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miércoles, 6 de enero de 2021

Capítulo 3

 
Vanessa comprobó que todas las jaulas estuvieran cerradas y los animales cómodamente en ellas. Todos tenían agua y comida suficiente, así como un lecho blando y limpio para dormir. No era la mejor opción, mantenerlos tras los barrotes; una parte de ella se rebelaba contra aquello, pero como animales, necesitaban tenerlos recogidos, a salvo y en orden. Eran tratados como reyes y seguirían siéndolo.
Apagó las luces y se dirigió hacia el mostrador, donde se sentó lo más cómoda que pudo para pasar la noche. Revisó sus notas de trabajo para su próximo cuento, aunque no logró concentrarse. El día había sido intenso, pero ni toda la actividad pudo opacar la presencia de aquel al que, tras atacar sin motivo, tan solo podía recordar, añorando esa fe y esa ilusión que parecían acompañarlo. Era sexy y muy guapo, habría sido su tipo, si no hubiera terminado para siempre con los hombres.

Una traición podía ser superada; la segunda, mal, pero bueno. ¿Una tercera? No, no abriría su corazón para acabar escaldada de nuevo y perdida en ese mar de sensaciones y sueños que nunca iban a ninguna parte.

Observó las luces parpadeantes, pasando de un color a otro, casi hipnotizándola, y se permitió pensar en un tiempo en que esa noche lo había significado todo para ella. La risa de su padre, el olor a galletas recién hechas de su madre y el papel rasgándose, para dar paso a una estupenda y maravillosa sorpresa.

No siempre era lo que había pedido, pero a veces, era incluso mejor.

Soltó un largo suspiro. Zac y Navidad parecían formar parte de la misma definición. Aun así, no quería evocarlo y perderse en el repaso de sus perfectas formas. Especialmente, aquella sonrisa llena de sinceridad y calidez, que la hacía sentir más liviana, más capaz, más risueña.

Como si todos los problemas y sus miedos se esfumaran en el aire, gracias a su mera presencia.

Oh, sí. Era un hombre muy peligroso. Uno que no podía permitirse.

Se levantó para coger su bolso. Tenía que llamar a su padre para invitarle a comer con ella el día siguiente. No le gustaba dejarlo solo, incluso aunque no fuera una celebración en toda regla, era importante pasar juntos ese desagradable día, para no acabar deprimido.

No hablaban de ella, sino que trataban de mirar con optimismo al futuro y pensar en qué cosas iban a mejorar en sus respectivas vidas. Marcó el número y el hombre más importante de su vida contestó al segundo toque.
 
Ness: Hola, papá.
 
*: Vanessa, hija. ¿Ha pasado algo?
 
No pudo contener su sonrisa. Como si cada vez que lo llamaba fuera para darle una mala noticia.
 
Ness: No. No ha pasado nada. Estoy de guardia en el refugio -explicó, tomando asiento de nuevo-. Quería recordarte que mañana es nuestra comida.
 
*: No es necesario... -carraspeó-. Sé lo mucho que desprecias el día de Navidad, no hace falta que la celebremos.
 
Ness: No, papá. No celebraremos Navidad, celebraremos que soy afortunada de tenerte en mi vida y celebraremos lo muchísimo que te quiero. Sin ti no habría llegado hasta aquí.
 
*: Eso no es cierto, eres lista. Lo que has conseguido ha sido por tus propios medios y estoy muy orgulloso de ti.
 
Ness: Sabes que no me refiero a eso -pero igualmente se sintió reconfortada-.
 
La gente no entendía lo mucho que ayudaba un pequeño elogio que provenía de la fuente adecuada, para que una persona fuera capaz de lograr cualquier cosa, por pequeña que fuera.

Siempre había contado con ese apoyo y, a pesar de no tener a su madre, sabía que era mucho más afortunada que otras personas. Tenía a Joe Hudgens, el mejor padre del mundo.

Nunca exigía más, sino que valoraba su esfuerzo y la premiaba. Cuando fracasaba, estaba a su lado, tendiéndole la mano y preguntándole qué hacer para que la próxima vez fuera capaz de conseguirlo.

Siempre a su lado, siempre optimista. Relegando a un segundo plano el dolor de la pérdida y el abandono propios, para ofrecer una sonrisa y un apoyo a su pequeña.

Incluso ahora que era adulta. Él era la constante de su vida y siempre lo sería.
 
