Vanessa estaba en shock y a punto de empezar a
hiperventilar. No es que no le gustara volar, es que le tenía auténtico pavor.
Ness: ¿Por qué me haces esto? -preguntó apenas sin
voz, con el estómago revuelto, sintiendo ganas de vomitar-. La Navidad no trae
nada bueno. Nada.
Zac: Eso no es verdad. ¿Quieres un chocolate
caliente?
Ness: Quiero que me lleves de vuelta, Zac. Como
broma ya está bien, te doy la razón en todo.
Fue demasiado educada, lo que tenía en mente
responder era algo como «voy a meterte el jodido chocolate por donde yo te
diga, pirado», pero se las ingenió para poner una mirada de resignación y casi
de súplica. Con un poco de suerte la dejaría tranquila, que a él le gustara
desafiar la fuerza de la gravedad, no significaba que ella fuera a subirse a
ese tren. De ninguna manera, malditos hombres. La tenían harta. El único bueno
era su padre.
El hombre negó, sin dignarse a mirarla siquiera.
«Cabrón».
Zac: Te dije que te enseñaría la Navidad a través
de mis ojos y eso es lo que pienso hacer. Vamos en tiempo -añadió mientras
reactivaba su radio-. Alfa en ruta -dijo esperando respuesta, en cuanto Jack
contestó «recibido», se giró hacia Vanessa-. Sé que te asusta un poco, pero ese
temor no está arraigado en ti, solo es superficial. Para cuando termine esta
noche, descubrirás que te gusta mi trineo.
«¿Superficial? Y una mierda».
Ness: ¿Te has creído todos los cuentos y las
leyendas, verdad? Estás loco y me has arrastrado contigo en esta misión
suicida.
Miraba el suelo, tan lejos, las diminutas luces de
la ciudad parecían meros puntitos parpadeantes, y cerró los ojos tratando de
concentrarse en que aquello era un tonto sueño y que se había quedado dormida
durante su jornada laboral.
Era eso o saltar y acabar con su miseria de una
jodida vez.
Zac: No es un sueño -dijo provocándole una gran
irritación-.
Ness: Cállate, joder -escupió furiosa-.
¿Por qué no podía dejarla en paz con su ensoñación?
No quería estar en el trineo de Santa Claus. Que Zac fuera un loco de la
Navidad era comprensible, que hubiera dedicado lo que podrían ser años en un
garaje, para construir semejante nave y haber convencido a unos cuantos locos
para que lo siguieran con sacos rojos y vestidos de aquella guisa...
Ness: Estoy en un puto psiquiátrico -murmuró
queriendo golpearse por ser tan tonta-.
Los entes masculinos de su existencia habían sido
especímenes raros. Todos ellos, Zac todavía no era nada para ella, no además de
su secuestrador.
Y pensar que había creído que era mono... ¡Un
cuerno que era mono! A los únicos monos que lo podía comparar era a los del
zoo.
Ness: ¿Por qué no haces aterrizar esta cosa y me
dejas en el suelo? Ni siquiera necesitas llevarme al refugio, cogeré un taxi -se
apresuró a asentir a toda prisa-. En serio, Zac, me parece muy... muy bonito -«dale
la razón, Ness. Antes de que te ataque o algo peor»-, pero ya he visto la
Navidad a través de tus ojos y...
Su acompañante parecía lleno de una indignante
diversión. La hilaridad se reflejaba en sus ojos, en su gesto y en la risa
contenida que sacudía apenas perceptiblemente su pecho.
Ness: ¿De qué coño te ríes? -explotó furiosa-.
A la mierda el tacto.
Zac: De ti -confesó, haciendo que su cabreo se
incrementara a la máxima potencia-.
Ness: ¿De mí? De todos los cabrones que me he cruzado
en mi vida, tú eres el peor.
El hombre negó.
Zac: Estás ahí sentada, pensando solo Dios sabe
qué, quizá planteándote la posibilidad de saltar al vacío solo para negarte a ver
la magia de esta noche. Eso, querida Vanessa, es una auténtica bobada y una
verdadera locura. -Hizo un gesto a sus acompañantes del asiento trasero que
parecieron comprender, sin necesidad de palabras, lo que tenían que hacer.
