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martes, 28 de diciembre de 2021

Capítulo 7


Zac no sabía cuánto tiempo llevaba allí afuera, partiendo leña como un loco. Una cosa era segura, estaba exhausto, sudoroso y tenía que ducharse. También tenía que disculparse con Vanessa por haber actuado como un idiota. Ella tenía razón. Apenas lo conocía, no tenía motivos para confiar en él. ¿Y si en realidad era un tipo que cogía lo que quería? No podía saber si nunca haría algo así. Además, ella podía ir por ahí como quisiera. No estaba obligada a contarle nada.

Con un golpe preciso clavó el hacha en el tronco de madera, luego se puso la ropa y entró. Cuando estuvo en la cocina, apareció ante sí una escena inusual. Vanessa estaba de pie ante a la cocinilla. Su figura era esbelta. Se había anudado la camiseta de manera que acentuaba su cintura y no le colgaba como si fuera un saco. Tenía un cuerpo de infarto, y Zac notó literalmente que la sangre se le desplazaba hacia las partes inferiores de su cuerpo. ¡Maldita sea! Vanessa había dejado claro que no quería nada de él. Él la haría cambiar de opinión. Tenía que hacerla cambiar de opinión, porque quería saber cómo era sin aquella ropa informal. Quería verla desnuda, debajo de él, con una expresión de éxtasis en el rostro. Se le secó la boca. Se aclaró la voz una vez y, luego, otra.

Vanessa se volvió hacia él. En su rostro había una expresión que él no sabía interpretar.
           
Zac: Lo siento. No tenía derecho a reprocharte nada o decirte lo que tienes que hacer.
           
Durante un instante, reinó el silencio. Zac estaba esperando ansiosamente su reacción. Ella no iba a rechazar sus disculpas, ¿verdad? Tan mal no se había comportado.
           
Ness: Está bien.
 
Vanessa se volvió al horno, se puso unos gruesos guantes y sacó la bandeja. El olor a pan de jengibre llenó inmediatamente la cocina. Una extraña sensación se apoderó de Zac. Nostalgia.

Nostalgia de una familia que celebraba una Navidad tradicional. Nostalgia de un árbol decorado, del aroma de las galletas y de los regalos que se abrían la mañana de Navidad.

Era la primera vez que se permitía sentir tanta emoción en Navidad. Normalmente la fiesta solo le causaba problemas. Todo el mundo estaba de compras, cocinando y celebrando con la familia. Ni siquiera podía escaparse a la oficina, porque eso habría sido demasiado embarazoso incluso para él. Trabajar cuando todos los demás estaban celebrando. No, durante años había pasado aquellos días en Miami, en un apartamento con vistas sobre la ciudad. Alejado del circo navideño. En Florida no tenía que preocuparse de que nevara repentinamente. Como aquí. Llenaba el congelador con comida preparada, miraba videos en streaming que nada tenían que ver con la celebración, y se quedaba allí atrincherado hasta que cesaba la locura.

Esta vez, el destino había frustrado sus planes. Junto con Vanessa, que gracias a las galletas había traído otro pedazo de Navidad a una casa en la que ya antes parecía que Papá Noel iba a pasar sus vacaciones.
           
Zac: Eso huele muy bien -dijo sin embargo, para encubrir su momentáneo bajo estado de ánimo y mostrarle a Vanessa que no le reprochaba nada-.
           
Ness: Sí, ¿verdad? -cuidadosamente amontonaba las pastas en un plato- ¿Qué tal si hacemos té y nos comemos nuestras galletas?
 
Lo miró. Una sonrisa se dibujaba en sus ojos. Algo había cambiado. No sabía exactamente qué, pero lo averiguaría.
           
Zac: Eso suena bien. Solo necesito meterme en la ducha primero.
           
Ness: De acuerdo. Prepararé té mientras tanto.
           
Zac: Bien. No tardaré mucho.
           
Zac entró en la habitación que Vanessa le había dejado. Si de él dependiera, pasarían la noche juntos. La imagen de Vanessa apareció en su mente. Se había cambiado de ropa. Por primera vez, acentuaba su figura a través de la ropa en lugar de ocultarla. Y luego aquella sonrisa. Sacudió la cabeza. Probablemente todo aquello era solo una ilusión, pero tenía la impresión de que Vanessa no se oponía a coquetear con él y quizás incluso a extender el coqueteo a una noche compartida. Si aquel era el caso, tenía que tener cautela. Cuidado. Tenía que aclararle que solo estaba interesado en una aventura. Uno o dos maravillosos días que no tendrían continuación. Sin llamadas telefónicas, sin mensajes de texto, sin promesas.

Se colocó bajo la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre él. Le hizo bien, relajó sus músculos y le ayudó a pensar con claridad. Trazó un plan. Sonriendo satisfecho, cerró el grifo del agua, se secó y se puso la camisa que se había quitado antes de empezar a cortar la leña. Luego regresó a la sala de estar.

A esas alturas ya no le importaba experimentar el romance navideño al completo. Si tenía que ser romántico, lo sería, decidió. Se dirigió a la chimenea y colocó un poco de lana de madera dentro, encima puso unos cuantos palos. Luego le prendió fuego a todo. Al poco tiempo pudo colocar troncos más grandes hasta que el fuego crepitó en la chimenea. Satisfecho con su trabajo, dio un paso atrás.

Fuego en la chimenea. Una cabaña remota de madera. Un paisaje invernal cubierto de nieve ante las ventanas. Condiciones ideales para seducir a una mujer. Miró a Vanessa.
           
Ness: Buena idea.
 
Esta señaló el fuego y luego llevó la bandeja a la mesa de café, frente a la chimenea. Se sentaron. A la izquierda de Zac estaban los grandes ventanales que ofrecían vistas al paisaje invernal, frente a él, la chimenea donde ardía el fuego. Y luego estaba el árbol de Navidad. Aunque Zac no podía verlo, era consciente de la atmósfera navideña. Pero en vez de escapar de toda aquella cursilería, cogió una de las galletas y se recostó, decidido a disfrutar de todo aquello. Tan pronto como tuvo el primer bocado en la boca, sintió de inmediato todo el sabor navideño en su lengua. Nuez moscada, jengibre, canela... Y junto a todo eso el dulzor del glaseado, le vinieron a la mente imágenes de días mejores. De las fiestas de Navidad que habían tenido lugar cuando su mundo aun estaba en orden. De regalos que no podía esperar a desenvolver cuando era un niño. De padres que estaban igual de alegres que sus hijos. Así es como debería ser la Navidad.
           
Zac: Estas son las mejores galletas que he comido en mucho tiempo -le dijo a Vanessa-.
           
Ness: Gracias. Son mis favoritas. No puedo imaginar la Navidad sin galletas de jengibre y Snowballs.
           
Zac; Eso creo yo -murmuró sin mencionar que él también había celebrado aquellos días en los últimos años así-.
 
Y le parecía que aquello era justo lo adecuado para él. Ahora no estaba tan seguro de eso. La miró. Su cabello negro le caía sobre los hombros, enmarcando su rostro, tan hermoso como el de un ángel. Un ángel al que le gustaría seducir, allí, delante de la chimenea, más tarde en su cama, bajo la ducha... Cerró los ojos. Tenían que parar de imaginarse aquello, de lo contrario no podía garantizar nada.

Cuando volvió a abrir los ojos, Vanessa estaba mordiendo una galleta de jengibre, sus ojos miraban en su dirección. El olor de las galletas se mezclaba con el olor del abeto. El fuego ardía en la chimenea y creaba un ambiente acogedor en el que todo parecía posible. Se levantó y le echó leña al fuego, aunque era completamente innecesario. Pero necesitaba una razón para acercarse a ella. Cuando se sentó de nuevo en el sofá, procuró colocarse lo más cerca posible a ella, que estaba sentada a su derecha, en un sillón. Si también hubiera estado sentada en el sofá, podría haberla atraído a sus brazos en aquel preciso instante. Pero así, tenía que superar la barrera de los dos reposabrazos.
           
