Zac acababa de despedirse de Thomas y sus acompañantes, cuando salió a la calle y se quedó paralizado en la mitad. Una sensación extraña, cálida y a la vez inquietante, se había colado en su interior desde el instante en que contemplara a la preciosa y siempre esquiva Vanessa, una mujer que odiaba tanto la Navidad, como él los rumores de que era un viejo gordo y gruñón.
Podía comprender que, en ocasiones, la gente asociara una mala experiencia con la festividad, al fin y al cabo, ni la mágica fecha estaba libre de dolor, siempre sucedían desgracias, pero ¿por qué condenar toda la esperanza del mundo por un solo momento? No podías quedarte atrapado en el pasado, renunciar a todo escudándote en que algo te dolió o te hizo mucho daño. El pasado estaba en un tiempo lejano y solo de aquellos que sufrieron dependía que el presente y el futuro estuviera lleno de luz, así como que los deseos perdidos encontraran otra forma de hacerse realidad.
Se descubrió pensando en el mejor modo de acercarla a su mundo, de enseñarle cómo mirar, despojándola de aquella gruesa venda que le impedía ver la bondad en los demás. Había sido traicionada, pero no era la única, mucha gente perdía, se enamoraba, les partían el corazón, los abandonaban, pero no todos le daban la espalda a la ilusión.
«Vanessa», su nombre le hacía sonreír. Era una estupidez que no podía controlar. Quizá tuviera que ver con el reto o con algo más profundo, pero fuera como fuera no podía ni deseaba dar la espalda a una mujer que, en una época lejana, había creído. Su corazón había estado lleno de fe. No la recordaba, pero podía sentirlo. Seguía arraigada muy profundo en su interior, luchando con uñas y dientes por salir a la superficie.
Pero el escudo de la mujer era mucho más fuerte, tanto que había recluido esa pequeña voz, relegándola al olvido.
El tintineo de los cascabeles, que marcaba la entrada de un mensaje en el móvil, lo sacó de su ensoñación y lo devolvió a la realidad. Era Nochebuena, no tenía tiempo para meterse en más problemas, había un montón de niños esperando por él. Era su noche, para eso trabajaba todo el año, para llevar la ilusión, especialmente a aquellos que no tenían muchos motivos para sonreír en esos días.
«Problema con lista. Presencia inmediata requerida. Jack».
Soltó un largo suspiro, su segundo de abordo volvía a estresarse. Tenía que regresar a casa, calmar los ánimos y mostrar que tenía todo bajo control. No importaba cuánto trabajo hubiera, todos los niños recibirían su regalo. Todos y cada uno de ellos.
Apareció en el hangar, observó el ajetreo de elfos moviéndose de un lado para otro, torres de regalos, enormes sacos abiertos esperando a ser llenados y al hombrecillo en cuestión, rojo como un tomate, sudando profusamente y dando rígidas indicaciones a todos a su alrededor, mientras tecleaba con desesperación en el ordenador central.
Y no era que quisiera ver a Vanessa. No solo eso, aunque no podía ocultar que era cuestión de peso, estaba deseando darle algo en lo que creer, sino que también había más niños que necesitaban tener fe, sin olvidar que le debía una a Thomas y a cierto niño llamado Eric. Nunca había estado de acuerdo con su padre respecto al destierro, pero no había podido interferir. En aquella época era poco más que un chiquillo que encontraba emocionante aquel trabajo que le correspondería en el futuro, incluso sin comprender del todo lo que significaba ser Santa Claus.
Sus elfos y elfas eran la esencia misma de la Navidad, no había nadie que comprendiera tan bien como él la magia de la fecha. Si tan solo pudiera llevárselos al refugio y mostrarle a Vanessa aquella inquebrantable fe...
Una idea se iluminó en su mente en aquel momento. ¿Y si rebuscaba en sus viejos registros y encontraba el regalo especial que ella había pedido? No podían repartir siempre lo que los niños querían, aunque quisieran, no era tan fácil. Había normas y tenía que existir cierto equilibrio.
Podía ser que esa Navidad, fuera demasiado mayor para ser uno de sus elegidos, pero podía ser también que no hubiera nadie que necesitara más un motivo para dar una nueva oportunidad a la fiesta.
Iba a intentarlo como Santa Claus y después ya se vería. Podía tener éxito o fracasar, pero tenía que probar suerte, antes de darla por perdida para siempre.
Revisó la actividad a su alrededor y se sintió complacido. Era posible que a veces hubiera errores, que se torcieran las cosas o que pareciera que todo saldría mal justo en el último momento, pero siempre lograban salir adelante. En Navidad todo era posible, la magia lo acompañaba, así como la fe de incontables Santas antes que él. Todos ellos grandes luchadores, que habían pugnado por lograr sobreponerse contra viento y marea, para llevar la alegría a los corazones de los niños.
Salió del hangar a toda prisa, dejando atrás a su gente, que colocaba el trineo alfa en la plataforma de despegue, había llegado la hora de vestirse y ocupar su papel.
Iba a tener mucho trabajo, pero al final de la noche, cuando rayara el alba y los pequeños bajaran corriendo las escaleras o, simplemente, abrieran los ojos, descubrirían una señal, por pequeña que fuera, de que siempre tenían que tener esperanza.
Y solo por eso, las horas de intenso trabajo merecerían la pena.
1 comentarios:
Zac es santa? Jaja me intriga sigue pronto
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