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domingo, 10 de enero de 2021

Capítulo 7


Zac llegó a casa cuando los rayos del sol anunciaban el despertar del nuevo día. Había tenido que ampliar su recorrido, visitar algunos otros lugares después de dejar a Vanessa. Los diferentes horarios en las diferentes partes del mundo lo mantenían despierto durante más de 24 horas, pero merecía la pena.

Cuando entró en el hangar, el equipo de limpieza ya estaba esperándolo. Seis elfos con buen ánimo y llenos de eficiencia, le dieron la bienvenida y procedieron a hacerse cargo de sus tareas. Alvina y sus otros dos acompañantes se despidieron con cortesía y abandonaron la enorme sala, mientras él se internaba más allá, para comprobar la máquina central y reunirse con Jack.
 
Zac: ¿Qué tal se dio la noche? ¿Hemos cumplido con las previsiones? -preguntó a su mano derecha-.
 
Jack: Un éxito del 100% -aseguró complacido-.
 
Parecía más vivo que unas horas antes, como si el cansancio no hiciera mella en él. Era un buen compañero, un amigo.
 
Zac: ¿Hablaste con tu hermano?
 
A pesar de ser un tema tabú para Jack, que de alguna manera había ignorado a Thomas durante mucho tiempo, necesitaba saber que se había reconciliado con la idea de que su hermano hubiera continuado su camino.
 
Jack: No. No hablé con él -contestó, otro no lo habría notado, pero Zac descubrió la chispa de pena que mostraban sus ojos-. No volverá.
 
Zac: Será feliz con su pareja, Jack, no tienes que preocuparte por él.
 
Jack: No lo hago, señor -dijo esforzándose por mostrar su convicción-.
 
Zac decidió no comentar nada, si él quería creer aquello, no planeaba llevarle la contraria.
 
Zac: Está bien, Jack. ¿Por qué no vas a descansar? Voy a cerrar la noche y ya has hecho suficiente por hoy. Te lo mereces.
 
Jack: Pero señor...
 
Zac. Sin peros, ve y descansa.
 
Vio sus dudas durante un instante, pero poco después asintió y desapareció a toda prisa. La sala estaba muy silenciosa, sus compañeros y amigos habían trabajado muy duro y hoy era día de fiesta. Primero a descansar, después un pequeño período vacacional (un día, a lo sumo dos) y de vuelta a la rutina. La Navidad acababa de terminar, pero la siguiente llegaría muy pronto.

Nunca lo defraudaban, todo estaba listo y dispuesto y, al final de la noche, sabía que todos estaban satisfechos por un trabajo bien hecho.
 
*: ¿Has terminado ya, cariño?
 
Su madre. No la había oído llegar, pero cuando quería era tan silenciosa como un ninja. No se sobresaltó, estaba acostumbrado y no era un tipo miedoso. Se tomó su tiempo para girarse y asentir a la mujer.
 
Zac: Otro año más, mamá. Estaba cerrando los archivos con el historial.
 
*: ¿Qué tal está Vanessa?
 
¿Había algo que se le escapara a la mujer? No lo creía, a veces se preguntaba si no llevaría algún tipo de micro oculto o una cámara espía.
 
Zac: ¿De qué hablas mamá?
 
*: De la mujer que está llenando tus pensamientos desde el instante en que vuestros caminos se cruzaron. Vanessa Hudgens. ¿Acaso crees que puedes ocultarle las cosas a tu madre?
 
Zac: Tampoco lo pretendía.
 
*: ¿Y bien?
 
Zac: Es cabezota. Para ella no soy Santa Claus, sino un loco que... -rio, no pudo evitarlo-, que ha pasado gran parte de su tiempo libre en un taller construyendo una especie de trineo espacial volador y que es un ilusionista de lujo.
 
La señora K sonrió, casi podía decir lo que estaba pensando, que era la chica perfecta para él, pero no iba a ir ahí todavía. Vanessa era un reto, uno precioso, sexy y que se moría de ganas de conseguir, pero nada más. No había un felices para siempre para ellos, eso era complicado. Muy complicado. No algo que pudiera decidirse en unas cuantas horas o en un par de noches.
 
Zac: Mamá... -advirtió ante la mirada de la mujer-.
 
*: No he dicho nada, hijo. Ni una palabra.
 
Zac: Pero te conozco.
 
*: Ella es buena para ti, muy buena, y tienes mi bendición.
 
Zac: ¿Que tengo tu...? ¡Mamá! No voy a casarme con ella -advirtió-.
 
*: Esta noche no, desde luego.
 
Zac podía leerla tan fácilmente que empezó a sentirse muy incómodo y un poco preocupado.
 
Zac: ¿Qué has hecho esta vez?
 
*: ¿Yo? Yo no he hecho nada, hijo. ¿Qué iba a hacer? Esta noche no he salido de mi dormitorio, preparando algunas cosas para mañana. Tengo horas de cuento en el hospital y en El rincón de Nick.
 