Zac: Tal vez me convierta en un fanático de la Navidad -dijo, mirándola fijamente a los ojos-.
           
Ness: Consideraré eso como mérito mío.
           
Zac: Por supuesto.
 
Se inclinó sobre ella tal y como se había imaginado. Su boca estaba a unos centímetros de la de Vanessa. Ella se acercó, sin retirar la mirada. ¡También quería! El pensamiento fue como una descarga eléctrica. Sin embargo, se detuvo. Se le acercó lentamente. Y rozó sus labios. Muy levemente, un ligero contacto. Un susurro. Un roce tan delicado que ella apenas lo percibió.

Unos fuertes golpes en la puerta rompieron el silencio. Vanessa se encogió de hombros. Realizó un abrupto movimiento, que a Zac le sentó como una bofetada en la cara.
           
Greg: Hola, ¿ya os habéis acomodado? Deposité su equipaje en la antesala -sonó la voz de Greg-.
 
Apareció en el marco de la puerta. Su chaqueta de invierno estaba cubierta de nieve.
           
Ness: Muchísimas gracias. Es muy amable de su parte. ¿Quiere una taza de té? Hemos hecho unas pastas.
 
Se avergonzaba de que la hubieran pillado con las manos en la masa, eso estaba claro. Zac no estaba avergonzado. Al contrario. Había estado exactamente donde quería estar antes de que Greg apareciera y lo estropeara todo. Ahora Vanessa tenía tiempo para pensar si era buena idea empezar algo con Zac. Y como Zac conocía a las mujeres, sabía que llegaría a la conclusión de que era mejor no hacerlo. Luego lo haría participar en una conversación, que duraría al menos una hora, para enumerarle todas las razones por las que aquella decisión resultaba correcta. Y él se encontraría en la posición de tener que considerar constantemente si ella quería que le diera la razón o si protestar era la mejor opción.
           
Greg: A eso no le digo que no.
 
Greg desapareció en la antesala, donde se quitó la chaqueta y se cambió las botas por unas zapatillas de fieltro. Zac aprovechó la oportunidad para darle a Vanessa la manta que había detrás de él en el sofá.
           
Zac: Toma, envuélvete con ella. Rápido.
           
Ness: ¿Qué? ¿Por qué?
           
Zac: ¡Porque aun estás embarazada, por eso!
           
Nes: Oh.
 
Se miró a sí misma. Allí donde debería haber estado su barriga. Entonces agarró la manta.
           
Greg: El tiempo está loco -sonó la voz de Greg. Luego se acercó a ellos y se dejó caer en un sillón frente a Zac-. No puedo recordar la última vez que cayó tanta nieve.
           
Zac: Sí, el clima es cada vez más impredecible -murmuró-.
           
Ness: Zac, ¿podrías traerle un plato y una taza a Greg? -susurró-.
 
La mirada que le dedicó, le dijo otra cosa. Algo así como: «Hazlo, idiota, no puedo levantarme».
           
Zac: Sí, por supuesto.
           
Greg: No se molesten por mí -protestó con poco entusiasmo-.
           
Zac: Es lo menos que podemos hacer por usted.
 
Aunque hubiera preferido decir otra cosa. Algo como: «Sería mejor que se marchase antes de que oscurezca». Algo que hiciera que Greg los dejara en paz. En lugar de eso, cogió un plato y una taza y se sentó, mientras Vanessa le servía té a Greg y luego le tendía la taza.
           
Greg: Muchas gracias -sacó una petaca de su bolsillo y se sirvió generosamente-. Es el único remedio contra el frío exterior -explicó y le dio un gran sorbo al té, que probablemente ahora tenía más graduación alcohólica que el whisky que Zac se había tomado antes-. Parece que tendrán que pasar los próximos dos días aquí. Hasta entonces durarán las nevadas. Y las máquinas quitanieves siempre tardan un tiempo en pasar. Lo siento mucho, pero van a tener que quedarse aquí el día de Navidad.
           
Ness: Eso no es tan malo. Esto es muy bonito. Transmítale a su esposa lo agradecidos que estamos por su hospitalidad -dijo de nuevo-.
 
Hablaba como una cotorra. Si seguía así, nunca se desharían de Greg.
           
Greg: Me alegro, me alegro. Sí, Mallory tiene un corazón blando. Siempre ha sido así. -Una snowball entera desapareció en la boca de Greg-. Están realmente buenas. Tiene mano para la cocina -le dijo a Vanessa-.
 
Estupendo. Ahora además le hacía cumplidos. Vanessa miró a Greg con los ojos radiantes, y Zac sintió una extraña sensación en el estómago. Una que no pudo identificar exactamente. Solo sabía que no le gustaba.
           
Zac: Greg, tengo que hablar contigo sobre el asunto del pago.
 
Vanessa le lanzó una mirada. En sus ojos se percibía la preocupación, probablemente porque no sabía cómo reaccionaría Greg ante la noticia de que no estaba embarazada.
           
Greg: Eso ya está arreglado. Mallory no permite que nadie le hable de eso -murmuró y agarró otra pasta-.
           
Ness: Es solo que... ella pensó que yo estaba embarazada, y ese no es el caso.
           
Greg: ¿No lo está?
           
Ness: No -tiró de la manta decidida, pero luego decidió mantenerla donde estaba, envuelta firmemente alrededor de su inexistente barriga-. Llevaba un relleno. Era como una broma de Navidad -le lanzó una mirada a Zac-.
 
Este no dijo nada. Si ella quería llamarlo broma, él no iba a impedirlo. Por alguna razón, Vanessa no quería confesar la verdad. Pero él averiguaría qué había detrás de todo aquello.
           
Greg: Oh. Pues bien -murmuró, quien obviamente no sabía qué decir-.
           
Zac: Pagaremos por el chalet, por supuesto.
           
Greg: Bueno, está bien. Supongo que eso es lo correcto.
           
Ness: Por favor, dígale a Mallory cuánto lamento no haberla sacado de su error -levantó las manos en un gesto de impotencia-. Nos sorprendió tanto y necesitábamos un lugar para pasar la noche, por eso... debería haberlo aclarado todo de inmediato.
           
Greg: Está bien. No se preocupe por eso. Mallory no es rencorosa -se levantó-. Bueno, ahora tengo que irme. Gracias por la invitación.
           
Ness: Que llegue bien a casa. Y gracias por haber traído nuestro equipaje.
           
Zac: Sí, y salude a su esposa.
 
Solo porque sintió que también él tenía que contribuir con algo cortés. Luego, por fin, la puerta se cerró detrás de su anfitrión.
           
Ness: Greg y Mallory son unas personas maravillosas.
           
Zac: Sí, lo son -estuvo de acuerdo-.
 
¿Qué más podía decir? ¿Que le hubiera gustado abofetear a Greg?
           
Ness: Voy a recogerlo todo.
 
Vanessa se levantó, puso los platos uno encima del otro y desapareció en la cocina.

Zac también se levantó y la siguió. No se daría por vencido tan rápidamente. Vanessa había estado a punto de dejarse besar, si actuaba inteligentemente y no le daba tiempo a pensar, podría quizás volver a llevarla a la posición en la que la quería tener.

Cuando entró en la cocina, Vanessa estaba ocupada llenando el lavavajillas con enérgicos movimientos. Se irguió. Un plato se le escapó de las manos y se estrelló contra el suelo de piedra emitiendo un fuerte sonido.
           
Ness: Oh, no. Qué torpe soy.
 
Se dio la vuelta alejándose de él, se dirigió a uno de los elevados armarios y abrió algunas de las puertas.
           
Zac: ¿Qué estás buscando?
           
