Vanessa comprobó que todas las jaulas estuvieran cerradas
y los animales cómodamente en ellas. Todos tenían agua y comida suficiente, así
como un lecho blando y limpio para dormir. No era la mejor opción, mantenerlos
tras los barrotes; una parte de ella se rebelaba contra aquello, pero como
animales, necesitaban tenerlos recogidos, a salvo y en orden. Eran tratados
como reyes y seguirían siéndolo.
Apagó las luces y se dirigió hacia el mostrador,
donde se sentó lo más cómoda que pudo para pasar la noche. Revisó sus notas de
trabajo para su próximo cuento, aunque no logró concentrarse. El día había sido
intenso, pero ni toda la actividad pudo opacar la presencia de aquel al que,
tras atacar sin motivo, tan solo podía recordar, añorando esa fe y esa ilusión
que parecían acompañarlo. Era sexy y muy guapo, habría sido su tipo, si no
hubiera terminado para siempre con los hombres.
Una traición podía ser superada; la segunda, mal,
pero bueno. ¿Una tercera? No, no abriría su corazón para acabar escaldada de
nuevo y perdida en ese mar de sensaciones y sueños que nunca iban a ninguna parte.
Observó las luces parpadeantes, pasando de un color
a otro, casi hipnotizándola, y se permitió pensar en un tiempo en que esa noche
lo había significado todo para ella. La risa de su padre, el olor a galletas
recién hechas de su madre y el papel rasgándose, para dar paso a una estupenda
y maravillosa sorpresa.
No siempre era lo que había pedido, pero a veces, era
incluso mejor.
Soltó un largo suspiro. Zac y Navidad parecían
formar parte de la misma definición. Aun así, no quería evocarlo y perderse en
el repaso de sus perfectas formas. Especialmente, aquella sonrisa llena de
sinceridad y calidez, que la hacía sentir más liviana, más capaz, más risueña.
Como si todos los problemas y sus miedos se
esfumaran en el aire, gracias a su mera presencia.
Oh, sí. Era un hombre muy peligroso. Uno que no
podía permitirse.
Se levantó para coger su bolso. Tenía que llamar a
su padre para invitarle a comer con ella el día siguiente. No le gustaba
dejarlo solo, incluso aunque no fuera una celebración en toda regla, era
importante pasar juntos ese desagradable día, para no acabar deprimido.
No hablaban de ella, sino que trataban de mirar con
optimismo al futuro y pensar en qué cosas iban a mejorar en sus respectivas
vidas. Marcó el número y el hombre más importante de su vida contestó al
segundo toque.
Ness: Hola, papá.
*: Vanessa, hija. ¿Ha pasado algo?
No pudo contener su sonrisa. Como si cada vez que
lo llamaba fuera para darle una mala noticia.
Ness: No. No ha pasado nada. Estoy de guardia en el
refugio -explicó, tomando asiento de nuevo-. Quería recordarte que mañana es
nuestra comida.
*: No es necesario... -carraspeó-. Sé lo mucho que
desprecias el día de Navidad, no hace falta que la celebremos.
Ness: No, papá. No celebraremos Navidad,
celebraremos que soy afortunada de tenerte en mi vida y celebraremos lo
muchísimo que te quiero. Sin ti no habría llegado hasta aquí.
*: Eso no es cierto, eres lista. Lo que has
conseguido ha sido por tus propios medios y estoy muy orgulloso de ti.
Ness: Sabes que no me refiero a eso -pero
igualmente se sintió reconfortada-.
La gente no entendía lo mucho que ayudaba un
pequeño elogio que provenía de la fuente adecuada, para que una persona fuera
capaz de lograr cualquier cosa, por pequeña que fuera.
Siempre había contado con ese apoyo y, a pesar de
no tener a su madre, sabía que era mucho más afortunada que otras personas.
Tenía a Joe Hudgens, el mejor padre del mundo.
Nunca exigía más, sino que valoraba su esfuerzo y
la premiaba. Cuando fracasaba, estaba a su lado, tendiéndole la mano y
preguntándole qué hacer para que la próxima vez fuera capaz de conseguirlo.
Siempre a su lado, siempre optimista. Relegando a
un segundo plano el dolor de la pérdida y el abandono propios, para ofrecer una
sonrisa y un apoyo a su pequeña.
Incluso ahora que era adulta. Él era la constante
de su vida y siempre lo sería.
