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domingo, 7 de abril de 2019

Capítulo 9


Ness estaba prolongando la segunda taza de café de la mañana, preguntándose si el estar enamorada estaría directamente relacionado con la dificultad para enfrentarse al hecho de que tenía que pasarse el día encerrada frente a la pantalla del ordenador. Reconocía los mismos síntomas de dilación en Zac. Estaba sentado frente a ella, picoteando lo que había quedado del desayuno de Ness tras haber dado cumplida cuenta del suyo.

Más que intentando postergar el momento de irse, se dijo, lo que Zac parecía era preocupado. Como el día anterior al llegar de la nave. Y como le había parecido cuando se habían quedado dormidos. Durante la noche y esa misma mañana, Ness había tenido en más de una ocasión la sensación de que Zac estaba a punto de decirle algo. Algo que ella temía oír.

Quería encontrar el valor para animarlo, para restar importancia a su marcha. El amor, pensó con un suspiro, la estaba volviendo loca.

La lluvia había llegado, era como un largo y quedo rocío que se había prolongado durante casi toda la mañana. En aquel momento, con el sol, la luz era suave, etérea, y había enormes manchas de humedad en el suelo.

Era un buen día para buscar excusas, para dar paseos por el bosque o hacer el amor bajo la colcha. Pero pensar en ese tipo de cosas, se recordó Ness, no iba a ayudar a Zac a regresar a su casa.

Ness: Deberías ponerte a trabajar -le comentó sin mucho entusiasmo, acompañando sus palabras con un suave codazo-.

Zac: Sí -pero prefería quedarse allí sentado, ignorando la realidad. Aun así, se levantó, le dio un beso y se dirigió hacia la puerta. Cuando la abrió, entraron en la cocina los cantos de los pájaros-. Había pensado en tomarme un descanso esta tarde. Quizá vuelva a la hora del almuerzo. Me temo que ya no puedo soportar la comida que tengo en la nave.

En realidad, lo que no podía soportar era estar lejos de ella. Pero Ness sonrió, aceptando sus palabras.

Ness: De acuerdo -el día ya le parecía más luminoso-. Si no me estoy matando en la cocina, me encontrarás trabajando en el piso de arriba.

Parecía tan normal, pensó Ness cuando Zac cerró la puerta tras él, despedirse en la mañana con un beso y hacer planes para la hora del almuerzo. Probablemente fuera lo mejor, decidió, después de llenar la taza y subir con ella al piso de arriba. Desde luego, había pocas cosas más en su relación que pudieran considerarse normales.

Trabajó hasta la tarde, culpando de sus nervios a la cafeína. No quería atribuirlo al hecho de que Zac parecía demasiado callado y pensativo aquella mañana. Los dos tenían muchas cosas en las que pensar. Y, se recordó, Zac regresaría pronto. Y como ya se había convertido en un hábito del que pronto tendría que olvidarse, decidió interrumpir su trabajo y bajar a preparar algo especial para el almuerzo. Cuando llegó al final de las escaleras, oyó un coche.

Las visitas a la cabaña no eran raras, sino completamente inexistentes. Enfadada y sorprendida a partes iguales, abrió la puerta principal.

Ness: Oh, Dios mío -en aquel momento fue todo sorpresa, con una saludable dosis de aprensión-. ¡Mamá, papá!

Y a partir de entonces todo fue amor. Oleadas y oleadas de amor mientras corría para recibir a sus padres. Ambos se bajaron de una pequeña y desvencijada camioneta.

Caroline: Vanessa.

Caroline Hudgens saludó a su hija con una carcajada y un dramático abrazo. Iba vestida casi igual que Ness, con unos vaqueros viejos y un jersey que le llegaba a las caderas. Pero mientras el jersey de Ness era solo de color rojo, el de Caroline era una sinfonía de colores que ella misma había tejido. Llevaba dos pendientes negros, en la misma oreja, y una gargantilla en el cuello.

Ness besó a su madre en la mejilla.

Ness: ¡Mamá! ¿Qué estáis haciendo aquí?

Caroline: Antes vivíamos en esta casa -le recordó a Ness, y la besó otra vez, mientras William se acercaba con una enorme sonrisa-.

Allí estaban dos de las tres mujeres más importantes de su vida. Y aunque pertenecían a distintas generaciones, advirtió con orgullo que su mujer apenas parecía mayor que su hija. El color de su pelo y su complexión eran tan similares que a menudo las confundían con hermanas.

Will: ¿Y yo qué soy? ¿Parte del decorado? -Hizo girar a Ness y se fundió con ella en uno de sus enormes abrazos-. Mi pequeña -dijo, y le dio un sonoro beso en la mejilla-. La científica.

Ness: Mi papá -respondió ella en el mismo tono-. El ejecutivo.

William hizo una mueca.