Ness: Un recogedor y una escoba, por supuesto -respondió sin emerger del armario detrás de cuya puerta se escondía-. Aquí están.
 
Salió de su escondite sosteniendo en alto un recogedor de plástico rojo con una escoba a juego. En el recogedor había estampado un Papá Noel. Por supuesto. ¿Qué otra cosa si no? Como si todo el chalet no fuera ya un auténtico homenaje a aquellas fiestas. A esas alturas, Zac ya estaba casi curtido.

Vanessa se le acercó de nuevo, con la mirada fija en los pedazos rotos. No quería mirarlo, eso estaba claro.

Zac cruzó sus brazos delante de su pecho y apoyó la cadera en la barra americana, luego la contempló mientras lo recogía todo con movimientos nerviosos.
           
Zac: ¿Te ayudo? -preguntó, más bien por cortesía, porque ya sabía cuál iba a ser la respuesta-.
           
Ness: No, no, ya está.
 
Ella lo miró solo un instante. Muy brevemente, porque inmediatamente bajó la cabeza de nuevo y fingió que buscaba pequeñas esquirlas, que no se veían en leguas a la redonda.
           
Zac: Creo que ya lo has recogido todo -dijo solícitamente-.
           
Ness: Nunca se sabe, quiero estar segura.
           
Zac: Bueno, está bien.
           
Se quedó donde estaba, aunque se daba cuenta de que Vanessa esperaba que él perdiera el interés. Al fin, esta se levantó, tiró las esquirlas a la basura y devolvió el recogedor y la escoba a su sitio. Entonces se volvió hacia él, ruborizada. Zac dio un paso en su dirección, luego otro. Vanessa retrocedió hasta que tuvo que parar a causa de la encimera. Ella lo miró, con una expresión en sus ojos que mostraba lo insegura que se sentía.
           
Zac: ¿No deberíamos continuar donde lo habíamos dejamos? -preguntó con un ronco susurro-.
           
Ness: Yo... no lo creo.
           
Zac: ¿Por qué? -le susurró la pregunta al oído, tan cerca, que, sin duda, ella pudo sentir su aliento-.
           
Ness: Porque no es una buena idea.
           
Zac: ¿No lo es? Yo creo que sí.
 
A pesar de sus palabras, dio un paso atrás para dejarle más espacio. Vanessa había reaccionado exactamente como él se había temido.
           
Ness: Ambos sabemos a dónde nos conduciría un beso así. Por eso no creo que sea una buena idea. Dentro de un par de días no volveremos a vernos.
           
Zac: Eso es lo que tiene de bueno esta situación. Ambos sabemos en lo que nos estamos metiendo. Sexo sin ninguna obligación. Unas fabulosas horas pasadas en un refugio de montaña cubierto de nieve. Una Navidad romántica que solo celebramos nosotros dos. Cena a la luz de las velas, fuego en la chimenea. Sexo sensacional en esa enorme cama. ¿Qué hay de malo en eso? No te prometo un gran amor, ni que te vaya a llamar después. Ninguno de los dos se sentirá decepcionado, porque ninguno esperará nada del otro.
           
Ness: No sé si estoy hecha para eso.
           
Zac: ¿Es por tu ex? ¿El tipo que te trataba mal?
           
Ness: No, no es eso.
 
Miró hacia otro lado. Una inequívoca señal de que mentía. Entonces se trataba de otro hombre. Uno de esos imbéciles que trataban mal a las mujeres. Hervía de rabia.
           
Zac: Dime quién es y me aseguraré de que no te vuelva a molestar.
           
Ness: No es lo que piensas.
           
Zac: ¿No? Estoy bastante seguro de que es exactamente lo que pienso.
           
Ness: No, no es eso -se alejó de él, colocó unas copas en un armario con estantes que había abierto frente a ella-. No me conoces.
           
Zac: Entonces háblame de ti. Tengo tiempo.
           
Ness: No sé si eso es una buena idea.
           
Zac: ¿Ocultas algo?
           
Ella Miró hacia otro lado.
           
Ness: Sí. O mejor dicho, no, en realidad no. Pero eso no significa que te lo vaya a contar todo.
           
Durante unos instantes reinó el silencio. Los pensamientos le daban vueltas en la cabeza. Todo giraba en torno a cómo podía convencer a Vanessa para que compartiera su idea. Era guapa, tenía un cuerpo fabuloso y una forma de ser que le fascinaba. A diferencia de la mayoría de las mujeres que conocía, so se había lanzado sobre él ni había tratado de impresionarlo. No podía recordar la última vez que le había costado tanto llevarse a una mujer a la cama. Y eso era exactamente lo que lo ponía todo tan interesante.
           
Zac: ¿Sabes qué? Vamos a jugar. Vamos a jugar a verdad o atrevimiento.
           
Ness: ¿Crees que es una buena idea?
           
Zac: Sí. Puedes hacerme cualquier pregunta que quieras.
           
Ness: Y tú a mí.
           
Zac: Exacto -ella vaciló-. Vamos, es solo un juego.
           
Ness: Bueno, bien -accedió al fin-


sábado, 25 de diciembre de 2021

Capítulo 6

 
Nieve. Nieve. Y más nieve.

Aun no se veía otra cosa que un muro blanco de copos de nieve. Zac se alejó. La vista era preciosa. Un idilio navideño propio de un cuento ilustrado, nada con lo que quisiera estar relacionado.

Vanessa se afanaba en la cocina. Había murmurado algo acerca de hornear unas galletas.

Fue hacia donde estaba, no porque quisiera estar con ella, sino porque sus pies habían desarrollado un automatismo propio que simplemente lo condujo en su dirección. Hasta que se plantó de pie junto a ella.
           
Zac: ¿Estás haciendo galletas? -preguntó innecesariamente, porque podía ver que era precisamente eso lo que hacía-.
           
Ness: Sí.
 
Vanessa observó la masa que acababa de estirar. Sus ojos brillaron. Le divertía estar allí y preparar la masa para las galletas. No se precisaba ser psicólogo para verlo. Una cálida sensación se propagó por su estómago. Estaba tan guapa con sus mejillas ligeramente enrojecidas, los ojos brillantes y un mechón de pelo colgando de su cara.

Entonces miró su barriga. La burbuja romántica que lo había traído hasta allí estalló en su cabeza al notar su forma redonda.
           
Ness: ¿Te gustaría ayudarme?
           
Zac: Sí, ¿por qué no?
           
Le colocó un cortador en la mano. Papá Noel con un saco al hombro. Bueno, ¿qué otra cosa podría ser?
           
Ness: Toma, puedes darle forma a las galletas.
           
Zac: De acuerdo.
           
Mientras Vanessa estiraba otro trozo de masa a su lado, él cortaba las galletas. Trabajaban uno al lado del otro en silencio. Aunque Zac no miraba a Vanessa, cada fibra de su cuerpo era consciente de su presencia. Como si irradiara algo que lo atraía irresistiblemente. Cuando extendió su mano para colocar las figuras que había recortado en la chapa de metal, le tocó el brazo. El breve roce fue como una descarga eléctrica.
           
Zac: Lo siento -murmuró-.
           
Ness: No hay problema.
 
Su voz sonaba más profunda. Diferente de lo usual. La miró brevemente por el rabillo del ojo. Sus mejillas estaban más rojas que antes. Tal vez tenía calor. Pero tal vez ella, al igual que él, había percibido lo cargada que estaba la atmósfera que ambos compartían. Nuevamente la observó mientras amasaba. Sus manos estaban cubiertas de harina. A la punta de su nariz había ido a parar una poca más. Zac alargó la mano y se la limpió. Vanessa lo miró sorprendida.
           
Zac: Solo había algo de harina -le explicó-.
           
Ness: Oh. Gracias.
           
