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domingo, 6 de diciembre de 2020

Capítulo 6


Zac estaba física y emocionalmente agotado. Cuando llegó al establo de los Bledsoe, la yegua había abortado un potro de cinco meses y estaba muy asustadiza. O, mejor dicho, frenética. Aquello era señal de que estaba enferma, la causa del aborto, aunque Zac la había examinado antes de que quedara preñada y el animal estaba en perfecto estado. Como él no iba a estar allí para seguir la recuperación de la yegua, había llamado al doctor Conner, el veterinario de Eureka. Después tranquilizó y calmó a la yegua, le administró antibióticos, se aseguró de que la placenta estuviera entera y después transportó el feto a Eureka para que el doctor Conner pudiera hacer un seguimiento con una autopsia para averiguar la causa de lo que había sucedido. Habría que examinar inmediatamente a los otros animales del establo. Bledsoe tenía seis yeguas preñadas en aquel momento.

Sin embargo, aquélla no era la parte más dura. La yegua era muy valiosa, y el semental un campeón, y la hija de los propietarios, que tenía dieciocho años, había criado a aquella yegua desde que era una potranca. La chica estaba tan angustiada como el animal, y aterrorizada pensando que su yegua iba a morir.

No iba a morir, pero todavía estaba por ver si sería una buena yegua de cría. Sólo el tiempo lo diría. Sin embargo, cuando Zac dejó a la familia, bastante tarde, parecía que la muchacha iba a dormir en el establo, con su yegua.

Era algo que también hubiera hecho Vanessa.

Precisamente, cuando Zac llegó a su casa, vio que estaba iluminada, y que la furgoneta de Vanessa estaba aparcada fuera. Se sorprendió, pero sintió una gran alegría. En la barra de desayunos había un par de velas rojas junto a un plato de galletas y dos tazas con cacao. También había lazos en las sillas, guirnaldas, luces por todas partes, y su chica, dormida delante de la chimenea encendida. Zac se rió suavemente. Vaya, sí que había estado ocupada.

Era como volver a casa. Aquellas fiestas tenían un gran significado para ella. Su sentido del amor y de la familia alcanzaba a todos los que la rodeaban, y él se sentía tan… abrazado, que tenía la sensación de que eran sus primeras Navidades. Sonrió al pensar que, en un sentido muy importante, sí lo eran.

Se quitó las botas, el cinturón y la chaqueta en la cocina. Apagó las velas, las luces y la chimenea, se arrodilló junto al sofá y le besó suavemente los labios.

Ness: Umm -murmuró despertándose a medias-. Ya has vuelto. Me he quedado dormida.

Zac: Seguramente estabas exhausta después de registrar los armarios del garaje -respondió divertido-.

Ness: Lo recogeré todo -susurró-. Ahora que ya estás en casa, debería irme.

Zac: ¿Estás loca? -Pasó un brazo por debajo de sus rodillas, el otro por su espalda, y se puso en pie-. Vamos a dormir un poco. De todos modos, son las dos y cuarto de la noche, así que no queda mucho para que amanezca. Y este sofá no es suficiente. Quiero abrazarte. Quiero dormirme contigo en mis brazos. Ahora, cierra los ojos y la boca.

Ella murmuró algo y se acurrucó contra él.

Ness: ¿Ha ido todo bien con la yegua?

Zac: Lo solucionaré. Mañana te lo cuento. -La llevó a su habitación y la tendió cuidadosamente sobre la cama-. ¿Necesitas el despertador? Puedo ponerlo.

Ness: No. No he dormido más allá de las siete de la mañana en toda mi vida.

