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sábado, 30 de diciembre de 2023

Capítulo 19


Vanessa estaba sirviendo los vasos de margaritas en la cocina cuando Dana Sue entró sin llamar en su apartamento. Estaba tan desesperada por hablar con alguien que había invitado a las Magnolias a tomar algo en su casa.

Dana: ¡Cuéntamelo todo! -exigió mientras dejaba un cuenco de guacamole y una bolsa de patatas fritas en la mesa-. Zac y tú por poco prendéis fuego al restaurante esta tarde.

Ness: Lo sé -murmuró mientras entraba Maddie con un plato de suculentos brownies-.

Maddie: No digas nada hasta que llegue Helen -le ordenó, agarrando su margarita-.

Helen: Ya estoy aquí.

Estaba sirviendo las galletitas saladas y los bocaditos de queso en los platos que Vanessa había sacado de las cajas de la inminente mudanza.

Helen: Y ahora ¿puede alguien decirme qué está pasando?

Agradecida porque todas hubieran respondido a su invitación, Vanessa se creyó por primera vez que era una más de las Magnolias y rompió a llorar.

Helen: Vamos, vamos -la consoló, quien era la menos efusiva de las tres-. 

Le dio unas torpes palmaditas en la espalda y se la pasó a Maddie.

Dana Sue le puso un puñado de pañuelos en la mano.

Dana: Vamos a sentarnos y a comenzar por el principio -decidió, y llevaron las cosas a la otra habitación-. Bueno… la última vez que os vi a Zac y a ti, ibais derechos a la cama.

Maddie: ¿Tú y Zac estabais pensando en acostaros? -preguntó perpleja-. ¿Hoy? Pensaba que sólo ibais a comer. Luego me llamó Dana Sue para decirme que te ibas a casa a descansar y… Oh, ya lo pillo.

Dana Sue sonrió y habló por Vanessa, quien parecía incapaz de articular palabra.

Dana: Eso es. Una cosa llevó a la otra.

Maddie: Ya veo. Vaya almuerzo que debió de ser…

Helen: Entonces, ¿qué pasó? ¿No estuvo a la altura de las expectativas?

Vanessa ahogó una carcajada, o tal vez fue un sollozo.

Ness: No lo sé -admitió-. Él… Esto es demasiado humillante para mí.

Helen: ¿Él qué? -la acució con impaciencia-.

Maddie: Déjala hablar -le ordenó dándole un codazo en las costillas-.

Ness: Me rechazó -dijo en voz baja y avergonzada-. Y luego me dijo que me quería. O algo así. Estaba demasiado avergonzada para prestar atención a sus palabras.

Dana: ¿Ese hombre te dijo que te quería y no oíste los detalles? -le preguntó incrédula-.

Ness: Después de que se negara a acostarse conmigo -le recordó-.

Maddie: Está bien -dijo en tono apaciguador-. ¿Te dijo por qué no quería acostarse contigo? Debía de tener una razón. Todo el pueblo sabe que ha estado deseándote desde que llegó.

Helen asintió.

Helen: En Wharton’s estaban apostando a ver lo que tardabas en entregarte. 

Vanessa la miró con consternación, aunque no debía sorprenderla. En Wharton’s apostaban por todo, incluida la posibilidad de que ella se acostara con Zac.

Maddie: ¿Tenías que decirlo? -reprendió a Helen-. Éste no es el momento.

Helen: Sólo estoy informando de los hechos -se quejó-.

Maddie apretó con fuerza la mano de Vanessa.

Maddie: No le hagas caso. Dime, ¿qué te dijo Zac? 

Vanessa apuró el resto de su margarita de un trago.

Ness: Me… me dijo que sólo deseaba su cuerpo.

Las tres mujeres la miraron y luego intercambiaron miradas entre ellas. Maddie fue la primera en intentar reprimir una carcajada, en vano. Las otras dos la imitaron, sin mucho más éxito, y pronto Vanessa estuvo riendo también. Rió hasta que empezaron a dolerle los costados.

Ness: Creo que estoy un poco mareada -murmuró-.

Helen: ¡Solamente llevas un margarita! -le recordó -.

Maddie: Creo que te olvidas de lo más importante que pasó esta tarde -dijo cuando cesaron finalmente las risas-. Zac te dijo que estaba enamorado de ti. ¿No es eso lo que importa?

Vanessa se sirvió otro margarita y suspiró.

Ness: Me moría por acostarme con él, aunque su madre sea una arpía -les ofreció una sonrisa temblorosa-. ¿Os he dicho que a mi madre le ha causado muy buena impresión, y viceversa?

Helen: Tal vez sí que esté un poco bebida -murmuró-. ¿Es éste tu segunda margarita, Vanessa?

Ness: No, creo que me he tomado uno o dos antes de que llegarais. 

Helen hizo una mueca.

Helen: Entonces no tiene mucho sentido seguir hablando. Deberías irte a la cama y dejar esta conversación para mañana.

Ness: Pero necesito consejo ahora -protestó-.

Helen: ¿Por qué? ¿Acaso Zac se marcha del pueblo esta noche?

Ness: No, pero… -las tres la miraron con expectación-. No sé por qué.

Helen: Pues ya está -dijo levantándose-. Ve a darte una ducha y acuéstate.

Dana: Yo me quedaré contigo. Para asegurarme de que no te ahogues.


Zac estaba sentado detrás de su mesa, mirando taciturnamente un informe sobre la deficiente infraestructura del pueblo, cuando Cal, Ronnie y Erik entraron en su despacho con caras de pocos amigos.

Zac: ¿Qué os pasa? ¿Malas noticias?

Cal: Le has hecho daño a Vanessa. 

Zac parpadeó, asombrado.

Zac: ¿Y ahora qué? ¿Vais a castigarme? 

Ronnie sonrió.

Ronnie: Algo así… Se supone que tenemos que hablar muy seriamente contigo.

Erik: En realidad no estoy seguro de que sea culpa tuya. Le dijiste que la amabas, ¿verdad?

Zac: Sí -no le sorprendía en absoluto que ya se hubieran enterado. En Serenity los rumores se propagaban más rápido que cualquier noticia por Internet-. ¿Qué os importa a vosotros? -les preguntó con expresión desafiante, pero enseguida se retrajo-. No sé para qué pregunto. Supongo que venís en nombre de las Magnolias unidas o algo así.

Cal: Exacto. Al parecer, anoche se reunieron en casa de Vanessa para tomar margaritas y quién sabe qué más. El caso es que Vanessa acabó llorando, y eso basta para ponerte en serios apuros, amigo mío.

Zac: ¿Vanessa lloró? 

Erik: Es la misma noticia que me ha llegado a mí.

Zac: ¿Y ahora qué? ¿Me he ganado una paliza?

No lo decía enteramente bromeando. Aquellos hombres eran personas sensatas y razonables, pero sus mujeres eran otro cantar.

Ronnie: Se supone que tenemos que asegurarnos de que no lo vuelvas a hacer.

Zac: ¿Bastará con mi palabra? 

Erik se encogió de hombros.

Erik: Por mí, vale.
 
Cal: Por mí también.

Ronnie: De acuerdo -concluyó aparentemente satisfecho-. Tengo que volver al trabajo.

Cal: Yo también.

Erik soltó un profundo suspiro.

Erik: Entonces ¿debo ser yo quien les dé la noticia? ¿Acaso no sabéis lo escéptica que puede ser Helen?

Ronnie: Puedes decírselo a Dana Sue cuando la veas en el restaurante y dejar que sea ella quien se lo cuente a las demás -sugirió-.

Erik: ¿Y estar un mes oyéndola? Ni hablar… Se lo diré a Helen -le lanzó a Zac una mirada de advertencia-. Si no se queda satisfecha, se presentará en tu puerta antes de que acabe el día, así que prepárate. Comparada con ella, la Inquisición parece un programa de tertulias.

Zac: Tomo nota. ¿Qué os parece echar unas canastas esta noche? ¿Jugáis al baloncesto?

Cal: ¿No deberías intentar arreglar las cosas esta noche? 

Zac lo pensó un momento.

Zac: Antes tengo que ver cómo transcurre el resto del día.

Ronnie: En ese caso, cuenta conmigo para esta noche.

Cal: Allí estaré. ¿Y tú, Erik?

Erik: Desde luego… siempre que Helen no decida cargarse al mensajero -le sonrió a Zac-. ¿Te importa si le digo que pareces avergonzado y que estás dispuesto a arrastrarte un poco?

Zac: Adelante -concedió-. 

Dijera lo que dijera Erik, no estaría muy alejado de la verdad.


Vanessa sabía que los maridos de sus amigas habían hablado con Zac, pero no tenía ni idea de la conversación que habían mantenido. Por suerte, no tenía mucho tiempo para pensar en ello. Cuando no estaba en el trabajo, estaba preparando la mudanza a su nueva casa, que finalmente se llevaría a cabo aquel sábado por la mañana. Estaba esperando a los chicos y Maddie le había asegurado que Zac seguía decidido a ayudarla, pero Vanessa no estaba muy convencida. Ni siquiera estaba segura de que quisiera verlo. Su tímida declaración la había dejado muy confusa.

Oyó el motor de un camión y miró por la ventana. Cal y Erik estaban bajando de la cabina, pero no había ni rastro de Ronnie y Zac.

Ness: Lo sabía -murmuró, incapaz de contener un suspiro de decepción-.

No quería que nadie la viera en aquel estado, de modo que se esforzó por recibir a los hombres con una radiante sonrisa.

Ness: Hay café y pastas en la cocina. Ya está todo empaquetado y no he cargado mucho las cajas, así que podré bajarlas yo misma mientras vosotros lleváis los muebles.

Cal: Tú no vas a llevar nada -le prohibió-. Para eso estamos aquí. Es más, creo que deberías adelantarte e ir viendo dónde quieres que dejemos las cosas cuando lleguemos.

Ness: He marcado las cajas.

Erik: Pero no puedes meter montones de cajas en cada habitación -objetó-. Elige una habitación y lo meteremos todo allí. Luego puedes ir sacando caja por caja y llevándola a su sitio. De esa manera tendrás el resto de la casa habitable desde el primer momento.

Ness: Es una gran idea. Ojalá hubiera hecho lo mismo en las otras mudanzas.

Erik: Bueno, pues vete para allá y decide qué habitación quieres para dejar las cosas. Seguramente tengas que supervisar a los otros.

