Vanessa llegó a casa, ignoró deliberadamente el
salón y entró directamente a su habitación. Ni siquiera se desnudó, se limitó a
quitarse las botas y lanzarse sobre la cama, para cubrirse con el agradable,
suave y calentito edredón. Cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.
Hasta que el irritante sonido del timbre la obligó
a despertarse con un sobresalto.
Al principio no supo por qué interrumpían su
descanso, pero poco después recordó que había quedado con su padre para comer.
Observó el reloj: las dos y media.
«Mierda. Me he dormido».
Se levantó a toda prisa, se colocó sus suaves
pantuflas y llegó en un suspiro a la puerta. Abrió y saludó a su padre.
Ness: Me he dormido.
El hombre sonrió entrando y mostrando varias bolsas
de comida.
Joe: Lo supuse, así que pasé por el chino -le guiñó
un ojo-. Las mejores comidas navideñas del mundo.
Tomó el camino hacia el salón y se quedó estático
en la puerta. La miró, como si encontrara algo muy extraño en ella, y después
esbozó una sonrisa.
Joe: Me alegra que hayas cambiado de opinión, Ness -comentó
entrando en el salón y colocando las bolsas en la mesa, para terminar
deshaciéndose del abrigo, la bufanda y los guantes-. Una excelente decoración.
Ness: ¿De qué hablas, papá? -preguntó con una sonrisa
un poco aturdida, entrando con él-.
En cuanto las luces parpadeantes, los adornos, el
pino y los regalos entraron en su campo de visión, se quedó absolutamente
estática. Incapaz de decir nada o dar un paso en alguna dirección.
Su mente no podía coordinar dos pensamientos seguidos,
pero sí un nombre: Zac. Solo él podía haber hecho aquello. ¿Cuándo? No tenía ni
idea, pero iba a enterarse muy pronto, en cuanto lo tuviera cara a cara.
Joe: ¿Te encuentras bien? -El tono de preocupación
de su padre logró atravesar su aturdimiento, haciendo que se armara de valor para
enfrentar al hombre. Terminó por asentir, con intención de tranquilizarlo.
Ness: Sí, papá. Lo estoy.
Joe: Pareces sorprendida. ¿Habías olvidado la
decoración?
Ness: Es que no sé dónde tengo la cabeza...
Sonrió, no quería que el hombre se preocupara.
Además, parecía haber cierta chispa de tranquilidad en su porte, que hacía
tiempo no veía. Ignoraba que su padre quisiera que dejara atrás ese odio acérrimo
por la fiesta. Parecía contento y cómodo rodeado de aquel ambiente festivo.
Joe: Tu madre nos dejó, pero la Navidad no es mala.
Me preocupaba mucho que nunca te reconciliaras con ella. Recuerdo cuando eras
pequeña, te encantaba. Solía disfrazarme y no te apartabas de mí. Otros niños
podrían haber tenido miedo del hombre de rojo con barriga de algodón, pero tú
no. Eras muy valiente y decidida. -La contempló, haciéndola sentir un poco
incómoda y arrepentida. Por su culpa su padre había sufrido más de lo que se
merecía. Quizá si no lo hubiera tomado tan a pecho, si se hubiera esforzado un
poco más, las cosas habrían resultado ser diferentes-. Me alegra verte tan
animada, incluso con esa cara de sueño.
Ness: Ah, sí. Tienes razón, creo que iré a...
lavarme un poco. A ver si así me despierto.
Salió antes de que su máscara de felicidad se
resquebrajara y se ocultó en el baño, como si fuera un rincón seguro.
«Zac, Zac, Zac. ¿Qué has hecho?».
Se apoyó en el lavabo y observó su reflejo con una
mueca de disgusto. Tenía los ojos hinchados por el sueño, apenas abiertos, su
pelo era un revoltijo y su ropa estaba más que arrugada. Tenía un aspecto
cansado y de mil demonios. Dispuesta a ganar un concurso a la persona más
hastiada de vivir y de las fiestas.
Sin embargo, aquel salón decorado hablaba de otra
cosa. Un hecho que había llenado de felicidad a un hombre que había perdido esa
magia hacía mucho. O al menos eso pensaba él. O ella. O los dos.