Ness: No creas que así vas a engatusarme. Y ahora, déjame verte

Sonriendo, Ness examinó atentamente a su padre. Todavía llevaba el pelo demasiado largo para parecer un hombre conservador, aunque algunas hebras plateadas aclaraban sus rizos y su barba.  Ambos eran cuidados por un barbero con acento francés, pero en poco más había cambiado William Hudgens. Continuaba siendo el hombre que Ness recordaba, el hombre que cuando era muy niña la llevaba sujeta a la espalda, como los indios americanos, a través del bosque.

Era alto y él se consideraba también fibroso. Las piernas y los brazos, largos y delgados, le daban un aspecto larguirucho. Tenía el rostro delgado, de mejillas hundidas y pómulos marcados. Sus ojos, de un gris profundo, prometían honestidad.

Ness: ¿Bueno? ¿Qué te parece? -le preguntó con descaro-.

Will: No está mal -le pasó el brazo por los hombros a su esposa. Continuaban como siempre habían estado: unidos-. Creo que con las primeras dos hicimos un buen trabajo, Carol.

Ness: Hicisteis un trabajo excelente -lo corrigió. Y de pronto se interrumpió-. ¿Las dos primeras?

Caroline: Sunny y tú, amor -con una sonrisa, buscó en la parte trasera de la camioneta-. ¿Por qué no metemos la comida en casa?

Ness: Pero, yo... La comida -mordiéndose el labio, observó a sus padres sacar las bolsas de la camioneta. Varias bolsas. Tenía que decirles... algo-. Me alegro tanto de que hayáis venido -gruñó cuando su padre le tendió dos bolsas bastante pesadas-. Y me gustaría... sí, eso es, creo que debería deciros que no estoy sola.

Caroline: Estupendo.

Con aire ausente, William sacó otra bolsa. Se preguntó si su mujer se habría fijado en la bolsa de patatas fritas a la barbacoa que había metido a escondidas. Por supuesto que sí, pensó. Ella nunca pasaba nada por alto.

Will: Siempre nos ha gustado conocer a tus amigos -añadió-.

Ness: Sí, lo sé, pero este...

Will: Carol, lleva esto dentro. No quiero que cargues más de una bolsa por viaje.

Ness: Papá -como no veía otra forma de hacerlo, le bloqueó el paso a su padre. Cuando oyó que la puerta se abría y se cerraba tras su madre, se mordió el labio-. Creo que debería explicártelo -«¿explicarle qué?», se preguntó-.

Will: Te escucho, Ness, pero estas bolsas pesan bastante -las levantó-. 

Caroline: Seguro que es el tofu.

Ness: Es sobre Zachary.

De aquella manera consiguió despertar su atención.

Will: ¿Qué Zachary?

Ness: Zachary Efron. Él... está aquí -añadió con un hilo de voz-. Conmigo.

William inclinó la cabeza y arqueó una ceja.

Will: ¿De verdad?

El hombre en cuestión aparcó el aerociclo en el cobertizo y, regalándose a sí mismo, avanzó a grandes zancadas hacia la casa. No había nada malo en tomarse una tarde libre. En cualquier caso, el ordenador continuaría trabajando en su ausencia. Había terminado la mayor parte de las reparaciones y, en un día, dos como mucho, la nave estaría lista para el vuelo.

De modo que, si quería pasar unas horas extras con aquella mujer tan hermosa y excitante, tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Y eso no significaba que estuviera enamorado de ella.

Y el sol giraba alrededor de los planetas.

Maldiciéndose, caminó hacia la puerta trasera de la casa. Y le bastó ver a Ness para sonreír. Aunque en aquel momento solo pudiera ver su pequeño y redondeado trasero mientras buscaba algo en el fondo del frigorífico. Inmediatamente mejoró su humor. Entró sigilosamente y la agarró con firmeza por las caderas.

Zac: Cariño, no consigo averiguar si me gustas más por delante o por detrás.

Ness: ¡Zachary!

Aquella exclamación de asombro no procedía de la mujer a la que acababa de envolver en sus brazos, sino de la puerta de la cocina. Giró la cabeza y descubrió a Ness mirándolo con los ojos abiertos como platos y con las manos llenas de bolsas marrones. A su lado había un hombre alto y delgado que lo miraba con evidente desagrado.

Lentamente, Zachary se volvió y comprobó que la mujer a la que estaba abrazando era tan atractiva, aunque algo mayor, como la mujer con la que él pretendía encontrarse.

Caroline: Hola -lo saludó con una hermosa sonrisa-. Tú debes ser el amigo de Ness.

Zac: Sí -se aclaró la garganta-. Debo ser yo.

Will: Y supongo que no te importará soltar a mi esposa. Aunque solo sea para que pueda cerrar el frigorífico.

Zac: Le suplico que me perdone -dio un torpe paso hacia atrás-. Pensaba que era Ness.

Will: Así que tienes la costumbre de agarrar a mi hija por...

Ness: ¡Papá! -lo interrumpió mientras dejaba las bolsas en la mesa. Si los principios significaban algo, no podía decirse que aquel estuviera siendo muy prometedor-. Este es Zachary Efron. Se va a quedar conmigo una temporada. Zac, estos son mis padres, William y Caroline Hudgens.

