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lunes, 29 de abril de 2019

Capítulo 5


Zac la condujo a la parte trasera del hotel y se dispuso a abrir la puerta, procurando mantenerse a medio metro de distancia y con las manos en los bolsillos.

Aquella noche de finales de verano se había vuelto sombría, de modo que fue encendiendo a su paso bombillas y luces de obra. Resplandor y sombras, se dijo, paredes desnudas y suelos de hormigón. No era precisamente un nido de seducción. Vanessa tendría que sentirse a salvo.

Zac: ¿Quieres que terminemos con la planta baja?

Ness: Quisiera ver más habitaciones. ¿Y si echamos un vistazo a la segunda planta? No quiero encasquetarles a los niños mucho rato a Ashley y a tus hermanos.

Zac: No se los has encasquetado. Ashley se ha ofrecido voluntaria.

Ness: Sí, es cierto, ¿verdad?

Zac arqueó las cejas, sorprendido por lo apagado de su tono.

Zac: ¿Va todo bien?

Ness: ¿Por qué no iba a ir bien?

Zac: De acuerdo. -Se dirigió a la escalera-. Ya hemos visto la T y O y la E y D. Supongo que es hora de pasar a la N y N: Nick y Nora.

Ness: La cena de los acusados -ordenó sus ideas, se centró en el archivador que él le había prestado-. Me gustan las lámparas que habéis elegido para esa estancia, y la cama y la cómoda son preciosas, muy déco.

Zac: Algo elegante, algo glamuroso. -Giró por el pasillo de la segunda planta-. A ver… la Biblioteca estará ahí, y…

Ness: Ah, la Biblioteca. Eso quiero verlo.

Zac: Desde luego. -Giró a la izquierda por otro breve pasillo y pulsó un interruptor para encender la luz de obra-. Ahora está bastante oscuro. Solo cuenta con la ventana que da a la fachada. Ahí habrá un escritorio. Estanterías empotradas en esos huecos, chimenea con marco en medio, sofá de piel marrón enfrente.

Vanessa se paseó por la estancia. Había visto su boceto de las estanterías, recordó, y le habían parecido una gozada.

«¡Déjate de gozadas!»

Ness: Ah, tus hermanos y tú estáis haciendo las estanterías.

Zac: Sí, y el marco de la chimenea. Y algunas cosas más.

Ness: Debe de ser muy satisfactorio poder construir algo.

Zac: Tú deberías saberlo. Has construido una familia -repuso cuando se volvió para mirarlo-.

Ness: Eso es muy bonito.

Lo estudió: él en el umbral de la puerta, ella en el centro de la habitación. Aquello, decidió, aquel espacio que los separaba era demasiado raro, demasiado incómodo.

Era hora de arreglarlo, se dijo.

Ness: No acabo de entenderlo.

Zac: ¿Entender el qué?

Ness: Si estás enfadado conmigo, si me evitas, o si son imaginaciones mías: lo uno, lo otro o ambas cosas.

Zac: No sé a qué te refieres.

Ness: No has vuelto por la librería desde… desde la última vez que yo estuve aquí. Además, como ahora, te quedas lo más lejos posible si estamos en la misma habitación. Mira, Zac, siento lo que pasó, aunque no pasara.

Zac: Sientes lo que no pasó -dijo despacio-.

Ness: Por el amor de Dios, Zac, me dejé llevar por la estancia, la luz… lo que sea. Fue solo un momento, así que…

Zac: El Momento.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Da igual. ¿Te estás disculpando conmigo por lo que sucedió?

Ness: Y no sé por qué debería hacerlo si no sucedió. -Le salió el genio, que no hizo sino recalcar su bochorno-. No sé por qué dos adultos no pueden hacer frente a algo que no sucedió sin actuar como si hubiera sucedido. Y aunque hubiera sucedido, ¿qué? Ay, da igual -espetó al ver que la miraba sin más-. Enséñame la siguiente habitación. -Se dirigió con paso airado hacia la puerta-. Tengo que volver.

Zac: Espera un momento. -La cogió del brazo, lo que oportunamente los juntó a ambos en el marco de la puerta abierta-. ¿Sientes que no pasara?

Ness: No me gusta ponerme en evidencia.

Zac: ¿Yo te puse en evidencia?

Ness: No -negó con la cabeza-. Me estás confundiendo.

Puede. Pero ella le estaba aclarando las cosas a él.

Zac: ¿Por qué no empezamos desde el principio?

Se vio un relámpago, una enérgica descarga de azul por la ventana enlonada. Vanessa dio un respingo en sus brazos cuando el trueno soltó su cañonazo.

Zac: Solo es un trueno.

Ness: Me ha asustado -mirándolo-. No me dan miedo las tormentas.

Zac: Veamos.

Aun así, se movió muy despacio, tomándose su tiempo tanto para prolongar aquel nuevo momento como para calibrar su reacción. Apoyó las manos en sus caderas mientras la lluvia salpicaba la lona, fue deslizándolas por su cuerpo, suave, lentamente, al tiempo que bajaba la cabeza, se detuvo, respiró hondo, y ancló su boca a la de ella.

Esto, pensó él envolviéndole la cara con las manos. Solo esto merece la espera. Suave, dulce, un tierno estremecimiento, y los brazos de ella rodeándole la cintura, atrayéndolo hacia sí.

El siguiente relámpago no la sobresaltó. Se dejó arrastrar por el trueno, sumergiéndose en tan deliciosa oleada de placer.

Sentirse abrazada, acariciada. Catar y dejarse catar. La sensibilidad adormecida por las circunstancias, las obligaciones, encendida y devuelta a la vida.

Se aferró con ganas a su camiseta y tomó lo que él le ofrecía. No, nunca le habían dado miedo las tormentas.

Aun cuando empezó a retirarse despacio, ella se sintió gozosamente zarandeada por aquel torbellino.

Zac: He querido hacer esto desde que tenías dieciséis años -masculló-.

Ella sonrió y luego soltó una media carcajada.

Ness: Venga ya.

Zac: Vale, desde que tenías quince, pero eso me parecía patético.

Vanessa frunció el cejo.

Ness: No sé qué decir.

Zac: ¿Y si te doy más tiempo para que lo pienses?

Volvió a besarla, robándole el aliento, atravesando con punzadas de calor y frío esa sensibilidad recién despertada.

¿Pensar? Imposible.

Ness: Zac -lo apartó, pero solo un poco-. Estoy desentrenada. Probablemente necesite, no, mejor dicho, debería pensar de verdad, pero me cuesta hacerlo aquí y ahora.

Zac: ¿Qué tal en cualquier parte y a cualquier hora?

Ella volvió a reír, menos rotunda.

Ness: Tal vez si… -Se retiró, y frunciendo el ceño se inclinó para olerle el hombro-. No eres tú.

Zac: ¿El qué?

Ness: Juraría que huele a madreselva.

Zac: Le gusta la madreselva.

Le acarició la coleta, otra cosa que llevaba años queriendo hacer. Le rozaba la piel como una seda dorada.

Ness: ¿A quién?

Zac: A Elizabeth. Yo la llamo Elizabeth porque la primera vez que estuve seguro de su presencia me encontraba en la E y D… Elizabeth y Darcy.

Ness: De verdad me estás hablando de un fantasma.

Zac: Este edificio, o al menos parte de él, lleva aquí dos siglos y medio. Lo raro sería que no hubiera fantasmas. No todo, todos se van.

Eso le llegó al alma, pero no hizo sino negar con la cabeza.

Ness: Todo esto se me hace muy raro. Mis niños por allí, jugando a videojuegos y yo aquí, contigo. Debería volver. A este paso, me llevará un año ver el edificio entero.

Zac: El tiempo que quieras. Sal conmigo mañana por la noche.

Ness: No… no puedo. Vienen Ashley y Brittany a cenar. Y antes de que me preguntes, porque confío en que ibas a hacerlo, el sábado prometí a los niños un maratón de cine. El lunes empiezan el cole, y Christopher, la guardería. No puedo fallarles.

Zac: Desde luego. Pronto entonces. Dime cuándo.

Ness: Quizá el viernes que viene. Si consigo una canguro.

Zac: El viernes. -La besó, suave, para sellar el trato-. No cambies de opinión.

Vanessa se apartó porque quería acercarse.

Ness: Lo siento, los niños. Ni sé cuánto rato llevamos fuera. He perdido la noción del tiempo.

Zac: No ha sido tanto.

La cogió de la mano mientras enfilaba el pasillo.

Ness: Esto es mágico. Si me lo propongo, puedo superponer las imágenes, una encima de otra. Es rarísimo cómo imaginé las estancias según me hablabas de ellas, incluso antes de haber hojeado el archivador. Por cierto, tendría que habérmelo traído. Lo tengo en la librería.

Zac. Pues no me vendría mal. ¿Y si vamos corriendo a por él?

Ness: Mmm…

Zac: Espera.

Sacó el móvil mientras cruzaban la planta baja hacia la puerta de atrás. Salieron, echó la llave y permanecieron a cubierto bajo el suelo del porche del primero, mientras él llamaba a Alex.

Zac: Hola, ¿los niños están bien?

Alex: Sí, sí, tú tranquilo. Hemos vendido a los dos mayores a un circo ambulante por veinte pavos cada uno. Al enano lo hemos cambiado por un pack de siete cervezas. Un chollazo.

Zac: Vamos a tardar unos cinco minutos más.

Alex: Por mí, vale. Se han zampado tu pizza, tío. El enano engullía los jalapeños como si fueran caramelos.

Zac: Un segundo. ¿Qué pizza te gusta?

Ness: Iba a pedirme ensalada. -Al ver que la miraba fijamente con esos ojos azules, suspiró-. Me gusta la de pepperoni solo.

Zac: Pídeme una de pepperoni -le dijo a Alex-. Cinco. -Colgó, volvió a cogerla de la mano-. Te invito a pizza, primera cita en toda regla. Tus hijos se han comida la mía.

Ness: Ay, lo siento.

Zac: Yo no. Así puedo invitarte. Ahora llueve menos. Dame las llaves de la tienda y vete ya para la pizzería.

Ness: No me importa mojarme. Además, será más fácil y rápido si voy yo a buscarlo. Sé exactamente dónde está.

Rodearon el edificio.

Zac: ¿Sabías que a Christopher le gustan los jalapeños?

Ness: Se come lo que sea. -Rió cuando Zac salió pitando y la arrastró consigo. Rió cuando la lluvia le mojó la piel, le empapó el pelo-. ¿Zac? Para mí, esto ya es una primera cita preciosa.


Zac dudaba que una primera cita en toda regla incluyera un trío de niños pidiendo dinero para la maquinita, a sus hermanos y a la dueña del Vesta haciéndoles de carabina -y jugando a videojuegos- y a un montón de gente dejándose caer por aquella mesa cada vez más concurrida para ponerse al día o preguntar por el hotel.

Pero a él le valía así.

Además, el ambiente distendido y la concurrencia evitarían que se especulara. Le daban igual los cotilleos del pueblo; diablos, era parte del combustible que alimentaba aquella maquinaria. Solo que preferiría que no se hablara de su vida privada delante de un desayuno en Crawford’s o con un postre en La Heladería.

Sus hermanos y él aparcaron el trabajo hasta que Vanessa se llevara a los niños.

Liam: Una partida más. ¡Porfa! -elegido negociador, puso carita de pena-. Solo una más, mamá. No estamos cansados.

Ness: Yo sí estoy cansada. Y ya no me queda suelto; además, tenéis que pagar lo que debéis limpiando vuestro cuarto mañana. -Lo vio desviar la mirada hacia los Efron y frunció los ojos-. Ni se te ocurra probar suerte por ahí otra vez.

Zac: Lo siento, chaval -levantó las manos en señal de rendición-. Cuando mamá dice que no es que no.

Liam: Venga ya -saltó antes de que su madre frunciera los ojos aún más-.

Ness: Me parece que no era eso lo que ibas a decirles a Zac, a Alex, a David y a Ashley.

Suspiró, muy hondo.

Liam: Gracias por las monedas, la pizza y eso.

Alex: La próxima vez voy a tumbarte con los marcianitos, enano.

A Liam le entusiasmó el desafío.

Liam: ¡Ni lo sueñes! Te voy a tumbar yo.

Ash: Vamos, tropa -se puso en pie-. Os acompaño fuera.

Con un coro de adioses y gracias, y cierto arrastrar de pies, Vanessa consiguió llevarse a los niños hasta la puerta de la escalera.

En cuanto disminuyó el nivel de ruido, David cogió su maletín, donde había vuelto a guardar rápidamente las carpetas.

Alex: Espera. Nos llevamos esto a casa de Zac. Dios sabe quién más podría aparecer y retarnos a unas partidas de Monster Bash.

David: Buena idea -se levantó y señaló a Zac-. Paga tú.

Zac: ¡Eh!

David: Yo lo he pedido primero. Te vemos arriba.

Cuando llegó a su piso, sus hermanos -los dos tenían llave- le habían saqueado la cocina en busca de cerveza y patatas fritas antes de ponerse cómodos en el salón.

Bobo ganduleaba en el suelo, disfrutando de los restos de la pizza. Alex le dedicó una sonrisa pícara a Zac.

Alex: Así que te estás tirando a Ness.

Zac: No me la estoy tirando. Exploro la posibilidad de vernos civilizadamente.

David. Se la está tirando -sentenció con la boca llena-. Aún estás coladito por ella como en el instituto. ¿Sigues escribiendo esas canciones espantosas de desamor?

Zac: Chúpamela. Y no eran tan espantosas.

Alex: Sí, sí lo eran. Pero al menos ahora no tenemos que oírte por toda la casa aullándolas mientras aporreas el teclado. No sé si te habrás percatado, pero Ness viene con tres regalitos.

Zac: Estoy al tanto. ¿Y qué?

Alex: Yo solo te lo advierto. A mí me gustan. No son niñatos malcriados ni robots.

Zac se dejó caer en una silla y cogió la cerveza que sus hermanos le habían preparado.

Zac: Voy a salir con ella la semana que viene. Supongo que a cenar y quizá al cine.

Alex: A la vieja usanza. Predecible.

Zac: Puede, pero me parece que la vieja usanza y lo predecible es lo que toca. Tengo la impresión de que no ha salido mucho desde que volvió a Boonsboro.

David: Pregúntale a Ashley. Son como uña y carne.

Zac respondió a David con un gesto de la cabeza, meditabundo.

Zac: Quizá lo haga.

David: Yo pasaría del cine y me la llevaría solo a cenar, a un sitio donde no quieran largarte en una hora. Más contacto visual.

Zac: Tal vez sea mejor.

Alex: Y ahora que hemos dado un empujoncito a la vida amorosa de Zac, ¿podríamos volver a lo nuestro?

En respuesta a Alex, David volvió a sacar las carpetas con el dossier de Brittany.

