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viernes, 8 de enero de 2021

Capítulo 5

 
La caja quemaba entre las manos de la señora K mientras posaba los pies en aquel espartano salón. No había adornos navideños, ni uno solo, como si fuera cualquier otro día del año. Uno que no merecía la pena la celebración.

Le dolió el corazón por todo lo que había perdido Vanessa, sabía que a veces las cosas se escapaban de las manos y ni la magia ni ningún otro podían hacer nada para dar un final más feliz.

Los hombres y las mujeres cometían errores, incluso los elfos, también Santa Claus, su hijo Zac y ella misma.

Colocó el paquete rojo con el brillante lazo blanco sobre la mesa, sabía que era la última entrega, que después de esa noche todo se acabaría para ella y no sintió pena, tan solo una cálida sensación de bienestar. Por fin podría ocupar el lugar que le correspondía, junto al hombre que lo había sido todo para ella. Su Nick, el hombre que le había robado el corazón cuando era una joven salvaje y llena de anhelos. Ninguno de ellos relacionados con la magia y sí con pasarlo bien cada segundo del día.

Sonrió, no había sido muy navideña por aquel entonces. Puede que aquel fuera el motivo de que su marido se hubiera fijado en ella.

El mismo motivo que atraía ahora a su hijo, hacia aquel punto lleno de insatisfacción y dificultades para poder alcanzar lo que todos ellos deseaban. La paz de una relación duradera, la confianza de compartir cada día, con sus cosas buenas y sus cosas malas, con la compañera.

Almas afines, que con el tiempo aprenderían a entenderse y completarse. Eso era todo lo que quería y deseaba para su pequeño Zac. Un hijo que ya era un hombre.

Un hombre que ya no la necesitaba.

La luna brillaba a través del cristal de la puerta que daba acceso a una minúscula terraza. Abrió y salió, observó el firmamento. Las estrellas de los antepasados familiares brillaron con más ímpetu, hablando en un idioma desconocido, listos para aceptarla en su seno y darle la bienvenida.

Una de ellas brillaba por encima de las demás, provocando que sus ojos se llenaran de lágrimas.

De felicidad, de satisfacción, de anhelo.

«Muy pronto, amor mío. Muy pronto estaremos juntos de nuevo.»

El pequeño astro, el alma de aquel que había acompañado cada paso de su camino, brilló aún más dándole ánimos para llegar al final de aquella senda que seguía.

Tenía tiempo para despedirse, para mirar a su hijo a los ojos y decirle que el mundo era mejor porque él estaba en él y que nunca jamás debía perder su fe. Tenía que seguir adelante, con aquel corazón lleno de cariño y bondad, para entregar un futuro mejor a los niños. Salvarlos del dolor absurdo de guerras sin sentido, en las que no tenían culpa. De enfrentamientos entre padres perdidos, que habían olvidado que lo importante era la emoción y los bienes materiales, tan solo meros objetos que se desvanecían con el tiempo.

Los años de la infancia eran breves, los niños crecían, y si los dejabas pasar, ya no podías recuperarlos. La vida era así, siempre hacia adelante, había que disfrutar cada instante, porque no sabías cuando sería el último.

Trabajo y dinero podían esperar, siempre. ¿Los hijos? No. ¿El amor? Tampoco. Eran esas pequeñas cosas y a la vez tan grandes, que marcaban la diferencia, trayéndonos la felicidad plena.

Estaba feliz por Zac, sabía que había encontrado la horma de su zapato. Incluso aunque resultara difícil la conquista, era consciente de que finalmente valdría la pena.

Y ella estaría allí para verlo.

Regresó al interior y con una sonrisa hizo que el lugar brillara. Las luces de colores, el pequeño árbol, incluso los regalos. Calcetines con el nombre de la que se convertiría en su nuera, algún día, cuando los jóvenes abrieran los ojos a la verdad, al futuro que vendría.

Peinó con ternura el lazo blanco de aquella última entrega, de aquella bola que concluiría con un trabajo intenso que había realizado durante décadas, durante siglos.

«No te rindas, hijo.»

Habló para la habitación vacía, preguntándose si allí sería donde Vanessa recuperara la fe o si, por el contrario, necesitaría mucho más para creer.

Por experiencia sabía que a veces ni presenciar la magia bastaba para ser convencida de una realidad imposible. No había garantías de que aceptara la herencia que planeaba poner en sus manos, pero si lo hacía, si asumía el papel que iba a entregarle, la vida de Zac no solo sería más difícil, como lo había sido la de su padre antes, sino mucho más interesante.

Y Vanessa descubriría que perder una madre, no significaba perder el corazón.

Había encontrado a un hombre que la cuidaría, una misión que llevaría el amor por el mundo, solo anhelaba que no fuera tan cabezota como ella una vez fue, y abriera los brazos a la esperanza, abrazando un futuro que cambiaría toda su vida para siempre.

El comienzo de una eternidad destinada al amor; nada merecía más la pena.

Y con una sonrisa, la señora K se desvaneció, no sin antes iluminar aquel oscuro rincón, entregándole la primera semilla de lo que verdaderamente era la Navidad.

«No has perdido la fe; solo necesitas reencontrarte con ella y lo recordarás todo en apenas un instante.»

Su optimismo quedó impregnado en aquellas cuatro paredes, esperaba que la destinataria de ese desinteresado afecto, supiera entender lo que aquello significaba.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta la mezcla de la magia, de la fantasia y la realidad q muestra esta historia... sigue pronto

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