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martes, 31 de agosto de 2021

Capítulo 11

 
Vanessa no podía dormir. Su memoria y su imaginación parecían haberse aliado contra ella, y no podía dejar de pensar en lo que había pasado y en lo que podía suceder al día siguiente. Hacía casi un año que se había ido de Boston y había decidido enfrentarse a sus miedos, pero ya no estaba sola.

Zac no había esperado a concertar una cita con su abogado en horas de oficina, sino que le había llamado y le había pedido, o más bien exigido, que fuera a verlos.

Habían discutido sobre su vida, su hijo, su matrimonio y su futuro mientras tomaban café y pastas en el salón y una ligera neblina cubría la bahía. Al principio, había sentido vergüenza al contarle a un desconocido los detalles de su vida y de su primer matrimonio, y al admitir los errores que había cometido, pero la sensación se había ido desvaneciendo.

En cierto modo, había sentido como si estuviera contando las experiencias de otra persona, y cuanto más abiertamente hablaban de ello, mientras el abogado iba anotando los detalles en su libreta, menos avergonzada se había sentido.

Matthew Quartermain había sido el abogado de los Efron durante cuarenta años; era un hombre astuto y directo, y a pesar de su apariencia rígida y un tanto estirada, no se impresionaba con facilidad. Se había limitado a asentir, a tomar notas y a hacerle preguntas hasta que a ella se le había secado la boca de tanto hablar.

Le había resultado relativamente fácil contarle las cosas abiertamente, porque él no le había ofrecido ni su compasión ni su condena. Había sido más fácil enfrentarse a la verdad en términos simples y carentes de emoción, que mantenerla escondida; al final, no había intentado ocultar ni los errores de Tony ni los suyos propios, y se había sentido maravillosamente purificada y liberada.

Por fin lo había contado todo, había expresado en palabras todo el dolor y la angustia que había sufrido. A causa de la vergüenza que había sentido en el pasado, nunca había conseguido purgar su corazón y su mente, y al conseguir hacerlo por fin, entendió lo que significaba dejar el pasado atrás y empezar de nuevo.

A Quartermain no le había gustado nada su decisión final, pero Vanessa se había mantenido firme. Antes de que se rellenara ningún documento, quería volver a ver a Lorraine cara a cara.

Zac permanecía tumbado junto a Vanessa, incapaz de dormir. Él también estaba pensando en la reunión con el abogado, y su furia aumentaba más y más con cada palabra que recordaba. Ella había contado cosas en el salón que él no sabía, había entrado en detalle sobre cuestiones que antes sólo había comentado muy por encima. Él había creído anteriormente que entendía todo por lo que ella había tenido que pasar, y había pensado que sus propios sentimientos al respecto habían alcanzado su punto máximo. Se había equivocado.

Vanessa no le había contado lo del ojo morado que había hecho que no pudiera salir de la casa durante una semana, ni que Lorraine había explicado que su nuera tenía el labio roto porque era muy torpe. No le había hablado de los ataques ebrios en medio de la noche, ni de los arranques furiosos de celos si hablaba con otro hombre en una fiesta, ni de las amenazas de venganza y violencia cuando finalmente había tenido el valor de irse.

Pero esa noche lo había contado todo, y de forma tan detallada que había sido casi insoportable.
No se había atrevido a tocarla cuando se habían acostado; de hecho, se preguntaba cómo era posible que ella pudiera soportar que alguien la tocara.

Había quedado dolorosamente claro todo lo que ella había tenido que soportar. ¿Cómo podía pedirle que lo olvidara, si ya no estaba seguro de poder hacerlo él mismo? Sin importar lo tierno que fuera con ella, o con cuánto cuidado la tratara, la sombra de otro hombre y de otra época se interponía entre ellos.

Vanessa le había dicho que lo quería, pero por mucho que él deseara creerlo, no podía entender cómo era posible que alguien que hubiera sufrido aquel infierno pudiera volver a confiar en un hombre, y mucho menos amarlo.

Gratitud, devoción, y Michael como punto en común. Eso sí que podía entenderlo, y era más de lo que llegaban a tener algunas personas.

Zac había estado a punto de creer que podían llegar a tener más, había querido que fuera así, pero eso había sido antes de que ella contara todas aquellas cosas mientras una suave brisa primaveral hacía ondear las cortinas del salón.

Vanessa se volvió hacia él, y cuando su cuerpo le rozó, Zac se puso tenso.
 
Ness: ¿Te he despertado?
 
Zac: No.
 
Él empezó a moverse para evitar todo contacto, pero ella se acercó más y posó la cabeza sobre su hombro, y aquel gesto tan natural y sencillo lo partió en dos. El Zac que necesitaba, y el que tenía miedo de pedir.
 
Ness: Yo tampoco puedo dormir. Me siento físicamente agotada, como si acabara de correr una carrera de obstáculos, pero mi mente no deja de dar vueltas.
 
Zac: Deberías dejar de pensar en lo de mañana.
 
Ness: Ya lo sé -se apartó el pelo a un lado, y se colocó más cómoda contra Zac-.
 
Al notar que él intentaba apartarse ligeramente, cerró los ojos y se preguntó si él había cambiado de opinión sobre ella al enterarse de todo.
 
Zac: No te preocupes, ya verás como todo sale bien.
 
Vanessa no supo si creerle. Decidió arriesgarse, y le tomó la mano en la oscuridad.
 
Ness: El problema es que no dejo de pensar en lo que voy a decirle, en lo que ella va a contestarme, y si no... -se detuvo cuando Michael empezó a llorar, y comentó-: parece que hay alguien más que no puede dormir.
 
Zac: Ya voy yo.
 
Vanessa asintió, aunque ya había apartado las mantas.
 
Ness: Vale. Tráemelo si tiene hambre.
 
Mientras Zac se ponía una bata y salía de la habitación, Vanessa se sentó en la cama y se abrazó las rodillas contra el pecho. Un momento después el llanto del niño se detuvo, pero volvió a empezar casi de inmediato, y entonces oyó los murmullos tranquilizadores de Zac.

Era algo tan fácil para él, tan natural... a pesar de su genio y de su arrogancia, era un hombre sensible y lleno de ternura, y eso era lo que había hecho posible que ella admitiera finalmente que lo amaba. Con Zac no habría ningún ciclo de desesperación, sumisión y terror, podía quererlo sin renunciar a las partes de sí misma que había descubierto tan recientemente.

En ese momento, supo que él no había cambiado de opinión respecto a ella; seguramente, lo único que pasaba era que estaba muy preocupado, pero que se sentía obligado a fingir que no era así.

La luz de la habitación de Michael salía al pasillo, y dentro se veía la sombra de Zac. El llanto del niño se apagó un poco, pero cuando volvió a arreciar, Vanessa reconoció el tono y se recostó en el respaldo de la cama con los ojos cerrados. Iba a ser una noche muy larga.
 
Ness: Le están saliendo los dientes -murmuró cuando Zac entró con el niño en la habitación. Encendió la luz de la mesita de noche y le sonrió, consciente de que todos iban a necesitar el máximo apoyo posible en las próximas horas-. Le daré de comer, puede que eso ayude en algo.
 
Zac: Venga, hombrecito, vamos con mamá -lo colocó en los brazos de Vanessa, y el llanto se fue apagando hasta que desapareció del todo cuando el niño empezó a mamar-. Voy a por una copa de coñac, ¿quieres algo?
 
Ness: No. Espera, sí, un zumo de lo que sea.
 
Una vez sola, Vanessa aguantó al niño con un brazo mientras con el otro se colocaba bien las almohadas a su espalda. La escena parecía completamente normal, como la de cualquier otra noche. A veces, Michael estaba nervioso y ella tan cansada que sólo quería dormir, pero otras veces disfrutaba y atesoraba en su memoria aquellas horas en medio de la noche.

Momentos así eran los que Zac y ella recordarían en el futuro, momentos como los primeros pasos del niño, el primer día de escuela o la primera vez que fuera en una bicicleta de dos ruedas. En el futuro mirarían atrás, y recordarían cómo se habían paseado de un lado a otro de la habitación, adormilados. Nada podría cambiar eso.

En ese momento, ambos necesitaban la normalidad que desprendía aquella escena, y la tendrían aunque sólo fuera por unas cuantas horas.

Cuando Zac volvió a la habitación, puso el vaso de zumo en la mesita que había junto a ella, pero Vanessa sonrió y le agarró el brazo.
 
Ness: ¿Puedo oler tu coñac?
 
Divertido, él le acercó la copa y dejó que inhalara el aroma del licor.
 
Zac: ¿Tienes bastante?
 
Ness: Gracias, siempre he pensado que no hay nada como el sabor de un coñac por la noche -levantó su vaso de zumo, y brindó con su copa-. Chinchín -esperaba que él se metiera en la cama, pero al ver que iba hacia la ventana, no supo qué pensar-. Zac...
 
Zac: ¿Qué?
 
Ness: Me gustaría hacer un trato contigo. Tú me cuentas lo que estás pensando y me preguntas lo que quieras, y yo te contesto con sinceridad. Después yo tendré mi turno, y también te preguntaré algo.
 
Zac: ¿No has contestado a bastantes preguntas por una noche?
 
Así que era eso. Vanessa dejó su vaso a un lado antes de cambiarse de pecho a Michael, y dijo:
 
Ness: Te han afectado las cosas que le he contado a Quartermain, ¿verdad?
 
