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jueves, 9 de diciembre de 2021

Capítulo 1


Su corazón latía como un loco. Se colocó la faja rápidamente, lo que hizo que su barriga aumentara considerablemente de tamaño. Había más de treinta mil dólares escondidos en ella. Un dinero que no le pertenecía. Vanessa se puso el grueso abrigo rojo y se colocó el gran gorro culminado en una borla que cubrió su cabello negro por completo, se tocó la barba y estiró los hombros. Hubiera preferido quedarse allí, en la relativa seguridad que aquellos servicios públicos le deparaban, pero eso no era posible. Tenía que desaparecer, y rápidamente.

Abrió la puerta y miró al exterior cautelosamente. Hasta ella llegó el sonido de la música navideña. La antigua y clásica
White Christmas, cantada por Bing Crosby. Le encantaba aquella canción, pero en aquellos momentos no tenía tiempo de deleitarse con un anticipo de las fiestas, al contrario. Tendría suerte si llegaba a casa de una pieza.

En los pasillos del centro comercial, la locura prenavideña seguía su frenético ritmo. Los adictos a las compras se empujaban y hacían muecas cuando se veían forzados a parar detrás de alguien que pasaba por delante de los escaparates. Había que ocuparse de los últimos regalos, organizar la comida y comprar los suministros. Las prisas flotaban en el aire. Eso le venía bien a Vanessa, así sería más difícil que dieran con ella. Afortunadamente, no se veía a los dos hombres que, armados con radioteléfonos, la buscaban. Se encajó el sombrero hasta la frente y, luego, salió al pasillo y se mezcló con la gente que realizaba sus compras.

**: Maman, Maman! Le Papa Noël!

Un niño la señaló con el dedo, emocionado, se puso a dar saltos a uno y otro lado, y se interpuso en su camino.

*: Est-ce que nous pouvons faire une photo avec vous? -preguntó la mujer de pelo oscuro que llevaba un costoso abrigo de piel y agarró al pequeño por los hombros-.

Hablaba francés, lo que no era de sorprender, ya que Lac-Mégantic se encuentra en El Quebec. Lo malo era que Vanessa no sabía ni una sola palabra en francés excepto «merci».

Ness: ¿Puede repetirlo en inglés? -preguntó educadamente, aunque todo en su interior le urgía a desaparecer lo antes posible-.

Pero no podía hacer eso. El pequeño se había plantado frente a ella y la miraba con los ojos bien abiertos. Si lo empujaba y se marchaba, el espectáculo que se iba a montar estaba asegurado.

*: ¿Puede hacerse una foto con nosotros? -repitió su madre en inglés-.

Ness: Oh. Por supuesto. Con gusto dentro de media hora -fingió mirar su reloj. Aquello le interesaba menos aun que la hora que fuera-. Delante de la tienda de fotos.

Señaló hacia la tienda, que había visto mientras caminaba, y al mismo tiempo trató de apartar al niño disimuladamente. Con la mirada, buscó el pasillo que tenía delante de ella.

**: Maman!

Como una ametralladora, el pequeño profirió varias palabras en francés. Por su expresión, Vanessa pudo percibir que estaba decepcionado. Parecía que no tenía un muy buen concepto de las Papá Noel femeninas.

De acuerdo. Es hora de largarse de allí. Antes de que el chico pudiera decir algo más, Vanessa se marchó a paso veloz. ¿Por qué se había parado a hablar? Ahora todos, en un radio de cien metros, sabían que una mujer vestida de Papá Noel deambulaba por el centro comercial.

Solo había que largarse de allí. Salir de aquella ratonera en la que no quedaba otra cosa que hacer para atraparla que colocar un hombre en cada una de las entradas. Cansada, aminoró la velocidad. Ya había llamado suficientemente la atención. Así que trató de dirigirse hacia la salida todo lo relajada que le fuera posible. Como si fuera un Papá Noel normal dirigiéndose a su próxima sesión de fotos. Sin embargo, empezó a sudar bajo el grueso abrigo rojo.

