosos.

Richard era, sin duda, uno de ellos.

De todos modos, hoy le había prometido que pasarían la tarde con sus hijos y compartirían una cena íntima con su madre y un par de amigos de la familia antes de marcharse unos días a su fábrica en Easton, una pequeña ciudad a unos ochenta kilómetros de distancia, donde trabajaría los próximos días.

Taylor: ¡Miley! ¡Miley! -Irrumpió en la habitación con los ojos muy abiertos de asombro-. ¡Está aquí! ¡Está abajo, en el salón!

Miley: Tranquilízate, Taylor. ¿Quién está en el salón?

Taylor: ¡El duque! Dice que desea hablar con usted, que se trata de un asunto de extrema importancia.

A Miley le entraron náuseas y las manos le empezaron a temblar. Respiró hondo para tranquilizarse e intentó calmar los latidos de su corazón.

Eso era lo que ella quería, ¿no era verdad?

Necesitaba hablar con él, descubrir sus intenciones.

Miley echó un rápido vistazo a su imagen en el espejo de cuerpo entero: se giró para mirar la parte de atrás de su vestido de tela, de color azul pálido, se estiró la falda y se ajustó el corpiño corto.

El vestido era apropiado y Taylor le había recogido parte del cabello a los lados, sujeto por peinetas de concha, pero una abundante mata de rizos le caía por la espalda.

Taylor: Está bien -dijo arrastrándola hacia la puerta-. Quería hablar con él. Ahora vaya y averigüe por qué está aquí.

Miley volvió a respirar hondo y levantó la barbilla. Se apretó las manos hasta que dejaron de temblar, y entonces se dirigió a la escalera. Al entrar en el salón, una acogedora habitación decorada en tonos blancos y rosa pálido, divisó la alta figura de William sentada en el sofá. Este se puso en pie en el momento en que ella apareció en la puerta.

Will: Gracias por recibirme -dijo con el tono más galante-.

Miley: ¿Acaso tenía elección?

Conocía a William. Si quería hablar con ella, nada podría disuadirlo, a menos que disparase contra él.

Will: No, supongo que no. -Se dirigió hacia el sofá-. ¿Por qué no te sientas?

Miley: Gracias, pero prefiero estar de pie.

William respiró fuerte. Le llevaba cuatro años, lo que significaba que él tenía veintisiete y ella veintitrés. Finas arrugas rodeaban esos ojos azules, y sus rasgos reflejaban un cansancio que no había existido en ellos cuando era más joven. Aún era guapo. Uno de los hombres más guapos que había visto nunca.

Sintió la intensa mirada de sus ojos azules fijos en ella.

Will: He viajado miles de kilómetros para verte, Miley. Comprendo el odio que sientes hacia mí, nadie lo entiende mejor que yo, pero te agradecería que te sentaras para que podamos aprovechar esta oportunidad que se nos brinda para hablar.

Miley respiró. Sabiendo que era inútil discutir, tomó asiento en el sofá de terciopelo rosa, mientras William caminaba hacía la entrada del salón y cerraba las puertas. La joven se sorprendió cuando el duque se sentó a su lado, a una distancia apenas recatada.

Miley: ¿Quieres que pida el té?, dado que ahora, de repente, nos hemos vuelto tan civilizados.

Will: El té no es necesario, sólo que me prestes atención. He venido aquí a disculparme, Miley.

Lo miró con asombro.

Miley: ¿Qué?

Will: Has oído bien. Estoy aquí porque todo lo que dijiste era cierto. Hace cinco años, aquella noche, fui yo quien te traicionó, no al revés.

Tragó saliva. De repente se sentía mareada y se alegró de haberse sentado.

Miley: Lo lamento pero no..., no entiendo.

William se acercó más a ella.

Will: Jason Reed mintió sobre lo ocurrido aquella noche, tal y como tú siempre defendiste. Lo planeó todo, incluida la nota que yo recibí, que fue la razón por la que fui a tu habitación aquella noche.

William le explicó los hechos ocurridos aquella noche y la razón por la que había estado tan seguro de que ella tenía una aventura con Jason Reed. La historia era tan creíble que las palabras empezaron a darle vueltas en la cabeza.