Zac: ¿Creías que iba a quedarme tan tranquilo?
 
Zac se volvió de golpe, y el coñac estuvo a punto de derramarse. Vanessa permaneció en silencio mientras él se bebía la mitad de la copa y empezaba a pasearse de un lado a otro de la habitación.
 
Ness: Siento que tuviera que salir a la luz así, yo también habría preferido otra forma.
 
Zac: No es cuestión de que saliera o no a la luz -espetó con brusquedad. Se bebió otro trago de coñac, pero la bebida no consiguió calmarlo-. Dios, me está matando pensar en ello, imaginármelo. Tengo miedo de tocarte, de que lo recuerdes por mi culpa.
 
Ness: Zac, me has dicho desde el principio que eso está en el pasado, que ahora las cosas son diferentes, y es verdad. Tenías razón al decir que te comparaba con Tony, pero a lo mejor no entiendes que eso me ayudó a darme cuenta de que las cosas podían cambiar.
 
Zac la miró por un segundo, pero fue suficiente para que ella se diera cuenta de que aquellas palabras no habían bastado.
 
Zac: Sí, las cosas son distintas, pero no puedo entender por qué no odias a cualquier hombre que te toque siquiera -dijo de pie en la sombra-.
 
Tenía las manos metidas en los bolsillos de su bata, fuertemente apretadas en puños.
 
Ness: Hubo una época en la que no habría permitido que ningún hombre se me acercara, pero pude empezar a poner las cosas en perspectiva mediante terapia, escuchando a otras mujeres que habían superado situaciones parecidas. Cuando tú me tocas, cuando me abrazas, no recuerdo nada de todo aquello, sino que siento lo que siempre quise sentir por el hombre que fuera mi marido.
 
Zac: Si estuviera vivo, querría matarlo -dijo sin ninguna inflexión en la voz-. Me da rabia que ya esté muerto.
 
Ness: No te atormentes así -alargó una mano hacia él, pero Zac sacudió la cabeza y volvió junto a la ventana-. Estaba enfermo, pero yo no lo sabía en aquel entonces, y al quedarme lo único que conseguí fue prolongarlo todo.
 
Zac: Tenías miedo, no tenías adónde ir.
 
Ness: Eso no basta. Podría haber recurrido a Geoffrey, sabía que él me ayudaría, pero no lo hice porque estaba sujeta allí por mi propia vergüenza y por mis inseguridades. El niño fue lo que me empujó a tomar la decisión de irme, y entonces empecé a recuperarme, pero encontrarte fue la mejor medicina de todas, porque conseguiste que volviera a sentirme como una mujer.
 
Zac permaneció en silencio mientras ella buscaba las palabras con las que poder explicarse.
 
Ness: Zac, ninguno de los dos podemos cambiar lo que pasó... no dejes que el pasado afecte a lo que tenemos ahora.
 
Más calmado, él agitó el coñac en la copa mientras miraba por la ventana.
 
Zac: Cuando esta tarde en la galería dijiste que ibas a ir a ver a un abogado, pensé que querías el divorcio y sentí que mi mundo se derrumbaba.
 
Ness: Pero yo nunca... ¿de verdad sentiste eso?
 
Zac: Allí estabas tú, de pie debajo de tu retrato, y no pude imaginarme lo que haría si me dejabas. Puede que yo haya cambiado tu vida, ángel, pero no más de lo que tú has cambiado la mía.
 
Aquello hizo que Vanessa pensara en Pigmalión. Sin embargo, si Zac estaba enamorado de la imagen, era posible que al final acabara amando a la mujer.
 
Ness: Zac, no voy a dejarte. Te quiero, Michael y tú sois toda mi vida.
 
Él se acercó a ella, se sentó en el borde de la cama y la tomó de la mano.
 
Zac: Nunca dejaré que nadie os haga daño a ninguno de los dos.
 
Vanessa le dio un ligero apretón, y dijo:
 
Ness: Necesito saber que vamos a hacer esto juntos.
 
Zac: Hemos estado juntos en esto desde el primer día -se inclinó hacia delante, y la besó mientras el niño dormitaba entre ellos-. Vanessa, te necesito demasiado.
 
Ness: Eso es imposible.
 
Zac: Deja que lo lleve a la cuna -murmuró-.
 
Zac tomó en brazos al niño, pero en el momento en que se levantó de la cama, Michael empezó a llorar.

Se fueron turnando para pasearlo, acunarlo y masajearle las encías. Cada vez que intentaban acostarlo, el niño se despertaba y empezaba a berrear. Exhausta, Vanessa se apoyó en la baranda de la cuna mientras le acariciaba la espalda. Cada vez que apartaba la mano, el niño gimoteaba.
 
Ness: Creo que lo estamos malcriando -murmuró-.
 
Zac estaba sentado en la mecedora, mirándola con ojos adormilados.
 
Zac: Tenemos derecho a hacerlo. Además, normalmente duerme como un tronco.
 
Ness: Sí, pero lo está pasando mal con los dientes. ¿Por qué no te acuestas?, no tiene sentido que los dos nos quedemos sin dormir.
 
Zac: Me toca a mí -se levantó, y al mirar el reloj se dio cuenta de que ya eran las cinco de la madrugada. Se sentía décadas más viejo de lo que era-. Vete tú a la cama.
 
Ness: No... -empezó a protestar, pero su voz se cortó con un bostezo-. Recuerda que estamos juntos en esto.
 
Zac: Sí, aunque puede que alguno de los dos se caiga redondo.
 
Vanessa se habría reído de haber tenido la energía necesaria.
 
Ness: Creo que será mejor que me siente.
 
Zac: Sabes, a veces me he pasado la noche bebiendo, jugando a las cartas o... ocupado en otras formas de entretenimiento -empezó a darle palmaditas en la espalda al niño mientras Vanessa se desplomaba en la mecedora, y añadió-: pero no puedo recordar haberme sentido nunca como si me acabara de pasar un camión por encima.
 
Ness: Esta es una de las alegrías de ser padres -le dijo, antes de cerrar los ojos-. En realidad nos lo estamos pasando en grande.
 
Zac: Gracias por decírmelo. Creo que se está quedando dormido de verdad.
 
Ness: Eso es porque tienes unas manos prodigiosas -murmuró mientras se iba quedando dormida-, realmente prodigiosas.
 
Milímetro a milímetro, Zac fue apartando la mano de la espalda del niño, con más cuidado que un hombre apartándose de un tigre. Cuando estuvo a medio metro de la cuna estuvo a punto de soltar un suspiro de alivio, pero temeroso de tentar a la suerte, lo contuvo y volvió la vista hacia Vanessa.

Estaba profundamente dormida, y en una posición que debía de ser increíblemente incómoda. Confiando en que sus reservas de energía durarían cinco minutos más, fue hacia ella y la levantó en brazos. Vanessa se acurrucó contra él instintivamente, y mientras la llevaba a su habitación, se despertó lo suficiente para preguntar:
 
Ness: ¿Michael?
 
Zac: Dormido en su cuna -entró en el dormitorio, pero en vez de llevarla a la cama, fue hacia la ventana-. Mira, está saliendo el sol.
 
Vanessa se movió ligeramente y abrió los ojos. Por la ventana se veía el cielo en dirección este, y si se fijaba con atención, podía llegar a distinguir el agua de la bahía, como una niebla en la distancia. El sol pareció vibrar al ascender, y los ecos tiñeron el cielo de rosa, de malva y de oro. Suavemente al principio, con la oscuridad de la noche aún dominando por encima, los colores se fueron extendiendo y haciéndose más intensos. El rosa se convirtió en rojo, vibrante y resplandeciente.
 
Ness: A veces, tus pinturas son así -dijo pensando en voz alta-. Ángulos que cambian y parecen moverse, con los colores intensificándose del centro hacia los extremos -apoyó la cabeza contra su hombro mientras contemplaban el nuevo amanecer, y comentó-: creo que es el amanecer más bonito que he visto en mi vida.
 
La piel de Zac era cálida bajo su mejilla, sus brazos fuertes y sólidos la apretaban contra su cuerpo, y podía sentir el firme latido de su corazón. Los primeros pájaros despertaron y empezaron a cantar, y Vanessa volvió la cabeza hacia la de él. Cuando el amor llegaba con tanta naturalidad, era una tontería cuestionárselo.
 
Ness: Zac, te deseo -posó una mano en su mejilla, y le cubrió la boca con sus labios-. Nunca he deseado a nadie tanto como a ti.
 
Al notar que él vacilaba, entendió sus razones pero se puso manos a la obra para hacer que superara cualquier reticencia. Aquél no era el momento de pensar en el pasado o en el futuro. Dejó que sus labios se suavizaran y se abrieran contra los de él, y deslizó una mano hacia su pelo.
 
Ness: Tenías razón -murmuró-.
 
Zac: ¿Sobre qué?
 
Ness: No pienso en nadie más cuando hacemos el amor.
 
Zac no había querido pedirle nada, pero entonces se dio cuenta de que no había nada que no pudiera pedirle.

Vanessa era increíblemente abierta y generosa, y eso hizo que a él le resultara posible, incluso fácil, dejar atrás aquella parte de su vida que lo enfurecía y le dolía, que no tenía nada que ver con el paraíso al que podían llegar juntos. La llevó a la cama sin apartar la boca de la suya, y cuando se acostó a su lado, ella lo rodeó con los brazos. Por unos segundos, eso fue suficiente.

