Al mirar aquellas pisadas pequeñas y desvalidas en la nieve, Ness sintió pánico. Miró al horizonte, pero no había ni rastro del niño. ¿Cuánto tiempo haría que se había marchado? ¿Media hora, más?
Lo llamó a gritos, pero la inmensidad del manto blanco hacía que su voz sonara insignificante. Sólo un silencio gélido le respondió. Sintió que el terror comenzaba a atenazarla, pero se obligó a calmarse. El pánico no ayudaría a Jamie. Necesitaba estar calmada y fuerte, sobre todo en aquel momento, para pensar con absoluta claridad. Necesitaba salir a buscarlo; pero tenía que ir con cuidado.
Sabía que Penny habría salido corriendo detrás de él, sin pensárselo, con cualquier calzado, poniéndose la primera chaqueta que encontrara. Y sabía que Penny habría estado equivocada.
De manera deliberada, pero con rapidez, agarró ropa seca y botas. Se metió un puñado de caramelos en el bolsillo y tomó el maletín de primeros auxilios que había detrás de la puerta.
Intentó imaginarse qué ropa llevaría Jamie. El mono de nieve había desaparecido y también sus botas. Pero las dos cosas debían de estar empapadas.
Salió a la tormenta. La capa de nieve había aumentado desde que estuvieron montando a trineo. De hecho, ya se había tragado algunas de las huellas de Jamie. ¿Les habría pasado lo mismo a las huellas que él estaba siguiendo?
De nuevo, volvió a controlar el pánico y se obligó a estudiar la situación con calma. El camino se distinguía con claridad entre los árboles y no había ningún motivo para que el niño lo dejara.
Eso, suponiendo que fuera detrás de Zac.
¿Qué pasaba si solamente estaba huyendo? ¿Furioso con ella por su traición, con el corazón roto porque sus planes sobre su «papá» se habían desbaratado?
Otra vez volvió a sentir pánico, pero, de nuevo, volvió a controlarlo. Sabía que no le serviría de nada. Necesitaba pensar con claridad y necesitaba toda su fuerza.
Decidió creer en el amor y en el coraje. En los suyos. Así, tomó aliento y salió.
Mientras caminaba, tenía la sensación creciente de que por fin sabía quién era ella.
Y por lo que estaba dispuesta a luchar.
Estaba agotado. Aunque aquello no era algo tan malo. A lo largo de los años, había aprendido que el agotamiento físico era un buen remedio para las mentes que no dejaban de darle vueltas a las cosas.
Zac apartó un poco de nieve, abrió una caja de la parte de atrás de la camioneta y sacó una pala.
Lo alegraba tener que hacer esa tarea, así, podría desconectar la mente para no pensar en el dolor que había dejado tras de sí.
Debería haber seguido el impulso del primer día y haberse alejado de la cabaña, en lugar de volver con todas aquellas excusas.
Debería haber dejado a los Hudgens en paz. Desde un principio, había sabido que podría arruinarles las Navidades.
¿Qué estarían haciendo en aquel preciso instante? ¿Habría Ness logrado que Jamie saliera de la habitación? Los niños pequeños eran fuertes, ¿verdad? Probablemente, ya se le había pasado todo y Ness y él estarían sentados en el sofá, leyendo un cuento o entretenidos con los últimos preparativos para la cena.
Probablemente, estarían…
Dejó de pensar de manera abrupta y todos sus sentidos se pusieron alerta. ¿Qué había sido ese ruido? ¿El viento en las ramas? ¿El crujido del hielo? Se quedó un rato más escuchando, pero no oyó nada.
Volvió a su trabajo con la pala, pero los pelos de la nuca se le erizaron. Aquel sentimiento era extrañamente familiar, exactamente como aquella vez, cuando había intentado dejar atrás aquella luz en unas Navidades hacía seis años.
Otra vez era Nochebuena.
Se quedó parado y, aunque no oyó nada, tiró la pala. De tres grandes zancadas volvió al centro del camino y se quedó allí de pie, con todos los sentidos alerta.
Nada. Comenzó a correr carretera abajo, hundiendo los pies con desesperación en la nieve. Después de unos minutos, sentía que las piernas le dolían y que le costaba respirar, pero siguió corriendo, buscando con la mirada, escuchando tan atentamente que le dolían los oídos.
