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martes, 14 de junio de 2011

Capítulo 15


El día en Londres era fresco. Soplaba un viento frío procedente del Támesis cuando un carruaje se detuvo delante del palacio de Whitehall, y Andrew Seeley abrió la puerta y descendió del vehículo al pavimento empedrado, para acudir a su encuentro con el coronel Howard Pendleton del Departamento de Guerra.

Empezaba a caminar y vio que Max Bradley aparecía de detrás de las sombras de un gran edificio gris de piedra, y avanzaba hacia él.

Max: Me alegro de verte, Andrew.

Max era alto, delgado y varios años mayor, un amigo en quien Andrew confiaba sin reservas.

Andrew: Lo mismo digo, Max.

Hacía mucho tiempo que su relación había progresado más allá del tratamiento formal. Cuando un hombre salva la vida a otro, se crea un vínculo que borra todas las barreras sociales.

Andrew: La nota de Pendleton era bastante vaga. Sólo que habías regresado a Londres. Al parecer quiere mi opinión sobre algo relacionado con la información que has traído.

Entraron en el edificio, al resguardo del viento.

Max: Tú has sido uno de los corsarios con más éxito de este país. Tu opinión puede ser muy valiosa para el coronel.

Andrew asintió.

Andrew: ¿Alguna noticia de William?

Max esbozó una sonrisa.

Max: Las últimas noticias que tuve de él son que estaba a punto de casarse. Si así fue, no tardará mucho en regresar.

Andrew: De modo que la encontró -concluyó-.

Max: Sí, así fue.

Andrew: Según deduzco, no le pareció que Clemens fuera el hombre adecuado para ella.

Max: Imagino que no le impresionó lo más mínimo.

Andrew no podía imaginarse un hombre que impresionara a William lo bastante para hacerle abandonar y permitir que se casara con una mujer que debería haber sido suya. No le sorprendía que William no hubiera permitido que eso pasara. Andrew sonrió mientras avanzaban por la sala, sus botas resonando en los suelos de mármol. Comentó:

Andrew: Tengo la corazonada de que William tenía intención de casarse con ella el día que abandonó Londres, aunque dudo que lo supiera entonces.

Andrew llamó, antes de abrir la puerta que daba entrada al despacho del coronel.

Max lo siguió a la habitación que estaba escasamente amueblada con la desgastada mesa de escritorio del coronel, dos sillones colocados delante de éste, una librería y dos mesas llenas de mapas y cartas de navegación.

Pendleton se puso de pie al entrar Andrew.

Pendleton: Gracias por venir, milord.

Andrew: ¿En qué puedo ayudarlo?

Pendleton era otro hombre al que Andrew consideraba un buen amigo, otro hombre que había ayudado a salvar su vida.

El coronel sonrió. Tenía los cabellos grises, era muy discreto, uno de los hombres más honrados y más trabajadores del servicio.

Andrew: Creo que sería mejor que Max le explicara lo que ha descubierto. Luego, tal vez, podría darme su opinión de adónde deberíamos ir desde aquí.

En los siguientes minutos, Bradley explicó todo lo que sabía acerca de los clípers de Baltimore que estaban construyendo los norteamericanos, acerca del Holandés, Byron Shine, y del trato que parecía estar gestándose entre Napoleón y los franceses.

Max: Esos barcos no se parecen a ninguno que haya visto: ligeros, rápidos y extremadamente maniobrables. Completamente armados podrían ser devastadores para la flota inglesa.

Sentado delante de la mesa del coronel, Andrew estiró sus largas piernas delante de él; padecía una ligera cojera, a causa de una vieja herida de guerra, y ocasionalmente padecía un dolor punzante si estaba sentado demasiado tiempo en la misma posición.

Andrew: Si lo he entendido bien, estás pensando en que el gobierno debería adelantarse a la compra y hacer una oferta para que los franceses no pudieran hacerse con ellos.

Max asintió:

Max: Así es. Sheffield escribió una carta que he traído conmigo. El coronel ya la ha leído, y en opinión del duque, y estoy de acuerdo, la amenaza que representan esos barcos es, ciertamente, muy grave.

El coronel colocó un pergamino encima de su gastada mesa de escritorio y lo desplegó para que Andrew pudiera verlo.

Pendleton: Éste es un boceto que hizo Max de un barco que se llama Windlass.