Magnífico. Como no creía que pudiera conseguir que sus moléculas reaparecieran en cualquier otro lugar del universo, imaginaba que tendría que enfrentarse a los hechos.

Zac: Encantado de conocerlos -descubrió que el mejor lugar para sus manos eran los bolsillos del pantalón-. Ness se parece mucho a usted.

Caroline: Sí, me lo dicen a menudo -le dirigió otra sonrisa radiante-. Pero nunca de esa forma -deseando ayudarlo a salir del atolladero, le tendió la mano-. Will, ¿por qué no dejas esas bolsas y saludas al amigo de Ness?

William se tomó su tiempo. Quería medir al hombre que tenía frente a él. Bastante atractivo, suponía. Facciones fuertes y mirada firme. El tiempo diría el resto.

Will: Efron, ¿verdad? -pareció complacido con el apretón firme y frío de Zac-.

Zac: Sí -era la primera vez que lo pesaban y lo medían desde que se había alistado a las ISF-. ¿Debería disculparme otra vez?

Will: Con una probablemente sea suficiente -pero continuaba manteniendo su opinión en la reserva-.

Ness: Estaba a punto de hacer la comida -tenía que hacer algo, pensó, para mantener a todo el mundo ocupado hasta que averiguara la mejor forma de resolver aquella situación-.

Caroline: Buena idea -sacó una coliflor de una de las bolsas. Buscó la bolsa de patatas y un bote de salchichas picantes que William también había escondido-. Pero la haré yo. ¿Por qué no me echas una mano, William?

Will: Pero yo...

Caroline: Prepara una infusión... -sugirió-.

Ness: Me encantaría tomar una infusión -añadió sabiendo que era la mejor forma de llegar al corazón de su padre. Agarró a Zac de la mano-. Ahora volvemos.

En cuanto llegaron a la sala, se volvió hacia él.

Ness: ¿Y ahora qué vamos a hacer?

Zac: ¿Sobre qué?

Con un sonido de disgusto, Ness caminó hacia la chimenea.

Ness: Tendré que decirles algo. Y, obviamente, no puede ser que acabas de llegar del siglo veintitrés.

Zac: No, preferiría que no se lo dijeras,

Ness: Pero... nunca les he mentido -se volvió y empujó con el pie un tronco que se salía de la chimenea-. No puedo.

Zac se acercó a ella y le tomó la barbilla con la mano.

Zac: Omitir algunos pequeños detalles no es mentir.

Ness: ¿Pequeños detalles? ¿Como el hecho de que hayas venido en una nave espacial?

Zac: Por ejemplo.

Ness cerró los ojos. Sería divertido... Quizá al cabo de cinco, o diez años.

Ness: Efron, esta situación ya es suficientemente embarazosa sin necesidad de que tengamos que añadir tu lugar… y tu época de procedencia.

Zac: ¿Qué situación?

Ness tuvo que hacer un esfuerzo para no rechinar los dientes.

Ness: Mis padres están en esta casa y tú y yo somos... -hizo un gesto circular con la mano-.

Zac: Amantes.

Ness: ¿Quieres hacer el favor de bajar la voz?

Con expresión de infinita paciencia, Zac posó las manos en sus hombros.

Zac: Ness, probablemente lo han averiguado en el momento en el que he estado a punto de besar a tu madre junto al frigorífico.

Ness: Acerca de eso...

Zac: Pensaba que eras tú.

Ness: Lo sé, pero...

Zac. Ness, ya sé que no ha sido la forma más tradicional de conocer a tus padres, pero creo que, de los cuatro, yo he sido el más sorprendido.

Ness no pudo evitar una carcajada.

Ness: Quizá.

Zac: Puedo asegurártelo. Entonces, creo que podríamos ir pensando en el siguiente paso.

Ness: ¿Que es…?

Zac: La comida.

Ness: Efron -con un suspiro, apoyó la cabeza en su pecho. Era una pena que esa fuera una de las cosas que más le gustaban de él: su capacidad para apreciar las cosas sencillas-. Me gustaría poder meterte en la cabeza que esta es una situación delicada. ¿Qué vamos a hacer? -esperó un instante-. Dios mío, me entran ganas de estrangularle.

Zac: Ahora eres tú la que estás hablando alto -enmarcó su rostro con las manos y lo alzó hacia el suyo-. En cualquier caso, creo que lo mejor será que pasemos a la acción.

Ness ni siquiera protestó cuando bajó los labios hacia los suyos. En realidad, todo era como una especie de sueño. Y seguramente, si aquel era su sueño, conseguiría que todo saliera bien.

Oyó una tos alta e irritada tras ella. Ness se separó precipitadamente de Zac y miró a su padre.

Ness: Ah...

Will: Tu madre dice que la comida ya está lista -aunque odiaba actuar de una forma tan predecible, le dirigió a Zac una última mirada antes de regresar a la cocina. Una vez allí, miró a su esposa con el ceño fruncido-. Ese hombre siempre tiene las manos encima de alguna de mis mujeres.

