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lunes, 18 de enero de 2021

Epílogo

 
Varios años después
 
«Todo el mundo en sus puestos...»

La voz de Zac resonó en cada rincón de la enorme sala, decorada especialmente para la ocasión. Sus elfos contenían las risillas a duras penas y su hijo pequeño, de tan solo seis meses, observaba todo como si la gente se hubiera vuelto loca de pronto. Sin embargo, no habló ni delató su presencia.

Su hija mayor entró corriendo a toda prisa, buscó a su abuelo y se ocultó con él, tras susurrar «ya viene». Entonces escucharon la emocionada voz de Mike que guiaba a toda prisa a su madre.
 
Mike: Mamá, vamos a llegar tarde. Tenemos que correr que esta noche viene papá con los regalos y no querrás que nos retrasemos.
 
Ness: Ya voy, ya voy. Tu padre tardará un rato en llegar, todavía es pronto. No te pongas nervioso. ¿Dónde está tu hermana? ¿Jack tiene a Cody? ¡Mike, no corras!
 
Pero el niño se soltó de su mano y entró a toda prisa, encendió la luz y cuando su mujer alzó la vista, todos gritaron a la vez:
 
Todos: Sorpresa.
 
Vanessa se llevó la mano al pecho producto del susto y los miró sin dar crédito. Zac sonrió divertido y corrió a abrazarla, el bebé se lanzó hacia su madre, reclamándola de inmediato, y Ness lo tomó en sus brazos casi sin darse cuenta.
 
Ness: ¿Zac?
 
Zac: Feliz aniversario, mi vida. -La besó en los labios-. Alguien tenía que acordarse, en vista de lo mala que eres con las fechas.
 
Ness: No soy mala con las fechas. Solo tenía cosas que hacer.
 
Zac: Siempre tienes cosas que hacer, cariño -La besó en la boca y sonrió-. ¿Algún desventurado que haya perdido o encontrado el amor?
 
Ness: No hablo contigo de mi trabajo -dijo tozuda-.
 
Era imposible sonsacarle nada de nada, en el fondo, prefería que fuera así, pero solía picarla. Disfrutaba picándola.
 
Zac: Bien.
 
Jack y Alvina dieron un paso al frente y le entregaron un enorme regalo, mientras Jack atrapaba al niño pequeño, para que su madre pudiera desenvolverlo. Cody descubrió que el gorro de su nuevo portador era un juguete interesante y se esforzó en agarrarle el cascabel. El elfo se lo permitió.
 
Jack: Queremos agradecer todo lo que haces por todos nosotros, así que te hemos hecho este regalo, para que no te olvides jamás de lo mucho que te queremos. En nombre de todos los elfos de Santa Claus, feliz aniversario.
 
Se emocionó, pero se esforzó por ocultar las lágrimas. Después de lo mucho que había llorado durante los embarazos, trataba de hacer como que no le importaba, que podía soportarlo sin mucho esfuerzo.

Zac sabía que solo era una pose.

Cuando Vanessa abrió la caja encontró un enorme álbum. En la portada, una foto de los dos, con sus trajes de gala, celebrando en la fábrica el resultado de otra Navidad bien hecha. La primera que habían pasado juntos.

El dique artificial estuvo a punto de ceder, Zac le dio de espacio un par de páginas quizá, antes de que no pudiera evitarlo por más tiempo.

Se rompió en la primera.
 
Zac: Los conociste en el Rudolph's -comentó al mostrar a la sonriente pareja de Mathew y Eliza-. Hace tiempo fue un elfo, encontró a su pareja y ahora son felices. -Se sentía muy orgulloso del hombre en que se había convertido. Cuidaba de los niños, un defensor de la infancia que se esmeraba en hacer del mundo un lugar mejor. Sin magia ni habilidades extremas, solo a base de esfuerzo y dedicación-. Han tenido una hija y adoptaron dos hermanos mayores. Tina, Billy y Mathew Jr.
 
En la siguiente página aparecían los tres chicos muy guapos y tranquilos, para una foto más allá mostrarlos en medio de alguna travesura, con un Mathew lleno de harina y una enorme sonrisa en la cara.
 
Ness: Parecen muy felices.
 
Zac: Mi madre siempre supo encontrar a la pareja adecuada -comentó mientras pasaba la página-, talento que tú has heredado y me alegro mucho.
 
Ness: No tanto...
 
Jack sonrió.
 
Jack: Con nosotros lo hiciste. -Pasó la página y mostró una foto de Jack con un hombre muy parecido a él, los dos jóvenes y felices-. Mi hermano Thomas -explicó-, también lo conoces. Es el mejor amigo del bruto de Noah -comentó mientras señalaba a los otros niños de la foto-. Sus hijos. Dylan es adoptado, Eric es hijo de Julia y ahora tienen a Jack y Sam. -En los ojos del elfo surgió una chispa de emoción que Zac detectó. De alguna manera, había hecho las paces con su pasado, con su hermano, ahora que él mismo tenía a Alvina-. Y aquí nosotros, con nuestro pequeño bebé -señaló la foto de la ecografía-. He dejado un espacio para poner la foto de nuestra hija cuando nazca.
 
Vanessa rio enternecida y abrazó a Jack.
 
Ness: Es un regalo maravilloso, Jack.
 
El hombrecillo se encogió de hombros.
 
Jack: Hemos puesto fotos de todas las personas a las que has ayudado desde que te convertiste en la Señora K -comentó, señalando varios rostros de almas perdidas-, todos han encontrado el amor y su camino. También hay fotos especiales de Zac, pero esas mejor las ves en privado.
 
Zac: ¡Jack! -lo regañó-.
 
Su mano derecha le guiñó un ojo divertido, hecho que no dejó de sorprenderlo. Había perdido gran parte de su rigidez. Debía agradecer a Alvina. Dedicó una mirada de gratitud a la elfa, que se acurrucó junto a su marido.
 
Ness: Creo que las veré más tarde, hay cosas que es mejor no compartir -comentó burlona-.
 
Todos rieron a su alrededor celebrando el amor, los buenos momentos, la compañía. Habían formado juntos una extraña familia, una familia diferente. Aquellos que los vieran descubrirían tan solo a un grupo disfrutando del hecho de estar juntos, de los buenos recuerdos.

Zac sabía la verdad. Era un hombre afortunado, un hombre rico.

En amor, en risas, en sueños hechos realidad y nada tenía que ver con quién era él, sino con quiénes eran ellos.

Porque si había una cosa clara era que la Navidad no era Santa Claus o una fecha del calendario. La Navidad era una emoción, un sentimiento, un acto desinteresado de amor.

La Navidad era, había sido y siempre sería, un milagro.


FIN


domingo, 17 de enero de 2021

Arreglado capítulo 7

 

¡Hola chic@s!
Espero que todo el mundo esté bien y cumpliendo las normas para protegerse del virus.
Os deseo un feliz y mejor año nuevo.

Por otra parte, ya podéis leer el capítulo 7 de "Una Navidad diferente". No sé porqué se publicó mal, pero ya lo arreglé. ¡Gracias por avisar! 😊
Cualquier cosa irregular que veáis, por favor avisad en los comentarios. Siempre los leo.

Tan pronto como me dejen mis obligaciones pondré otra novela dejando de lado el género navideño hasta la próxima temporada.

¡Gracias por leer!

Capítulo 14

 
Ya no estaba nervioso. Lo había estado, malditamente nervioso, tanto que incluso había olvidado su nombre, pero ahora, esperando de pie en su trineo, con sus renos pacientes (y coronados con flores), con la gente que quería a su alrededor, mirando con emoción el lugar por el que aparecía la mujer de su vida, todo estaba bien, en el lugar correcto.

Jack y Alvina tenían sus manos enlazadas, no miraban a nadie más que el uno al otro. Vanessa había tomado una buena decisión, porque estaban hechos para estar juntos.

Jack estaba relajado, expectante; Alvina sonreía como si hubiera encontrado un tesoro largo tiempo perdido.

Zac sabía exactamente cómo se sentía, porque el sentimiento era afín al suyo.

Se preguntó si trataría de escapar, si huiría. El Polo Norte era un palo para ella, pues batallaba contra todo lo que había creído, pero se estaba acostumbrando tan rápido, dejando a un lado la incredulidad. Había sucedido algo que nunca creyó posible. Se había enamorado de una incrédula mujer que no solo había tenido el buen tino de amarlo a cambio, sino que había abierto los brazos a su mundo mucho más rápido de lo que cualquiera habría esperado.

Se removió dentro de su traje de gala; sintió que el cuello lo ahogaba y que el sudor caía frío por su espalda. Vanessa no lo dejaría plantado, ella iría, caminaría hasta él y lo aceptaría.

No porque estuviera escrito, sino porque ambos estaban enamorados.