Ness: Quiero estar contigo, papá. Prepararé algo
delicioso y comeremos juntos.
Joe: Está bien, sabes lo mucho que me gusta tu pavo
asado.
Ness: Papá -soltó con regocijo-. Sabes que lo
compraré en el chino de la esquina. Saldré del refugio por la mañana, seguro
que me quedaré dormida. Lo que es seguro es que la ensalada la hago yo.
Joe: Lo único importante es que nos lo comemos
juntos -aportó logrando que se sintiera genial y muy querida-.
Ness: Lo es, papá. -Deseó abrazarlo, pero de
momento el teléfono no lo permitía, así que se contentó con despedirse-. Te
dejo descansar, mañana te veo. Duerme y no le des vueltas a la cabeza.
Joe: No lo haré.
Ness: Te quiero -declaró con sinceridad-.
Joe: Y yo a ti, hija.
Cuando colgó y regresó a su lugar tras el mostrador
se dijo que no tenía derecho a quejarse, ni siquiera a despotricar sobre las
injusticias de su vida, al fin al cabo tenía grandes motivos para estar viva,
para luchar y seguir adelante.
Miró el árbol y los adornos, recuperó la imagen de Zac
y sacudió la cabeza, expulsándolo de su mente.
No iba a caer en eso otra vez. Y menos esta noche.
Se acomodó con sus folios de notas y procedió a
revisar minuciosamente la estructura interna de su próximo trabajo.
Jack: Trineo beta en el aire, señor -informó por
radio a Zac, que sobrevolaba el Atlántico, de camino a su destino-. La
operación Saco Rojo está en marcha y no ha habido ninguna incidencia.
Zac: Buen trabajo, Jack -premió revisando las
secuencias que aparecían en su pantalla y la ruta marcada por el GPS-.
Llegaremos en diez minutos, paso a conducción manual. Mantengo radio abierta.
Jack: Oído, señor. Buena noche -deseó cortando la
comunicación-.
Zac se reclinó en la comodidad de su asiento y tomó
los mandos del trineo, observó a su acompañante y sonrió cuando la vio
agarrarse el gorro en el instante en que hizo un descenso repentino.
Zac: ¿Asustada?
La elfa estaba de un color tan verde como la tela
de su atuendo.
Alvina: No, señor.
Zac: Llámame Zac, esta noche somos compañeros. Voy
a necesitar que estés relajada, los nervios solo provocan que una misión
perfecta se llene de problemas.
Alvina: Lo siento.
Zac manipuló un par de botones en el tablero de
mando y pronto apareció una taza repleta de chocolate con nata y canela, que le
ofreció.
Zac: Te ayudará a centrarte y a relajarte. No te
preocupes, todo saldrá bien.
La elfa la tomó con manos temblorosas, mientras
Santa Claus se dirigía a los otros dos que revisaban la parte trasera del
vehículo y controlaban que los sacos estuvieran firmes y anclados en su lugar.
Zac: ¿Todo bien, muchachos?
Sendos asentimientos y gestos de pulgares alzados,
aparecieron en la pantalla, haciendo que se relajara aún más.
Su compañera tenía problemas para mantenerse
centrada.
Zac: ¿Te da miedo volar? -le preguntó de forma
casual-.
No pretendía incomodarla o asustarla. Sabía lo
importante que era para ella esta misión, pero si tenía miedo a las alturas, no
sería muy conveniente que tuviera que forzarse a enfrentarlo en una noche que
ya de por sí, era lo suficientemente complicada.
Alvina: Nunca lo había tenido. Creo que es por las
turbulencias -explicó-, pero me siento mucho mejor ya.
Zac supo que no era cierto, estaba incluso más pálida.
Decidió que era hora de distraerla.
Zac: ¿Pudiste hacer lo que te pedí?
La chica dejó la taza mientras su semblante se
iluminaba, asintiendo con vehemencia. Registró en su bolsa y sacó una carpeta.
Alvina: Aquí están todas las cartas que hemos
recibido de Vanessa Hudgens. Es curioso, pero solo hay tres.
El hombre extendió la mano para hacerse con la
carpeta, mientras dejaba el trineo en conducción automática, al fin y al cabo,
la ruta estaba marcada, podía echar un vistazo antes de ocuparse del
aterrizaje.
Zac: Veamos qué tenemos aquí.