La carretera giró de forma brusca y él voló por la curva y vio lo que parecía un montón de harapos en medio de la carretera.
Corrió hacia el niño con sus últimas fuerzas y se dejó caer de rodillas junto al bulto del pequeño, acurrucado.
Le pasó las manos por debajo de los brazos y lo levantó con suavidad, apretándolo contra su pecho. Le miró la cara llena de lágrimas y se sintió aliviado. Los temblores no eran a causa de una hipotermia sino porque estaba llorando, gracias a Dios.
Si se hubiera salido de la carretera, ¿cómo lo habrían encontrado? Sólo pensar en ello hacía que el corazón le doliera.
Cuando lo tuvo delante, se paró.
Jamie miró hacia abajo.
Zac se agachó a recoger el paquete y lo puso en los brazos del niño.
Jamie le susurró al oso que sentía mucho haberlo perdido. Lo apretó con fuerza y se metió el pulgar en la boca, Zac nunca lo había visto chuparse el dedo. Eso le recordó lo pequeño que era, a pesar de su sorprendente capacidad para mantener una conversación.
Se obligó a caminar más deprisa, pero sabía que no iba a poder aguantar a ese ritmo durante mucho más tiempo.
Sin embargo, pensar en lo que ella debía de estar sufriendo lo hacía seguir corriendo. Entonces, vio la chaqueta de ella entre los árboles, donde el camino giraba de manera abrupta.
Era estúpido, con lo cansado que estaba, salirse del camino y correr cuesta arriba hacia ella; pero eso fue exactamente lo que hizo.
Ella fue a parar delante de él. Estaba cubierta de nieve y le costaba respirar.
Lo vio en sus ojos. Inmediatamente y sin preguntar. Algo de lo que no se sentía merecedor.
Por si acaso no se había dado cuenta, ella se puso de puntillas y lo besó en la boca. Apasionadamente, sin guardarse nada. Para que no cupiera ninguna duda sobre lo que sentía.
Lo que quedaba de su muralla cayó.
Cuando le entregó a Jamie, ella escondió la cara en su cabecita morena y lo cubrió de besos.
Zac la rodeó con sus brazos.
Apretujado entre ellos, sintiéndose muy feliz, Jamie le ofreció el paquete a Zac.
Era como si algo de Jamie fuera en ese paquete; aquella parte del niño que creía en la magia, en los milagros y en la Navidad.
Lentamente, deshizo el envoltorio y la cara del osito apareció ante ellos.
Durante unos segundos, no se atrevió a hablar.
Finalmente, logró decir atragantado:
De repente, Zac sintió vergüenza. Había intentado que Ness creyera que ella era la culpable de que él se fuera, de que los abandonara el día de Nochebuena. Y él sabía que esa no era la verdad.
La verdad era que había sentido miedo del amor que había visto brillar en los ojos de Ness y de no ser merecedor del cariño del niño.
Entonces, supo la verdad: la única manera de continuar con su vida era perdonándose por el fracaso de hacía seis años.
Pero el perdón no era una palabra. Era un sentimiento. Y en aquel momento lo sintió, en lo más profundo de su ser. Lo que había sucedido hacía seis años ya había terminado. Ahora comenzaba la primera página de un nuevo libro.
Él también tenía un regalo que dar.
Lo había sabido todo el tiempo, quizá desde el primer momento que la vio en el aeropuerto, y lo había sabido la noche anterior.
Quizá ese era el motivo por el que había huido.
Nunca antes había regalado lo que ahora le estaban pidiendo: su corazón. Él sabía que estaba vapuleado y amoratado y que no sería ningún chollo para la persona que lo recibiera. Había descubierto la noche anterior que ella lo recibiría tal y como era, con todas sus virtudes y todos sus defectos.
Había conocido el amor.
Se guardó el oso dentro de la chaqueta y se subió al niño a los hombros.
Después, rodeó a Ness por la cintura y la besó en la boca. Un beso largo y apretado. Sintió la ternura de su respuesta. Y la respuesta a la pregunta que le iba a hacer.
🎆HAPPY NEW YEAR 2021!🎆