Sus elfos iniciaron la melodía nupcial en el mismo instante en que, al fondo, Vanessa aparecía aferrada al brazo de su padre, vistiendo un precioso vestido blanco de invierno, con una capa tan roja como su propio traje y tan caliente, que hacía una bonita figura al caer por su espalda. Era tan larga que debió rozar el suelo, pero Melvin, lleno de orgullo, portaba la cola de la novia, avanzando lentamente y con gesto extasiado.

Todos sus elfos y elfas de confianza habían caído rendidos en tiempo record ante la mujer. Lo que era bueno, pues cuando aceptara permanecer su vida a su lado, pasaría a ocupar un puesto de gran importancia para todos ellos.

Y para miles de almas solitarias.

Una vez su madre le había dicho que algún día comprendería su misión. El porqué hacía lo que hacía. Reunir a gente incluso en contra de su voluntad, de la de él, claro; no de la de ellos. Pero después de escuchar a Vanessa, ingenua aún de los hilos y engranajes del mundo mágico, que había sido el momento correcto, que lo había sentido, encontró el secreto que tan fielmente había guardado la mujer que le había dado la vida.

No era por irritar a Santa Claus por lo que la Señora K reunía a las parejas, sino para lograr la felicidad de aquellos que, aun mereciéndola, no la tenían y que, sin intervención, no serían capaces de descubrirla.

Jack no lo habría hecho y, posiblemente, Alvina tampoco. Ahora se miraban como una pareja, se tocaban como una y, a pesar de lo que vaticinó su preciosa y futura esposa, habían regresado, cumpliendo su misión. Nunca lo habría dudado de ninguno de los dos.

Al parecer el amor no volvía locos y despistados a todos, solo a unos cuantos.

La música terminó en el instante en que él dio un paso hacia su mujer y se inclinó para ofrecerle su mano, a modo de ayuda para subir al trineo. Joe, el padre de su esposa, lo miró entre curioso, sorprendido y bastante complacido. Nunca se habría revelado ante él, pero Vanessa lo necesitaba allí y no podía arrebatarle nada, además, era un hombre amistoso y cariñoso. Leal.

Estaba feliz por su hija. Tras hablar con él y explicarle la situación, casi esperó que llamara a alguna institución mental para ponerle una camisa de fuerza, pero solo se había quedado frente a él, mirándolo con una sonrisa de conocimiento y pronunciado un simple «ya veo»; después había ido con él al Polo Norte sin una palabra de duda o preguntas incómodas que no podría responder.

Siempre tuvo miedo de su suegro, hasta que en realidad tuvo uno. Ahora se sentía bien. Le había ayudado con el aspecto legal de su unión, aunque no fuera tan importante, de hecho, estaban casados para los hombres, pues habían firmado aquellos papeles, ahora tenían que unirse frente a todos los demás.

En cuanto su mujer estuvo a su lado, la besó. Sabía que se estaba precipitando, que eso iba después, pero no podía evitarlo.

Noah, el viejo confidente de su madre, carraspeó y elevó su voz.
 
Noah: Como pueden ver, esta boda es especial. El novio ha decidido saltarse todos los pasos e ir directamente al desenlace.
 
Su audiencia rio un instante, suficiente para que ellos se apartaran sin vergüenza alguna y sin apartar la mirada. Eran almas afines, eran compañeros y todo lo demás era un mero proceso.
 
Noah: ¿Podemos empezar, jefe? -preguntó divertido, con su larga melena al viento y aquellas barbas perfectamente despeinadas-.
 
Desde luego, parecía un oso enorme y mandón, con aquella voz gruesa y su actitud, pero tenía un corazón de oro. Casi tan grande como él.
 
Zac: Adelante.
 
Noah: Estamos aquí reunidos...
 
Zac observó a su mujer. Se lamía todo el tiempo los labios, un poco ansiosa, y apretaba su mano con firmeza, como si necesitara constatar que estaba allí, que no se marcharía a ninguna parte.

No es como si planeara hacerlo, claro. Pero ella podía temerlo, en vista de lo que había vivido antes. No se sintió ofendido, sabía que con el tiempo descubriría que la amaba tanto que era irreemplazable.

Se preguntaba cuáles habrían sido las palabras de su padre en ese día especial, si hubiera estado allí. Seguramente, habría hablado sobre la esperanza, el cariño, el respeto, el amor... habría mencionado todos y cada uno de los elementos que se solían mencionar. Entonces, él le habría preguntado cómo se había sentido él la primera vez que vio a su madre y el viejo Zac habría reído, alegando que eso era privado y que no pensaba compartir ese pensamiento.

Siempre había sospechado que el viejo había sido bastante caliente y audaz en su juventud, aunque tampoco era que hubiera querido constatarlo. Había cosas que los hijos no necesitaban saber de sus padres.
 
Ness: ¿Zac? -lo llamó, lo miró algo preocupada-.
 
En su frente había parecido una arruga, lo que le dio la pista necesaria para darse cuenta de que no había estado prestando atención.
 
Zac: A todo sí. Estás preciosa.
 
Noah rio divertido, tosió tratando de disfrazar su risa, pero resultaba bastante complicado hacerlo, después de todo. Especialmente con la estupenda acústica que había en la vieja plataforma de despegue.
 
Ness: Zac -lo regañó, pero el miedo fue sustituido por una mirada de complicidad. Cuando Noah le repitió la pregunta a ella, respondió igual-. A todo sí.
 
Noah: Pues si nadie dice lo contrario, yo os declaro Señor y Señora K. ¡A volar!
 
Se apartó de su camino y con Rudolph a la cabeza, el trineo empezó a moverse, haciendo que los novios tomaran asiento de pronto.

Zac atinó a alcanzar las riendas, después de amenazar a Noah con un puño.

Ese maldito elfo siempre haciendo de las suyas.
 
Zac: Me las va a pagar -soltó casi sin respiración mientras cogía la cinta en el último momento-.
 
Ness: Zac -se rio-. Creo que como nos dimos el beso primero, pensó que ya tuvimos bastante diversión.
 
Zac: Es un malnacido -dijo bromista, provocando que su mujer, ahora ya era su mujer, se acurrucara más cerca de él, junto a su pecho-.
 
Ness: Pensaba que los renos solo volaban en Nochebuena.
 
Zac: Un mito -le explicó-. En realidad, cuando un reno sabe volar, es capaz de hacerlo todo el año. El problema es que no todos aprenden, pero no voy a entrar en una conferencia sobre costumbres de cría de las mascotas. -Pasó su brazo derecho por su cintura y la acercó más-. No te separes, mujer, en este trineo no tenemos calefacción. Yo te calentaré.
 
Vanessa rio.
 
Ness: No me cabe duda. ¿Dónde vamos de Luna de miel?
 
Zac: A algún lugar en el que haga calor, pero antes tenemos que hacer una parada. ¿Te importa?
 
Era muy importante para él, sabía que Vanessa lo comprendería y que lo acompañaría a donde quisiera ir. Aun así, se sintió por un momento tonto, se preguntó si no pensaría que se había vuelto totalmente tarumba.
 
Ness: Iremos donde quieras, Zac. Háblame.
 
Y esa era otra de las facultades que había adquirido, la de saber sin necesidad de expresarlo con palabras que había algo que no estaba en el lugar correcto. Algo que lo preocupaba.
 
Zac: Mis padres y mis antepasados cuando se van, suben al cielo en forma de estrella y velan por nosotros desde allí.
 
No se burló, siempre supo que no lo haría.
 
Ness: ¿Aquellas? -preguntó señalando un poco más allá, al pequeño grupo que brillaba con más intensidad que el resto-.
 
Zac: Sí. Allí. Quiero... que compartan este momento de dicha con nosotros -guio a sus muchachos hasta allí y ellos se detuvieron en el punto exacto-.
 
Rudolph hizo un sonido de alerta que logró que el resto de los renos se quedaran estáticos. El trineo se movía apenas, lo suficiente para poder permanecer en el aire y no caer en medio del Océano.
 
Zac: Vanessa, perdí a mis padres muy pronto, me hubiera gustado que te conocieran y les conocieras, pero no fue posible. Fueron unos excelentes guías, también amigos, no habría llegado hasta este momento sin su ayuda y tampoco habría llegado a ti. -Tomó sus manos, las besó con devoción-. Quiero una vida larga a tu lado, quiero hacerte feliz y aquí frente a ellos, que me hicieron todo lo que soy hoy, quiero recordarte lo mucho que te quiero. Tienes mi corazón y me tienes a mí. Me tendrás siempre.
 
La besó con ternura, probó sus labios apenas y secó las lágrimas que rodaron de sus ojos con sus pulgares. Estaba emocionada, pero también feliz, lo sabía. Podía sentirlo. No había nada en el mundo que pudiera hacerlo más dichoso que verla allí con él, compartiendo aquel momento.
 
Ness: Te has convertido en el pilar más importante de mi vida, Zac. Has cambiado mi mundo, has ahuyentado mis miedos y especialmente, me has enseñado a amar otra vez. Quizá a hacerlo por primera vez. Nunca voy a alejarme de ti, quiero todo contigo. -Miró hacia las estrellas y elevó la voz-. Les prometo que cuidaré muy bien de su hijo, porque lo quiero con todo mi corazón. Lo haré feliz.
 