Ness: ¿Los otros? -repitió-.

Erik: Helen, Maddie y Dana Sue están barriendo y fregando el suelo, y Ronnie y Zac están pintando. Nos ayudarán a descargar las cosas.

Ness: Pero… -se había quedado absolutamente desconcertada. Lo único que había esperado era un poco de ayuda para transportar los muebles-. ¿Están limpiando y pintando?

Cal: Mientras nosotros estamos aquí, hablando. Y Zac estaba empeñado en pintar uno de los dormitorios de azul marino. No sé si es lo que tenías pensado, pero dijo que le gustaba ese color.

Ness: ¿Qué demonios…? -empezó a farfullar, pero entonces recordó la decisión de Zac de compartir la casa con ella-. 

Al parecer seguía decidido a hacerlo, y ni siquiera su intento de seducirlo lo había hecho desistir.

Agarro el bolso de la mesa del comedor.

Ness: ¿Seguro que no me necesitáis aquí?

Erik: No tanto como te necesitan allí -respondió sonriendo-.

Cal: Lo tenemos todo bajo control -le aseguró, pero volvió a llamarla cuando Vanessa estaba saliendo por la puerta-. Y si decides estrangularlo, espera hasta que lleguemos, ¿de acuerdo?

Ness: ¿Para que podáis protegerlo?

Cal: No, no. Para que podamos verlo.


Zac ya había dado la primera mano de azul marino al dormitorio de invitados cuando Vanessa irrumpió como un vendaval y se detuvo en seco, con los ojos muy abiertos.

Ness: ¿Qué te crees que estás haciendo? -le preguntó en tono furioso e indignado-.

Zac: ¿No es evidente?

Ness: ¿Azul marino? ¿Quién quiere dormir en una habitación tan oscura?

Zac: Yo.

Ness: Tú no vas a dormir en esta habitación. Ni en ninguna otra de esta casa.

Zac: Eso no es lo que sugeriste el otro día -le recordó-.

Ness: Un caballero no volvería a sacar ese tema.

Zac: Entonces ya sabemos lo que soy -replicó mientras seguía pintando-.

Ness: Un cerdo asqueroso -sugirió dulcemente-.

Zac reprimió una sonrisa. Al menos Vanessa le estaba hablando. 

Ella se acercó y lo miró fijamente.

Ness: ¿Estás sonriendo? Por favor… dime que no estás sonriendo.

Zac: No estoy sonriendo -dijo, aunque sus labios lo contradecían-.
 
Ness: Zac Efron, esto no tiene la más mínima gracia. No quiero que te hagas ideas equivocadas sobre mí o sobre esta habitación.

Zac: Demasiado tarde. Tengo muchas ideas… Tú me las has dado casi todas.

Ness: Pues olvídalas.

Zac: Lo siento, cariño. No puedo hacerlo. Y menos si estás frente a mí, echando fuego por los ojos. Esa mirada hace que quiera besarte.

Ella retrocedió un paso, horrorizada.

Ness: Nada de besos.

Zac la miró muy serio.

Zac: Últimamente, parece que te cuesta mucho aclararte.

Ness: Oh, vete al infierno -espetó, y salió de la habitación-.

Esa vez, Zac ni siquiera se molestó en intentar reprimir la sonrisa. Las cosas habían salido mucho mejor de lo que esperaba.

Había pensado mucho en la estupidez cometida días atrás. La próxima vez que Vanessa le hiciera una proposición la aceptaría sin dudarlo, aunque, viendo el resultado anterior, no era muy probable que tal cosa fuera a repetirse en un futuro cercano.

Y como él no era un hombre paciente, tendría que hacer todo lo posible por acelerar el proceso…


El mobiliario de Vanessa no bastaba para llenar la casa, pero sus muebles habían sido estratégicamente colocados y todo relucía como si fuera nuevo. Los suelos de parqué habían sido encerados y toda la planta baja estaba recién pintada, incluida la habitación de invitados con aquel ridículo azul marino. En realidad había quedado bastante bien, y el color combinaba a la perfección con la madera blanca, pero no estaba dispuesta a admitirlo ante nadie. De hecho, había elegido aquella habitación para almacenar las cajas y de ese modo dejarle claro a Zac que no podía instalarse en ella. Estaba tan atestada que era casi imposible cruzar la puerta.
 
Las cajas de pizza y botellas de cerveza vacías habían sido recogidas con el primer cargamento de basura y cajas de embalaje, y Vanessa estaba finalmente sola en su nuevo hogar. Miró a su alrededor y los ojos se le llenaron de lágrimas. Se sentía un poco abrumada al saber que aquella casa le pertenecía, que allí podría construir la clase de vida que deseara.

El último de los CD llegó a su fin y el silencio inundó la estancia. Después de tantos años viviendo en apartamentos diminutos, separada de vecinos ruidosos por un simple tabique, la sensación de calma y soledad le resultaba estremecedora. Entonces llamaron a la puerta y dio un respingo.

Apartó la cortina de encaje de la puerta para echar un vistazo por el cristal. Zac estaba en el porche, con una botella de champán en una mano y un ramo de flores en la otra. A Vanessa le dio un vuelco el corazón al verlo, pero se atrevió a abrir una rendija.

Ness: ¿Qué haces aquí?

Zac: Quería celebrar contigo que ya estás en tu nuevo hogar.

Ness: Ya estuviste aquí antes, cuando brindamos todos.

Zac: Pensé que sería mejor celebrar algo más íntimo -sus ojos brillaban de esperanza-.

Ness: Me confundes -murmuró-.

Zac: Y tú a mí -respondió con una ligera sonrisa-.

Vanessa reflexionó un instante y se apartó para dejarlo pasar.

Ness: Puedes quedarte unos minutos. El tiempo de tomar una copa de champán y ya está.

Zac: De acuerdo.

Ness: ¿Qué hay en esa bolsa?

Zac: Copas de champán. No sabía si tendrías algunas, o si las habías desempaquetado.

Extrajo dos elegantes copas de cristal de la bolsa. Parecían ser muy antiguas y valiosas.

Ness: ¿Has saqueado el armario de porcelana de tu madre? 

Él se echó a reír.

Zac: Algo parecido.

Vanessa vio el distintivo de la marca Waterford en la base de la copa.

Ness: Buen gusto.

Zac: Me alegra que te guste -dijo mientras descorchaba la botella y llenaba las copas hasta el borde, sonriendo al ver su reacción-. Ya que sólo me permites una copa, quiero que dure lo más posible -le tendió una copa y levantó la suya-. Por que encuentres la felicidad que mereces en tu nuevo hogar.

Ness: Gracias -tomó un sorbo de champán y se arriesgó finalmente a mirarlo a los ojos para formularle la pregunta que llevaba acosándola todo el día-. ¿Qué estás haciendo aquí realmente? No me refiero a este momento, sino a todo el día.

Zac: ¿No es evidente?

Ness: Para mí no.

Zac: Estoy intentando disculparme.

Ness: ¿Por?

Zac: Por haberte rechazado. Por humillarte. Por hacerte pensar que no te deseaba -la miró fijamente a los ojos-. ¿Qué tal lo estoy haciendo?

Ness: Es un buen comienzo. Sigue así.

Él se inclinó hacia delante con expresión muy seria.

Zac: Me pillaste por sorpresa. Llevaba mucho tiempo deseándote y de repente estabas dispuesta a acostarte conmigo. Me dejaste tan desconcertado que lo único que se me ocurrió fue poner en duda tus verdaderos motivos. Fue una estupidez por mi parte.

Vanessa suspiró.

Ness: No, no tanto. Tenías razón al cuestionarme. Y también tenías razón al suponer que acabaría arrepintiéndome si lo que hacíamos no significaba nada.

Zac: Habría significado algo -dijo en tono tajante-.

Ness: Pero no lo que tendría que significar -arguyó-. No habría sido un compromiso. No habría sido el primer paso hacia algo permanente.

Zac: Pareces muy segura de eso.

Ness: Lo estoy. Eres un hombre ambicioso y tienes todo tu futuro por delante. Es algo que admiro de ti, en serio, pero en ese futuro no parece haber lugar para mí.

Él se limitó a asentir, confirmando sus sospechas. Una parte de ella había deseado que la contradijera y borrara sus dudas.

Zac: Hace unas semanas no me explicaba cómo podías llegar a esa conclusión. Ahora creo que sí lo entiendo.

Ness: ¿Sí?

Zac: Me dijiste lo que pasó después de la muerte de tu hermano… Cómo tus padres te dejaron de lado y te hicieron sentir que no importabas. Aquello debió de hacerte mucho daño.

Ness: No te imaginas cuánto -murmuró-.

Zac: Esa clase de sufrimiento deja cicatrices muy profundas. Y esas heridas te fortalecen hasta el punto de que no permites que nadie vuelva a hacerte daño. No quieres sentirte menos importante de lo que mereces ser para alguien.

Ness: Te equivocas. Durante mucho tiempo creía que era eso lo que merecía. Me metía de cabeza en unas relaciones que desde el principio estaban condenadas, aun sabiendo cómo acabarían. Siempre era el segundo plato de alguien. Cuando me vine a Serenity tras uno más de esos fracasos, me juré a mí misma que sería el último.

Zac: Y para protegerte de nuevos fracasos, decidiste que nadie más se acercara a ti… Especialmente alguien como yo.

Ness: Exacto.

Zac: ¿Y si pudiera demostrarte que no soy tan malo como crees?

Ness: No creo que puedas. Ya has dejado muy claro cuáles son tus planes. Ahora no puedes echarte atrás.

Zac: ¿Dejarás al menos que lo intente?

Ness: No sé cómo vas a hacerlo. Son tus planes de futuro.

Zac: Todo puede cambiar -repuso simplemente-.

Ness: Hay cosas que no cambian de un día para otro.

Zac: Cierto -concedió-. Me llevará tiempo convencerte de que lo nuestro puede funcionar.

Ness: Pero ¿es que no lo ves? Tiempo es lo único que no tenemos. Tú te acabarás marchando de aquí, y yo he encontrado un lugar donde quiero quedarme para siempre.

Zac pareció momentáneamente aturdido por sus palabras, pero entonces la tomó de las manos.

Zac: ¿Y si pudiera demostrarte que el lugar donde quieres quedarte para siempre es mi corazón? Si lo consiguiera, ya no importaría dónde viviéramos.