Caroline: De alguna de tus mujeres -dejó escapar una larga y fuerte carcajada-. Pues la verdad, Will -echó la cabeza hacia atrás, haciendo tintinear sus pendientes-. Tiene unas manos muy bonitas.

Will: ¿Estás buscando problemas? -con una mano, la atrajo hacia él-.

Caroline: Siempre -le dio un cariñoso y provocativo beso antes de volverse hacia el marco de la puerta-. Siéntate -dijo, compartiendo su radiante sonrisa con Zac-. Compartiremos la ensalada.

Había dispuesto cuatro cuencos sobre una de sus esterillas. En el centro de la mesa, había una fuente con una mezcla de verduras y hierbas con el sorprendente añadido de plátanos verdes. Todo salpicado con copos de trigo y esperando a ser aderezado con una salsa de yogurt. Ness miró con nostalgia el tocino y el tomate de los sándwiches que pensaba preparar.

Caroline: Entonces, Zac... -le pasó un cuenco- ¿tú también eres antropólogo?

Zac: No, soy piloto -dijo, justo en el momento en el que Ness anunciaba: -

Ness: Conduce un camión.

Ness musitó algo mientras Zac se servía tranquilamente la ensalada.

Zac: Transporto mercancías -explicó, complacido de poder satisfacer el deseo de Ness de ser fiel a la verdad-. Por eso Ness se imagina que soy una especie de camionero aéreo.

Will: Así que vuelas -tamborileó sus dedos largos y delgados en la mesa-.

Zac: Sí. Es lo que siempre he querido hacer.

Caroline: Debe ser muy emocionante -se inclinó hacia él, siempre dispuesta a dejarse fascinar por cualquier cosa-. Sunnny, nuestra otra hija, está recibiendo lecciones de vuelo. Quizá puedas darle algunos consejos.

Ness: Sunny siempre está recibiendo clases de algo -había diversión y cariño en su voz mientras le tendía a su madre la ensalada-. Todo se le da bien. Aprendió a tirarse en paracaídas y decidió que el siguiente paso era aprender a pilotar ella misma el avión.

Zac: Parece sensato -miró a Caroline. Caroline Hudgens, pensó, y no por primera vez. Un genio del siglo veinte. Para Zac no habría sido más asombroso estar compartiendo una comida con Vicent Van Gogh o con Voltaire-. Esta ensalada está riquísima, señora Hudgens.

Caroline: Caroline, gracias -miró de reojo a su marido, consciente de que él habría preferido las salchichas, las patatas fritas y una cerveza.  Después de veinte años de convivencia, todavía no había conseguido convertirlo.  Pero nunca había dejado de intentarlo-. Tengo la convicción de que una nutrición adecuada sirve para mantener la mente clara y abierta -comenzó a decir-. Hace poco leí que el ejercicio y la dieta están directamente vinculados con la posibilidad de prolongar la vida. Si nos cuidáramos bien, podríamos vivir más de cien años.

Al advertir la expresión de Zac, Ness le dio una patada por debajo de la mesa. Tenía la sensación de que estaba a punto de explicarle a su madre que en el siglo veintitrés, la gente superaría esa marca regularmente.

Will: ¿De qué sirve vivir tanto si tienes que comer hojas y hierbas? -empezó a decir, pero advirtió que su mujer lo estaba mirando con los ojos entrecerrados-. Y eso no quiere decir que esas hojas no estén riquísimas.

Caroline: Podrás tomar un dulce para postre -se inclinó para darle un beso en la mejilla. Las seis pulseras que llevaba en la mano tintinearon cuando le tendió la fuente a Zac por segunda vez-. ¿Quieres más?

Zac: Sí, gracias -se sirvió una nueva ración. A Ness nunca dejaba de sorprenderle su apetito-. Admiro su obra, señora Hudgens.

Caroline: ¿De verdad? -le complacía enormemente que se lo dijera, porque nadie se había referido nunca a sus tejidos como a «su obra»-. ¿Tienes alguna pieza?

Zac: No, están fuera de mi alcance -le contestó, recordando el tapiz que había visto tras un cristal en el Smithsonian-.

Will: ¿De dónde eres, Efron?

Zac desvió su atención hacia el padre de Ness.

Zac: De Filadelfia.

Will: Supongo que, con tu trabajo, debes viajar mucho.

Zac no se molestó en disimular una sonrisa.

Zac: Más de lo que se imagina.

Will: ¿Tienes familia?

Zac: Mis padres y un hermano que todavía están... en el este.

A pesar de sí mismo, William empezó a relajarse. Había algo particular en la voz de Zac, en su mirada, cuando hablaba de su familia.

Pero aquello ya era más que suficiente, decidió Ness. Empujó el cuenco a un lado, tomó su taza de té con ambas manos, se reclinó en la silla y miró a su padre.

Ness: Si tienes un formulario a mano, estoy segura de que Zac lo rellenará encantado. Así también podrás saber su fecha de nacimiento y su número de la seguridad social.