Diez pasos más. Una mujer se le aproximaba de frente, con el móvil pegado a la oreja. Casi chocaron, solo hacerse a un lado con rapidez salvó a Vanessa de la colisión. Rozó levemente el brazo de la mujer, murmuró «perdón» y continuó. El móvil de Vanessa se encontraba ahora en el gran bolso que colgaba del brazo de la mujer. Probablemente tardaría un tiempo en encontrarlo en aquella bestia. Los latidos del corazón de Vanessa se calmaron. Un poco. Ahora sus perseguidores pensarían que aún estaba en el centro comercial. Al menos, si sus sospechas eran ciertas, y se la había localizado en el centro comercial por el teléfono móvil.

Cinco pasos.

Dio la vuelta a la esquina, solo había un par de metros hasta la salida y desde allí llegaría de inmediato al aparcamiento. Había un guardia de seguridad con uniforme negro a un lado de la puerta. Volvió el rostro hacia la gente que, como ella, se dirigía hacia la salida. Lo había reconocido. Era uno de los hombres de Tyrone Dane. Tyrone era el hombre al que había robado treinta mil dólares.

¡Maldita sea! Vanessa sentía que el tipo de seguridad con su visión láser podía ver a través de su barba. Esperaba que no se diera cuenta de que bajo el disfraz se escondía una mujer y no un hombre.

Pasó junto a él lo más despacio posible, profirió un profundo «ho ho ho» y abrió la puerta. Ya estaba fuera. Los copos de nieve bailaban suspendidos en el aire frío. Pequeños copos, apenas más grandes que gotas de agua. Sin embargo, solo eran los primeros precursores.


Estaba nevando. Pequeños y desagradables copos que volaban como moscas hacia el parabrisas para quedarse allí pegados y luego deslizarse hacia abajo dibujando finas y húmedas estrías.

Maldita nieve.

Zac puso el limpiaparabrisas a trabajar a más velocidad. Cuanto antes llegara a Miami y escapara a todo aquel circo navideño, mejor. Respiró profundamente. Los dos días que había pasado con su hermana habían sido una agonía. A diferencia de él, Miley celebraba la Navidad para complacer a sus hijos. Por eso pasaba unos días allí cada año, entregaba los regalos y luego se iba en coche a Miami. Claro que sería más rápido en avión, pero le gustaba conducir. Durante todas las horas que duraba el trayecto, podía perderse en sus pensamientos, marcarse metas para el próximo año y elaborar estrategias.

En dos días estaría en Florida, en un lujoso apartamento con vistas sobre la ciudad, haciendo lo que más le gustaba en aquellas fechas. Pasar las fiestas bebiendo bajo un inexistente árbol de Navidad.

Más copos bailaban suspendidos en el aire. Los limpiaparabrisas trabajaban como locos, pero apenas lograban mantener limpio el parabrisas, tan intensa era la nevada. Maldita sea. Si no querías sopa, toma ahora dos tazas. ¡Una Navidad blanca! El solo pensamiento le provocaba ira. Aquella estúpida fiesta no era más que una enorme máquina comercial de hacer dinero. Creada para ganar todo lo que fuera posible y hacer sentir culpable a la gente que no se dejaba impresionar. Pero no a él. Se había percatado de aquella falacia hacía mucho tiempo. O, para ser más preciso, aquella falacia había revelado hace mucho tiempo la verdad que escondía tras de sí. No había un Dios benévolo y bien intencionado. Así como tampoco reinaba en el aire la armonía y el amor en aquellos tiempos. Por fuerza lo sabía. Como abogado especializado en divorcios, siempre tenía mucho que hacer a finales de diciembre.

Una figura al borde de la carretera se materializó repentinamente entre el torbellino blanco.

Naturalmente.

Un Papá Noel.

Bueno, ¿y qué si no?