Con Vanessa podía compartir abrazos matinales, y besos al amanecer después de una larga noche sin dormir. Su rostro estaba pálido de fatiga, y aun así se estremecía en sus brazos. Ella soltó un suave suspiro adormecido, y él lo recogió en su boca mientras las caricias de sus manos la hacían arquearse con movimientos ondulantes y perezosos.

La brisa matinal entraba por la ventana y refrescaba sus cuerpos, y Vanessa abrió la bata de él y la empujó hacia atrás por sus hombros para poder calentarle la piel. Con igual lentitud, Zac le quitó el camisón. Desnudos, yacieron sobre las sábanas arrugadas e hicieron el amor con voluptuosa sensualidad.

Ninguno de los dos llevó la voz cantante, no hacía falta. En la cama su sintonía era total, sin necesidad de palabras ni de peticiones. Las exigencias eran para otros momentos, para las noches en que la pasión era ardiente y frenética. La luz iba adquiriendo el gris de la mañana, mientras saboreaban un deseo exquisitamente sosegado.

Vanessa pensó que quizás el amor que sentía por él se expresaba mejor así, con una naturalidad y una ternura que podían prolongarse mucho más que el fulgor de una llamarada.

Se movieron juntos, y el placer que se dieron el uno al otro brotó en suspiros y murmullos, en vez de en jadeos y en sacudidas estremecidas.

Le acarició la mejilla, y disfrutó de la aspereza de su piel sin afeitar. Aquello era real. El matrimonio era más que la alianza que llevaba en el dedo, más que hacer el amor llenos de deseo y de excitación en medio de la noche. El matrimonio era mantenerse abrazados al amanecer.

Zac habría estado dispuesto a hacer lo que fuera por ella. Por alguna razón, hasta ese momento no se había dado cuenta del verdadero alcance de lo que sentía por aquella mujer. Había reconocido primero el deseo y después el amor, pero en ese momento descubrió y entendió la devoción. Vanessa era suya como ninguna otra mujer podría llegar a serlo nunca, y por primera vez en su vida, quiso ser un héroe.

Cuando sus cuerpos se unieron, la cama estaba bañada por la luz del sol que entraba por la ventana, y más tarde, aún entrelazados, se quedaron dormidos.
 
 
Ness: Sé que estoy haciendo lo correcto. -Aun así, dudó por un segundo cuando salieron del ascensor en el hotel donde se hospedaba Lorraine-. No importa lo que pase, no pienso echarme atrás -agarró la mano de Zac, y se aferró a ella con fuerza. La falta de sueño hacía que tuviera la cabeza extrañamente despejada, y que se sintiera lista para pasar a la acción-. Me alegro muchísimo de que estés aquí conmigo.
 
Zac: Ya te dije que no me gusta que vuelvas a verla, ni que tengas que tratar con ella para nada. Yo puedo ocuparme de esto.
 
Ness: Ya sé que puedes, pero sabes que es algo que necesito hacer por mí misma. Zac...
 
Zac: ¿Qué?
 
Ness: Por favor, intenta controlar tu genio -al ver cómo enarcaba las cejas, soltó una suave carcajada y sintió que la tensión que sentía se aligeraba-. No hace falta que me mires así, sólo quería decir que gritarle a Lorraine no servirá de nada.
 
Zac: Nunca grito, aunque de vez en cuando levanto la voz para que se me entienda bien.
 
Ness: Como ya hemos aclarado eso, supongo que sólo nos queda llamar a la puerta -sintió la familiar sensación de pánico, y luchó por sofocarla mientras daba unos golpecitos en la puerta-.
 
Lorraine abrió al cabo de unos segundos, vestida con un traje chaqueta azul marino que le daba un aspecto imponente y lleno de aplomo.
 
Lorraine: Vanessa -inclinó la cabeza de forma casi imperceptible a modo de saludo, y después se volvió hacia Zac-. Señor Efron, encantada de conocerlo. Vanessa no mencionó que fuera a acompañarla esta tarde.
 
Zac: Todo lo relacionado con Vanessa y con Michael me concierne, señora Eagleton -dijo antes de entrar sin esperar a que la mujer les invitara a hacerlo-.
 
Consciente de que ella nunca habría sido capaz de ser tan enérgica estando sola, Vanessa le siguió.
 
Lorraine: Ya veo que es muy concienzudo al ocuparse de sus asuntos -comentó mientras cerraba la puerta tras ellos-. Pero Vanessa y yo tenemos que hablar sobre algunas cuestiones de familia privadas. Estoy seguro de que lo entiende.
 
Zac: Sí, lo entiendo perfectamente -le devolvió la mirada a la mujer sin pestañear-. Mi mujer y mi hijo son mi familia.
 
La incómoda guerra de voluntades se alargó por unos segundos, pero Lorraine la zanjó al fin con una inclinación de cabeza.
 
Lorraine: Muy bien, si insiste... por favor, siéntense. Pediré café, el servicio en este sitio es bastante pasable.
 
Ness: No se moleste por nosotros -consiguió controlar sus nervios, y se sentó-. No creo que esto dure mucho.
 
Lorraine: Como quieras -se sentó frente a ellos-. Mi marido hubiera querido estar aquí, pero no ha podido por cuestiones de negocios. Yo hablo en nombre de los dos -tras dejar aquello claro, puso las manos en los brazos de su silla-. Me limitaré a repetir lo que ya he dicho antes. Voy a llevarme al hijo de Tony a Boston, para criarlo como debe ser.
 
Ness: Y yo voy a repetirle que no voy a dejar que lo haga -en un último intento de razonar con ella, se inclinó hacia delante y dijo-: es un niño, no un objeto. Tiene un buen hogar, unos padres que lo quieren, y está sano y fuerte. Debería alegrarse de que sea así. Si quiere, podemos hablar de un régimen de visitas razonable...
 
Lorraine: Por supuesto que sí, del tuyo -la interrumpió-. Y si puedo, me aseguraré de que puedas ver al niño en contadas ocasiones -apartó la vista de Vanessa sin más, y miró a Zac-. Señor Efron estoy segura de que no querrá criar al hijo de otro hombre. No es de su sangre, y sólo tiene su nombre porque, por alguna razón, se ha casado con su madre.
 
Zac sacó un cigarro, y lo encendió lentamente. Vanessa le había pedido que intentara controlar su genio, y aunque sabía que no podría hacerlo, no quería perder los estribos tan pronto. Se limitó a decir:
 
Zac: Está muy equivocada.
 
La mujer soltó un suspiro de forma casi indulgente.
 
Lorraine: Supongo que está enamorado de Vanessa, mi hijo también lo estaba.
 
El primer eslabón de la cadena que sujetaba el genio de Zac se partió en dos, y la furia que lo inundó se reflejó claramente en sus ojos y en el tono preciso y gélido de sus palabras.
 
Zac: No se atreva a comparar nunca mis sentimientos por Vanessa con los de su hijo.
 
Lorraine palideció un poco, pero consiguió hablar con voz calmada.
 
Lorraine: No tengo ni idea de lo que ella le habrá contado...
 
Ness: Toda la verdad -antes de que Zac pudiera hablar o moverse, le puso una mano en el brazo y continuó diciendo-: le he contado lo que usted ha sabido desde siempre, que Tony estaba enfermo, que era emocionalmente inestable.
 
Lorraine se levantó con movimientos deliberados de la silla. Su cara estaba ruborizada y tensa, pero habló con el mismo tono tranquilo de antes.
 
Lorraine: No pienso escuchar ninguna calumnia sobre mi hijo.
 
Ness: Pues va a tener que escucharme, aunque no lo hizo cuando yo necesitaba ayuda desesperadamente, cuando Tony pedía auxilio de la única forma que sabía -apretó los dedos en el brazo de Zac, pero no se echó atrás-. Era un alcohólico, estaba deshecho emocionalmente, y decidió abusar de alguien más débil que él. Usted sabía que me maltrataba, vio las magulladuras y los moratones, pero decidió ignorarlos o poner excusas; sabía que había otras mujeres, pero con su silencio, le dio su aprobación.
 
Lorraine: Lo que pasara entre Tony y tú no era de mi incumbencia.
 
Ness: Esa es una postura que queda para tu conciencia, pero te advierto que si abres la caja de los truenos, no podrás contener lo que salga, Lorraine.
 
La mujer volvió a sentarse al oír el tono de voz de Vanessa, y por el hecho de que se había atrevido a tutearla. Era perfectamente consciente de que ese pequeño cambio las convertía en iguales, y fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba ante la mujer atemorizada y fácilmente manipulable a la que había conocido un año atrás.
 
Lorraine: Las amenazas de alguien como tú no me preocupan. Se decidirá en un juzgado si una descarada sin moral puede tener la custodia de un Eagleton, o si va a criarse en un ambiente donde puede recibir una buena educación.
 
Zac: Si vuelve a hablar así de mi mujer, va a tener que enfrentarse a algo más que unas simples amenazas... -soltó una larga bocanada de humo, y añadió-: señora Eagleton.
 
Ness: No importa. -Le dio un ligero apretón en la mano, consciente de que él estaba a punto de perder el control-. Ya no puedes intimidarme, Lorraine, y no vas a hacer que te suplique. Sabes perfectamente bien que siempre le fui fiel a Tony.
 
Lorraine: Lo que sé es que Tony no creía que fuera así.
 