Max: Los planos están extremadamente bien guardados. No soy un artista, pero esto te dará una idea del porqué esas malditas naves son tan rápidas y tan fáciles de manejar.

Andrew estudió el dibujo, fijándose en la original inclinación de los mástiles dobles, las líneas bajas y elegantes del casco. Parecía que ni siquiera su mismo barco, el Sea Devil, igualaría a esos barcos una vez que navegaran a toda vela surcando los mares.

Sentimientos olvidados volvieron a aparecer. Contento como estaba de su nuevo papel como padre y esposo, sintió el gusanillo de hallarse delante del timón de semejante nave. Sus ojos se encontraron con los del coronel.

Andrew: Ni Max ni William estarían preocupados sin causa justificada. Si el dibujo de Max guarda algún parecido con la realidad, y estoy convencido de que así es, yo no perdería tiempo en llevar esto a la máxima autoridad.

Pendleton enrolló el pergamino.

Pendleton: Temía que dijera eso. -Rodeó la mesa para acercarse a ellos-. Lo pondré en marcha con la mayor rapidez, aunque no hay garantías de lo que ocurrirá.

Andrew: Tal y como va avanzando la guerra y con Napoleón presionando para conseguir una victoria de cualquier tipo, espero que escuchen -opinó-.

Pero, por supuesto, como el coronel había dicho, no había manera de saber lo que haría el gobierno.

Andrew se despidió de los dos caballeros y regresó al carruaje, reflexionando sobre la reunión que acababa de tener y la información que Max le había transmitido acerca de William. Andrew no podía evitar preguntarse si William se hallaba en aquel momento a bordo de un barco, de regreso a Londres.

Y si William era ya un hombre casado.


Estalló una tormenta. Era octubre, los fuertes vientos barrían las cubiertas, y las olas engullían la proa. Faltaban menos de dos semanas para llegar a Londres, menos de dos semanas para que William regresara a casa con su esposa.

A pesar del tiempo que llevaban navegando, su unión todavía no se había consumado. Sentado en el salón, William suspiró mientras intentaba concentrarse en la partida de whist con Carlton Baker. Debido a la mala mar, no se había encendido la chimenea y la mayoría de los pasajeros se habían retirado a sus camarotes.

Carlton: Su turno, excelencia.

William estudió su mano. No le caía bien Baker, pero Miley estaba abajo, en el camarote, bordando con su tía y Taylor Marley, protegiéndose del frío y de la humedad de semejante clima. Lady Wycombe sufría un mareo por culpa del terrible ataque de las olas, y él esperaba que Miley no sucumbiera también.

Pensó en Miley y sintió el impulso habitual del deseo. Desde la noche que había saciado el deseo de ella, se había mantenido sobre todo alejado, su gran plan de seducción completamente destruido. Había leído el miedo, la duda, la desconfianza en él que todavía sentía Miley.

William recordaba las tentadoras curvas y la manera en que ella había respondido, y sintió la entrepierna tensa. La deseaba con una fuerza angustiosa; sin embargo, no alteraría su decisión.

Puso sus cartas boca arriba y recogió el pequeño montón de monedas del centro de la mesa. Las partidas a bordo del barco eran caballerosas y, rara vez, de muchos jugadores.

Carlton: La suerte parece acompañarlo, excelencia -exclamó Baker-, pero, claro, teniendo en cuenta la encantadora esposa que ha conseguido, ya demuestra que es así.

William lo miró un instante.

Will: Soy un hombre extremadamente afortunado.

Si no hubiera estado tan aburrido, habría rechazado la invitación de Baker para jugar. Desde el comienzo había mostrado un interés excesivo en Miley, aunque dado lo guapa que era, William apenas podía reprochárselo.

Su pensamiento volvió a Miley y a la decisión que había tomado.

Había traicionado su confianza cinco años atrás. Al obligarla a contraer un matrimonio que no quería, la había vuelto a traicionar.

Se negaba a hacerlo por tercera vez.

William había prometido a Miley darle el tiempo que necesitaba. Después de la noche en que había estado a punto de vencer su resistencia, se había esforzado para que así fuera. En los días siguientes, todas las mañanas había abandonado el camarote antes de que ella se despertara, y aunque pasaba tiempo con Miley durante el día y la acompañaba a cenar cada noche, no la había vuelto a llevar a su rincón privado; es más, por la noche, no había entrado en el camarote hasta que ella ya se había dormido.