Vanessa se sintió tentada por la dulzura de sus palabras y el anhelo que se reflejaba en su expresión, pero el riesgo era demasiado grande. Ya había dado ese salto de fe otras veces, y siempre con el mismo resultado. No podía arriesgarse otra vez.

Ness: No sólo se trata de una casa o de un pueblo.

Zac: Ya lo sé. Se trata de que me importes más que nada en el mundo. Sólo hay un modo de averiguarlo, y es el tiempo.

Ness: Hay demasiados obstáculos.

Zac: Dime alguno.

Ness: Tu madre.

Zac: Mi madre es un fastidio, no un obstáculo. ¿Qué más?

Ness: Odias la Navidad. 

Zac soltó una carcajada.

Zac: Igual que tú.

Ness: No, ya no -replicó negando con la cabeza-. Por primera vez en muchos años, recuerdo lo mucho que me gustaba la Navidad de pequeña. Creo que fue al ver el árbol y aspirar su maravillosa fragancia cuando recuperé todos los buenos recuerdos.

Zac: Muy bien. Si la Navidad es importante para ti, podré fingir durante dos meses al año.

Ness: Recuérdame que haga lo mismo si alguna vez nos acostamos juntos -dijo en tono irónico-.

Él esperó un momento antes de continuar.

Zac: ¿Qué te parece esto? Desde ahora y hasta Año Nuevo nos comportaremos como una pareja. Pasaremos tiempo juntos, con nuestros amigos y con nuestras respectivas familias. Incluso cantaré villancicos si eso te hace feliz.
 
Ness: Menudo sacrificio… Yo tengo que ser amable con tu madre y tú tienes que cantar en público. No me parece muy justo, la verdad.

Zac: Y me pondré a reír como Santa Claus delante de todos. Ya verás… Seré la viva imagen de la alegría navideña.

La idea de verlo haciendo el payaso era demasiado tentadora para resistirse.

Ness: De acuerdo -concedió finalmente-. 

El rostro de Zac se iluminó.

Zac: ¿Entonces puedo vivir aquí?

Ness: No recuerdo que hayamos incluido el sexo o la habitación de invitados en las negociaciones.

Zac: ¿Estás segura? Creía que las condiciones estaban implícitas.

Ness: No me digas… ¿Un negociador experimentado como tú dejando algo abierto a la interpretación? Lo dicho. Ni sexo ni habitación.

Zac: ¿De verdad no quieres incluir una cláusula en nuestro contrato?

Ness: De verdad -le aseguró-. Pero… vuelve a sugerirlo de vez en cuando.

Al ver la sonrisa de Zac y el brillo de sus ojos, supo que no iba a costarle mucho hacerla cambiar de opinión.


miércoles, 27 de diciembre de 2023

Capítulo 18


Zac estaba muy preocupado por Vanessa. Cada vez que hablaba con ella la notaba más y más cansada, pero por fin iba a volver a casa. Sólo había dejado el hospital durante unas cuantas horas en Acción de Gracias, y había vuelto inmediatamente a Charleston para supervisar la recuperación física y emocional de su padre.

Maddie había ido a recogerla aquella mañana, ya que Zac quería reunir a todo el comité en la plaza del pueblo para la colocación de los adornos navideños, aunque de la tarea se encargaban unos operarios bajo la supervisión de Ronnie.

Zac: Nunca he decorado un árbol -había protestado en un vano intento por escabullirse-. Ni he colgado copos de nieve en las farolas.

Sus palabras sólo se toparon con oídos sordos.

Howard: He visto fotos de tu casa en Navidad -le había recordado-. Seguro que se te ha pegado algo de los decoradores profesionales.

Zac: Nada de eso.

Howard: Imagina que surge algún contratiempo… Como gerente municipal, es tu deber estar mañana en la plaza cuando traigan el árbol.

Por tanto, Zac estaba esperando en la calle a las siete en punto de una mañana tan fría como las de Nueva York. Ni siquiera su jersey más grueso lo protegía del aire glacial que le congelaba los huesos. Gracias a Dios, Ronnie había llevado un gran termo de café de Sullivan’s.

Ronnie: ¿Esa mala cara es porque no quieres estar aquí, porque tienes frío o porque echas de menos a Vanessa? -le preguntó mientras el árbol era descargado de la camioneta y colocado en el centro de la plaza-. 

Una vez cortada la red que lo envolvía, sus ramas se desplegaron en toda su exuberancia. No era el árbol de Rockefeller Center ni de la Casa Blanca, pero seguía siendo impresionante.

Zac: Por todo eso. Soy yo quien debería haber ido a recogerla hoy.

Ronnie: Maddie puede traerla a casa sana y salva.

Zac: Ésa no es la cuestión -murmuró-.

Ronnie: ¿Intentas ganar puntos con ella? -preguntó sonriendo-. Sé de buena tinta que tu balance es muy positivo hasta la fecha.

Zac: Ésa tampoco es la cuestión.

Ronnie: ¿Cuándo la viste por última vez?

Zac: Hace cuatro días. Me pasé por el centro de rehabilitación dos días después de Acción de Gracias, pero desde entonces Howard no me ha dejado en paz. Parece que la Navidad dependiera exclusivamente de mí. Está obsesionado con que me haga cargo de todos los detalles.

Ronnie: Eres el gerente municipal -le recordó con expresión divertida-. Es normal que te encargue a ti todo el trabajo.

Zac se fijó en el árbol, el cual se balanceaba peligrosamente.

Zac: ¿Cómo demonios van a sujetarlo? No quiero ni imaginarme las consecuencias si se cae y aplasta a un puñado de críos.

Ronnie: Así me gusta… Un perfecto Ebenezer Scrooge para amenizar la Navidad.

Zac: Alguien tiene que ser práctico.

Ronnie: Y esto lo dice un hombre que pagó el árbol de su propio bolsillo sólo para ganarse el corazón de Vanessa.

Zac frunció el ceño.

Zac: ¿Cómo lo has sabido?

Ronnie: Teresa me dijo que pagaste la factura con un cheque a tu nombre.

Zac: Esa mujer es una bocazas. No sé por qué no la he despedido ya.

Ronnie: Porque es la mejor en su trabajo.

Zac: Cierto -concedió, y justo en ese instante sonó su móvil. Al ver que se trataba de Vanessa sintió como se relajaba por primera vez en toda la mañana-. Hola, ¿vas de camino a casa?

Ness: Maddie me recogerá dentro de unos minutos. Debería llegar al pueblo dentro de una hora, más o menos.

Zac: ¿Quieres que comamos juntos?

Ness: Tendría que ir directamente al trabajo.

Zac: Antes tienes que comer -insistió-. Sé que estos últimos días no has comido muy bien.

Ness: Me he comido todo lo que me has traído -protestó-.

Zac: Una comida cada pocos días… ¿Eso es comer bien? Iremos a Sullivan’s y dejaremos que Dana Sue te cebe como es debido.

Ness: ¿No deberías estar supervisando la decoración navideña?

Zac: Todo el mundo hace un descanso para comer. Pero insisto en que vengas a la plaza cuando llegues al pueblo. Me vendría bien oír una opinión más.

Ness: ¿Ya han llevado el árbol?

Zac: Aquí está, tambaleándose mientras hablamos.

Ness: ¿Es bonito? -preguntó en un tono repentinamente melancólico-.

Zac: Es perfecto. Tienes que verlo por ti misma.

Ness: Enseguida estoy ahí.

Zac se guardó el móvil y vio la expresión de satisfacción de Ronnie.

Zac: ¿Qué?

Ronnie: No has parado de gruñir desde que estás aquí, y sólo han hecho falta dos minutos al teléfono con Vanessa para transformarte en un sentimental.

Zac: Yo no soy un sentimental -protestó-.

Ronnie: Claro que lo eres -afirmó con una sonrisa-. Bienvenido al club.

Zac: ¿Qué club?

Ronnie: Los Hombres que aman a las Magnolias. Es un club muy selecto… y afortunado.

Zac pensó en lo que Vanessa le hacía sentir. Tal vez se había vuelto un poco sentimental, después de todo. Y tenía que admitir que no era algo tan horrible.


Dana Sue estaba encima de Vanessa como si hubiera estado ausente un año, en vez de tres semanas. Vanessa sólo había pedido una ensalada, pero Dana Sue le había llevado una enorme ración de carne con puré de patatas y había insistido en que se comiera hasta el último bocado.

Dana: Has perdido unos kilos que no te puedes permitir perder -la reprendió-. Ya sé que me he vuelto un poco neurótica desde la anorexia de Annie, pero si no pones un poco de carne en tus huesos saldrás volando en cuanto sople viento.

Vanessa le apretó la mano cariñosamente. Todas sabían cuánto había sufrido por su hija, pero Annie ya había superado sus trastornos y estudiaba felizmente en la universidad.

Ness: Deja de preocuparte, Dana Sue. Sólo me he saltado algunas comidas -le aseguró-. Ahora que he vuelto a mi rutina no tardaré en ganar peso.

Zac: Estoy deseando verlo. 

Dana Sue le sonrió.

Dana: Voy a ver si Erik ha sacado la tarta de manzana del horno.

Ness: No puedo comer más -protestó-.

Dana: Zac te ayudará, ¿verdad, Zac?

Zac: Desde luego.

Dana Sue se dirigió hacia la cocina y Vanessa se volvió hacia Zac.

Ness: ¿Por qué has aceptado? No puedo tragar nada más.

Zac: ¿Quieres que se preocupe por ti?

Ness: No.

Zac: Pues yo tampoco. Tengo un pueblo que decorar. No puedo permitir que un soplo de viento te lleve volando hasta el próximo condado.

Ness: No he perdido tanto peso -dijo empezando a perder la paciencia-.

Zac: No tanto, pero sí bastante -replicó tocándole la mejilla-. Te he echado de menos. Me alegra que hayas vuelto.

Vanessa tragó saliva al recibir su penetrante mirada.

Ness: Me alegra haber vuelto.

Zac: ¿Cómo está tu padre?

Ness: Mejor. El médico lo convenció para que tomara un antidepresivo. Espero que le haga efecto… -sacudió la cabeza-. Y pensar que hemos perdido todo este tiempo sin hacer nada por ayudarlo. Supongo que ni mi madre ni yo nos dimos cuenta de que su dolor se había convertido en una depresión.