Zac: Entonces, ¿cómo sabe quién es el padre del niño?
 
Las palabras de Zac fueron seguidas por un silencio absoluto. Vanessa empezó a decir algo, pero se detuvo al ver la advertencia en los ojos de él. El rostro de Lorraine volvió a sonrojarse, y finalmente pudo decir:
 
Lorraine: Ella no se habría atrevido a...
 
Zac: ¿No? Vaya, qué raro. Usted piensa probar que Vanessa le fue infiel a su hijo, pero ahora está diciendo que no pudo serlo. En cualquiera de los dos casos, lo va a tener complicado. Si ella hubiera tenido una aventura con alguien... conmigo, por ejemplo... -sonrió, y apagó el cigarro-. ¿No se ha preguntado por qué nos casamos tan rápido?, ¿por qué acepto al hijo de otro hombre, tal y como usted ha comentado? -se detuvo unos segundos para que la idea arraigara, y finalmente añadió-: si Vanessa le fue infiel a su hijo, el niño podría ser de cualquiera, pero si no lo fue, usted se queda sin base para intentar quitarle la custodia.
 
Los dedos de Lorraine se tensaron sobre el brazo de su silla, y tuvo que obligarse a relajarlos.
 
Lorraine: Mi marido y yo vamos a exigir que se hagan pruebas para determinar la paternidad del niño, no estoy dispuesta a admitir a un bastardo en mi casa.
 
Ness: Ten cuidado -dijo tan suavemente que las palabras parecieron vibrar en el aire-. Ten mucho cuidado, Lorraine. Sé que Michael no te importa lo más mínimo como persona.
 
Lorraine tuvo que luchar por mantener la calma.
 
Lorraine: El hijo de Tony es muy importante para mí.
 
Ness: No me has preguntado ni una sola vez por él, no has pedido una foto o un informe médico. Ni siquiera lo has llamado por su nombre. Si hubiera visto en ti la más mínima muestra de afecto por el niño, no estaría tan segura de lo que voy a decirte -no tuvo que esforzarse por mostrarse fuerte, ya que el valor y la decisión llegaron con total naturalidad-. Puedes iniciar los trámites del pleito por la custodia cuando te venga en gana, Zac y yo ya se lo hemos notificado a nuestro abogado. Vamos a enfrentarnos a ti, y vamos a ganar. Y mientras tanto, le contaré a la prensa cómo fue mi vida con los Eagleton de Boston.
 
Las uñas de Lorraine se clavaron en el brazo del sofá.
 
Lorraine: No serías capaz de hacerlo, no tienes el valor suficiente.
 
Ness: Tengo más que de sobra cuando se trata de proteger a mi hijo.
 
Lorraine vio la determinación serena e inquebrantable en sus ojos, y logró decir:
 
Lorraine: Aunque lo hicieras, nadie te creería.
 
Ness: Yo creo que sí, la gente sabe distinguir la verdad.
 
Con el rostro tenso, Lorraine se volvió hacia Zac.
 
Lorraine: ¿Tiene idea de lo mucho que ese tipo de habladurías puede perjudicar a su familia?, ¿quiere arriesgar la reputación de sus padres y la suya propia por una mujer y un niño que ni siquiera es de su sangre?
 
Zac: Mi reputación puede soportar eso y más, y la verdad es que mis padres están deseando enfrentarse a usted -dijo con un claro desafío en su voz-. Puede que Michael no tenga mi sangre, pero es mío.
 
Ness: Lorraine -esperó a que la mujer se volviera hacia ella, y cuando estuvieron de nuevo cara a cara, le dijo-: siento que perdieras a tu hijo, pero no voy a dejar que lo reemplaces con el mío. Pagaré el precio que haga falta para proteger a Michael, y a ti también te va a salir muy caro.
 
Zac la tomó del brazo, y ambos se levantaron.
 
Zac: Su abogado puede ponerse en contacto con nosotros cuando decida lo que va a hacer. No se olvide de que ya no está tratando con una mujer sola y embarazada, señora Eagleton. Ahora está enfrentándose a la familia Efron.
 
En cuanto salieron al pasillo y la puerta se cerró tras ellos, Zac la apretó contra su pecho. Al notar que temblaba, la abrazó con más fuerza y le dijo:
 
Zac: Has estado fantástica -depositó un beso en su pelo, antes de apartarse ligeramente para mirarla-. Ángel, has estado realmente increíble, la has dejado con la boca abierta.
 
Vanessa se sonrojó, orgullosa y satisfecha.
 
Ness: No ha sido tan terrible como esperaba -dijo con un suspiro, mientras iban hacia el ascensor con las manos entrelazadas-. En el pasado le tenía un miedo enorme y no me atrevía ni a decir dos palabras delante de ella, pero ahora puedo verla como lo que es, una mujer sola atrapada por lo que cree que representa el honor de su familia.
 
Zac soltó una breve carcajada sin humor justo cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse. 
 
Zac: El honor no tiene nada que ver con todo esto.
 
Ness: No, pero así es como lo ve ella.
 
Zac: ¿Qué te parece si nos olvidamos de Lorraine Eagleton por el resto del día? -sugirió al apretar el botón de la planta baja-. Bueno, muy pronto nos olvidaremos de ella completamente, pero hay un pequeño restaurante a varias manzanas de aquí bastante animado, y muy caro.
 
Ness: Es demasiado pronto para cenar.
 
Zac: ¿Quién ha hablado de cenar? -la rodeó por la cintura con un brazo mientras salían al vestíbulo, y añadió-: vamos a sentarnos en una mesa con vistas a la bahía, y yo voy a ver cómo todo el mundo se queda mirando a mi despampanante esposa mientras nos bebemos una botella de champán.
 
Al oír aquellas palabras, Vanessa sintió una tremenda oleada de amor por aquel hombre, y se quedó sin aliento cuando él le besó la mano.
 
Ness: ¿No crees que deberíamos esperar a que Lorraine nos comunique su decisión antes de celebrarlo?
 
Zac: También lo celebraremos cuando lo haga, pero ahora quiero brindar por un ángel que ha sacado las uñas.
 
Ella se echó a reír, y juntos salieron a la calle.
 
Ness: Bueno, la verdad es que...
 
Zac: ¿Qué?
 
Ella levantó los ojos hacia él, y admitió:
 
Ness: Que me encantaría volver a hacerlo.
 
Zac: Parece que voy a tener que andarme con cuidado a partir de ahora.
 
Ness: Probablemente -aunque estaba eufórica por su victoria, seguía siendo práctica, así que comentó-: no debería beber champán, Michael...
 
Zac la besó, y le hizo un gesto al portero para que le llevaran su coche.




🎂¡FELIZ CUMPLE AMY!🎂
¡Que pases un muy feliz día!😏

miércoles, 25 de agosto de 2021

Capítulo 10

Vanessa estaba en el jardín cuando empezó a nublarse. Se había acostumbrado a pasar allí las mañanas, mientras el niño dormía o se mecía en su columpio. La casa se ensuciaba poco, y Zac sólo era descuidado cuando estaba pintando, así que normalmente tenía pocas tareas en las que ocuparse.

Lo cierto era que había tantas habitaciones, tanto espacio, que aún no se había integrado en aquel sitio. Se sentía como en su casa en la habitación del niño, ya que la había decorado ella misma y se pasaba muchas horas allí, tanto de día como de noche, pero el resto de la casa, repleto de antigüedades, alfombras caras y madera pulida, le resultaba completamente indiferente y distante.

Necesitaba aire y espacio, y gracias al benigno tiempo primaveral había descubierto que le gustaba la jardinería; disfrutaba del tiempo soleado, de los olores y de la sensación de la tierra bajo sus manos, y leía todos los libros sobre plantas que podía encontrar para familiarizarse con las flores y los arbustos, y con los cuidados que requerían.

Los tulipanes habían empezado a florecer, y las azaleas estaban en pleno apogeo. Aunque ella no había plantado ninguna de aquellas plantas, las cuidaba y se enorgullecía de ellas como si lo hubiera hecho, ya que, al fin y al cabo, cada año florecían desde cero. Y tampoco se sentía incómoda añadiendo sus propios toques personales a los rosales, y a las bocas de dragón.

Ya estaba planeando plantar lirios de montaña, anémonas y amapolas en otoño, y en invierno pensaba hacer arraigar ella misma plantas que florecerían en primavera; iba a plantarlas primero en unos pequeños botes, que colocaría en una habitación soleada del ala este de la casa.

Ness: El año que viene te enseñaré a plantarlas -le dijo a Michael. Podía imaginárselo corriendo por el jardín con sus piernecitas rechonchas, jugando con la tierra, intentando atrapar a las mariposas-.

Él se echaría a reír, y ella lo levantaría en sus brazos y le haría dar vueltas jugando al avioncito. Los ojos del niño, que eran marrones como los suyos, resplandecerían de alegría, y su risa resonaría en el aire.

Entonces Zac se asomaría por la ventana de su estudio y les preguntaría por qué hacían tanto ruido, aunque no estaría realmente enfadado. Él bajaría hasta el jardín, alegando que de todas formas no podría trabajar en toda la mañana por culpa del jaleo, y entonces se sentaría con Michael en el regazo, y se reirían juntos por algo que nadie más sería capaz de entender.