Abrió el grifo y dejó correr el agua un momento,
esperando a que se templara. No podía sacar de su mente las imágenes de la
pasada noche, a pesar de que estaban hoy un poco borrosas. ¿Lo había soñado o
había pasado de verdad? Estaba confusa al respecto.
Fuera como fuera, Zac no era Santa Claus, porque
este era un mito, un cuento para niños. Desde luego, no una realidad. Así que
no podía dar crédito a la posibilidad de que el tipo se hubiera colado en su
casa para colocar aquel pino, las luces y...
Los golpes en la puerta interrumpieron sus
pensamientos. Se apresuró a lavarse la cara y se peinó.
Ness: ¿Pasa algo, papá? -alzó la voz-.
Joe: Alguien ha dejado un regalo en tu mesa con tu
nombre y no he sido yo. ¿Algo que decir?
Ness: Seguramente hayan sido Ashley y Miley, papá.
Abrió la puerta y lo miró, Joe sonrió.
Joe: Entiendo. Bueno, entonces comamos y después
podrás abrir tu regalo.
Vanessa asintió no muy convencida, pero sí lo
suficiente como para seguirlo hasta el comedor. La mesa ya estaba puesta y un
delicioso olor inundaba la estancia.
Ness: Gracias por ocuparte.
Joe: Sabía que estarías demasiado agotada como para
madrugar y me quedaba de camino. Además, soy tu padre, me gusta invitar a mi
hija a comer de vez en cuando. -Tomó asiento y la observó-. Deberías dejar el
turno de noche para otro. No te sienta bien.
Ness: ¿A quién le sienta bien pasar en vela toda la
noche?
El hombre rio suavemente.
Joe: En eso tienes razón, hija.
Se quedó callado un momento, mientras daba vueltas
a la sopa. Sabía que algo le preocupaba, pero no sabía cómo decírselo. Solo
esperaba que no fuera una mala noticia, ya habían tenido demasiadas para lo que
le restaba de vida.
Ness: ¿Sucede algo? -preguntó, empezando a ponerse
muy nerviosa-.
Joe: Podría decirse así -empezó, soltando el
cubierto y limpiándose sutilmente con la servilleta-. Hay algo que tengo que
contarte y no sé cómo vas a tomártelo.
Ness: ¿Estás bien? ¿Enfermo? Dime que no te pasa
nada malo, por favor, papá, no creo que...
Joe: Vanessa -advirtió cortando su perorata-, respira.
No es nada malo.
Lo miró, si él lo decía, confiaría en él. Esperó.
Ness: Está bien, habla. No me tengas así, con esta
intriga.
Joe: Ya eres mayor. Tienes trabajo, este piso,
incluso has vuelto a decorar... -la contempló lleno de esperanza-. Sé que te ha
costado mucho superar lo que nos hizo tu madre, pero creo que es momento de que
sigas adelante, de que ambos sigamos adelante.
Ness: ¿Qué intentas decir, papá?
No lo pensó, tan solo lo dijo.
Joe: Estoy viendo a alguien, hija. No fue planeado,
solo pasó. Tu madre... no fue una mala mujer, sé que te quería. No entiendo el
motivo que la llevó a abandonarnos, pero en ningún caso fue tu culpa.
Ness: Papá no la justifiques, se fue y ya está
hecho.
Joe: No lo hago, justificarla, pero no quiero que
la odies. Es tu madre, siempre será tu madre y no quiero que vivas oculta del
mundo, de las cosas buenas, solo por lo que ella nos hizo. Quedan almas
cándidas en la tierra, Vanessa. Por un error...
Ness: La mujer que me trajo al mundo no se fue por
error, se fue porque no podía soportar la idea de estar con nosotros. Era una
arpía, papá, entonces no lo entendí, pero ahora sí. Una arpía egoísta y ni tú
ni yo nos merecíamos lo que hizo. No le guardo rencor, pero no la quiero en mi
vida.
Joe: Y sin embargo, durante todos estos años, ha
tenido más peso en nuestras vidas del que tuvo cuando vivía con nosotros. No
quiero que sigamos llorando por alguien que no merece nuestras lágrimas. No era
mala mujer, tomó malas decisiones, pero nosotros debemos dejar de vivir con
este dolor, seguir adelante. Yo lo estoy haciendo, quiero que tú lo hagas.
