Vanessa no podía negar que la noche había sido
diferente. Todavía intentaba lidiar con sus emociones, con lo que se había
presentado ante sus ojos, pero le costaba decidir si estaba despierta o, en
realidad, todo era producto de alguna comida en mal estado o un alocado sueño
de una mujer lejana, que había creído en cuentos de hadas y finales imposibles.
Zac parecía brillar con algún tipo de luz
diferente. Su pelo, semioculto por el caliente gorro navideño, se agitaba con
el viento cuando el trineo tomaba impulso para descender. Sus manos reposaban firmes
sobre los mandos de la nave y sus pies no paraban de seguir a ritmo el hilo
musical, que reproducía una y mil veces todas las melodías navideñas típicas de
esa época. El aroma del chocolate se había convertido en un dulce perfume que
incluso empezaba a gustarle y los murmullos sofocados de los dos hombres que
los acompañaban, cerraban aquel cuadro desigual e imposible.
Ella estaba en medio de todo aquello, sin apenas
poder apartar las manos del asiento, aferrándose a él como si le fuera la vida en
ello, pero sin poder dejar de mirar al hombre que había hecho posible aquella
noche.
Se habían colado en lo que parecían ser todas las
casas de la ciudad y siempre seguían el mismo procedimiento: aquel saco extraño
que se hacía enorme, sacar regalos, colocar regalos, dar una vuelta por el
hogar y abandonarlo en un minuto, con una satisfecha sonrisa. Vanessa tenía que
aceptar que era un tipo bastante entregado con la causa. Estaba convencida de
que la supuesta magia no eran más que trucos, debía ser un ilusionista
especialmente bueno para lograr aquello. En cuanto a su generosidad, no conocía
límites.
Era cierto que había visitado hogares de todo tipo,
grandes, pequeños, con enormes árboles de Navidad de decorador, pero también
otros con un diminuto pino de plástico; incluso en una de sus paradas, tan solo
habían encontrado el dibujo infantil de un niño pegado a la pared y apenas dos
minúsculos paquetes.
Zac se amoldaba, sin juicios ni desprecios en su
rostro, sino todo lo contrario. Destilaba emoción, de todo tipo. También había
visto indignación en ocasiones, reflejada en su rostro, había contemplado cómo
apretaba los puños casi sin darse cuenta al ver algunas situaciones bastante
desesperadas, pero sin importar qué encontraran, se había esforzado en dejar algo
especial en cada lugar.
Regalos, bastones de caramelo, un pequeño adorno,
bolas de nieve... Detalles personalizados, para tal o cual persona. Había veces
que solo eran para los niños, pero lo había descubierto dejando algo a un padre
solitario o una madre viuda. Desde luego, no era Santa Claus, pero sí era un
buen hombre. Uno al que merecía la pena conocer un poco más.
Al principio se había mostrado totalmente reacia a
acompañarlo, pensó que era algún tipo de secuestro o broma pesada, pero ahora
ya no estaba tan segura al respecto. Casi creía en lo que él trataba de
venderle.
Lo hacía tan bien que estaba dispuesta a comprar
esa idea. La de su Navidad. Sin magia, solo con un porrón de ciencia y magia de
mercadillo, pero con un corazón lleno de buenos deseos y una bondad que no
había visto nunca en nadie.
Ness: Has hecho algo precioso esta noche -comentó
cuando el trineo descendió sobre el tejado del refugio-. Llevaste alegría y
magia a un montón de niños, con ayuda de tus amigos también -miró a los elfos,
regalándoles una sonrisa llena de admiración-. Eres tan diferente a los hombres
que he conocido, Zac. Todos lo sois. No pensé que hubiera nadie como tú.
El aludido sonrió, así como sus compañeros,
mientras se encogían de hombros como restándole importancia.
Zac: Es Navidad, Ness -dijo, usando una vez más
aquel tierno apelativo que tan solo utilizaba su padre o sus amigos más
cercanos-.
Ness: Lo sé, pero esta Navidad tuya, no tiene nada
que ver con la real. Santa Claus es un mito; tú eres un hombre muy generoso.
Zac: ¿Cómo explicas el trineo y los portales a
través del tejado?
No lo preguntó en modo irónico, sino con sincera curiosidad.
Sabía que pensaba que se estaba aferrando a algún clavo ardiendo, pero no era
así. ¿No podía el hombre pisar la luna? Pues aquello tampoco era tan extraño,
seguro que típico de un espía, claro que no es que tuviera mucha idea sobre
espías, de todos modos.
Ness: Ciencia, Zac. Ciencia.
El hombre sacudió la cabeza con incredulidad, pero
no la forzó a creer, la tomó de la mano y la llevó de vuelta, donde Alvina
esperaba con un cachorro entre los brazos.
Alvina: Lo encontré en una caja en la puerta -se lo
entregó a Vanessa-. Alguien lo abandonó.
Ness: Y hasta aquí la magia del ser humano -soltó,
haciéndose con el animal-. Ojalá todos fueran como tú -dijo al hombre mientras
acariciaba al animal-, pero eres una excepción.
«Una gloriosa excepción, Zac», dijo para sí. «Y un
hombre muy peligroso. Una mujer podría enamorarse de ti».
Algo que ella no planeaba volver a hacer en la
vida.