Las letras grandes y redondas de corte infantil
lograron provocarle una sonrisa. Siempre se sorprendía de que un niño, que
apenas tenía experiencia del mundo, pudiera conseguir algo tan especializado en
tan poco tiempo. Era la ilusión y la fuerza que ponían en alcanzar sus
objetivos, a menudo de adultos el esfuerzo era menor, o quizá solo el
desencanto y la falta de ilusión acudieran a ellos.
No fue difícil reconocer la inocencia de la autora,
había escrito aquello de su propio puño y letra, con gran dificultad, pero sus
peticiones eran curiosas. La mayor parte de los niños solían escribir una larga
lista de juguetes y, para finalizar, algún deseo espiritual referente a sus
padres, abuelos o hermanos; Vanessa había hecho lo mismo, pero al revés.
Primero pedía cosas para su padre, para su madre y,
finalmente, para sí misma. Cuentos, una muñeca y unas zapatillas. Lo cierto es
que, aunque se esforzó por recordarla de niña, no lo consiguió. Era posible que,
en aquellos momentos, no hubiese dirigido la operación en esa zona.
Alvina: ¿Todo bien, señor? -se interesó-.
Su tono verde acompañaba ahora a una mirada llena
de preocupación, mientras el aire agitaba su melena y hacía que su rostro se sonrojara,
producto de las bajas temperaturas. Hacía un poco de frío allí arriba, sin embargo,
sabía que no habría quejas por parte de ninguno de sus acompañantes, así como
tampoco él se quejaría.
Zac: Sí -corroboró-. Todo está bien, nada fuera
de... -Su afirmación se atascó en su garganta en el instante en que leyó la
última carta. Su corazón se paralizó y ahogó una maldición-. Mierda.
Alvina: ¿Señor? -repitió-.
Zac sacudió la cabeza y le entregó el papel,
mientras recuperaba los mandos y advertía a sus ayudantes.
Zac: Poneos los cinturones de seguridad, esta noche,
tenemos prisa. Tengo que hacer una parada antes de repartir los regalos.
Los elfos de la parte trasera se miraron alerta,
podía percibir las dudas y el temor en su rostro.
Alvina: Pero señor...
Zac cortó la diatriba acelerando y descendiendo a
toda prisa. Alvina se aferró con fuerza al asiento, justo después de lamentarse
por las palabras de una pequeña Vanessa.
Alvina: Pobre criatuuuu -la voz se le atascó en la
garganta-.
Santa Claus se valía de sus elfos, pero Zac
necesitaba encontrar un medio de mostrar lo bueno de su papel a una mujer que
había perdido la fe, tras perder lo que más quería en el mundo.
«Si yo pudiera arreglar todos los males, acabar con
las enfermedades y la estupidez humana...».
Pero ni siquiera toda la magia del mundo sería
capaz de hacer aquello, con lo que iba a tener que tirar de litros de
imaginación y convencerla sobre la marcha.
La radio sonó, Alvina tomó el mensaje.
Alvina: Trineo alfa, al habla.
Jack: Situación -exigió al otro lado-. Se ha
superado la velocidad de crucero. Describa el motivo de su emergencia.
Zac tomó el aparato.
Zac: Tengo una parada más, Jack. No hay motivo de
alarma, tengo que recoger a una pasajera.
Jack: Pero señor... -empezó su asistente-, no puedo
controlar su ruta si cambia el destino. El programa GPS...
Zac: Llegaré a tiempo a todos los puntos de
encuentro, siempre lo hago.
Jack: Sí, señor. Pero esto es muy inusual y no creo
que...
Zac: No te estreses, te necesito echando un ojo a
Thomas y a mi madre, puedo encargarme de esto.
Jack: No quería insinuar que usted no fuera capaz
de...
Zac: Pues no lo hagas -espetó-. Deja que me ocupe
de mi trabajo, voy a aterrizar, te avisaré cuando vuelva a estar en ruta.
Alvina, siguiendo sus instrucciones, desconectó la
radio. Lo miró, sin estar muy segura de aquello, pero podía ver la confianza
plena reflejada en sus profundos e intensos ojos azules.
Alvina: ¿Está seguro de que es buena idea? No
podemos interferir con las personas, no es algo que podamos envolver en papel
de regalo especial y colocarle una cinta.
Zac rio ante el extraño humor de su compañera.
Zac: ¿Sabes, Alvina? Tengo una misión especial para
ti esta noche.