Zac: No eras más que una niña cuando sucedió -le recordó-. Y hacía tiempo que no estabas con ellos. En cuanto a tu madre, sospecho que no es la primera persona que no sabe cómo manejar la depresión de un ser querido, especialmente cuando es más fácil echarle la culpa de todo.

Ness: Le gustas, ¿sabes? La dejaste impresionada al llevarnos comida y quedarte conmigo…

Zac: ¿En serio? -preguntó sonriente-. ¿Y tú qué piensas?

Ness: Pienso que te he echado de menos mucho más de lo que podría haber esperado -respondió mirándolo fijamente-. Mucho más.

Zac: ¿Cuánto? -insistió-.

Ella le mantuvo la mirada unos segundos.

Ness: Todavía no me has besado.

Zac: Eso tiene fácil arreglo -dijo, y le tomó el rostro entre las manos para besarla en los labios-.

Empezó siendo un beso tierno y suave, pero pronto derivó en un duelo encarnizado de lenguas y jadeos.

Zac: Santo Dios… -murmuró al apartarse-. ¿Qué te ha pasado?

Ness: Tú, creo -respondió con una media sonrisa-. 

El teléfono de Zac empezó a sonar, pero lo ignoró.

Ness: ¿No crees que deberías responder?
 
Zac: Te estás insinuando -dijo mirándola con expresión esperanzada-. O al menos eso creo.

Ness: Lo estoy haciendo.

Zac: ¿Y quieres que responda al teléfono?

Ness: Tienes que hacerlo. Eres el gerente municipal y estás a cargo de la Navidad. Es una labor muy importante.

Zac: No tanto como tú -dijo mientras el teléfono seguía sonando-. 

Vanessa le metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil.

Ness: Responde.

Zac se lo quitó de la mano y lo apagó.

Zac: ¿De qué estábamos hablando?

Ness: De la Navidad -sugirió-.

Zac: De la seducción -corrigió-.

Ness: Ah, sí… -suspiró-. Pero tengo que ir a trabajar.

Zac: ¿A trabajar? -repitió desconcertado-. ¿Quieres ir a trabajar… ahora?

Ness: No quiero hacerlo, pero no puedo ausentarme por más tiempo del trabajo.

Dana: Podrías hacerlo -dijo mirándolos con regocijo desde el extremo de la mesa-.

Vanessa le lanzó una mirada ceñuda.

Ness: ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

Dana Sue sonrió y mostró la tarta de manzana.

Dana: El suficiente para que se enfríe la tarta y se derrita el helado. Aunque si te soy sincera, mi calor corporal ha aumentado considerablemente… Puedo llamar a Maddie y decirle que te has ido a casa a descansar. O que te he ordenado que te vayas a casa a descansar.

Zac: Hazlo -la acució sin apartar la vista de Vanessa-.

Ness: Pero… -empezó-.

Zac: Hazlo -repitió-. 

Dana Sue miró a Vanessa.

Dana: Depende de ti.
 
Vanessa sintió la mano de Zac avanzando lentamente por su muslo, bajo la mesa. Una ola de calor la invadió por dentro.

Ness: Hazlo -murmuró, levantándose del asiento y dejando el abrigo tras ella-. 

Estaba tan acalorada que no lo necesitaba-.

Un día de ésos tendría que preguntarse por qué estaba tan dispuesta a acostarse con un hombre con el que llevaba semanas negándose a salir. En aquel momento sólo sabía que quería hacerlo. Ya se ocuparía más tarde del resto de sus emociones.


Zac no dejaba de mirar de reojo a Vanessa mientras la llevaba a su apartamento en coche.

Zac: No vas a cambiar de opinión, ¿verdad?

Ella le devolvió la mirada con expresión muy seria.

Ness: Creo que no.

Zac: Entonces tendré que darme una ducha helada, o tal vez un chapuzón en el lago.

Ness: Podrías pillar una pulmonía.

Zac aparcó frente a su apartamento y apagó el motor.

Zac: ¿Qué ha cambiado, Vanessa? Cada vez que te pedía que salieras conmigo me ponías una excusa. Y ahora de repente estás dispuesta a saltarte ese paso.

Ella se echó a reír.

Ness: ¿De verdad necesitas saberlo?

Zac: Tengo que saberlo. ¿Es para agradecerme que haya permanecido a tu lado mientras tu padre estaba en el hospital?

Ness: Te estoy muy agradecida, pero eso no basta para acostarme contigo.

Zac: Entonces, ¿por qué? Hace un par de semanas dejaste muy claro que no querías salir conmigo.

Ness: Creo que ambos sabemos que ese plan inicial se torció.

Zac: ¿En serio? Creía que estabas decidida a mantener las distancias.
 
Ness: Lo estaba -admitió-. Besas muy bien… ¿Alguna vez te lo han dicho?

Zac: Creo que sí -no sabía por qué necesitaba discutir aquello hasta la saciedad, pero algo le decía que no lo estaban haciendo bien. Si se aprovechaba del estado actual de Vanessa, los dos se acabarían arrepintiendo-. Entonces, ¿de eso se trata? ¿Te gusta cómo beso?

Ella sonrió lentamente.

Ness: Mucho.

Por alguna razón absurda, a Zac le resultó irritante.

Zac: Será mejor que te deje en el centro de belleza y vuelva a la plaza. 

Ella parpadeó y lo miró con desconcierto.

Ness: ¿Por qué? ¿Qué he dicho? Acabo de hacerte un cumplido.

Zac: No. Me has dicho que te atrae la perspectiva de acostarte conmigo.

Ness: Eso es un cumplido -insistió-.

Él frunció el ceño y volvió a arrancar el motor.

Zac: ¿Cómo te sentirías si yo te dijera que sólo me interesa tu cuerpo? 

Ella se quedó boquiabierta.

Ness: Eso no es lo que he dicho.

Zac: ¿No?

Ness: Pensé que te gustaría -murmuró-. Así tendrías lo que deseas.

Zac: ¿Qué crees que deseo? -le preguntó entornando los ojos-.

Ness: Sexo. Una aventura sin compromiso para entretenerte mientras estés en Serenity.

Sus palabras lo dejaron helado.

Zac: Maldita sea, Vanessa. ¿De verdad crees que tengo una opinión tan pobre de ti? Por supuesto que quiero acostarme contigo. Lo llevo deseando desde la primera vez que te vi. Pero incluso entonces sabía que iba a haber algo más entre nosotros.

Vanessa lo miró absolutamente perpleja.

Ness: Pero dijiste que… yo creía que… Zac, no vas a quedarte aquí. Tú mismo lo dijiste. Me ha costado un tiempo, pero ya puedo aceptarlo.

Su disposición a conformarse con tan poco enfadó aún más a Zac, aunque no sabía si estaba más furioso con ella o consigo mismo.

Zac: ¿Para ti sería suficiente una aventura?

Ella asintió, aunque su expresión insinuaba lo contrario.

Zac: No sólo no me conoces. Tampoco te conoces a ti misma -dijo metiendo la marcha atrás-. 

Tenía que alejarse de ella antes de que lo dominara un deseo irracional.

No volvió a dirigirle la palabra hasta que se detuvo frente al Corner Spa.

Zac: Para mí no se trata sólo de sexo, Vanessa. Que Dios me ayude, pero me estoy enamorando de ti. Avísame cuando sientas lo mismo.

Ella lo miró, compungida, y salió del coche. Zac la vio alejarse y suspiró. En vez de pasar una mañana de sexo salvaje con Vanessa, iba a tener que aguantar a un puñado de fanáticos de la Navidad.


lunes, 25 de diciembre de 2023

Capítulo 17


Vanessa odiaba el olor a antiséptico del hospital. Odiaba las pisadas de las enfermeras corriendo por los pasillos. Los pitidos de las máquinas y monitores que controlaban la frecuencia cardíaca. Si Zac no la hubiera agarrado de la mano, habría salido despavorida de allí.

Dudó un momento antes de entrar en la UCI.

Ness: Tal vez debería buscar a mi madre primero. Seguramente está en la sala de espera.

Zac: Si eso es lo que quieres, adelante -la animó-. Creo que está al final del pasillo.

Vanessa permaneció inmóvil, debatiéndose entre dos decisiones igualmente desagradables.

Ness: Sigo muy enfadada con mi madre -dijo finalmente-. No quiero empezar una pelea con ella.

Zac: Entonces entra y pasa unos minutos con tu padre. Voy a por un poco de café -la miró con preocupación-. ¿O prefieres que entre contigo? Puedo quedarme al margen. Tu padre ni siquiera sabrá que estoy ahí.

Ness: Sólo pueden entrar los familiares -dijo ella, señalando las normas colgadas en la puerta-.

Lo vio alejarse y tuvo que reprimir el impulso de seguirlo. ¿Cómo podía haberse transformado en un apoyo tan sólido y fiable? ¿Alguien en quien podía confiar completamente? No lo sabía.
 
Respiró profundamente y pulsó el botón que abría las puertas de la UCI. Dentro había media docena de habitaciones alrededor de un puesto central de enfermería. Vanessa detuvo a una enfermera que pasaba a su lado.

Ness: Estoy buscando a Michael Hudgens.

#: ¿Es usted familiar?

Ness: Soy su hija.

#: Por aquí -dijo la enfermera, mirándola con compasión-. Su estado es muy delicado, pero confiamos en que los antibióticos hagan efecto. No se asuste por los tubos y el respirador.

Vanessa tragó saliva con dificultad.

Ness: ¿No puede respirar por sí mismo?

#: Tranquila. Sólo es algo temporal, hasta que sus pulmones puedan tomar aire suficiente.

Ness: ¿Está despierto?

#: Lo mantenemos sedado casi todo el tiempo, para que no tenga problemas con el respirador.

Vanessa entró en la habitación y ahogó un gemido. Su padre tenía las dos piernas escayoladas y estaba muy pálido y demacrado. Su abundante cabellera, tan negra como la de ella, estaba blanca casi por completo. Apenas podía reconocer al hombre robusto y fornido al que había visto un año antes, en su última visita a casa.

Se acercó lentamente a la cama y se sentó en una silla a su lado. Tan absorta estaba intentando reconocer a su padre en aquel cuerpo inerte y consumido que no se dio cuenta de que la enfermera salía de la habitación.

Ness: Papá -susurró, tocándole la mano-.