Las estrellas brillaron con más fuerza, dando su consentimiento y, de pronto y sin aviso, una pequeña lluvia empezó a iluminar el cielo. Allí arriba, lejos de ellos, pero a la vez tan cerca.

Todos los antepasados, los viejos fantasmas de las Navidades pasadas, le dieron la bienvenida a la familia.

Y los actuales herederos de la Navidad, la disfrutaron.

Porque había empezado su ciclo, uno lleno de esperanza. Con la promesa de un amor eterno que vencería al tiempo y de la continuidad de la magia.

La fe había sido restaurada y con ella todo se repondría... con el tiempo.

La risa de la vieja señora K los rodeó, a ella se unió la de un hombre y una imagen de los dos abrazados, tan transparente como el viento, se dibujó frente a ellos. Los dos los miraron y les dieron su bendición.

No hubo consejos, tan solo un «Feliz Navidad» y una lejana risa.


sábado, 16 de enero de 2021

Capítulo 13


Un año después
 
Las risas llenaban el aire junto al vapor que desprendía el agua caliente de la ducha. Zac la besaba bajo el cálido chorro, mientras le daba pequeños mordiscos de amor, acariciándola. Se sentía pleno, como nunca antes.

Había pasado un año desde la fatídica noche en que su madre se había marchado. Un año de echarla de menos, pero también uno en que las oportunidades de ser feliz habían surgido por todas partes y a toda prisa. Vanessa había estado a su lado. En el Polo Norte aquella primera noche y después en San Francisco. Cerca de su tienda, en el refugio, visitando a los niños del hospital, el Rudolph's, incluso coincidiendo con viejos amigos. Habían ganado mucho, habían aprendido a conocerse.

Sabía que cuando estaba preocupada, su ceja izquierda se elevaba apenas perceptiblemente; que se sonrojaba cuando la atrapaba mirándolo con deseo y aquel hoyuelo diminuto que aparecía en su mejilla, era señal de que estaba a punto de gastarle alguna broma que él terminaría disfrutando con creces.

No solo era el hecho de acabar pringados de ingredientes inexplicables, era el juego, la persecución, la lucha y posteriormente esa reconciliación que tenía la posibilidad de volverlo loco de deseo, llevarlo al punto de no retorno y hacer que deseara llevarla a la cama y hacerle el amor.

Se conocían. Se anhelaban. Se amaban.

Dormían juntos, incluso le había hecho el amor. Tantas veces que no podía contarlas, pero quería hacerlo de nuevo.
 
Zac: Vanessa -murmuró en su oído-.
 
Ness: Shhh, no hay tiempo, tienes que marcharte.
 
Zac: Navidad ha pasado, no tengo más trabajo.
 
Ness: Te equivocas, tienes trabajo y no voy a entretenerte. Hoy no.
 
Zac: Te deseo, mujer. No puedes dejarme así -ella lo besó, tirando la ropa empapada al suelo y acariciando su velludo pecho-.
 
Besó su cuello y asintió.
 
Ness: Sí, puedo. Dijiste que pasara lo que pasara no dejara que te retrasaras hoy, así que no planeo hacerlo. Es el aniversario de...
 
Zac: La desaparición de mi madre -suspiró cerrando el grifo de la ducha y abrazando a la mujer que se había convertido en todo su mundo. Salió con ella, la envolvió en una toalla y la secó de forma minuciosa-. Hay algo especial para esta noche, tengo que ponerme en marcha.
 
Ness: Si me hubieras dicho de qué se trataba, podría haberte ayudado con los preparativos. Ya no soy tan torpe con todo eso de... Santa Claus -soltó el nombre como si fuera una palabrota, provocándole una genuina risa-.
 
Zac: Mi pequeña Vanessa que no puede decir Santa Claus sin pensar «maldita sea».
 
Ness: ¿Qué quieres, Zac? No es fácil para una atea como yo, entrar en tu mundo tan rápidamente y...
 
Zac: Cariño, no ha sido rápido.
 
Ness: Yo creo que sí.
 
Zac: Te digo que no. Si hubieras querido hacerme caso, a estas alturas tendríamos por lo menos un reno de más, viviendo con nosotros.
 
Ness: No es por despreciar tu intención de ser generoso, pero Zac, los renos no son mascotas.
 
Zac: En mi mundo sí.
 
Empezó a cambiarse observando la resignación de la mujer que iba a convertirse en su esposa antes de lo que esperaba. La Navidad de ese año había sido agotadora, incluso había echado de menos la posibilidad de un romance inesperado, pero teniendo en cuenta que no habría más esferas mágicas, ni más Señora K por un tiempo, había podido concentrarse en llevar a cabo las entregas sin distracciones, con una Vanessa curiosa y aún un poco incrédula, de copiloto.

Había sido una experiencia, de eso no le cabía duda, especialmente ver cómo Jack, su mano derecha, se indignaba con cada comentario de la mujer, que cuestionaba hasta la misma existencia del hombrecillo.

Menos mal que no era diminuto, de haberlo sido, habría acabado ofendiéndolo y él habría tenido que intervenir, pero no lo había hecho y Vanessa se las había apañado muy bien por sus propios medios.
 
Ness: La verdad es que al principio fue complicado, pero ahora no lo llevo tan mal -se encogió de hombros, mirándolo. Él no pudo apartar la vista de ese glorioso trasero-. ¡Zac! -lo regañó-.
 
Zac: ¿Sabes qué? -Se estaba relamiendo mientras lo decía, no planeaba posponer por mucho más lo que tenía que hacer, pero antes de ir, tenía que concluir algo-. Voy a dar un bocado a mi postre favorito.
 
La mujer no tuvo tiempo de prepararse, sino que el goloso Santa Claus llegó a ella y amasó su trasero con deseo, le dejó notar cuán ansioso estaba por ella, listo para poseerla una vez más y entregarse de forma completa. Para darle placer y recibir todo a cambio.

Vanessa no pudo resistirse. ¿Cómo hacerlo? La tenía loca de amor y pasión.

Zac sonrió y sus manos cubrieron sus pechos, la acarició con conocimiento, sabiendo exactamente qué teclas pulsar para volverla loca y tan rápido como la nieve caía en Navidad sobre el Polo Norte, la reclamó, entrando de forma plena en ella.

Mordisqueó su cuello, la acarició entre las piernas, haciéndola gemir necesitada de más.
 
Zac: Rápido e intenso -murmuró-.
 
Ness: Duro y salvaje -exigió-.
 
Y Zac no pudo hacer otra cosa que complacerla.
 
 
Aún sentía el hormigueo provocado por el placer en todo su cuerpo. Sentía la necesidad de aspirar el aroma de Zac, de envolverse en él. De amarlo de nuevo.

«Gracias a quien sea que hizo posible que por una vez tomara la decisión adecuada».

Miró al cielo, ignoraba si alguien escucharía, pero no importaba. Se sentía plenamente feliz.

Su novio, amigo, compañero de piso, amante y toda aquella palabra que aportara una cualidad de relación, era parte entre los dos. No se limitaba a ser el hombre con el que se acostaba, con el que hacía planes o compartía el tiempo, era todo y era más. No había magia en sus días, no en sentido literal, pero la hacían juntos. Cada vez que se encontraban para mirar al mundo y ver que todavía quedaba esperanza.

«¿Quién me lo iba a decir?».

Observó aquella bola mágica que recibió la pasada Navidad y la agitó entre sus dedos, observando la forma en que la nieve descendía sobre la escena que tanto le había gustado.

Quizá no fuera el futuro, o podía ser que sí, pero desde luego el presente era maravilloso. Disfrutaba de cada instante, sin importar qué viniera después.

Su padre y Alyssa eran felices, Zac y ella también, incluso sus amigas, las dos locas que no podían entender qué le estaba pasando, parecían más felices de pronto, como si algún ser con capacidades omnipotentes hubiera decidido bendecirlos a todos ellos.

Y no había sido Santa Claus, de eso daba fe.

Rio con ganas tapándose con la colcha, Zac... ¿Quién lo hubiera dicho? El loco de la Navidad era en realidad Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás, el Señor K. Sí, tantos apelativos para un hombre tan sencillo. Un genio de la mecánica y amante de los juguetes. Un entusiasta de hacer reír a su mujer y a cada niño o persona que se cruzaban en su camino.

Un buen hombre, eso era. Un hombre con un corazón tan grande que apenas si lo podía custodiar, por eso la necesitaba. Ella podía ponerle límites, límites buenos, no imposiciones, guiarle de la misma manera que él tenía la capacidad para guiarla a ella.
 
Jack: Vanessa -dijo al otro lado de la puerta-. ¿Puedo entrar?
 
Ness: Un momento -pidió mientras alcanzaba una bata para ponérsela-.
 