El tipo se dirigía hacia un objetivo misterioso con la cabeza gacha. Parecía cansado, lo que no era de extrañar, porque Lac-Mégantic, la ciudad situada a orillas del lago homónimo, se hallaba justo detrás de ellos. ¿Adónde iba aquel cretino? Zac redujo la velocidad. Ahora estaba a la misma altura que el hombre y conducía a su lado siguiéndole el paso. Todo en Zac lo impulsaba a proseguir, pero con aquel tiempo sería mejor que lo llevara consigo. Mientras tanto, la temperatura había descendido a cero grados. Y todo apuntaba a que aun haría más frío. Aunque no le gustaba la Navidad, no quería cargar con un Papá Noel sobre su conciencia.

Zac: ¿Puedo llevarte? -preguntó y esperó encarecidamente a que la respuesta fuera «no»-.

El tipo levantó la vista. Su barba cubría completamente la parte inferior de su cara. Llevaba el gorro bien incrustado en la frente. A excepción de unos grandes ojos marrones y una nariz estrecha, no se veía nada.

Ness: No, gracias -contestó una voz que no sonaba nada masculina-.

Papá Noel era una mujer.

Zac: ¿Adónde va? -se detuvo, aunque había recibido la respuesta esperada-.

Hacía demasiado frío para dejar allí fuera deambulando a alguien que solo llevaba un abrigo de lana mojado. Con ello se esfumaban sus esperanzas de disfrutar de un viaje tranquilo durante el cual podría perderse en sus propios pensamientos.

La mujer se detuvo y lo miró desconfiada. Probablemente pensaba que era un violador en busca de una víctima. En una carretera por la cual pasaba un coche cada media hora y que no solía ser transitada por peatones.

Ness: Es estadounidense -constató-.

Zac: Sí. ¿Qué es lo que me ha delatado? ¿Mi intachable inglés?

Ness: No, su matrícula.

Ella todavía lo miraba con una mirada más desconfiada de lo que la situación requería.

Zac: Súbase al coche. La llevo. -Hizo una pausa. Solo ahora se percataba de lo cerca que estaba de la frontera con los Estados Unidos, y que ya no sonaba como un nativo-. ¿Quiere ir a Woburn o cruzar la frontera?

Ella lo miró.

Ness: Cruzar la frontera -dijo lentamente-.

Zac: ¿Y quería ir hasta allí andando?

Ness: No tenía ningún plan.

Zac: Vamos, entre.

Ella dudó. Qué inteligente por su parte, ¿qué mujer se subiría al coche de un extraño?

Zac: ¿Por qué no hace una foto de mi matrícula y se la envía a sus amigos? Así todos sabrán que está conmigo. Y si resultara que soy un asesino en serie, pronto darían con mi persona. Yo también me estoy arriesgando. ¿Quién me dice a mí que no está huyendo de la policía? Después de todo, se dirigía a la frontera a pie.

Ella lo escrutó con la mirada. Zac sabía que no parecía un criminal. La mayoría de las mujeres incluso lo encontraban bastante atractivo. Pero la desconocida, con aquella gorra roja y aquel enorme abrigo rojo que se extendía sobre una gran barriga, no resultaba tan fácil de impresionar.

Ella asintió vacilante con la cabeza. Probablemente porque la nevada se intensificaba y se percataba de lo desesperada que era su situación.

Ness: No soy una criminal.

Zac: Me alegra oírlo.

Ness: Haré una foto de su matrícula -anunció y fue a la parte de atrás-.

Transcurrió un tiempo, pero luego ella se dirigió a la puerta del pasajero, la abrió y examinó el asiento de cuero con una aversión que Zac no pudo explicarse.

Ness: No puedo sentarme en él. Lo voy a echar a perder -dijo y arrojó luz sobre el asunto-. ¿Tiene una manta o algo para poner sobre el asiento?

Zac: Espere un momento.

Salió y se dirigió al maletero. Típico de las mujeres. Aun no se había sentado en el coche y ya estaba causando complicaciones. Por suerte, no llevaba mucho equipaje. Una maleta y una caja de seis botellas del mejor whisky. No era que no pudiera conseguir bebidas alcohólicas en Florida. Pero aquel whisky era algo muy especial, algo que no se podía comprar en cualquier parte. Detrás, doblada, había una vieja manta de lana. La cogió, se dirigió al lado del pasajero y la extendió sobre el asiento.