David: Podéis echarle un ojo cuando queráis, pero poneos al día antes de que quedemos con ella. Si es tan espectacular como dicen, será un verdadero fichaje. Siguiente asunto. -Les pasó unos folletos-. Hay que decidirse con los leños de gas de la Recepción, y las chimeneas de gas de J y R, W y B y la Biblioteca. Los de Thompson van a venir a echar un vistazo, y hablaremos de dónde enterrar el depósito, de cómo tirar las tuberías. Eso será el lunes. También tenemos reunión para lo del Patio: los adoquines, el diseño, y cómo organizar el acceso al depósito, el vallado, las plantas, etcétera. Para el martes.

Zac: Yo he estado trabajando un poco en eso.

David: Por ese motivo tendrás que estar presente. Martes, a las cuatro. Mamá y Caroline también vendrán.

Alex: Hay que tratar algunas cuestiones prácticas. Por ejemplo, cómo vamos a disponer las unidades de calefacción, ventilación y aire acondicionado, y cómo haremos para tenerlas todas instaladas, revisadas y autorizadas antes de que llegue el frío.

David: Exacto. Y por eso tienes que ver a Mike, de Care Services, la próxima semana. Disponemos de todos los datos necesarios para empezar. Yo quedaré con Luther para lo de las barandillas. Pero tenemos que ponernos de acuerdo sobre el diseño y el acabado. También está el diseño de las puertas de entrada.

Repartieron las áreas de trabajo, y fusionaron algunas. Una larguísima discusión sobre mecánica los llevó luego al despacho de Zac, donde estudiaron los planos.

Cuando Zac los echó de su casa, supuso que podía recrear los planos, estructurales y mecánicos, hasta en sueños.

Y, en realidad, por una noche, lo único que quería hacer era pensar en Vanessa.

La había besado. Algo que llevaba casi quince años queriendo hacer. Y ahora, en aproximadamente una semana, la tendría toda para él solo por una noche. Una cena tranquila y agradable, en eso David tenía razón. Un poco de vino, algo de conversación.

¿De qué hablaban dos personas que se conocían casi de toda la vida? Por otro lado, había muchas cosas de ella que no sabía.

Se quedó mirando por la ventana el oscuro hotel escondido y se preguntó qué descubriría. Y qué sucedería después.


Los dolores de cabeza provocados por el trabajo dominaron el día siguiente, empezando por la visita del inspector de obra, que, según Alex, con una reinterpretación arbitraria de la normativa, exigía el cambio de las puertas exteriores ya instaladas.

Después de pasar medio día en Hagerstown solucionándolo, al volver a la obra, Zac se encontró con que el proveedor de baldosas se había equivocado en el pedido del suelo del baño de una de las habitaciones y, por lo visto -¡vaya!-, había olvidado pedir otro lote entero de un diseño distinto. Y ahora les salía con que su instalador no podía empezar el trabajo hasta dentro de seis semanas.

Le habría encasquetado esa pesadilla a David, pero su hermano ya andaba liado: había quedado con los mecánicos para ultimar el sistema de aspersores contra incendios del edificio.

Se retiró a su despacho de casa y pasó la siguiente hora provocándole al vendedor que había metido la pata un dolor de cabeza aún mayor que el suyo.

Por lo menos con eso se quedó un poco más a gusto.

Cuando terminó, cogió una Coca-Cola, se tomó una aspirina y volvió a la obra. Pilló a David en el aparcamiento.

Zac: ¿Adónde vas?

David: Voy un rato al taller. Oye, Alex me ha contado el problema con las baldosas. Mañana les echaré la bronca.

Zac: Ya lo he hecho yo. Reunión de emergencia. ¿Dónde se ha metido Alex?

David: En el tercer piso, la última vez que lo he visto. Creo que deberías saber lo de la galería que hay al lado de la librería, y la última idea genial de mamá.

Zac: Aún no. Vamos.

Encontraron a Alex en el tercer piso, instalando uno de los paneles a medida del hueco de la ventana.

Alex: Encaja como un guante y queda cojonudo.

Bobo asintió meneando la cola, probablemente con la confianza de que alguno de ellos llevara consigo algo de comida.

Zac: Por lo menos una cosa ha salido bien hoy -afirmó con resignación-.

Alex: Dímelo a mí -respondió mirando a sus hermanos-. ¿Te lo ha contado David?

Zac: Ya se lo he dicho a David, y te lo digo a ti. Ante todo, no le toquéis las narices al inspector de obra aunque sea un capullo.

Alex: Oye, espera… -intentó añadir-.

Zac: No. Tienes razón, pero si te pones chulo con el Condado, nos pueden reventar el proyecto entero. Las puertas exteriores cumplen la normativa, ya fueron aprobadas. Se quedan como están. Pero deja que seamos David o yo quienes hagamos el trabajo sucio, si la cosa se pone fea. Más…

Alex dejó la pistola de clavos en el suelo.

Alex: Dame esa Coca-Cola. -Se la quitó de las manos a Zac-. Si vas a sermonearme, me merezco una recompensa.

Al oír la palabra «recompensa», Bobo empezó a menear la cola más deprisa. Alex se limitó a mirarlo.

Alex: Mía.

Zac: Más. Le he puesto las pilas al vendedor. El muy capullo intentaba convencerme de que tenía intención de completar el pedido, que solo tardaría una semana en llegar. Una gilipollez -dijo antes de que pudiera hacerlo cualquiera de sus hermanos-. Todo lo que les pedimos tarda semanas en llegar.

David le quitó la Coca-Cola a Alex y añadió:

David: Venían recomendados, los ponían por las nubes, y juraron que podían afrontar el encargo. Lección aprendida.

Zac: No te culpo… mucho -bromeó-. El proveedor ha metido la pata, pero bien. Nos van a enviar de inmediato las baldosas correctas y las que no nos han llegado, de su bolsillo, y nos van a hacer un diez por ciento de descuento por las molestias. He hablado con el dueño.

David: Buen trabajo.

Zac: Aprendí de papá, también. El culo del vendedor está en el punto de mira, donde merece estar, la empresa está sobre aviso, y le vas a hacer un seguimiento diario para asegurarte de que no se equivocan de nuevo.

Alex: Estoy en ello.

Zac: Y no van a hacernos la instalación.

David: Espera, espera…

Zac: No has estado dos horas al teléfono oyendo excusas, zalamerías y chorradas, y viendo cómo el dueño intentaba escaquearse y darte largas. No tratamos con esa clase de empresas. Seguimos con ellos para las baldosas porque empezar desde el principio con lo que nos falta nos daría aún más quebraderos de cabeza, pero te aseguro que no vuelven a trabajar para nosotros.

Alex: Yo estoy con Zac.

David: Pero vamos a ver… Tenemos un montón de baldosas y azulejos exclusivos: de vidrio, importados, de diseño intrincado. Necesitamos instaladores con experiencia en esa clase de trabajo, y un buen número de trabajadores.

Zac: Le he pedido al dueño de otra empresa que venga a inspeccionar el trabajo. Uno de los que nos dejaron tarjeta. De la zona, necesitado, me ha dado tres referencias. Verificadas. Está de camino. Habla tú con él -le dijo a David-. Si te parece que no va a saber hacerlo, busca otro. Es una cuestión de principios.

Alex: Ya sabes cómo se pone cuando se le cruzan los cables. Además, tiene razón.

David: Genial. Estupendo -se frotó la cara con la base de las manos-. Jodeeer.

Zac sacó el frasco de aspirinas que se había metido en el bolsillo al salir y se lo tendió.

David: Gracias.

Zac: Bueno, ¿qué decíais de mamá y sus ideas geniales?

David se tragó una aspirina con un trago de Coca-Cola.

David: Toma, puede que te hagan falta. Ahora que la Galería ha dejado el local, mamá quiere montar ahí una tienda de regalos y anexarla al hotel.

Zac: Lo sé.

David: Lo que no sabes es que la quiere para ya.

Zac: ¿Cómo que «ya»? No puede tenerla ya.

David lo miró apiadándose de él.

David: Díselo a ella. Está allí ahora mismo con un muestrario de colores, un cuaderno y una cinta métrica.

Zac: No fastidies -se frotó la nuca. Ahora que empezaba a dolerle menos la cabeza-. Venid vosotros también. No me voy a enfrentar a ella yo solo.

Alex: Yo prefiero quedarme donde estoy. Haciendo carpintería. Me gusta la tranquilidad.

Zac: Pues tráete el martillo. Puede que lo necesitemos.

Desde hacía unos años, eran dueños del local comercial contiguo a la librería. Con el tiempo, había sufrido múltiples reencarnaciones. La última, una pequeña galería de arte y tienda de enmarcación, se había mudado a un local mayor, al otro lado del río.

En ese momento, como pudo ver claramente a través del escaparate que había junto a la puerta, su madre se encontraba en el espacio casi desierto, sosteniendo un muestrario de colores delante de la pared.

Mierda.

Al verlos entrar, ella se los quedó mirando.

July: Hola, chicos. ¿Qué os parece este amarillo? Es bonito, cálido, pero lo bastante sereno como para no distraer del arte.

Zac: Escucha, mamá…

July: Ah, y esa pared de ahí… esa hay que dejarla en media pared. Así el espacio será más diáfano y se abrirá un acceso precioso a la pequeña zona de cocina. Eso podría quedarse como está y allí dejaríamos los utensilios de cocina. Vajilla, tablas de cortar, ese tipo de cosas. También dejaremos abierta esa puerta, la que baja a la oficina. Podríamos poner una cortina de cuentas o algo así, para animarlo un poco. Luego, arriba…

Zac: Mamá. Mamá. Vale, todo eso está muy bien, pero igual no te has dado cuenta de que ya estamos hasta arriba con lo del otro lado de la calle.

Su madre le sonrió y le dio una palmadita en la mejilla.

July: Esto no es mucho. Más que nada es una cuestión estética.

Zac: Tirar un tabique…

July: No es más que una pared. -Se inclinó para acariciar a Bobo cuando el animal se recostó cariñoso en su pierna-. Solo necesita una manita de pintura, y al baño de ahí le hace falta un lavabo nuevo, cosas de esas. Un poco de aire fresco. Podéis prescindir de un par de hombres mientras ponéis los suelos.

Zac: Pero…

July: No querréis dejar esto vacío, ¿no? -Puso los brazos en jarras mientras se daba la vuelta-. Hará falta un mostrador allí, para la caja. Algo pequeño, nada espectacular. Lo puedes hacer tú, ¿verdad, David?

David: Eh… claro.

Zac: Cobarde -masculló mientras su madre se iba al fondo para examinar el diminuto aseo-.

David: Desde luego, hermano.

July: Un lavabo pequeñito sujeto a la pared, un váter nuevo, un espejito mono, luz, y listo. Pintura y luces bonitas aquí fuera y arriba. Ah, y pintura exterior. Escogeremos algo que complemente lo que estamos haciendo en el hotel.

Zac: Mamá, aunque pudiéramos dividir al equipo para terminar esto, necesitaríamos a alguien que lo llevara, que lo abasteciera y…

July: Ya he pensado en ello. No os preocupéis. He hablado con Madeline, de nuestro club de lectura. Ya conocéis a Madeline Cramer -prosiguió arrollando con su entusiasmo cualquier objeción-. Dirigía una galería de arte en Hagerstown.

Zac: Sí, claro, pero…

July: Conoce a toda clase de artistas y artesanos de la zona. Nos especializaremos en eso, expondremos lo que tenemos, lo que somos. -Con las gafas de sol en la cabeza y el muestrario de colores en ristre, contempló emocionada el local-. Será genial.

No podía discutírselo. No podía discutírselo en absoluto, se dio cuenta Zac. Lo había vencido.

Zac: No podremos traer aquí a ninguno de los obreros hasta que acaben en el hotel.

July: Sí, claro, cielo. Alex, ¿tienes un momento para ayudarme a diseñar la pared?

Alex: Desde luego.

July: ¿Verdad que será genial? -Los miró a todos con esa sonrisa ilusionada-. Aportaremos un negocio nuevo y fresco al pueblo, ofreceremos un espacio maravilloso a los artistas locales y tendremos un pequeño anticipo del hotel antes de que esté listo. -Se llevó las manos a las caderas-. ¿Alguno de vosotros va a salir esta noche?

David: ¿Quién tiene tiempo? -masculló-. No, señora, yo no.

Los otros dos negaron con la cabeza, ella suspiró hondo y se dirigió a Bobo.

July: ¿Cómo voy a tener nueras y nietos si no empiezan a salir con alguna ya? Bueno, ¿por qué no os venís a cenar? Compraré un poco de maíz fresco por el camino y os prepararé un banquete.

Y los engancharía para ultimar los detalles de su idea genial, pensó Zac. Pero qué más daba.

Zac: Me apunto.

Se volvió y vio que Vanessa asomaba la cabeza por la puerta.

Ness: Hola. ¿Reunión familiar?

July: Acabamos de disolverla.

Ness: Ay, qué tristón está todo esto ahora. Me da pena que desaparezca la Galería, aunque sé que ella estará encantada con un espacio mayor en Shepherdstown.

July: No lo verás tristón por mucho tiempo. Tú eres precisamente lo que necesito -volvió a sostener en alto el muestrario de colores-. ¿Qué te parece este color para las paredes?

Ness: Me encanta. Alegre. Cálido, pero sin ser chillón. ¿Ya tenéis nuevo arrendatario?

July: Nosotros somos el arrendatario. Supongo que no has hablado con Madeline últimamente.

Ness: No desde la última reunión del club de lectura.

Mientras su madre ponía al día a Vanessa -satisfecha por su jovial entusiasmo-, Zac salió fuera y se sentó en las escaleras del porche de la librería.

Ellas lo organizarán, se dijo. A los obreros, el trabajo, los materiales. Tal vez pudiera sacar tiempo si era preciso rediseñar alguna cosa. No hacía falta ningún permiso mientras no hubiera cambios estructurales, y como seguiría siendo un local comercial…

David se encargaría de la licencia de apertura, del papeleo y de lo demás. Pero, por Dios, qué inoportuno. Remate espantoso para un día espantoso. Al menos, le sacaría una comida casera a todo aquello.

Su madre salió con Vanessa, repitió el proceso, esta vez alzando un color distinto del muestrario junto al muro exterior antes de mirar ceñuda a Zac.

July: Pareces agotado, cielo.

Zac: Un día difícil en el rancho. Todo resuelto -añadió antes de que ella le diera un beso-. Luego te contamos.

July: Me encargaré de que así sea. De momento, ¿por qué no llevas a Vanessa a casa?

Ness: Oh, no, no hace falta. No es más que un paseíto.

Zac: ¿Por qué vas andando? Son casi dos kilómetros.

Ness: No llega ni a uno, y me gusta caminar. El coche de mi canguro no iba bien, así que le he dejado el mío por si acaso. No quiero que tenga que pasar por los niños y venir a buscarme.

Zac: Yo te llevo.

Ness: En serio, no te molestes.

Zac: A mí me lo puedes discutir -le dijo, levantándose-, pero con ella no podrás. -Se acercó, besó a su madre en la mejilla-. Recuérdales a Alex y a David que hoy viene el instalador de las baldosas y los azulejos.