No lo hubiera creído posible, pero la atmósfera se hizo aun más intensa. Le hubiera gustado atraer a Vanessa hacía sí. Tan cerca, que su cuerpo se apretara contra el suyo. Y luego la besaría. Degustaría la dulce masa, que acababa de probar, en sus labios. Introduciría sus manos por debajo de su camiseta, las deslizaría por encima de su suave piel....

Tuvo que parar. Vanessa había dejado bien claro que no quería nada de él. Su mirada recelosa cuando dijo que no confiaba en él, todavía estaba muy presente en su mente. Así que volvió a su tarea. Cortó un estúpido Papá Noel tras otro. Luego colocó las últimas galletas en una bandeja de hornear engrasada.
           
Ness: Ya se puede poner la bandeja en el horno, en la barra del medio. Está precalentando.
           
Zac: De acuerdo. ¿Cuánto tiempo tienen que estar dentro?
           
Ness: Diez minutos deberían ser suficientes.
           
Zac introdujo el tiempo. Luego cruzó los brazos delante de su pecho y se apoyó contra la encimera de la cocina. Vanessa probablemente no estaba aun muy satisfecha con la masa. Seguía trabajándola.
           
Zac: ¿No está ya suficientemente plana?
           
Ness: No del todo, pero casi -alzó la vista-. Espero ansiosa a que las galletas estén listas. Me encantan las galletas de Navidad.
           
Zac: Hmmm.
 
Es todo lo que Zac pudo decir. Poco a poco la cocina se iba impregnando con el olor de las galletas que estaban en el horno. Olía a pan de jengibre, canela y azúcar avainillado. Se le hizo la boca agua. No importaba lo que pensara de la Navidad, le gustaban las galletas recién horneadas.
           
Ness: Ahora puedes continuar -se apartó para dejarle espacio en la superficie de trabajo-. Voy a preparar el glaseado para las figuras de jengibre.
           
Zac: De acuerdo.
           
Mientras Zac volvía a llenar otra bandeja con Papá Noeles, Vanessa abrió algunos armarios de la cocina.
           
Ness: Tiene que estar aquí, en alguna parte -murmuró-.
 
Se aupó sobre sus pies y abrió uno de los armarios superiores. Zac la observaba. Si se estiraba un poco más, el suéter quedaría lo suficientemente alto como para que se pudiera ver una franja de piel desnuda. Solo un poco más.

Se sentía como un adolescente intentando mirar por debajo de la falda de una chica. Aun así, no podía quitarle los ojos de encima.
           
Ness: Ahh, ahí están -exclamó triunfante y se estiró más hacia arriba para alcanzar una de las jarras de plástico azul que estaban en el estante-.
 
Apoyándose contra la encimera de la cocina, se las arregló para bajar una. Por un momento, su barriga quedó completamente aplastada. Sin que ella se diera cuenta.
           
Zac: ¿Vanessa?
           
Ness: ¿Sí? -Se volvió hacia él, sosteniendo triunfalmente su hallazgo-. Es ideal para batir las claras a punto de nieve.
           
Zac: Bien. Pero, ¿qué le… ehm… ha pasado a tu figura? -señaló la parte central de su cuerpo-.
 
Una sonrisa se dibujó en su rostro. Acababa de comprimir por completo aquella extraña parte de su cuerpo de manera que ya no se veía. Pero aquello no era todo, porque su "barriga" estaba torcida a la altura de las caderas.
           
Ness: ¿Mi...? ¿Qué? -bajó la vista para contemplarse. Cuando levantó la vista, su cara tenía un color rojo intenso-. Esto es... tan...
           
Zac: ¿Por qué no me dijiste que llevabas relleno? ¿Uno que te hiciera parecer embarazada?
           
Ness: ¡Porque no es asunto tuyo!
 
Vanessa lo miró desafiante.
           
Zac: Tienes toda la razón, no es asunto mío. Aun así, sería bueno saber que confías en mí. No tienes que esconderte o disfrazarte aquí. Por la simple razón de que no hay nadie más que nosotros. Entonces, ¿para qué todo esto?
           
Ness: No había pensado en ello. -Se encogió de hombros- Además, me he acostumbrado tanto que no se me pasó por la cabeza.
           
Zac: ¿Oh? ¿En serio?
 
Aunque no fuera asunto suyo, porque Vanessa podía hacer lo que quisiera, estaba enfadado. Lo había engañado. Probablemente porque pensó que el embarazo fingido era suficiente para evitar que le acudieran a la mente pensamientos estúpidos.

Lanzó el cortador de galletas sobre la encimera, se dirigió precipitadamente a la antesala, se puso los zapatos y abrió la puerta. El aire frío mezclado con copos de nieve le golpeó la cara. Justo lo que necesitaba en aquel preciso momento.
           
Tan pronto como la puerta se cerró detrás de Zac, a Vanessa la embargó la mala conciencia. Zac dijo que podía confiar en él. Desde que lo había conocido, se había comportado como un consumado caballero. No solo la había recogido en la carretera, sino que también la había hecho sentir protegida. Pero en vez de decirle la verdad, había continuado con aquella farsa. Como si Zac fuera el tipo de hombre que se abalanzaría sobre ella en cuanto dejara de correr por ahí con la apariencia de un enorme tonel.

Ahora estaba afuera y descargaba su furia contra la madera, que partía con un hacha. Vanessa se acercó a la ventana. Qué espectáculo. Zac estaba de pie bajo el voladizo, con una simple camiseta. Con cada golpe del hacha podía admirar lo desarrollados que estaban los músculos de sus brazos. Luego la cosa se puso aun mejor, Zac impaciente se quitó la camiseta por la cabeza. Su piel resplandecía de sudor. La parte superior de su cuerpo era una escultura muscular bien definida.

Hacía más calor y no se debía a las galletas que estaban en el horno. No, aquel calor lo provocaba las vistas que él le ofrecía. Como si no hubiera hecho otra cosa el resto de su vida, Zac colocó un tronco sobre un tocón de madera, levantó el hacha y lo partió en dos mitades con un solo movimiento. Luego le tocó el turno a otro y, luego, a otro. Sus músculos estaban perfectamente sincronizados.

De repente, ella se alegró de que él hubiera descubierto su disfraz. De que supiera la verdad. Entonces se miró a sí misma. La falsa barriga aun le arruinaba la figura.
           
Ness: Oh, Dios.
 
Mientras tuviera aquellas pintas, no tendría que preocuparse por nada. Ningún hombre la tocaría, ni siquiera pensaría en verla desnuda.

Al dirigir su mirada a Zac, vio que la pila de madera partida aumentaba. Sus movimientos se ralentizaban. Pronto dejaría de cortar leña. Vanessa se dio la vuelta y se fue a su habitación. Era hora de deshacerse de aquel disfraz. 




🎄🎅🎄 MERRY CHRISTMAS! 🎄🎅🎄


martes, 21 de diciembre de 2021

Capítulo 5

 
Después de que Vanessa hubiera llamado a su familia con el teléfono de Mallory y les hubiera informado de que volvería a casa más tarde de lo planeado, ella y Zac regresaron a sus habitaciones. Hicieron las maletas y depositaron el equipaje que necesitarían en el chalet en recepción. Poco después, se oyó el sonido fuerte de un motor. Greg, el esposo de Mallory, llegaba con la motonieve para llevarlos a su nuevo alojamiento.

Todavía nevaba con intensidad. Gruesos copos caían del cielo formando una densa cortina, de manera que apenas se podía ver dónde se estaba y adónde se iba.

Sin embargo, Vanessa disfrutó del viaje en la motonieve. El asiento estaba caliente y Zac se sentó detrás de ella, ya que no había más espacio que el de un asiento. Greg conducía delante. Sin dudar, atravesó el bosque cubierto de nieve, siguiendo un camino apenas perceptible que serpenteaba entre los árboles. El aire frío estimulaba sus mejillas, el ruido del motor impedía cualquier conversación, pero por lo demás se estaba bien. Por primera vez en más de veinticuatro horas, Vanessa se sentía cómoda de nuevo en su piel.

