topbella

viernes, 3 de junio de 2011

Capítulo 24


La Taberna
de la Rosa apareció al final de la calle pavimentada. Se trataba de un edificio de ladrillo de dos plantas con un cartel rojo pintado sobre la puerta.

Britt: Deténgase aquí -ordenó al cochero, que respondía al nombre de James I’Anson, había trabajado al servicio del anterior marqués y ahora trabajaba para ella. Llevó el vehículo hasta el bordillo y desmontó del banco para ayudarla a descender-. No tardaré -le informó al poner el pie en el último peldaño de la escalerilla. Le había pagado un poco más por mantener el secreto de su destino la primera vez que acudió al encuentro con su padre, y lo mismo haría en esa ocasión-.

Con la respiración acelerada, se recogió un poco las faldas del vestido para no manchárselas y se dirigió a la taberna. Antes de cruzar la puerta acristalada de doble hoja se detuvo apenas un instante. Una vez en el interior, entrecerró los ojos para ver en la oscuridad, pues el contraste con el sol de invierno que brillaba fuera era absoluto. Al fin distinguió a su padre sentado en un banco, junto a la puerta. Todavía llevaba aquella barba gris y aquellas gafas pequeñas y plateadas con que se camuflaba.

Víctor: No estaba seguro de si vendrías -le dijo, poniéndose en pie-.

Ella logró esbozar una sonrisa.

Britt: Deseo ayudarle, padre.

Él le acarició la mejilla y la condujo a una mesa más discreta, situada en un rincón. A aquella hora del día la taberna era frecuentada por unos pocos clientes, que se sentaban a cierta distancia de allí. Sobre la chimenea se entrecruzaban unas ramas de abeto, y de las vigas colgaban algunos adornos navideños. Brittany pensó en los regalos que todavía no había comprado, pero ese problema no era nada comparado con el que tenía delante.

Víctor: Me alegro de verte -dijo el vizconde, que la miró de arriba abajo con gesto de aprobación-. Vuelves a ser la de antes. Gracias por venir.

Britt: Es peligroso que siga en Londres, padre. ¿Y si alguien descubre quién es?

Víctor: He venido a demostrar mi inocencia, Brittany. Y hasta que encuentre el modo de hacerlo, debo permanecer aquí.

Ella aspiró hondo.

Britt: ¿Qué puedo hacer?

Víctor: En los meses posteriores a mi huida he pagado a diversas fuentes de información. Y una de ellas ha dado con el joven, con Peter Foster.

A Brittany le dio un vuelco el corazón.

Britt: ¿Lo ha encontrado? ¿Y qué ha dicho?

Víctor: El hombre a quien contraté puede llegar a ser muy persuasivo. El chico se negó a confesar la verdad al principio. Pero cuando su captor amenazó con entregarlo a las autoridades, aceptó revelar el nombre de la persona que le pagó por robar los secretos de Estado.

Britt: ¿Y cuál… cuál es su nombre?

Víctor: Martin Daniels. Es el conde de Collingwood.

Brittany estuvo a punto de desmayarse y su padre se levantó para darle aire.

Víctor: Brittany, ¿estás bien? ¿Conoces a ese hombre?

Britt: Sí, lo conocí a bordo del Lady Anne cuando me dirigía a visitar a tía Matilda. Me pareció todo un caballero, y más que dispuesto a iniciar una amistad conmigo. Después vino a verme a Scarborough. Incluso me ha visitado en casa.

Víctor: Creo que es posible que lord Collingwood haya descubierto la relación que nos une. Y teme que yo descubra que él es el traidor.

Britt: Por eso me frecuentaba. Con la esperanza de que yo le condujera hasta ti.

Víctor: Así es. El conde querría verme muerto.

Britt: Dios mío, padre. -Echó un vistazo a su alrededor-. ¿Y si ha contratado a alguien para que me espíe? ¿Y si ha hecho que me sigan? He tenido cuidado, pero…

Víctor: Por verte vale la pena correr ese riesgo. Tú has sido mi luz, Brittany, mi única esperanza desde el principio.

