Zac metió el árbol en la casa. Era más grande de lo que parecía. También era el último toque de ambiente navideño. La llegada del árbol hizo que la cabaña pareciera algo más que una simple cabaña; parecía un lugar mágico donde cualquier cosa podía suceder.
Eso lo podía ver hasta una persona que no creía en la Navidad.
Incluso parecía un hogar.
Aquel no era su hogar, se recordó a sí mismo. De hecho, no era el hogar de nadie; era su cabaña de caza. Esa era la realidad.
Pero la realidad del árbol hacía que todo se complicara.
Jamie miró el lugar con disgusto.
Zac miró el reloj. Ya había pasado otra media hora. ¿Estaría el niño haciendo tiempo para que se quedara?
Jamie lo miró, con sus ojos inocentes muy abiertos, y Zac se sintió culpable por sospechar de él.
Ness, a diferencia de su sobrino, parecía que se había olvidado de que Zac todavía estaba sujetando el árbol. Estaba mirando el abeto intensamente, con las manos en las caderas, sacudiendo la cabeza.
Zac empezó a sentirse incómodo. Parecía menos recatada con las mejillas sonrosadas por el aire frío. Tenía los ojos brillantes, como si colocar un árbol fuera de las cosas más interesantes que se podían hacer en este mundo.
Él hizo lo que le pidió, pero el rubor de ella hizo que su mente diera un giro de ciento ochenta grados. Se preguntó si sería virgen. Ese pensamiento hizo que le diera mucha vergüenza y se escondió detrás de las ramas. Además, así podía mirarla sin que ella pudiera notar los pensamientos malvados que cruzaban por su mente.
Zac, con la pequeña sombra detrás, fue a buscar algunas herramientas que había detrás de la cabaña.
Cuando volvieron a la cabaña, Zac se paró en la entrada, y no sólo para sacudirse la nieve de las botas. Toda la cabaña olía al árbol, y ahora, además, el olor se había mezclado con el aroma de las palomitas de maíz.
Para un lugar que no era el hogar de nadie, la sensación estaba comenzando a ser abrumadora.
Echó un vistazo a la cocina. Probablemente, Ness estaba haciendo el maíz allí.
En efecto, estaba de pie, agitando las palomitas como si la vida le fuera en ello. Al menos, había conseguido encender la estufa sin volar nada. Ya no lo necesitaba.
Ness tenía un aspecto femenino y saludable, pensó. El tipo de mujer con que cualquier hombre razonable soñaría.
Afortunadamente, él no era una persona muy razonable. Y mucho menos soñador.
Con todo, durante un instante sintió un anhelo insoportable, un deseo que era nuevo y a la vez tan antiguo como el tiempo. El simple deseo de un hombre de no estar solo.
Mientras fijaba el árbol al suelo con unas tablas, Jamie lo miraba con devoción. Zac sintió una debilidad especial.
Dejó un clavo a medio clavar y le dio a Jamie el martillo. El niño lo agarró con las dos manos y, con la lengua fuera, se concentró y golpeó con fuerza.
Pero en seguida se le ocurrió que, con toda la ayuda del niño, aquel asunto le iba a llevar más de tres minutos.
«Golpe, golpe, fallo, fallo, fallo, golpe, fallo, golpe, golpe». El clavo comenzó a torcerse y Zac agarró el martillo para enderezarlo, resistiendo la tentación de darle un golpe y clavarlo él mismo. En lugar de eso, volvió a darle el martillo a Jamie.
Lo sorprendía descubrir que podía tener tanta paciencia.
Pero más aún, lo sorprendía el calorcito que sentía en el pecho por aquellas cosas tan simples. Se preguntó si los padres, que hacían esas pequeñas cosas con sus hijos cada día, se daban cuenta del privilegio que tenían.
De nuevo, sintió una opresión desconocida en el pecho. Pérdida. Soledad. El camino equivocado. Pensamientos incómodos que no podía quitarse de la cabeza.
Zac se preguntó, con incomodidad, quién corría más peligro de encariñarse con el otro, si el niño o él mismo. El aire era cálido y dulce con el aroma del abeto y del maíz.
Jamie y él acabaron el soporte enseguida y con gran alboroto lo clavaron al árbol.