Ness: Quiero estar contigo, papá. Prepararé algo delicioso y comeremos juntos.
 
Joe: Está bien, sabes lo mucho que me gusta tu pavo asado.
 
Ness: Papá -soltó con regocijo-. Sabes que lo compraré en el chino de la esquina. Saldré del refugio por la mañana, seguro que me quedaré dormida. Lo que es seguro es que la ensalada la hago yo.
 
Joe: Lo único importante es que nos lo comemos juntos -aportó logrando que se sintiera genial y muy querida-.
 
Ness: Lo es, papá. -Deseó abrazarlo, pero de momento el teléfono no lo permitía, así que se contentó con despedirse-. Te dejo descansar, mañana te veo. Duerme y no le des vueltas a la cabeza.
 
Joe: No lo haré.
 
Ness: Te quiero -declaró con sinceridad-.
 
Joe: Y yo a ti, hija.
 
Cuando colgó y regresó a su lugar tras el mostrador se dijo que no tenía derecho a quejarse, ni siquiera a despotricar sobre las injusticias de su vida, al fin al cabo tenía grandes motivos para estar viva, para luchar y seguir adelante.

Miró el árbol y los adornos, recuperó la imagen de Zac y sacudió la cabeza, expulsándolo de su mente.

No iba a caer en eso otra vez. Y menos esta noche.

Se acomodó con sus folios de notas y procedió a revisar minuciosamente la estructura interna de su próximo trabajo.
 
 
Jack: Trineo beta en el aire, señor -informó por radio a Zac, que sobrevolaba el Atlántico, de camino a su destino-. La operación Saco Rojo está en marcha y no ha habido ninguna incidencia.
 
Zac: Buen trabajo, Jack -premió revisando las secuencias que aparecían en su pantalla y la ruta marcada por el GPS-. Llegaremos en diez minutos, paso a conducción manual. Mantengo radio abierta.
 
Jack: Oído, señor. Buena noche -deseó cortando la comunicación-.
 
Zac se reclinó en la comodidad de su asiento y tomó los mandos del trineo, observó a su acompañante y sonrió cuando la vio agarrarse el gorro en el instante en que hizo un descenso repentino.
 
Zac: ¿Asustada?
 
La elfa estaba de un color tan verde como la tela de su atuendo.
 
Alvina: No, señor.
 
Zac: Llámame Zac, esta noche somos compañeros. Voy a necesitar que estés relajada, los nervios solo provocan que una misión perfecta se llene de problemas.
 
Alvina: Lo siento.
 
Zac manipuló un par de botones en el tablero de mando y pronto apareció una taza repleta de chocolate con nata y canela, que le ofreció.
 
Zac: Te ayudará a centrarte y a relajarte. No te preocupes, todo saldrá bien.
 
La elfa la tomó con manos temblorosas, mientras Santa Claus se dirigía a los otros dos que revisaban la parte trasera del vehículo y controlaban que los sacos estuvieran firmes y anclados en su lugar.
 
Zac: ¿Todo bien, muchachos?
 
Sendos asentimientos y gestos de pulgares alzados, aparecieron en la pantalla, haciendo que se relajara aún más.

Su compañera tenía problemas para mantenerse centrada.
 
Zac: ¿Te da miedo volar? -le preguntó de forma casual-.
 
No pretendía incomodarla o asustarla. Sabía lo importante que era para ella esta misión, pero si tenía miedo a las alturas, no sería muy conveniente que tuviera que forzarse a enfrentarlo en una noche que ya de por sí, era lo suficientemente complicada.
 
Alvina: Nunca lo había tenido. Creo que es por las turbulencias -explicó-, pero me siento mucho mejor ya.
 
Zac supo que no era cierto, estaba incluso más pálida. Decidió que era hora de distraerla.
 
Zac: ¿Pudiste hacer lo que te pedí?
 
La chica dejó la taza mientras su semblante se iluminaba, asintiendo con vehemencia. Registró en su bolsa y sacó una carpeta.
 
Alvina: Aquí están todas las cartas que hemos recibido de Vanessa Hudgens. Es curioso, pero solo hay tres.
 
El hombre extendió la mano para hacerse con la carpeta, mientras dejaba el trineo en conducción automática, al fin y al cabo, la ruta estaba marcada, podía echar un vistazo antes de ocuparse del aterrizaje.
 
Zac: Veamos qué tenemos aquí.
 