Desde que Zac se fue se había quedado descansando, agotada, sin ganas de moverse, tan solo acurrucada en aquella cama que aún conservaba su olor.

En cuanto estuvo dispuesta, atravesó la habitación en un par de zancadas y abrió la puerta a su visita.

El elfo se apresuró a entrar con una larga lista.
 
Jack: Necesito ayuda para revisar esto y Zac no está disponible -comentó con tono casual-. ¿Qué sabes de flores?
 
¿Flores? ¿Para qué necesitarían flores?
 
Ness: No mucho, ¿por qué?
 
Jack: Nosotros repartimos juguetes, pero el jefe quiere flores. Rosas, azucenas, margaritas y tulipanes. Ni siquiera sé que son tulipanes -se quejó revisando la lista una vez más-. Soy un elfo, no un florista. ¿Acaso tengo pinta de florista?
 
La hizo reír, Jack era tan propio cuando Zac estaba cerca, pero perdía los nervios en cuanto desaparecía. Cuando estaba con ella, se relajaba, menos mal. Casi se lo había exigido, no era su jefa, era una más y más le valía que la tratara como a una amiga y no como a otra cosa.
 
Ness: Vamos Jack, no te alteres. Podemos resolver esto. No sé de elfos o magia, pero con las flores podemos apañárnoslas. Déjame esa lista.
 
El hombrecillo se la entregó, tomando asiento a su lado, mientras revisaba algunos datos en su PDA.
 
Ness: ¿Para qué querrá Zac tantas flores? -preguntó sin esperar respuesta, Jack tampoco se la ofreció. Hizo recuento y trató de recordar la ubicación de alguna floristería cercana-. Creo que podríamos encargar algunas de estas, pero no creo que todas. En este tiempo necesitamos flor de invernadero y si planeas traerlas aquí...
 
Jack: No son para este lugar, sino para el Polo Norte.
 
Vanessa puso los ojos en blanco. Claro, mejoraba tanto el clima.
 
Ness: Da igual, allí peor. ¿No ves que con el frío se morirán?
 
Jack: Son órdenes del jefe y tenemos que ocuparnos, Vanessa. Para hoy, no para mañana. Me estoy haciendo viejo.
 
Ness: No te estás haciendo viejo, eres joven y muy guapo. ¿No será que quieres seducir a una chica, verdad?
 
Jack: ¿Yo? ¿Pareja? ¡Ni loco! ¿Tú has visto lo descuidado que se ha vuelto el jefe? -Negó con vehemencia, para después enrojecer, al darse cuenta de lo que había dicho-. Oh, no pretendía... incomodarte, insultarte. Discúlpame, estoy saturado y después de Navidad todo este lío, se me va la fuerza por la boca.
 
Ness: No me incomodas. Yo pensaba como tú... antes.
 
Jack: ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
 
Ness: Zac -sonrió, porque era cierto-.
 
No había promesas ni palabras suficientes para convencer a alguien de algo que no quería hacer, pero ver a la otra persona, verla de verdad, nadie podía resistirse a eso.
 
Jack: Tiene mucha labia -dijo el hombrecillo con un suspiro, tras seleccionar la siguiente lista de tareas-. Yo no.
 
Ness: No me has entendido, Jack. Fue Zac, su persona, su forma de actuar, de comportarse, conmigo y los demás, no sus palabras. Ni su labia. De hecho, carece de ella.
 
Jack: Ahí no te creo, hablas de Santa Claus.
 
Ness: Oh, sí. Se me olvidaba -rio entre dientes-.
 
Incluso con sus pegas para creer en ello, había llegado un punto en el que no podía hacerlo más. Él era real, por extraño que fuera. Real, guapo, cariñoso, sexy y un amante maravilloso.

Pero era un mejor compañero. Si para tener a Zac, tenía que mirar a la magia y aceptarla, pues estaba dispuesta a ello. A toda la magia.
 
Jack: Creo que podemos salir, si te vistes apropiadamente. Visitaremos directamente uno de esos invernaderos para conseguir nuestras flores.
 
Ness: No sé si será fácil
 
Jack puso los ojos en blanco.
 
Jack: Por Dios, ¿acaso nadie te lo ha dicho? -Sus ojos brillaron cuando pronunció extasiado-. Tengo un trineo personal, último modelo. Un obsequio por mi buen trabajo -pareció crecer varios centímetros con aquellas palabras-. Es biplaza, puedo llevarte a donde sea que tengamos que ir.
 
Ness: ¿Estás seguro de que quieres mi compañía?
 
Jack: Podría ser peor... -dijo con un toque de diversión-.
 
¿Jack? ¿Divertido? ¿Sin normas?

Le tocó la frente.
 
Ness: ¿Tienes fiebre?
 
Jack: Un elfo tiene derecho a emocionarse cuando tiene un vehículo nuevo. ¿Acaso no sabes nada de mi raza?
 
Ness: Empiezo a descubrir las cosas más inquietantes.
 
Jack: Bueno, incluso yo me rio. Me divierto. Estoy vivo, ¿sabes?
 
Ness: Ya veo, solo te falta una novia.
 
Jack: No, no me falta una novia. He tenido novias. Me falta una pareja, como tú y Zac. Pero los elfos a menudo se quedan solteros, especialmente con un papel tan importante como el mío en la misión de la Navidad.
 
Ness: Serías más feliz con una compañera.
 
Jack: No lo creo.
 
Vanessa no era de la misma opinión, anotó mentalmente hablar con Zac al respecto. Quizá una ayudante para Jack podría ser un alivio en muchas facetas de la vida del hombrecillo. Se estaba ablandando, cada día más. Cuando lo vio la primera vez, casi la acusó de secuestro de su adorado Santa Claus, ahora era su amigo. Y los amigos tenían que ayudarse.

Iba a hacerlo. Por él.
 
Ness: ¿Sabes? Creo que no podré salir, pero conozco a alguien que sabe tanto de flores que te va a dejar extasiado.
 
¿Funcionaría? ¿Hacer las cosas por su cuenta sin Zac? Bueno, ¿por qué no? Ella podía probar, si no funcionaba, acabaría hablando con Zac. Sí, de todos modos, lo haría, porque Alvina merecía un ascenso. Era muy buena en su trabajo, incluso aunque la aterrorizara volar.

Sabía que no dejaría que Jack notara su angustia. Era tozuda y muy dedicada.
 
Jack: ¿Extasiado? Bueno, no creo, pero si crees que no puedes acompañarme...
 
Vanessa alcanzó su móvil, envió un mensaje a la joven elfa y esperó. Casi dos minutos más tarde, la mujer llegaba corriendo a toda prisa y algo verde.

Había olvidado que también se mareaba con los portales.
 
Alvina: ¿Vanessa? ¿Cuál es la urgencia?
 
Ness: Flores -dijo guiándola hasta Jack. El hombre se quedó estático y quizá algo rígido. Ella le dio un ligero empujón-. Jack, te presento a Alvina. Acompaña a Zac en el trineo alfa y no conozco a nadie tan capacitada para resolver problemas.
 
Alvina: ¿Flores? -preguntó perdida, miró a Jack y algo pasó en el instante en que sus miradas se chocaron, dejándolos enlazados-.
 
La chica abrió más los ojos, sus labios separados, a punto de decir algo; a Jack se le cayó la PDA y empezó a comportarse como un adolescente nervioso.

Vanessa sonrió. «Buen movimiento, tengo que decírselo a Zac». Había sentido que esos dos encajarían y no se había equivocado.
 
Ness: ¿Creéis que podréis resolver lo de las flores, Jack, Alvina?
 
Los dos asintieron hipnotizados (o idiotizados, según se quisiera ver). El hombre atrapó la mano de la mujer y solo dijo.
 
Jack: Tengo un trineo nuevo biplaza.
 
Alvina: Me encanta volar -contestó provocando la risa de Ness-.
 
Ness: Pues venga, chicos, a volar.
 
Ambos asintieron, caminando hacia la puerta; Ness se apresuró a recoger la PDA y la lista, se la pegó al pecho de Jack.
 
Ness: No olvides tus guías, Jack.
 
Jack: Gracias -pronunció aturdido, para carraspear y guiar a la otra mujer hacia el vehículo. Pudo escuchar cómo alardeaba de este y cómo Alvina prestaba atención, como si fuera lo más importante del mundo-. De 0 a 300 kilómetros por segundo en medio minuto.
 
Alvina: Oh...
 
Vanessa reía aún cuando las voces se perdieron en la distancia. Recogió su móvil para escribir a su chico.

«Zac, acabo de formar una pareja. Despídete de las flores. A esos no les vemos el pelo hasta año nuevo».

La respuesta no tardó en llegar.

«¿Qué pareja?».

Seguramente no estaba prestando mucha atención, sabía que tenía una misión, pero no sabía cuál. Era tan misterioso cuando se ponía...

«Jack y Alvina. Son tal para cual, llevaba pensándolo un tiempo y lo he hecho. Por eso, despídete de las flores, van a estar dándose el lote en tres minutos. Nunca había visto a Jack tan... despistado. Incluso perdió su PDA».
 
