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domingo, 12 de diciembre de 2021

Capítulo 2


Reinó un silencio absoluto por espacio de cinco minutos, interrumpido solo por el sonido del limpiaparabrisas.

Diez minutos.

¿Qué le pasaba a aquella mujer? ¿No debería haberlo llevado ya hace tiempo al borde de la desesperación con su incesante parloteo?

Quince minutos.

Él la miró. Vanessa miraba al parabrisas fijamente. Llevaba el gorro aun incrustado en la frente, de manera que apenas se distinguía su rostro. Estimaba que debía rondar los veinticinco años, su piel clara estaba libre de arrugas. Al menos eso podía ver. Su boca aun estaba cubierta de una barba falsa que no revelaba nada. ¿Tal vez tenía los labios estrechos, con unas comisuras caídas, pero quizás tuviera una boca llena y sensual?

¡Qué tontería! Debería dejar de preocuparse por cómo se veía cuando no iba por ahí vestida de Papá Noel. No importaba si bajo el disfraz se escondía una belleza o una mujer de aspecto corriente.

Zac: ¿Adónde te diriges? -se le escapó la pregunta que no debería haberle planteado-.

Ya que debería alegrarse de que reinara el silencio, de que ella no hablara sin interrupción. Además, a él no le incumbía cómo se había metido en aquella situación. Porque una cosa estaba clara: tras todo aquello solo se escondía la triste historia de un hombre que la había tratado mal. Probablemente no le gustaba su gato o estaba molesto por el polvo de las plantas artificiales de su apartamento, pensó Zac cínicamente.

Ness: Al Polo Norte.

Vale, aquella no era la reacción que estaba esperando.

Ness: De ahí viene Papá Noel, ¿no? -agregó-.

Aparentemente, se había dado cuenta de que él no había entendido la broma.

Zac: Oh, ya veo. Sí, bueno, tan lejos no voy -murmuró bastante seguro de que ahora ella estaba poniendo los ojos en blanco, como hacen siempre las mujeres cuando un hombre no entiende lo que realmente ha querido decir con su particular observación-.

Ness: Lo que quise decir es que me llevaras lo más lejos posible de aquí -le explicó-.

Zac: Ya me lo había imaginado -mintió. ¿No podía haber dicho eso simplemente?-. En media hora estaremos en Coburn Gore, eso está apenas pasada la frontera americana. Puedo dejarte allí. -añadió solo para dejar claro que no la llevaría hasta los confines del mundo-.

Ness: Gracias. No te preocupes, no te molestaré más. Me perderás de vista en Coburn Gore.

Zac: Vale -gruñó-.

Evidentemente él debería haber protestado en aquel momento. Al igual que siempre lo hacían sus compañeras de género. Algo como: «No, no vas a ser una carga. Tu presencia me enriquece». Alguna mierda así. Que no quería decir otra cosa que: «No puedo esperar a librarme de ti». Mejor que supiera ya a qué atenerse.

El silencio volvió a cernerse sobre ella.

Zac: ¿Te importa si enciendo la radio? -le preguntó por pura cortesía-.

Ness: No. Por supuesto que no. Yo... haz como si no existiera.

Sin problemas. Fingir que no existe. En un coche deportivo cuyo interior no era particularmente grande, y que ella ocupaba envuelta en una manta. Y entonces se propagó su olor, un olor como naranjas y a otra cosa. Algo que olía a Navidad. ¡Canela!

Le acudieron las imágenes. Recuerdos de Navidad. Para la mayoría de la gente, tales recuerdos eran algo valioso, hermoso. Para él no.

Sonaba
Last Christmas de George Michael. ¿Por qué había encendido la maldita radio?

Ness: Me encanta esta canción -suspiró junto a él justo cuando alargaba la mano para buscar otro canal-.

Retiró la mano. Se había expresado con tanta nostalgia en la voz, que no tenía corazón para cambiar de emisora. Además, ya había sido bastante descortés con ella. Así que allí estaba sentado. En su coche. Junto a una mujer vestida de Papá Noel, oyendo la canción navideña más empalagosa del siglo, oliendo a naranja y a canela. Si no hubiera tenido que mirar por dónde iba, se habría golpeado la cabeza contra el volante.

Su plan había sido el de escapar de aquel circo navideño. En lugar de eso, ahora lo llevaba consigo. Lo único que le faltaba era un puto árbol de Navidad en el maletero, y la pesadilla sería perfecta.