Las letras grandes y redondas de corte infantil lograron provocarle una sonrisa. Siempre se sorprendía de que un niño, que apenas tenía experiencia del mundo, pudiera conseguir algo tan especializado en tan poco tiempo. Era la ilusión y la fuerza que ponían en alcanzar sus objetivos, a menudo de adultos el esfuerzo era menor, o quizá solo el desencanto y la falta de ilusión acudieran a ellos.

No fue difícil reconocer la inocencia de la autora, había escrito aquello de su propio puño y letra, con gran dificultad, pero sus peticiones eran curiosas. La mayor parte de los niños solían escribir una larga lista de juguetes y, para finalizar, algún deseo espiritual referente a sus padres, abuelos o hermanos; Vanessa había hecho lo mismo, pero al revés.

Primero pedía cosas para su padre, para su madre y, finalmente, para sí misma. Cuentos, una muñeca y unas zapatillas. Lo cierto es que, aunque se esforzó por recordarla de niña, no lo consiguió. Era posible que, en aquellos momentos, no hubiese dirigido la operación en esa zona.
 
Alvina: ¿Todo bien, señor? -se interesó-.
 
Su tono verde acompañaba ahora a una mirada llena de preocupación, mientras el aire agitaba su melena y hacía que su rostro se sonrojara, producto de las bajas temperaturas. Hacía un poco de frío allí arriba, sin embargo, sabía que no habría quejas por parte de ninguno de sus acompañantes, así como tampoco él se quejaría.
 
Zac: Sí -corroboró-. Todo está bien, nada fuera de... -Su afirmación se atascó en su garganta en el instante en que leyó la última carta. Su corazón se paralizó y ahogó una maldición-. Mierda.
 
Alvina: ¿Señor? -repitió-.
 
Zac sacudió la cabeza y le entregó el papel, mientras recuperaba los mandos y advertía a sus ayudantes.
 
Zac: Poneos los cinturones de seguridad, esta noche, tenemos prisa. Tengo que hacer una parada antes de repartir los regalos.
 
Los elfos de la parte trasera se miraron alerta, podía percibir las dudas y el temor en su rostro.
 
Alvina: Pero señor...
 
Zac cortó la diatriba acelerando y descendiendo a toda prisa. Alvina se aferró con fuerza al asiento, justo después de lamentarse por las palabras de una pequeña Vanessa.
 
Alvina: Pobre criatuuuu -la voz se le atascó en la garganta-.
 
Santa Claus se valía de sus elfos, pero Zac necesitaba encontrar un medio de mostrar lo bueno de su papel a una mujer que había perdido la fe, tras perder lo que más quería en el mundo.

«Si yo pudiera arreglar todos los males, acabar con las enfermedades y la estupidez humana...».

Pero ni siquiera toda la magia del mundo sería capaz de hacer aquello, con lo que iba a tener que tirar de litros de imaginación y convencerla sobre la marcha.

La radio sonó, Alvina tomó el mensaje.
 
Alvina: Trineo alfa, al habla.
 
Jack: Situación -exigió al otro lado-. Se ha superado la velocidad de crucero. Describa el motivo de su emergencia.
 
Zac tomó el aparato.
 
Zac: Tengo una parada más, Jack. No hay motivo de alarma, tengo que recoger a una pasajera.
 
Jack: Pero señor... -empezó su asistente-, no puedo controlar su ruta si cambia el destino. El programa GPS...
 
Zac: Llegaré a tiempo a todos los puntos de encuentro, siempre lo hago.
 
Jack: Sí, señor. Pero esto es muy inusual y no creo que...
 
Zac: No te estreses, te necesito echando un ojo a Thomas y a mi madre, puedo encargarme de esto.
 
Jack: No quería insinuar que usted no fuera capaz de...
 
Zac: Pues no lo hagas -espetó-. Deja que me ocupe de mi trabajo, voy a aterrizar, te avisaré cuando vuelva a estar en ruta.
 
Alvina, siguiendo sus instrucciones, desconectó la radio. Lo miró, sin estar muy segura de aquello, pero podía ver la confianza plena reflejada en sus profundos e intensos ojos azules.
 
Alvina: ¿Está seguro de que es buena idea? No podemos interferir con las personas, no es algo que podamos envolver en papel de regalo especial y colocarle una cinta.
 
Zac rio ante el extraño humor de su compañera.
 
Zac: ¿Sabes, Alvina? Tengo una misión especial para ti esta noche.
 