Vanessa se sentó sobre sus talones, y se secó la frente con el dorso de una mano enguantada. Soñar siempre había sido su vía de escape, su defensa, su supervivencia, pero las cosas habían cambiado, y estaba empezando a creer que los sueños realmente podían hacerse realidad.

Ness: Quiero muchísimo a tu papá -le dijo a Michael, como siempre solía hacer al menos una vez al día-. Le quiero tanto, que me hace creer en los finales felices.

Cuando una sombra cayó sobre ella, Vanessa levantó la vista al cielo y vio que las nubes habían empezado a cubrir el sol. Estuvo a punto de ignorarlas y seguir trabajando con las plantas, pero sabía que tardaría un poco en poder recoger todas sus herramientas de jardinería y las cosas de Michael.

Ness: Bueno, el agua es buena para las flores, ¿verdad, cielo?

Guardó las herramientas y las bolsas de fertilizante en el pequeño cobertizo que había junto a la puerta trasera, y entonces sacó al niño del columpio. Con la coordinación imprescindible que proporcionaba la maternidad, cargó con el niño, con sus juguetes y con el columpio plegado, y entró en la casa.

Apenas había empezado a subir las escaleras cuando estalló el primer trueno, y tanto Michael como ella se sobresaltaron. El pequeño empezó a llorar, y ella intentó tranquilizarlo acunándolo y arrullándolo, mientras luchaba por controlar su propio miedo a las tormentas.

Michael se calmó mucho más rápidamente que ella. Aunque aún no había empezado a llover, Vanessa observó desde las ventanas de la habitación del niño la furia desatada en el cielo. Los relámpagos rasgaban el aire, y la luz pasaba de gris a malva, y otra vez de vuelta a gris, en un abrir y cerrar de ojos.

Michael empezó a quedarse adormilado al cabo de un rato, pero ella continuó sujetándolo en sus brazos, tanto para reconfortar al niño como a sí misma.

Ness: Es absurdo, ¿verdad? -murmuró-. Una mujer adulta les tiene más miedo a los truenos que un bebé.

Cuando la lluvia empezó a azotar las paredes de la casa, se obligó a dejar al niño dormido en su cuna para poder ir a cerrar todas las ventanas.

Mientras iba de habitación en habitación, se dijo que al menos había encontrado algo que la mantuviera ocupada, pero cada vez que retumbaba un trueno, no podía evitar dar un respingo. Cuando por fin terminó, fue hacia la habitación de Michael para acurrucarse en el sofá cama y leer un libro hasta que la tormenta pasara, pero entonces se acordó del estudio de Zac y se apresuró a ir hacia allí, temerosa de que se dañara alguno de sus trabajos.

Afortunadamente, la casa no se había quedado sin luz a causa de la tormenta, y al darle al interruptor vio que había habido suerte. El suelo bajo las ventanas estaba mojado, pero no había ninguna pintura cerca. Se apresuró a ir cerrando una ventana tras otra, hasta que el sonido de la lluvia quedó completamente amortiguado por los cristales.

Vanessa estaba a punto de hacer lo más práctico, ir a buscar una fregona, cuando se dio cuenta de que era la primera vez que veía el estudio de Zac a solas. Él nunca le había dicho que no podía entrar, pero ella había vivido gran parte de su vida sin poder disfrutar de su privacidad, así que siempre procuraba respetar la de los demás. Sin embargo, descubrió que se sentía muy cómoda en aquella habitación, igual que en la de Michael... y que en la cabaña en medio de las montañas.

De repente, se dio cuenta de que el olor del estudio le recordaba a Zac. El ambiente contenía aquella mezcla de pintura, aguarrás y tiza que a menudo se pegaba a la ropa de su marido, y era un aroma que siempre la tranquilizaba, aunque al mismo tiempo la excitaba. Al igual que el hombre, el olor despertaba sus emociones. Podía amarlo y sentirse reconfortada por él a la vez, de la misma manera que podía excitarla y confundirla.

Vanessa se preguntó qué era lo que Zac quería de ella, y por qué. Creía entenderlo en parte: él deseaba tener la solidez de una familia, acabar con su soledad y tener pasión en su cama, y la había elegido a ella porque estaba tan ansiosa de darle todas aquellas cosas como él de recibirlas.

Eso podía ser suficiente... o casi, pero su problema era que ella anhelaba en silencio tener mucho más.

Decidida, echó a un lado aquellos pensamientos deprimentes e intentó imaginárselo allí, trabajando y planificando sus obras.

Pensó maravillada en todo lo que se había hecho en aquella habitación, en todas las horas que él se había pasado creando, perfeccionando y experimentando. Se preguntó qué era lo que hacía que un hombre pudiera ser capaz de interpretar lo que le rodeaba y de expresarlo de forma tan diferente al resto, y se acercó al caballete para contemplar el trabajo que él tenía en curso en ese momento.

Era un retrato de Michael, y aquel gesto tan simple y profundo hizo que Vanessa se rodeara con los brazos. Había un esbozo fijado al caballete, y el retrato en el lienzo estaba empezando a tomar forma. Se dio cuenta de que el niño ya estaba un poco cambiado, más crecido que en el esbozo, y calculó que Zac debía de haber hecho el dibujo aproximadamente una semana antes; sin embargo, gracias a su marido, siempre podría mirar atrás y ver a su hijo tal y como había sido en aquel momento único que ya pertenecía al pasado.

Con los brazos aún cruzados sobre sus pechos, Vanessa se volvió a observar el resto del estudio. Era diferente sin Zac, más... dramático. Entonces se echó a reír, consciente de que a él no le habría gustado nada la descripción.

Sin él, el estudio era una habitación amplia y despejada, con mucho espacio vacío. Había gotas y manchas de pintura seca por el suelo, que podían llevar allí una semana o un año, y un pequeño fregadero en una de las esquinas, con una toalla dejada de forma descuidada en el borde.

También había unas estanterías y una mesa de trabajo, sobre las que había esparcido todo tipo de material de pintura: jarros llenos de pinceles, espátulas, carboncillos, trapos... igual que en Colorado, Zac había amontonado un montón de lienzos contra las paredes, pero no había colgado ninguno.

De repente, se dio cuenta de que no se le había ocurrido preguntarle si tenía algo que pudieran colgar en el cuarto de Michael. Los pósteres que ella había elegido eran muy alegres y coloridos, pero uno de los cuadros de Zac tendría mucho más significado. Sin pensárselo dos veces, se arrodilló y empezó a mirar los lienzos.

Era increíble la forma en que Zac podía despertar las emociones de los demás a través de sus cuadros. Encontró un paisaje de colores pastel que hacía soñar, y una imagen descarnada de una barriada llena de miseria que provocaba escalofríos.

También había retratos, como el de un anciano apoyado en su bastón en la parada del autobús, el de tres niñas riendo delante de una tienda, o el espectacular desnudo de una morena tumbada sobre un fondo de satén blanco. Vanessa no sintió celos al verlo, sino una admiración maravillada.

Había más de una docena de cuadros, y fue volviéndolos y contemplándolos uno tras otro, preguntándose por qué Zac los habría apilado de forma tan descuidada. Muchos de ellos no estaban enmarcados, todos estaban de cara a la pared, y conforme los iba viendo, se sentía cada vez más asombrada de estar casada con un hombre que podía conseguir tanto con unos colores y un pincel.

Podía sentir el estado de ánimo y las emociones que él había experimentado al trabajar en cada obra... rabia, humor, tristeza, impaciencia, deseo, entusiasmo... si Zac podía sentirlo, podía pintarlo.

De pronto, se sintió frustrada por el hecho de que él hubiera decidido mantener aquellos cuadros encerrados en una habitación, donde nadie podía contemplarlos, apreciarlos o tocarlos. Aquél no era su sitio. La firma de Zac aparecía en la esquina de cada uno de sus trabajos, con el año justo debajo, y Vanessa comprobó que nada de lo que había encontrado hasta el momento tenía más de dos años, ni menos de uno.

Al girar el último lienzo, volvió a quedarse sin habla. Era otro retrato, pero aquél había sido pintado con amor.

El sujeto del cuadro era un hombre joven que no debía de llegar aún a la treintena, y su sonrisa parecía un poco despreocupada, como si tuviera todo el tiempo del mundo para conseguir lo que quería hacer. Su pelo rubio era varios tonos más claro que el de Zac y estaba peinado hacia atrás, apartado de su rostro delgado y atractivo.

Era un estudio informal, de cuerpo entero, y el modelo estaba cómodamente sentado en una silla, con las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos; sin embargo, a pesar de la pose relajada, el retrato transmitía una sensación de movimiento y de energía.

Vanessa recordó haber visto aquella silla en el salón de la mansión ele los Efron en Nob Hill, y reconoció al sujeto del cuadro por la forma de su cara, que era muy parecida a la de su marido. Aquél era el hermano de Zac... Michael.

Permaneció allí largo rato, con el retrato sobre su regazo. Dejó de oír el sonido de la tormenta, y aunque las luces parpadearon una vez, ni siquiera se dio cuenta.

Acababa de descubrir que era posible llorar la pérdida de un perfecto desconocido, sentir la pena y el dolor. El profundo amor y el respeto que Zac sentía por su hermano eran obvios en cada pincelada, y deseó más que nunca que confiara en ella lo suficiente para hablar de aquel Michael, de su vida y de su muerte.

Al contemplar el cuadro, Vanessa se dio cuenta de que había visto aquel mismo amor incondicional en el esbozo del bebé que había en el caballete.