Apenas consciente del juramento que había soltado Baker después de haber perdido otra partida, William se apoyó en su silla. En menos de dos semanas volverían a pisar suelo inglés y podría poner fin a su atormentado celibato.

Miley habría dispuesto del tiempo que le había prometido y él, lo deseaba entusiasmadamente, habría ganado algo de su confianza.


Miley comprobó su aspecto en el espejo situado encima del tocador. La tormenta del día anterior había pasado, el mar estaba en relativa calma y el mareo de tía Fiona había desaparecido. Miley se había trenzado el cabello, se lo había recogido y se había puesto un vestido de lana, azul claro, para acudir al salón principal donde ella y su tía iban a reunirse para tomar una taza de té, tal y como habían adoptado la costumbre de hacer todas las tardes.

Miley sacudió la cabeza, todavía con la mirada fija en la imagen que reflejaba el espejo. Las sombras habían vuelto a sus ojos y su rostro reflejaba cansancio. Sabía que en parte podía culpar de ello a William y a su inseguro futuro, pero le resultaban igualmente perturbadores los pensamientos de su regreso a Londres.

Una vez que llegaran, su vida sufriría un cambio drástico. Ella sería la duquesa de Sheffield, en lugar de una plebeya en la sociedad. Y, sin embargo, cuando mirara a los ojos a las personas que la habían rechazado, a los amigos que le habían dado la espalda cuando más los necesitaba ¿cómo sería capaz de olvidar?

Junto con los temores que le causaba su regreso a la sociedad, estaba William. Desde la noche que la había acariciado tan íntimamente, se había vuelto inexplicablemente distante. Sabía que había estado intentando seducirla para que hiciera el amor con él, y esa noche casi lo había conseguido.

Miley creía que había leído la muda desesperación en sus ojos, aquella noche, la terrible y desesperada necesidad de mantenerse apartada de él hasta que pudiera hacerse a la idea del matrimonio que le había impuesto contra su voluntad. Aunque seguían compartiendo la cama, no había vuelto a tocarla, ni la había besado como lo había hecho todas las noches anteriores.

Miley admitió que estaba agradecida, que eso era lo que quería; pero, en lo más profundo de su ser no estaba tan segura.

Es posible que su corazón no confiara en William, pero su traicionero cuerpo ardía en deseos de él. Por la noche, permanecía despierta en la cama, anhelando tocarlo, hundir la boca en su pecho, justo encima del corazón.

Con un suspiro de frustración, Miley salió del camarote que William había abandonado al amanecer y se encaminó al salón principal, corriendo por el pasillo en un esfuerzo por recuperar el tiempo perdido. Al bajar por la escalera y entrar en el salón de suelos de madera, vio a su tía, que agitó su mano regordeta y con un gesto invitó a Miley a reunirse con ella.

Tía Fiona la contempló con una ligera preocupación en los ojos.

Fiona: Rara vez llegas tarde, hija mía. Espero que no haya pasado nada.

Miley: Estoy bien. Supongo que estaba pensando en las musarañas..., y me he olvidado del tiempo.

Su tía frunció sus cejas plateadas.

Fiona: Tengo la sensación de que hay algo más.

Miley suspiró mientras tomaba asiento delante de su tía.

Miley: No lo sé, tía. Me preocupa lo que ocurrirá cuando regresemos, y últimamente me siento tan... inquieta.

Tía Fiona le cogió la mano.

Fiona: Soy consciente de que ahora eres una mujer casada y que no es mi deber darte consejos, pero...

Miley: Siempre he apreciado tus consejos, tía.

Fiona. Muy bien, entonces, diré lo que pienso. Antes, déjame decir que yo también he estado casada, lo cual me da cierta autoridad en el tema.

Miley: Por supuesto.

Fiona: Unos días antes de casarte, me dijiste que el duque había accedido a no reclamar sus derechos conyugales hasta que los dos hubierais regresado a Inglaterra -recordó-.

Miley: Sí, me dio su palabra.

Fiona: Puede que no sepa mucho del sexo opuesto, pero de una cosa estoy segura. Un hombre fuerte y varonil como tu marido no se limita a dormir durante semanas al lado de una mujer que desea sin pagar un precio terrible por ello. Y ahora, viéndote, empiezo a pensar que tú también lo estás pagando.