Zac: Bien. -Apartó el edredón y se metió en la cama, en vaqueros, y ella hizo lo mismo-. Acércate -le pidió-. Lo único que quiero en esta vida es sentirte contra mí. Ay, Vanessa, mi Vanessa…

De repente se dio cuenta de que, por muy agotado que estuviera, no iba a dormir. Tuvo un pensamiento increíble. Así debía de sentirse uno cuando se enamoraba de verdad. Él creía que todo aquello del enamoramiento era una historia de chicas que ningún hombre experimentaba. Sabía lo que era el deseo, pero todas aquellas emociones mezcladas que sentía eran algo completamente distinto…

Él quería estar sólo con Vanessa. Si le permitieran tener sólo una amiga para el resto de su vida, la elegiría a ella. Quería llegar a casa y encontrarse el calor que ella sabía darle a una habitación. Quería acurrucarse contra ella y sentir el consuelo de su cuerpo, que se adaptaba perfectamente al de él. No quería alejarse de ella; la quería para toda la vida.

Comenzó a desabotonarle la camisa. Pese a que parecía que ella estaba dormida, él la estaba desnudando, aunque sabía que no debía hacerlo. Sin embargo, cuando Zac notó que ella también le desabrochaba los botones, su cuerpo se despertó por completo, se endureció, se preparó. Él le abrió los pantalones, y ella hizo lo mismo. Como si se tratara de una coreografía, se bajaron los vaqueros y se los quitaron, y él la estrechó contra sí, su ropa interior contra sus braguitas.

Zac: Dios -murmuró-. Dios, Dios, Dios.

Ella se apartó un poco para poder quitarse la camisa y los calcetines. Dejó las braguitas para que Zac se encargara de ellas, cosa que él hizo rápidamente.

Zac: Deja que me las quede -le pidió, apretándolas en el puño-. Deja que me las quede para el resto de mi vida. ¿Puedo?

Ella se rió de él y tiró de sus calzoncillos.

Ness: Claro -le susurró contra los labios-. Y puedes quedarte también tu ropa interior.

Él gimió como si sintiera dolor, y le acarició un pecho.

Zac: ¿Por qué llevas sujetador?

Ness: Porque llevas desnudándome cinco segundos y todavía no has tenido tiempo de quitármelo. -Se lo desabrochó y se lo quitó, justo en el momento en el que él posaba los labios en su piel. Entonces, él rodó y se colocó sobre ella-. Preservativo -susurró-. Preservativo, Zac.

Zac: Voy. Ya voy.

Se levantó de un salto de la cama y corrió sin miramientos hacia el cuarto de baño, y volvió a la cama con un paquetito en la mano, abriéndolo con los dientes por el camino. Se tiró en la cama y la abrazó. Entonces, se quedó helado. Todos los movimientos se congelaron. Sus muslos estaban juntos, sus labios se atraían, sus manos unían los cuerpos, y él le preguntó:

Zac: ¿Vanessa? ¿Estás lista para esto?

Ella no dijo nada que él no pudiera ver en su rostro. Le tomó la mano y le quitó el paquetito de papel plateado. Le metió la mano entre sus piernas, donde él podía encontrar la respuesta a su pregunta.

Él movió los dedos hacia arriba por sus muslos, le abrió un poco las piernas, le acarició los pliegues húmedos.

Zac: Ah -suspiró contra sus labios-.

Ness: Estoy lista. Lista -repitió, y le puso el preservativo a Zac-.

Zac: ¿Sabes una cosa, Vanessa? Volver a casa contigo, hacer el amor contigo… tengo la sensación de que es lo que siempre estuve esperando.

Ness: Entonces, no perdamos más el tiempo.


Zac se quedó dormido mientras todavía estaba dentro de su cuerpo, abrazándola. En algún momento de la noche se despertaron e hicieron el amor de nuevo. Cuando él volvió a despertarse por la mañana, estaba solo. Uno de los cachorritos estaba gimiendo en la distancia.

Encontró una nota en la cocina:

Zac, estabas tan cansado que ni siquiera te has despertado mientras desayunaban los cachorros, que han sido muy ruidosos. He pensado que era mejor dejarte dormir. Quiero que te lo pases muy bien durante tus vacaciones. Yo me ocuparé de todo mientras estás fuera, y guardaré los adornos. Y gracias por esta noche. Ha sido perfecta.