Zac: Jack nunca pierde su PDA -dijo tras ella, atravesando el portal. La miró de arriba abajo, sus ojos brillaron con deseo-. Espero que no lo hayas recibido así, voy a tener que arrancarle los ojos.
 
Ness: Qué va, Zac. Lo recibí desnuda -le guiñó un ojo y rodeó su cuello con los brazos-. Da igual cómo esté, Jack solo tenía ojos para Alvina.
 
Zac: ¿Te vas a hacer casamentera?
 
Vanessa se encogió de hombros.
 
Ness: Lo sentí correcto, solo eso.
 
Zac la miró como si estuviera contemplando algo que nadie más veía.
 
Zac: ¿Correcto, eh?
 
Ness: Sí. ¿Te molesta? Primero pensé en pedirte ayuda, pero me di cuenta de que era el punto exacto, si hubiera esperado...
 
Zac: El momento habría pasado.
 
Ness: ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
 
Zac: ¿Así cómo?
 
Ness: Como si fueras un gato que acaba de comerse al canario -dijo un poco desconfiada-.
 
Zac se limitó a sonreír más.
 
Zac: Por nada, me gusta ver que te implicas con mi gente y te preocupas por su felicidad.
 
Ness: ¡Jack es mi amigo! Y Alvina también. No fue algo repentino, llevaba pensando en ello un tiempo, solo que no me había atrevido, pero hoy...
 
Zac: Sentiste que era el momento.
 
Ness: Así es -entrecerró sus ojos, señalándolo con un dedo-. Ni se te ocurra burlarte de mí.
 
Él atrapó su dedo y lo besó.
 
Zac: Jamás me atrevería.
 
Ness: Pues cambia esa cara, me estás poniendo nerviosa.
 
Zac: Es que no sé mirarte de otra manera -se excusó-.
 
Ness: Pues me pones nerviosa, Zac. No sé qué estás planeando y...
 
Zac: Una boda.
 
Ness: ¿Qué? -Lo miró como si se hubiese vuelto loco-. ¿Tan pronto? No creo que debas apresurarte, quiero decir, tan solo los he enviado a comprar tus flores y dudo que lo hagan.
 
Zac: No la de Jack, Ness, la nuestra.
 
Vanessa se quedó muda de la impresión. ¿Acaso iban a casarse? No, desde luego que no. Ella no planeaba casarse.

Se levantó poniendo distancia entre ellos y le dio la espalda, negando.
 
Ness: Eso no es posible, Zac. No me lo has pedido.
 
Zac: Planeo resolver eso -comentó y cuando ella lo miró de nuevo, lo encontró arrodillado, con un anillo entre el pulgar y el índice y mirándola con todo ese amor que sentía por ella-. Si estás dispuesta a prescindir de las flores y a soportar mis obligaciones y mis defectos, sería inmensamente feliz de que aceptaras convertirte en mi esposa. Hoy mismo. Ahora.
 
Lo miró, sintió la mezcla de emociones en su rostro, bailando en sus ojos y se dijo que no era una decisión que debiera tomarse a la ligera. Ya se había equivocado una vez, ahora...

«Escucha a tu corazón». Las palabras lejanas de la mujer a la que solo había visto una vez, la llenaron de inquietud y a la vez le dejaron claro lo que tenía que hacer.

Asintió, tomó valor, avanzó hacia Zac y se lanzó a sus brazos.
 
Ness: Te quiero, Zac. Sí, sí quiero casarme contigo.
 
El hombre la abrazó, puso el anillo en su dedo sin que apenas se diera cuenta y murmuró las palabras de amor que necesitaba escuchar, a pesar de no prestarle atención.

Aquello era lo correcto, así lo sintió y de pronto... Todo estaba en su lugar.

Como un puzle en el que habías encajado la última pieza.


viernes, 15 de enero de 2021

Capítulo 12


**: Vanessa
 
Alguien la estaba llamando, desde algún lugar; podía sentir a Zac, lejos y a la vez muy cerca. Como si tan solo con estirar la mano pudiera rozar la de él.
 
Ness: ¿Zac? -Lo buscó por todas partes. Estaba en su propio dormitorio, acababa de ponerse las botas y tenía el abrigo medio colgado de su cuerpo-. ¿Dónde estás?
 
Una ventana se abrió ante ella, no tuvo tiempo de nada, sino que la masculina mano la atrapó y tiró hacia él. Acabó en el regazo de Zac, sin saber cómo, totalmente custodiada entre aquellos fuertes brazos. Las lágrimas rodaban por el rostro del hombre, tenía las gafas empañadas y los ojos rojos. La nariz y los labios hinchados, mientras se lamentaba, casi desesperado. No pudo evitar reconfortarlo, no con palabras, sino con su presencia y sus caricias. Cuidó de él, escuchó sus lamentos.
 
Zac: Se ha marchado, Ness. Se ha ido, ella no volverá. No lo hará.
 
¿Su madre? ¿Su madre se había...?

No, eso era imposible, nadie era consciente de en qué momento y lugar moriría. Aquella mujer parecía poseer una gran sabiduría, pero no era vidente. Nadie conocía el futuro a no ser que se suicidara y no había tenido aspecto de suicida.
 
Ness: ¿Cómo es eso posible, Zac? Ella estaba bien, tu madre estaba sana cuando la he visto antes. Es imposible que...
 
Zac: Siguió su camino. Era su hora y se marchó.
 
Ness: Oh.
 
Entonces quizá lo hubiera hecho, después de todo.
 
Zac: No, no es lo que crees -buscó sus ojos-. Es complicado, sé que será difícil de entender para ti y no quiero confundirte más, pero yo... yo te necesito. Esta noche, tienes que creer en mí, solo por hoy.
 
Ness: Zac, no voy a ir a ninguna parte. Háblame.
 
Apartó el pelo de su frente y le quitó las gafas, dejándolas a un lado.
 
Zac: Apenas te veo -pronunció, ronco, por el llanto-.
 
Ness: No lo necesitas, solo siénteme. Estoy contigo. -Besó sus ojos con toda la ternura que tenía dentro. Hoy, esta noche, iba a cuidarlo. Lo había prometido y podía ser muchas cosas, pero no una mentirosa-. Desahógate, cariño.
 
No soportaba verlo triste. Era un hombre jovial, lleno de energía y optimismo, pero ahora estaba derrotado. Como si le hubieran arrebatado el corazón y con él toda su energía.
 
Zac: Mi madre murió, era su hora. Las cosas aquí son diferentes.
 
Y tanto que lo eran, si no estaba dormida había atravesado un portal mágico, algún vórtice que algún científico había abierto intencionadamente, quizá por error o qué sabía ella; lo único que entendía era que no había explicación y tampoco iba a buscársela. Esta noche no iba a pensar, estaba harta de pensar y equivocarse. Hoy se dejaría llevar, por Zac, porque la necesitaba y nunca nadie la había necesitado de esa manera tan intensa, como si fuera su única vía de escape; todo su oxígeno, su mundo, su esperanza.
 
Ness: Lo sé. Sé que es diferente.
 
Zac: No puede interferir en mis decisiones, no ahora que te he encontrado. -Una de sus manos palpó el suelo a su lado, mostrándole una bola de Navidad similar a la que ella había tenido entre sus manos-. El amor de mis padres me ha guiado al nuestro. Sé que apenas nos conocemos, que debes de pensar que estoy loco, con toda esta mierda mágica ensuciándonos las botas, pero no quiero obligarte a quererme por algún estúpido destino, solo quiero... -Tomó aire, armándose de valor, mientras ella recuperaba el objeto mágico para dejarlo a un lado, descartándolo. Los ojos azules del hombre brillaron al entrar en contacto con los suyos-. Que quieras al hombre, a mí, sin condiciones, sin magia. No soy especial, soy sencillo. Disfruto de los juguetes, de trabajar con los niños, de mirarte y sentir tu incredulidad luchando contra lo que ves; sin querer creer, pero, en el fondo, anhelando hacerlo.
 
Su mano acarició su pecho, justo donde guardaba su corazón. No había nada sexual en el toque, tan solo necesidad de sentirla más cerca.
 
Zac: No tengo nada más que el hombre imperfecto que ves, siento algo diferente por ti, llámalo amor, afinidad, química...
 
Puso su dedo índice en los masculinos labios para acallarlo. Él lo besó, ella lo retiró y lo intercambió por sus labios. Se aferró a él, con brazos y piernas, quedando pegados, sin apenas separación entre los dos.

Susurró en su oído.
 
Ness: No necesitas darme explicaciones, estar contigo es suficiente hoy.
 
Zac: ¿Solo hoy?
 
Apenas se apartó para mirarla.

Vanessa asintió.
 
Ness: Es todo lo que tengo.
 