Britt: Sin duda su esposa…

Víctor: Mi esposa es frágil, incapaz de manejar estas cosas. Cuento con unos pocos amigos que me han prestado su ayuda, pero la mayoría cree que soy culpable.

Britt: Si lord Collingwood es el responsable, lo que necesitamos son pruebas.

Víctor: Exacto. Espero que solicites la ayuda de tu esposo en este asunto. Ya me has dicho lo que piensa de mí, que me considera responsable de la muerte de sus hombres, pero veo lo mucho que le quieres, y por ello me doy cuenta de que ha de ser un hombre de altos méritos. Cuéntale lo del conde de Collingwood. Pídele que investigue. Sin duda lo hará por ti.

Ella temblaba al pensar en el momento de hablar de ese asunto con Andrew. Su padre no era consciente del alcance de su odio.

Britt: ¿Y por qué vendería el conde secretos a los franceses?

Víctor: Por dinero, querida. Se dice que no hace mucho lord Collingwood atravesaba una situación económica desesperada. Y al parecer, hoy en día su fortuna parece haber renacido. Pide a tu esposo que investigue el asunto. El marqués es el hombre que con más empeño se ha opuesto a mí. Si él se convence de que digo la verdad, sin duda saldrá en mi defensa.

La puerta de la taberna se abrió y una silueta alta, conocida, se recortó contra la luz. Brittany ahogó un grito al reconocer a su marido.

Britt: ¡Vete! -le susurró tomándole la mano-. Yo le entretendré mientras tú sales.

El vizconde se puso en pie al momento y se alejó de la mesa en dirección al fondo de la taberna. Era evidente que había pensado en una vía de escape, y Brittany se dirigió hacia Andrew, dando las gracias por la oscuridad del local, que hacía imposible que sus ojos se hubieran adaptado todavía. Al llegar frente a él se detuvo y le sonrió.

Britt: Andrew, ¿qué diablos estás haciendo aquí?

Él apretó los dientes.

Andrew: Creo que eso debería preguntártelo yo a ti. -La agarró por los hombros y miró por encima de su cabeza, a la oscuridad suburbana-. Está aquí, ¿verdad? Has venido a encontrarte con tu maldito padre.

Sin esperar respuesta la apartó y se dirigió al fondo de la taberna. Brittany le siguió.

Britt: ¡No está aquí! -Le agarró del abrigo-. Se ha ido antes de que llegaras.

Andrew se soltó de ella y siguió andando. Desapareció tras la puerta trasera, volvió a entrar al poco y subió las escaleras. Luego bajó al sótano y regresó maldiciendo minutos después. La agarró de nuevo por los hombros.

Andrew: Quiero saber dónde diablos se ha metido.

Britt: Yo no lo sé, Andrew, pero aunque lo supiera, no te lo diría.

Él le clavó los ojos y en ellos Brittany vio una furia apenas contenida.

Andrew: Pienso dar con él, Brittany, así que será mejor que te resignes. Pienso verlo en la horca.

Brittany se mordió un labio tembloroso y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Britt: Es inocente, Andrew. Por favor. Al menos déjame que te cuente lo que acaba de descubrir.

Pero él no la escuchaba. No podía. La furia vibraba en todos los poros de su piel. Le dijera lo que le dijese, sus palabras caerían en oídos sordos.

Andrew: Vamos, te llevo a casa.

Le plantó una mano en la cintura y la condujo con firmeza hasta la puerta. Brittany ignoró el dolor que oprimía su pecho, y las lágrimas que rodaban por sus mejillas, y se dejó acompañar hasta el carruaje.

Mientras el coche regresaba a la residencia, Andrew cabalgaba en silencio, furioso. Había seguido a Brittany desde que salió, pero ella no había acudido directamente al lugar de su cita. Le había ordenado al cochero que diera un rodeo por la ciudad, que sumergiera el vehículo en el tráfico imposible de sus calles.

Por un momento, mientras el carruaje se acercaba a Covent Garden, Andrew había estado a punto de perderlo de vista. Por unos minutos lo buscó sin éxito, pero entonces dobló una esquina y ahí estaba, aparcado frente a la Taberna de la Rosa, que debía de ser sin duda el destino de su ocupante.

