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sábado, 18 de diciembre de 2021

Capítulo 4


El sabor del tocino crujiente y salado, mezclado con el ligero sabor dulce de la salsa de arándanos y la canela picante, hizo explosión en su lengua. Vanessa cerró los ojos por un momento. Aquella hamburguesa sabía a Navidad, eso era, después de todo, lo que le gustaba de aquella fiesta. Volvió a abrir los ojos y notó que Zac la miraba como si nunca hubiera visto a una mujer comiendo una hamburguesa. Rápidamente se llevó la servilleta a la boca, quizás se había manchado la barbilla con la salsa sin darse cuenta. Pero aparentemente no era eso, porque Zac aun la miraba fijamente.
           
Zac: ¿Te gusta?
           
Ness: Sí, gracias.
 
Se dibujó una sonrisa en su cara, pero estaba bastante segura de que fue más bien una mueca. Si no hubiera tenido aquella gruesa barriga y no llevara puesta unas prendas tan feas y sin forma, podría haberse atrevido a coquetear con él. Pero parecía que no hacía otra cosa en todo el día que atiborrarse de comida rápida. Solo de pensarlo casi se le quitó el apetito. Pero luego decidió disfrutar de su comida. No estaba allí para impresionar a un hombre. Menos aun para coquetear con Zac.
           
Zac: Cuando la camarera nos ofrezca café, podemos preguntarle.
 
No necesitaba dar más detalles sobre lo que quería preguntar. Ya estaba claro. Como Vanessa sospechaba, no podía esperar a deshacerse de ella.
           
Ness: Sí, por supuesto -murmuró-.
 
La idea de quedarse sola le resultaba un poco incómoda. Estaba acostumbrada, porque siempre trabajaba sola, pero aquel día se alegraba de tener compañía. Cuando cogió el dinero, no había pensado que Tyrone se vengaría de ella o intentaría arrebatarle de nuevo los treinta mil dólares. Para ser honesta, no lo había meditado mucho. Actuó espontáneamente. Solo cuando vio a la gente de Tyrone en el centro comercial, se dio cuenta de la situación en la que se encontraba. Tyrone era un ciudadano influyente de Lac-Mégantic. Las empresas de alquiler de coches, el comercio de coches usados, eran solo algunos de los sectores en los que trabajaba. Tenía que desaparecer de aquel lugar, pero al mismo tiempo no podía arriesgarse a coger un autobús o alquilar otro coche, porque sin lugar a dudas eso hubiera puesto a Tyrone sobre su pista de inmediato.

Como si eso no fuera suficiente, Tyrone también tenía una compañía de seguridad en la que daba empleo a hombres que parecía que tomaran esteroides por la mañana, al mediodía y por la noche. Y luego estaba la facilidad con la que la había localizado. Además de su móvil, también había dejado el coche de alquiler en el centro comercial. No estaba segura de cómo la había encontrado allí Tyrone, pero que la hubiera localizado mediante el móvil o un dispositivo de rastreo colocado en su coche, había sido su primera sospecha cuando vio a su gente. Esperaba que lo que se suponía fuera cierto. Si no, Tyrone había logrado encontrarla por otros medios, y eso era algo en lo que prefería no pensar.
           
La camarera, cuya placa la identificaba como Agatha, se acercó a su mesa y puso delante de ellos un plato decorado a la manera navideña.
           
Agatha: Con los mejores deseos del Silver Diner. Les deseamos una feliz Navidad.
 
Luego les ofreció un café. No había colocado el plato en el medio, sino que lo había acercado más hacia el lado de Vanessa. No era de extrañar, ya que Zac se había revelado como un auténtico fanático contrario a la Navidad.
           
Ness: Muchísimas gracias. Oh, mint snowballs.
 
Vanessa cogió uno de aquellos dulces blancos. Le encantaba su sabor a menta con un ligero matiz de coco. Otra vez la Navidad se encarnaba para ella en su forma más pura. Hubiera preferido no tener que abandonar el restaurante.

Zac se aclaró la voz.
           
Zac: ¿Hay una estación de autobuses o un concesionario de coches usados aquí, Agatha? ¿O algún particular que quiera vender su coche?
 