Podía disimular cuanto quisiera, la conocía, había hecho algo. El problema iba a ser averiguar concretamente qué, solo esperaba que no tuviera que ver con bolas navideñas y predicciones, siempre que su madre intervenía, se formaba una pareja, una familia o un lío de tamaño desproporcionado. No era infalible y, en ocasiones, había tenido que ir detrás para arreglar algún desaguisado de marca mayor.
 
Zac: Espero que eso sea cierto, porque ahora mismo no puedo concentrarme en arreglar...
 
*: No hay nada que arreglar -sonrió la mujer un instante antes de bostezar sonoramente-. Creo que iré a dormir por esta noche, ha sido un día muy largo.
 
Zac sabía que se traía algo entre manos, odiaba no saber qué.
 
Zac: Claro, mamá.
 
La abrazó, agradeciendo en silencio el contacto que siempre lo tranquilizaba. No había nadie en el mundo que lo conociera y lo quisiera tanto como ella y, probablemente, jamás lo habría. Seguía allí, cuidando de él y velando para que todo lo que deseaba se hiciera realidad. Su madre era su gran tesoro, no sabía qué haría si la perdiera, como ya había perdido a su padre.

Lo añoraba mucho. Su risa alegre y sus consejos.
 
*: No pienses tanto, Zac. A veces la cabeza nos confunde y lo único que tenemos que hacer es escuchar a nuestro corazón. Nos da sabios consejos.
 
Zac: A veces el corazón nos vuelve locos sin sentido, mamá. Nos hace cometer grandes errores. Una locura tras otra.
 
*: Bendita locura, hijo. A mí me dio la vida, ¿por qué no dejarse llevar por ella, aunque solo sea por una vez?
 
Zac: Porque Vanessa no es como tú, mamá -dijo, sabiendo a qué se refería exactamente-.
 
Por algún motivo su madre tenía un interés personal en aquello.

La señora K tan solo se encogió de hombros.
 
*: No he mencionado su nombre.
 
Zac: Pero lo has pensado.
 
*: No es tan diferente a mí. Yo estaba rebotada con la Navidad cuando conocí a tu padre, había perdido mucho y él logró mostrarme un camino lleno de esperanza.
 
Zac: Tú estabas predispuesta y loca de amor por papá.
 
*: Te pareces mucho a él.
 
La mano de su madre llegó a su rostro mientras lo acariciaba con todo su amor, haciéndole cerrar los ojos y deleitarse en aquella caricia.
 
Zac: Ojalá estuviera aquí, para aconsejarme esta vez.
 
*: Te diría lo que yo te he dicho, que escuches a tu corazón y dejes de buscar lo que ya tienes.
 
Zac: Papá no diría eso -rio divertido. El hombre había sido hosco en lo que se refería a sus hijos y sus posibles conquistas-. Habría soltado algo como... -carraspeó, poniendo una voz más gruesa-: Mantén tus pantalones puestos y la cabeza fría, muchacho. La Navidad no va a esperar por ti, te llames como te llames. Ponte en marcha y reparte esos regalos. Ho. Ho. Ho.
 
Su madre rio ante su imitación y lo rodeó con sus brazos antes de permitirle notar las lágrimas que se agolpaban en sus ojos producto de la emoción. Sin embargo, la conocía, sabía que lo echaba terriblemente de menos. Tanto como él mismo lo hacía.

Al menos se tenían el uno al otro.
 
Zac: Siento que nos dejara tan pronto, mamá.
 
*: Tu padre te formó, te guio y ya no lo necesitabas. Me dejó cuidando de ti, durante un tiempo.
 
Zac: Te quedarás conmigo para siempre -la levantó en sus brazos y la miró a los ojos-. No dejo que te vayas, mamá. No lo harás.
 
*: Incluso yo algún día tendré que seguir mi camino, eso nadie puede cambiarlo, hijo. Ni la magia ni la ciencia, ni siquiera un tozudo Santa Claus. Y estará bien, porque regresaré a tu padre, a sus brazos, que es el lugar al que pertenezco.
 
Zac: No hables así.
 
Sintió el temor anidar profundo en su alma. Perder a su padre había sido duro, perder a su madre sería devastador. No podría seguir sin ella, era su mundo.

Se quedaría solo.
 
*: Puedo escuchar los engranajes de tu cerebro girar, Zac. Permanece tranquilo, hoy estoy aquí, cuidando de ti. Esta noche ni tú te casas ni yo me marcho, así que celebremos la ilusión una Navidad más.
 
Zac: La próxima lo haremos.
 
*: El contador de magia está lleno, Zac -dijo sonriente, mientras señalaba las gráficas, tratando de desviar su atención. Cuando algo no le interesaba, simplemente se iba a otro lugar, a otro motivo de preocupación-. El próximo año será muy bueno.
 
Zac: ¿Cambias de tema a propósito?
 
*: Solo digo...
 
Zac: ¿Cuántas han sido esta vez, mamá? -preguntó devolviéndola al suelo y caminando hacia los contenedores especiales-.
 