Por un segundo, se preguntó si debería sentirse molesta por la posibilidad de que él estuviera utilizando a su hijo para superar la muerte de su hermano. Sabía que eso no significaría que Zac no quisiera al niño, pero aun así, la apenaba pensarlo. Si él no hablaba con ella, si no le abría sus emociones como hacía en su trabajo, nunca llegaría a ser realmente su mujer, ni Michael su hijo.

Volvió a poner cuidadosamente el cuadro contra la pared, y después colocó todos los demás.

Cuando dejó de llover, Vanessa decidió llamar a Amanda y llevar a la práctica su decisión de visitar la galería de arte, ya que sabía que tenía que predicar con el ejemplo si quería que Zac diera otro paso más hacia ella.

A pesar de todas las excusas que le había dado, la verdadera razón por la que no había ido aún a la galería era que no se había sentido cómoda en su papel de esposa de la figura pública, del pintor famoso. Era consciente de que la inseguridad sólo podía superarse enfrentándose a ella y avanzando con firmeza, aunque para eso hubiera que hacer acopio de todo el valor disponible.

Se dijo a sí misma que había crecido y madurado. En el año anterior, no sólo había aprendido a ser fuerte, sino a tener toda la fuerza que fuera necesaria. Aún no había alcanzado la cima, pero al menos ya no estaba luchando por intentar afianzarse en la base de la montaña.

Amanda accedió de inmediato a quedarse con Michael, y no quiso ni oír sus palabras de agradecimiento. Después de colgar, Vanessa le echó una ojeada a su reloj de pulsera; si el niño se ceñía a su rutina habitual, se despertaría hambriento en menos de una hora. Después de amamantarle, daría su primer gran paso y se lo llevaría a Amanda, y después iría a la galería. Bajó la mirada hacia los vaqueros que llevaba, y al ver que tenía las rodillas manchadas de tierra, decidió que antes de nada iba a tener que cambiarse de ropa.

Empezó a subir las escaleras, pero el timbre de la puerta sonó cuando estaba ya a medio camino. Fue a abrir, demasiado optimista para sentirse molesta por la interrupción.

Y el mundo se derrumbó silenciosamente a sus pies.

Lorraine: Hola, Vanessa -Lorraine Eagleton hizo un seco gesto de saludo con la cabeza, y entró en el vestíbulo sin pedir permiso. Miró a su alrededor mientras se quitaba los guantes, y comentó-: vaya, vaya... no te ha ido nada mal, ¿verdad? -colocó pulcramente los guantes en un bolso beige de piel de caimán, y le preguntó sin preámbulos-: ¿dónde está el niño?

Vanessa era incapaz de hablar. Tanto las palabras como el aire se le habían quedado atrapados en los pulmones, y el agolpamiento hacía que el pecho pareciera a punto de estallarle. Su mano, que aún permanecía en el pomo de la puerta, estaba paralizada, aunque el ritmo aterrorizado de su corazón resonaba hasta en las puntas de sus dedos.

De pronto, apareció en su mente el terrible recuerdo de la última vez que había visto a aquella mujer cara a cara, y recordó las amenazas, las exigencias y la humillación como si acabaran de suceder. Consiguió encontrar la voz, y dijo:

Ness: Michael está durmiendo.

Lorraine: Mejor. Tenemos que hablar de un par de cosas.

La lluvia había refrescado el ambiente, y había dejado su sabor en el aire. La luz entraba por la puerta, que seguía abierta, y los pájaros habían empezado a gorjear con optimismo de nuevo. Al ver todas aquellas muestras de normalidad, Vanessa se recordó que la vida no se molestaba en detenerse por meras crisis personales.

Aunque no pudo relajar los dedos en el pomo de la puerta, consiguió mantener la mirada serena y la voz firme al decir:

Ness: Recuerde que está en mi casa, señora Eagleton.

Lorraine: Las mujeres corno tú siempre se las ingenian para conseguir maridos ricos y crédulos -arqueó una ceja, satisfecha al ver que Vanessa seguía junto a la puerta, tensa y pálida-. Pero eso no cambia quién eres, ni lo que eres. Y quiero que sepas que, aunque hayas sido lo suficientemente lista para conseguir que Zachary Efron se case contigo, no vas a poder evitar que consiga obtener lo que me pertenece.

Ness: No tengo nada suyo. Y ahora, me gustaría que se fuera de aquí.

Lorraine: Sí, eso no lo dudo -dijo con una sonrisa. Era una mujer alta, morena y muy guapa-. Te aseguro que no tengo ni el deseo ni la intención de prolongar esta visita. Voy a conseguir al niño.

Vanessa se vio de repente en medio de la niebla, con una manta vacía en las manos.

Ness: No.

Lorraine apartó a un lado su negativa, igual que habría hecho con una pelusa en su solapa.

Lorraine: Sólo tengo que conseguir una orden judicial.

Una oleada de furia ardiente reemplazó al miedo gélido que Vanessa había sentido hasta ese momento, y consiguió recuperar la movilidad, aunque sólo fuera para tensarse.

Ness: Adelante, hágalo. Hasta entonces, déjenos en paz.

Lorraine contempló su rostro, pensando que Vanessa seguía siendo la misma. Había pasado por un segundo al ataque al sentirse acorralada, pero aún se la podía manipular fácilmente. Siempre la había enfurecido que su hijo se hubiera rebajado tanto, que se hubiera conformado con tan poca cosa cuando podría haber conseguido algo mucho mejor, pero nunca levantaba la voz, ni siquiera cuando estaba tan enfadada. Al fin y al cabo, el desdén era un arma mucho más poderosa.

Lorraine: Tendrías que haber aceptado la oferta que te hicimos mi marido y yo. Era muy generosa, y no vas a volver a tenerla.

Ness: No pueden comprar a mi hijo, igual que no pueden hacer que Tony vuelva.

A ver la expresión de dolor que apareció en el rostro de Lorraine, un dolor real y enorme, Vanessa sintió una punzada de compasión por ella.

Ness: Señora Eagleton...

Lorraine: No pienso hablar contigo de mi hijo -dijo mientras el dolor se transformaba en amargura-. Si hubieras sido lo que él necesitaba, aún estaría vivo, y eso es algo que nunca te perdonaré.

En otra época Vanessa se habría derrumbado ante aquellas palabras y habría aceptado la culpa de todo, pero Lorraine estaba equivocada y ella ya no era la misma mujer desvalida de entonces.

Ness: ¿Quiere quitarme a mi hijo para castigarme, o para intentar curarse las heridas? Sabe que ninguna de esas razones está bien.

Lorraine: Lo que sé, lo que pienso probar, es que no estás capacitada para criar al niño. Voy a aportar documentos que demostrarán que estuviste con otros hombres, antes y después de casarte con mi hijo.

Ness: Sabe perfectamente bien que eso no es verdad.

Lorraine siguió hablando como si Vanessa no hubiera hablado.

Lorraine: Además, añadiré un informe sobre lo inestables que son tus antecedentes familiares. Si se comprueba que el niño es de Tony, iniciaré un pleito por la custodia, y no hay duda de cuál será el resultado.

Ness: No va a quitarme a Michael, su dinero y sus mentiras no van a servirle de nada.

El volumen de su voz fue creciendo, y Vanessa luchó por calmarse, consciente de que perder los estribos no iba a servirle de nada. Sabía demasiado bien la facilidad con la que Lorraine podía apartar de un plumazo cualquier emoción con una simple mirada gélida y fulminante, así que tenía que creer que aún existía alguna posibilidad de poder razonar con ella.

Ness: Si usted quiso alguna vez a Tony, entonces debe de saber lo lejos que estoy dispuesta a llegar para conservar a mi hijo.

Lorraine: Y tú deberías saber lo lejos que estoy dispuesta a llegar yo para asegurarme de que no críes a un Eagleton.

Ness: Eso es todo lo que Michael es para usted, un apellido, un símbolo de inmortalidad, pero en realidad es sólo un niño por el que no siente nada -a pesar de sus esfuerzos, su voz empezó a adquirir un matiz desesperado, y empezaron a temblarle las rodillas-.

Lorraine: Los sentimientos no tienen nada que ver en esto. Estoy alojada en el Fairmont, tienes dos días para decidir si quieres un escándalo público o no -sacó sus guantes del bolso, completamente tranquila, porque el terror en la cara de Vanessa revelaba que no había riesgo en ese aspecto-. Estoy segura de que los Efron se sentirían... molestos al enterarse de tus pasadas indiscreciones, así que no tengo ninguna duda de que actuarás con sensatez y no pondrás en peligro lo que has conseguido tan convenientemente -sin más, salió a la calle y bajó los escalones hacia la limusina que la esperaba-.

Sin esperar a que el vehículo se marchara, Vanessa cerró la puerta de un portazo y puso el cerrojo. Estaba jadeando, como si hubiera estado corriendo, y eso fue lo primero que se le pasó por la mente: salir corriendo, huir. Subió las escaleras a la carrera, entró en la habitación de Michael y empezó a meter las cosas del niño en una bolsa.

Tendrían que viajar sin mucho equipaje, así que decidió elegir sólo lo que fuera absolutamente imprescindible. Antes de que anocheciera podían estar a kilómetros de allí... iría hacia el norte, a lo mejor a Canadá. Aún le quedaba suficiente dinero para escapar, para poder conseguir el tiempo necesario y desaparecer. Se le cayó un sonajero de las manos, y el sonido del golpe en el suelo pareció retumbar en la habitación. Cediendo ante la desesperación que sentía, Vanessa se hundió en el sofá cama y enterró la cara en las manos.