Intentó esbozar una simpática sonrisa, pero era demasiado tarde para eso. La camarera ya lo había puesto en su lista negra.
           
Agatha: ¿Una estación de autobuses? -sacudió la cabeza y puso las manos en las caderas-. Aquí no hay de eso, ni tampoco concesionarios, cariño -dijo con una exagerada voz meliflua, se dio la vuelta y se fue-.
           
Ness: Quizá deberíamos preguntar de nuevo en la caja cuando paguemos. Agatha no parecía querer ayudarnos.
           
Zac: Hm. Sí, tal vez -frunció el ceño-. Solo que me temo que tiene razón. ¿Quién quiere comprar o vender un coche en esta época del año?
           
Ness: Esto podría suponer un problema. Aun así, puedes dejarme aquí. Encontraré la forma de continuar el viaje.
           
Zac: ¿Y cómo vas a hacer eso?
           
Ness: Me informaré.
 
Vanessa se levantó y se dirigió resuelta al mostrador.

No le llevó mucho tiempo descubrir que las pocas cabañas de madera que se alquilaban a los turistas estaban ocupadas. Además, no había taxis ni particulares que vendieran sus coches. Vanessa regresó a la mesa. La desesperación se apoderó de ella. No sabía qué hacer. Solo había una cosa segura: no podía volver a Lac-Mégantic.
           
Zac: ¿No hubo suerte? -preguntó cuando Vanessa se sentó-.
           
Ness: No. Desafortunadamente. -Revolvió su café con la cuchara. Ni las mint snowballs, con su perfecta forma de bola de nieve, que esperaban en el plato ante de ella a ser comidas, podían levantarle el ánimo-. No sé qué hacer ahora -admitió en voz baja-.
           
Zac se encogió de hombros.
           
Zac: Eso no es tan malo. Te llevaré a Waterville. Allí puedes comprar un coche o coger el autobús.
           
Ness: ¿A cuánto está eso de aquí?
           
Zac: A unos noventa y seis kilómetros y medio.
           
Ness: ¿Realmente harías eso?
           
Zac: De lo contrario no te lo ofrecería.
           
Un poco más tarde salieron por la puerta del restaurante. El aire frío los golpeó. Grandes y esponjosos copos caían del cielo. Si no hubiera estado tan nerviosa, podría haberse alegrado. Le encantaba la nieve. Pero miró atentamente los coches que estaban en el aparcamiento. Solo para asegurarse de que nadie la seguía. No se veía mucho en el incipiente amanecer. Algunos SUV, una o dos camionetas y los modelos asiáticos habituales. No había nada que indicara que había alguien esperando a Vanessa para llevarla a la fuerza a Canadá.

Zac le abrió la puerta del pasajero y la ayudó a montar. El educado gesto le hizo bien. Tal vez todavía había hombres a los que les gustaban las mujeres. Hombres que cuidaban de sus familias en vez de abandonarlas. Tal vez solo era una idiota sentimental. Sin embargo, se volvió hacia Zac después que este se hubo montado en el coche y le dijo:
           
Ness: Muchas gracias. Realmente te agradezco que me lleves contigo. Solo espero no ser una molestia.
           
Zac: Me alegro de tener compañía. ¿Quién si no me hubiera hecho escuchar canciones navideñas?
 
Una sonrisa se dibujó en los labios de Zac. Parecía agradable. Simpático. Como un hombre del que podría haberse enamorado si no hubiera sufrido tantas malas experiencias.

Esta vez fue Hallelujah de Pentatonix lo que se escuchó por los altavoces.
           
Ness: ¿Busco otra emisora? -le preguntó porque, a pesar del comentario de Zac, sabía que odiaba aquellas canciones-.
           
Zac: No, déjala. Además, no es una canción sentimentaloide de Navidad.
           
Ness: Estrictamente hablando no, pero se le asemeja.
           
Zac: No importa.
           
La oscuridad se cernió sobre ellos. Los limpiaparabrisas emitían un monótono sonido. Zac la miró. Dormía. Deseaba poder cerrar los ojos también. El viaje resultaba agotador a causa de la nieve.