Cargaron sendos sacos y saltaron sin pensarlo; Zac la miró, soltando los mandos
de la nave-. Soy un Santa Claus generoso, voy a dejarte saltar, Ness.
Ness: No quería decir... ni insinuar -los nervios
la atenazaron-.
¿De verdad iba a hacerle eso? ¿Era algún tipo de
maniaco? No se lo había parecido, pero...
Tocó un par de botones y la atrapó entre sus
brazos.
Zac: Yo que tú, me aferraría bien fuerte. El trineo
no va a sacudirse, está en hibernación, pero tenemos un duro trabajo hoy.
Y sin añadir más, saltó por el borde, provocándole
un auténtico ataque al corazón. El grito que abandonó sus pulmones cortó la
fría noche; después se quedó sin voz.
Zac sabía que quizá se había apresurado. Podía ser
que Vanessa necesitara más tiempo, pero tampoco quería que pensara que se había
vuelto rematadamente loco de pronto. No iba a convencerse solo con palabras,
iba a necesitar una gran cantidad de hechos. Lo había sabido, aunque también
había esperado no tener que sacar la artillería pesada.
Aterrizaron suavemente en el tejado y abrió el
pequeño portal que los llevaría al interior. La mujer estaba aturdida y se
aferraba con tanta fuerza a él que debía de tener los nudillos blancos. En sus
ojos se reflejaba claramente el miedo.
Zac: Vanessa -susurró para no alertar a los dueños
de la casa-, mientras estés conmigo, no te va a pasar nada. ¿Me has entendido?
La mujer solo lo miraba, como si se le hubiera
olvidado cómo formar las palabras para comunicarse con él.
Zac acarició su mejilla.
Zac: No me has dado opciones, te estabas poniendo difícil,
cariño -dijo con ternura, dejándola en el suelo. Sin embargo, sus uñas
siguieron clavadas en el rojo terciopelo de la chaqueta de su traje-. Vas a
tener que soltarme, Jack se mosquea si vamos con retraso y todavía tengo que
dejar los regalos para Jacquie y su hermano Jimmy. ¿Crees que podrás permanecer
aquí quieta un momento y en silencio?
Ella asintió, como una autómata. Zac suspiró.
«Genial», pensó. «Si no empieza a reaccionar,
tendré que acabar llevándola a un psiquiátrico. ¡Mierda, Zac!», se vapuleó
interiormente mientras sacaba su saquito personal, que en un instante se volvió
de un tamaño suficiente como para sacar los regalos de los niños.
Los colocó junto al resto y sonrió al ver las
tarjetas que sus elfos habían decorado especialmente. Al parecer, el papel de
regalo nuevo iba a ser la bomba el próximo año, especialmente cuando pidiera
que mantuvieran las cómicas etiquetas.
Colocó todo para crear el efecto deseado cuando
abrieran los ojos y guardó el saquito de nuevo de tamaño portátil en su
bolsillo, atrapó a Vanessa entre sus brazos y la miró. Sus ojos marrones
tiernos y llenos de sinceridad.
Zac: Cierra los ojos, confía en mí.
No parecía dispuesta a hacer aquello, pero Zac tomó
su cabeza con delicadeza, para que la dejara descansar contra su cuello.
Después, con una bola especial que abría el camino de regreso a su trineo,
atravesó el túnel y la acomodó en el asiento del copiloto. Sus elfos ya estaban
esperando, necesitados de avanzar más deprisa, pero iba a tomarse un segundo
para tranquilizar a la chica. Quería que amara la Navidad, no que tuviera
miedo.
Zac: Vanessa, cariño, suéltame. No voy a dejar que
te caigas, ¿me entiendes?
Sintió más que vio su asentimiento, hizo que sus
dedos se soltaran uno a uno y se los masajeó. Tenían que dolerle después de
tanta tensión. Tocó la piel de su frente en apenas un roce de sus labios y la
notó muy fría. Sus elfos se anticiparon a sus deseos, como siempre, y le
entregaron una de sus chaquetas de repuesto. Raro era el año que no necesitara
cambiarse a mitad del trayecto.
Zac: Gracias, Ed -dijo atrapando la prenda y
envolviendo a Vanessa en ella-. Esto te ayudará a entrar en calor -preparó un
chocolate a toda prisa en una de sus tazas favoritas. Una línea exclusiva del
Polo Norte, que había diseñado él mismo en colaboración con algunos niños del
ala de oncología del hospital, y se la entregó con mucha nata-. Bebe.