Suspirando de felicidad, cerró los ojos, apuntando con su rostro a lo alto, en dirección contraria los copos.

No transcurrió mucho tiempo hasta que alcanzaron su objetivo. Greg subió las escaleras de la casa de madera, abrió la puerta y les hizo señas con la mano. En una pequeña antesala pudieron quitarse los zapatos y cambiarlos por zapatillas de fieltro. Luego entraron en el interior. Lo primero que vio Vanessa fue el árbol de Navidad. Un abeto que casi llegaba hasta el techo. Decorado con guirnaldas luminosas, bolas de colores y palitos de caramelo. El árbol era un sueño. Tan hermoso era, que acudieron lágrimas a sus ojos. Pasar la Navidad allí no sería tan malo como había asumido inicialmente. Por supuesto que echaría de menos a su familia, pero si no podía celebrar con sus seres queridos, aquel chalet lo compensaba.

Un alto techo de madera, surcado de gruesas vigas, se extendía sobre sus cabezas. Bajo sus pies había un suelo de madera de color miel, calentado por un sistema de calefacción de suelo radiante cuyo calor podía sentir Vanessa a través de las finas suelas de fieltro. Sobre el parquet había esparcidas varias alfombras blancas y esponjosas. El centro de la enorme sala de estar estaba dominado por un grupo de asientos. Un gran sofá de cuero blanco con cojines rojos y verdes, rodeado por varios sillones bajos. Dependiendo del asiento que se eligiera, podía sentarse frente a la chimenea o colocarse en una posición que permitiera mirar por las ventanas y disfrutar de la vista. Aunque por el momento, debido a la intensa nevada, no se podía ver nada, Vanessa sabía que detrás de las ventanas se escondía un fantástico paisaje montañoso. Completo, con altas cumbres nevadas y abetos cubiertos de nieve.
           
Ness: ¡Aquí es todo precioso! -se le escapó. Dio una vuelta completa sobre sí misma y aplaudió-. Esta es la mejor casa que he visto en mi vida.
           
Los dos hombres que estaban frente al equipo de estéreo la miraron asombrados. Luego una sonrisa se dibujó en la cara de Greg.
           
Greg: Es nuestro chalet más bonito. Mallory se ocupó de amueblarlo.
           
Ness: Tu esposa es un genio. Nunca he visto nada tan maravilloso.
           
Greg: Se lo comunicaré.
 
Greg se volvió hacia Zac, quien había estado atento a la conversación con una expresión que no revelaba sus sentimientos. Con toda probabilidad estaba acostumbrado a vivir lujosamente. Tal vez aquella casa estaba por debajo de su nivel.
           
Vanessa se dio la vuelta y se alejó de los hombres. Su mirada se deslizó sobre las gruesas alfombras que cubrían el suelo y parecían increíblemente suaves. Volvió a mirar a los hombres, todavía estaban inmersos en los aparatos tecnológicos que ocupaban una pared del chalet. Vanessa se quitó rápidamente las zapatillas y los calcetines, se acercó a una de las alfombras, y se situó reverentemente sobre ella como si reposara los pies sobre tierra santa. Blanda y suave, sus largas fibras envolvían su piel. Respiró profundamente, y luego emitió un suave suspiro.
 
En algún momento, Vanessa no sabía exactamente cuánto tiempo había transcurrido, todos sus sentidos estaban centrados en captar el nuevo entorno, escuchó la voz de Greg. Le estaba explicando a Zac que en la cocina había de todo para comer. Un congelador bien surtido y una despensa con cuyo contenido podían alimentarse hasta la primavera. Eso era lo que alcanzó a entender Vanessa de lo que explicaba Greg.
           
Greg: Venga, le mostraré ahora su dormitorio -le hizo señas a Vanessa para que lo siguiera-.
 
Con gran dificultad se alejó de la vista del árbol de Navidad, adornado para las fiestas, y siguió a los dos hombres que ya cruzaban el pasillo que llevaba de la cocina de diseño a las otras habitaciones. Greg abrió, una tras otra, las puertas de varias habitaciones y comentó lo que había detrás de ellas.
           
Greg: Un pequeño dormitorio, un baño contiguo. Y el dormitorio principal con baño incorporado y una gran pantalla de TV. Con la nevada, no les llegará la señal del satélite. Sin embargo, hay una gran base de datos de películas en el disco duro integrado. Tan pronto como amaine la nieve, deberían poder recibir la señal de TV.
           
Juntos regresaron a la sala de estar.
           
Greg: Ya saben cómo funciona el equipo de estéreo. -La observación iba dirigida a Zac. Obviamente, Greg tenía muy claro el rol tradicional que ambos géneros debían desempeñar-. Ahora mismo subiré su equipaje. Luego se librarán de mí. Si necesitan ayuda por cualquier motivo, llámenme al teléfono móvil. Si no, volveré pasado mañana.
           
Zac: Gracias por su ayuda. Realmente lo apreciamos.
           
Ness: Sí, y por favor, salude a su esposa de nuevo de nuestra parte. Fue muy amable al poner a nuestra disposición el chalet.
           
Greg: No se preocupe -murmuró-.
 
A grandes pasos desapareció tras la puerta de la antesala, y poco después, la puerta de entrada se cerró tras él.
           
Ness: El chalet es increíble -tragó saliva-.
 
Nunca antes había pasado la noche en una casa así. Parecía como si la cocina hubiera costado varias veces su salario anual. El dormitorio principal era más grande que su apartamento de una sola habitación. En el baño había una ducha de tipo lluvia tropical en la que dos o tres personas podían ducharse cómodamente. Además del enorme jacuzzi que le hubiera gustado usar de inmediato.
           
Zac: Sí, no está mal -estaba a su lado-.
 
Su tono de voz era neutro, como si solo pernoctara en hoteles de lujo. Y probablemente eso hacía.
 
Ness: Puedes quedarte con el dormitorio grande, yo me quedo con el otro.
           
Zac: Eso no es necesario. No me importa...
           
Ness: Por favor. Me gustaría quedarme la habitación más pequeña.
 
No quería dormir en el dormitorio principal. De todos modos, ya tenía mala conciencia, porque había dejado que Mallory pensara que estaba embarazada. Dormir en aquella suite de lujo solo empeoraría las cosas. No, el dormitorio más pequeño ya era más lujoso que todo lo que había visto hasta el momento. Le bastaba.
           
Zac: Bueno, está bien.
           
Aquel maldito chalet parecía diseñado para pasar la Navidad. Y eso no era solo debido al gran árbol de Navidad, que estaba decorado con todo el corazón de un adicto a aquellas fiestas. No, también lo resaltaban los muebles, el olor de las agujas del abeto y la canela en el aire, y la nieve que aun caía del cielo.

Por alguna razón, el destino los obligaba a pasar la Navidad como en un cuento ilustrado. Y luego estaba Mallory, que les había dejado quedarse allí gratis porque había pensado que Vanessa estaba embarazada. Como en la historia de la Navidad. Ja. Aquí no había ni burro ni buey. Y estaba bastante seguro de que aquellos animales habían estado presentes en el portal de Belén.

Necesitaba distraerse. La cocina del chalet estaba provista de lo mejor. Lo había observado cuando Greg abrió el armario que contenía el vino y otros licores. Al fin, un rayo de esperanza en el horizonte. Zac se dirigió a la cocina, se sirvió una copa y se sentó junto a la barra americana que separaba la habitación de la sala de estar.
           
Ness: ¿Qué es eso? ¿Whisky? -preguntó y avanzó hacia él-.
           
Zac alzó su copa.
           
Zac: Sí. Y uno bastante bueno, además. Una cosa hay que reconocerle a Greg, sabe mucho de bebidas. ¿Quieres uno?
           
Ness: No.
           
Zac: No estás embarazada. Así que tú también puedes beber.
           