Desearía prometer todo; entregarle sus sueños, su vida, su esperanza, pero no podía hacerlo. No estaba lista, confiaba en Zac, él no era el problema; ella lo era. No sabía si sería capaz de amar a alguien y no desconfiar. La habían traicionado tantas veces que no quería arrastrarlo a su dolor. Era tan bueno, era tan increíble. Tan cariñoso. Era un príncipe de cuento, su sueño hecho realidad, su caballero de brillante armadura.

Y nada de aquello era real, no podía serlo, porque ella era una tonta mujer que solo se equivocaba.
 
Zac: No voy a conformarme, Vanessa. No quiero acostarme contigo hoy y olvidarte mañana. No soy así, ¿entiendes? -La miró, con su cara atrapada entre aquellas cálidas y enormes manos-. Me dan igual todos los demás, todos los convencionalismos, no voy a aprovecharme de ti.
 
Apoyó su frente en la de ella, Vanessa suspiró.

Oh, sí, sería tan fácil amarlo.
 
Ness: Quizá yo quiera aprovecharme de ti.
 
Zac: No es así, tú quieres tanto como yo quiero y no es nuestro momento. Desearía tumbarte y hacerte el amor como te mereces, pero entonces tendrías una excusa para dejarme mañana.
 
Y la conocía tan bien...

Eso era lo que haría, enajenación mental transitoria. Podría aferrarse a eso, pero ¿a un hombre honorable que solo quería abrazarla, darle unos cuantos besos y abrirle su corazón? ¿Qué mujer podría resistir eso?

Lo besó con toda el hambre que sentía por él, para evitar pensar en todo lo que anhelaba y no debía ser.

Zac respondió a su beso con anhelo, durante un par de minutos, después la apartó y la miró negando.
 
Zac: No vamos hacer esto. No hoy, pero no pienses que vas a librarte de mí. Algún día serás mía y cuando ese día llegue, no van a quedarte dudas de cuál es tu lugar, de qué posición ocupas en mi vida y de las cosas que conseguiremos juntos.
 
Ness: ¿Aquí? ¿En este lugar extraño?
 
Zac: Este lugar que tan extraño te parece es mi hogar. Aquí nací, crecí y aquí quiero enamorarme. Quiero vivir contigo. Ven a mi mundo, Vanessa. Déjame mostrártelo. No te pido una noche, te pido un año. Un año para que veas al auténtico Zac y me acompañes. Solo mírame y aprende lo que soy. Descúbreme, sin secretos, sin mentiras, sin declaraciones en palabras, solo hechos.
 
Ness: Pero tengo responsabilidades y no puedo simplemente desaparecer.
 
Zac: No lo harás. Quiero que veas mi mundo y también ver el tuyo.
 
Vanessa apenas podía dar crédito a lo que le estaba diciendo. ¿Quería que vivieran juntos un año para conocerse y después...?
 
Ness: ¿Quieres vivir conmigo?
 
Zac: Pensé que nunca me lo pedirías -dijo sonriendo de nuevo, la besó, se levantó con ella-. No es lo convencional, puedes negarte, pero desearía que no lo hicieras -comentó serio ahora-. Sé que no crees en Santa Claus, que algo dentro de ti te impide hacerlo. Sé que tu mente ha catalogado de sueño lo que pasó la otra noche, cuando repartimos los regalos, y sé que no tengo ningún derecho a obligarte a entenderme a mí y a mi mundo. Mi misión. Pero si me dieras una oportunidad, Ness, solo una. Si te permitieras conocer al hombre que soy, quizá podríamos formar la pareja que el destino anticipa. Sin presión, sin obligaciones, sin sexo ocasional.
 
Ness: No puedo prometerte una relación, Zac -dijo con sinceridad-. No sé si estoy lista para volver a creer en nadie.
 
Zac: No quiero que creas en mí, ni que me regales tu confianza, Vanessa, quiero ganármela. Día a día, minuto a minuto. No soy perfecto, tengo muchos defectos, hay cosas en mí que odiarás y yo odiaré no acostarme contigo, pero si queremos que esto funcione...
 
Ness: Yo también tengo defectos. Muchos, de hecho. Es posible que en una semana simplemente quieras que desaparezca.
 
Zac: Lo dudo, pero si así fuera, si por algún motivo tú o yo no estamos cómodos con este trato, con esta situación, serás libre de seguir tu camino, te lleve donde te lleve.
 
Sintió la tensión que inundó el cuerpo del hombre cuando pronunció aquellas palabras, pero también su decisión. Zac no era de los que se olvidaban convenientemente de una boda, enviaba un sustituto o no se comprometía. Tenía la sensación de que con él todo sería... bueno, pero podía equivocarse, ya lo había hecho antes.
 
Ness: No puedo darte un año, Zac. Es demasiado. ¿Vivir juntos? ¡Es una locura!
 
Zac: ¿Y acaso no es una locura el sexo ocasional con un casi desconocido? ¿Qué locura hay en compartir tu vida durante un breve suspiro de esta con alguien que está dispuesto a enamorarse de ti, si es que no lo ha hecho todavía?
 
Ness: No puedes amarme.
 
Zac: Te conozco desde siempre, Ness.
 
Ness: No es cierto y es raro. Incluso aunque comprara eso de que eres Santa Claus... Prefiero no pensar en ello.
 
Zac: Si te incomoda no lo hagas, pero dame una oportunidad. Dánosla, ambos nos la merecemos.
 
Vanessa sentía cómo iba convenciéndola, una parte de ella quería gritar que sí, que tenía razón, que quería permanecer a su lado.

¿Y si se arriesgaba? Zac merecía la pena, lo había visto con los niños, había visto su salón y esa estúpida visión que ahora se empeñaba en llegar a ella. Hijos, amor. Mucho amor.

Mierda, lo deseaba. Ese deseo, esa promesa, con Zac. Solo con él. ¿Y si lo intentaba?
 
Ness: ¿Y que pasa con...?
 
Hizo un gesto entre los dos, provocando la risa del hombre que entendió su pregunta a pesar de no esbozarla en voz alta.
 
Zac: Te deseo, Vanessa, no tenemos que obligar ni forzar nada, cuando sea nuestro momento, pasará.
 
Ness: ¿Esta noche?
 
Zac rio con más ganas, la levantó en sus brazos y salió de la sala con ella, para llevarla a su habitación.
 
Zac: ¿Quién sabe, pequeña pícara? Todo es posible. Dejemos que cada paso del camino llegue en su tiempo. Yo no tengo prisa, me conformo con acurrucarme contigo y disfrutar de un año a tu lado. No podrás resistirte a mí después de eso.
 
Ness: Uuh, ¿así que resulta que Papá Noel es un engreído?
 
Zac: Prefiero Zac, si no te importa -le guiñó un ojo-. Ese título es incómodo, especialmente si tienes en cuenta que no soy el «papá» de nadie. Todavía -añadió con una chispa de anhelo en sus ojos-.
 
Ness: Cuando lo seas, brillarás.
 
Zac: Tendremos que comprobarlo cuando llegue.
 
Vanessa sabía que lo harían, en algún momento. A pesar de su reacia aceptación, una parte de ella le gritaba que era correcto, que iba por buen sitio, que al final encontraría su hogar. Con Zac, en aquel extraño lugar.

Un momento, ¿reacia aceptación? ¿Acaso había aceptado?

Frunció el ceño, lo miró.
 
Ness: No he dicho que sí.
 
Zac rio, aún quedaban restos de lágrimas, pero el sordo dolor de la ausencia de su madre, parecía estar aliviándose con algo más. Quizá con su presencia allí, entre sus brazos, con la esperanza de hacer algo raro, pero magnifico juntos.
 
Zac: En realidad, lo has hecho. Santa Claus puede leer en el corazón de todos sus elfos -dijo con voz más gruesa, simulando a alguien que solo él conocía, para terminar añadiendo, ya de forma sincera- y en el de su compañera.
 
Ness: ¿Compañera? Todavía es pronto para...
 
Zac: Es un maravilloso principio, Vanessa.
 
Ella se recostó en su pecho y asintió. Lo cierto era que tenía razón, así que no planeaba llevarle la contraria.
 
Ness: Estoy de acuerdo, lo es.
 
Creyó ver a un grupo de personas disfrazadas de verde con cascabeles tintineando, pero se dijo que era solo un sueño y, si era cierto, pues lo entendía. Era la guarida de Santa Claus, ¿no?

Rio, borracha de felicidad.
 
Ness: Sí que lo es -murmuró con un suspiro feliz-.
 
Una mujer podía acostumbrarse a ello.

Ninguno de los dos lo notó, pero una vez fuera de la sala, esta se clausuró. La mágica bola retornó a su lugar, presidiendo la mesa y la puerta se cerró. Hasta el momento en que la heredera aceptara su posición, el puesto de la Señora K y lo que ello conllevaba permanecerían a la espera.

Quizá durante un año, o dos, puede que diez, pero sucediera cuando sucedería, sería en el momento adecuado, porque el amor era una magia tan fuerte que nadie podía manipularla.