Un coche tan deportivo como aquel era muy poco espacioso. Con el disfraz y la enorme barriga que cargaba, Vanessa apenas podía moverse. Además, aun estaba congelada, a pesar de que Zac ya había subido la temperatura de la calefacción. Hubiera preferido quitarse la barba falsa y el estúpido gorro, pero no se atrevió. Aunque durante una eternidad no había visto otro coche, eso no significaba que estuviera a salvo.

Así que seguía muerta de frío y esperaba que no volvieran a poner ninguna canción navideña más en la emisora de radio. Decir que le gustaba la canción había sido un error, pero se le había escapado el comentario. La canción
Last Christmas de George Michael la acompañaba desde su infancia. Le traía recuerdos. Buenos recuerdos.

A Zac, sin embargo, no le gustaba la canción. Solo después de haber hecho aquel irreflexivo comentario, se percató de que él había retirado la mano. Quería cambiar de emisora.

Después de George Michael le tocó el turno a Michael Bublé. Sonaba otra empalagosa canción navideña. Parecía que Zac quería estrangular al cantante.

Ness: ¿Cambio de emisora?

Zac: ¿Qué? No. Está bien.

A pesar de sus palabras, su expresión parecía igual a la que tendría si acabara de morder un limón extremadamente amargo. Vanessa conocía a aquel tipo de hombre mejor de lo que le habría gustado. Zac era uno de aquellos que odiaban la Navidad, sencillamente porque no soportaba las celebraciones familiares. Si tuviera hijos, probablemente sería el primero en poner millas de distancia y abandonar a su esposa sin pasarle ni un centavo para la manutención de los pequeños o volver a contactar con ellos. No, desaparecería de escena y dejaría a la familia en la estacada. Como hacían todos los imbéciles con los que lidiaba todos los días.

El pensamiento hizo que la embargara una sensación de felicidad. Al fin era capaz de pensar con claridad otra vez. Había sido capaz de clasificar a aquel hombre a pesar de su aspecto.

Ness: Bien -dijo esperando que odiara profundamente cada estrofa de la canción-.

Pasó media hora. Aun no se veía nada excepto los copos blancos que golpeaban el parabrisas.

Ness: ¿No deberíamos haber cruzado la frontera hace tiempo? -preguntó tras echarle nerviosa una ojeada al reloj-.

Todo lo que quería era volver a pisar su tierra natal, reservar una habitación en un motel, luego una pizza y mirar una película cursi.

Zac: No puedo conducir tan rápido con este tiempo. Lo siento, pero nos llevará más tiempo del que pensaba.

Ness: Maldita sea.

Zac: ¿Tienes una reunión importante? ¿O una cita?

Ness: ¿Qué? No. Solo quiero quitarme esta ropa y comer algo. Luego darme una ducha. Eso es todo.

Zac: ¿Adónde te llevo? Si me das la dirección, puedo introducirla en el GPS.

Ness: Cualquier motel. No demasiado caro, si es posible.

Zac le dedicó una extraña mirada. Una mirada que la hizo sospechar lo que seguiría a continuación.

Zac: No eres de por aquí, ¿verdad?

Ness: No. ¿Por qué?

Zac: No hay moteles en Coburn Gore. En ese pueblucho quizás haya diez casas. Si tienes suerte.

Ness: ¿Y un vendedor de coches usados?

Zac: Negativo.

Ness: ¿Alquiler de coches?

Zac: ¿Estás de broma? Estamos hablando de un lugar con un puñado de habitantes. ¿Cuántos de ellos iban a alquilar un coche?

Ness: Entonces, ¿cómo se supone que voy a salir de allí?

Zac: La pregunta es más bien, ¿por qué querías ir allí?

Ness: ¡No quería ir a Coburn Gore! ¡Tuve que irme de Lac-Mégantic!

Sonó We are the world.
El destino probablemente tenía sentido de la ironía, porque parecía que Zac la iba a dejar tirada en aquel pueblucho. Atrapada en medio de la nada sin poder escapar de allí. Mentalmente se vio a sí misma de pie junto a una gasolinera en medio de la ventisca, esperando que algún camionero quisiera llevarla.

Zac: ¿Qué tal si me dices qué es lo que realmente está pasando? ¿Por qué tuviste que abandonar Lac-Mégantic?

Ness: Es complicado -se sorbió la nariz, o al menos eso intentó, porque unas cuantas lágrimas eran exactamente lo que necesitaba en ese preciso instante-.