Ness: No me gusta mucho.
           
Zac se encogió de hombros.
           
Zac: Como quieras. Entonces, ¿por qué no le dijiste a Mallory la verdad? Hubiera pagado por el chalet -cambió de tema-.
           
Vanessa le apuntó con el mentón. Sus ojos brillaban beligerantes.
           
Ness: No puedo permitírmelo, y no quería deberte nada.
           
Zac: ¿Crees que hubiera esperado un servicio especial por tu parte?
 
Alzó las cejas y la miró fijamente. Si no fuera por aquella estúpida barriga, tendría una figura sensacional. Además de la cara de un ángel. Le dio un sorbo al whisky para pensar en otra cosa. Mejor beber alcohol que dar rienda suelta a sus fantasías acerca de cómo se desenvolvería Vanessa en la cama. Como si pudiera adivinar sus pensamientos, Vanessa sintió un ligero rubor acudir a su rostro. Ciertamente no era capaz de leer sus pensamientos, así que probablemente le resultaba incómodo que la mirara tan descaradamente. Zac la volvió a mirar a los ojos. Para casi ahogarse en ellos.
           
Ness: Tal vez.
           
Zac: No piensas muy bien de mí.
           
Ella se encogió de hombros.
           
Ness: No te conozco lo suficiente como para tener una opinión.
           
Zac: ¿Ah, sí?
           
Ness: Sí -su voz se suavizó-. Estoy agradecida por todo lo que has hecho. Eso no significa que sepa si puedo confiar en ti o no.
           
Zac: Puedes confiar en mí. Créeme.
 
Aunque se imaginara cómo era desnuda o cómo sería si estuviera acostada en su cama, nunca la tocaría en contra de su voluntad.
           
Ness: De acuerdo.
           
Zac: Bien -le ofreció un brindis con su copa-. Podríamos haber llegado a un acuerdo. No me abalanzaré sobre ti y pagaré por el chalet.
           
Ness: No -protestó-. No quiero deberte nada.
           
Zac: Si no pago el chalet, estaremos en deuda con Mallory y no quiero.
           
Ness: Eso es diferente. Se ofreció voluntariamente.
           
Zac: Porque pensaba que estabas embarazada.
           
Ness: Muy bien. Debería haberle dicho la verdad, pero no voy a dejar que pagues por mí. Pagaré mi parte.
           
Zac: No te lo puedes permitir -le recordó-.
           
Ness: Sí puedo. Pero tendré que emplear todos mis ahorros.
 
Cruzó los brazos por delante de su pecho. Parecía enfadada porque él había puesto el dedo en la llaga. Zac solo quería hacerle entender que no tenía que mentir para quedarse allí. Suspiró por dentro. Por supuesto que habría sido mejor mantener la boca cerrada, pero, ¿cuándo había puesto en práctica aquel razonamiento?
           
Zac: Pagaré por ti. No te preocupes -podía ver por su expresión cuánto pesaba sobre ella la posibilidad de gastar tanto dinero por una o dos noches-.
           
Ness: No.
           
Zac: Como quieras.
 
Zac alzó su copa y se la bebió toda de un solo trago.


sábado, 18 de diciembre de 2021

Capítulo 4


El sabor del tocino crujiente y salado, mezclado con el ligero sabor dulce de la salsa de arándanos y la canela picante, hizo explosión en su lengua. Vanessa cerró los ojos por un momento. Aquella hamburguesa sabía a Navidad, eso era, después de todo, lo que le gustaba de aquella fiesta. Volvió a abrir los ojos y notó que Zac la miraba como si nunca hubiera visto a una mujer comiendo una hamburguesa. Rápidamente se llevó la servilleta a la boca, quizás se había manchado la barbilla con la salsa sin darse cuenta. Pero aparentemente no era eso, porque Zac aun la miraba fijamente.
           
Zac: ¿Te gusta?
           
Ness: Sí, gracias.
 
Se dibujó una sonrisa en su cara, pero estaba bastante segura de que fue más bien una mueca. Si no hubiera tenido aquella gruesa barriga y no llevara puesta unas prendas tan feas y sin forma, podría haberse atrevido a coquetear con él. Pero parecía que no hacía otra cosa en todo el día que atiborrarse de comida rápida. Solo de pensarlo casi se le quitó el apetito. Pero luego decidió disfrutar de su comida. No estaba allí para impresionar a un hombre. Menos aun para coquetear con Zac.
           
Zac: Cuando la camarera nos ofrezca café, podemos preguntarle.
 
No necesitaba dar más detalles sobre lo que quería preguntar. Ya estaba claro. Como Vanessa sospechaba, no podía esperar a deshacerse de ella.
           
Ness: Sí, por supuesto -murmuró-.
 
La idea de quedarse sola le resultaba un poco incómoda. Estaba acostumbrada, porque siempre trabajaba sola, pero aquel día se alegraba de tener compañía. Cuando cogió el dinero, no había pensado que Tyrone se vengaría de ella o intentaría arrebatarle de nuevo los treinta mil dólares. Para ser honesta, no lo había meditado mucho. Actuó espontáneamente. Solo cuando vio a la gente de Tyrone en el centro comercial, se dio cuenta de la situación en la que se encontraba. Tyrone era un ciudadano influyente de Lac-Mégantic. Las empresas de alquiler de coches, el comercio de coches usados, eran solo algunos de los sectores en los que trabajaba. Tenía que desaparecer de aquel lugar, pero al mismo tiempo no podía arriesgarse a coger un autobús o alquilar otro coche, porque sin lugar a dudas eso hubiera puesto a Tyrone sobre su pista de inmediato.

Como si eso no fuera suficiente, Tyrone también tenía una compañía de seguridad en la que daba empleo a hombres que parecía que tomaran esteroides por la mañana, al mediodía y por la noche. Y luego estaba la facilidad con la que la había localizado. Además de su móvil, también había dejado el coche de alquiler en el centro comercial. No estaba segura de cómo la había encontrado allí Tyrone, pero que la hubiera localizado mediante el móvil o un dispositivo de rastreo colocado en su coche, había sido su primera sospecha cuando vio a su gente. Esperaba que lo que se suponía fuera cierto. Si no, Tyrone había logrado encontrarla por otros medios, y eso era algo en lo que prefería no pensar.
           
La camarera, cuya placa la identificaba como Agatha, se acercó a su mesa y puso delante de ellos un plato decorado a la manera navideña.
           
Agatha: Con los mejores deseos del Silver Diner. Les deseamos una feliz Navidad.
 
Luego les ofreció un café. No había colocado el plato en el medio, sino que lo había acercado más hacia el lado de Vanessa. No era de extrañar, ya que Zac se había revelado como un auténtico fanático contrario a la Navidad.
           
Ness: Muchísimas gracias. Oh, mint snowballs.
 
Vanessa cogió uno de aquellos dulces blancos. Le encantaba su sabor a menta con un ligero matiz de coco. Otra vez la Navidad se encarnaba para ella en su forma más pura. Hubiera preferido no tener que abandonar el restaurante.

Zac se aclaró la voz.
           
Zac: ¿Hay una estación de autobuses o un concesionario de coches usados aquí, Agatha? ¿O algún particular que quiera vender su coche?
 
Intentó esbozar una simpática sonrisa, pero era demasiado tarde para eso. La camarera ya lo había puesto en su lista negra.
           
Agatha: ¿Una estación de autobuses? -sacudió la cabeza y puso las manos en las caderas-. Aquí no hay de eso, ni tampoco concesionarios, cariño -dijo con una exagerada voz meliflua, se dio la vuelta y se fue-.
           
Ness: Quizá deberíamos preguntar de nuevo en la caja cuando paguemos. Agatha no parecía querer ayudarnos.
           
Zac: Hm. Sí, tal vez -frunció el ceño-. Solo que me temo que tiene razón. ¿Quién quiere comprar o vender un coche en esta época del año?
           