Besos, Vanessa.

Él tomó la nota y la leyó una y otra vez.

Zac: Es horrible tener que separarme de ti, Vanessa -susurró-. Y más en Navidad.


Zachary había reservado sus vuelos para coordinarse con el resto del grupo. Iban a reunirse para desayunar en Miami. Desde allí, volarían juntos a Nassau. Él tenía que ir desde Santa Rosa a San Francisco, lo cual equivalía a un trayecto de dos horas hacia el sur. De San Francisco tomaría un vuelo nocturno hacia Miami. Estaría allí temprano por la mañana, y desayunaría con su antigua pandilla. Aquello le recordó a sus desayunos cuando pasaban una noche de estudio, justo antes de un examen importante. Después, todos irían a las Bahamas y comenzarían sus vacaciones de diez días.

A él no le importaba viajar, lo cual era positivo, porque su profesión le obligaba a recorrer montañas y valles de tres condados para cuidar del ganado. El trayecto desde Humboldt County a Santa Rosa era precioso y muy tranquilo. Sin embargo, en vez de disfrutar de la vista de las colinas y los árboles cubiertos de nieve, Zac sólo podía pensar en Vanessa.

Antes de salir de Humboldt County, la llamó a su peluquería.

Zac: Mi vuelo sale dentro de un par de horas. ¿Estás segura de que me dejas marchar sin ti?

Ness: Es tu viaje, Zac, no el mío. Tú lo planeaste, lo pagaste, lo has estado esperando con impaciencia… Ahora vete y disfruta. Yo tengo cosas que hacer con mi familia. Y con los cachorros. Cuando vuelvas, todos los adornos estarán guardados, los perritos estarán en sus nuevos hogares y tú estarás bronceado y descansado. Y será un nuevo año.

Zac: Tengo entendido que la cobertura es muy mala allí, pero intentaré llamarte mientras estoy en Nassau. Quiero ver si te arrepientes de haber rechazado unas vacaciones de lujo pagadas. Y te he dejado una nota con la información de mi hotel en la encimera de la cocina. Llámame si necesitas algo. Cualquier cosa.

Cuando dijo aquello, estaba pensando: «A mí. Llámame si me necesitas. Llámame si me echas de menos».

Sin embargo, Vanessa se echó a reír alegremente.

Ness: Vamos, Zac, ¿qué ibas a hacer si necesito algo? ¿Volver a casa corriendo? ¡Vas a estar en el otro extremo del país! Y con tus amigos, Zac. Deja de preocuparte y diviértete. Además, yo puedo ocuparme de todo.

Pocas semanas antes, Zachary estaba esperando aquellas vacaciones con entusiasmo. Se había hecho ilusiones con chicas en biquini y con escotes amplios. Se había imaginado invitando a una mujer muy guapa a cenar, o a navegar. En aquel momento, ninguna de aquellas imágenes le servía para nada. Lo único en lo que pensaba era que aquellos diez días iban a ser muy largos. Por lo menos, esperaba poder pescar uno o dos peces impresionantes. Eso era lo que le gustaría llevarle a Vanessa de vuelta: un enorme pez espada disecado y montado en madera. Tal vez pudiera colgarlo sobre la cama y recordar su primera Navidad. Y la última que iban a pasar separados.


Vanessa se había reído con alegría mientras hablaba por teléfono con Zac, pero en cuanto colgó, la melancolía se apoderó de ella. Seguramente, era a causa de que estaba un poco cansada, y del hecho de que Zac se hubiera marchado. No había dormido nada en su cama, por supuesto. Él la había mantenido ocupada. Y satisfecha. Era un amante maravilloso, pero en vez de dejarla saciada, la había dejado deseándolo más y más.

Vanessa había tenido que levantarse muy temprano, volver a casa, ducharse y vestirse para ir a trabajar, y organizar las cestas de Navidad para las chicas de la tienda.