Pudo percibir la alegría apenas disimulada.
Alvina: ¿En serio?
Zac: Ajá -confirmó dirigiendo el trineo hacia el
espacio aéreo de San Francisco-. Pasamos a modo invisible -advirtió para sus
ayudantes-, no queremos alertar a las autoridades y ponerlos en pie de guerra -comentó,
casi más para sí mismo que para los demás. Contempló a su acompañante que
seguía esperando información sobre las características de su trabajo-. Vas a
ser mi enlace en Tierra. En San Francisco.
Alvina: ¿En Tierra? ¿Entre humanos? ¿Yo sola?
Sus ojos se abrían más y más con cada pregunta, hasta
tal punto que Zac temió que se salieran de sus órbitas.
Zac: Así es. Esta noche y durante el día de mañana.
Necesito a alguien de confianza. ¿Crees que serás capaz?
Alvina: Pero Jack fue muy categórico respecto a mi
función en el trineo esta noche, señor.
Podía ver el temor y la indisposición que su
conducción estaba provocando en la mujer, sabía que no sería capaz de soportar
toda la noche a su lado. Y lo cierto era que, en realidad, necesitaba que
cubriera el puesto de Vanessa, mientras él se la llevaba a sobrevolar ciudades
dormidas y niños llenos de esperanza.
Zac: Jack estará de acuerdo con mi decisión.
No había opción a réplica en su tono y no la
recibió.
Se concentró en el panel de mandos y presionó un
par de botones, que abrieron las pequeñas compuertas que preparaban su trineo
para el aterrizaje. Podía ver el tejado del refugio, en dos minutos harían
contacto con la resbaladiza superficie y necesitaría todos sus reflejos para no
hacer temblar el edificio.
Alvina: Está bien, señor. Cuente conmigo para esa
misión.
Zac: Eres clave esta noche, Alvina -informó
mientras se colocaba en paralelo a la superficie, para tomar tierra (más bien
tejado) con suavidad-.
El contacto resultó un poco más brusco de lo
esperado y provocó un ligero estruendo. Lo suficiente como para que cualquiera
que estuviera dentro lo notara. Maldijo, pero a veces sucedía. El trineo
mantuvo su capa invisible, mientras saltaba fuera de él y ayudaba a Alvina a
descender, miró a sus otros dos elfos.
Zac: Cinco minutos, muchachos. Ocuparos de los
alrededores.
**: Señor, la ruta marca...
Zac: Sé lo que marca la ruta, vamos a hacer un
pequeño cambio. En marcha.
No tuvo que repetirlo, los dos cargaron sus
respectivos sacos y desaparecieron a la velocidad de la luz. Zac abrió una
puerta en el tejado y apareció en el interior del edificio, la elfa se tambaleó
a su lado y habría caído al suelo, si él no la hubiera sostenido.
Zac: Tranquila, ya estás en suelo firme.
Se aferró a él, agradecida. La sentó en una silla
libre y se dirigió pisando con sus fuertes botas lleno de decisión hacia el
mostrador. Cualquier transeúnte casual, pensaría en él como un loco disfrazado,
solo Vanessa podría leer la verdad en él, porque él se lo permitiría.
No había nadie en el mostrador, pero pudo ver la estela
de la mujer en la puerta, asomándose al tejado.
Sonrió, debería haber usado los cascabeles para dar
un golpe de efecto. Habría sido mucho más divertido ver su cara entonces.
Sabiendo que él era lo que, en realidad, era.
Caminó a toda prisa tras ella, tras dejar claro a
su compañera que se quedara donde estaba. No parecía capaz de dar dos pasos,
así que le hizo caso, mientras tomaba algo que sacaba de su saquito.
Seguramente, algún tipo de medicación contra el mareo.
Sacudió la cabeza. Hablaría con Jack sobre las
pruebas de acceso a los trineos. No quería discriminar a sus elfos, pero tener
pánico a las alturas o a volar, no era bueno cuando tenías que saltar a veces
desde el aire, para llegar a una zona especialmente difícil, mientras el trineo
sobrevolaba la zona en modo hibernación.
Tomo nota mental de ello y lo dejó a un lado
mientras aparecía tras la mujer y decía en voz bien alta.
Zac: Parece que Santa Claus ha decidido aterrizar
en tu tejado.