Will: Estás un poco quisquillosa, ¿verdad? -comentó por encima de su tenedor-.

Ness: ¿Que yo estoy un poco quisquillosa?

Will: No te disculpes -le palmeó la mano-. Todos lo estamos. Y dime, Zac, ¿a qué partido está afiliado tu padre?

Ness: ¡Papá!

Will: Solo estaba bromeando -con una sonrisa lobuna, estiró el brazo para sentar a Ness en su regazo-. Nació en esta casa, ¿sabes?

Zac: Sí, me lo contó -observó a Ness rodear el cuello de su padre con el brazo-.

Will: Solía jugar desnuda en la hierba mientras yo trabajaba en el huerto.

Casi a su pesar, Ness soltó una carcajada, mientras cerraba amenazadora la mano en el cuello de su padre.

Ness: Eres un monstruo.

Will: ¿Puedo preguntarle qué le parece Dylan?

Ness negó con la cabeza.

Ness: No.

Zac: ¿Bob Dylan o Dylan Thomas? -preguntó ganándose una mirada recelosa de William y otra de sorpresa de Ness, que casi inmediatamente se acordó de su afición por la poesía-.

Will: Sobre los dos.

Zac: Dylan Thomas es brillante, pero deprimente. Prefiero leer a Bob Dylan.

Will: ¿Leer?

Ness: Las letras de las canciones, papá. Y ahora que eso ya está aclarado, ¿por qué no me cuentas el motivo por el que estás aquí, en vez de estar volviendo locos a tus directores?

Will: Quería ver a mi hijita.

Ness lo besó, porque sabía que en parte era verdad.

Ness: Te vi cuando volviste del sur del Pacífico. Inténtalo otra vez.

Will: Y también quería que Carol tomara un poco de aire fresco -le dirigió a su mujer una mirada rebosante de orgullo-. Ambos pensamos que este ambiente va muy bien durante los dos primeros meses, así que hemos decidido probarlo otra vez.

Ness: ¿De qué demonios estás hablando?

Will: Estoy hablando de que este lugar es estupendo en la condición en la que se encuentra tu madre.

Ness: ¿La condición de mi madre? ¿Estás enferma? -se levantó y tomó la mano de su madre-. ¿Qué te pasa?

Caroline: Will, siempre tienes que andarte con rodeos. Lo que tu padre está intentando decirte es que estoy embarazada.

Ness: ¿Embarazada? -sintió que se le debilitaban las rodillas-. ¿Pero cómo?

Zac: ¿Y tú te llamas científica? -murmuró haciendo reír por primera vez a Will-.

Ness: Pero...

Demasiado aturdida para decir nada, Ness miraba alternativamente a sus padres. Eran jóvenes, apenas tenían algo más de cuarenta años, y ambos eran personas muy vitalistas. Sabía que no era nada fuera de lo normal que las parejas tuvieran hijos a los cuarenta. Pero eran sus padres...

Ness: Vais a tener un bebé. No sé qué decir.

Will: Intenta felicitarnos -le sugirió-.

Ness: No. Sí, quiero decir. Necesito sentarme.

Y lo hizo, pero entre las dos sillas de sus padres. Descubrió que con sentarse no le bastaba y tomó aire varias veces.

Caroline: ¿Cómo te encuentras?

Ness: Estoy completamente desconcertada -alzó la mirada y estudió el rostro de su madre-. ¿Y tú, cómo te encuentras tú?

Caroline: Como si tuviera dieciocho años... Aunque he conseguido quitarle a Will de la cabeza la idea de que diera a luz en la cabaña, como hice contigo y con Sunny.

Will: Esta mujer ha perdido sus valores -musitó, aunque la verdad era que había sido un gran alivio para él que Caroline hubiera insistido en dar a luz en un hospital-. Bueno, Ness, ¿qué te parece?

Ness se puso de rodillas para poder abrazarlos a los dos.

Ness: Creo que deberíamos celebrarlo.

Will: En eso me he adelantado -se levantó, se acercó al refrigerador y sacó una botella-. Zumo de manzana con burbujas.

Descorcharon la botella con una pequeña explosión, tan festiva como la del champán. Brindaron por el bebé, por Sunny, que no podía estar con ellos, por el pasado y por el futuro. Zac se unió a ellos, dejándose envolver por su alegría. Aquella era otra de las cosas que el tiempo no había cambiado: la alegría que producía la llegada al mundo de un bebé deseado.

Zac nunca había pensado muy en serio en fundar una familia. Siempre había sabido que cuando llegaran el momento y la mujer indicados, el resto caería por sí solo. En ese momento, se descubrió a sí mismo imaginándose lo que sería poder brindar con Ness por el nacimiento de su propio hijo.

Un pensamiento peligroso. Imposible. Ya solo le quedaban unos días a su lado. Unas horas quizá. Y para formar una familia, se necesitaba toda una vida.

Y mientras sentía el anhelo de esa vida, al ver a los padres de Ness juntos, se acordó de su propia familia.