Eran grandes cilindros de cristal donde un líquido ambarino con destellos brillantes giraba en un remolino, creando una fuente de luz inigualable.
 
*: Hasta ahora, ninguna -dijo mirando el contenedor con ojos brillantes-. Está esperando, Zac, por ella.
 
Zac: Hemos quedado en que no habría más.
 
*: Ni tú escogiste tu destino ni yo el mío. Es la Navidad quién dirige, la magia quien nos selecciona. Solo ella podrá determinar cuántos milagros se harán y cuantas visiones mostrará. -Lo miró, sabía que estaba a punto de dar un dato revelador, algo que cambiaría su percepción del mundo, de la vida y de todas las cosas-. He entregado la última, tu madre dejará de darte dolores de cabeza, hijo. Una promesa es una promesa.
 
Zac: No te creo. ¿Vas a retirarte?
 
*: A todos nos llega el momento, ya venías pidiéndomelo desde hace algún tiempo, así voy a darte descanso y paz.
 
Zac: Pero no vas a irte a ninguna parte, que dejes el reparto de esas bolas del infierno no significa que vayas a...
 
*: No es malo que digas la palabra, hijo. La muerte es parte de la vida.
 
Zac: No hables de eso. -Se acercó más, posó sus dedos sobre el cristal-. ¿Cómo sabré cuándo entregar esa magia, mamá? ¿Cuándo aparecerán de nuevo?
 
*: No podemos predecirlo. La magia hará su trabajo, esa nunca ha sido ni tu tarea ni tu destino. La marcará y cuando ella llegue a ocuparse de su misión, descubrirá cómo y cuándo hacerlo, así como a quién entregárselo. No será algo inmediato, Zac. Tardé años antes de ocuparme de esta misión, tu padre...
 
Zac: Mi padre se ponía nervioso cada vez que sucedía. Recuerdo eso. ¿Tenía cuatro o eran cinco aquella primera vez? Tú brillabas, mamá, como si hubieras encontrado algo que habías estado buscando durante tanto tiempo y papá... Estaba muy preocupado. Tenía miedo por ti, de que algo te sucediera.
 
*: Santa Claus fue elegido hace muchísimo tiempo. Tus antepasados han llevado con orgullo el abrigo rojo, tu padre impulsó muchas mejoras y tú has modernizado todo esto. No importa que la magia sea limitada, ni siquiera si llegara a desaparecer, encontrarías la forma de llegar a todos esos niños, hijo. Te conozco. Con la señora K pasa lo mismo. Es un título, una posición, una labor -explicó mirándolo-, algo que no debes detener. No es malo repartir magia, segundas oportunidades, amor. La posibilidad de hacer realidad una imagen futura, no es una obligación, es un regalo. Como los que tú haces, solo que nosotras, todas la señoras K desde el inicio de los tiempos, entregamos algo raro y precioso, una pequeña chispa de esa magia que vosotros, Santa Claus de todos los tiempos, recolectáis de los más pequeños. Esa chispa, esa pequeña magia, nos da un sinfín de posibilidades.
 
Zac: Y problemas...
 
*: El amor no es algo que pueda someterse o ser obligado, hijo, tiene que florecer entre dos personas. Nosotras damos la oportunidad de conocer un breve instante de un futuro posible, pero son ellos, los hombres y las mujeres a los que la magia guía, los que tienen que abrir las manos y aceptar el pequeño milagro de una vida compartida. Incluso tú, Zac, tendrás que aceptar o desechar ese regalo.
 
Zac: No necesito una segunda oportunidad, mamá.
 
*: ¿Eso crees? -preguntó con una leve dosis de misterio, para terminar bostezando una vez más-. Me iré a acostar.
 
Zac: Mamá -llamó tratando de detenerla. ¿Cómo que necesitaba un empujón mágico? Eso no era posible, no estaba en esa posición. No lo estaría-. ¿A qué te refieres con...?
 
Pero un gesto de su mano fue lo único que recibió, un adiós temporal, mientras subía las escaleras y se perdía en su habitación.

¿Enamorarse? ¿Abrir el corazón y entregarse a otra persona? ¿A alguna mujer que estaba esperando que una chispa mágica iluminara su camino?

¿Y si Vanessa y él...? No, su madre no había dado nada a Vanessa, era imposible. Para ser reconocido por la magia, había que creer, al menos en el fondo del corazón y esa mujer era un caso perdido. No había manera de demostrarle que era real, que todo lo que era y significaba existía.

Incluso los elfos, el trineo, los renos voladores y el Polo Norte.

Incluso él, el mágico y siempre sexy (sin barrigas obscenas) Zac, Santa Claus.

El símbolo más grande de la Navidad.

Aquel que cumplía los deseos de los niños y que deseaba cumplir los de una mujer que había abandonado su camino.

Vanessa era la elegida para él, poco le importaba la magia, las bolas del futuro o las predicciones de su amada madre.

Ni la señora K ni sus predecesores podían indicar a quién elegía su corazón.

Ni siquiera él.

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