Ness: ¡Zac! -se llevó una mano al pecho, mientras
se giraba para mirarlo-. He oído un ruido y... -notó su atuendo y se quedó sin
palabras-. ¿Por qué vas vestido...? ¿Por qué llevas un traje de...?
No contestó a su pregunta, sino que tendió su mano,
con la palma hacia arriba, esperando que la cogiera.
Zac: Hace frío aquí fuera y ni siquiera llevas un
abrigo.
Vanessa parecía incapaz de procesar lo que veía,
sin embargo, sí tomó su mano, logrando reconfortarlo.
En su interior sabía que aquel era un pequeño-gran
paso.
Ness: Sí, hace frío -concordó-. ¿Por eso vas así
vestido? ¿Por el frío?
Zac: Sobrevolar la ciudad con este tiempo implica
ir bien abrigado -entró con ella hasta donde les esperaba su elfa y las
presentó-. Vanessa, esta es una buena amiga, va a ocuparse del refugio en
nuestra ausencia.
Ness: ¿De qué hablas? -Había fruncido el ceño y lo
miraba como si se hubiera vuelto totalmente loco-. Yo no voy a ninguna parte.
Zac: Creo que Santa Claus te debe un regalo, no es
que pueda cumplir con tu petición, pero sí puedo mostrarte algo que va a
hacerte cambiar de opinión respecto a mi función.
Ness: Ahora confesarás que tú eres San Nicolas o
Santa Claus o Kris Kringle o como diablos quieras llamarte.
Zac: Soy todos esos, aunque mis amigos me llaman Zac.
Vamos. -La envolvió con el abrigo y le colocó el gorro y la bufanda-. Los vas a
necesitar.
Ness: No lo entiendes, yo no voy a ninguna parte.
Me he comprometido a quedarme aquí y no pienso salir -espetó, tratando de
quitarse las abrigadas prendas-.
Alvina interfirió.
Alvina: Señor, un minuto. Si no sale de inmediato,
no podrá completar la ruta.
Zac maldijo, se pasó la mano por la cabeza,
haciendo caer el gorro, para recogerlo con rapidez y volver a colocarlo en su
sitio.
Zac: No tengo tiempo para discutir, Ness. Vas a
tener que confiar en mí y perdonarme.
Ness: ¿Perdonarte? -Inquirió con cierta sospecha-.
¿Por qué habría de perdo...?
Zac intercambió con su elfa una mirada de
conocimiento, la mujer aceptó con un seco asentimiento, ocupando el lugar que
le habían asignado, tomando con firmeza el comunicador para mantenerse
actualizada de los avances.
Santa abrió el portal de vuelta al trineo, sus
elfos ya estaban esperando, la sentó en el lugar del copiloto y le ató los
cinturones de seguridad. Sus elfos hicieron el gesto óptimo, dejando claro que
el trabajo había sido hecho y Zac se puso a los mandos.
Ness: ¿Qué mierda es esto?
Zac: Shhh, mis elfos no toleran las palabrotas -advirtió,
mientras se elevaban en el aire-. Voy a hacerte un regalo, Ness, incluso en
contra de tu voluntad.
Ness: No quiero estar aquí, Zac. Tengo un trabajo
que hacer y no... ¿Qué teatro es este? ¿Quiénes son ellos?
No hubo respuesta por parte de sus muchachos, como
sabía que ocurriría. Vanessa no necesitaba saberlo todo de golpe, lo iría
comprobando a lo largo de la noche. Iba a encargarse de que lo hiciera; era
clave que saliera de allí comprendiendo los motivos por los que su petición no
había sido atendida.
Zac: No importa qué o quiénes son ellos, solo
importa quién eres tú y lo que voy a hacer por ti.
Ness: No quiero regalos, no me gusta... volar. ¿Qué
diablos...? ¿Eso es el suelo? -se asomó, mientras el viento le agitaba el
cabello-.
Zac: Agárrate fuerte, mujer, porque este es el
principio de una gran aventura.
Ness: ¿Qué aventura? -dijo incidiendo en el qué-.
Zac sonrió lleno de perversa diversión, mientras
hacía que su vehículo saliera a toda pastilla.
Zac: La que empieza contigo descubriendo la verdadera magia de la Navidad,
en el trineo de Santa Claus, y a través de sus ojos. Bienvenida a mi mundo, Ness,
esta noche voy a cambiar tu perspectiva para siempre.
1 comentarios:
Q diferente esta historia!! Me encanta siguela
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