Ya había terminado su trabajo allí.
Zac miró a Ness y vio cómo la ternura con la que miraba a su sobrino suavizaba su rostro. Y se preguntó qué se sentiría al ser amado por alguien como ella.
Tenía que salir de allí. Había demasiadas trampas. Olores agradables, la suavidad de una mujer y la admiración de un niño.
Ese no era el momento de pensar en que Ness y Jamie iban a pasar la Navidad allí solos. Ella lo había decidido.
Recordaba la cara que puso ella cuando le preguntó si no podían ir a ningún otro sitio a pasar la Navidad. Transparente. Estaba claro que, si tuvieran más familia, esperándolos con los brazos abiertos y llenos de regalos, no irían a aquel lugar solos.
Eran una pequeña y solitaria familia, ellos dos. Sospechaba que estaban esperando algún tipo de milagro.
Él no podía ayudarlos con la soledad, y menos con los milagros. Lo único que podía hacer por ellos era marcharse de allí en aquel instante.
Se volvió y se dirigió hacia la puerta. Se obligó a no mirar a Jamie; ni siquiera de pasada. Pero, mientras se ponía la chaqueta, no pudo evitarlo.
El niño estaba en silencio; pero sus ojos le recordaban los de un gran perro que había tenido. Lo había adorado. Su mirada lo había seguido a todas partes, siempre suplicándole una caricia. Afecto.
Salió corriendo por la puerta. Guardó las herramientas en su sitio y en el camino al coche se dio cuenta de que la nieve ya le llegaba por los tobillos. La camioneta estaba cubierta de una gran capa.
Sin molestarse en limpiar las lunas, se montó, arrancó y, con los limpiaparabrisas, quitó la nieve. Dio la vuelta y se dirigió hacia el camino.
Jamie estaba con la nariz pegada a la ventana, diciéndole adiós con la mano. Dudó un instante y le dijo adiós. Ya no tenía que preocuparse por encariñarse con él.
Las ruedas giraron peligrosamente donde la nieve se había amontonado y, en una pequeña cuesta, tuvo que poner la tracción a las cuatro ruedas para poder subirla.
Eso lo preocupó. Estaba dejando a aquellas dos personas solas y él no podría volver en unos cuantos días.
Una cosa era decirse que ella era una persona adulta, que él le había ofrecido una salida y ella la había rechazado. Y otra cosa era alejarse de ellos sin estar convencido de que estarían bien.
¿Qué pasaría si se ponía a hacer mucho frío? ¿Treinta o cuarenta grados bajo cero? Si eso sucedía, ¿sabrían que no podían dejar que el fuego se les apagara? ¿Acaso sabrían que no podrían salir al exterior porque la piel se les podría helar en unos segundos si hacía viento?
¡Cómo iban a saber todas esas cosas si eran de Arizona!
Bueno, si eso sucedía, volvería. Si la carretera estaba intransitable podía agarrar su moto de nieve y llegar hasta allí. Seguro que a Jamie le gustaba. Pero la imagen que se le vino a la mente era la de Ness montada detrás de él, agarrándose con fuerza.
Dejó de pensar en eso y mantuvo la mente en blanco durante veinte o treinta segundos.
Y después se preguntó: ¿qué pasaría si intentaban montarse en el viejo trineo que había junto a la casa? Su madre debía de haberlo dejado allí para ellos.
¿Es que no había leído su madre el artículo sobre los accidentes en trineo? Si la gente que estaba acostumbrada a ellos podía tener un accidente, ¿qué podía pasarles a aquellos dos lagartos de Arizona?
«Ella es cauta», se dijo a sí mismo. «Nunca iría tan deprisa como para sufrir un percance».
La carretera atrajo su atención durante otros veinte segundos.
¿Qué pasaría si el puercoespín decidía volver y Jamie lo tocaba?
¿Qué pasaría si, entusiasmada con la Navidad, se olvidaba de encender la cerilla primero? Podía quemársele el pelo. ¿Y qué haría el niño en aquellas circunstancias?
«Nada va a salir mal», se dijo, molesto. «El puercoespín no va a volver y la cocina no va a explotar».