Miley: Necesito tiempo para conocerlo -admitió-. Seguramente podrás entenderlo.

Su tía se apoyó en su asiento, su corpulenta figura llenándolo por completo, y estudió a Miley mientras llegaba el camarero con las tazas y la tetera. Les sirvió té a las dos, dejando la crema y el azúcar, que se sirvieron ellas mismas cuando el joven se alejó de la mesa.

Tía Fiona tomó, delicadamente, un sorbo de té mientras miraba a Miley por encima de la taza.

Fiona: Si te hubieras casado con Richard Clemens, no habría aceptado nunca un compromiso semejante y, ahora, ya serías su esposa en todos los sentidos de la palabra. -Miley desvió la mirada, ruborizada, aunque sabía que su tía tenía razón-. Tú y yo hemos pasado juntas más de cinco años, Miley, y en ese tiempo he llegado a conocerte casi mejor de lo que tú misma te conoces.

Miley: ¿Qué estás diciendo, tía?

Fiona: El duque de Sheffield es un hombre guapo, lleno de atracción y es evidente que sientes una gran atracción por él. Está presente en tus ojos siempre que lo miras. Es igualmente evidente que el duque siente una atracción, más fuerte si cabe, por ti.

Miley no se molestó en negarlo. Aunque William había vuelto a tratarla con la cortesía y la distancia que había mantenido antes, el deseo seguía vivo en sus ojos.

Miley: ¿Qué estás sugiriendo, tía?

Fiona: Libera a tu marido de su promesa. Permite que te haga el amor.

Miley se puso roja como un tomate. No era un tema que quisiera discutir con su tía..., no obstante le rondaba la idea por la cabeza desde hacía días.

Miley: Casi hemos llegado a casa. Una vez que estemos en Londres...

Fiona: Una vez que hayamos llegado, te sentirás aún más insegura de lo que te sientes en este momento. Al compartir un camarote, como estáis haciendo, tú y tu marido habéis alcanzado cierto grado de intimidad el uno con el otro. Eso es importante en los asuntos entre marido y mujer. Si esperas, todo volverá a parecerte nuevo y desconocido, y olvidaréis la intimidad que habéis compartido en este viaje. -Dejó la taza de té en el plato y cogió la mano de Miley-: Sigue tus instintos, hija mía. Sé una esposa para tu marido.

Miley no dijo nada pero le asaltaron los recuerdos: la velada en la que se habían conocido, la manera en que la había buscado a ella entre el resto de las mujeres, la manera en la que la había mirado como si no hubiera nadie más en la habitación. A diferencia de las jóvenes que revoloteaban a su alrededor, aturdidas por su elevada posición social y derritiéndose ante cada una de sus palabras, Miley siempre se había sentido igual a él. Era sólo un hombre, al fin y al cabo, no la criatura divina que las mujeres parecían creer que era.

Disfrutó de su compañía desde el principio, charlando fácilmente, descubriendo cuánto tenían en común. Recordaba los momentos robados en la terraza cuando William la había cogido de la mano por primera vez y había sentido una emoción tan fuerte en el corazón que se había mareado.

Lentamente fue asimilando las palabras de su tía. Fueran cuales fuesen sus sentimientos por William, lo deseaba. Al menos lo había admitido.

Miley: Gracias, tía Fiona. Pensaré en lo que me has dicho.

El rostro redondo y empolvado de su tía se arrugó con una sonrisa.

Fiona: Estoy segura de que tomarás la decisión más acertada, hija mía.

Pero, muy en el fondo, Miley ya había tomado la decisión. A partir de ese momento, era sólo cuestión de tiempo que liberase a William de su promesa.




Al final Miley no era tan inocente eh...
Se muere de ganas de zumbar con Will, aunque no sepa exactamente lo que es XD XD
Bueno, espero muchos coments eh...
Y en el próximo también.
¡Bye!
¡Kisses!


2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

hahahah
estoy de acuerdo con tigo.. ella tambien quiere ..
solo es cuestion de tiempo..
y ahora??
siguela..
me ha encantado..
si ellos lo hacen en el camarote ya se volveria de moda en esta novela, que todos lo hagan por primera vez en el camarote de un barco... haha

Natalia dijo...

y si ella quiere tambien porqe aguarda tanto?
voy a leer el qe le sigue..
muackk

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