Pudo percibir la alegría apenas disimulada.
 
Alvina: ¿En serio?
 
Zac: Ajá -confirmó dirigiendo el trineo hacia el espacio aéreo de San Francisco-. Pasamos a modo invisible -advirtió para sus ayudantes-, no queremos alertar a las autoridades y ponerlos en pie de guerra -comentó, casi más para sí mismo que para los demás. Contempló a su acompañante que seguía esperando información sobre las características de su trabajo-. Vas a ser mi enlace en Tierra. En San Francisco.
 
Alvina: ¿En Tierra? ¿Entre humanos? ¿Yo sola?
 
Sus ojos se abrían más y más con cada pregunta, hasta tal punto que Zac temió que se salieran de sus órbitas.
 
Zac: Así es. Esta noche y durante el día de mañana. Necesito a alguien de confianza. ¿Crees que serás capaz?
 
Alvina: Pero Jack fue muy categórico respecto a mi función en el trineo esta noche, señor.
 
Podía ver el temor y la indisposición que su conducción estaba provocando en la mujer, sabía que no sería capaz de soportar toda la noche a su lado. Y lo cierto era que, en realidad, necesitaba que cubriera el puesto de Vanessa, mientras él se la llevaba a sobrevolar ciudades dormidas y niños llenos de esperanza.
 
Zac: Jack estará de acuerdo con mi decisión.
 
No había opción a réplica en su tono y no la recibió.

Se concentró en el panel de mandos y presionó un par de botones, que abrieron las pequeñas compuertas que preparaban su trineo para el aterrizaje. Podía ver el tejado del refugio, en dos minutos harían contacto con la resbaladiza superficie y necesitaría todos sus reflejos para no hacer temblar el edificio.
 
Alvina: Está bien, señor. Cuente conmigo para esa misión.
 
Zac: Eres clave esta noche, Alvina -informó mientras se colocaba en paralelo a la superficie, para tomar tierra (más bien tejado) con suavidad-.
 
El contacto resultó un poco más brusco de lo esperado y provocó un ligero estruendo. Lo suficiente como para que cualquiera que estuviera dentro lo notara. Maldijo, pero a veces sucedía. El trineo mantuvo su capa invisible, mientras saltaba fuera de él y ayudaba a Alvina a descender, miró a sus otros dos elfos.
 
Zac: Cinco minutos, muchachos. Ocuparos de los alrededores.
 
**: Señor, la ruta marca...
 
Zac: Sé lo que marca la ruta, vamos a hacer un pequeño cambio. En marcha.
 
No tuvo que repetirlo, los dos cargaron sus respectivos sacos y desaparecieron a la velocidad de la luz. Zac abrió una puerta en el tejado y apareció en el interior del edificio, la elfa se tambaleó a su lado y habría caído al suelo, si él no la hubiera sostenido.
 
Zac: Tranquila, ya estás en suelo firme.
 
Se aferró a él, agradecida. La sentó en una silla libre y se dirigió pisando con sus fuertes botas lleno de decisión hacia el mostrador. Cualquier transeúnte casual, pensaría en él como un loco disfrazado, solo Vanessa podría leer la verdad en él, porque él se lo permitiría.

No había nadie en el mostrador, pero pudo ver la estela de la mujer en la puerta, asomándose al tejado.

Sonrió, debería haber usado los cascabeles para dar un golpe de efecto. Habría sido mucho más divertido ver su cara entonces. Sabiendo que él era lo que, en realidad, era.

Caminó a toda prisa tras ella, tras dejar claro a su compañera que se quedara donde estaba. No parecía capaz de dar dos pasos, así que le hizo caso, mientras tomaba algo que sacaba de su saquito. Seguramente, algún tipo de medicación contra el mareo.

Sacudió la cabeza. Hablaría con Jack sobre las pruebas de acceso a los trineos. No quería discriminar a sus elfos, pero tener pánico a las alturas o a volar, no era bueno cuando tenías que saltar a veces desde el aire, para llegar a una zona especialmente difícil, mientras el trineo sobrevolaba la zona en modo hibernación.

Tomo nota mental de ello y lo dejó a un lado mientras aparecía tras la mujer y decía en voz bien alta.
 
Zac: Parece que Santa Claus ha decidido aterrizar en tu tejado.
 