No sabía si él había sentido que ella lo besaba suavemente antes de marcharse. No sabía si la había oído decir: «Adiós, Zac. Cuídate, y vuelve pronto». Él ni siquiera se había movido.

Vanessa había sido feliz teniéndolo en brazos, dándole calor, sintiendo cómo se quedaba dormido. No le importaría hacer lo mismo todos los días de su vida.

Sabía que estaba muy desanimada y no quería que las clientas y las chicas lo notaran, así que se fue a su pequeña oficina, que estaba en la parte trasera del local. Pero Pam, su encargada, la siguió, y se quedó apoyada en el quicio de la puerta, observándola.

Pam: No te preocupes, Vanessa. Él va a volver a casa, contigo.

Ness: Claro. Por supuesto. Yo no he dicho lo contrario.

Pam: Pero no tienes que decirlo. Te has reído y has hecho bromas con él al teléfono, pero en cuanto has colgado, te has quedado muy seria. Tal vez un poco preocupada, incluso.

Ness: ¿Crees que ha sido un error que haya dejado que se marchara? 

Pam: El tiempo va a pasar volando. Es agradable verte así. Lo quieres.

Ness: Sí, lo quiero. Lo quiero porque es tierno, fuerte y listo -dijo con una sonrisa-. Y es tan guapo que consigue que me tiemblen las rodillas. Pero Pam, no se lo he dicho. He intentado demostrárselo, pero no he llegado a decírselo.

Pam se rió.

Pam: Muy pronto tendrás la oportunidad de hacerlo. Tú también eres muy guapa y muy lista, y seguro que a él también le tiemblan las piernas.

Ella le sonrió a su amiga.

Ness: Gracias, Pam. Eres muy buena. Lo mejor es que sé que no es un cumplido, sino que dices lo que piensas. ¿Te he contado que me pidió que fuera con él?

Pam: Ah, no. Eso no me lo habías contado. ¿Y no has tenido la tentación de hacerlo?

Ness: Claro que sí. Pero es su viaje, y yo tengo una familia. Sin embargo, después de esto, si él siente por mí lo mismo que yo siento por él, es la última vez que voy a dejar que se aleje tanto de mí sin que sepa cómo me siento.

Pam asintió.

Pam: Buen plan. Llevo cinco años trabajando para ti, Vanessa, desde que compraste la peluquería. ¿Habías estado enamorada antes?

Vanessa soltó un resoplido.

Ness: No seas tonta. Tengo veintiocho años. He estado enamorada muchas veces, empezando por Dickie Saunders en segundo curso.

Sin embargo, nunca como en aquella ocasión. Sólo quería acurrucarse junto a Zac y confiarle todo lo que sentía, reírse con él y estar a su lado.

Miró a Pam y se encogió de hombros.

Pam: Eso es lo que yo pensaba -dijo con una sonrisa-.


Zachary no pudo pegar ojo durante todo el vuelo desde San Francisco a Miami, que duró cerca de cinco horas. Cuando llegó a su destino, a las siete de la mañana del día de Nochebuena, todavía le quedaba una hora antes de encontrarse con sus amigos para desayunar en un restaurante que habían elegido en la terminal internacional.

Cuando llegó al restaurante, Jerry, Ron, Cindy y Tina ya estaban allí, rodeados de equipaje. Sólo faltaban Bob y Tom, y sus mujeres. Jerry fue el primero que vio a Zac, y lo saludó:

Jerry: ¡Eh, mirad quién acaba de salir de su vuelo nocturno! Tienes un aspecto horrible, tío -dijo con una enorme sonrisa, y alzó una mano-. Por favor, un Bloody Mary para el caballero.

Zac estrechó manos, abrazó, aceptó la copa y alzó el vaso.

Zac: Me alegro mucho de veros, chicos. No podemos seguir reuniéndonos así.