No podían huir. Aunque tuvieran ahorros suficientes para que les duraran una vida entera, no podían hacerlo. No era justo, ni para Michael, ni para Zac ni para ella misma. Habían construido una vida allí, el tipo de vida con el que siempre había soñado y que necesitaba darle a su hijo.

Pero, ¿qué podía hacer para protegerla?

Mantenerse firme, enfrentarse al ataque, no dejar que la avasallaran... pero a lo largo de su vida siempre había acabado cediendo, era lo que se le daba mejor.

Levantó la cabeza, y esperó a que se calmara su respiración. Ese último pensamiento era típico de la antigua Vanessa, y algo con lo que Lorraine contaba. Los Eagleton sabían perfectamente bien lo fácilmente manipulable que había sido; esperaban que echara a correr, y pensaban utilizar eso como prueba de su comportamiento errático e impulsivo, para poder quitarle al niño. Además, seguramente creían que, en caso de que estuviera demasiado cansada para huir, estaría dispuesta a renunciar al bebé para proteger su posición con los Efron.

Pero no la conocían, nunca se habían tomado el tiempo o la molestia de llegar a conocerla de verdad. No iba a ceder ni a dejarse avasallar. No iba a huir con su hijo, sino a luchar por él.

De repente, se sintió furiosa, y se alegró enormemente de ello. La furia era una emoción ardiente y llena de energía, completamente diferente a la insensibilidad helada del miedo. Seguiría el consejo de Amanda y permanecería furiosa, porque así no sólo lucharía, sino que lo haría de forma despiadada y sucia. Los Eagleton iban a llevarse una gran sorpresa.

Cuando llegó a la galería de arte, ya había recuperado completamente el control de sus emociones. Michael estaba a salvo con Amanda, y ya había dado el primer paso del plan que había trazado para asegurarse de que no le pasara nada.

La Galería Trussalt estaba en un elegante edificio remodelado. Cerca de la entrada principal había unos bancos de flores, perfectamente cuidados y aún húmedos por la reciente lluvia, y al abrir la puerta Vanessa olió el aroma de las rosas y de las hojas.

En el interior, las claraboyas del techo permitían ver el cielo, que seguía encapotado, pero la galería en sí estaba brillantemente iluminada con focos y plafones. El silencio era tan absoluto que Vanessa tuvo la impresión de estar en una iglesia, pero al mirar a su alrededor se dio cuenta de que aquel sitio estaba dedicado al culto del arte.

Había esculturas en mármol, madera, hierro y bronce, y todas ellas estaban colocadas con un cuidado exquisito. En vez de competir entre ellas, parecían estar en perfecta armonía, igual que los cuadros que se exhibían a lo largo de las paredes.

Reconoció un trabajo de Zac, una vista particularmente solemne de un jardín que empezaba a granar. No era bonito ni alegre, y mientras lo contemplaba, se acordó del mural que había pintado para su madre. El mismo hombre que creía lo suficiente en las fantasías para plasmarlas y darles vida, también era capaz de ver la realidad, quizás incluso con una claridad excesiva. Aquello era algo más que tenían en común.

Sólo un par de clientes se habían animado a visitar la galería en la tarde lluviosa, y Vanessa tuvo que recordarse que, a diferencia de aquellas personas, ella no tenía tiempo para entretenerse admirando las obras de arte. Miró a su alrededor, y al ver a un guardia, se apresuró a acercarse a él.

Ness: Perdone, estoy buscando a Zachary Efron.

**: Lo siento señorita, pero no está disponible. Si tiene alguna pregunta sobre uno de sus cuadros, puede hablar con la señorita Trussalt.

Ness: No, verá, soy...

Marion: Vanessa -dijo al aparecer por una puerta lateral. Llevaba una falda color azul cielo que le llegaba a la altura de los tobillos, y un jersey en un suave tono rosado. Los suaves colores pastel acentuaban su aspecto exótico-. Así que has decidido venir a visitarnos, después de todo.

Ness: He venido a ver a Zac.

Marion: Vaya, qué lástima, no está aquí en este momento -con apenas una mirada, le indicó al guardia que se alejara-.

Vanessa apretó con fuerza su bolso. En ese momento, los intentos de intimidación de aquella mujer no tenían ninguna importancia.

Ness: ¿Va a volver?

Marion: De hecho, debería llegar en cualquier momento. Tenemos una cita en... -echó una ojeada a su reloj, y dijo-: media hora.

Tanto la mirada al reloj como el tono de su voz contenían una despedida implícita, pero Vanessa no tenía tiempo para jueguecitos.

Ness: Entonces, le esperaré.

Marion: Puedes hacer lo que quieras, claro, pero me temo que Zac y yo tenemos que hablar de negocios. Estoy segura de que te aburrirías.

Vanessa sentía un dolor sordo en la base de la cabeza a causa del cansancio. No tenía ganas de enzarzarse en una discusión con aquella mujer, y sabía que debía enfocar toda su energía en una batalla mucho más importante.

Ness: Te agradezco que te preocupes tanto por mí, pero nada relacionado con el trabajo de Zac puede aburrirme.

Marion: Vaya, pareces una verdadera troyana -ladeó la cabeza, y la miró con una sonrisa que no tenía nada de amigable-. Estás un poco pálida, ¿es que hay problemas en el paraíso?

Vanessa lo supo en ese momento. Con tanta claridad como si Marion lo hubiera admitido en voz alta, supo cómo la había encontrado Lorraine.

Ness: Nada que no pueda solucionarse. ¿Por qué la has llamado?

La sonrisa tranquila y segura de la mujer no flaqueó ni un instante.

Marion: ¿Disculpa?

Ness: Se estaba gastando una fortuna en detectives privados, así que de todas formas sólo me quedaba una semana, dos como mucho.

Marion permaneció en silencio un momento, y entonces se volvió hacia un cuadro y se entretuvo enderezándolo innecesariamente.

Marion: Siempre he pensado que es mejor ganar tiempo que perderlo. Cuanto antes se ocupe Lorraine de ti, antes podré hacer que Zac recupere la sensatez. Ven, voy a enseñarte algo.

Marion la condujo a través de la galería hasta una habitación separada, con las paredes y el suelo de color blanco. En una esquina había una escalera de caracol, también blanca, que llevaba a la galería circular que había en el piso superior. Debajo de la escalera había tres árboles ornamentales, y justo enfrente descansaba una enorme escultura de ébano, que representaba a un hombre y a una mujer fundidos en un abrazo apasionado... pero de alguna forma, también desesperado.

Sin embargo, lo que captó la atención de Vanessa fue el cuadro. Su propia cara la observaba con expresión serena, desde el retrato que Zac le había hecho durante aquellos largos y tranquilos días en Colorado.

Marion: Sí, es impresionante -se restregó el labio con un dedo, con la mirada fija en el cuadro-.

Había estado a punto de ir a por un cuchillo para desgarrar aquel lienzo cuando Zac lo había desembalado, pero la tentación se había desvanecido rápidamente, ya que estaba demasiado dedicada al arte para dejar que interfirieran sus sentimientos personales.

Marion: Es uno de sus mejores trabajos, y el más romántico. Lleva expuesto sólo tres semanas, y ya he recibido seis ofertas serias por él.

Ness: Ya había visto antes el cuadro, Marion.

Marion: Sí, pero dudo que entiendas lo que significa. Zac lo llama El ángel de Zachary, creo que eso lo dice todo.

Ness: El ángel de Zachary -repitió en un murmullo. Sintió un torrente cálido en su interior, y se acercó más al retrato-. ¿Qué es lo que significa, según tú?

Marion: Que él, como Pigmalión, se enamoró un poco del sujeto de su obra. Eso es algo que se espera que pase de vez en cuando, y que incluso puede llegar a ser positivo, ya que a menudo inspira grandes trabajos, como éste -dio un golpecito con el dedo en el marco, y continuó diciendo-: pero Zac es un hombre demasiado práctico para alargar demasiado la fantasía. El cuadro está acabado, así que ya no te necesita.

Vanessa volvió la cabeza para mirarla frente a frente. Lo que aquella mujer estaba diciéndole se le había pasado por la cabeza a ella misma innumerables veces. 

Ness: Entonces, tendrá que decírmelo él mismo. 

Marion: Es un hombre con un sentido del honor muy fuerte, eso es algo que forma parte de su atractivo. Pero cuando las cosas lleguen a un límite, cuando se dé cuenta de su error, verá que no le compensa estar contigo -señaló el retrato con un gesto, y añadió-: un hombre sólo cree en una imagen mientras ésta permanece impecable, y por lo que me ha dicho Lorraine, no te queda mucho tiempo.

Vanessa luchó contra el impulso de salir huyendo de allí, y se dio cuenta de que esa vez le resultó muy fácil mantenerse firme.

Ness: Si de verdad crees eso, ¿por qué te estás tomando la molestia de intentar deshacerte de mí?

Marion: Para mí no es ninguna molestia -volvió a sonreír, y apartó la mano del cuadro-. Considero que forma parte de mi trabajo animar a Zac a que se concentre en su carrera, y ayudarlo a evitar los obstáculos que puedan impedirle avanzar. Como ya te he dicho, su relación contigo es inaceptable, y estoy segura de que él mismo se dará cuenta muy pronto.