July: Lo haré.

Zac: Hasta luego, tirana.


viernes, 26 de abril de 2019

Capítulo 4


Vanessa cruzó Main Street armada con un cuaderno que ya había organizado y dividido. Echar una mano con las descripciones de las habitaciones no le llevaría mucho tiempo ni le supondría ningún problema, al contrario, la hacía sentirse parte del proyecto. Un papel menor. Además, colaboraría seleccionando y facilitando algunos de los libros y DVD.

Se preguntó cómo sería la biblioteca del hotel. ¿Habría chimenea? Ay, esperaba que tuviera chimenea. Quizá, si lograba ir metiéndose en el proyecto, la dejaran organizarla.

Entró por la puerta de atrás y se vio envuelta en porrazos, zumbidos y retumbos. Oyó una voz que decía «que te jodan, Mike» con ligereza y desenfado, y la respuesta: «Ya lo hizo tu hermana anoche, y bastante bien».

Las carcajadas precedieron a Zac.

Se detuvo, la miró fijamente, luego respiró hondo.

Zac: Hay señoras en casa -gritó-. Lo siento.

**: Tranquilo. Pensaba que ya había otras señoras en casa.

Zac: Mamá y Caroline están echando un ojo a la tercera planta. Y, de todos modos, ya están acostumbradas, no hay problema. Mmm…

Parece distraído, observó Vanessa, y liado. Y un poquito confundido.

Ness: Si no he venido en buen momento, ya…

Zac: No, no, estoy cambiando el chip, eso es todo. Podemos empezar aquí mismo.

Aliviada de no tener que reservar su ilusión para luego, Vanessa dio una vuelta en círculo.

Ness: ¿Dónde es aquí?

Zac: Estás en el Vestíbulo, doble puerta de vidrio por donde has entrado, que dará al Patio. Suelo de gres, de bonito diseño, con un mosaico de baldosas en el centro para resaltar la gran mesa redonda que habrá bajo la lámpara de araña. La luz, más bien contemporánea y fría, y orgánica. Que parezcan pedazos de vidrio blanco derretido. Mamá quiere flores grandes y vistosas en la mesa. Un par de sillas bajas, respaldo alto, sin brazos, tapizadas, allí.

Ness: Dime que vais a mantener la pared de ladrillo visto.

Zac: Sí. Las sillas y el mosaico son de aire francés; tapicería verde hierba y ribetes de bronce en las sillas, de forma que resulta una mezcla de rústico y francés. Mamá aún no se ha decidido por una mesa para las sillas. Puede que vaya otra silla en el rincón, y me parece que necesitaremos algo para la pared de enfrente.

Ella la estudió, intentando imaginársela.

Ness: Un pequeño aparador, quizá.

Zac: Quizá. Las obras de arte aún están por determinar, pero queremos que sea todo local, e incluiremos una lista de obras y artistas en los paquetes de las habitaciones, con los precios.

Ness: Esa es una idea estupenda. -Se lo explicaba todo tan deprisa que Vanessa supuso que tenía prisa. Ella lo iba anotando todo lo más rápido que podía, procurando seguirle el ritmo-. Entonces, ¿esto será un lugar de paso? ¿Un sitio en el que sentarse a tomar una taza de café o de té, tal vez una copa de vino? No me has hablado de un mostrador de recepción, así que…

Zac: La Recepción es eso de ahí. La entrada estará a pie de acera. Ven, te lo enseñaré. Sigues un poco a la izquierda, y entras en el Salón. -Con un gesto impreciso, le señaló un pasillo corto-. Ahora mismo está a rebosar de herramientas y materiales. Es largo, un poquito estrecho. Solía ser un paso de carruajes.

Ness: Un salón… ¿para relajarse?

Zac: Para pasar el rato. Con ambiente de bar de copas contemporáneo, supongo. Habrá sofás de piel y sillas. Otomanas de ruedas, grandes, cómodas, para los orejeros. Mamá ha optado por el amarillo -sonrió por primera vez, parecía relajarse-. Pensé que Alex le iba a parar los pies.

Ness: Amarillo pastel, piel blanda -intentó imaginar un sofá de piel amarilla en casa, luego pensó en los niños. Imposible-. Apuesto a que quedará fabuloso.

Zac: Caroline y ella aseguran que eso le dará cierto aire de local de copas sofisticado. Alguna que otra mesa de cartas o de juego, con sillones de cuero clásicos, color verde lima -prosiguió-. Televisor de pantalla plana de 32”. Tres plafones, motivo orgánico también, tipo hojas de roble. Aún estamos ultimando los detalles.

Ness: Me asombra lo mucho que habéis avanzado ya, y que podáis decorar un lugar que aún está en construcción. -Garabateó algo en su cuaderno mientras hablaba-. Debí haber supuesto que July no se conformaría con cretona y algodón barato.

Zac: Quiere una joya, pulida y resplandeciente por todos lados. Se la vamos a dar.

Impresionada, Vanessa alzó la vista.

Ness: Me gusta cómo sois. Todos vosotros. Eso es lo que quiero para mí y mis hijos. El afecto, el trabajo en equipo, la comprensión.

Zac: Te he visto con tus hijos. Yo diría que ya tienes lo que quieres.

Ness: Algunos días me veo como el maestro de ceremonias de un circo de tres pistas habitado por demonios. Imagino que vuestra madre se sentiría igual.

Zac: Creo que, si le preguntaras, te contestaría que aún se siente así.

Ness: Reconfortante y espeluznante a la vez.

Sí, lo veía liado, distraído, y muy sexy. Pero se equivocaba en lo de confundido.

Conocía bien todas las caras de la resplandeciente joya que estaban creando.

Recordó que había soñado con él una noche, no hacía mucho y, abochornada, dio media vuelta.

Ness: ¿Qué hay ahí al fondo?

Zac: La habitación para discapacitados y la entrada principal al comedor.

Ness: ¿Cuál es la habitación para discapacitados?

Zac: Marguerite y Percy.

Ness: La pimpinela escarlata. De tema francés. -Pasó las hojas de su cuaderno. Zac ladeó la cabeza y vio que Vanessa había encabezado apartados con los nombres de las habitaciones-. ¿Puedo verla?

Zac: Inténtalo. Hay materiales apilados dentro también. Es la más pequeña -dijo mientras la conducía por el breve pasillo-. Hemos tenido que estudiar el plano del edificio y la normativa de accesibilidad. Contará con dos camas grandes, separadas por una mesilla, y esta extraordinaria lámpara antigua que era de mi abuela.

Ness: ¿Estás utilizando bienes de la familia?

Zac: De vez en cuando, cuando encajan. Mamá lo quiere así.

Ness: Me parece precioso, y especial. ¿Las camas van delante de las ventanas?

Zac: Correcto. Los cabeceros de mimbre, y algún elemento decorativo por detrás, para que quede más elegante y más íntimo. Bancos de mimbre, almohadillas de fantasía a los pies, faldones de fantasía. Algún tipo de espejo grande e historiado para esa pared, nada más entrar. Paredes de color crema y techos azul claro con molduras.

Ness: Un techo azul.

Por alguna razón, le resultó muy romántico. Se preguntó por qué nunca se le había ocurrido pintar sus techos de otro color que no fuera blanco.

Supuso que había olvidado cómo ser romántica.

Ness: Suena muy francés. No te he preguntado cómo pensáis vestir las camas.

Zac: Tras un debate considerable, a veces acalorado, hemos optado por las sábanas de calidad, blancas o crudas, según la habitación. Cobertura alternativa, edredón nórdico cuatro estaciones, con funda en lugar de colcha, acolchado o similar. Muchas almohadas con fundas de lino de tono neutro, alguna almohada cilíndrica, chales de cachemir.

Ness: ¿Chales de cachemir? Que sepas que voy a reservar. Plumas de pavo real.

Zac: ¿Qué es eso, alguna maldición?

Ness: Debería haber plumas de pavo real en algún sitio. En teoría traen mala suerte, lo sé, pero dan un aire tan francés, y tan opulento…

Zac: Lo apunto. Plumas de pavo real. Este está siendo el espacio más problemático, pero quedará muy bien.

Ness: A mí ya me encanta. ¿Dónde está el baño?

Logró entrar, por encima de unos cubos y unas planchas de madera.

Zac: Cuidado -la advirtió, cogiéndola del brazo-. Sin bañera, solo una gran ducha de lujo. La grifería y los inyectores superiores y laterales irán en BE.

Ness: ¿BE?

Zac: Sí, bronce envejecido. Todas las zonas comunes tienen ese rasgo distintivo. Lavabo de bol de cristal sobre soporte de hierro. Grande y bonito. Azulejos color crema y dorado claro, con motivos de flor de lis.

Ness: Mais oui -le hizo sonreír-.

Zac: Ya he encontrado unos estantes de hierro, con volutas. La normativa y el espacio imponen algunas limitaciones.

Ness: No quedaría bien en el folleto. Mejor algo como «las necesidades especiales combinadas con un confort espectacular. El esplendor de una época pasada con todas las comodidades -no, los placeres…-, con todos los placeres de hoy».

Vanessa volvió a anotar algo, retrocedió y se topó con una pila de latas de pintura.

Zac: Ten cuidado.

Le pasó un brazo por la cintura para sujetarla y ella se agarró a él para no perder el equilibrio.

Por segunda vez en ese día, estaban muy cerca, sus cuerpos se tocaban, sus ojos se miraban. Pero esta vez la luz era tenue, filtrada por la lona azul de polipropileno. Algo parecido a la luz de la luna.

Alguien la sujetaba, pensó Vanessa, algo aturdida. La sujetaba un hombre, Zac, y de una forma que no le parecía amistosa ni cortés. De una forma que despertaba algo en su interior, una fuerza lenta y sólida que le trepaba por las entrañas.

Algo que era idéntico al deseo.

Lo inundó todo como una ola gigante cuando lo vio deslizar la mirada a su boca, y posarla ahí. Olió a madreselva. A luz de luna y a madreselva.

Con un deseo vehemente, se acercó más, imaginó ese primer contacto, ese primer sabor, ese primer…

Los ojos de él volvieron de golpe a los suyos, la sacaron bruscamente de algo que parecía un extraño sueño.

Dios santo, había estado a punto de…

Ness: Debo regresar. -No chilló, pero casi-. Tengo que… que trabajar.

Zac: Yo también -se retiró como quien se aparta con cautela de la corriente de un cable pelado-. También tengo que trabajar.

Ness: Vale, muy bien. -Salió, salió de aquella habitación con su falsa luz de luna y aquel aire que tan de repente olía a flores silvestres de verano-. Pues eso.

Zac: Pues eso.

Zac se metió las manos en los bolsillos.

Allí estaba más segura, imaginó, o terminaría abalanzándose sobre él otra vez.

Ness: Le daré una vuelta a las ideas que he pensado para las habitaciones que he visto.

Zac: Estupendo. Escucha, puedo prestarte el archivador. Tenemos un archivador con fichas y fotos de la iluminación y el mobiliario, el equipamiento de los baños y demás. El de aquí tiene que quedarse en la obra, pero tengo otro en casa que puedo prestarte un par de días.

Ness: Vale. -Respiró hondo y se tranquilizó un poco más-. Me encantaría echarle un vistazo.

Zac: Te lo puedo llevar a la librería, o acercártelo a casa en algún momento.

Ness: Cualquiera de las dos opciones me va bien.

Zac: Y tú puedes volver, cuando tengas tiempo, para ver el resto de las habitaciones. Si yo no estoy, pueden enseñártelas David o Alex.

Ness: Genial, estupendo. Bueno, más vale que me vaya. Mi madre dejará a los niños en la tienda en un ratito y aún tengo… lío.

Zac: Nos vemos.

Ness: Sí.

La vio marcharse y esperó a que la puerta se cerrara a su espalda, con las manos en los bolsillos, apretando los puños.

Zac: Imbécil -masculló-. Eres un condenado imbécil.

La había asustado tanto que apenas podía mirarlo, estaba deseando alejarse de él. Todo porque él había querido… solo porque había querido.

Su madre solía decirle, a él, a sus hermanos, que ya eran lo bastante mayorcitos para que sus deseos no les dolieran.

Pero dolía. Aquella clase de deseo le había dejado un socavón en las entrañas.

Se mantendría alejado de ella unos días, hasta que la herida se cerrase un poco. Hasta que ella volviera a sentirse a gusto a su lado. Le pediría a uno de los muchachos que le acercara el archivador a su casa, se quedaría al margen.

Quizá sus deseos le dolieran, pero era lo bastante mayorcito para controlarlos.

Percibió de nuevo el aroma a madreselva y, lo habría jurado, el levísimo susurro de una risa de mujer.

Zac: No empieces a machacarme.

Contrariado, subió con furia al piso de arriba a hostigar a los trabajadores.


Vanessa, que no estaba preparada para hacer frente a la librería y a su personal, se desvió hacia la pizzería. Detrás del mostrador, Franny, la mano derecha de Ashley, que cubría de queso una pizza, le lanzó una sonrisa.

Franny: Hola, Vanessa. ¿Dónde están mis novios?

Ness: Con mi madre. ¿Ashley anda por aquí?

Franny: En la trastienda. ¿Ocurre algo?

Dios, ¿se le notaba?

Ness: No, nada. Solo… solo quería hablar un segundo con la jefa.

Procurando fingir normalidad, Vanessa rodeó el mostrador hasta la zona cerrada de la cocina donde Ashley cortaba masa y la ponía en bandejas de estaño para que subiera. Steve, el lavaplatos, cacharreaba en el gran fregadero doble, y uno de los camareros cogía vasos y copas de las estanterías de aluminio.

Ness: Necesito hablar contigo cuando tengas un minuto.

Ash: Habla. No tengo los oídos ocupados ahora mismo. -Entonces levantó la vista y le vio la cara a Vanessa-. Ah. «Hablar.» Dame cinco minutos. Coge algo frío de la nevera para las dos. De todas formas, tenía que bajar a por existencias.

Ness: Bajo y te espero allí.

Cogió un par de gingerales y salió por la puerta al hueco de la escalera trasera. De nuevo fuera, bajo el edificio -donde oía hablar y reír a la gente del porche-, entró en el sótano destartalado de techo bajo, donde se apilaban las cajas de refrescos, botellines de cerveza, botellas de vino.

Más fresco, se dijo. Aquí se está más fresco. Abrió el gingerale y le dio un trago largo y hondo.

Luz de luna y madreselva, pensó asqueada. Otro cuento de hadas en su situación. Era una mujer adulta, madre de tres hijos. Sabía lo que le convenía.

Pero, en serio, ¿había reparado alguna vez, de verdad, en lo sólida y perfectísima que era la boca de Zac? Preciosa, eso ya lo sabía. Todos los Efron lo eran, pero ¿había reparado alguna vez en lo azulísimos que eran sus ojos a la luz de la luna?

Ness: No había luz de luna, idiota. Era una habitación sin acabar, atestada de latas de pintura, madera, lonas. Por el amor de Dios.