Zac: Aquí tiene, esto debería servir.

Ella aun seguía vacilando.

Ness: El abrigo está empapado.

Zac: Quíteselo. Lo pondré en el maletero.

Ella asintió. Todavía vacilaba, pero tenía que reconocer que era mejor deshacerse de aquel trapo mojado. Lentamente, se quitó el abrigo y se lo tendió a Zac.

Ness: Muchas gracias -dijo con una sonrisa-.

Una sonrisa que lo inmovilizó por un momento, porque transformó su cara. Le dio un brillo a sus ojos que no había visto antes. Le hubiera encantado saber cómo era sin aquella ridícula barba y el gorro que se había incrustado hasta la frente.

Zac: No se preocupe -rodeó el coche y puso el abrigo en el maletero-.

Luego montó y encendió el motor. Aunque su sonrisa lo había turbado, quería deshacerse de su acompañante. Cuanto antes mejor.

Ness: Gracias por llevarme con usted -dijo como si fuera necesario darle las gracias de nuevo-.

Zac: Está bien. No podía dejarla aquí hasta que muriera congelada al borde del camino. -Se volvió hacia ella-. Creo que podemos prescindir de tratarnos con tanta formalidad. Al fin y al cabo, vamos a cruzar la frontera juntos. Me llamo Zac.

Ness: Vanessa. Soy Vanessa.

Zac: Encantado de conocerte, Vanessa. Espero que hayas traído tu pasaporte.

Ness: Sí, lo tengo.

Zac: De acuerdo. Ponte el cinturón de seguridad. Nos vamos.

A pesar de su reticencia inicial, Vanessa se alegraba de estar sentada y calentita dentro del coche. El grueso abrigo rojo no estaba hecho para ser usado en la nieve. La lana estaba empapada de agua. Antes de que Zac llegara, se había congelado hasta tal punto que había considerado pedir ayuda en la siguiente mejor casa. Desafortunadamente, en mucho tiempo no había encontrado ninguna vivienda. Zac había llegado en el momento justo, porque no habría soportado la humedad y el frío por mucho más tiempo.

Aunque se alegraba de que la hubiera recogido, no podía librarse del nerviosismo que la embargaba por dentro. ¿Y si fuera uno de sus perseguidores? Su corazón se paró solo al imaginarse un par de carreras más. Por suerte, no parecía estar aliado con Tyrone. Zac iba demasiado bien vestido para eso, se conducía de una manera que demostraba que tenía dinero y que había recibido una buena educación, mientras que Tyrone daba más bien la impresión de pertenecer a la mafia. Pero, tal vez, se había dejado deslumbrar por el buen aspecto de Zac, tal vez, ese era el truco para ganarse su confianza. Era guapo. Y eso se quedaba corto para describirlo, porque Zac podría haber sido sin más uno de los hermanos Hemsworth. Con su cabello rubio oscuro, de longitud media, sus ojos azules y su llamativo mentón, su apariencia se quedaba grabada en la memoria. Cuando había rodeado el coche y puesto la manta en su asiento, había tenido la oportunidad de hacerle mentalmente una instantánea. Medía más de metro setenta, practicaba regularmente deporte y llevaba una ropa que costaba más de lo que Vanessa ganaba en un mes. Lo delataron el suéter de cachemir rojo oscuro, los vaqueros de diseño y los zapatos hechos a mano. Su coche también mostraba que su cuenta bancaria estaba a rebosar. El Porsche que Zac conducía no estaba disponible por un importe de seis dígitos.

Seguro que no tenía malas intenciones, trató de calmarse, de lo contrario él no le hubiera sugerido que fotografiara la matrícula. Por supuesto, fingió hacer una foto. Solo para asegurarse. Todo fue un farol, porque su teléfono móvil estaba en el bolsillo de una desconocida. Una mujer que, con suerte, aun estaría de compras en el centro comercial y volvería locos a los perseguidores de Vanessa.


1 comentarios:

Lu dijo...

Ya me da intriga!
Por que Ness robo? Y donde esta lo que robo ahora?


Sube pronto :)

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