Los hombres que conocía cambiaban de inmediato de tema en cuanto una mujer empezaba a llorar. Seguro que Zac era igual. Probablemente entraría en pánico al ver una lágrima. Al menos así lo esperaba, porque le iba a mentir. No quería decirle la verdadera razón por la que la perseguían. Porque entonces tendría que decirle lo que hacía para ganarse la vida. No conocía a Zac lo suficiente como para saber cómo reaccionaría. Quizá se apartaría a un lado de la carretera y la arrojaría del coche.

Zac: Tenemos tiempo. Aun queda mucho para llegar a nuestro destino.

Ness: Es solo que... tengo...

Unas lágrimas. Un sollozo. Un llanto desgarrador. Aun así, Zac tenía la sensación de que Vanessa estaba poniendo en práctica una estrategia de distracción, como si estuviera pensando en una historia que contar.

Ness: Bueno, amigo mío, Tyrone es violento.

Zac: ¿Y por eso lo dejaste?

Ness: Sí -asintió con la cabeza-.

Lo miró. Las lágrimas aun brillaban en sus ojos.

Zac: ¿Y esa es tu complicada historia?

Ness: Es complicado porque no soy de por aquí. Tyrone me atrajo a Lac-Mégantic con un pretexto. Dijo que quería tanto celebrar la Navidad conmigo. Así que hice las maletas y me vine aquí. -Se encogió de hombros- En casa habría estado sola de todos modos, y él no podía venir a mi casa porque supuestamente tenía que trabajar en Navidad. -El tono de su voz disminuía cada vez más-. Pero luego resultó que no quería ni celebrar la Navidad ni tenía que trabajar. Básicamente, todo lo que necesitaba era alguien sobre quien descargar su frustración. Y ese alguien era yo.

Zac: ¿Te pegó?

Ness: ¿Correría por una autopista con un disfraz de Papá Noel si no lo hubiera hecho?

Zac la miró. Sin embargo, aquel ridículo disfraz ocultaba la mayor parte de su figura y de su rostro.

Zac: ¿Estás herida? ¿Quieres que te lleve a un hospital? ¿O a un médico?

Ness: No, no ha sido para tanto. -Se secó un par de lágrimas. Como si quisiera ganar tiempo-. Me abofeteó y me empujó contra la pared, pero me las arreglé para apartarme cuando intentó golpearme en la cara con el puño. Entonces salí corriendo de la casa. Vive enfrente del centro comercial, donde conseguí el disfraz. El resto de la historia ya la conoces.

Zac: Deberías denunciarlo.

Ness: Es canadiense. Ni siquiera sé cómo funcionan las leyes allí, y no puedo permitirme pagar un abogado.

Zac: Hasta donde yo sé, en Canadá es igual de punible golpear a una mujer como en Estados Unidos.

Ness: Fue solo una bofetada -murmuró-.

Zac: Eso ya es demasiado.

Ness: Solo quiero llegar a casa.

Zac la miró. Ella se había hundido en el asiento y había desviado el rostro. No le debía haber propinado una bofetada demasiado fuerte, de lo contrario habría visto alguna herida en su cara cuando estuvo de pie frente a él. Sin embargo, solo pensar en cómo un hombre podía tratar a una mujer de aquella manera le provocaba ira. Pero no podía obligarla a acudir a la policía. Tal vez tenía razón al haber tomado aquella determinación. A menos que tuviera lesiones físicas, probablemente los policías no tomarían ninguna medida. Especialmente contra alguien que vivía en Canadá.

Zac: Vale, vale, vale, vale. Es tu decisión -cedió al fin-. Eso, sin embargo, no resuelve el problema de cómo continuar el viaje desde Coburn.

Ness: Deja que yo me ocupe de eso. Puedes dejarme en Coburn Gore. Seguiré sola desde allí.

Zac: ¿No creerás en serio que voy a dejarte en un pueblucho como ese y con este tiempo y marcharme?

Ness: ¿Por qué no? No eres responsable de mi bienestar.

Zac: Ya veremos. Primero tenemos que llegar allí.

Zac señaló el parabrisas. Apenas se podía ver nada del mundo exterior, tan intensa era la nevada ya.


2 comentarios:

Lu dijo...

Ayyy... me da intriga, pero siento que Ness le mintio a Zac...


Sube pronto :)

Anónimo dijo...

A q se dedicara Ness?��sigue prontoooo!!!

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