Su padre se había enamorado. Al menos, parecía
tener un romance con alguien, le pedía que ella diera un paso adelante y
luchara por alcanzar la felicidad también. Sin embargo, lo había intentado. Con
ahínco, incluso estuvo esperando en la iglesia, para encontrarse a otro tipo
frente al altar, uno diferente al hombre al que había jurado amar.
Pero que, si era sincera, jamás había amado.
Ness: Estás enamorado -pronunció dejando a un lado
todos sus pensamientos- y me alegro.
Joe Hudgens dejó salir el aire que había estado
conteniendo sin darse cuenta, Vanessa comprendía que estuviera nervioso, pero
nunca podría enfadarse con él por el hecho de que fuera feliz. Ella deseaba que
lo fuera.
Ness: Papá, te quiero. Tú has sido todo para mí. Padre,
madre y mejor amigo. ¿Acaso crees que puedo desear algo menos que total
felicidad para ti? -Se levantó para abrazarlo con fuerza y él la hizo sentar en
su regazo, como cuando era pequeña-. Háblame de ella.
Joe: Se llama Alyssa, hija, y es una mujer ardiente.
Ness: ¡Papá! -lo regañó entre risas-.
Joe: No me refiero a eso. -Rio-. Está tan viva.
Tiene muchísima energía, siempre dispuesta a embarcarse en cualquier aventura,
a descubrir cosas nuevas. Está sacudiendo el mundo de tu viejo padre.
Sacudiéndome toda la carcoma que se me estaba metiendo en los huesos.
Ness: Exagerado -se burló, sin dejar de mirarlo con
ese brillo de ilusión en los ojos-.
Podía sentir su felicidad y el reflejo de ella en
su interior. En parte, saber que Joe, el hombre que lo había sacrificado todo
por ella, por fin había encontrado a alguien que ponía aquella sonrisa en su
rostro y aquella vida en sus ojos, la hacía sentir como que había logrado algo
grande en el mundo. Su felicidad era tan importante para ella como la suya
propia, si no lo era más.
Joe: Me da vida, quiero que la conozcas. Cuando te
sientas cómoda para hacerlo. Tiene hijos mayores y nietos, creo que te gustará.
Espero que te guste -susurró algo sonrojado-.
Ness: Me encantará, si te gusta a ti y te hace
feliz, es todo lo que necesito saber.
Joe: ¿No tendrás problemas en compartir a este
viejo solitario?
Ness: No eres un viejo y ya no estás solo. Quiero
que tengas todo lo que mereces, papá. Así que me encantará conocerla -lo besó
en la mejilla y sonrió-. Además, estamos olvidando lo malo, dejándolo atrás. Tú
has encontrado una compañera, yo he encontrado... -hizo un gesto abarcando toda
la sala-, la Navidad.
Joe: Has superado tu alergia a los adornos y los
regalos, por fin. Pensé que nunca te sobrepondrías a lo que pasó.
Ness: Soy una chica fuerte, siempre lo he sido.
Joe: No me refiero a tu fuerza, hija, me refiero a
la esperanza. A luchar por los sueños, a no conformarse. Te habías convencido
de que no merecías amor, ni Navidad, ni fantasías. Esto que tienes aquí es un
enorme sueño y quiero que lo vivas, que lo sientas. No puedes dejarlo pasar, la
Navidad era tu época favorita, debes reconciliarte con ella, como yo hice
conmigo mismo.
Ness: ¿Por qué debías reconciliarte, papá? No hay
nadie mejor que tú en este mundo.
Joe: Porque cometí un error, escogiendo a la mujer
equivocada. No me arrepiento porque te tuve, pero Dios sabe que he sufrido y
llorado durante años lo que pasó. No pierdas el tiempo como yo hice, Vanessa.
Aprovecha cada segundo, no le des el poder para que siga haciéndonos daño.