Ness: Esto podría suponer un problema. Aun así, puedes dejarme aquí. Encontraré la forma de continuar el viaje.
           
Zac: ¿Y cómo vas a hacer eso?
           
Ness: Me informaré.
 
Vanessa se levantó y se dirigió resuelta al mostrador.

No le llevó mucho tiempo descubrir que las pocas cabañas de madera que se alquilaban a los turistas estaban ocupadas. Además, no había taxis ni particulares que vendieran sus coches. Vanessa regresó a la mesa. La desesperación se apoderó de ella. No sabía qué hacer. Solo había una cosa segura: no podía volver a Lac-Mégantic.
           
Zac: ¿No hubo suerte? -preguntó cuando Vanessa se sentó-.
           
Ness: No. Desafortunadamente. -Revolvió su café con la cuchara. Ni las mint snowballs, con su perfecta forma de bola de nieve, que esperaban en el plato ante de ella a ser comidas, podían levantarle el ánimo-. No sé qué hacer ahora -admitió en voz baja-.
           
Zac se encogió de hombros.
           
Zac: Eso no es tan malo. Te llevaré a Waterville. Allí puedes comprar un coche o coger el autobús.
           
Ness: ¿A cuánto está eso de aquí?
           
Zac: A unos noventa y seis kilómetros y medio.
           
Ness: ¿Realmente harías eso?
           
Zac: De lo contrario no te lo ofrecería.
           
Un poco más tarde salieron por la puerta del restaurante. El aire frío los golpeó. Grandes y esponjosos copos caían del cielo. Si no hubiera estado tan nerviosa, podría haberse alegrado. Le encantaba la nieve. Pero miró atentamente los coches que estaban en el aparcamiento. Solo para asegurarse de que nadie la seguía. No se veía mucho en el incipiente amanecer. Algunos SUV, una o dos camionetas y los modelos asiáticos habituales. No había nada que indicara que había alguien esperando a Vanessa para llevarla a la fuerza a Canadá.

Zac le abrió la puerta del pasajero y la ayudó a montar. El educado gesto le hizo bien. Tal vez todavía había hombres a los que les gustaban las mujeres. Hombres que cuidaban de sus familias en vez de abandonarlas. Tal vez solo era una idiota sentimental. Sin embargo, se volvió hacia Zac después que este se hubo montado en el coche y le dijo:
           
Ness: Muchas gracias. Realmente te agradezco que me lleves contigo. Solo espero no ser una molestia.
           
Zac: Me alegro de tener compañía. ¿Quién si no me hubiera hecho escuchar canciones navideñas?
 
Una sonrisa se dibujó en los labios de Zac. Parecía agradable. Simpático. Como un hombre del que podría haberse enamorado si no hubiera sufrido tantas malas experiencias.

Esta vez fue Hallelujah de Pentatonix lo que se escuchó por los altavoces.
           
Ness: ¿Busco otra emisora? -le preguntó porque, a pesar del comentario de Zac, sabía que odiaba aquellas canciones-.
           
Zac: No, déjala. Además, no es una canción sentimentaloide de Navidad.
           
Ness: Estrictamente hablando no, pero se le asemeja.
           
Zac: No importa.
           
La oscuridad se cernió sobre ellos. Los limpiaparabrisas emitían un monótono sonido. Zac la miró. Dormía. Deseaba poder cerrar los ojos también. El viaje resultaba agotador a causa de la nieve.

Volvió a mirar a Vanessa, y luego apagó la radio. La emisora había empezado emitir viejos y clásicos temas. Por supuesto, todas las canciones giraban en torno a un tema. Ahora ella ya no oía nada, así que él tampoco tenía que aguantarlo.

Unos mechones de pelo negro asomaban por debajo de la gorra de béisbol, que se había incrustado un poco en la frente. Justo como él sospechaba. Parecía un ángel de Navidad. De repente se alegró de haberla recogido. El viaje con ella le resultaba divertido, a pesar de aquella horrenda música y del hecho de que él mismo no quería tener nada que ver con la Navidad.
           
Zac: ¡Vanessa, despierta! -la agitó por el hombro suavemente-.
 
Entre tanto se hallaban parados en el aparcamiento del motel Golden 50s. Un alojamiento de la ruta 27. No habían llegado lejos. Apenas habían salido de Eustis cuando la nevada se había intensificado tanto que, a causa del viento, cubría el camino formando montículos. Continuar viajando sería muy peligroso. Su coche no estaba hecho para conducir por la nieve, y Zac no quería arriesgarse a quedarse atascado con el Porsche y tener que esperar horas a que alguien los encontrara.

No. El motel apareció ante ellos en la oscuridad como un regalo del cielo. Afortunadamente, pudo reservar dos habitaciones. Naturalmente, hubiera preferido un hotel mejor. Uno con cinco estrellas, pero no encontraría nada así en aquella zona. Además, no creía que Vanessa pudiera permitírselo.

Dubitativo, contempló el bajo y alargado edificio. Las paredes exteriores habían sido blancas antes, pero ahora predominaba un gris pálido, iluminado por la luz del aparcamiento. Ya sabía lo que se escondía detrás de las delgadas puertas de las habitaciones individuales, porque les había echado un vistazo a las dos habitaciones antes de pagar. Una cama de matrimonio con una manta de diseño curioso, una pequeña mesa con una silla y un televisor, cuya pantalla estaba colocada de tal manera que se podía ver la tele desde la cama. También había un cuarto de baño pequeño con WC, ducha con una cortina gris, y un lavabo. El suelo del dormitorio estaba cubierto con una alfombra barata y llena de manchas. Al menos se había cambiado las sábanas, la habitación estaba relativamente limpia y exenta de parásitos. Era lo mejor que se podía decir del motel Golden 50s.
           
Ness: Hmmmm… ¿qué? -adormilada abrió los ojos- Oh -se sentó- ¿Me he quedado dormida?
           
Zac: Sí, pero eso no es malo. No te has perdido nada. Tenemos que pasar la noche aquí. Está nevando con demasiada intensidad como para seguir viajando -señaló el letrero de neón que ponderaba el estilo de décadas pasadas- Espero que no te moleste que haya reservado dos habitaciones individuales.
           
Ness: No. No, por supuesto. Gracias -se apartó un mechón de pelo de la cara-. Cae mucha nieve.
           
Zac: Espero que pare por la noche, o tendríamos dificultades para salir de aquí mañana.
           
Ness: ¿Dónde estamos?
           
Zac: Para ser estrictos, aun en Eustis. A unos 32 km.
           
Ness: ¿No hemos llegado más lejos?
           
Zac: No, mira a tu alrededor. La nieve alcanza casi un metro de espesor en algunos lugares.
           
Ness: ¿Tan mal está la cosa?
           
Zac: Sí, el viento ha formado montículos. En algunos lugares miden pocos centímetros, en otros casi un metro. Es demasiado peligroso para seguir adelante.
           
Ness: Bueno, si es así -se aflojó su cinturón de seguridad-. ¿Nos arrojamos a la ventisca?
           
Zac: No creo que nos quede otra alternativa.
           
Juntos se abrieron camino a través de la nieve hasta sus habitaciones. Zac le puso una llave en la mano a Vanessa.
           
Zac: Es aquí. Estamos en habitaciones contiguas. Si necesitas algo, solo tienes que golpear la pared -sonrió-. Estoy seguro de que lo oiré. Las paredes no son más gruesas que el papel.
           
Ness: Gracias, pero no creo que sea necesario.
 
Echó la cabeza para atrás y miró al cielo. Un mar de copos de nieve danzantes caía aun sobre la tierra. No parecía que fuera a dejar de nevar pronto.
           
A la mañana siguiente se confirmó su suposición. Cuando se levantó, inmediatamente después de despertarse, y miró por la ventana, vio un deslumbrante y blanco paisaje invernal en el que ya no había carreteras. Simplemente porque estas estaban enterradas bajo una capa de nieve de un metro de espesor.