Parecía la única parte de él que no estaba conectada a un tubo o un cable. Su tacto era cálido y calloso, como ella recordaba, y su piel lucía el bronceado característico del trabajo al aire libre, aunque una franja blanca señalaba el lugar del anillo de bodas. La ausencia de la alianza lo hacía parecer aún más vulnerable.

Entrelazó los dedos con los suyos.

Ness: Oh, papá, ¿qué has hecho? -preguntó con los ojos llenos de lágrimas-.

Para su asombro, su padre se movió ligeramente, como si la hubiera oído.

Ness: No te muevas. Descansa y recupera tus fuerzas. Me quedaré contigo hasta que te pongas bien.

Tal vez sólo fuera el respirador, pero pareció que su padre emitía un débil suspiro. Vanessa quería creer que era consciente de su presencia y que se alegraba de tenerla allí, pero no podía hacerse ilusiones.

Fuera como fuera, no tenía intención de marcharse hasta que su padre estuviese fuera de peligro y pudiera decirle por sí mismo que se marchara… Aunque quizá, por una sola vez, le pidiera que se quedase.


Al volver de la cafetería con tres tazas de café, Zac vio a la madre de Vanessa en la sala de espera. Era imposible no reconocerla. Tenía los mismos ojos que Vanessa, aunque los suyos estaban hundidos y llenos de angustia. Su vestido de algodón estaba desteñido por demasiados lavados, pero estaba pulcramente planchado. Tenía un rosario entre los dedos y sus labios se movían en silencio.

Zac se acercó, se sentó junto a ella y esperó a que levantara la mirada.

Zac: ¿Señora Hudgens?

Los ojos de la mujer se llenaron de pánico.

**: ¿Es Michael? ¿Está bien? ¿Ha ocurrido algo?

Zac: Todo va bien, hasta donde yo sé. Lamento haberla asustado. No soy médico. Soy un amigo de Vanessa. La he traído en coche al hospital.

Ella recorrió la sala de espera con la mirada.

**: ¿Está aquí?

Zac: Está ahora mismo con su marido. Yo he ido a por café. ¿Quiere un poco? -le ofreció una de las tazas y ella la aceptó, pero en vez de beberla la sostuvo con ambas manos, como si estuviera absorbiendo su calor-. Me llamo Zac Efron, por cierto. Soy el gerente municipal de Serenity.

**: Entiendo -dijo ella distraídamente, y se puso en pie-. Será mejor que vaya en busca de Vanessa. No quieren que nos quedemos aquí mucho tiempo.
 
Zac: Seguro que no tarda en salir. ¿Por qué no descansa mientras pueda? Puedo traerle un sándwich o un poco de sopa, si le apetece.

Ella negó con la cabeza.

**: Es usted muy amable, pero no, no tengo hambre -miró hacia la UCI-. Ya que Vanessa está ahí con su padre, creo que iré a la capilla. No quería alejarme mucho, por si pasaba algo.

Zac: Ahora puede irse -la animó-. Le diré a Vanessa dónde puede encontrarla.

Zac la vio marcharse y tomó un sorbo de café. Estaba amargo, pero caliente. Pensó en el encuentro con la señora Hudgens. Era obvio que estaba preocupada por su marido, pero apenas había pensado en Vanessa y en cómo se debía de estar sintiendo. Empezaba a comprender el trauma familiar de Vanessa, y tenía que admitir que, en comparación, la suya era una familia modelo. A pesar de sus desavenencias y discusiones sobre el estatus social, nunca había dudado del cariño que sus padres les profesaban a él y a sus hermanas.

Levantó la mirada y vio a Vanessa caminando lentamente hacia él, con las mejillas empapadas por las lágrimas.

Zac: ¿Estás bien? -le preguntó levantándose al momento-. 

Ella asintió. Tenía la mirada apagada.

Ness: Lo tienen conectado a un respirador y tiene las piernas escayoladas. Es horrible -miró a su alrededor-. Creía que mi madre estaría aquí.

Zac: Estaba. He hablado un poco con ella. Ha ido a la capilla.

Ness: A ver si lo adivino. Estaba manoseando su rosario.

Zac: Así es.

Vanessa suspiró.

Ness: Antes de que Ben muriera apenas íbamos a la iglesia, salvo en Pascua y en Navidad. No es que no fuéramos religiosos, sino que mi padre trabajaba siete días a la semana intentando mantener la granja a flote. Mi madre lo ayudaba en el campo, y lo mismo hicimos Ben y yo al crecer -tomó un sorbo de café y cerró los ojos mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios-. Era muy duro, pero recuerdo aquellos días con mucho cariño. Tras la muerte de Ben, todo se vino abajo. Mi padre trabajaba de sol a sol, volvía a casa para comer y se iba a la cama sin decirnos una palabra a mi madre ni a mí. Mi madre empezó a ir diariamente a la iglesia y a hacer pasteles para las ventas benéficas. No sé si lo hacía por el alma de Ben o si solamente intentaba escapar de aquel ambiente tan sofocante.

Zac: Si aquello la consolaba… -empezó-.

Ness: No fue así. Fue la manera que tuvo de evadirse de la realidad. Mi padre trabajaba. Ella iba a la iglesia. Y parece que lo sigue haciendo -parpadeó para contener las lágrimas-. Me acabo de dar cuenta de que mi padre no podrá trabajar durante mucho tiempo en su estado actual. ¿Cómo va a soportarlo?

Zac: Poco a poco -le aconsejó-. Primero vamos a centrarnos en su recuperación.

Mientras hablaba, miró hacia la puerta de la sala de espera y vio a la madre de Vanessa esperando. No le gustaba la manera en que había echado a Vanessa de su vida, pero no podía evitar sentir lástima por ella, viéndola tan perdida y sola.

Zac: Señora Hudgens -la llamó-.

Ness: ¡Mamá! 

**: Hola, Vanessa -la saludó su madre en tono dubitativo-.

Zac vio el profundo anhelo en los ojos de Vanessa y la inseguridad en los de su madre. Y quizá algo más… Se inclinó para susurrarle a Vanessa al oído.

Zac: Te necesita tanto como tú a ella. Voy a dar un paseo para daros un poco de tiempo -le tocó la mejilla-. ¿De acuerdo?

Por un momento pareció que Vanessa se disponía a discutir, pero entonces asintió.

Ness: No tardes, por favor.

Zac: Sólo serán unos minutos. Te lo prometo.

Al pasar junto a la señora Hudgens le dio un apretón en la mano. Dudaba que unos cuantos minutos, o incluso unos cuantos días, fueran suficientes para que madre e hija se reconciliaran.
 

A pesar de su enojo inicial, Vanessa sintió una punzada de compasión por su madre. Parecía tan afligida y asustada como había estado después de la muerte de Ben, cuando todo lo demás había perdido sentido para ella.

Ness: Mamá, siéntate, por favor -le dijo finalmente-. A menos que quieras ir a ver a papá.

**: No, es demasiado pronto. Acabas de salir de la habitación. Necesita descansar entre las visitas.

Ness: Entonces siéntate -insistió observando el cansancio en los ojos de su madre-. ¿Has descansado?

Su madre se encogió tímidamente de hombros y se sentó junto a Vanessa.

**: Pasaba las noches en casa, pero desde que lo trasladaron a la UCI no me he movido de aquí.

Ness: ¿Por qué no entras a verlo y luego te vas a casa a dormir un poco? Te sentirás mejor después de ducharte y cambiarte de ropa. Yo me quedaré hasta que vuelvas.

**: Tu amigo, el señor Efron, dijo que te había traído en coche. ¿No tiene que regresar al pueblo?

Ness: Él puede marcharse cuando quiera. Alguien me recogerá en cualquier otro momento

Sabía que Maddie, Helen o Dana Sue irían sin dudarlo, pero no era necesario. Zac no iba a marcharse sin ella.

**: ¿Estás…? ¿Él es importante para ti? -le preguntó su madre-.

Ness: Es un amigo.

Por un instante fugaz los ojos de su madre brillaron de entusiasmo.

**: Eso puede significar muchas cosas hoy día. Veo la tele… Lo sé todo sobre esos «amigos con derecho a roce».

Sorprendida, Vanessa no pudo evitar una risita.

Ness: ¡Mamá!

**: Es cierto -corroboró su madre-. 

Sus labios se curvaron en un atisbo de sonrisa, recordando que una vez había tenido sentido del humor.
 
Ness: Zac no es esa clase de amigo -dijo poniéndose colorada-.

Y no por falta de deseo…

**: Aun así, me alegra saber que puedes contar con alguien -dijo su madre-. 

Pareció que iba a decir más, pero se quedó callada y bajó la mirada a sus manos.

Vanessa tuvo la impresión de que un momento de complicidad acababa de deslizarse entre ellas.

**: ¿Cómo has visto a tu padre? -le preguntó su madre al volver a mirarla-.

Ness: Estaba muy quieto. No parecía papá.

**: Lo sé. Apenas puedo quedarme sentada a su lado -admitió-. En los últimos años estaba muy callado y distante, pero siempre irradiaba una fuerza y vitalidad especial -su expresión se cubrió de nostalgia-. ¿Alguna vez te he contado la primera vez que lo vi?

Ness: Creo que no. 

La muerte de Ben se había llevado consigo cualquier posibilidad de mantener conversaciones íntimas con su madre.

**: Fue un día de verano, extremadamente caluroso, y yo había ido a la granja con mi padre. Quería hablar con el padre de Michael sobre algún asunto y yo quise acompañarlo para escapar de las tareas en casa. Michael apareció en un gran tractor, con esos vaqueros descoloridos y una camiseta blanca ceñida al pecho. Creí que el corazón se me salía por la boca. Me miró a los ojos al bajarse del tractor y caminó hacia mí con una sonrisa. Tenía un aire de chulería, pero aquella sonrisa casi acabó conmigo. Y entonces ¿sabes lo que me dijo? Que era la chica más bonita que había visto en su vida y que iba a casarse conmigo. Allí mismo, de repente. ¿Te lo puedes creer?

Ness: La verdad es que sí -dijo sonriendo al pensar en las insinuaciones de Zac-. ¿Qué le dijiste?

**: Que iba a necesitar mucho más que unas palabras bonitas. Pero los dos sabíamos que ya me había conquistado.

Ness: ¿Cuánto tiempo pasó hasta que te casaste con él?
 
**: Bueno… la verdad es que me entregué mucho antes de aceptar su proposición.

Vanessa ahogó una exclamación de asombro.

Ness: ¡Madre!