Se había dejado llevar por el aire romántico del lugar, eso era todo. La piel blanda, los techos azules, las plumas de pavo real y los chales de cachemir.

Todo era tan fantástico, tan distinto de su propia realidad de cosas prácticas, asequibles, a prueba de niños. Y, en el fondo, no había hecho nada. Desearlo un minuto no era hacerlo.

Paseó nerviosa de un lado a otro, y se volvió de pronto cuando se abrió la puerta.

Ash: ¿Qué pasa? Parece que la policía del pueblo te siguiera la pista.

Ness: Casi he besado a Zac.

Ash: No pueden arrestarte por eso -cogió la lata de gingerale sin abrir-. ¿Cómo, dónde y por qué casi?

Ness: He ido a ver algunas habitaciones más, estábamos en Marguerite y Percy…

Ash: Olalá.

Ness: Corta el rollo, Ashley. Te hablo en serio.

Ash: Ya lo veo, cielo, pero casi besar a un hombre atractivo y disponible que bebe los vientos por ti no entra en la categoría de desastre.

Ness: No bebe los vientos por mí.

Ashley dio un trago y meneó la cabeza.

Ash: Siento discrepar, por completo. Pero sigue.

Ness: Pues… con todos los bártulos que hay allí, he topado con algo, he tropezado y él me ha agarrado.

Ash: ¿Por dónde?

Vanessa echó la cabeza hacia atrás y miró al techo.

Ness: ¿Para qué te contaré yo nada?

Ash: ¿A quién si no? Pero, di, ¿por dónde? ¿Te ha cogido de la mano, del brazo, del culo?

Ness: De la cintura. Me ha rodeado la cintura con el brazo, y yo… no sé bien cómo, pero de pronto estábamos allí, y su boca ahí mismo, y esa luz tan rara, y la madreselva.

Ash: ¿Madreselva? -su rostro se iluminó-. ¿Has visto al fantasma?

Ness: No, para empezar porque los fantasmas no existen.

Ash: Has sido tú la que ha olido a madreselva.

Ness: Solo me ha parecido olerla. Me he dejado llevar. La habitación romántica, o que lo será por cómo me la ha descrito, la luz y… me he sentido como no me había sentido en mucho, mucho tiempo. No he pensado, me he lanzado.

Ash: Me has dicho que casi.

Ness: Porque cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse, él me ha mirado como si le hubiera dado una patada en sus partes. Atónito. -Aun entonces, con Ashley, la vergüenza y aquella traviesa oleada de deseo se apoderaron de ella-. Y he parado, y los dos nos hemos excusado. Luego, se ha hecho a un lado, como yo si fuera radiactiva. Lo he avergonzado, y me he avergonzado a mí misma.

Ash: Te diré lo que pienso. Si hubierais seguido, ninguno se habría avergonzado y, en vez de venir corriendo como si hubieras asaltado a una anciana, lo habrías hecho cantando y bailando.

Dios, Dios, ¿por qué le contaba todo aquello a Ashley?

Ness: Primero, Zac es un amigo, solo… No, primero, no tengo espacio para cantar y bailar. Mi prioridad son mis hijos y mi negocio.

Ash: Y así es como debería ser y, como ya he dicho antes, no impide en absoluto que «cantes y bailes». -Ya sin esa sonrisa traviesa, acarició el brazo de Vanessa-. Vaya, Vanessa, esa parte de tu vida no ha terminado. Tienes derecho a cantar y bailar, sobre todo con alguien que te gusta y en quien confías. Has sentido algo, y eso significa algo también.

Ness: Puede. Pero, pensándolo bien, me parece que ha sido ese falso aire romántico. La habitación que he imaginado, la luz, el aroma, y el hecho de que me tocara. Todo se arreglará -decidió-. Zac no es de los que se toman las cosas muy en serio. Ha sido todo tan rápido que probablemente ya lo haya olvidado.

Ashley abrió la boca para hablar, luego decidió callarse su opinión. De momento.

Ness: En cualquier caso, las habitaciones van a quedar fabulosas, y va a prestarme el archivador con las fichas y las fotos. Así podré informar a Brittany cuando llegue. Sinceramente, Ashley, estaría loca si desaprovechara la ocasión de trabajar allí.

Ash: Desde luego -confirmó, y pensó que tenía un par de amigas locas-.


Zac decidió darle a Vanessa algo de tiempo, algo de espacio, para que no creyera que le preocupaba lo que había dado en llamar «el Momento». Envió a la librería su copia del archivador del proyecto con uno de los chicos del equipo y el recado de que pasaría a recogerlo en un par de días, sin prisa.

Prescindió algunas mañanas de su habitual paso por la librería en busca de café y dividió su semana de trabajo entre el hotel y otro proyecto en el vecino Sharpsburg. Cuando regresaba a Boonsboro, los trabajadores habían terminado su jornada y sus hermanos estaban cerrando.

Alex: Justo a tiempo -se acercó despacio con Bobo pisándole los talones-.

David: Tenemos una reunión enfrente con pizza y cerveza.

Zac: Precisamente las que más me gustan. ¿Has hablado con la amiga de Ashley? -le preguntó a David-.

David: Sí. Si quieres saber los detalles, pagas tú la cerveza.

Zac: Yo pagué la cerveza la última vez.

Alex: La última vez la pagué yo -lo corrigió-.

David: La última vez la pagó él -intervino señalando a Alex con el pulgar-.

Zac: Puede que sí -intentó hacer memoria mientras caminaban por debajo del andamio-. ¿Cuándo fue la última vez que la pagaste tú?

David le dedicó una sonrisa de satisfacción y se bajó un poco las gafas de sol.

David: Estoy exento durante seis rondas, porque conseguí al tío del ascensor. Me quedan dos.

Recordó lo que habían acordado cuando David había hecho un trato excelente para la compra de un ascensor usado. Se ahorraron el tiempo y las molestias de solicitar la autorización de la máquina. Iba a ponerlo en duda, pero lo dejó estar. Si David decía que aún le quedaban dos rondas sin pagar, es que le quedaban dos rondas sin pagar.

Zac desvió la mirada hacia Pasar la página mientras cruzaban la calle, medio escuchando a sus hermanos hablar de los calentadores de agua. Lo mejor sería esperar un día más, consideró. Que siguiera al margen, que le diera tiempo para revisar el archivador, de buen rollo, como amigos.

Como si el Momento nunca hubiera ocurrido. Aunque sí. Maldita sea, sí.

Alex: ¿Te parece mal el sistema?

Zac: ¿Qué? No.

Alex: Pues no pongas esa cara de cabreo -ató al perro junto al porche principal del restaurante-. Ahora te traigo la cena -le dijo, luego abrió la puerta-.

Llegaban a la hora del primer turno. Llenaban los cubículos familias y pequeños grupos de adolescentes, algunas parejas diseminadas por las mesas para dos, enroscando pasta o estudiando la carta, y dos habituales sentados en taburetes a la barra tomándose la cervecita de después del trabajo.

Zac y sus hermanos saludaron a varios comensales.

David: Pídeme una Heineken -se largó a la parte cerrada de la cocina-.

Alex: Vámonos al fondo. Si nos sentamos aquí, terminaremos hablando con todo el mundo.

Zac: Vale -pilló a una camarera, pidió la cerveza y luego siguió el pasillo hasta el fondo del comedor-.

Un par de chicos de instituto competía a los videojuegos con los imprescindibles insultos.

Alex: Las baldosas están en camino -dijo cuando Zac se sentó a la mesa con él-. Casi todas. Aún hay pendientes un par de diseños. La entrega está prevista para dentro de dos semanas. David les ha preguntado por la instalación. Pueden empezar a finales de la semana que viene si lo que están haciendo no se retrasa. A principios de la siguiente en caso contrario.

Zac: Nos va bien así.

Alex: Quiero programar la instalación del resto para inmediatamente después. Pronto dejará de hacer calor. Podemos poner a los hombres a trabajar en los puntales, que empiecen a pintar el exterior.

David se sentó con ellos justo cuando llegaba la cerveza.

**: ¿Sabéis ya qué vais a pedir? -preguntó la camarera-.

Alex: La pizza del guerrero.

David: Yo no quiero tanta carne -negó con la cabeza y sorbió su cerveza-.

Alex: Llorón.

Zac: Tú pídete la bomba de colesterol -intervino, luego miró a David-. ¿Nos partimos una de pepperoni y jalapeños?

David: Hecho. Y unas bolas de cangrejo.

**: Muy bien. ¿Cómo van las cosas por el hotel?

David: Vamos avanzando.

La camarera lo señaló con el lápiz.

**: ¿Descolgaréis pronto esa lona?

David: Tarde o temprano.

**: Es una gran provocación.

Puso los ojos en blanco y fue a pasar su comanda.

Zac: La lona está generando mucha expectación que quizá no podamos satisfacer.

Alex respondió a Zac encogiéndose de hombros.

Alex: También está impidiendo que los escombros caigan a la calle, y está librando a los hombres de lo peor del calor. Háblale de la Princesa Urbana.

David: Brittany Snow. Es lista, astuta. Hizo las preguntas lógicas, incluidas algunas en las que yo no había pensado o no nos habíamos planteado aún. Tiene una voz sexy, una de esas oscuras y aterciopeladas. Me gusta.

Alex: Voz sexy. Contratada -se recostó en el asiento, cerveza en mano-.

David: Estás jodido porque quizá haya que buscar a alguien de fuera para el puesto.

Zac: Sería genial que todo quedara en casa -musitó-. Pero necesitamos a alguien que encaje en el perfil. Además, si ella acepta el trabajo y se traslada aquí, será de los nuestros en diez o veinte años.

David: Sabremos más después del sábado. Hemos quedado el sábado por la mañana. Para enseñarle un poco el sitio. La he investigado en internet. -Sacó unas carpetas del maletín y le pasó una a cada uno-. Ecos de sociedad de Washington: ella aquí y allá con el tío que la ha dejado. Un artículo bien documentado sobre el hotel en el Washingtonian, con comentarios sobre ella, alguna cita. Alex la ha apodado la Princesa Urbana porque es original de Filadelfia y ganó un par de concursos de belleza allí.

Zac se disponía a abrir la carpeta para echar un vistazo cuando el sonido de unos piececitos que corrían retumbó por el pasillo. Los tres hijos de Vanessa irrumpieron en el local como fugitivos de la justicia. Sin aliento, con los ojos como platos, charlaban del Mega-Touch hasta que Luke divisó a los hermanos.

Luke: ¡Hola! ¡Hola! Tenemos un dólar cada uno.

Zac: ¿Me hacéis un préstamo?

Liam se tronchaba de risa con la propuesta de Zac.

Liam: Es para tomarnos una pizza y jugar a videojuegos.

Christopher se acercó a la mesa y estudió a los tres hombres.

Christopher: Tú también puedes jugar si tienes un dólar. O pídeselo a mamá.

Aquel crío era para partirse; Zac subió a Christopher a su regazo.

Zac: Apuesto a que David tiene un dólar. ¿Por qué no…?

Se interrumpió en seco al ver entrar a Vanessa.

La encontró acalorada, algo angustiada.

Ness: Lo siento. Son escurridizos como el jabón. Estás hablando de trabajo -dijo, al ver las carpetas-. Me los llevo hasta que…

Luke: ¡Mamá! -protestó como si fuera víctima de una horrenda traición-.

Alex: Cuando uno se instala aquí, espera un poco de ruido -los disculpó-. No pasa nada. Siéntate.

David: Ahora mismo le contaba a Zac que hemos quedado con tu amiga el sábado.

Ness: Ashley me lo acaba de decir en el lapso de dos segundos en que se me ha escapado el trío.

David: ¿Cómo va el folleto?

Ness: Tengo algunas ideas.

Ash: Tiene unas ideas estupendas -acababa de entrar-. A mí ya me ha comentado algunas.

Ness: Son solo pinceladas. Me gustaría ver un poco más, empaparme del ambiente.

Ash: Deberías ir ahora. Zac, ¿por qué no la llevas ahora?

Ness: Ashley -masculló procurando disimular su conmoción-.

Ash: No, en serio. Ahora está vacío. Tiene que resultar más fácil y más productivo echarle un vistazo sin todo ese estruendo. -Sonrió, cautivadora-. ¿No te parece?

Zac: Claro. -Christopher abandonó a Zac para unirse a sus hermanos en un juego de tres. Y de pronto Zac ya no sabía qué hacer con las manos-. Sí, desde luego.

Ness: Estoy interrumpiendo, y tengo a los niños.

Ash: Nosotros los vigilamos. Yo les pido la pizza -la echó con un gesto-. Así podemos exponerle tus ideas a Brittany cuando venga mañana. Déjame tu sitio, Zac. A la cerveza invita la casa. Ya me la termino yo. -La cogió, le dio un sorbo y sonrió-. Esta noche no trabajo.

No pudiendo elegir, Zac se levantó.

Zac: ¿Vamos?

Ness: Eso parece -le dedicó una mirada fría a Ashley antes de volverse-. Me voy con Zac un momento -les dijo a sus hijos-. Os quedáis con Ashley, Alex y David. Portaos bien.

Luke: Vale, mamá, vale -miraba con fiereza la pantalla-.

Zac y ella salieron juntos del restaurante. El viento le alborotó el pelo mientras alzaba la vista a las nubes que cubrían el cielo.

Ness: Se acerca una tormenta.


miércoles, 24 de abril de 2019

Capítulo 3


Vanessa entró en el aparcamiento de gravilla de detrás de Pasar la página a las nueve. Como los niños se quedaban en casa de su madre ese día -bendita sea-, Vanessa tenía tiempo para trabajar con tranquilidad antes de que llegara Miley para abrir la tienda. Con el bolso y el maletín en bandolera, se acercó a la puerta de atrás, cerrada con llave, y la abrió. Fue encendiendo luces al tiempo que subía el corto tramo de escaleras, pasaba por la sala en la que almacenaban los extras y llegaba a la estancia principal de la tienda. Le encantaba el ambiente, el hecho de que cada sección fluyera hasta la siguiente sin mezclarse.

En cuanto había visto el viejo ayuntamiento en los límites de la Plaza, había sabido que ese era su sitio. Aún recordaba la emoción y los nervios de aquella profesión de fe. Sin embargo, al invertir buena parte de la suma que el ejército concedía a las viudas de los caídos, había implicado, de algún modo, a Cody en lo que había hecho.

En lo que había tenido que hacer, por sí misma y por los niños.

Adquirir la propiedad, elaborar un plan de negocio, abrir cuentas bancarias, comprar suministros… y libros, libros, libros. Entrevistar a posibles empleados, organizar el espacio. Tanta intensidad, tanta tensión, la cantidad de tiempo y esfuerzo invertidos la habían ayudado a superar su desgracia. La habían ayudado a sobrevivir.

Pensó entonces que la tienda la salvaría, y así había sido. Sin ella, sin la presión, el trabajo, el enfoque, se habría derrumbado en los meses siguientes a la muerte de Cody y previos al nacimiento de Christopher.