Zac: No puedes renunciar a la fe o a la esperanza
porque haya una persona o muchas que te hayan hecho daño. Siempre hay gente
buena esperando a que alces la vista y los veas. Pero de verdad, Ness, no solo
de forma superficial, achacándolo a una especie de anomalía genética o qué se
yo.
Ness: Zac, hace tiempo que terminé con todo esto -añadió
señalando la decoración a su alrededor-, sé que tú crees y que te esfuerzas
para que esta noche sea especial para unos cuantos niños y personas, pero
tienes que entender que eso no es magia, ni algo milagroso, eres tú con un corazón
de oro.
Zac: Te equivocas, Vanessa. Mi nombre es Zachary
Claus, mi madre es la señora K y mi padre fue el anterior Santa y antes de él
mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo...
Vanessa rio antes de poder evitarlo, ¿sería cierto?
¿Todos los hombres de su familia habrían sido tan honorables como para dedicar
su tiempo volcándose en los demás?
Alvina: Y yo soy una elfa -sonrió, tratando de
echarle una mano a Zac-.
El hombre atrajo a su nueva ayudante y la achuchó.
Zac: Ahí lo tienes.
Ness: Creo que tienes buenos amigos, Zac, eso es lo
que creo.
Su gesto se oscureció y ella lo percibió. La risa
relegada a un segundo plano, mientras con una mirada intensa decía:
Zac: Siento no haberte devuelto a tu madre. Leí tu
carta, pero no puedo influir en las personas, Vanessa. No es la Navidad la que
te traicionó, fue la mujer que te dio la vida y no tuvo el valor suficiente
como para quedarse a tu lado.
Un nudo que nunca la abandonaba se alojó en su
garganta apretando con fuerza, tenía ganas de llorar y gritar. De quejarse por
la injusticia de lo que había tenido que vivir cuando era muy pequeña, pero Zac
no era culpable y ella lo sabía.
Ness: No fue tu culpa, Zac. Las personas toman
decisiones y puedo vivir con ello.
Zac: ¿Entonces por qué perdiste la fe? ¿Por qué
dejar de esperar la Navidad y la esperanza que esta conlleva?
Ness: Porque ya no esperaba nada.
Zac: ¿Y ahora? -inquirió dando un paso hacia ella-.
¿Qué esperas ahora?
Ness: Que pase la noche, llegar a casa y disfrutar
de una agradable comida en compañía de mi padre. Eso espero, pero nada más. No
hay Navidad ni regalos para mí. No hay nada.
Zac: Ojalá pudieras comprender...
Ness: He visto tu Navidad, podría creer en ti, Zac.
De hecho, creo en ti, pero no me pidas que haga ojos ciegos a la realidad. No
puedo, ¿entiendes? La verdad es que mi madre nos dejó tirados, Santa Claus no
cumplió con mis deseos y entonces no lo entendí, ahora lo hago; no le guardo
rencor a nadie, sé que los niños deben creer, me gusta lo que haces por ellos,
pero yo ya dejé esa etapa de mi vida muy atrás.
Los ojos azules de Zac se oscurecieron, sabía que
quería ayudarla, que sus intenciones eran buenas pero había cosas que no se
podían cambiar.
Alvina: Tenemos que marcharnos, jefe -dijo casi en
un susurro-.
Zac: Reúnete con los otros, estaré arriba en dos
minutos.
La mujer asintió y les dio espacio; Zac esperó a
que estuviera lejos de su vista y no pudiera escuchar sus palabras. Caminó
hasta Vanessa, tomó su rostro entre sus manos y la contempló. No pudo evitar
cerrar los ojos ante el escrutinio del hombre, la emoción la golpeó fuerte y
tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no dejar caer las lágrimas.
Zac: Mírame, Vanessa.
Obedeció a su petición de inmediato y solo tuvo
tiempo suficiente para observar el movimiento; él descendió sobre su boca y la
besó con ternura en los labios. No había exigencia, ni deseo, tan solo algún
tipo de extraña promesa que logró enviar una ola de calor a los helados
rincones de su interior. Su corazón se aceleró y las lágrimas retenidas
abandonaron su prisión rodando por sus mejillas.
Ness: Por favor, Zac...
Zac: ¿Qué necesitas, Ness? Dímelo y lo conseguiré
para ti.
Ness: No puedo querer a nadie. Ya no puedo. Duele
mucho.
El hombre bajó su frente a la de ella, el contacto
fue mágico, mientras sentía su cálido aliento rozando su piel.
Zac: No tiene que dolerte -murmuró, sin tratar de
besarla de nuevo, a pesar de lo mucho que lo deseaba-. No espero que sea rápido
ni fácil, pero aspiro a que me permitas seguir mostrándote mi punto. Mi
Navidad.
Ness: No creo que pueda tener la fe que tú deseas
que tenga. No soy como tú.
Zac: ¿Me darás al menos una oportunidad de seguir
enseñándote mi mundo?
Había tanta esperanza en su voz, en aquel tono que
conseguía calmarla y hacerla sentir en paz. Incluso pensando que estaba medio
loco por sobrevolar la ciudad y colarse en casas de extraños; por el hecho de
creer que era algo parecido a un Santa Claus moderno. Parecía que, de pronto,
todo aquello no importaba, tan solo quería hacerlo feliz.
Así que de su boca solo salieron dos palabras que
estaban llenas de sincera intención.
Ness: Lo intentaré.
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