¿Estarían mirando al cielo, preguntándose dónde y cómo estaba? Si al menos pudiera hacerles saber que estaba a salvo...

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Hum? ¿Qué? -pestañeó y advirtió que Ness lo estaba mirando fijamente-. Lo siento.

Ness: Estaba diciendo que deberíamos encender la chimenea.

Zac: Claro.

Caroline: Uno de mis rincones favoritos en la cabaña es el que está frente a la chimenea -tomó a William del brazo-. Me alegro tanto de que hayamos venido a pasar la noche.

Ness: ¿La noche?

Caroline: Íbamos de camino a Carmel -decidió, y le apretó suavemente el brazo a su esposo, antes de que pudiera decir nada-. Estoy deseando dar una vuelta por la costa.

Will: Lo que estaba deseando era tomarse una hamburguesa de queso con brotes de alfalfa. Fue entonces cuando comprendí que estaba embarazada.

Caroline: Y estar embarazada me da derecho a echarme una siesta -le dirigió a su marido una sonrisa-. ¿Por qué no subes a arroparme?

Will: A mí también me apetece dormir un rato -le pasó el brazo por los hombros y comenzaron a subir-. ¿Carmel? Lo último que había oído era que íbamos a pasar una semana aquí. ¿Desde cuándo se supone que vamos a ir a Carmel?

Caroline: Desde que cuatro son multitud.

Will: Es posible, pero todavía no he decidido si me gusta la idea de dejar a Ness con él.

Caroline: A ella le gusta.

Caroline se adentró en el dormitorio e inmediatamente fluyeron los recuerdos. Las noches que allí habían compartido, las mañanas. Habían hecho el amor en aquella cama, habían tenido discusiones políticas y habían imaginado mil formas de salvar el mundo. Allí había reído, llorado y dado a luz a sus hijas. Se sentó al borde de la cama y acarició la colcha. Casi podía oír el rumor de los recuerdos.
Will, con las, manos en los bolsillos del pantalón, se acercó a la ventana.

Carol sonrió tras él, recordando cómo era a los dieciocho años. Más delgado, recordó, más idealista todavía... e igualmente maravilloso. Siempre habían adorado aquel lugar en el que podían ser niños y en el que habían tenido a sus hijas. Cuando las cosas habían cambiado, nunca habían perdido de vista quiénes eran y cuáles eran sus orígenes. Caroline entendía perfectamente a Will. Oía sus pensamientos como si estuvieran discurriendo en su propia cabeza.

Will: Piloto de carga -musitó-. ¿Y qué demonios de apellido es ese de Efron? Hay algo extraño en él, Carol. No sé lo que es, pero hay algo que me suena a falso.

Caroline: ¿No confías en Vanessa?

Will: Por supuesto que sí -se volvió hacia ella, ofendido-. Es en él en quien no confío.

Caroline: Ah, el eco del tiempo -se llevó la mano a la oreja-. Esas palabras son las mismas que dijo una vez mi padre hablando de ti.

Will: A tu padre no se le daba nada bien juzgar a las personas -musitó y se volvió hacia la ventana-.

Caroline: A pocos hombres se les da bien cuando tienen que juzgar a los hombres que sus hijas eligen. Te recuerdo diciéndole a mi padre que yo sabía perfectamente lo que hacía. Veamos, ¿esa fue la primera o la segunda vez que mi padre te echó de casa?

Will: Creo que me lo dijo las dos veces -no pudo menos que sonreír-. Te dijo que volverías en menos de seis meses y que yo terminaría vendiendo margaritas en una esquina de cualquier calle.  Qué ridiculez, ¿verdad?

Caroline: Eso fue hace casi veinticinco años.

Will: No hace falta que me lo restriegues por la nariz -se frotó la barba-. ¿No te molesta que estén aquí... juntos?

Caroline: ¿Te refieres a que sean amantes?

Will: Sí -volvió a hundir las manos en los bolsillos-. Es nuestra pequeña.

Caroline: Recuerdo que tú me explicaste en una ocasión que hacer el amor era la expresión más natural de amor y confianza entre dos personas. Que los prejuicios sobre el sexo tendrían que ser erradicados si el mundo quería llegar alguna vez a disfrutar de una verdadera paz.

Will: Yo no dije eso.

Caroline: Claro que sí. Estábamos en el asiento trasero de tu coche, y todas las ventanas estaban empañadas, por cierto.

William no pudo dejar de sonreír.

Will: Supongo que funcionó.

Caroline: Desde luego, principalmente porque para entonces yo ya había decidido que eras el único hombre al que quería. Eras el primer y único hombre del que me había enamorado, Will, así que sabía que tenía razón -le tendió la mano y esperó a que su marido se la tomara-. Ese hombre que está en el piso de abajo es el único hombre del que Ness se ha enamorado. Estoy convencida de que ella sabe que está haciendo lo que debe -Will comenzó a protestar, pero Caroline le tiró de la mano-. Nosotros las hemos educado siguiendo el dictado de nuestros corazones, ¿y crees que hemos cometido algún error?