Jerry: Bueno, para empezar, tenemos una hora y media -dijo mirando su reloj. Después frunció el ceño-. Zachary, ¿has podido facturar el equipaje?

Zac: No, lo he dejado en el mostrador de la aerolínea.

Sus amigos agitaron la cabeza.

Tina: Tú, que siempre ibas un paso por delante de los demás.

Zac: Lo cierto es que… no puedo ir. Lo siento, chicos.

Todos lo miraron con desconcierto.

Jerry: Eh… No mires ahora, Zac, pero estás en Miami. A un paso del cielo de Bahamas.

Zac se echó a reír y tomó un sorbito de su Bloody Mary.

Zac: Este viaje es una idea muy buena. Pero tengo que volver. Les he pedido que me busquen un vuelo a casa, aunque la cosa está muy fea. ¿Quién iba a viajar en Nochebuena a propósito? ¿Por qué no hay ni una plaza? A mí nunca se me ocurriría volver en Nochebuena si no tuviera que hacerlo, pero les he dicho que aceptaría cualquier cosa. Tal vez termine comiéndome el pavo aquí mismo.

Jerry: ¿Qué demonios…?

Zac: Es por una mujer -estaba cabeceando y riéndose-. Tengo que volver con una mujer.

Jerry le puso una mano en el hombro.

Jerry: Mira, deja que lo adivine, te has emborrachado en el vuelo hasta aquí…

Cindy: ¿Y por qué no la has traído? 

Zac: No podía venir. Tiene muchos compromisos familiares y no podía perdérselos. Está muy unida a su familia, que es estupenda, por cierto. Así que yo le dije que me quedaba en casa, con ella, pero ella me dijo que no, que tenía que venir de vacaciones. Se empeñó. Y yo la dejé.

Jerry: Bueno, bueno, no pierdas la cabeza. Llámala, dile que estás muy triste sin ella y que volverás muy pronto. Demonios, saca un billete dentro de dos o tres días si sigues sintiéndote así.

Zac: Tengo que irme. No quiero estar sentado en un bar con vosotros sin disfrutar del viaje. De veras, era una buenísima idea. ¿Alguien quiere repetirlo el año que viene? No creo que el año que viene tenga complicaciones. Por lo menos, no se me ocurre ninguna.

Jerry: Zachary, si es la mujer de tu vida, no se va a marchar a ningún sitio.

Él sonrió.

Zac: Eso es lo mejor de todo. Sé que no va a ir a ninguna parte, pero no sabes lo importantes que son las Navidades para Vanessa -dijo con una suave carcajada-. Mirad, no creo que lo entendáis, pero, aunque estaba deseando pasar estos días de vacaciones con vosotros, en el avión me he dado cuenta de que iba a estar muy solo sin ella. Iba a estar con los mejores amigos que he tenido en la vida, y no iba a divertirme porque ella no está conmigo. Sé dónde debo estar ahora, y creo que será mejor que vaya.

Ron: Zachary, diez días pasan muy rápido. ¿Cuánto hace que conoces a esa mujer?

Zac: Unas tres semanas. Las mejores tres semanas de mi vida. Cuando encuentras a la mujer de tu vida, no te marchas de vacaciones al otro extremo del país y la dejas preguntándose qué sientes. Verás, Jerry, si alguna vez encuentras una mujer que quiera estar contigo para siempre, será mejor que tengas esto en mente: no te apartes de ella sin decirle que la quieres, ¿entendido?

Jerry lo miró con confusión.

Jerry: ¿Y no se inventaron las floristerías para eso? Sólo tienes que llamar, mandarle un enorme ramo y…

Tina: Zachary, todo esto es tan romántico… No sabía que fueras tan romántico. ¿No salimos nosotros una vez? ¿Fuiste tan romántico conmigo?

Zac se echó a reír, dejó la copa en la barra, la abrazó y le dio un beso en la mejilla. Abrazó también a Cindy, le dio un puñetazo a Jerry en el brazo y le estrechó la mano a Ron.