Ness: No eres normal -dijo escudándose en la prenda
de abrigo y tomando la taza con manos temblorosas-.
Su rostro seguía pálido, pero ya no tan extremo.
Sus mejillas empezaban a recuperar el tono rosado y la taza humeante entre sus
manos, la reconfortaría.
Zac: Tienes razón, preciosa Vanessa, no soy normal.
Soy Santa Claus -sonrió y se sentó de nuevo tras los mandos. Retomando la marcha-.
Va a ser una noche movida, no te pido que creas en mí, solo te pido que
observes. Sin prejuicios. Acompáñame, todo irá bien. Sé mi elfa ayudante esta
noche, Ness, y mañana si no me quieres en tu vida, desapareceré y no volverás a
saber nada más de mí.
«Como si fueras a cumplir esa promesa, Zac. Vanessa
te gusta y te intriga. Como nunca una mujer hizo antes».
Zac: ¿Trato hecho?
Ness: ¿Por qué? -preguntó en cambio-. ¿Qué tengo yo
para que quieras que te vea, Zac? ¿Qué más te da que crea o no crea en la magia
de la Navidad?
Zac: Me importa porque una vez tuviste fe y te fue
arrebatada. -Señaló un compartimento en la guantera del trineo-. Ábrelo, hay
tres cartas que escribiste hace mucho tiempo. ¿Recuerdas a esa niña, Vanessa?
¿La recuerdas?
La aludida observó el compartimento como si se
tratara de una serpiente de cascabel y aferró con mayor firmeza la taza,
negándose a leer nada que pudiera tener. No tenía ninguna intención de formar
parte de aquello. Zac lo sabía, no era más que algún tipo de teatro para ella.
Zac: No puedo obligarte a creer, tampoco quiero
forzarte a hacerlo. Solo quédate a mi lado, concédeme unas horas de tu tiempo.
Deja tu teoría de la locura o cualquier otra cosa que pase por tu cabeza, trata
de abrir tu corazón. Para cuando termine la noche, estarás de vuelta en el
refugio, sana y salva. Tienes mi palabra, Vanessa. ¿Puedes confiar en que te
estoy diciendo la verdad? Solo es una noche.
El rostro de la mujer que lo acompañaba cambió de
una expresión a otra tan deprisa que se preguntó cómo era posible. Del miedo al
enfado, para tornarse curiosa y quizá un poco resignada al final.
Ness: Una noche y después no hablaremos de esto
nunca más.
Zac: No volveré a mencionarlo, hasta que tú desees
que lo haga.
Ness: Bien -aceptó, haciendo un gesto con la cabeza
hacia la guantera-, pero no quiero saber nada de cartas ni de nada. Solo...
veré y escucharé, sin palabras ni grandes revelaciones.
Zac: Lo juro -pronunció con firmeza-.
Con eso tendría que bastarle, al menos por ahora.
Ness: Está bien, procede. Demuéstrame qué es eso
que te mueres por enseñarme, Papanatas Noel.
Zac: Prefiero Santa Claus, Zac o...
Ness: ¿Ah, sí? Pues yo prefiero estar sentada
calentita en el refugio y aquí me tienes.
Zac puso los ojos en blanco. Iba a tener que hacer
de tripas corazón.
Zac: Como quieras, Vanessa. Esta noche, salte con
la tuya, mañana...
Ness: Mañana toda esta locura habrá terminado y
podré recuperar mi vida.
«No, si yo tengo algo que decir al respecto», pensó
Zac para sí. Vanessa necesitaba mucha ayuda, tenía que mirar más allá, no quedarse
tan solo en la superficie.
Le iba a costar trabajo, pero la traería de vuelta.
Hasta el punto que nunca debió haber abandonado y, cuando eso sucediera, quizá
ellos dos tuvieran una interesante oportunidad.
No era que fuera la futura señora K, pero aún
así... una aventura entre los dos se le antojaba sugerente y muy instructiva.
Se moría de ganas de probar hasta qué punto podía
llegar sin rendirse a su fe.
La pobre mujer no sabía dónde se había metido, ya
no tenía salvación.
Y él estaba encantado con aquello.
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