Will: No -posó la mano extendida en el vientre de su esposa-. Y haremos lo mismo con este.

Caroline: Tiene unos ojos muy bonitos -dijo suavemente-. Cuando la mira, parece reflejarse su corazón en ellos.

Will: Siempre has sido una romántica. Por eso conseguí atraparte.

Caroline: Y retenerme a tu lado -musitó contra sus labios-.

Will: Exacto -jugueteó con el borde de su jersey, sabiendo lo fácil que sería deslizarlo por encima de su cabeza y lo que encontraría debajo-. En realidad no quieres dormir, ¿verdad?

Con una carcajada, Caroline se echó hacia atrás y ambos terminaron tumbados en la cama.


Ness: Es tan raro -se dejó caer en la hierba, al lado del arroyo-. Pensar que mis padres van a tener otro hijo. Parecen felices, ¿verdad?

Zac: Mucho -se sentó a su lado-. Excepto cuando tu padre me mira con el ceño fruncido.

Ness soltó una carcajada y posó la cabeza en su hombro.

Ness: Lo siento. Normalmente es un hombre muy amable.

Zac: Tendré que fiarme de ti -tomó una brizna de hierba-.

En realidad, apenas importaba que contara o no con la aprobación del padre de Ness. Zac pronto saldría de su vida, y de la de Ness, para siempre.

Ness adoraba estar al lado del agua, viéndola correr sobre las piedras. La hierba crecía larga y suave, salpicada por diminutas florecillas azules. En verano, saldría la dedalera, que crecería hasta la altura de un ser humano y se inclinaría sobre el arroyo con su campanillas violetas o blancas. Habría azucenas y aguileñas. Al atardecer, los ciervos se acercarían a beber al arroyo, y de tanto en tanto, algún oso caminaría tambaleante hasta allí con intención de pescar.

Ness no quería pensar en el verano, sino en el presente, cuando el aire era fresco, y el agua, clara y cristalina, sabía a viento. Las ardillas corrían por el bosque. Cuando eran niñas, ella y Sunny les daban de comer en sus propias manos.

Cada vez que viajara, a islas remotas o desiertos lejanos, siempre recordaría aquellos años de vida. Y siempre daría las gracias por ellos.

Ness: Va a ser un bebé muy afortunado -murmuró. De pronto sonrió, al reparar en algo que no se le había ocurrido hasta entonces-. Pensar que después de tantos años voy a tener un hermanito...

Zac pensó en su hermano, Dylan, en su carácter colérico y su mente astuta e inquieta.

Zac: Siempre quise tener una hermana.

Ness: Eso es algo fácil de decir. Pero después siempre son más guapas que tú.

Zac se tumbó en la hierba.

Zac: Me gustaría conocer a tu hermana. ¡Ay! -se frotó la mano que Ness acababa de pellizcarle-.

Ness: Concéntrate en mí.

Zac: Eso es lo único que parezco capaz de hacer -apoyó el brazo al lado de su cabeza y estudió su rostro-. Tengo que regresar un rato a la nave.

Ness intentó apartar la tristeza de sus ojos. Le había resultado demasiado fácil fingir que no había nave, que no había futuro.

Ness: No he tenido oportunidad de preguntarte cómo han ido las cosas.

Demasiado rápidas, pensó Zac.

Zac: Sabré más cuando compruebe los datos que ha obtenido el ordenador. ¿Puedes inventar una excusa para tus padres, por si se despiertan antes de que haya vuelto?

Ness: Les diré que has ido a meditar. Seguro que a mi padre le encantará.

Zac: De acuerdo. Entonces, esta noche... -bajó la cabeza y le dio un beso-. Me concentraré en ti.

Ness: Concentrarte va a ser lo único que vas a poder hacer -le rodeó el cuello con los brazos-. Porque vas a dormir en el sofá.

Zac: Voy a dormir en el sofá.

Ness: Definitivamente.

Zac: En ese caso... -se deslizó a su lado-.

Más tarde, durante la noche, cuando el fuego ardía en la chimenea y la casa estaba en silencio, Zac permanecía solo y completamente vestido en el sofá. Sabía cómo regresar. O al menos, sabía cómo había llegado hasta allí y dónde y cuando revertir el proceso.

Con unas cuantas reparaciones, básicamente innecesarias, estaría preparado para marcharse. Técnicamente estaría preparado, sí. Pero sentimentalmente... Nada había estado tan cerca de desgarrarlo en dos.

Si Ness le pidiera que se quedara... Dios, temía que lo hiciera porque de aquella forma rompería el equilibrio del tira y afloja que lo estaba destrozando.  Pero Ness jamás le pediría que se quedara.  De la misma forma que él nunca le pediría que se fuera con él.

Quizá cuando volviera a su mundo y ofreciera los datos que su extraño viaje le había permitido obtener, encontrara una forma menos peligrosa para conquistar el tiempo. Y quizá entonces podría volver.