Sus sabias palabras llegaron a su corazón, pues
eran muy ciertas. Sin embargo, no resultaba fácil dejar atrás la rutina de
odiar. Odiar a la mujer que la abandonó, odiarse a sí misma. Porque tampoco
había tomado buenas decisiones. De haberlo hecho, quizá no la habrían dejado plantada
en el altar y quizá, solo quizá, habría dado una segunda oportunidad a la magia
que siempre había estado tan cerca de ella, pero a la vez tan lejos.
Ness: No, papá. Tú no sabías lo que iba a pasar. No
fue tu culpa. No fue nuestra culpa.
Joe: ¿Te escuchas, hija? Ponlo en práctica. Vive.
Vive cada segundo como si fuera el último, porque no sabemos cuando llegará el
final.
Ness: Estoy trabajando en ello.
Pero sus palabras salieron en un susurro. Todavía
no estaba convencida de todo aquello. ¿Qué quería? ¿Qué soñaba? ¿Qué anhelaba?
Subsistir. Hubo un tiempo en el que no, pero ahora había perdido las ganas de
luchar por las cosas, de encontrar un camino diferente y especial.
Prefería estar cómoda en su círculo seguro y olvidar
los peligros que se encontraban un par de metros más allá.
Joe: Te voy a tomar la palabra, Ness, te voy a
tener muy vigilada.
Vanessa rio ante el tono de su padre, asintiendo.
Ness: Me parece bien.
Joe: ¿Por qué no abres ese regalo y acabamos con la
intriga?
Ness: ¿Estás intrigado?
Joe Tu padre es un viejo cotilla, hija. Venga,
enséñame qué te regalaron esas locas amigas tuyas, que nos han invitado a tomar
el postre en el Rudolph's.
Ness: ¿Qué?
Joe: Te dije que quería que...
Ness: ¿Hoy? ¿La conoceré hoy?
Joe: Vive cada minuto, cada segundo, hija, intento
seguir a rajatabla el consejo.
Ness: Ay Dios...
Joe: No te pongas nerviosa, venga, abre tu regalo.
Deja que vea qué es.
Vanessa se movió en parte sonámbula. ¿Iba a conocer
a la novia de su padre antes de poder hacerse a la idea de ese enorme cambio?
Quería su felicidad, pero iba a tener que concentrarse en ser atenta y caerle
bien a la mujer. Después de pasar una noche sin dormir, no estaba segura de
estar a la altura.
Necesitaba que su padre se sintiera orgulloso de
ella y libre para hacer su vida, pero ¿y si metía la pata?
«No puedes meter la pata en esto. Es importante
para papá. Vas a hacerlo bien; hablarás con ella y pensará que eres la chica
más agradable del mundo. Hasta tratará de emparejarte con uno de sus hijos,
lástima que estén casados y tengan niños. Sí, mantén ese pensamiento en mente,
es lo mejor».
Tomó el paquete en las manos y desató el lazo sin
darse cuenta, levantó la tapa y rebuscó dentro. Tocó el cristal antes de darse
cuenta y sacó una turbia bola de nieve del interior.
Toda su atención quedó ahora presa de esa borrosa
imagen. La miró ceñuda, sin comprender, hasta que sin más el agua dejó paso a
una escena. Una escena que pareció moverse y vivir ante sus ojos.
Las risas de
los niños se escucharon acercándose, mientras el fuerte cuerpo del hombre se
pegaba a su espalda, rodeándole la cintura con los brazos. La besó en el
cuello, instándola a que se recostara en su pecho, mientras sus manos acariciaban
su abultado vientre.
Vanessa
sonrió. Se sentía feliz, estaba en casa, por fin. La alegría era inmensa y su
corazón rebosaba de ella.
Una vocecita
infantil atravesó el viento mientras su poseedora llegaba corriendo; un
instante antes de que Zac parara con el brazo una bola de nieve, que iba a
impactar directamente en su pecho.
**: Mamá,
Joe se está portando mal. Tienes que castigarlo sin jugar. ¡No se pueden tirar
bolas por la espalda!
*: No
discutas con tu hermano. ¡Joe! -llamó al niño-. Como te portes mal, no habrá
chocolate para ti esta noche.
El niño de
tres años, pelo tan rubio como su padre y unos ojos claros que la observaban
traviesos desde detrás de sus gafas, apareció de la mano de su abuelo.