Volvió a mirar a Vanessa, y luego apagó la radio. La emisora había empezado emitir viejos y clásicos temas. Por supuesto, todas las canciones giraban en torno a un tema. Ahora ella ya no oía nada, así que él tampoco tenía que aguantarlo.

Unos mechones de pelo negro asomaban por debajo de la gorra de béisbol, que se había incrustado un poco en la frente. Justo como él sospechaba. Parecía un ángel de Navidad. De repente se alegró de haberla recogido. El viaje con ella le resultaba divertido, a pesar de aquella horrenda música y del hecho de que él mismo no quería tener nada que ver con la Navidad.
           
Zac: ¡Vanessa, despierta! -la agitó por el hombro suavemente-.
 
Entre tanto se hallaban parados en el aparcamiento del motel Golden 50s. Un alojamiento de la ruta 27. No habían llegado lejos. Apenas habían salido de Eustis cuando la nevada se había intensificado tanto que, a causa del viento, cubría el camino formando montículos. Continuar viajando sería muy peligroso. Su coche no estaba hecho para conducir por la nieve, y Zac no quería arriesgarse a quedarse atascado con el Porsche y tener que esperar horas a que alguien los encontrara.

No. El motel apareció ante ellos en la oscuridad como un regalo del cielo. Afortunadamente, pudo reservar dos habitaciones. Naturalmente, hubiera preferido un hotel mejor. Uno con cinco estrellas, pero no encontraría nada así en aquella zona. Además, no creía que Vanessa pudiera permitírselo.

Dubitativo, contempló el bajo y alargado edificio. Las paredes exteriores habían sido blancas antes, pero ahora predominaba un gris pálido, iluminado por la luz del aparcamiento. Ya sabía lo que se escondía detrás de las delgadas puertas de las habitaciones individuales, porque les había echado un vistazo a las dos habitaciones antes de pagar. Una cama de matrimonio con una manta de diseño curioso, una pequeña mesa con una silla y un televisor, cuya pantalla estaba colocada de tal manera que se podía ver la tele desde la cama. También había un cuarto de baño pequeño con WC, ducha con una cortina gris, y un lavabo. El suelo del dormitorio estaba cubierto con una alfombra barata y llena de manchas. Al menos se había cambiado las sábanas, la habitación estaba relativamente limpia y exenta de parásitos. Era lo mejor que se podía decir del motel Golden 50s.
           
Ness: Hmmmm… ¿qué? -adormilada abrió los ojos- Oh -se sentó- ¿Me he quedado dormida?
           
Zac: Sí, pero eso no es malo. No te has perdido nada. Tenemos que pasar la noche aquí. Está nevando con demasiada intensidad como para seguir viajando -señaló el letrero de neón que ponderaba el estilo de décadas pasadas- Espero que no te moleste que haya reservado dos habitaciones individuales.
           
Ness: No. No, por supuesto. Gracias -se apartó un mechón de pelo de la cara-. Cae mucha nieve.
           
Zac: Espero que pare por la noche, o tendríamos dificultades para salir de aquí mañana.
           
Ness: ¿Dónde estamos?
           
Zac: Para ser estrictos, aun en Eustis. A unos 32 km.
           
Ness: ¿No hemos llegado más lejos?
           
Zac: No, mira a tu alrededor. La nieve alcanza casi un metro de espesor en algunos lugares.
           
Ness: ¿Tan mal está la cosa?
           
Zac: Sí, el viento ha formado montículos. En algunos lugares miden pocos centímetros, en otros casi un metro. Es demasiado peligroso para seguir adelante.
           
Ness: Bueno, si es así -se aflojó su cinturón de seguridad-. ¿Nos arrojamos a la ventisca?
           
Zac: No creo que nos quede otra alternativa.
           
Juntos se abrieron camino a través de la nieve hasta sus habitaciones. Zac le puso una llave en la mano a Vanessa.
           
Zac: Es aquí. Estamos en habitaciones contiguas. Si necesitas algo, solo tienes que golpear la pared -sonrió-. Estoy seguro de que lo oiré. Las paredes no son más gruesas que el papel.
           
Ness: Gracias, pero no creo que sea necesario.
 
Echó la cabeza para atrás y miró al cielo. Un mar de copos de nieve danzantes caía aun sobre la tierra. No parecía que fuera a dejar de nevar pronto.
           