Miley: ¿Por qué...? -preguntó suavemente-. ¿Por qué hizo Jason una cosa así? Busqué mil explicaciones pero no hallé ninguna.

Will: Lo hizo porque te quería para él. Miley, estaba enamorado de ti, pero no podía tenerte. Y sentía una envidia insana hacia mí.

Miley se recostó en el sofá. El corazón le latía de manera extraña y sentía opresión en el pecho. William se levantó, fue al aparador, sirvió un trago de coñac en una copa, regresó a su lado y le puso la copa en la mano.

Will: Bebe esto. Te sentirás mejor.

Como ella no hizo ningún esfuerzo para levantar la copa, le rodeó los dedos con los suyos y la ayudó a llevarse la copa a los labios. Miley probó la bebida, sintió el calor, y dio otro trago. A decir verdad, se sintió un poco mejor.

Miró a William, todavía sin poder creer que estuviese allí, en el salón.

Miley: ¿Cómo lo descubriste?

Will: Contraté a un investigador de la calle Bow, un hombre que había utilizado antes, en varias ocasiones.

Miley sacudió la cabeza.

Miley: Sigo sin poder creerlo.

Will: ¿Qué es lo que no puedes creer?

Miley: Que hayas cruzado el Atlántico sólo para decirme que te habías equivocado.

Will: Y también para decirte que Jason Reed ha pagado el precio más alto por su traición.

Miley se enderezó en el sofá tan bruscamente que el coñac estuvo a punto de derramarse de la copa.

Miley: ¿Lo has matado?

William retiró la copa de sus temblorosas manos y la depositó en la mesa.

Will: Lo desafié a batirse conmigo, como había hecho antes, sólo que esta vez lo obligué a aceptarlo. Mi bala rebotó en una costilla y se alojó muy cerca de la columna vertebral. Jason Reed no podrá volver a caminar.

Trató de sentir algo, trató de horrorizarse ante lo que William había hecho, pero conocía el código de honor por el que se rigen los caballeros británicos; siempre supo que si William descubría algún día la verdad, haría pagar a Jason por lo que hizo.

Miley: Lo siento -dijo finalmente-.

Will: ¿Por Reed? No lo sientas.

Miley: Por todos nosotros, por los años que hemos perdido, por el daño hecho.

Will: Reed destrozó nuestras vidas, Miley. La mía tanto como la tuya. Tal vez no lo creas, pero es cierto.

Miley: Bueno, ahora ha pagado por lo que hizo, de modo que todo ha terminado. Gracias por decírmelo. Tenía miedo...

Will: ¿De qué tenías miedo, Miley?

Elevó la cabeza.

Miley: Tenía miedo de que hubieras venido a destruir mis planes para el futuro, mi oportunidad de encontrar la felicidad con Richard.

Will: ¿Me creías capaz de llegar tan lejos, de odiarte hasta ese punto?

Miley: ¿No es cierto?

Will: Nunca hablé una palabra con nadie de lo ocurrido aquella noche. Ni una sola vez en todos estos años.

Miley: Pero nunca negaste los rumores. Te echaste atrás dos días después, y al romper nuestro compromiso de esa manera, dejaste claro que yo era culpable.

Las facciones de William se alteraron por un instante. Ella pensó que podía ser un sentimiento de pesar.

Will: Soy plenamente consciente de mi papel en los hechos. Si pudiera cambiar las cosas..., si pudiera volver a empezar, lo haría.

Miley: Pero no podemos ¿verdad, William?

Will: No, no podemos deshacer el pasado.

Miley se levantó del sofá.

Miley: Adiós, William.

Echó a andar hacia la puerta. Sentía los latidos de su corazón y tenía unas ganas enormes de llorar.

Will: ¿Lo quieres? -preguntó de repente-.

Miley siguió caminando, fuera del salón, hasta el vestíbulo. Levantando un poco sus faldas, se concentró en la escalera, en subir peldaño tras peldaño, hasta su habitación.

2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

OMG..
Pobre Milye no es facil para ella, al igual que Will....
Y ahora que pasara?
Se casara?
Siguela..
me encanta tu nove
:D

Natalia dijo...

Oh dios
que bonito estuvo el capitulo..
aunque voy un poco retrasada.
voy a leerme alguno más.. aunque tengo qe calcular el tiempo..
Muacckk

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