¡Ojala hubiera llegado unos minutos antes!

Cuando lo recordaba volvía a enfurecerse.

El carruaje redució la marcha al llegar frente a la casa y Andrew desmontó antes de que se detuviera del todo.

Andrew: Ocúpese de mi caballo -le dijo al lacayo que salió a recibirles, señalando al caballo que había atado a la parte trasera del carruaje. Ayudó a Brittany a bajar y juntos subieron en silencio la escalera del porche-. Me gustaría hablar contigo en mi estudio -le dijo secamente al llegar al vestíbulo-.

Brittany alzó mucho la barbilla y siguió andando, seguida por él, en dirección a la sala de paredes recubiertas con paneles de madera.

Él aspiró hondo para tranquilizarse y se volvió a mirarla.

Andrew: ¿Cuánto tiempo llevas en contacto con tu padre?

Britt: Me envió un mensaje pocos días antes del nacimiento de nuestro hijo.

Andrew se sentía enrojecer por momentos.

Andrew: El día que me enviaste aquella nota falsa. Me dijiste que ibas a ver a Vanessa.

Britt: Sabía que no aprobarías mi encuentro con un hombre de cuya traición estás absolutamente convencido.

Andrew: Fue juzgado y condenado, Brittany. Las pruebas demostraron su culpabilidad, y fue sentenciado a morir en la horca. De no haber sido por ti, se habría hecho justicia hace mucho tiempo.

Ella le miró fijamente a los ojos.

Britt: ¿Y si es inocente, tal como defiende? ¿Dónde está tu justicia entonces, Andrew?

Andrew: Ese hombre es culpable.

Britt: Ha regresado a Londres para demostrar su inocencia. Si de verdad se hubiera aliado con los franceses, ¿no crees que ya se encontraría a salvo en Francia?

Andrew: Debe de haber alguna otra razón. Quieras creerlo o no, ese hombre traicionó a su país.

Britt: Mi padre ha descubierto información que apunta a que…

Andrew: ¡No quiero oírlo, Brittany! No hay nada de lo que pueda decir ese canalla que yo vaya a creer.

Britt: Por favor, Andrew. Mi padre cree que si investigas el asunto, descubrirás que…

Andrew: ¡Basta! -cerró el puño sin darse cuenta-. Tu padre está loco si cree que voy a mover un dedo para ayudarle. Ese hombre es el responsable de los meses que yo pasé en prisión, y de las brutales muertes de mis hombres.

Britt: ¡Ya sabía que no me escucharías! Tu odio te ciega y te impide ver otra verdad que no sea la que estás predispuesto a creer.

Brittany se volvió y se dirigió a la puerta.

Andrew: Todavía no he terminado. No te he dado permiso para salir.

Ella giró sobre sus talones y le miró a la cara. Sus ojos azules echaban fuego.

Britt: Yo no necesito tu permiso, Andrew. Aunque tal vez tú desearas que no fuera así, ésta también es mi casa.

Y dicho esto salió del estudio dando un portazo.

Andrew se desplomó sobre el sofá de cuero y enterró la cabeza en las manos. Se pasó los dedos por el pelo. ¡Qué mal había manejado a su mujer! Su enfado le había impedido descubrir que ella le había estado engañando desde el principio.

Suspiró en el silencio de su estudio. En cierto sentido lo comprendía. Ella creía que su padre era inocente. De algún modo aquel canalla la había convencido. Pero con Andrew la cosa era distinta. Forsythe era culpable. Las pruebas contra él habían bastado para convencer a los tribunales y a todo Londres.

«Pero ¿y si te equivocas?» Las palabras se deslizaron hasta su mente reptando como culebras. «¿Y si te equivocas y el hombre es inocente, tal como defiende?»

Por primera vez desde el juicio, Andrew permitió que esa idea incómoda aflorara a la superficie.

Se levantó del sofá como movido por un muelle, furioso una vez más; consigo mismo, por consentir que las dudas de su mujer rompieran en él; con Brittany, por engañarle. Salió del estudio y ordenó a uno de los lacayos que preparara de nuevo el carruaje. Necesitaba salir un rato, le hacía falta tiempo para pensar.