**: La boda tuvo que esperar, naturalmente. Yo sólo tenía dieciocho años y mis padres no me permitirían casarme por capricho. Podríamos habernos fugado, pero yo quería una boda de verdad y tu padre no podía negarme nada, de modo que esperamos. Nos casamos un año exacto después de conocernos. Tu padre eligió la fecha, lo que volvía a demostrar lo romántico que era.

Ness: ¿Alguna vez te arrepentiste?

**: No, jamás -declaró su madre-. Todos los años, el día de nuestro aniversario, nos montamos en el tractor y damos una vuelta por la granja.

Ness: Sí, me acuerdo de eso. Nunca entendí por qué lo hacíais. El resto del año papá no te permitía acercarte al tractor.

**: Siempre le he tenido mucho respeto a la maquinaria de la granja. Es muy peligrosa si no se maneja con cuidado. Mira lo que le ha pasado a tu padre… Gracias a Dios no ha sido peor.

Ness: Mamá, ¿por qué has esperado una semana para avisarme? -le preguntó sin poder evitar un tono de reproche-.

Su madre esperó un largo rato antes de contestar.

**: Has estado fuera mucho tiempo… Supongo que tu padre y yo nos acostumbramos a estar solos.

Ness: Lo dices como si os hubiera abandonado -dijo perdiendo la paciencia-. Tú y papá me echasteis de vuestra vida. Por eso me marché. No había ninguna razón para quedarme. Hace dos meses te dije que quería ir a visitaros y pareció que no querías verme.

Su madre agachó la cabeza, pero al cabo de un momento miró a Vanessa a los ojos.

**: Lo siento. No sé cómo pudieron torcerse tanto las cosas. Al morir Ben me sentí perdida, sin apenas fuerzas para seguir adelante… -se encogió de hombros-. Y tu padre me necesitaba.

Ness: Yo también te necesitaba.
 
**: Lo sé -dijo su madre, agarrándola de la mano-. Siempre que te miraba veía el dolor en tus ojos, pero no sabía qué hacer. Tu padre y yo te fallamos. No sé si podríamos haberlo hecho de otro modo, pero lo siento. Lo siento de verdad.

Aquella muestra de comprensión permitió que Vanessa mirase a su madre de otro modo.

Ness: Papá y tú estabais sufriendo mucho. Lo entiendo.

**: Tú también estabas sufriendo -dijo su madre-. No entiendo por qué nos empeñamos en fingir lo contrario. Supongo que siempre habías sido tan independiente que… No, eso no es excusa. Lo que hicimos estuvo mal.

Las palabras de su madre, aunque tardías, aliviaron el dolor de Vanessa. Las heridas de su corazón tardarían tiempo en curar, pero al menos era un comienzo.

Ness: Tal vez debería haber puesto más de mi parte… visitaros más a menudo. 

No quería que su madre cargara con toda la culpa.

**: Ahora estás aquí -respondió su madre, apretándole la mano-. Tu padre se llevará una gran alegría cuando te vea al despertar. Te ha echado mucho de menos, aunque sea demasiado orgulloso para reconocerlo -suspiró-. Tal vez las cosas puedan cambiar ahora…

Vanessa lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero no estaba segura de que fuera tan fácil.


Vanessa se pasó casi toda la semana siguiente en el hospital. Su padre mejoraba rápidamente y, tal y como su madre había predicho, se alegró mucho al encontrarla junto a la cama. Lamentablemente, volvió a refugiarse en el silencio tras un intercambio inicial de lágrimas.

Maddie: Es la depresión -dijo cuando Vanessa se lo contó. Las Magnolias se habían turnado para ir al hospital y hacerle compañía en las raras ocasiones que Zac no estaba con ella-. Deberías comentárselo al médico. O sugerir que viera a un psicólogo.

Ness: Imposible. Mi padre cree que los psicólogos y los psiquiatras son una pérdida de tiempo y dinero. Y tampoco querrá tomar ningún antidepresivo. Odia las drogas.

Maddie: A lo mejor el médico puede convencerlo -insistió-.

Vanessa deseaba que fuera así de sencillo, porque temía que Maddie hubiera acertado con su diagnóstico. Miró agradecida a su amiga.

Ness: Gracias por tu apoyo, pero no tienes que seguir viniendo si no quieres. Sólo voy a quedarme un par de días más y luego volveré al trabajo. Te agradezco también el tiempo libre que me has dado. Sé que ha debido de notarse en el centro.

Maddie: De hecho, tengo que hablarte de eso. Iba a esperar a que volvieras, pero ya que has sacado el tema, te lo cuento ahora. Dana Sue, Helen y yo estamos pensando en contratar a otra persona.

Vanessa la miró horrorizada.

Ness: Puedo volver antes, si es necesario.

Maddie: Ésa no es la cuestión. La demanda no para de crecer y nos vemos obligadas a rechazar clientas. Es hora de expandirse. Helen y yo pensamos que deberíamos abrir otro centro. Y naturalmente tú estarías a cargo del proyecto.

Ness: No sabía que estuvierais pensando en un nuevo centro. ¿Ya habéis pensado el sitio?

Maddie: No, aún no lo hemos hablado en serio. Tenemos que sentarnos todas, tú incluida, y discutirlo a fondo. Mientras tanto, ¿conoces a alguien a quien te gustase contratar? ¿O quieres poner un anuncio? No tienes que decírmelo ahora, pero que sea pronto, ¿de acuerdo?

Ness: Por supuesto -respondió ella, sintiendo como le daba vueltas la cabeza-.

Maddie: ¿Estás bien, Vanessa? -le preguntó al notar su reacción-. ¿No te parece que sean buenas noticias?

Sí, tal vez lo fueran. Pero una vez más el suelo parecía tambalearse bajo sus pies. En Serenity había encontrado la estabilidad que buscaba. Tenía una casa y buenos amigos. Y ahora…

Ness: No quiero irme a vivir a otra parte.
 
Maddie se sobresaltó al oírla.

Maddie: Cariño, no te vas a ir a ninguna parte. No era lo que estaba insinuando. Sólo quería decir que vamos a contar contigo para que nos ayudes a prepararlo todo. Tal vez tengas que viajar un poco, pero de ninguna manera vamos a dejarte escapar. Creía que lo habíamos dejado claro cuando celebramos la compra de tu nueva casa.

Un alivio inmenso invadió a Vanessa.

Ness: Lo siento… Creo que me he precipitado al sacar conclusiones. Estos días me cuesta pensar con claridad.

Maddie: Por eso puedes contar con nosotras para lo que necesites. Y también con Zac, creo.

Ness: Se ha portado maravillosamente bien -corroboró, pensando en las largas horas que Zac había pasado en el hospital, la amabilidad que había mostrado con su madre, la comida que les había llevado de Sullivan’s y de los mejores restaurantes de Charleston…

Maddie: No todos los hombres son tan maravillosos en un momento de crisis-observó-. Es algo a tener en cuenta, ¿no te parece?

Vanessa sonrió por la falta de sutileza de su amiga.

Ness: Desde luego, Maddie. Está ganando muchos puntos.

Maddie: Los suficientes, espero.

Ness: Aún no los he contado.

Maddie se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla.

Maddie: Pues deberías -le aconsejó-. Te veré en un par de días. Llámame si necesitas algo.

Ness: Gracias.

Maddie: Y no olvides que estás invitada a mi casa en Acción de Gracias. Y Zac también, siempre que no pase ese día con su familia. Dejaré que lo invites tú…

Vanessa se echó a reír.

Ness: Me sorprende que me lo dejes a mí, si tan ansiosa estás por vernos juntos.

Maddie: No puedo controlar tu vida por ti. Sólo puedo darle un pequeño empujoncito.

Vanessa se despidió riendo de su amiga y fue a ver a su padre. Lo habían trasladado a una habitación después de su mejoría y su madre se había ido a descansar a la granja para todo el día.

Encontró a su padre viendo la televisión, aunque no parecía estar prestando atención al programa de entrevistas que estaban emitiendo.

Ness: Hola, papá -lo saludó alegremente, arrastrando una silla junto a la cama-.

Su padre apenas le dedicó una mirada fugaz.

Vanessa intentó no dejarse intimidar por su falta de acogida. Se fijó en que había recuperado el color y que había intentado peinarse un poco. Alguien lo había afeitado, de modo que sus mejillas chupadas ya no estaban oscurecidas por la incipiente barba.

Ness: El médico dice que estás mucho mejor. Seguramente empieces a ir a rehabilitación dentro de un par de días. Así podrán ayudarte a que vuelvas a caminar.

Aquello atrajo la atención de su padre, quien se volvió hacia ella con el ceño fruncido.

*: No voy a ir a ninguna rehabilitación. Tu madre puede cuidar de mí en casa.

Ness: No, no podrá hacerlo hasta que no puedas moverte por ti solo -dijo con firmeza. También había tenido que discutir con su madre por ello-. No es lo bastante fuerte para levantarte o para ayudarte en el cuarto de baño, y mucho menos para subir y bajar las escaleras contigo.

*: No importa -murmuró él, y golpeó su escayola con el puño-. Esto no debería haber pasado.

Ness: ¿Cómo ocurrió? Siempre habías tenido mucho cuidado con las máquinas.

*: Me despisté, eso es todo -dijo su padre a la defensiva-. Sólo fueron unos segundos, y de repente me encontré en una zanja con el tractor encima -los ojos se le humedecieron-. Seguramente le pasó lo mismo a Ben… Sólo hace falta un instante para cambiar tu vida… o para acabar con ella.

Vanessa alargó la mano hacia la suya, pero él la retiró.

*: No necesito tu compasión.

Ness: No te compadezco, papá -dijo indignada-. Te quiero. Y siento que estés sufriendo.

*: No estoy sufriendo -espetó él-.

Ness: No me refiero al dolor físico… Tu corazón sigue sufriendo por Ben.

*: Sí, bueno, es normal -murmuró su padre-. Era mi hijo.

Ness: Y te culpas a ti mismo por haberle permitido conducir aquella noche, con las carreteras heladas… -de repente lo comprendió-. Papá, lo que pasó no fue culpa tuya. Las carreteras estaban bien cuando salimos de casa para ir a la iglesia. Ya estábamos en misa cuando se cubrieron de hielo.

*: Pero los escalones estaban resbaladizos cuando salimos de la iglesia. Sabía que tu hermano no tenía la experiencia suficiente. Tendría que haber insistido en que dejara su coche y volviera a casa con nosotros.