A la mañana siguiente se confirmó su suposición. Cuando se levantó, inmediatamente después de despertarse, y miró por la ventana, vio un deslumbrante y blanco paisaje invernal en el que ya no había carreteras. Simplemente porque estas estaban enterradas bajo una capa de nieve de un metro de espesor.

Corrió la cortina para mirar fuera. Eran las ocho en punto. Zac ya debía estar despierto. Podían desayunar juntos y hacer planes para salir de allí. Aunque tenía la corazonada de que ningún plan en el mundo les ayudaría a alcanzar aquella meta.

Se ajustó la faja, se puso la enorme camiseta y los pantalones, que le quedarían bien incluso a una embarazada justo antes del parto, y se dirigió con paso firme a la puerta de Zac. El suelo también estaba cubierto de nieve, aunque un colgadizo cubría el estrecho pasillo que había entre las habitaciones. Parecía como si el viento hubiera pasado por alto aquel elemento estructural.
           
Ness: Zac, ¿estás despierto? -dijo en voz baja y llamó a la puerta-.
 
No transcurrió mucho tiempo hasta que él abrió. Tenía el pelo mojado, como si se acabara de duchar. Le llegó el olor de su desodorante. Madera mezclada con otra cosa. Algo que olía a hombre de una manera seductora.
           
Zac: Hola -señaló el paisaje invernal-. Ha caído muchísima nieve por la noche.
           
Ness: Sí. Por desgracia -suspiró-. ¿Qué tal si desayunamos? -preguntó, porque necesitaba urgentemente un café y algo de comer-.
 
Después, estaría en situación de pensar con claridad.
Zac se dio la vuelta.
           
Zac: Espera un momento, solo necesito ponerme una chaqueta.
           
Ness: De acuerdo.
           
Juntos fueron hasta recepción. En aquella pequeña habitación hacía tanto calor como en una sauna. Alguien debía haber puesto la calefacción al máximo. Al lado de la recepción, donde no se podía ver a nadie, había una mesa con algunos sándwiches, croissants y galletas esperando a los huéspedes hambrientos. Lo mejor, sin embargo, era la máquina de café, que fue sobre lo primero que se abalanzó Vanessa. Después de haberse preparado una taza, puso un croissant en su plato y se sentó en un rincón con Zac. Delante del sillón que había elegido había una mesa baja. Allí colocó su plato y le dio un sorbo al café. La bebida caliente bajó por su garganta. ¡Por fin! Necesitaba con urgencia cafeína.
           
Zac: ¿Tan bueno está? -preguntó sonriendo-.
           
Ness: Por supuesto. Por la mañana no soy persona sin café.
           
Zac: Es bueno saberlo -alzó su taza y brindó con ella-. Me temo que no podremos salir de aquí hoy. Miré el pronóstico del tiempo esta mañana. Las máquinas quitanieves no pasan por aquí. Además, se esperan más nevadas e igual de intensas. Parece que estamos atrapados aquí.
           
Ness: Oh, no. ¿Y qué vamos a hacer ahora?
 
La perspectiva de quedarse allí atrapados indefinidamente la desilusionaba. Quería irse a casa. Quería pasar la Navidad con su familia, no en Maine.
           
Zac: Creo que tendremos que prolongar nuestra estancia. Lo cual no va a ser fácil, porque no podemos quedarnos en el motel, cierra durante las fiestas.
           
Ness: Vaya estupidez -dejó su taza de café. De repente había perdido el apetito-. Entonces, ¿adónde iremos? No podemos pasar la noche en tu coche.
           
Zac: Encontraremos una solución, no te preocupes.
           
 
Mallory: En el pueblo todo está completo -dijo la propietaria del Golden 50s, que había llegado entre tanto-.
 
Estaba detrás del mostrador de recepción. Llevaba el cabello teñido de rojo y cardado de tal manera que imitaba un peinado que había estado de moda por última vez en los ochenta. Tal vez hacía más tiempo. Zac no estaba tan seguro de eso. Solo sabía una cosa, aquel look estaba totalmente pasado de moda, y con razón.
           