Y eso lo hacía mucho mejor cuando Brittany no se encontraba cerca.

Brittany oyó que la puerta de la entrada se cerraba con estruendo y el corazón le dio un vuelco. Andrew estaba furioso. Ella lo había engañado, llevaba semanas engañándolo. Pero no le quedaba alternativa. Debía ayudar a su padre. Y ahora temía que lo había puesto en un peligro mayor de aquel en el que se encontraba antes. «Dios santo.»

¿Y qué sucedería con Alexander? El vínculo que habían construido lentamente entre los dos había quedado arrasado, sin duda. Nunca le perdonaría lo que a su juicio era su última traición. Ella había escogido a su padre.

Casi sin aliento, se dirigió al cuarto del bebé. Sostenerlo en brazos siempre la calmaba, le ayudaba a aclararse las ideas. Necesitaba el contacto con su hijo, el alivio que le daba. El amor del pequeño era incondicional. Lo veía cuando le miraba a la cara. No como el de Andrew, que la deseaba en la cama, que tal vez incluso sentía algo indefinible por ella, pero sólo cuando se plegaba a sus deseos.

Los ojos le ardían. Estaba enamorada de Andrew, pero era evidente que él no la quería. Si la amara, habría escuchado al menos lo que tenía que decirle. No la quería lo más mínimo, y por más que ella lo deseara no iba a cambiar las cosas.

«No importa -se dijo-. Al menos tengo un bebé en quien depositar mi amor.» Era mucho más de lo que tenían otras mujeres. Brittany se dirigió al vestíbulo, luchando por ignorar la opresión en el pecho, pensando en Andrew, deseando haber sabido encontrar el modo de lograr que la amara. Las fiestas navideñas siempre le habían resultado deprimentes. Cuando vivía con sus padres, el ánimo de su padrastro no era precisamente alegre, y su madre se mostraba indiferente. Ahora, su propio matrimonio no era mucho mejor, y parecía que la tradición se repetía.

Dejó escapar un suspiro y siguió avanzando. Casi había llegado al cuarto del niño cuando la señora Swann salió como alma que llevara el diablo.

Judy: ¡No está, señora! Dios nos proteja a todos. Su precioso hijito no está.

Brittany agarró a la mujer corpulenta y pelirroja por el brazo, hundiendo sin darse cuenta las uñas en su piel.

Britt: ¿De qué está hablando?

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.

Judy: Del bebé Alexander. No está en su cuna. He salido de la habitación un segundo y al volver ya no estaba.

Brittany, temblorosa, entró en el cuarto y se fue directa a la cuna, pero el niño no estaba.

Britt: Debe de tratarse de un error. Phoebe se lo habrá llevado. O… alguno de los criados.

Judy: Ya he preguntado. No lo ha cogido nadie.

Brittany se giró, salió al pasillo y llamó a gritos a su doncella, que en ese momento se encontraba arreglando ropa en el dormitorio de su señora y que se sobresaltó al oírla.

Phoebe: ¿Qué sucede, milady? ¿Algo va mal?

Britt: Es Alex. No lo encontramos. La señora Swann… la señora Swann cree que alguien puede habérselo llevado.

Phoebe: ¡Oh, no!

Trataba de no perder la calma, de pensar con claridad.

Britt: Tenemos que separarnos. Y que todo el servicio nos ayude a buscarlo. Si no lo encontramos en casa, buscaremos por el vecindario. ¡Tenemos que encontrarlo!

Las tres mujeres se alejaron en distintas direcciones, pidiendo ayuda. Tras cada puerta apareció un criado.

La cocinera subió a toda prisa del sótano.

Sra. Larsen: Milady, ¿qué podemos hacer?

Britt: Ayúdennos a buscar, señora Larsen. Ayúdennos a encontrar a mi hijito.

Los hombres se dedicaron a rastrear el exterior mientras las mujeres se dividieron en grupos que inspeccionaron todas las plantas de la casa totalmente, aunque sin hallar ni rastro de Alexander.

Dios, ojala Andrew estuviera en casa. Pero a él el niño le traía sin cuidado. No podía querer al hijo de una traidora. Tal vez incluso se alegrara de su desaparición.