Ness: ¡Ya está bien, papá! Ben ya se había marchado cuando salimos de la iglesia. No podrías haber hecho nada. ¡Nada!

*: Era su padre -arguyó él, cada vez más nervioso-. Mi deber era protegerlo.

Vanessa le agarró la mano y esa vez no dejó que se soltara.

Ness: Papá, fuiste el mejor padre que nadie pudiera tener. Lo que ocurrió fue un accidente, igual que te pasó a ti. Tienes que superarlo de una vez.

Su padre levantó la mirada hacia ella.

*: Tu madre me sigue culpando.

Ness: No, no te culpa -dijo, aunque se preguntó si sería cierto.

¿Sería posible que su madre lo hubiera culpado en silencio durante todos esos años? ¿Sería otra razón que explicara el asfixiante ambiente que se respiraba en su casa?

*: No sabes nada de esto -murmuró su padre, apartando la mirada-.

Ness: Sí lo sé -repuso tranquilamente-. Aunque fueras mínimamente responsable de lo que le pasó a Ben, y no creo que lo fueras, hace tiempo que pagaste por ello. Tienes que perdonarte a ti mismo. Y si mamá te sigue culpando, también ella necesita seguir adelante.

Durante unos minutos su padre permaneció en silencio.

*: ¿Y tú? -preguntó finalmente en voz baja, casi inaudible-.

Vanessa lo miró horrorizada.

Ness: Yo nunca te he culpado, papá. Jamás. 

Él la miró con escepticismo.

*: Pero te enfadaste mucho… Te marchaste de casa y sólo venías a visitarnos de vez en cuando, como un ave de paso a la que casi era imposible ver.

Vanessa no creía que fuera el mejor momento para hablar de ello, pero su padre acababa de abrir una puerta que había permanecido cerrada durante años.

Ness: Me marché porque ni a ti ni a mamá parecía importaros. Yo no os resultaba suficiente. Sólo vivíais para el hijo que habíais perdido -lo miró fijamente a los ojos-. Y no te atrevas a pensar ni por un segundo que yo no quería a Ben. Su muerte me rompió el corazón. Necesitaba el mismo consuelo que vosotros, pero ninguno de los dos me lo ofreció. Al principio entendí que no pudierais dármelo, pero la situación no hizo más que empeorar con el tiempo -era incapaz de contener la amargura-. ¿Te acuerdas de cómo celebrábamos los cumpleaños y las navidades cuando Ben estaba vivo?

Su padre asintió. Por una vez parecía estar prestándole toda su atención.

Ness: Después de su muerte nunca más volví a tener una tarta de cumpleaños -siguió, apartándose las lágrimas que resbalaban por sus mejillas-. No me permitías poner el árbol de Navidad ni que hubiera música en casa. El primer año lo acepté, pero todo siguió igual hasta que acabé el instituto. Ni siquiera celebramos mi graduación. Me sentía como si fuera invisible. Como si yo también hubiera muerto junto a Ben.

Incapaz de contener las lágrimas, enterró el rostro en sus manos.

Ness: Lo siento. No debería haberte hablado de estas cosas… Aún te estás recuperando.

Sintió la mano de su padre acariciándole el pelo. Al principio fue un roce tan ligero que creyó haberlo imaginado.

*: No tenía ni idea -susurró él con voz ahogada-. Estaba sumido en mi propio dolor. Nunca imaginé lo que os estaba haciendo a ti o a tu madre.

Vanessa levantó la cabeza para mirarlo. Tal vez no volviera a tener aquella oportunidad.

Ness: Papá… ¿quieres hacer algo por mí?

*: Lo que sea.

Ness: Cuéntale al médico cómo te has sentido desde la muerte de Ben. Deja que intente ayudarte.

Su padre entornó la mirada con recelo.

*: ¿Ayudarme cómo?

Ness: No sé lo que te recomendará, pero, sea lo que sea, quiero que me prometas que lo harás. No por mí, sino por ti. ¿De acuerdo?

El orgullo y la obstinación se reflejaron en el rostro de su padre, y durante lo que pareció una eternidad, Vanessa pensó que iba a negarse. Pero entonces volvió a acariciarle el pelo y su expresión se suavizó.

*: Hablaré con el médico.

Ness: ¿Y escucharás lo que te diga? -insistió-. 

Necesitaba mucho más que una simple concesión.

Él se apartó y agarró con mano temblorosa la jarra de agua que tenía en la mesilla.

Ness: Por favor, papá…

Su padre tomó un sorbo de agua y frunció el ceño.

*: ¿Vas a seguir dándome la lata hasta convencerme?

Ness: Sí.

*: De acuerdo. Entonces lo escucharé.

Pero Vanessa aún no estaba convencida del todo.

Ness: Déjame que te lo pida de otro modo… ¿Harás lo que te diga?

*: Lo escucharé.

Ness: ¡Papá!

*: Está bien -concedió su padre por fin-. Por ti, seguiré su consejo. 

Ella se inclinó y posó la cabeza en su pecho.

Ness: Gracias, papá.

Sus brazos la rodearon torpemente.

*: Te quiero, cariño. De verdad. Y siento mucho no habértelo dicho lo suficiente.

Ness: Me lo has dicho ahora -susurró con el corazón henchido de alegría-.




🎅🎄MERRY CHRISTMAS🎄🎅


viernes, 22 de diciembre de 2023

Capítulo 16


Vanessa entró por la puerta trasera de Sullivan’s, atravesó la cocina y se asomó al comedor para ver si Zac y su horrible madre habían llegado.

Erik: No es que no me alegre de verte. Pero, ¿quieres decirme qué haces en mi cocina en vez de estar sentada en una mesa?

Ness: La madre de Zac -respondió en voz muy baja-.

Erik: ¿La estás espiando?

Ness: No me hace falta. Ya conozco a esa vieja arpía. 

Erik hizo una mueca.

Erik: ¿Sabe Zac la buena opinión que tienes de su madre?

Ness: Lo sabe -respondió sentándose en un taburete-. Y aun así quiere que comamos los tres juntos.

Erik se echó a reír y apuntó hacia la puerta del comedor.

Erik: Fuera de mi cocina. A mí no me metas en líos.

Ness: Dana Sue dejaría que me quedara.

Erik: Dana Sue no está. Así que… largo.

Ness: De acuerdo, pero será mejor que no saques tu mejor vajilla. Algo me dice que va a acabar hecha añicos.

Salió a regañadientes de la cocina y se dirigió hacia la mesa donde Zac y su madre acababan de sentarse. La expresión de Zac se iluminó nada más verla, y Vanessa sospechó que aquél sería el momento álgido de la comida. A partir de ahí, la situación no haría más que empeorar.

Zac: ¿De dónde sales? -le preguntó apartándole una silla-.
 
Ness: Me he pasado por la cocina para hablar con Erik.

Clarisse: Seguramente para decirle que eche arsénico en mi comida -murmuró-.

Zac: ¡Madre!

Vanessa sonrió alegremente.

Ness: ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?

Zac: ¡Vanessa!

Para sorpresa de Vanessa, los labios de la mujer se curvaron en un atisbo de sonrisa, pero rápidamente lo ocultó bebiendo un sorbo de agua. Tal vez fuera una de esas mujeres de carácter obstinado y retorcido a quienes les gustaba provocar, pero que les gustaba aún más que la gente respondiera a su provocación con un mínimo de ingenio y descaro. Era muy posible que admirase a una mujer con agallas. Y ella tenía agallas de sobra…

Ness: Erik ha preparado una quiche de brócoli exquisito. Lo estaba sacando del horno hace un momento.

Clarisse: Nunca me ha gustado la quiche.

Ness: La de carne está deliciosa -siguió haciendo lo posible por mantenerse animada-. Y a nadie le sale mejor la de pescado que a Erik.

Zac: Es cierto. He probado las dos y las recomiendo encarecidamente. Creo que voy a tomar el especial de hoy: lubina al vapor con verduras. ¿Y tú, madre?

Clarisse: Un cuenco de sopa -respondió sin mirar el menú-.

Ness: El gazpacho es excelente.

Clarisse: Demasiado picante.

Zac: Le echan fideos caseros a la sopa de pollo -dijo empezando a parecer desesperado-.

Clarisse: No estoy enferma. Creo que probaré la sopa de lentejas.

Zac la miró con alivio.

Zac: Avisaré a la camarera. 

Al parecer, había perdido el entusiasmo por aquella aventura y ahora estaba tan impaciente como Vanessa por acabar.
 
Pidieron la comida y los tres se quedaron en silencio, hasta que Zac le puso a Vanessa una mano en el muslo por debajo de la mesa y le lanzó una mirada suplicante.

Ness: Señora Efron, tengo entendido que ha participado en muchas obras benéficas. ¿Está trabajando actualmente en alguna?

Zac le sonrió agradecido y le frunció el ceño a su madre, quien parecía ignorar la pregunta.

Clarisse: El baile para la Asociación contra el cáncer -respondió de mala gana-.

Ness: Siempre ha sido uno de los eventos con más éxito en Charleston. En los días previos recibíamos a muchísimas clientas. Todo el mundo quería tener el mejor aspecto posible.

Nada más pronunciar las palabras supo que había metido la pata. Acababa de recordarle a la señora Efron cómo se ganaba la vida y dónde había trabajado anteriormente. Peor aún, la señora Efron había ido a Chez Bella's para recibir un tratamiento antes de aquel baile en particular.

Clarisse: ¿Lo ves, Zac? -dijo con expresión de suficiencia-. Ya te dije que esos eventos no son una pérdida de tiempo para los ricos. Mucha gente depende de ellos para ganar dinero -se volvió hacia Vanessa-. Seguro que contabas con esas propinas para llegar a fin de mes, ¿verdad? La vivienda está muy cara en Charleston, incluso en los barrios más marginales.

Ness: Bella me pagaba un buen sueldo, y mis clientas también eran muy generosas -dijo negándose a morder el anzuelo-. Igual que aquí. Me gusta pensar que lo son porque les ofrezco un servicio excelente -se obligó a sonreír-. Pero el dinero no es lo más importante para mí. Me encanta lo que hago. Y ha sido muy gratificante levantar un nuevo centro de belleza desde los cimientos y satisfacer la enorme demanda que había en el pueblo hasta entonces.