Giró la cabeza y fijó la mirada en el fuego. Solo eran fantasías. Ness era capaz de enfrentarse a los hechos. Y también lo sería él.

Creyó oírla bajar por las escaleras. Pero cuando miró hacia allí, descubrió a William.

Will: ¿Problemas para dormir?

Zac: Algunos, ¿y tú?

Will: Siempre me ha gustado esta cabaña por la noche -como amaba a su hija, estaba decidido a hacer un esfuerzo para mostrarse, si no amistoso, al menos civilizado-. El silencio y la oscuridad -se interrumpió para añadir otro tronco a la chimenea. Saltaron chispas que al momento se apaciguaron-. Nunca me imaginaba viviendo en otro lugar.

Zac: Yo tampoco me había imaginado nunca viviendo en un lugar como este, o pensando que sería tan difícil dejarlo.

Will: Un largo viaje desde Filadelfia.

Zac: Muy largo.

William reconocía la melancolía cuando la oía. Y la había cortejado durante su juventud, confundiéndola con el romanticismo. Relajándose un poco, tomó la botella de brandy y dos copas.

Will: ¿Quieres una copa?

Zac: Sí, gracias.

William se sentó en una de las sillas y estiró las piernas.

Will: Solía sentarme aquí a intentar comprender el sentido de la vida.

Zac: ¿Y alguna vez lo comprendió?

Will: A veces lo entendía, a veces no.

De alguna manera, todo era mucho más fácil cuando sus preocupaciones eran la paz mundial y la transformación del mundo. En ese momento, que el cielo lo ayudara, estaba ya cerca de los cincuenta, en una etapa de la vida que siempre había considerado gris y lejana. Le recordaba que alguna vez había sido un hombre joven, mucho más joven que el hombre que tenía en aquel momento frente a él, con la cabeza llena de nubarrones y una mujer en la mente. Los tiempos estaban cambiando, pensó con ironía, y giró el brandy en su copa.

Will: ¿Estás enamorado de Ness?

Zac: Me estaba haciendo a mí mismo esa pregunta.

William tomó un sorbo de brandy. Prefería el reflejo de la duda y la frustración que había en sus palabras a una respuesta excesivamente desenvuelta. Él siempre había sido demasiado locuaz.  No le extrañaba que el padre de Caroline lo hubiera detestado.

Will: ¿Y has encontrado alguna respuesta?

Zac: Ninguna que me resulte cómoda.

William asintió y alzó su copa.

Will: Antes de conocer a Carol, estaba pensando en unirme a los Cuerpos de Paz o meterme en un monasterio tibetano. Ella acababa de salir del instituto. Y su padre quería matarme.

Zac sonrió radiante. Estaba empezando a disfrutar del brandy.

Zac: Esta tarde, ha habido un momento en el que he agradecido que no tuviera un arma cerca.

Will: Al ser pacifista por naturaleza, nunca voy a pasar de los pensamientos a los hechos -le aseguró-. El padre de Carol todavía no se ha quitado esa idea de la cabeza. Yo estoy deseando decirle que su hija ha vuelto a quedarse embarazada -saboreaba satisfecho la idea-.

Zac: Ness está deseando tener un hermano.

Will: ¿Eso te ha dicho? -sonrió, deleitándose en la idea de tener un hijo-. Ella fue la primera. Cada hijo es un milagro, pero el primero... Supongo que es algo que nunca se supera.

Zac: Para mí, Ness también es un milagro. Ha cambiado mi vida.

La mirada de William se endureció. Efron podía no darse cuenta de que estaba enamorado, pensó, pero había pocas dudas al respecto.

Will: A Carol le gustas. Ella siempre ha sabido ver en el corazón de las personas. Yo solo quería decirte que Ness no es tan fuerte como parece. Ten cuidado con ella -se levantó, temiendo estar a punto de comenzar a pontificar-. Intenta dormir -le aconsejó-. Carol piensa levantarse al amanecer para preparar tortitas integrales o yogurt de kiwi -hizo una mueca. En su corazón, siempre continuaría añorando los huevos y el tocino en el desayuno-. Has ganado muchos puntos devorando ese estofado de tofu.

Zac: Estaba delicioso.

Will: No me extraña entonces que le gustes -se detuvo al pie de la escalera-. ¿Sabes? Tengo un jersey igual que el tuyo.

Zac: ¿De verdad? -no fue capaz de reprimir una sonrisa-. Qué pequeño es el mundo.


2 comentarios:

Caromi dijo...

Que vergüenza ha de haber pasado Zac al agarrar asi a su suegra XD
Y el papá Ness, como se le ocurre decirle a Zac lo de Nessa desnuda XD
muy bien capi aunque algo triste u.u
Espero que se quede, o x lo menos se vayan juntos a vivir a venus
publica pronto el siguiente pleasee

Maria jose dijo...

Jajaja aun no supero la vergüenza que paso zac jajaja
Espera un minuto.... eso del final del jersey se me hizo muy raro...
Sube pronto por favor

Saludos

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