Joe: No fui
yo -sonrió pillo. Nunca había imaginado que pudiera ser tan salvajemente
inquieto-. Fue Rudolph, mamá.
**: ¡Eso es
mentira! -dijo la niña-. Mamá, no dejes que te engañe.
Zac: Niños...
-empezó mientras daba un paso al lado para tomar en brazos a la pequeña-. Tú
quédate conmigo, que no dejaré que te vuelvan a tirar bolas de nieve, ni Rudolph
ni Joe.
**: ¿Me
cuidas tú, papá?
Zac: ¿Lo
dudas?
La niña
ocultó la carita en el cuello de su padre, negando.
**: Nunca.
El hombre
sonrió y guiñó un ojo a su mujer, pasando el otro brazo por su cintura y
atrayéndola a él. La besó en los labios y murmuró.
Zac: Siempre
protegeré a mis chicas.
Y Vanessa supo,
en ese momento, que esas palabras eran de verdad.
Trastabilló un instante, se quedó pálida y palpó el
sillón en busca de un asiento estable, la bola rodó de sus manos por la
alfombra, pero no se rompió. Llegó hasta los pies de Joe, que la levantó la dejó
sobre la mesa y se acercó rápido a su hija.
Joe: ¿Estás bien? Pareces a punto de desmayarte.
Ness: Ha sido un mareo, creo que por la falta de
sueño.
El hombre sonrió.
Joe: Sigues necesitando diez horas de descanso,
como cuando eras pequeña.
Vanessa se forzó a sonreír.
Ness: Eso parece, papá.
Pero sus ojos seguían fijos en aquella bola de
nieve. El agua no estaba turbia, pequeños copos caían sobre una figura feliz en
el interior, una familia. Una pareja abrazada se besaba mientras el hombre
sostenía una niña pequeña entre sus brazos y, muy cerca de ellos, un hombre
mayor y un niño que se aferraba aquella mano, con una bola de nieve a punto
para ser lanzada. Incluso los pinos, las casas y un Rudolph presentándose medio
escondido en una esquina, con su roja nariz. Todos ellos le devolvían una
imagen llena de esperanza que, incluso en contra de su voluntad, se le alojó en
el corazón.
Joe: Es una bola de Navidad preciosa.
Vanessa estaba de acuerdo, lo era, pero también un
imposible. ¿Zac? ¿Ella? ¿Tres hijos? Imposible, eso no pasaría nunca. No estaba
destinada a ser madre, carecía del modelo adecuado.
Ness: Demasiado bonita para mí -comentó en un
susurro-.
Joe: No hay nada tan bonito como tú, hija. -La besó
en la mejilla-. Te haré un café, te devolverá el color.
Lo observó marcharse, decidido, la mágica bola
reposando sobre la mesa. La nieve se había detenido y la figura no se movía,
sin embargo, su corazón seguía acelerado, las manos le temblaban y se sentía repentinamente
débil.
Un sueño como ese, un deseo tan grande... un imposible.
Si tan solo existiera la posibilidad de que eso
fuera real...
«No puedes desearlo, Vanessa».
Su subconsciente la regañó, porque lo cierto era
que lo anhelaba. Incluso a Zac, de alguna extraña manera, aunque fuera un loco,
había algo en su interior que lo marcaba como su elegido, como el único que
podría sacarla de esa pena y ese dolor que la habían acompañado durante tanto
tiempo.
Pero una bola de Navidad, comprada en algún supermercado
por un par de locas amigas, no podía conocer el gran secreto.
Su imaginación era demasiado activa y su pasión por
los cuentos infantiles también.
Tenía que seguir adelante, una vida adulta y
centrada, sin locas ideas.
Tomó un par de bocanadas profundas y asintió,
resuelta. Iba a conocer a la novia de su padre, iba a vestirse y a seguir con
sus tareas del día y, si por algún casual veía a Zac, iba a hacer como que no
había tenido el loco deseo de lanzarse a sus brazos, besarlo y hacer realidad
una estúpida visión que ni había existido, ni existiría.
Quizá en su mente, pero jamás en su realidad.
Vanessa Hudgens era un alma solitaria y así lo
seguiría siendo.
Hasta el último día de su vida.
0 comentarios:
Publicar un comentario