Presa del pánico, ordenó a un lacayo que fuera en busca de un vigilante. Ella permaneció en la entrada, pensando en qué otra cosa podía hacer, mientras las criadas revoloteaban a su alrededor y proseguían con la búsqueda en todos los rincones, y los sirvientes buscaban en el exterior de la casa. Brittany habría querido ir con ellos, recorrer personalmente las calles, pero temía salir por si alguien regresaba con noticias del bebé.

No dejaba de temblar, caminaba de un lado a otro y hacía esfuerzos por contener las lágrimas. Tardó unos segundos en identificar el sonido de unos pasos al fondo de la casa. Cuando lo hizo se giró, y allí estaba Andrew, que había regresado. Brittany entró en el vestíbulo y corrió hacia él.

Britt: ¡Andrew!

Él se fijó en el revuelo que se había formado en la casa, en el ir y venir agitado de los criados. Los hombres que llevaban un rato buscando fuera regresaron con gesto desfallecido.

Andrew: ¿Qué diablos sucede?

Brittany lo miró y estalló en llanto.

Britt: Oh, Dios mío, Andrew.

Él la tomó por los hombros.

Andrew: ¿Qué ha pasado, Brittany? Dime qué ocurre.

Britt: Es Alexander. Alguien… alguien se lo ha llevado. -Tragó saliva-. Alguien me ha robado a mi hijito.

No estaba segura de cómo sucedió, pero de pronto se vio envuelta en sus brazos, él la estrechaba contra su pecho. Sentía su fuerza como un muro contra el que se hundía más y más, tratando de contagiarse un poco de aquel poder.

Andrew: Tranquila -susurró-. Lo encontraremos. No pararemos hasta encontrarlo.

Brittany le miró a la cara.

Britt: Ya sé lo enfadado que estabas cuando te has ido. Sé que me odias por ayudar a mi padre. Tú no… tú no me lo habrás quitado para castigarme, ¿verdad?

Él quedó petrificado. La mano le temblaba ligeramente cuando la llevó hasta su mejilla y se la acarició.

Andrew: No, mi amor, yo no me lo he llevado. Nunca te haría nada semejante por más enfadado que estuviera. -A Brittany se le formó un nudo en la garganta-. ¿Estás segura de que no está aquí, con alguna de las criadas?

Ella negó con la cabeza.

Britt: Hemos buscado por todas partes.

Andrew: Tengo que saber cómo ha ocurrido.

Brittany se armó de valor y a duras penas le contó que cuando él se fue, ella subió a la planta de arriba, y que la señora Swann había salido sólo un momento del cuarto del niño.

Al terminar el relato no pudo más y se echó a llorar de nuevo.

Britt: Por favor, Andrew. Ya sé lo que sientes por el bebé. Sé que tú no lo deseabas. Sé que de no haber quedado embarazada no te habrías casado conmigo. Pero Andrew es mi hijo y lo es todo para mí. Haré cualquier cosa, cualquier cosa si me ayudas a encontrarlo. -Parpadeó para librarse de las lágrimas, con el corazón tan dolorido que apenas podía respirar-. Me lo llevaré conmigo al campo. Tú podrás volver a tu vida de antes. Divórciate de mí, cásate con otra. Con una mujer más dócil. -Las lágrimas rodaron de nuevo por sus mejillas-. Haré lo que sea…, pero tú ayúdame a encontrar a mi hijo.

Andrew tragó saliva y en sus ojos azules, claros, se agolparon las lágrimas.

Andrew: Oh, Dios, Brittany. -Volvió a abrazarla con fuerza-.

Qué bien se estaba ahí. Lo amaba tanto. No quería perderlo, pero para encontrar a su hijo estaba dispuesta a pagar cualquier precio.

Por un instante Andrew siguió inmóvil, abrazándola. Entonces la soltó un poco y bajó la vista para mirarla.

Andrew: Alex también es hijo mío. Es nuestro hijo, Brittany. Lo encontraré por ti, te lo juro.