Había tenido que ser fuerte por los niños, por sí misma. Para ser fuerte, debía tener un propósito, un objetivo… y unos ingresos.

Ahora ya lo tengo, pensó mientras se instalaba detrás del mostrador para preparar la primera cafetera del día. La mamá, la esposa de militar, y viuda, se había convertido en mujer de negocios, propietaria y jefa.

Entre sus hijos y la tienda apenas le quedaba tiempo, el trabajo era constante. Pero me encanta, musitó mientras se hacía un café con leche desnatada. Le encantaba estar ocupada, tenía la honda satisfacción de saber que podía mantenerse y mantener a sus hijos, y así lo hacía, a la vez que aportaba un negocio sólido a su pueblo natal.

No habría podido hacerlo sin sus padres, o sin el apoyo y cariño de los de Cody. Tampoco sin amigas como Ashley, que le había facilitado útiles consejos comerciales y un hombro en el que llorar.

Se llevó el café arriba y se sentó a la mesa. Arrancó el ordenador, y como había estado pensando en los padres de Cody, antes de actualizar la web de la tienda les envió un correo electrónico rápido con nuevas fotos de los niños adjuntas.

Cuando llegó Miley, le dio los buenos días desde arriba. Dedicó unos minutos más a la web antes de encargarse del resto del correo. Tras añadir algunos artículos más a un pedido pendiente, bajó y se acercó a Miley, sentada al ordenador tras el murete.

Miley: Nos han hecho algunos pedidos por internet esta noche. He… -arqueó las cejas por encima de sus ojos marrón chocolate-. Oye, hoy estás estupenda.

Ness: Vaya, gracias. -Complacida, dio un pequeño giro para lucir su vestido veraniego de color verde hierba-. Pero no puedo subirte el sueldo.

Miley: En serio. Estás resplandeciente.

Ness: ¿Quién no, con este calor? Voy a salir a echar un vistazo al hotel, pero llevo el móvil encima por si me necesitas. Si no, seguramente estaré de vuelta en media hora.

Miley: Tranquila. Y quiero detalles. Ah, no has hecho aún el pedido de Penguin, ¿no?

Ness. No, pensaba hacerlo a la vuelta.

Miley: Perfecto. Con algunos de estos pedidos, nos vamos a quedar con una copia de un par de títulos. Te paso todos los datos antes de que lo envíes.

Ness: Muy bien. ¿Quieres que te traiga algo?

Miley: ¿Podrías empaquetarme a uno de los Efron?

Vanessa sonrió mientras abría la puerta principal.

Ness: ¿Alguna preferencia?

Miley: Confío en tu criterio.

Vanessa salió de la tienda riendo. De camino, mandó un mensaje a Ashley: «Voy para allá». Casi al instante, Ashley salió por la puerta del restaurante.

Ash: Y yo -le gritó-.

Estaban cada una en una esquina, esperando el semáforo… Vanessa con su vestido vaporoso, Ashley con sus pantalones pirata y una camiseta.

Se encontraron a medio camino de Main Street.

Ash: Sé de buena tinta que llevas media mañana batallando con tres niños, preparando desayunos, resolviendo disputas sin importancia…

Ness: Esa es mi vida, sí -coincidió-.

Ash: ¿Cómo puedes estar como si nada?

Ness: Es un don. -Enfilaron la calle, agachándose por debajo de los andamios-. Siempre me ha encantado este edificio. A veces, lo veía por la ventana de mi despacho y lo imaginaba como solía ser.

Ash: Estoy impaciente por ver cómo será. Si consiguen sacarlo adelante, tu negocio y el mío, nena, van a dar un buen salto, te lo aseguro. Como los demás del pueblo.

Ness: Crucemos los dedos. No nos va del todo mal, pero si hubiera un buen sitio donde alojarse aquí mismo… ¡madre mía! Podría atraer a más autores a mi tienda, organizar eventos mayores. Los huéspedes del hotel irían a comer o a cenar a tu local.

Se detuvieron un instante en la parte posterior y examinaron el suelo irregular, los tablones y los escombros.

Ash: Me pregunto qué planearán hacer aquí. Con esos porches, tendrá que ser algo fabuloso. Abundan los rumores. Desde un aparcamiento más grande hasta un cuidado jardín.

Ness. Yo he oído hablar de una fuente y una pequeña piscina de entrenamiento.

Ash: Preguntémosle a quien sabe.

Cuando entraron, al ruido, al traqueteo de herramientas, Ashley miró a Vanessa.

Ash: El nivel de testosterona acaba de subir de golpe quinientos puntos.

Ness: Y lo que subirá aún. Han mantenido las arcadas. -Se acercó más, estudiando las anchas y curvadas aberturas que se abrían por delante y a la izquierda-. Me preguntaba si podrían, o si lo harían. Son casi lo único que recuerdo de cuando había una tienda de antigüedades aquí. Mi madre venía a veces. -Atravesó la bóveda central y observó las burdas escaleras temporales que llevaban al piso superior-. Nunca he estado arriba. ¿Tú?

Ash: Me colé un día cuando estábamos en el instituto -estudió los peldaños-. Con Travis McDonald, una manta y una botella de Boone’s Farm Apple. Nos liamos allí arriba.

Ness: Qué pendón.

Ash: Mi padre me habría matado si llega a enterarse, aún lo haría, así que guárdame el secreto. De todas formas, tampoco duró mucho. Antes de llegar al segundo piso, se asustó. Las puertas y las tablillas del suelo chirriaban. Yo quería echar un vistazo, pero él era un cagueta. No consiguió llegar al segundo. -Rió al tiempo que empezaba a subir-. Tampoco olió la madreselva, o al menos jamás lo reconoció.

Ness: ¿La madreselva?

Ash: Un olor fuerte, embriagador, de hecho, como si tuviera la nariz enterrada en una mata. Supongo que con la que hay montada aquí ahora, quienquiera que vagara aquí de noche ya se habrá ido a otro sitio.

Ness: ¿Tú crees en esas cosas, en fantasmas?

Ash. Desde luego. En teoría, la madre de mi tatarabuela aún ronda su mansión cerca de Edimburgo -se detuvo y se puso en jarras-. Uau. Te aseguro que no tenía esta pinta cuando yo besé a Travis McDonald.

Unas puertas apenas enmarcadas conducían a un pasillo en el segundo nivel donde olía a polvo de madera y de yeso laminado. Oyeron a los obreros trabajar arriba, en el tercero, y abajo, en la planta principal. Vanessa entró en la habitación de su izquierda. La luz, tenue y levemente teñida de azul de la lona que tapaba las ventanas principales, inundaba el suelo sin terminar.

Ness: Qué habitación será esta. Igual deberíamos buscar a uno de los Efron. Oh, mira, habrá una puerta que lleve al porche. Me encanta.

Ash: A propósito de encantar -hizo un gesto-, échale un ojo al tamaño de este baño. A juzgar por las tuberías -añadió cuando entró Vanessa-, aquí irá la bañera, allí la ducha, ahí el lavabo doble.

Ness: Es mayor que mi baño y el de los niños juntos. -Una envidia pura y absoluta la poseyó-. Podría vivir aquí. ¿Serán todos así de grandes? Tengo que enterarme de qué habitación es esta.

Cruzó deprisa el dormitorio, volvió al umbral de la puerta. Y se topó con Zac.

Él levantó las manos para estabilizarla. Ella se preguntó si estaría tan asombrada y nerviosa como él. Probablemente más, imaginó, porque a él no se le estaría clavando en la cadera el martillo que llevaba en el cinto de herramientas.

Zac y Ness: Perdona -dijeron al unísono, y ella rió-.

Ness: Perdona tú. No miraba por dónde iba. El tamaño de ese baño me ha cegado. Iba a buscarte.

Zac: ¿A buscarme?

Ness: Seguramente deberíamos haberlo hecho antes de subir, pero todo el mundo parecía muy ocupado. Necesito saber qué habitación es esta para cuando me mude.

Zac: Para cuando… Ja. -Dios, el cerebro se le atrofiaba con el aroma de ella, con el tacto de su cuerpo bajo sus manos, con el marrón chocolate de sus ojos-. Te gustará mucho más cuando esté terminada.

Ness: Píntamela.

Por una milésima de segundo, la interpretó literalmente y se preguntó si David habría elegido ya la pintura. Se apartó intencionadamente. Era obvio que su coeficiente intelectual descendía cincuenta puntos cuando la tocaba.

Zac: Bueno…

Ness: La has diseñado tú.

Zac: Casi toda. Ah, hola, Ashley.

Una sonrisa brilló en sus ojos.

Ash: Pensaba que me había tragado una píldora de la invisibilidad. Es asombroso cómo habéis cambiado esto, Zac. La última vez que vine solo había cristales rotos, ladrillos rotos, palomas y fantasmas.

Zac: Los cristales y los ladrillos no fueron tanta complicación como las palomas, créeme. El fantasma sigue aquí.

Ash: ¿En serio?

Zac hizo una mueca y se recolocó la gorra polvorienta.

Zac: No lo divulguéis, ¿vale? Al menos hasta que sepamos si nuestra ocupante es una ventaja o un inconveniente.

Ash: Vuestra ocupante. Madreselva.

Zac arqueó las cejas.

Zac: Sí. ¿Cómo lo sabes?

Ash: Un breve encuentro, hace años. Esto cada vez está más chulo.

Al decir esto, Ashley se cerró primero la cremallera ficticia de la boca, luego la del corazón.

Zac: Se agradece. Bueno, esta habitación es Titania y Oberón.

Ness: La bañera de cobre.

Con un frufrú de faldas, Vanessa fue directa al baño.

Zac: La colosal bañera de cobre -confirmó siguiéndola-. En esa pared. Los azulejos, en tonos cobrizos y terrosos, la realzarán, la resaltarán. Suelos térmicos. Todos los baños tendrán suelos térmicos, de baldosa.

Ness: Voy a echarme a llorar de un momento a otro.

Más relajado, sonrió a Vanessa.

Zac: La ducha va ahí. Puertas de vidrio sin marco, grifería de bronce ennegrecido. Un toallero eléctrico allí, también lo colocaremos en todos los baños. Dos lavabos bol de cobre, ambos con esta clase de pie de aire forestal y la encimera tambor de cobre entre medias. La luz reproduce ese ambiente orgánico con un diseño de enredadera. El váter va ahí.

Ash: El famoso sanitario. Ya he oído hablar mucho de esos. Son váter y bidé en uno -le dijo a Vanessa-, cisterna automática. Y la tapa se levanta sola cuando te acercas. Lárgate.

Zac: Como mandes. -Sonriente, salió al dormitorio-. La cama va ahí, presidiendo la estancia. Dosel abierto de hierro, en tono cobrizo o bronce con diseño de enredadera o de hojas. Una preciosidad.

Ness: A modo de cenador -murmuró-.

Zac: Esa es la idea. Vamos a vestirlo un poco, bueno, lo harán nuestros tapiceros. La cómoda va ahí, el televisor de pantalla plana encima. Mesillas con efecto envejecido y lamparitas de esas rústicas con motivos forestales. Faltará un banco bajo las ventanas, creo yo. Paredes de color verde claro, algo vaporoso en las ventanas… Pondremos persianas de madera oscura en todo el edificio para más intimidad, y buscaremos unas cortinas. Con unos cuantos accesorios, listo.

Vanessa suspiró.

Ness: Un cenador romántico para dos, en pleno verano o en pleno invierno.

Zac: ¿Quieres redactar nuestro folleto? No lo digo en broma -añadió al verla reír-.

Ness: Oh. -Visiblemente sorprendida, repasó la estancia vacía-. Podría echar una mano si…

Zac: Contratada.

Ella titubeó, luego sonrió.

Ness: Entonces más vale que nos hagas la ronda completa. Por etapas -matizó, mirando su reloj-. Ahora mismo no tengo más que unos minutos.

Ash: A mí me encantaría ver la zona de cocina. No puedo evitarlo. Es como una enfermedad.

Zac: Os llevaré abajo. Ya seguiremos por arriba cuando puedas -le dijo a Vanessa-.

Ness: Perfecto. ¿Cuál es esta?

Él echó un vistazo mientras salían.

Zac: Elizabeth y Darcy.

Ness: Ah, me encanta Orgullo y prejuicio. ¿Qué vais a…? No, no, no me lo cuentes, que si no hoy no trabajo.

Zac: Lo principal -dijo mientras bajaban-: cabecero y pie de cama tapizados, lavanda y marfil, bañera retro blanca, azulejos en crema y dorado claro.

Ness: Mmm -opinó-. Elegante y seductor. Bennett y Darcy lo aprobarían.

Zac: Nos vas a escribir el folleto, ya no te escapas.

Al final de la escalera, giró a la izquierda, pero se detuvo en seco al oír a Alex despotricar desde la lavandería.

Alex: Maldita sea.

David: Tenemos un problema. Ya me encargo yo.

Zac: ¿Qué problema?

David se metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros de carpintero.

David: Karen Abbott está embarazada.

Ash: ¿No os ha hablado nunca vuestra madre del sexo seguro? -preguntó asomando por detrás del brazo de Zac-.

David le lanzó una mirada displicente.

David: ¡Qué graciosa! Es de Jeff Corver. Se han estado viendo desde que Chad se fue a la universidad el año pasado.

Alex: Habrán hecho algo más que verse. Joder, ella debe de tener unos cuarenta y dos, ¿no? ¿Cómo se deja hacer un bombo a sus años?

Ash: Veo que no te extraña que Jeff Corver le haya hecho un bombo con los suyos.

David: Ella ya tiene cuarenta y tres -lo corrigió encogiéndose de hombros-. Lo sé porque estuvimos hablando con ella del puesto de gerente del hotel. Lo teníamos casi decidido. Ahora Jeff y ella van a casarse y ya están pensando el nombre del bebé.

Zac: Qué faena. Bueno, para nosotros -añadió al ver que Vanessa lo miraba con desaprobación-. Conocemos a Karen, y mamá, David y ella estaban ultimando todos los detalles. Mierda, hasta había elegido el color de la pintura del apartamento del gerente en la tercera planta.

David: Además tenía experiencia en hoteles. Había trabajado ya en el Clarion. Tantearé un poco por ahí.

Ash: Yo conozco a alguien -levantó un dedo-. A la persona perfecta. Brittany -dijo, volviéndose hacia Vanessa-.

Ness: ¡Sí! Desde luego, es la persona perfecta.

David: ¿Brittany qué? Conozco a todo el mundo, y no sé de qué Brittany habláis.

Ash: Snow, y la viste una vez, creo, cuando vino de visita, pero no la conoces. Fuimos juntas a la universidad, y seguimos siendo buenas amigas. Vive en D. C. y está pensando en mudarse.

Alex: ¿Qué la hace tan perfecta?

Ash: Un título en dirección de hoteles y siete años de experiencia en el Wickham, un hotel boutique de lujo de Georgetown. Los tres últimos como directora.

Alex: Demasiado perfecta -negó con la cabeza-. ¿Dónde está el truco?