Zac: Os llamaré. Que lo paséis muy bien en la playa. Gracias por la copa. Decidle a Tom y a Bob que siento mucho no haberlos visto. Feliz Navidad.

Después se dio la vuelta y se alejó.


Cuando cerró la peluquería, el día veintitrés, Vanessa fue directamente a casa de Zac a atender a los cachorros, para asegurarse de que estaban bien, y se había quedado un rato allí, disfrutando de la decoración de Navidad. Virginia se había ofrecido a cuidar de los perritos la mañana de Nochebuena, porque de todos modos tenía que ir a la clínica a visitar a los caballos.

Vanessa había comprado cinco cajas de regalo en una papelería, y en Nochebuena llevó a una cachorrita, Vixen, a la peluquería, para dársela a Pam. La madre de su amiga cuidaría de la perrita hasta el día de Navidad por la mañana. Cerraron la tienda a mediodía, y Vanessa volvió a casa de Zac antes de ir a la granja.

En la granja había una tradición que se cumplía siempre el día de Nochebuena: Hank llenaba una carreta de heno fresco, le enganchaba los caballos de Vanessa y llevaba a los niños a dar un paseo mientras las mujeres terminaban de hacer la cena. El sol de invierno se estaba poniendo rápidamente, así que debían dar el paseo antes de cenar. Había empezado a nevar, de modo que la carreta tendría que circular por los caminos de la granja. Los siete niños, sus padres y el abuelo se pusieron en marcha, cantando y riéndose.

Y en la cocina estaban preparando el asado. Desde la ventana, Vanessa vio cómo la carreta se alejaba de la casa. Intentó no sentir melancolía, y fantaseó brevemente sobre cómo sería enviar a Zac en aquella carreta con los niños, su padre y sus hermanos. Bueno, tenían muchos años por delante para eso.

Rose se acercó a ella y la abrazó por la cintura.

Rose: Puedes ir con ellos si te apetece -murmuró-. Hay ayuda más que suficiente en la cocina. Demasiada, en mi opinión.

Vanessa se rió de su madre.

Ness: Me quedo. Después de la cena tengo que ir a repartir los cachorritos en nombre de Santa Claus. Sólo nos quedan tres chicos. Creo que después de Navidad, cuando todo esté más tranquilo en el trabajo, pondré anuncios. Y llamaré a los refugios, para averiguar si tienen a algún buen candidato para adoptarlos.

Rose le metió un mechón de pelo tras la oreja a su hija.

Rose: ¿No estás un poco apagada este año?

Ness: Estoy bien.

Rose: Tienes derecho a echarle de menos, sobre todo en las fiestas. Me cae bien Zachary. Parece un buen chico.

«Un chico», pensó Vanessa divertida. No podía explicarle a su madre que era todo un hombre.

Ness: Vamos a ponerlo todo en la mesa, mamá. Van a volver en un abrir y cerrar de ojos.

Por supuesto, los niños no querían que el paseo terminara hasta que estuvieron azules de frío. Hank paró por la parte de atrás de la casa para que los pequeños entraran y sus madres les hicieran entrar en calor. Después, con ayuda de sus hijos, desengancharon a los caballos, los llevaron al establo, los cepillaron y les dieron de comer. Cuando todo el mundo estuvo dentro de la granja, la casa se llenó de ruido, de aromas deliciosos, de risas, y la comida empezó a circular por la mesa.

El paseo en carreta no sólo se hacía por pura diversión. Estaba calculado para cansar a los niños, que de otro modo estarían despiertos hasta medianoche. Después del plato principal y el postre, las mujeres fueron a la cocina a fregar y a preparar el café, mientras el abuelo, los hermanos de Vanessa y los niños sacaban los juegos de mesa. Entonces, Vanessa se marchó. Tenía que ir a casa de Zac, recoger a los cachorritos y repartirlos.