Vanessa pensó que no le extrañaba que hubiera llamado a Lorraine, porque las dos mujeres eran tal para cual.

Ness: Marion, creo que te estás olvidando de algo: sin importar lo que Zac sienta o deje de sentir por mí, quiere a Michael.

Marion: Hay que ser muy patética para utilizar a un niño.

Ness: Eso es verdad -la miró a los ojos con expresión firme-. De hecho, en eso tienes toda la razón -cuando vio que la respuesta daba en la diana, añadió con calma-: cuando Zac llegue, te agradecería que le dijeras que le estoy esperando aquí.

Marion: ¿Para que puedas correr a esconderte detrás de él?

Zac: No creo que las razones de Vanessa para venir a verme sean de tu incumbencia -dijo desde la puerta-.

Cuando las dos mujeres se volvieron hacia él, Zac vio la furia en el rostro de Marion y la agitación en el de Vanessa, pero ambas mujeres se apresuraron a recomponerse, cada una a su propia manera. Marion enarcó una ceja y sonrió, y Vanessa entrelazó las manos y levantó la barbilla.

Marion: Querido, sabes que es mi deber proteger a mis artistas de esposas y amantes histéricas -fue hacia él, y le puso una mano en el brazo-. Tenemos una cita con los Bridgerton en unos minutos para hablar de tres cuadros, y no te quiero distraído ni nervioso.

Zac sólo se molestó en lanzarle la más breve de las miradas, pero bastó para que Marion se diera cuenta de que él había oído demasiado.

Zac: Deja que yo me preocupe de mis propios estados de ánimo. Y ahora, ¿nos disculpas?

Marion: Los Bridgerton...

Zac: Pueden comprar los cuadros, o irse al diablo. Déjanos solos, Marion.

Tras lanzarle una mirada furiosa a Vanessa, la mujer salió de la habitación.

Ness: Lo siento -dijo después de respirar hondo-. No he venido para causar problemas.

Zac: Pues dime para qué, porque por tu aspecto está claro que no has venido a pasar la tarde contemplando obras de arte -antes de que pudiera contestar, se acercó a ella y añadió-: maldita sea, Vanessa, no me hace ninguna gracia que discutáis sobre mí como si fuera una especie de premio que pueda llevarse el mejor postor. Marion es una colega de negocios y tú mi mujer, así que vais a tener que resolver esto, ¿está claro?

Ness: Perfectamente claro -su voz había cambiado, se había endurecido como la de Zac-. Y quiero que tú también tengas muy claro que, si pensara que tu relación con ella va más allá de los negocios, ya te habría dejado.

Zac olvidó por completo lo que había estado a punto de decir, y se la quedó mirando estupefacto al percibir la decisión inquebrantable en su voz.

Zac: Así, ¿sin más?

Ness: Sí, así sin más. Ya he tenido un matrimonio donde la fidelidad no existía, y no pienso volver a pasar por lo mismo.

Zac: Ya veo -al ver que volvían a las comparaciones, Zac tuvo ganas de empezar a gritarle a pleno pulmón, pero se contuvo y habló con mucha calma-. Entonces, me considero avisado.

Vanessa le dio la espalda, para poder cerrar los ojos por un momento. Cada vez le dolía más la cabeza, y si no se tomaba unos segundos para recuperar la compostura, acabaría lanzándose a sus brazos y suplicándole que la ayudara.

Ness: No he venido a discutir sobre los términos de nuestro matrimonio.

Zac: A lo mejor eso sería una buena idea, quizás sea hora de que volvamos al punto de partida y dejemos claras las cosas.

Vanessa sacudió la cabeza, y se obligó a volverse hacia él de nuevo.

Ness: He venido a decirte que mañana por la mañana iré a ver a un abogado.

Zac sintió que la vida se le vaciaba de las venas de golpe al pensar que ella quería el divorcio, pero la furia apareció con igual rapidez. Al contrario que Vanessa, él no se lo pensaba dos veces antes de plantar batalla.

Zac: ¿De qué demonios estás hablando?

Ness: Es algo que no puede aplazarse más, no puedo seguir fingiendo que no es necesario -deseó de nuevo abrazarlo, que él la apretara protector contra su cuerpo y la hiciera sentirse segura, pero se obligó a permanecer donde estaba y a apoyarse en sí misma-. No quería empezar un periodo tan difícil y desagradable sin decírtelo antes.

Zac: Vaya, qué generosa -se pasó una mano por el pelo. Por encima de su cabeza, el retrato de Vanessa le sonreía con dulzura, y allí de pie entre el lienzo y la mujer de carne y hueso, se sintió como si estuviera atrapado entre dos mujeres, entre dos anhelos-. ¿A qué viene todo esto?, ¿crees que puedes darme un beso de despedida en la puerta de casa, y empezar a hablar de abogados a las pocas horas? Si no eres feliz, ¿por qué no me lo has dicho?

Ness: Zac, no sé de qué estás hablando. Los dos sabíamos que era probable que esto llegara tarde o temprano, y tú fuiste el que me dijo que al final tendría que enfrentarme a la situación. Estoy lista para hacerlo, pero quiero darte la posibilidad de que te hagas a un lado si quieres, antes de que sea demasiado tarde para echarse atrás.

Zac estuvo a punto de contestar con brusquedad, pero entonces se dio cuenta de que había malinterpretado completamente el tema de la conversación.

Zac: ¿Por qué quieres ir a ver a un abogado mañana?

Ness: Lorraine Eagleton ha venido a casa esta tarde, y quiere quitarnos a Michael.

Zac no sintió ningún alivio al saber que no estaban hablando de divorcio, no tuvo tiempo. Sintió pánico por un momento, pero la furia lo sofocó con rapidez.

Zac: Como si quiere la luna. No va a salirse con la suya -le puso una mano en la mejilla, y le preguntó con suavidad-: ¿estás bien?

Vanessa asintió.

Ness: Sí, ahora sí. Me ha amenazado con iniciar un pleito por la custodia.

Zac: ¿Y en qué piensa basarse?

Vanessa apretó los labios, pero su mirada se mantuvo firme.

Ness: En que, según ella, no estoy capacitada para criar al niño. Me ha dicho que va a probar que... que estuve con otros hombres, antes y después de casarme con Tony.

Zac: ¿Cómo puede probar algo que no es verdad?

Al ver que él creía en ella sin reserva alguna, Vanessa lo tomó de la mano.

Ness: Hay personas dispuestas a decir o a hacer muchas cosas si se les paga lo suficiente, y no sería la primera vez que los Eagleton utilizan su dinero y su poder para salirse con la suya.

Zac: ¿Te ha dicho dónde se aloja?

Ness: Sí.

Zac: Entonces, es hora de que vaya a hacerle una visita.

Ness: No -se negó a soltarle la mano cuando él hizo ademán de ir hacia la puerta-. Por favor, no quiero que vayas a verla aún, prefiero que hablemos antes con el abogado para saber las opciones que tenemos, lo que podemos hacer y lo que no. No podemos permitirnos el lujo de perder los estribos y cometer un error.

Zac: No necesito a un abogado para saber que no puede presentarse en nuestra casa y amenazarnos con quitarnos a Michael.

Él se volvió hacia la puerta de nuevo, pero Vanessa lo aferró por los brazos para detenerlo y notó la furia que parecía vibrar bajo su piel.

Ness: Zac, escúchame, por favor. Sé que estás enfadado, yo también lo estaba, además de asustada. Mi primer impulso fue volver a huir, incluso empecé a recoger las cosas de Michael.

Zac pensó en lo que habría supuesto para él llegar a casa y encontrarla vacía. La cuenta que tenía que saldar con los Eagleton se iba haciendo cada vez más grande.

Zac: ¿Por qué no lo hiciste?

Ness: Porque no habría sido justo, ni para Michael, ni para ti, ni para mí. Porque os quiero a los dos demasiado para hacerlo.

Él se quedó inmóvil por un segundo, y entonces enmarcó su cara entre las manos mientras intentaba leer lo que se ocultaba en sus ojos.

Zac: No habrías llegado demasiado lejos.

Vanessa sonrió y le rodeó las muñecas con los dedos.

Ness: Eso espero. Zac, sé lo que quiero hacer, y que puedo conseguirlo.

Zac tardó un momento en digerir aquello. Ella acababa de decir que lo quería, y al minuto siguiente hablaba como si estuviera excluyéndolo.

Zac: ¿Sola?

Ness: Si es necesario, sí. Ya sé que consideras a Michael como tu propio hijo, pero quiero que entiendas que, si Lorraine cumple con sus amenazas, las cosas se van a poner feas, y que lo que se diga de mí os afectará tanto a tu familia como a ti -dudó un momento, intentando reunir el valor necesario para darle una elección-. Si prefieres no involucrarte en lo que va a pasar, lo entenderé.

Zac sabía que sus posibles elecciones se habían reducido desde el primer momento en que la había visto, y que habían desaparecido por completo cuando ella le había puesto a Michael en los brazos. Incapaz de encontrar las palabras adecuadas para poder explicarse, optó por centrarse en lo más urgente.

Zac: ¿Dónde está Michael?

Vanessa se mareó un poco ante el inmenso alivio que sintió.

Ness: Con tu madre.

Zac: Entonces, vamos a buscarlo y a llevarlo a casa.


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