Ash: No hay truco. Su problema es el impresentable con el que estaba liada: sus padres son los dueños del Wickham. La dejó por una barbie con pedigrí y tetas artificiales.

Ness: Le está buscando las vueltas a su contrato, y para eso hace falta valor. Valor profesional. Quiere mudarse, está estudiando sus posibilidades.

Alex: ¿De Georgetown a Boonsboro? -se encogió de hombros-. ¿Por qué iba a hacerlo?

Ash: ¿Por qué no? -contraatacó-.

Ness: Ashley y yo hemos estado intentando convencerla de que se mudara aquí, o por aquí cerca. Le gusta la zona. -Cuanto más lo pensaba Vanessa, más le apetecía-. Viene de vez en cuando a ver a Ashley y nos hemos hecho amigas. El año pasado organizamos un fin de semana de chicas en el Wickham y puedo dar fe de que a Brittany no se le escapa una.

David: ¿En serio creéis que aceptará cambiar la dirección de un hotel urbano de lujo por la gerencia de un hotelito familiar de pueblo?

Ashley sonrió a David.

Ash: Me temo que sí, sobre todo si el resto del hotel va a ser tan impresionante como Titania y Oberón.

David: Dame más datos.

Ash: Enséñame la cocina, luego te vienes conmigo a la tienda y te cuento lo demás, y la llamo si quieres.

David: Hecho.

Alex: ¿Qué aspecto tiene?

Ash: ¿Sabes por qué, entre otras muchas razones, Jonathan Wickham es un impresentable? Por dejar a alguien como Brittany, con su inteligencia y su energía, por una piraña social de nariz mal operada y tetas descomunales.

Ness: Confirmado: debo volver. Ya me contarás qué dice Brittany. Sería genial que aceptara. -Sonrió a Zac-. ¿Vas a estar por aquí? Podría pasarme otra vez a las dos o dos y media.

Zac: Claro.

Ness: Te veo luego, entonces. Ah, menuda suerte tendréis si lo de Brittany sale bien. De verdad que es perfecta.

Alex la miró ceñudo mientras salía a toda prisa.

Alex: No me gusta lo perfecto, porque luego nunca lo es, solo que no lo descubres hasta que es demasiado tarde.

Zac: Siempre he admirado y envidiado tu desbordante optimismo.

Alex: Los optimistas nunca ven la patada hasta que les saca los huevos por la boca. El optimismo es lo que hace que una mujer de cuarenta y tres tacos termine con un hijo en la universidad y otro en el horno.

Zac: David lo arreglará. Se le da bien.


Vanessa se reunió con un representante, luego charló con el tío de UPS mientras le firmaba un envío. Le encantaba recibir paquetes, abrirlos y encontrar libros, las cubiertas que encerraban todas esas historias, todas esas palabras, todos esos mundos.

Cuando los colocaba en las estanterías, la interrumpió una alerta de su móvil, luego sonrió a ver el mensaje de Ashley.

“B hablará con D mñna. Si le gusta, B vendrá prxm finde xa entrevista. :)”

Le contestó.

“Cruza ls dedos.”

¿No sería genial?, se dijo. No solo por Brittany, sino por todos. Tendría una amiga al final de la calle y otra justo enfrente. Podría pasarse por el hotel de cuando en cuando a ver esas preciosas habitaciones. Serían preciosas. Ahora lo sabía con certeza.

¡Ay! Reservaría la habitación Titania y Oberón para el aniversario de sus padres en primavera. O quizá la Elizabeth y Darcy. Un regalo perfecto, romántico y especial. Los Efron tenían que insinuar eso, con sutileza, en su folleto.

Debería ir tomando notas.

Sacó el móvil para ponerse a ello, luego volvió a guardárselo al ver que entraba una de sus clientas habituales con su pequeña a remolque.

Ness: Hola, Leslie; hola, Susi.

Susi: Quiero libro.

Ness: ¿Y quién no?

Encantada, como de costumbre, Vanessa cogió en brazos a Susi y se la plantó en la cadera.

Leslie: Estaba a una manzana de aquí y no pensaba venir, pero la niña se ha puesto nerviosísima, dando botes en la sillita del coche.

Ness: Te juro que la contrato en cuanto la ley me lo permita -besó los rizos oscuros de Susi y se la llevó dentro, a la sección infantil-.

Cuando se marcharon -con dos libros para Susi, otro para su mamá y un bolsito de gatito de peluche para el cumpleaños de su sobrina-, Vanessa ya se había puesto al día de cotilleos de famosos, cotilleos del pueblo, del reciente aumento de peso de la madre de la sobrina y de la última dieta de la mamá.

Tan pronto como se cerró la puerta con el consiguiente tintineo de campanillas, Miley se asomó desde el anexo.

Miley: He desertado.

Ness: Ya lo he visto.

Miley: Tú la manejas mejor que yo. A mí me da dolor de oídos.

Ness: A mí no me importa. Necesita hablar con adultos de vez en cuando. Además, se ha gastado más de cincuenta dólares. ¿Tú has comido ya? Si te apetece salir un rato, ya me encargo yo de todo.

Miley: Me he traído algo. Leslie no es la única que está a dieta. Voy a la trastienda a comerme mi triste ensalada. Cloe acaba de llegar. Está preparando unos pedidos de internet para su envío.

Ness: Yo me quedo al frente. Tengo que volver a salir hacia las dos, pero volveré antes de que termines tu jornada.

Miley: Danos una voz si tienes mucho lío. Una de las dos saldrá a ayudarte.

Qué más quisiera. La tienda no había bullido de actividad precisamente ese día. No le vendrían mal unas cuantas Leslie antes de cerrar, pensó Vanessa mientras cogía una bebida fría del frigorífico.

Se la llevó a la sección de niños, ordenó los juguetes con los que había jugado Susi durante la visita de su madre, y recordó los suaves rizos oscuros de la niña.

Vanessa no cambiaría a sus chicos por nada del mundo, nada de nada, pero siempre había deseado secretamente tener una niña. Vestidos bonitos, cintas y lazos, barbies y bailarinas.

Y, de haber tenido una niña, seguramente habría sido un muchachote, tan aficionada a las figuras de acción y las peleas por el suelo como sus hermanos.

Quizá Ashley se enamorara y terminara teniendo una nena. Entonces sería su amantísima tía honoraria y podría comprarle todas esas cursiladas.

Eso sí que sería divertido, decidió mientras ordenaba los libros y reorganizaba los animales de peluche. Ver a Ashley enamorarse -de verdad-, ayudarla a planificar su boda y luego compartir la emoción del recién nacido. Sus hijos podrían crecer juntos. Bueno, sus hijos les llevarían ventaja, pero aun así. Después, al cabo de los años, la hija de Ashley y… quizá Christopher, por la edad… se enamorarían, se casarían y les darían unos nietos preciosos.

Vanessa rió para sí, acariciando el lomo de un libro infantil.

Cuentos de hadas, musitó. Siempre le habían gustado. Y los finales felices, cuando todo quedaba tan bien como un lazo en el pelo de una niñita.

Quizá ahora le gustarían más que nunca, reconoció. Después de haber sufrido una auténtica pérdida. Quizá por eso necesitaba creer en esa cinta lustrosa y luminosa atada en un lazo alrededor del «fueron felices y comieron perdices».

Austin: ¿Fantaseabas conmigo?

La sobresaltó la voz a su espalda, se volvió y procuró no hacer una mueca al ver a Austin Freemont en la puerta.

Ness: Poniendo orden -dijo con amabilidad, recordándose que a veces le compraba algo, no solo la agobiaba para que saliera con él-. No he oído la campanilla.

Austin: He entrado por detrás. Tendrías que montar algún sistema de seguridad, Vanessa. Me preocupa que trabajes en este sitio.

Captó el tono condescendiente de sus últimas palabras y se esforzó por seguir siendo amable.

Ness: Miley y Cloe están en la trastienda… y hay una cámara. De hecho -añadió a propósito-, nos están viendo ahora mismo. ¿Qué puedo hacer por ti, Austin?

Austin: Qué puedo hacer yo por ti, más bien. -Se apoyó en el marco de la puerta. Posando, observó Vanessa, con su traje de color crudo y la corbata azul eléctrico elegida, supuso, para resaltar sus ojos-. Llevo un bonito y sustancioso talón extra en el bolsillo. -Se dio una palmadita y añadió un guiño-. Te invito a cenar en mi club. Así podremos celebrarlo juntos.

Como trabajaba -cuando quería- en el concesionario de su padre, y su madre era rica de nacimiento, imaginaba que llevaba talones sustanciosos a menudo.

Desde luego presumía de dinero con frecuencia.

Ness: Enhorabuena, y gracias por la oferta, pero una cena en el club no va conmigo.

Austin: Te encantará. Tengo la mejor mesa de la casa.

Siempre lo mejor, pensó ella. Lo más grande, lo más caro. No cambiaba.

Ness: Y yo estaré sentada a la mesa de mi cocina, convenciendo a mis tres hijos de que se coman el brécol.

Austin: Lo que necesitas es una au pair. Mi madre podría ayudarte a encontrar una.

Ness: Puede que sí, si me interesara, pero no es el caso. Bueno, debo…

Austin: Tengo tiempo. Te invito a un almuerzo con champán.

Ness: Yo no… -Sonó la campanilla de la entrada- ...tengo tiempo. Obviamente. Discúlpame.

En lugar de pasar delante de él, salió a la estancia principal por la otra puerta, dispuesta a besar a quienquiera que hubiese interrumpido la molesta campaña de Austin.

Ness: ¡July! He estado en el hotel esta mañana. Caroline. Cuánto me alegro de veros a las dos.

July se quitó las gafas de sol de montura roja y se abanicó la cara con la mano.

July: Venimos andando desde Bast. ¡Dios mío, qué calor! Y tú aquí, tan fresca como un helado, no, como un sorbete de lima, con ese vestidito.

Caroline se dejó caer en una silla de la mesita que había junto al escaparate.

Caroline: Madre mía, no me vendría nada mal un sorbete de lima. Vamos a darnos un homenaje con uno de tus estupendos cafés helados.

Ness: Nuestro especial de esta semana es el Cookie Dough Jo… un pecado.

July: Que sean dos -soltó el bolso en la mesa, luego se paseó hasta la pila de novedades-. No sabía que hubiera salido ya -dijo, cogiendo un libro-. ¿Es tan bueno como el último?

Ness: La verdad es que me parece que es aún mejor.

July: Huy, esta paradita me va a costar algo más que un café pecaminoso -arqueó las cejas al oír que se cerraba de golpe la puerta trasera-.

Ness: Austin Freemont, manifestando su enfado. Al café invito yo en señal de gratitud por librarme de su acoso para que vaya con él a cenar al club.

Caroline: Austin es un capullito convertido en capullazo -sus preciosos ojos avellana se oscurecieron-. ¿Recuerdas los rumores que hizo correr sobre mi Darla? Andaba empeñado en llevarla al baile de graduación, y viendo que no le valía con «no», ella terminó mandándolo a hacer puñetas.

July: O con otras palabras -añadió, e hizo que su hermana sonriera a gusto-.

Caroline: Así es mi niña. Por eso él se dedicó a decir que estaba embarazada y no sabía quién era el padre.

July: Y Alex le dio una buena, aunque jamás lo reconocerá, y mis chicos les guardaron el secreto a los hermanos. Pero yo me enteré, y le compré ese reproductor de CD para el que estaba ahorrando. Para que supiera que lo sabía.

Caroline: Son de sangre Riley, y los Riley cuidan de los suyos. Como los Efron -agitó un dedo en el aire-. Es por la educación que le han dado a ese chico de los Freemont. Supermimado. Su madre es insoportable, nunca he aguantado a esa mujer, pero el padre es peor aún por dejarse arrastrar. Por darle siempre lo que ha querido cuando lo ha querido. Y el niño siempre mangoneando a todo el mundo.

July: Esa mujer tiene lo que se merece, ¿no? -se encogió de hombros-. Un capullo de hijo.

Vanessa sonrió mientras ponía en marcha la picadora. July Efron era exactamente como Vanessa quería ser cuando se hiciera mayor. Inteligente, fuerte, segura de sí misma, una madre excelente y cariñosa para sus hijos. Una mujer atractiva con su pelo oscuro en una cola desenfadada; el cuerpo, en plena forma, vestido con unos pantalones pirata elegantes pero informales y una fina blusa blanca.

Caroline, que se había levantado para curiosear con su hermana, tenía el pelo de un dorado claro, y era casi tan alta y de constitución tan delicada como ella.

Eran inseparables, Vanessa lo sabía.

July se acercó y dejó dos libros en el mostrador.

July: Cielo, Alex, de hecho cualquiera de los tres, te libraría de Austin si se lo pidieras.

Ness: Gracias, de verdad, pero puedo apañármelas.

July: Bueno, tú guárdatelo en la reserva. Oye, me ha dicho David que Ashley y tú podríais tener una candidata a gerente ahora que Karen va a empezar a comprar patucos.

Ness: Brittany lo haría de maravilla. Creo que el lugar merece alguien con tanto talento como ella. Solo he visto por encima una habitación, Zac nos ha contado los detalles de la Titania y Oberón esta mañana, pero, ay, me he enamorado. Puedo imaginármela.

July: Ashley y tú lleváis la cabeza bien puesta sobre los hombros, así que me tomo muy en serio vuestras recomendaciones. Ese lugar… -Se acercó a mirar por el cristal del escaparate-. Me tiene cautivada. A ambas, ¿verdad, Caroline?

Caroline: En mi vida me había divertido tantísimo como ayudando a elegirlo todo, desde las camas con dosel hasta los platos soperos. La semana que viene vamos a organizar un concurso de olores.

Vanessa hizo una pausa mientras añadía la nata montada al café helado.

Ness: ¿Cómo?

July: De aromas -le explicó riendo-. Fuiste tú quien nos habló de Joanie, de Cedar Ridge Soaps.

Ness: Ah, es estupenda, ¿verdad? Cierto, me dijo que os haría los artículos de baño, todos de fabricación local. Me parece una idea estupenda.

July: Cada habitación tendrá su propio aroma particular.

Ness: ¡Una idea fabulosa! Jabones, champú, loción. ¿Habéis pensado en difusores?

July frunció los ojos.

July: Hasta este preciso instante, no. ¿Podría hacerlos?

Ness: Puede. Yo los uso en casa.

July: Caroline…

Caroline: Tomo nota.

July: Sí que parece pecado -cogió ambas tazas y le llevó una a su hermana-. ¿Tienes un minuto, Vanessa?

Ness: Por supuesto.

July: Quisiera hablar contigo de la Biblioteca. Tiraremos de la librería de antiguo para el grueso de los libros, me parece, pero también quiero algunos ejemplares nuevos. Quiero novela romántica, de suspense, de misterio. La clase de libro que a alguien podría apetecerle leer en un día lluvioso o acurrucado ante la chimenea en una noche fría. ¿Podrías hacernos una lista de recomendaciones?