Corrió la cortina para mirar fuera. Eran las ocho en punto. Zac ya debía estar despierto. Podían desayunar juntos y hacer planes para salir de allí. Aunque tenía la corazonada de que ningún plan en el mundo les ayudaría a alcanzar aquella meta.

Se ajustó la faja, se puso la enorme camiseta y los pantalones, que le quedarían bien incluso a una embarazada justo antes del parto, y se dirigió con paso firme a la puerta de Zac. El suelo también estaba cubierto de nieve, aunque un colgadizo cubría el estrecho pasillo que había entre las habitaciones. Parecía como si el viento hubiera pasado por alto aquel elemento estructural.
           
Ness: Zac, ¿estás despierto? -dijo en voz baja y llamó a la puerta-.
 
No transcurrió mucho tiempo hasta que él abrió. Tenía el pelo mojado, como si se acabara de duchar. Le llegó el olor de su desodorante. Madera mezclada con otra cosa. Algo que olía a hombre de una manera seductora.
           
Zac: Hola -señaló el paisaje invernal-. Ha caído muchísima nieve por la noche.
           
Ness: Sí. Por desgracia -suspiró-. ¿Qué tal si desayunamos? -preguntó, porque necesitaba urgentemente un café y algo de comer-.
 
Después, estaría en situación de pensar con claridad.
Zac se dio la vuelta.
           
Zac: Espera un momento, solo necesito ponerme una chaqueta.
           
Ness: De acuerdo.
           
Juntos fueron hasta recepción. En aquella pequeña habitación hacía tanto calor como en una sauna. Alguien debía haber puesto la calefacción al máximo. Al lado de la recepción, donde no se podía ver a nadie, había una mesa con algunos sándwiches, croissants y galletas esperando a los huéspedes hambrientos. Lo mejor, sin embargo, era la máquina de café, que fue sobre lo primero que se abalanzó Vanessa. Después de haberse preparado una taza, puso un croissant en su plato y se sentó en un rincón con Zac. Delante del sillón que había elegido había una mesa baja. Allí colocó su plato y le dio un sorbo al café. La bebida caliente bajó por su garganta. ¡Por fin! Necesitaba con urgencia cafeína.
           
Zac: ¿Tan bueno está? -preguntó sonriendo-.
           
Ness: Por supuesto. Por la mañana no soy persona sin café.
           
Zac: Es bueno saberlo -alzó su taza y brindó con ella-. Me temo que no podremos salir de aquí hoy. Miré el pronóstico del tiempo esta mañana. Las máquinas quitanieves no pasan por aquí. Además, se esperan más nevadas e igual de intensas. Parece que estamos atrapados aquí.
           
Ness: Oh, no. ¿Y qué vamos a hacer ahora?
 
La perspectiva de quedarse allí atrapados indefinidamente la desilusionaba. Quería irse a casa. Quería pasar la Navidad con su familia, no en Maine.
           
Zac: Creo que tendremos que prolongar nuestra estancia. Lo cual no va a ser fácil, porque no podemos quedarnos en el motel, cierra durante las fiestas.
           
Ness: Vaya estupidez -dejó su taza de café. De repente había perdido el apetito-. Entonces, ¿adónde iremos? No podemos pasar la noche en tu coche.
           
Zac: Encontraremos una solución, no te preocupes.
           
 
Mallory: En el pueblo todo está completo -dijo la propietaria del Golden 50s, que había llegado entre tanto-.
 
Estaba detrás del mostrador de recepción. Llevaba el cabello teñido de rojo y cardado de tal manera que imitaba un peinado que había estado de moda por última vez en los ochenta. Tal vez hacía más tiempo. Zac no estaba tan seguro de eso. Solo sabía una cosa, aquel look estaba totalmente pasado de moda, y con razón.
           
Ness: Entonces, ¿dónde podemos ir ahora? -sonaba desesperada-.
 
Suavemente, Zac la hizo a un lado. No tenía ninguna duda de que resolverían el problema. Era solo cuestión de dinero.
           
Mallory: ¿Qué te parece un Chalet?
 
Señaló los brillantes folletos del mostrador. Lujosas casas de madera, con jacuzzi, sauna, cocina equipada, despensa y una vista impresionante al paisaje nevado de la montaña.
           
Ness: No podemos permitírnoslo.
           
Zac: Sí, podemos.
           
Mallory: Si eso es lo que quiere alquilar. Espere, lo comprobaré.
 
Mallory tecleó en el ordenador a una velocidad vertiginosa. Zac se preguntaba cómo lo había logrado sin romperse una de sus uñas pintadas de colores y de dos centímetros de largo.
           
Mallory: Solo queda uno libre. Nuestro lujoso chalet, al pie del Sugarloaf -alzó la vista-. Una noche cuesta 800 dólares.
           
Ness: ¿Qué?
 
Parecía que Vanessa iba a desmayarse en cualquier momento.
           
Zac: Nos lo quedamos.
           
Vanessa se volvió hacia él.
           
Ness: ¿Estás loco de remate?
           
Mallory: Oh. Dios mío, está embarazada -la interrumpió. La propietaria del motel miró fijamente a Vanessa como si nunca hubiera visto a una mujer que llevara un niño en su vientre. Aunque eso no fuera cierto en el caso de Vanessa-. ¡Esto es igual que la historia de la Navidad! María y José que están fuera de casa una noche de invierno y no encuentran dónde hospedarse.
           
Zac quería argumentar que en ese preciso instante era de día, pero no pudo. A Vanessa le pasó lo mismo, no alcanzó a decir más que «No estoy...», porque Mallory ya había rodeado el mostrador y cogía la mano de Vanessa en la suya.
           
Mallory: No les cobraré nada por la estancia. Eso no hace falta decirlo.
 
La mujer tenía lágrimas de emoción en los ojos, constató Zac sorprendido. Aparentemente estaba abrumada por su propia bondad, o por el paralelismo con la historia de la Navidad. Probablemente ya veía en su mente a los tres reyes magos que pronto aparecerían por el horizonte, o soñaba con que el Papa vendría a proclamarla santa. Zac sacudió la cabeza para librarse de aquellas imágenes. No representaban un belén viviente, sino que eran personas comunes que se veían obligadas por las circunstancias a encontrar un lugar donde hospedarse.
           
Zac: Podemos pagarlo -objetó y trató de reprimir sus sarcásticos pensamientos-.
 
Después de todo, Mallory estaba dispuesta a ayudarlos. No merecía que se riera de ella. Pero tampoco quería engañarla, porque Vanessa le había dicho que no estaba embarazada.
           
Mallory: No le hagas caso. ¡Hombres! Siempre piensan en guardar las apariencias, como se puede ver en los coches caros que conducen y que no pueden permitirse
 
Le lanzó a Zac una reprobatoria mirada.
           
Zac: Puedo permitirme…
 
Tampoco pudo concluir aquella frase.
           
Mallory: No crean que me negaría a ayudar a una mujer embarazada un día antes de Navidad. -Le dio unas palmaditas en la mano a Vanessa-. Coja el chalet y quédese aquí hasta que pueda proseguir el viaje, hija mía.
           
Ness: Pero, yo…
           
Mallory: No me contradiga -volvió detrás del mostrador y sacó una llave de un cajón-. Greg los llevará con la motonieve. La despensa está bien provista. Habíamos alquilado el chalet durante Navidad, pero se canceló con muy poca antelación. Allí tienen todo lo que necesitan para cocinar, hornear y disfrutar de las fiestas.
           
Zac: Es muy amable por su parte. Sin embargo, preferiría pagar por el chalet.
           
Ness: Cójalo gratis o déjelo.
 
Mallory lo miró, apuntándole desafiante con el mentón. Así concluyó la discusión.


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