Ni siquiera los implicados.


jueves, 14 de enero de 2021

Capítulo 11

 
Zac estaba nervioso. Había visto a su madre con Vanessa y no pudo evitar que el pánico lo atacara. ¿Y si le decía algo que no debía? ¿Y si la asustaba? ¿Y si le entregaba una bola mágica? Dios, no sabía cómo arreglaría aquello.

Se obligó a concentrarse en una de las madres que estaba agradeciéndole por su labor, cuando vio salir a Vanessa de la sala. Se despidió educadamente de la mujer y pasó a su madre, después de lanzarle una mirada que decía sin palabras: «ya hablaremos tú y yo más tarde».

Localizó a la chica en recepción y la detuvo antes de que saliera a toda prisa.
 
Zac: ¿Dónde vas?
 
Ness: Zac -dijo como si le hubiera dado un susto de muerte-. Solo necesitaba un poco de aire. Nada más.
 
Zac: ¿Estás bien?
 
Ness: Genial. Hablaba con tu madre.
 
Zac: Eso he visto.
 
Se mostró un poco cauto, sin saber qué decir o qué hacer. Esperaba que no la hubiera asustado.
 
Ness: Es una mujer encantadora. ¿Está enferma? -preguntó con la preocupación reflejándose en su rostro-. Ha dicho que iba a morir.
 
Las sucias garras del miedo se le clavaron en el estómago, su madre no iba a morir, era demasiado pronto y no estaba emparejado ni había posibilidades de que lo estuviera.

Eso no iba a pasar.
 
Zac: Mi madre está bien, no va a morirse.
 
Ness: Ella dijo...
 
Zac: No la dejaré, así de simple.
 
Sabía que había un tono cortante en su voz; Vanessa casi dio un paso atrás, pero se obligó a permanecer donde estaba.
 
Ness: Comprendo.
 
Zac: Perdona que haya sido tan insensible. Es que mi madre... Es muy importante para mí. Si algo le sucediera, no sé cómo saldría adelante. Dudo poder hacerlo. Es mi pilar.
 
Ness: Zac, tu madre te quiere, pero si algo le pasara, no vas a estar solo -le acarició la cara, provocando que sus ojos se cerraran casi involuntariamente-. Yo estoy aquí, somos amigos.
 
Zac: ¿Lo somos?
 
Ness: Sí, por supuesto.
 
Creía en aquellas palabras, bien. Así no tendría que ponerse pesado para cosechar esa amistad que ya necesitaba tener con ella. Más que amistad, en realidad, pero podía esperar.

Quiso besarla. Su sonrisa era preciosa y su determinación también.
 
Zac: Gracias, significa mucho para mí.
 
Ness: Te he visto de forma diferente, pensaba que eras un loco de la Navidad, ya sabes, pero eres bueno de veras. Eso es raro, pero muy gratificante. Los niños te adoran. Si existiera Santa Claus, no me cabe duda de que serías tú. Para ellos lo eres.
 
Zac: ¿Incluso sin la barriga? -preguntó con tono divertido-.
 
Ness: Creo que te sienta muy bien, la verdad. Ese relleno realza tu sonrisa -le guiñó un ojo-.
 
¿Vanessa bromeando? ¡Inaudito y reconfortante!
 
Zac: No conocía ese lado de tu carácter. El travieso.
 
Ness: Quizá lo extirpé hace demasiado tiempo y no debí hacerlo.
 
Zac: Estoy de acuerdo. -La abrazó, la miró a los ojos-. Deseo tanto besarte, Vanessa. En este momento no puedo pensar en otra cosa.
 
Las manos femeninas se apoyaron en su pecho, mientras él bajaba a su cuello, para aspirar su aroma.
 
Zac: Hueles a mi regalo de Navidad.
 
La mujer rio, antes de poder evitarlo.
 
Ness: Ligón.
 
Zac: Solo contigo, mujer.
 
La carcajada sonó alegre y llena de fortaleza, justo como quería. Le rozó la nariz con la suya y posó un suave beso en sus labios.
 
Zac: Algún día, Vanessa, será más que una broma y te daré el beso que me merezco.
 
Ness: ¿Que tú te mereces?
 
Zac: Pues claro, pero tendrás que ser tú quien dé el primer paso, yo tendré que ser paciente y esperar.
 
Zac la dejó escapar, dirigiéndose a la sala. Cuando casi iba a abrir la puerta, ella pronunció su nombre.
 
Ness: Zac -llamó, haciendo que se girara-.
 
Entonces corrió hacia él, se impulsó hacia su cuerpo y lo rodeó con sus piernas.

Él la atrapó sin dificultad y ella fundió su boca con la de él en un beso caliente y profundo, lleno de respeto y deseo, incluso con una pizca de magia.

Pudo ser solo su percepción, pero tembló el suelo un instante y su mundo se reorganizó. Todo lo que podía sentir, oler, ver y escuchar era a ella. Su sabor resultaba adictivo y todo su cuerpo chisporroteaba de necesidad por ella.
 
Ness: Feliz Navidad -pronunció sonrojada, con sus labios hinchados, producto del devastador beso-.
 
Bajó las piernas lentamente y Zac necesitó un instante para recomponerse.
 
Zac: Feliz Navidad, Vanessa.
 
Ness: ¿Te veré más tarde?
 
Zac: Siempre volveré a ti, siempre.
 
La mujer sonrió, se colocó el pelo y se puso los guantes.
 
Ness: Entonces te estaré esperando, Zac. En el refugio, podríamos cenar juntos.
 
Zac: Considéralo hecho. Esta noche, Vanessa, eres mía.
 
Su risa lo reconfortó, haciéndolo sentir más grande y poderoso. Observó sus decididos pasos, incluso la manera en que alzó la vista el cielo, una vez al otro lado de la acristalada puerta, y pareció rejuvenecer mientras los copos de nieve le caían en la cara. Su gesto era el de plena dicha, como si hubiera perdido parte de su preocupación y su dolor por el camino.
 
Zac: Es preciosa -murmuró para sí-.
 
Cassie: Una excelente compañera, hijo mío.
 
Zac: ¡Mamá! -Tuvo el poco tino de sonrojarse, como si lo hubieran pillado con las manos en la masa y quizá eso es lo que la mujer había hecho-. Yo no...
 
Cassie: Tú sí y permíteme decir esto: ya era hora. -Le dio unos pequeños toques en la espalda y sonrió-. Ve con esos niños, termina tu ronda y disfruta. Porque puede que hoy sea el primer día del resto de tu vida.
 
Zac: Mamá...
 
Pero ya no pudo decir nada más, pues la Señora K se había esfumado. De vuelta a casa, iría tras ella, en unos minutos. Había cosas que necesitaban arreglar y cuanto antes aclarara los puntos mucho mejor. Su madre no iba a abandonarlo, especialmente ahora que era cuando más necesitaba de su sabiduría y sus consejos.

No, no podía permitir que se retirara, menos cuando entendía lo que eso significaba.

Un adiós eterno.

No, no viviría sin ella. Perder a su padre había sido suficiente para lo que le quedaba de vida.

Perder a su amada madre, a su única consejera, a su mejor amiga...

Eso era simplemente inaceptable.
 
 
La Señora K, más conocida como Cassie en sus años jóvenes, llegó a su salita. Aquel lugar en el que había pasado grandes e importantes momentos de su vida.

No podía negar que sentía cierta nostalgia y un poco de miedo ante el siguiente paso en su camino. Seguir adelante sin su Zac, para regresar al hombre que había amado; dejar su lugar en la tierra para ascender a un lugar privilegiado en el cielo, uno que ya no podría abandonar jamás, podía atemorizar a cualquiera.

Agradeció el hecho de ser consciente de que al igual que otras en su puesto antes que ella, tenía que dejar su lugar a la heredera, que no solo cuidaría del mundo y sus almas perdidas, sino que haría muy feliz a su hijo.

Zac podía mostrarse un poco reacio a la idea del emparejamiento, pero lo conocía tan bien que sabía que tan solo era una oposición superficial, basada en un confundido deseo de independencia. Todavía no era capaz de comprender que el tener una pareja, una compañera de vida, no era una cárcel, sino la libertad más absoluta y plena. Compartir tus días, tus noches, tus miedos y alegrías con ese ser que tenía la curiosa y extraña capacidad de completarte, de una manera con la que nunca te hubieras atrevido a soñar antes, era en sí mismo un fabuloso regalo. Uno que, llegado el momento, agradecería y atesoraría como ella misma hizo antes que él.

Pasó la mano por sus viejos baúles de recuerdos. Acariciando fotos y telas, ropa de bebé, de hacía siglos, pero sin importar el tiempo que hubiera pasado, jamás olvidaría a su pequeño Zac, la primera vez que lo tuvo en sus brazos.