Ness: Naturalmente.

July: Tanto de bolsillo como de tapa dura. Y algunos libros locales. Guías de la zona. Nadie tiene más variedad de esos que tú. Podrías prepararnos unos ahora, otros tantos para primeros de año. Añádelo a los libros de cada habitación. Zac nos ha dicho que también puedes conseguirnos DVD.

Ness: Desde luego.

July: Bueno, pues quiero DVD de todos los libros en que se inspiran los nombres de habitaciones, y también te haré una lista de lo que me gustaría tener a mano para los huéspedes. Añade además lo que se te ocurra sobre eso, si se te ocurre algo.

Ness: Lo haré. -Sonrió a Caroline-. Será divertido. Voy a volver luego, para hacerme una idea mejor. Zac me ha pedido que os escriba el folleto.

Caroline: ¿Ah, sí?

Ness: Si os parece bien.

July: Por mí, perfecto -sonrió lamiéndose la nata de la yema del dedo-.




Espero que os esté gustando la novela 😊
He publicado también en mi otro blog. Espero que lo sigáis leyendo las que lo conozcáis y, para quien no lo conozca, espero que os guste.

¡Gracias por leer y comentar!


domingo, 21 de abril de 2019

Capítulo 2


Le sonrió también, deprisa y con desenfado, se controló mientras bajaba la escalera balanceando su larga coleta como el ébano. Su sonrisa siempre luminosa, alegre. Sus ojos chocolate presentaban toques dorados que les conferían cierta chispa siempre que su boca, con su honda depresión central, se curvaba hacia arriba.

Ness: Hacía un par de días que no te veía.

Zac: He estado en Richmond. -Se había bronceado un poco, pensó, y eso le daba a su piel un tono dorado-. ¿Me he perdido algo?

Ness: A ver… A Carol Tecker le han robado el gnomo de jardín de su patio.

Zac: Vaya. Algún gamberro.

Ness: Ofrece una recompensa de diez dólares.

Zac: Estaré atento por si lo veo.

Ness: ¿Novedades en el hotel?

Zac: Hemos empezado a colgar las placas de yeso laminado.

Ness: Eso ya lo sabía -dijo con un gesto despectivo-. Ashley me lo contó ayer, a quien se lo dijo Alex cuando fue a por pizza.

Zac: Mi madre ha preparado otro pedido de muebles, y ahora va a elegir los tejidos.

Ness: Vaya, eso sí que es nuevo. -Un destello de dorado sobre marrón; lo mataba-. Me encantaría ver qué está eligiendo. Seguro que será precioso. He oído decir que habrá una bañera de cobre.

Zac alzó tres dedos.

Ella abrió mucho los ojos; se acentuó el dorado sobre marrón oscuro. Iba a necesitar oxígeno en cuestión de segundos.

Ness: ¿Tres? ¿Dónde encontráis esas cosas?

Zac: Tenemos nuestros métodos.

Vanessa miró a Miley con un largo suspiro femenino.

Ness: Imagínate repantigada en una bañera de cobre. Suena tan romántico…

Por desgracia, él la imaginó de inmediato librándose del bonito vestido veraniego estampado con amapolas rojas sobre fondo azul e introduciéndose en una bañera de cobre.

Y eso, se recordó, no era «controlarlo».

Zac: ¿Cómo están los niños? -preguntó, y sacó la cartera-.

Ness: Genial. Hemos entrado en pleno modo vuelta-al-cole, y están emocionados. Luke finge que no y se hace el enterado porque ya empieza tercero, pero Christopher se está beneficiando de la vasta experiencia de él y Liam. Me cuesta creer que mi pequeño ya empiece el jardín de infancia.

Pensar en los niños siempre lo frenaba, lo ayudaba a deslizarla a la columna de MADRE donde no cabía imaginarla desnuda.

Ness: Ah. -Señaló el libro de Mosley antes de que Miley lo metiera en la bolsa-. Aún no he tenido ocasión de leerlo. Ya me dirás qué te parece.

Zac: Claro. Oye, pásate por el hotel algún día, a echar un vistazo.

En sus labios se dibujó una sonrisa.

Ness: Nos asomamos por las ventanas laterales.

Zac: Puedes seguir con la parte de atrás.

Ness: ¿En serio? Me encantaría, pero suponía que no querías que anduviera nadie por allí.

Zac: Por norma, pero… -Se interrumpió al oír las campanillas y ver que entraban dos parejas-. Bueno, más vale que me vaya.

Ness: Disfruta del libro -se volvió a sus clientes-. ¿Puedo ayudarles a encontrar algo?

**: Estamos haciendo una ruta por la zona -contestó uno de los hombres-. ¿Tienen algún libro sobre la batalla de Antietam?

Ness: Claro. Permítame que se los enseñe.

Se lo llevó mientras el resto del grupo empezaba a curiosear.

Zac la vio bajar el pequeño tramo de escaleras hacia lo que llamaban el anexo.

Zac: Bueno, hasta luego, Miley.

Miley: ¿Zac?

Se detuvo, con una mano en el pomo de la puerta.

Miley: ¿Los libros? ¿El café?

Le ofrecía la bolsa con una mano; el vaso, con la otra.

Zac: Ah, sí. -Rió, meneando la cabeza-. Gracias.

Miley: De nada.

Suspiró un poco al verlo salir y se preguntó si su novio alguna vez la observaba mientras se alejaba.


Vanessa cargó un cajón lleno de libros empaquetados hasta la oficina de correos para su envío. Cuando salía por la parte de atrás y cruzaba el aparcamiento de gravilla, inspiró hondo un instante al notar que una brisa auténtica le acariciaba el rostro.

Pensó si anunciarían lluvia, y confió en que así fuese. Tal vez una buena tormenta que le ahorrara tener que regar el jardín y las macetas. Si no venía acompañada de rayos, podía dejar a los niños correr un rato fuera después de cenar, que se desahogaran un poco.

Luego les daría un buen baño, porque era noche de película, y haría palomitas. Miraría la tabla, a ver a quién le tocaba elegir la película.

Había descubierto que las tablas venían muy bien para reducir las discusiones, las quejas y las riñas cuando tres niños tenían que decidir si pasaban el tiempo con Bob Esponja, los Power Rangers o la panda de Star Wars. No acababa con las discusiones, las quejas y las riñas, pero solía mantenerlas a un nivel más manejable.

Descargó los envíos y pasó unos instantes charlando con la empleada de correos. Como el tráfico de la carretera 34 era algo denso, regresó a pie a la Plaza, pulsó el botón de peatones del semáforo. Y esperó.

De cuando en cuando, se le ocurría que estaba, al menos geográficamente, donde había empezado. El resto había cambiado, se dijo, estudiando la enorme lona azul de polipropileno.

Y seguía cambiando.

Había dejado Boonsboro siendo una recién casada de diecinueve años. ¡Qué joven!, pensaba ahora. Tan llena de ilusión y confianza, tan enamorada. No le había importado mudarse a Carolina del Norte e iniciar una nueva vida con Cody como esposa de militar.

Y no se le había dado mal, decidió. Acondicionar una casa, recrear un hogar, trabajar unas horas en una librería, y volver corriendo a casa para hacer la cena. Supo que estaba embarazada unos días antes de que Cody recibiera su primer destino en Irak.

Entonces conoció el miedo, recordó mientras cruzaba hacia la pizzería Vesta. Pero lo había compensado el inocente optimismo de la juventud, y la alegría de llevar un bebé en sus entrañas, que parió en casa apenas cumplidos los veinte.

Luego Cody regresó, y se mudaron a Kansas. Estuvieron casi un año. Liam nació durante el segundo período de servicio de Cody. Al volver de nuevo, fue un buen padre para sus dos pequeños, pero la guerra le había robado su alegría natural, su risa fácil y contagiosa.

No sabía que estaba embarazada cuando lo despidió con un beso por última vez.

El mismo día que le entregaron la bandera del féretro de Cody, Christopher se movió por primera vez en su interior.

Y ahora, pensó mientras abría la puerta de cristal, estaba de vuelta en casa. Para siempre.

Había previsto su visita para después de la comida y antes de los preparativos de la cena. Algunas personas estaban sentadas alrededor de las mesas de madera oscuras y lustrosas, y una familia -no del pueblo, observó- se apiñaba en el rincón del fondo. Su bebé de pelo rizado, desparramado en los cojines rojos, profundamente dormido.

Levantó la mano para saludar a su amiga Ashley, que esparcía salsa sobre la masa detrás del mostrador de servicio. Como si estuviera en su casa, Vanessa pasó al otro lado para servirse un vaso de limonada y se lo llevó al mostrador.

Ness: Me parece que va a llover.

Ash: Eso dijiste ayer.

Ness: Hoy lo digo en serio.

Ash: Ah, bueno, siendo así… iré a por el paraguas.

Cubrió la salsa de rodajas de mozzarella, y estas de pepperoni, champiñón laminado y aceitunas negras. Con movimientos resueltos y ensayados, abrió uno de los hornos industriales que tenía a su espalda e introdujo la pizza. Sacó otra con la paleta y la troceó.

Una de las camareras salió de pronto de la zona cerrada de la cocina, canturreó un «Hola, Vanessa» y llevó la pizza y los platos a una de las mesas.

Ash: Uf.

Ness: ¿Mucho jaleo?

Ash: A tope desde las once y media hasta hace más o menos media hora.

Ness: ¿Trabajas esta noche?

Ash: Wendy ha vuelto a llamar diciendo que está enferma, así que parece que me toca doblar turno.

Ness: Enferma porque ha hecho las paces con su novio otra vez.

Ash: Yo también me pondría enferma si estuviera pirada por ese pringado. Hace unas pizzas geniales. -Cogió una botella de agua de debajo del mostrador y gesticuló con ella-. Pero seguramente tendré que despedirla. ¡Los jóvenes de hoy! -Puso en blanco sus ojos marrones-. No saben ser responsables.

Ness: No consigo recordar cómo se llamaba el chico que te hizo perder la cabeza cuando te pillaron haciendo novillos.

Ash: Lance Poffinberger… un lapsus. Y bien que lo pagué, ¿no? La fastidié una vez, solo una, y papá me tuvo castigada un mes. Lance trabaja en Canfield’s, de mecánico. -Arqueó las cejas mientras bebía un trago de agua-. Los mecánicos son muy atractivos.

Ness: ¿En serio?

Ash: Lance es la excepción que confirma la regla.

Atendió una llamada, tomó nota de un pedido, sacó la pizza del horno y la troceó para que la camarera pudiera llevar el plato aún burbujeante a la mesa.

Vanessa saboreó su limonada mientras veía trabajar a Ashley. Habían sido amigas en el instituto, cocapitanas del equipo de las animadoras. Algo competitivas, pero amigas. Luego habían perdido el contacto cuando Ashley había ido a la universidad y, al poco, Vanessa se había trasladado a Fort Bragg con Cody.

Retomaron su amistad cuando Vanessa, embarazada de Christopher y con dos críos más a cuestas, volvió al pueblo. Ashley, acababa de abrir su restaurante familiar italiano.

Ness: Zac ha pasado a verme antes.

Ash: ¡Que alguien avise a los medios!

Vanessa recibió el sarcasmo con una sonrisa de satisfacción.

Ness: Me ha dicho que puedo echar un vistazo al hotel.

Ash: ¿Sí? Deja que termine de preparar este pedido y nos vamos.

Ness: No puedo, ahora no. Tengo que recoger a los niños dentro de… -miró el reloj- una hora. Y aún me queda trabajo por hacer. ¿Mañana? ¿Quizá antes de que empiece el jaleo por aquí o en PLP?

Ash: Hecho. Vendré a las nueve para encender los hornos y demás. Podría escaparme hacia las diez.

Ness: Pues a las diez. Tengo que irme. Trabajo, recoger a los niños, preparar la cena, baños, luego noche de película.

Ash: Si quieres ahorrarte lo de la cena, tenemos unos raviolis de espinacas excelentes.

Vanessa se disponía a declinar la oferta cuando decidió que sería un buen modo de hacerles comer espinacas y de ahorrarse unos cuarenta y cinco minutos en la cocina.

Ness: Acepto. Oye, mis padres quieren que los niños se queden a dormir en su casa el sábado. ¿Qué te parece si preparo algo que no sea pizza, abro una botella de vino y organizamos una velada para mujeres adultas?

Ash: Pues no estaría mal. Incluso podríamos ponernos algo sexy y salir, e igual dar con algún hombre adulto con quien compartir la velada.

Ness: Podríamos, pero, como me voy a pasar casi todo el día en el centro comercial y los outlets camelándome a tres niños para que se prueben ropa para el cole, probablemente le pegue un tiro al primer tío que me dirija la palabra.

Ash: Nada, noche de chicas.

Ness: Perfecto.

Ashley empaquetó ella misma la comida y la anotó en la cuenta de Vanessa.

Ness: Gracias. Te veo mañana.

Ash: Vanessa -la llamó cuando iba hacia la puerta-, el sábado llevaré otra botella, algo dulce para el postre. Y el pijama.

Ness: Aún mejor. ¿Quién necesita un hombre teniendo una amiga del alma?

Vanessa rió y Ashley sacudió el aire con una mano.

Al salir, casi se empotró en Alex.

Ness: Dos de tres. He visto a Zac hace un rato. Ya solo me falta David para el hat trick.

Alex: Voy a casa de mamá. David y Zac están en el taller. Si quieres te llevo -le propuso con una sonrisa-. Acabo de comprar comida; mamá dice que hace demasiado calor para cocinar.

Vanessa levantó su bolsa.

Ness: Opino lo mismo. Salúdala de mi parte.

Alex: Eso haré. Qué guapa te veo, Ness. ¿Te apetece ir a bailar?

Ella le devolvió la sonrisa mientras pulsaba el botón del semáforo.

Ness: Claro. Pasa a buscarnos a mí y a los niños a las ocho.

Por fortuna, pudo cruzar enseguida, y se despidió con la mano. Trató de recordar la última vez que un hombre le había propuesto en serio ir a bailar.

No lo consiguió.


El taller de los Efron era grande como una casa y estaba diseñado para parecerlo. Ostentaba un largo porche cubierto, a menudo atestado de proyectos en distintas fases, como un par de maltrechas sillas Adirondack que llevaban dos años esperando -y los que les quedaban- una reparación y una mano de pintura.

Puertas, ventanas, un par de lavabos, cajas de baldosas, tablillas, contrachapados y artículos varios y diversos salvados o sobrantes de trabajos anteriores, mezclados entre sí en la parte trasera que habían añadido cuando se habían quedado sin espacio.

Como el revoltijo lo volvía loco, David lo organizaba cada pocos meses, luego Alex o Zac llevaban allí cualquier otra cosa más y la tiraban donde fuera.

Sabía de sobra que lo hacían a propósito.

En la zona principal había utensilios, bancos de trabajo, estantes de suministros, un par de inmensos cajones de herramientas con ruedas, pilas de madera, viejos frascos de cristal y latas de café (etiquetados por David) con tornillos, clavos, pernos.