Bien abrigada, de camino a su furgoneta, decidió ir un momento a la parte trasera de la casa. La luna estaba en lo más alto del cielo, e iluminaba toda la granja. El establo, pintado de rojo, estaba muy tranquilo. Ella recordó los días en que estaba rebosante de vida, lleno de vacas, caballos, cabras, gallinas y gente. Todos los chicos Hudgens habían dado grandes fiestas en la granja. Su padre hacía un hoyo y lo llenaba de ascuas para asar maíz, y se hacían perritos calientes en la barbacoa. Rose hacía una gran ensalada de patata y huevos revueltos, y los niños que acudían a la granja podían correr por los prados, por el establo y por el bosque.

Algún día, pensó Vanessa, sus propios hijos, y sus amigos, jugarían allí.

Subió a la carreta, se tumbó sobre el heno y se quedó mirando al cielo. Estaba despejado, negro, salpicado de estrellas. En aquel momento, la casa estaba vibrando, pero normalmente en el campo reinaba tal silencio que te permitía oír el suave crujido de las hojas que caían al suelo.

Al oír un coche acercándose, se incorporó. Reconoció la camioneta de los Dickson, sus vecinos más cercanos. Otra costumbre rural. La gente iba a visitarse aquel día, llevaban dulces caseros y se quedaban a tomar, por lo menos, una taza de café. Por supuesto, los Hudgens no iban de visita cuando toda la familia estaba reunida. Eran demasiados. Una segunda furgoneta seguía a la de los Dickson. Parecía que se acercaba toda la familia al completo. Ella se hundió entre el heno con la esperanza de hacerse invisible. Cuando todos entraran en la casa, se marcharía. No se sentía muy sociable.

Sólo había una persona con la que quisiera estar en aquel momento. Se abrazó a sí misma, e intentó fingir que sus brazos eran los de…

Ben: ¿Vanessa? ¿Estás ahí fuera? -preguntó desde el porche trasero-.

«No respondas», pensó ella.

Ben: ¡Vanessa!

Sin embargo, su furgoneta estaba aparcada allí mismo.

Ness: Estoy mirando las estrellas, pero me marcho ahora mismo. ¿Qué?

Ben: ¡Sólo quería saber dónde estabas! -gritó-.

Ness: ¡Bueno, pues ya lo sabes! ¡Ahora déjame en paz! ¡Estás asustando a las estrellas! -Después añadió, en voz baja-: Pesado…

Segundos después notó que la carreta se movía, oyó un chirrido y notó que un cuerpo grande se tiraba junto a ella, en el heno.

Ness: ¡Ah, Ben, eres idiota! -protestó. Se incorporó y se sentó, quitándose la paja del pelo. Miró a quien estaba a su lado, y no era Ben-. ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó con desconcierto-.

Él volvió la cabeza hacia ella.

Zac: He venido a tomarte en brazos y raptarte, pero como llevo volando y conduciendo tanto tiempo, estoy demasiado cansado como para poder girarme, y mucho menos como para poder raptarte. Y tampoco dormí demasiado la noche antes de irme -dijo con una sonrisa-. Muchas gracias.

Ness: ¿No te has marchado?

Zac: Sí, llegué hasta Miami.

Ness: ¿Y has vuelto?

Él bostezó ampliamente.

Zac: A medio camino me di cuenta de que no podía irme a Bahamas sin ti, pero no quisieron dar la vuelta con el avión.

Ella se quedó sin palabras durante un instante.

Ness: Te has vuelto loco.

Zac: Dímelo a mí. ¿Qué me has hecho?

Ness: Entonces, ¿es culpa mía que te hayas vuelto un lunático?

Él volvió a bostezar.

Zac: Yo era normal hace tres semanas. Es asombrosa la cantidad de gente que viaja en Nochebuena. No he podido encontrar vuelo directo. He estado viajando todo el día. De Miami a Lansing, de Lansing a Seattle y de allí a San Francisco. El último trayecto tuve que hacerlo en los baños.