La besó una última vez, con gran ternura, y soltó a Brittany a regañadientes. Ella lo era todo para él. Todo. Y al pensar en su hijo, al pensar que aquella criatura diminuta podía morir, se dio cuenta de que lo que había dicho era cierto. Amaba al bebé lo mismo que a Brittany. Haría cualquier cosa para que volviera a casa.

El lacayo regresó en ese momento seguido de un vigilante, y Andrew le expuso brevemente lo sucedido. Minutos más tarde salió de casa, seguido por él, dos lacayos, los dos cocheros y un par de mozos de cuadra. Todos se distribuyeron rápidamente por el vecindario, lo mismo que antes. Algunos comenzaron a llamar a las puertas de las casas más próximas, con la esperanza de que alguien hubiera visto algo que pudiera serles de ayuda.

Pronto oscurecería. Debían encontrar a quien fuera que se había llevado al niño antes de que el ladrón desapareciera valiéndose de la oscuridad. Alan se quedó en casa con Brittany, aunque estaba claro que habría preferido sumarse a la búsqueda.

Andrew: Está asustada, Alan. Necesita que alguien se quede a cuidar de ella hasta que yo vuelva. Te confío a ti la misión.

Alan: Sí, mi capitán. Yo me ocuparé de ella.

Buscaron hasta bien entrada la noche, pero no encontraron nada que se saliera de lo corriente.

Y ni rastro del bebé.

Cuando Andrew regresó se sentía exhausto. Brittany le recibió en la puerta, frágil, muy afectada. Nunca hasta entonces la había visto así.

Britt: ¿No lo habéis… no lo habéis encontrado?

Él negó con la cabeza. Alargó los brazos y la tomó por los hombros con ternura.

Andrew: Escúchame bien, Brittany. Seguramente quien ha hecho esto va en busca de dinero. Enviarán una nota de rescate. Pagaremos lo que nos pidan y Alexander regresará.

Ella lo miró con los ojos llenos de esperanza, y a él se le rompió el corazón.

Britt: ¿Lo crees de veras?

Andrew: Sí.

Britt: ¿Y quién le dará de comer? ¿Quién cuidará de él hasta que vuelva?

Andrew se le formó un nudo en el estómago. Él mismo se había formulado cien veces la misma pregunta.

Andrew: Quien se lo haya llevado lo habrá planeado todo antes. Debemos creerlo así, debemos ser fuertes por Alex.

Ella alzó un poco la espalda, y la fuerza que él había visto en ella a bordo del barco regresó a su rostro.

Britt: Tienes razón. Debería haberlo pensado antes. Seguramente tendrán a una niñera que cuidará de él. Lo siento. No quería…

Andrew: No tienes que sentir nada. -La abrazó-. Eres la madre de Alex. Es normal que te preocupes por él.

Britt: Vamos a recuperarlo -dijo con algo más de seguridad en la voz-.

Andrew: Así es. He enviado una nota a Justin McPhee, que viene de camino. Él conoce el mundo de la delincuencia. Tal vez averigüe dónde han llevado a Alexander.

Brittany asintió.

Britt: Es un buen investigador.

Andrew sabía que se refería al descubrimiento que había hecho sobre el responsable de ayudar a su padre a escapar de la cárcel.

Andrew: Es muy bueno en su trabajo y va a ayudarnos a encontrar a Alex.

La atrajo más hacia sí.

Britt: Claro. Mañana nuestro hijo estará de vuelta en casa.

Brittany hundió la cara en su hombro y se abrazó a él. Andrew oyó sus sollozos amortiguados y supo que no estaba convencida del todo.

Por desgracia, él tampoco lo estaba.

3 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

O_o
Que mal que se robaron a alex...
Pobre Britt como esta de destrozada..
siguela pronto
espero que encuentren bien a bebe
:)

caromix27 dijo...

Maldito hijo de su...!!!
como se le ocurre llevarse al Bebe!!
q culpa tiene el!
maldito grandisimo ¬¬!!
espero q lo encuentren pronto!!
sigan comentando!!
tkm mi loki!

Natalia dijo...

Seguro qe fue el traidor de Martin daniel o como se llame!!!
Esta super interesanteee!!
MUACAAA!

Publicar un comentario

Perfil