Ness: ¡Zac! -se llevó una mano al pecho, mientras se giraba para mirarlo-. He oído un ruido y... -notó su atuendo y se quedó sin palabras-. ¿Por qué vas vestido...? ¿Por qué llevas un traje de...?
 
No contestó a su pregunta, sino que tendió su mano, con la palma hacia arriba, esperando que la cogiera.
 
Zac: Hace frío aquí fuera y ni siquiera llevas un abrigo.
 
Vanessa parecía incapaz de procesar lo que veía, sin embargo, sí tomó su mano, logrando reconfortarlo.

En su interior sabía que aquel era un pequeño-gran paso.
 
Ness: Sí, hace frío -concordó-. ¿Por eso vas así vestido? ¿Por el frío?
 
Zac: Sobrevolar la ciudad con este tiempo implica ir bien abrigado -entró con ella hasta donde les esperaba su elfa y las presentó-. Vanessa, esta es una buena amiga, va a ocuparse del refugio en nuestra ausencia.
 
Ness: ¿De qué hablas? -Había fruncido el ceño y lo miraba como si se hubiera vuelto totalmente loco-. Yo no voy a ninguna parte.
 
Zac: Creo que Santa Claus te debe un regalo, no es que pueda cumplir con tu petición, pero sí puedo mostrarte algo que va a hacerte cambiar de opinión respecto a mi función.
 
Ness: Ahora confesarás que tú eres San Nicolas o Santa Claus o Kris Kringle o como diablos quieras llamarte.
 
Zac: Soy todos esos, aunque mis amigos me llaman Zac. Vamos. -La envolvió con el abrigo y le colocó el gorro y la bufanda-. Los vas a necesitar.
 
Ness: No lo entiendes, yo no voy a ninguna parte. Me he comprometido a quedarme aquí y no pienso salir -espetó, tratando de quitarse las abrigadas prendas-.
 
Alvina interfirió.
 
Alvina: Señor, un minuto. Si no sale de inmediato, no podrá completar la ruta.
 
Zac maldijo, se pasó la mano por la cabeza, haciendo caer el gorro, para recogerlo con rapidez y volver a colocarlo en su sitio.
 
Zac: No tengo tiempo para discutir, Ness. Vas a tener que confiar en mí y perdonarme.
 
Ness: ¿Perdonarte? -Inquirió con cierta sospecha-. ¿Por qué habría de perdo...?
 
Zac intercambió con su elfa una mirada de conocimiento, la mujer aceptó con un seco asentimiento, ocupando el lugar que le habían asignado, tomando con firmeza el comunicador para mantenerse actualizada de los avances.

Santa abrió el portal de vuelta al trineo, sus elfos ya estaban esperando, la sentó en el lugar del copiloto y le ató los cinturones de seguridad. Sus elfos hicieron el gesto óptimo, dejando claro que el trabajo había sido hecho y Zac se puso a los mandos.
 
Ness: ¿Qué mierda es esto?
 
Zac: Shhh, mis elfos no toleran las palabrotas -advirtió, mientras se elevaban en el aire-. Voy a hacerte un regalo, Ness, incluso en contra de tu voluntad.
 
Ness: No quiero estar aquí, Zac. Tengo un trabajo que hacer y no... ¿Qué teatro es este? ¿Quiénes son ellos?
 
No hubo respuesta por parte de sus muchachos, como sabía que ocurriría. Vanessa no necesitaba saberlo todo de golpe, lo iría comprobando a lo largo de la noche. Iba a encargarse de que lo hiciera; era clave que saliera de allí comprendiendo los motivos por los que su petición no había sido atendida.
 
Zac: No importa qué o quiénes son ellos, solo importa quién eres tú y lo que voy a hacer por ti.
 
Ness: No quiero regalos, no me gusta... volar. ¿Qué diablos...? ¿Eso es el suelo? -se asomó, mientras el viento le agitaba el cabello-.
 
Zac: Agárrate fuerte, mujer, porque este es el principio de una gran aventura.
 
Ness: ¿Qué aventura? -dijo incidiendo en el qué-.
 
Zac sonrió lleno de perversa diversión, mientras hacía que su vehículo saliera a toda pastilla.
 
Zac: La que empieza contigo descubriendo la verdadera magia de la Navidad, en el trineo de Santa Claus, y a través de sus ojos. Bienvenida a mi mundo, Ness, esta noche voy a cambiar tu perspectiva para siempre. 


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Q diferente esta historia!! Me encanta siguela

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