Ness: Entonces, ¿dónde podemos ir ahora? -sonaba desesperada-.
 
Suavemente, Zac la hizo a un lado. No tenía ninguna duda de que resolverían el problema. Era solo cuestión de dinero.
           
Mallory: ¿Qué te parece un Chalet?
 
Señaló los brillantes folletos del mostrador. Lujosas casas de madera, con jacuzzi, sauna, cocina equipada, despensa y una vista impresionante al paisaje nevado de la montaña.
           
Ness: No podemos permitírnoslo.
           
Zac: Sí, podemos.
           
Mallory: Si eso es lo que quiere alquilar. Espere, lo comprobaré.
 
Mallory tecleó en el ordenador a una velocidad vertiginosa. Zac se preguntaba cómo lo había logrado sin romperse una de sus uñas pintadas de colores y de dos centímetros de largo.
           
Mallory: Solo queda uno libre. Nuestro lujoso chalet, al pie del Sugarloaf -alzó la vista-. Una noche cuesta 800 dólares.
           
Ness: ¿Qué?
 
Parecía que Vanessa iba a desmayarse en cualquier momento.
           
Zac: Nos lo quedamos.
           
Vanessa se volvió hacia él.
           
Ness: ¿Estás loco de remate?
           
Mallory: Oh. Dios mío, está embarazada -la interrumpió. La propietaria del motel miró fijamente a Vanessa como si nunca hubiera visto a una mujer que llevara un niño en su vientre. Aunque eso no fuera cierto en el caso de Vanessa-. ¡Esto es igual que la historia de la Navidad! María y José que están fuera de casa una noche de invierno y no encuentran dónde hospedarse.
           
Zac quería argumentar que en ese preciso instante era de día, pero no pudo. A Vanessa le pasó lo mismo, no alcanzó a decir más que «No estoy...», porque Mallory ya había rodeado el mostrador y cogía la mano de Vanessa en la suya.
           
Mallory: No les cobraré nada por la estancia. Eso no hace falta decirlo.
 
La mujer tenía lágrimas de emoción en los ojos, constató Zac sorprendido. Aparentemente estaba abrumada por su propia bondad, o por el paralelismo con la historia de la Navidad. Probablemente ya veía en su mente a los tres reyes magos que pronto aparecerían por el horizonte, o soñaba con que el Papa vendría a proclamarla santa. Zac sacudió la cabeza para librarse de aquellas imágenes. No representaban un belén viviente, sino que eran personas comunes que se veían obligadas por las circunstancias a encontrar un lugar donde hospedarse.
           
Zac: Podemos pagarlo -objetó y trató de reprimir sus sarcásticos pensamientos-.
 
Después de todo, Mallory estaba dispuesta a ayudarlos. No merecía que se riera de ella. Pero tampoco quería engañarla, porque Vanessa le había dicho que no estaba embarazada.
           
Mallory: No le hagas caso. ¡Hombres! Siempre piensan en guardar las apariencias, como se puede ver en los coches caros que conducen y que no pueden permitirse
 
Le lanzó a Zac una reprobatoria mirada.
           
Zac: Puedo permitirme…
 
Tampoco pudo concluir aquella frase.
           
Mallory: No crean que me negaría a ayudar a una mujer embarazada un día antes de Navidad. -Le dio unas palmaditas en la mano a Vanessa-. Coja el chalet y quédese aquí hasta que pueda proseguir el viaje, hija mía.
           
Ness: Pero, yo…
           
Mallory: No me contradiga -volvió detrás del mostrador y sacó una llave de un cajón-. Greg los llevará con la motonieve. La despensa está bien provista. Habíamos alquilado el chalet durante Navidad, pero se canceló con muy poca antelación. Allí tienen todo lo que necesitan para cocinar, hornear y disfrutar de las fiestas.
           
Zac: Es muy amable por su parte. Sin embargo, preferiría pagar por el chalet.
           
Ness: Cójalo gratis o déjelo.
 
Mallory lo miró, apuntándole desafiante con el mentón. Así concluyó la discusión.


1 comentarios:

Lu dijo...

Holaa!!
Me sigue dando mucha intriga Ness, ya quiero saber porque hizo eso y que va a pasarr!!


Sube pronto :)

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