Allí, aunque jamás satisfarían del todo las exigencias de David, los hermanos mantenían al menos cierto orden.

Trabajaban bien juntos, con música de un estéreo reciclado de la casa familiar por el que atronaba el rock, un par de ventiladores de pie que removían el calor, la sierra de obra zumbando cada vez que Zac pasaba una pieza de nogal por la cuchilla.

Le gustaba tocar la madera, disfrutaba de su tacto, de su olor. El labrador mezcla de su madre, Cus -abreviatura de Atticus- se hallaba tendido bajo la sierra de obra, todo lo grande que era, durmiendo la siesta. Finch, su hermano, dejaba caer una pelotita de juguete a los pies de Zac cada diez segundos.

Bobo estaba tumbado sobre un montón de serrín.

Cuando Zac apagó la sierra, miró los ojos entusiasmadísimos de Finch.

Zac: ¿Acaso te parece que estoy en modo juego?

Finch volvió a coger la pelotita con la boca y la dejó junto a la bota de Zac. Aun a sabiendas de que no hacía sino propiciar una rutina interminable, cogió la pelota y la lanzó por la puerta abierta del taller.

Presa de un gozo incontrolable, Finch la persiguió.

Alex: ¿Te la meneas con esa mano?

Zac se limpió las babas del perro en los vaqueros.

Zac: Soy ambidiestro.

Cogió el siguiente segmento de castaño que Alex ya había medido y marcado. Y Finch volvió a atacar con la pelota, dejándola caer a sus pies.

Continúan con el proceso: Alex medía y marcaba, Zac cortaba, David unía las piezas con cola de carpintero y las fijaba con abrazaderas según los diseños de las fichas clavadas con chinchetas a unas láminas de contrachapado.

Una de las dos librerías que flanquearían la chimenea de la Biblioteca esperaba el lijado, el barnizado y las puertas del armario inferior. Concluido el segundo paso y el remate de la chimenea, seguramente le asignarían a David el trabajo delicado.

Todos tenían aptitudes para hacerlo, pensó Zac, pero nadie iba a negar que David era el más meticuloso de los tres.

Apagó la sierra, le lanzó la pelota al loco de Finch y observó que se había hecho de noche. Cus se alzó bostezando, se estiró y se frotó un poco en la pierna de Zac antes de perderse por ahí.

Hora de parar, decidió Zac, y sacó tres cervezas del viejo frigorífico del taller.

Zac: Son las birra y media -anunció, y acercó unos botellines a sus hermanos-.

Alex: Oído.

Le dio una patada a la pelota que el perro había tirado a sus pies y la lanzó por la ventana con la misma precisión con que solía colar por entre los postes el balón de fútbol en el instituto.

Con un brinco a la carrera, Finch fue tras ella. Se oyó un estruendo en el porche.

Zac: ¿Habéis visto eso? -espetó por encima de las risas de sus hermanos-. Ese perro está loco.

Alex: Menudo salto -se humedeció el pulgar y acarició el canto de la estantería-. Una madera preciosa. El nogal ha sido una buena elección, Zac.

Zac: Quedará fenomenal con el suelo. El sofá tendrá que ser de piel -decidió-. Oscura pero intensa, con las sillas de piel más clara para que contrasten.

Alex: Sí, sí, vale. Las luces del techo que encargó mamá han llegado hoy -dio un trago a su cerveza-.

David sacó su móvil para tomar notas.

David: ¿Las has inspeccionado?

Alex: Anduve algo liado.

David hizo otra anotación.

David: ¿Has marcado las cajas? ¿Las has almacenado?

Alex: Sí, sí. Están marcadas y en el almacén de Vesta. Las del salón, los plafones y los apliques, también han llegado hoy. Lo mismo.

David: Necesito los albaranes.

Alex: Están in situ, Nancy.

David: Hay que llevar al día el papeleo, Jethro.

Finch volvió a entrar trotando y soltó la pelota, agitando la cola con contundencia.

Zac: A ver si lo hace otra vez.

Complaciente, Alex lanzó la pelota por la ventana de un puntapié. Finch fue tras ella. Se oyó un estruendo. Intrigado, Bobo se aproximó y apoyó las pezuñas en el alféizar. Al poco, intentó salir por la ventana.

David: Tengo que comprarme un perro -sorbió su birra mientras veían a Bobo agitar las patas traseras y revolverse-. Me lo compro en cuanto acabemos este trabajo.

Cerraron el taller y, llevándose la cerveza fuera, pasaron otros quince minutos hablando de trabajo y lanzándole la pelota al infatigable Finch.

Chicharras y luciérnagas llenaban de luz y sonido la franja de césped y el bosque colindante. De vez en cuando, un búho reunía fuerzas para ulular melancólico. A Zac le recordaba otras noches estivales bochornosas en que los tres hermanos corrían por ahí tan incansables como Finch. Las luces de la casa de la loma encendidas, como ahora.

Cuando las luces se encendían y apagaban, una y otra vez, era hora de entrar, y siempre parecía demasiado pronto.

Pensaba en su madre -y lo inquietaba-, sola ahí arriba, en la gran casa alojada en el bosque. A la muerte de su padre -lo que supuso un duro golpe-, los tres habían vuelto al hogar. Hasta que ella los había echado a patadas un par de meses después.

Aun así, durante un año, al menos uno de ellos había encontrado siempre alguna excusa para pasar la noche allí una vez a la semana como mínimo. Pero lo cierto era que lo llevaba bien. Tenía su trabajo, a su hermana, sus amigas, sus perros. July Efron no andaba como alma en pena por la enorme vivienda. Vivía en ella.

Alex señaló la casa con la cabeza donde aún brillaban las luces del porche y la cocina -por si volvían- y la del despacho de su madre.

Alex: Está levantada, peinando internet en busca de más material.

Zac: Se le da bien. Y si no fuera porque ella le dedica tiempo y tiene un ojo estupendo, nos tocaría hacerlo a nosotros.

Alex: Tú lo haces de todos modos, don Oscuro pero Intenso para que Contraste.

Zac: Forma parte de la labor de diseño, hermano.

David: Por cierto, todavía faltan las luces de seguridad y los rótulos de salida.

Zac: Estoy en ello. Los que he visto son feos -se metió las manos en los bolsillos y reforzó su argumento-. Encontraré algo que se adapte. Yo me marcho ya. Mañana estaré aquí casi todo el día -le dijo a Alex-.

Alex: Tráete el cinturón de herramientas.


Condujo de vuelta a casa con el viento soplando a través de las ventanillas de la camioneta. La emisora que llevaba puesta le recordó sus días de instituto con los Goo Goo Dolls, y pensó en Vanessa.

Tomó el camino largo, el de la circunvalación. Porque le apetecía conducir, se convenció, no porque esa ruta pasara por delante de la casa de Vanessa.

No era un acosador.

Redujo un poco la velocidad para observar la casita ubicada en el extremo del pueblo, y vio que, al igual que en la casa de su familia, en la de Vanessa estaban encendidas las luces de la cocina, y las del porche y el salón también, se percató.

No se le ocurría ninguna excusa para visitarla, aunque tampoco lo habría hecho, pero…

La imaginó relajándose después de un día ajetreado, quizá leyendo un libro, viendo un rato la tele. Disfrutando de un poco de paz después de acostar a los niños.

Podía llamar a la puerta. Hola, andaba por aquí y he visto que tenías las luces encendidas. Tengo las herramientas en la camioneta, si necesitas que te arregle algo.

Dios.

Siguió conduciendo. En toda su historia con el género femenino, Vanessa Hudgens era la única de su especie que lo aturdía y lo confundía.

Se le daban bien las mujeres, pensó. Quizá porque le gustaban -le gustaba su aspecto, su voz, su olor-, así como la forma extraña en que funcionaba su mente. Desde el bebé hasta la abuelita centenaria, le encantaban las mujeres por cómo y qué eran.

Nunca se había aturullado con una mujer, salvo con Vanessa. Ni le había costado saber qué decir o se había arrepentido de lo dicho. Salvo con Vanessa. Nunca nadie lo había puesto tanto sin haber dado al menos un primer paso. Salvo en el caso de Vanessa.

De verdad, le vendría mejor alguien como la hermana de Drew. Una mujer que lo atrajera, a la que le gustara coquetear y que no le hiciera pensar o querer demasiado.

Era hora de quitarse a Vanessa y sus pequeños de la cabeza, de una vez por todas. Entró en el aparcamiento de detrás de su edificio y miró las ventanas oscuras. Debía subir, trabajar un poco, luego acostarse pronto y recuperar algo de sueño.

En cambio, cruzó la calle. Solo daría una vuelta, le echaría un ojo a lo que Alex, su equipo y los obreros habían terminado ese día. No le apetecía estar solo, reconoció, y la actual residente del hotel era mejor que nada.


En casa de Vanessa, los Power Rangers luchaban contra las fuerzas del mal. Explotaban bombas; los Rangers volaban, daban saltos mortales, rodaban por el suelo y atacaban. Vanessa había visto aquel DVD y muchísimos otros de la serie tantas veces que podía señalar los golpes con los ojos cerrados.

Eso le permitía fingirse atrapada por la acción al tiempo que repasaba mentalmente su lista de quehaceres. Liam estaba tumbado con la cabeza en su regazo. Al echarle un vistazo, vio que tenía los ojos abiertos, pero vidriosos.

No tardaría en caer.

Luke estaba tirado en el suelo, con un Ranger rojo en la mano. Por lo quieto que estaba, supo que se había quedado dormido. Christopher, en cambio, su pequeña lechuza, se hallaba sentado a su lado, tan alerta y fascinado por la película como la primera vez que la había visto.

Podría -y lo haría- seguir despierto y acelerado hasta medianoche si lo dejara. Sabía de sobra que, cuando terminara la película, le rogaría que pusiera otra.

Quería pagar sus recibos particulares, terminar de doblar la colada y, de paso, poner otra lavadora de toallas. Quería empezar a leer el libro que se había llevado a casa, no solo por placer, aunque también, sino porque consideraba la lectura parte esencial de su trabajo.

Tras repasar mentalmente aquella lista de las cosas que quería hacer, se dio cuenta de que sería ella la que se quedara en pie hasta medianoche.

Culpa suya, se dijo, por dejarse convencer por los niños para ver doble sesión.

No obstante, a ellos les hacía mucha ilusión, y ella disfrutaba pasando la noche acurrucada en el sofá con tus tres hombrecitos.

La colada siempre estaría ahí, pensó, pero a sus niños no siempre los ilusionaría pasar la noche en casa viendo una película con mamá.

Como ya imaginaba, en cuanto el bien venció al mal, Christopher la miró suplicante con sus grandes ojos azules. Qué curioso, pensó, que fuera el único que había heredado el color de ojos de Cody, y que la genética lo hubiera mezclado con el pelo negro de ella.

Chris: ¡Por favor, mamá! No estoy cansado.

Ness: Dos has visto, tres vas listo.

Al son del pareado, le pellizcó la nariz.

Su hermoso rostro de nariz chata sembrado de pecas se frunció en un gesto de absoluta tristeza.

Chris: ¡Por favor! Solo un capítulo más.

Parecía un mendigo suplicando una corteza de pan duro.

Ness: Ya hace rato que deberías estar en la cama, Christopher -levantó un dedo silenciador cuando se disponía a abrir la boca-. Y como se te ocurra protestar otra vez, me lo apunto para la próxima noche de cine. Anda, levántate y ve a hacer pis.

Chris: No tengo pis.

Ness: Pues ve de todas formas.

Salió arrastrando los pies, como el reo camino de la horca, mientras Vanessa se ocupaba de Liam. Lo cogió en brazos, la cabeza apoyada en su hombro, el cuerpo lánguido.

El pelo, pensó, esa mata ondulada de un castaño dorado que a ella le encantaba, le olía a champú. Se dirigió a la escalera, subió y entró en el baño donde Christopher, el que no tenía pis, vaciaba la vejiga canturreando.

Ness: No bajes la tapa ni tires de la cadena.

Chris: Tengo que hacerlo. Siempre me lo dices.

Ness: Sí, pero Liam también tiene que hacer. Anda, métete en la cama, cielo. Enseguida voy.

Con la destreza que concede la experiencia, Vanessa puso en pie a Liam, lo sostuvo derecho con una mano y le bajó el pantalón del pijama con la otra.

Ness: Haz pis, hombretón.

Liam se balanceó y, cuando apuntó, Vanessa tuvo que guiarle la mano para no tener que limpiar las paredes después.

Volvió a subirle los pantalones, y lo habría acompañado a la cama, pero el niño se volvió y le tendió los brazos.

Lo llevó al dormitorio -el que debía haber sido el de matrimonio-, y lo tumbó en la cama de debajo de una de las dos literas. Christopher estaba en la otra, hecho un ovillo con su transformer Optimus Prime de trapo.

Ness: Ahora mismo vengo -le susurró-. Voy por Luke.

Repitió la rutina con Luke, hasta llegar al baño. Había decidido últimamente que mamá era una chica, y las chicas no entraban en el baño cuando uno hacía pis.

Vanessa se aseguró de que estaba lo bastante despierto como para tenerse en pie, luego salió. Hizo una pequeña mueca al oír que la tapa del váter caía de golpe, y esperó a que Luke tirara de la cadena.

El pequeño salió despacio.

Luke: Hay sapos azules en el coche.

Ness: Mmm. -Consciente de que su pequeño soñaba a menudo y muy vivamente, lo acompañó a la cama-. Me gusta el azul. Anda, sube.

Luke: El rojo conduce.

Ness: Será el mayor -Lo besó en la mejilla -se había vuelto a dormir-, se acercó para besar a Liam, luego se volvió y se agachó junto a Christopher-. Cierra los ojos.

Chris: No estoy cansado.

Ness: Ciérralos de todas formas. A lo mejor te topas con Luke y sus sapos azules. El rojo conduce.

Chris: ¿Hay perros?

Ness: Los habrá si así lo quieres. Buenas noches.

Chris: Buenas noches. ¿Podemos tener un perro?

Ness: ¿Por qué no te conformas con soñar con él de momento?

Echó un último vistazo a sus niños, a su mundo, que dormía bajo el resplandor de la lucecita de noche de Spiderman.

Acto seguido, bajó a emprender los quehaceres de su lista mental.

Poco después de la medianoche se quedó dormida con el libro entre las manos y la luz encendida. Soñó con los sapos azules y su chófer rojo, perros púrpura y verde. Curiosamente, al despertar lo justo para apagar la luz, reparó en Zac Efron sonriéndole mientras bajaba la escalera de la librería.




¡Gracias por leer y por los comentarios!

Lau, me ha hecho mucha ilusión leer tu comentario. Me alegro de que estés por aquí de nuevo 😊
Espero que disfrutes de las novelas.

Siempre que pueda, seguiré poniendo novelas adaptadas. También quiero retomar la mía propia que empecé a escribir hace años. Así que las que quieran, son bienvenidas a leer mi otro blog.


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