Normalmente no era una persona que se preocupara fácilmente. Sin embargo, no podía dejar de sentir ansiedad.
Pensó que esa angustia no tenía nada que ver con Ness y con Jamie, sino que tenía que ver con él mismo, con su manera de entender la Navidad. Para él, era el peor momento del año, cuando las campanas y los villancicos le traían los peores recuerdos.
Tres niños, y él solamente había sacado a dos.
Pero ¿qué pasaba si lo que sentía en aquel momento era más que eso? ¿Y si era una premonición?
En cuanto la camioneta comenzó a patinar, se dio cuenta de que no había estado conduciendo con precaución. Con ese tiempo se necesitaba conducir con todos los sentidos y él los había tenido en otra parte.
Había llegado a una curva muy pronunciada y había entrado demasiado rápido. Ahora, la camioneta no obedecía a sus intentos de volver al camino y seguía deslizándose en línea recta.
Atravesó la carretera y se deslizó por una pequeña pendiente hundiendo el morro en la nieve.
Se quedó un rato inmóvil, pensado en lo que había sucedido. Había perdido la concentración por completo. Él era un hombre al que nunca le pasaban esas cosas. Llevaba media vida rodeado de animales y de maquinaria y en su trabajo necesitaba concentrarse porque su vida corría peligro. Nunca había tenido ningún problema.
Con resignación, abrió la puerta y saltó al exterior. Miró con atención a la camioneta. Con un poco de esfuerzo podría sacarla de allí. Pero, ¿para qué? ¿Para volver a salirse más tarde?
Ahora tenía una excusa para volver. Para asegurarse de que a Jamie y a Ness no les pasaba nada.
Quizá era su oportunidad para compensar lo que le pasó una noche de Navidad hacía muchos años.
Cuando un niño no logró salir.
Era como si la vida hubiera salido de la cabaña cuando él salió.
¿Por qué? Él no era un tipo divertido. Se imaginaba que debía de ser porque tenía presencia. Iba por la vida con una confianza y una masculinidad que no podían ignorarse. Era muy fácil sentir la energía que irradiaba.
Zac Efron era un hombre con temple. Tanto que cuando salió de la habitación, esta se quedó vacía.
Una voz en su interior le dijo que no se engañara a sí misma, que lo que realmente echaba de menos era su presencia física.
Aquel hombre era tan endiabladamente sexy que cortaba la respiración. Llenaba una habitación de tal manera que era casi imposible pensar en otra cosa que no fuera él.
Sin embargo, había aprendido que era posible hacer palomitas de maíz y al mismo tiempo mirarle el trasero a alguien, apreciando lo bien que le sentaban los vaqueros. O mirar sus músculos cuando se agachaba o cuando clavaba un clavo.
Desde luego, lo mejor había sido que se hubiera marchado. Una bendición.
Se arrodilló junto al niño y lo abrazó.
¿Debía decirle que había leído la carta? ¿Que sabía cuál era su mayor deseo pero que no se iba a cumplir?
Y muy sexy.
Mientras se acercaba, ella sintió que el corazón se le aceleraba.
Y ninguna de esas cosas importaba. En alguna parte, en lo más profundo de su corazón, Ness se alegraba de que volviera.
Haciendo un esfuerzo por no parecer ansiosa, esperó hasta que lo oyó junto a la puerta y fue a abrir.
Había planeado decir algo agradable, divertido, sofisticado. Penny habría dicho: «¡Qué casualidad encontrarte aquí!».
Pero, en lugar de eso, cuando abrió la puerta, de sus labios no salió ni una palabra.
Había vuelto porque se habían quedado atrapados en la nieve.
Juntos.
Con la cara colorada, se alejó de él.
Sólo estaba intentando sacarle el mejor partido a una situación complicada.
Se preguntó si Santa Claus tendría sentido del humor. Realmente, aquello era injusto. Que ella se quedara atrapada en aquella preciosa cabaña con el hombre más sexy que había conocido y al que no le gustaba la Navidad ni nada relacionado con ella.
Era realmente injusto.
Y también, la cosa más emocionante que le había pasado en la vida.
🎅MERRY CHRISTMAS!🎄
1 comentarios:
Felizzz navidaaad!!! Siguela��
Publicar un comentario