Ness: ¡No! -exclamó con una carcajada-. 

Se tendió en el heno, junto a él.

Zac: Después tuve que alquilar un coche y conducir hasta Santa Rosa para recuperar mi furgoneta. Luego volví a casa.

Ben: ¡Eh! -gritó desde el porche-. Chicos, ¿queréis que enganchemos los caballos?

Vanessa volvió a incorporarse.

Ness: No, gracias. ¿Podrías irte, por favor?

Ben: ¿Estáis dándoos el lote en el heno?

Zac y Ness: ¡Márchate! -gritaron al unísono-.

Ben: Bueno, bueno -entró en la casa dando un portazo-.

Vanessa volvió a tumbarse.

Ness: Bueno, ¿y ahora qué planes tienes? 

Zac: Tenía un plan. Iba a decirte que te quiero, a seducirte y a ponerte un buen rubor en las mejillas, pero no tengo fuerzas. Sin embargo, te quiero. Y si duermo un poco esta noche quizá me recupere, así que prepárate.

Ella soltó una risita.

Ness: Tengo que repartir los cachorritos.

Zac: ¿Todavía no lo has hecho? Tenía la esperanza de que pudiéramos marcharnos a casa y acostarnos…

Ness: Si quieres, puedo llevarte a casa y tú puedes dormir mientras yo reparto los perritos. No creo que debas conducir si ni siquiera puedes darte la vuelta.

Zac: No te preocupes, puedo arreglármelas -dijo de cara contra el heno-. Ya lo verás. En cualquier momento me levantaré…

Ness: ¿Me quieres? ¿Por qué piensas eso?

Él no pudo girarse, pero alzó el brazo, le rodeó la cintura y la atrajo hacia sí.

Zac: Me he enamorado tanto de ti, Vanessa Hudgens, que no creo que vuelva a ser jamás un hombre libre. Seguramente, muy pronto tú también querrás decirme que me quieres. Date prisa, ¿quieres? Me gustaría estar consciente para oírlo.

Ella se rió de él.

Zac: Dilo, demonios -le ordenó-.

Ness: Yo también te quiero. No puedo creerme que hayas vuelto el mismo día. ¿Por qué no te has limitado a llamarme?

Zac: Vanessa, porque me di cuenta de que, si no estaba contigo, me sentiría muy solo. Quería que supieras que para mí es muy importante estar contigo. No eres algo que pueda dejar para más tarde. No estoy buscando algo fácil contigo, Vanessa. Quiero estar contigo para siempre. Y no creo que esto vaya a cambiar. Y ahora, por favor, ¿podríamos repartir a los perritos e irnos a dormir?

Ness: Claro -dijo pasándole los dedos por el pelo, junto a la oreja-. Feliz Navidad, Zachary.

Zac: Feliz Navidad, nena. Te he traído una cosa. Un brillante.

Ness: ¿Me has comprado un brillante? -preguntó asombrada-.

Zac se metió la mano al bolsillo y se sacó un diamante de plástico del tamaño de un limón, colgado de una cadenita.

Zac: Nuestra primera Nochebuena juntos y te traigo un regalo de la tienda del aeropuerto. A propósito, cuando te compre el brillante de verdad, no creo que sea tan grande.

Ella volvió a reírse y lo besó.

Ness: No te puedes imaginar lo mucho que me gusta éste.

Zac: ¿Quieres demostrármelo? -le preguntó abrazándola con fuerza-.

Ness: Lo haré -le prometió-. Durante los próximo cincuenta años.

Zac: Para mí eso está bien, Vanessa. Te quiero como un loco.

Ness: Y tú haces que me tiemblen las rodillas. Vamos a casa para ver si puedes hacer que me tiemblen un poco más.

Zac: Será un placer -para ser un hombre casi muerto de agotamiento, la besó con una pasión sorprendente-. Vamos a casa. 


FIN


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy tiernos especial en esta epoca la historia.. siguela

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