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viernes, 1 de enero de 2021

Epílogo


Brillaba en la oscuridad delante de él, una luz dorada que atravesaba la nieve. Zac ca­minó hacia su casa. Ese año no había habido tormenta, pero hacía más frío que el anterior. Mucho más. Las estrellas brillaban en el cielo.

Habían pensado ir a la cabaña, pero, al final, ha­bían decidido quedarse en casa para celebrar la Na­vidad.

Su madre se iba haciendo un poco mayor; aunque ella nunca iba a admitirlo.

Además, no sabía cómo iba a llevar el poni hasta allí sin que Jamie se diera cuenta.

Ness y él habían leído la carta juntos.

Jamie y ella se habían mudado de Arizona a prin­cipios de año y, por insistencia de ella, se habían buscado su propia casa. Zac la había cortejado con todo el fervor de un adolescente. Le había llevado flores, la había invitado a cenar y se había enamo­rado perdidamente de ella.

Había pensado que al casarse se tranquilizaría un poco, pero, a decir verdad, estaba aún más enamorado. Estar cerca de ella lo hacía sentirse embriagado, mareado por el néctar de la vida.
 
Zac: «Querido Santa Claus» -comenzó a leer al lado de ella-. «¿Qué tal está usted? ¿Qué tal todo por el Polo Norte? ¿Están bien los renos y los elfos? Este año, he sido muy bueno. Me gustaría que me trajera un poni, o un cachorro. Los McCaffrey tienen unos cachorritos negros de labrador, por si no sabe dónde encontrarlo».
 
Ella se apretó contra él.
 
Zac: ¿Estás llorando?
 
Ness: Quiere cosas normales, Zac -suspiró ali­viada-. Pues claro que estoy llorando.
 
La verdad era que últimamente lloraba por todo. Lloró cuando vio a la madre de Zac haciendo patu­cos, lloró cuando fueron a comprar la cuna. Lloró la noche que Zac le dijo que si era un niño lo llama­rían Ben.
 
Ness: Soy muy feliz -le dijo cuando él se preocupó por las lágrimas-. Soy muy, muy feliz.
 
Él pensaba que aquella era una manera muy pe­culiar de demostrarlo, pero estaba empezando a descubrir que las mujeres eran más profundas y más misteriosas de lo que se había imaginado.
 
Zac: «Posdata» -siguió leyendo-. «Gracias por traerme un papá el año pasado. Mi papá es el mejor del mundo. Es justo lo que mi tía y yo necesitábamos».
 
Ahora fue él el que sintió un nudo en la garganta.

Cada día había aprendido algo nuevo desde que formaba parte de ese triángulo de amor. Pero lo más importante que había aprendido era que un héroe no era el que se lanzara a edificios ardiendo; en esas si­tuaciones, él no tenía elección.

Ser un héroe significaba tener el valor para decir que sí a la increíble aventura del amor. Ser un héroe significaba levantarse temprano para atarle a Jamie los patines e irse con él a jugar al hockey. Significaba ponerle a Ness en el cuello un trapo húmedo porque no le habían sentado muy bien las ostras que había tenido que ir a buscar a más de cincuenta kiló­metros.

El poni negro, con su lazo rojo al cuello, relinchó detrás de él mientras caminaban por la nieve hacia su casa.
 
Zac: Ya, ya. Lo sé. Ser un verdadero hé­roe significa ser mayor y creer en Santa Claus.
 
Bueno, si no era en Santa Claus exactamente, sí en el espíritu de la Navidad.

Un espíritu de generosidad, un espíritu que hacía a un hombre más grande de lo que él pensaba que podía ser. Era el único espíritu que podía cambiar el mundo, el espíritu del amor.

Un espíritu que comenzaba con un niño en un es­tablo en una fría noche estrellada no muy diferente de aquella.


FIN


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa!! Igual a todas las novelas gracias por seguir.. cada historia es una forma de escaparse de todo lo q nos rodea alimenta el alma...

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