Se preguntó ahora por qué no tuvo más hijos, pero lo tuvo claro de inmediato, más niños habrían interferido en su misión y se podrían haber creado rivalidades con las que no había querido lidiar. Era otro tiempo y ella una mujer más torpe, menos sabia. Si fuera ahora, quizá habría hecho las cosas de forma diferente, pero lo hecho, hecho estaba y era imposible cambiarlo; ni siquiera con toda la magia del mundo.

Tampoco lo haría, pues cada uno de sus actos trabajaron en conjunto para traerla hasta aquí, hasta este momento tan especial como aterrador.

Caminó hacia el centro de la habitación, a la pequeña mesa redonda con aquella bola de nieve que le había mostrado su camino y que tan fielmente había custodiado a lo largo de su vida. Ahora tenía que entregarla, no como un recuerdo sino como una promesa. Su magia nunca se desvanecería, lo que había sido permanecería grabado a fuego en la rueda del tiempo y no había nada en el mundo capaz de trastocar su pasado, así como nadie podía cambiar su presente o alterar ese futuro que ya la estaba esperando con los brazos abiertos.

Sacudió su propia bola una última vez y observó los copos de nieve caer sobre la pareja que se abrazaba en aquel viejo trineo mágico de madera, tirado por renos, con un inquieto Rudolph a la cabeza.

¡Qué joven era entonces! ¡Qué incrédula! Y al final... tan enamorada como cualquier otra mujer, del hombre correcto.

«Nuestro tiempo llega, amor mío -pronunció acariciando la brillante bola-. Nos reuniremos por fin, de nuevo».

Estaba ansiosa por trascender, por sentir la familiaridad del hombre que la había amado, del único al que había sido capaz de entregar su corazón, pero antes...

Con un elegante gesto de sus manos hizo que sus pertenencias se desvanecieran, dejando la sala vacía a excepción de un pequeño cofre, con su libro sagrado, un libro que se mostraría a sí mismo cuando llegara su momento.

El enorme baúl con los recuerdos y el recuento no de una vida, sino de miles de ellas, quedó a buen recaudo, esperando a la siguiente Señora K. La mesa del centro también permaneció en su lugar. La madera tallada hablaba de ella y de Nick, el padre de Zac, aquel que había tallado aquel hermoso regalo con sus propias manos. El mágico objeto que reposaba sobre la superficie cambió. La escena empezó a desdibujarse lentamente, hasta que sus aguas se tornaron tan turbias como aquella primera vez. 

«Guía el camino de mi pequeño, ábrele los ojos, algún día podrá mirar al cielo y perdonarme por haberle abandonado ahora».

Era un momento complicado, justo ese instante en el que iba a sentirse perdido, pero tenía que tomar la decisión más importante de su vida y nadie podía interferir, tan solo él.

Tomó una bocanada profunda de aire, sintiendo que se acercaba, que pronto estaría allí. Se observó las manos, donde brillaba el reluciente anillo que su marido le había entregado y lo sacó de su dedo, depositándolo en la mesa y cuadrándose para tener esa última charla, necesaria, pero no por ello menos dolorosa.
 
Zac: ¿Mamá?
 
La voz de su hijo sonó un instante antes de sentir la enorme mano apoyada en su hombro. Mano que la obligó a girar y a confrontar al niño que una vez fue y al hombre en el que se había convertido.
 
Cassie: Zac... -Apenas pudo pronunciar su nombre antes de que la pena la asaltara. Se armó de valor, desterró las lágrimas y se forzó a sonreír. Estaba feliz por aquello, pero también muy triste. Dejarlo atrás era lo más duro que alguna vez haría-. Ambos sabíamos que este día llegaría, mi bebé.
 
Zac: No tan pronto, mamá. No hoy. ¿Por qué ahora? -El hombre no pareció un hombre, solo un pequeño perdido. Las lágrimas brillaron en sus ojos un solo segundo, para rodar por sus mejillas. Abundantes y tristes lágrimas-. No me dejes, por favor.
 
Cassie: Ya no me necesitas, hijo. -Acarició su rostro, recogiendo su pena con las yemas de sus pulgares y besando su mejilla. Lo abrazó, hundiéndose en aquel abrazo, ansiando todo el contacto que pudiera tener, al menos una última vez-. La has encontrado, Zac. No la pierdas.
 
Zac: ¿Por qué tengo que perderte a ti entonces? ¿Cuando todo iba tan bien? ¿Ahora que mi vida empezaba a estar completa? No me dejes, mamá. Por favor, no lo hagas.
 
No iba a llorar, era más fuerte que eso. Estaba por encima de la pena, aquel era un momento feliz. Ya era su tiempo, tenía que dejar su lugar a la heredera que había seleccionado su hijo. Nunca ella, ni siquiera la magia, tan solo el corazón de un hombre.

Las señales habían estado allí, el destino los había acompañado, ella había señalado la dirección, pero ¿qué más hacer? Desvanecerse, esa era su obligación ahora y también su derecho.

Igual que su padre antes que él, ahora el hijo tendría que encontrar su camino y tomar sus decisiones. Todos respetarían eso, porque así debía ser y así sería.
 
Cassie: Ayúdala, Zac. Tiene que recuperar su fe -buscó sus ojos con seriedad-. Es muy importante, una vez que lo haga, encontrarás a tu igual. Una compañera que estará a tu lado a cada paso del camino, la felicidad plena. Vuestras decisiones marcarán vuestro auténtico destino -Recogió el anillo de la mesa y lo metió en su palma-. Dáselo cuando estés listo, hijo.
 
El hombre empezó a negar, no podía aceptarlo. Sabía exactamente qué pensaba, porque ella había rozado el mismo pensamiento. Una vez aceptada la ofrenda, ya no habría marcha atrás. Nunca volverían a verse, simplemente se desvanecería, como hizo su padre cuando él aceptó el trineo Alfa.
 
Zac: No quiero. No dejaré que pase otra vez.
 
Cassie: Es ley de vida, hijo. Y está bien, no puedo estar a tu lado para siempre. Tu padre me espera, lleva mucho tiempo esperando y yo lo añoro.
 
Zac: No me dejes solo mamá.
 
La miraba con angustia y buscando una razón para que no se marchara. Cassie sabía que no encontraría ninguna, porque su papel en este mundo había llegado a su fin. Ese mismo día, esa noche, en este preciso instante.
 
Cassie: No vas a estar solo, Zac. Nunca lo estarás, ya no. Toma buenas decisiones y cree en tu juicio, pero, sobre todo, cree en tu corazón. Porque es la única manera de conseguir la auténtica felicidad. -Tomó la esfera mágica de la mesa y se la entregó-. La magia que nos unió a tu padre y a mí, ahora es tuya. Custódiala por mí.
 
La sostuvo entre sus manos antes de comprender lo que sucedía. Cuando bajó la vista y vio las turbias aguas removerse y la intensa luz que surgió de su interior, quiso soltarla de nuevo, pero su madre no se lo permitió. Mantuvo las manos sobre las de Zac, con fuerza, mientras su propia persona empezaba a desvanecerse lentamente, tan solo convirtiéndose en pura esencia.
 
Cassie: Sé feliz, cariño.
 
Su voz sonó lejana, retumbando en la habitación un instante, como en un eco, hasta que el brillo se desvaneció y Zac se quedó completamente solo; rodeado de silencio.
 
 
Noah, muy lejos del Polo Norte, sintió la sacudida una vez la mujer se liberó del plano terrenal. Salió al exterior y alzó la mirada a la oscura noche. Una estrella fugaz pasó a toda prisa, atravesando el cielo ante sus ojos y se unió al pequeño grupo que, brillante, esperaba por ella.

«Traviesa Cassie», murmuró con una sonrisa nostálgica. Iba a echarla mucho de menos, muchísimo. ¿Quién lo ayudaría a encontrar a su compañera?

Suspiró, soltó una carcajada y negó, sacudiendo la cabeza con diversión. Iba a echar de menos a su amiga y colega de travesuras. Habían pasado mucho tiempo juntos, habían vuelto locos a dos Santas y habían disfrutado de cada momento.

La vida pasaba, sus amigos se emparejaban y ahora, Noah, el elfo perdido, el custodio y el guardián de los solitarios, tenía que comenzar un camino diferente, lejos de allí, en otro lugar.

Regresó a la trastienda. Colocó el verde gorro sobre la mesa, sacudiéndose la melena y tomó el abrigo. En su bolsillo notó algo pesado y cuando sus dedos tocaron el frío material, este se calentó, brillando.

Sacó una última bola mágica, un regalo. Negó en silencio, su adorada señora K, la niña que había conocido hacía tanto tiempo, al fin y al cabo no se había olvidado de él.

Giró el objeto, contempló la base y leyó la inscripción.

«Un día llegará. Hasta entonces, custodia tu futuro, Noah. Te vigilaré desde el cielo».

Al fin y al cabo, su destino solo estaba en sus propias manos y la misión de encontrarla, era, como siempre había pedido que fuera, suya.

Su camino empezaba esta noche, el fin de lo que conocía y el principio de algo que prometía cambiar su vida para siempre.


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