Clarisse: Entonces, ¿esos tratamientos se ofrecen para todo el mundo? -preguntó en tono despectivo-. Siempre he creído que los buenos servicios se pagan.
 
Vanessa estaba perdiendo la paciencia. Y Zac pareció darse cuenta.

Zac: Madre, ¿por qué no le hablas a Vanessa del crucero que tú y papá estáis pensando hacer en enero?

Su madre le sonrió con afecto, e incluso Vanessa pudo ver el cariño que le tenía a su hijo. Tal vez no fuera tan mala persona.

Clarisse: Me sorprende que te acuerdes de eso, con todo lo que tienes en la cabeza -se volvió hacia Vanessa-. Vamos a hacer un crucero de dos semanas por el Caribe… En primera clase, con un exclusivo centro de belleza.

Ness: ¿Qué empresa de cruceros? -preguntó, y la señora Efron se lo dijo con su tono más altivo y arrogante-. Sí, conozco muy bien a Laine Walker. Está a cargo del centro de belleza.

Clarisse: ¿Conoces a Laine? -preguntó visiblemente desconcertada-.

Ness: Estudió conmigo en París.

La señora Efron la miró boquiabierta.

Clarisse: ¿Has estudiado en París?

Ness: Durante varios años -respondió deleitándose con su pequeño triunfo-. Fue allí donde Bella me encontró. Estaba trabajando en uno de los centros más exclusivos de la ciudad cuando me convenció para que fuera a Charleston. Echaba de menos mi tierra, así que acepté encantada.

Clarisse: No tenía ni idea -murmuró-.

El resto de la comida transcurrió sin incidentes. Zac llevó las riendas de la conversación y se esforzó por incluirlas a las dos. Se mantuvo en temas sin importancia: la comida, el tiempo, los mejores restaurantes de Charleston… Cuando acabaron los temas, Vanessa miró su reloj y se levantó.

Ness: Siento tener que marcharme, pero debo regresar al trabajo.

Zac: Te acompaño a la salida. Madre, ¿por qué no vas echándole un vistazo a los postres?

Ness: Adiós, señora Efron -se despidió, incapaz de añadir que había sido un placer-.

Una vez fuera, Zac dejó escapar un suspiro de alivio.

Zac: No ha sido tan horrible, ¿verdad?

Ness: Al menos no me ha tirado la comida encima. Aunque por su expresión parecía estar deseándolo.

Zac: Eso fue antes de que dijeras haber estudiado en París. ¿Por qué no me lo habías contado?

Ness: Nunca me lo preguntaste -repuso simplemente-. Y no creo que tu madre vuelva a mirar Paris con los mismos ojos, ahora que sabe que la ha pisado gente como yo.

Zac: ¿De verdad no te parece que haya ido bien?

Ness: ¿A ti sí? -le preguntó mirándolo con asombro-.

Zac: Pues claro que sí. No ha habido derramamiento de sangre. Eso es todo un éxito.

Ness: Se ve que te conformas con poco.

Zac: ¿Y qué se puede esperar? No vais a firmar la paz de un día para otro… Pero al final os acabaréis riendo de todo esto.

Vanessa sacudió enérgicamente la cabeza.

Ness: No, por favor. No vuelvas a pedirme algo así. Ella es tu madre y no quiero faltarle al respeto, pero no me gusta ni yo le gusto a ella. Vamos a dejar las cosas como están.

Zac: No creo que pueda.

Ness: ¿Por qué no?

Zac: Porque sería un problema en la boda -respondió, y la besó rápidamente antes de volver a entrar en el restaurante-.

Vanessa se quedó inmóvil, boquiabierta por la conmoción. ¿Boda? ¿Se había vuelto loco? Por muy halagada que pudiera sentirse, estaba completamente segura de que jamás podría entrar en una familia como la suya. Ni siquiera había llegado al punto de querer salir con él.

Se frotó los labios, donde persistía el hormigueo del beso. Tener sexo con él, en cambio, era algo muy distinto.
 
Vanessa se echó un severo sermón a sí misma mientras se ponía su uniforme de trabajo. No iba a permitir que aquel estúpido almuerzo con la señora Efron la afectara. No iba a pagar su frustración con las clientas. Y no iba a pensar en el beso ni en la mención del matrimonio que Zac había hecho en la puerta de Sullivan’s.

Más de la mitad del pueblo se habría enterado ya de aquel beso, Maddie incluida. Había visto el brillo de su mirada al entrar en el centro de belleza, y se había encerrado en los aseos para escapar a su interrogatorio.

Pero no tardó en comprobar que no bastaba con evitar solamente a Maddie.

Ann: ¿Qué hay entre el nuevo gerente y tú? -le preguntó Ann Smith cuando Vanessa empezaba su tratamiento facial-. Todo el mundo habla de ello.

Ness: No me explico por qué -dijo, lo que hizo reír a Ann-.

Ann: Lo besaste en mitad de un partido de fútbol. Me sorprende que no se fundieran las vigas del estadio.

Ness: Sólo intentaba demostrar una cosa.

Ann: ¿Y lo conseguiste?

Vanessa lo pensó un momento.

Ness: Oh, sí. Estoy segura -por desgracia también había descubierto que los besos de Zac podían ser adictivos-.

Ann: He oído que volvisteis a besaros hoy, enfrente de Sullivan’s -siguió, a pesar de la toalla que Vanessa le había colocado sobre la boca en un vano intento de callarla-.

Ness: ¿Por qué a todo el mundo le interesa lo que haya entre Zac y yo? 

Ann volvió a reírse.

Ann: Esto es Serenity. ¿Qué otra cosa podríamos hacer aparte de entretenernos con esas aventuras tan picantes?

Ness: Zac y yo no tenemos ninguna aventura picante. 

Ann se quitó la toalla y la miró fijamente.

Ann: ¿Me tomas el pelo? Si un hombre como Zac me lo pidiera, no me lo pensaría dos veces.

Ness: No creo que a Wendell le hiciera mucha gracia. 

Wendell era el marido de Ann y dirigía una de las dos compañías de seguros del pueblo.

Ann: Wendell seguramente estaría encantado de que le diera un descanso.

Ness: ¡Ann!

Ann: Es cierto. Desde que tuve la menopausia no hago más que pensar en el sexo. Supongo que se debe a que ya no tengo que preocuparme por quedarme embarazada.

Vanessa no sabía qué la incomodaba más, si hablar de su relación o escuchar la de Ann. Pero escuchar a sus clientas era uno de los gajes de su oficio, de modo que dejó que Ann siguiera contándole las cosas que hacía con su marido.

Cuando volvió a su despacho, estaba tan acalorada por la charla que tuvo que abanicarse y tomar un té helado. Se disponía a salir para ocuparse de su próxima clienta cuando sonó el teléfono. La recepcionista no le habría pasado una llamada si no hubiera sido importante, de modo que respondió.

**: ¿Vanessa? -preguntó la voz temblorosa de su madre-.

Ness: ¿Mamá? ¿Ocurre algo? -preguntó sintiendo un nudo en el estómago-. 

Pues claro que ocurría algo. Su madre nunca la llamaba.

**: Es tu padre. Está en el hospital. Pensé que debías saberlo. 

Vanessa se derrumbó en la silla.

Ness: ¿Qué ha pasado?

**: Tuvo un accidente con el tractor. Se metió en una zanja y el tractor volcó encima de él. Fue hace una semana y…

Ness: ¿Hace una semana? ¿Y me llamas ahora para decírmelo?

**: No queríamos preocuparte -dijo su madre-. Pero acaba de contraer una neumonía y una de esas infecciones que pilla la gente en los hospitales. El médico dice que podría ser grave y que debía avisarte.

Ness: ¿En qué hospital está?

Su madre le dio el nombre de un hospital de Charleston que Vanessa conocía. No lo habrían trasladado allí si no fuera algo grave.

Ness: Llegaré lo antes que pueda.

**: No hay por qué correr -protestó su madre-.

Ness: Si papá está enfermo, tengo que verlo -declaró Vanessa, intentando no gritar de frustración. ¿Una semana? ¿Su padre había tenido un accidente con el tractor y ella tardaba una semana en enterarse? ¿Qué clase de familia era ésa?-. Estaré ahí en una hora. Dos como mucho.

Colgó y ahogó una maldición. Una vez más, su madre olvidaba que tenía una hija. Si el médico no se lo hubiera sugerido, tal vez nunca la habría llamado. Seguramente ya se estaba arrepintiendo de haberlo hecho.

Corrió al despacho de Maddie y le explicó rápidamente la situación.

Ness: Puedo hacer el tratamiento de Maxine, pero luego tengo que irme. ¿Puede llamar alguien para cancelar las dos últimas sesiones?

Maddie: Yo lo haré. Y también hablaré con Maxine para que venga otro día. Ahora siéntate y no se te ocurra ir a ninguna parte hasta que yo vuelva.

Salió del despacho y Vanessa soltó las lágrimas que había estado conteniendo. Muchas eran por su padre, pero la mayoría eran por la familia que ya no tenía. La familia que había llenado su infancia de cariño, de atenciones y de risas.

Cuando la puerta volvió a abrirse, se secó los ojos con un pañuelo y levantó la mirada para encontrarse con Zac.

Zac: Maddie me ha llamado. Voy a llevarte a Charleston.

Ness: No -rechazó con vehemencia-. 

No podría soportar su compañía en esos momentos.

Zac: No estás en condiciones de conducir y no hay nadie más que pueda llevarte, así que no discutas. Sabes que no te servirá de nada y que no puedes enfrentarte a mí y a Maddie a la vez.

Ness: De acuerdo -murmuró ahogando un sollozo-. ¿Qué me pasa? No puedo dejar de llorar…

Zac: Estás asustada por tu padre, pero te sentirás mejor cuando lo hayas visto y sepas cómo está.

Ness: No sólo estoy asustada por mi padre. Estoy furiosa con mi madre por habérmelo ocultado. Pensó que yo no necesitaba saber que había tenido un accidente. ¡Y podría haber muerto!

Zac se agachó a su lado y le tomó las manos.

Zac: No ha muerto. Concéntrate en eso. En cuanto a la infección y la neumonía, sólo es una recaída.

Vanessa sacudió la cabeza.

Ness: Y yo que pensaba que tu madre era horrible… La mía se lleva la palma.

Zac: ¿De verdad quieres discutir ahora cuál de las dos madres es peor? Tenemos que ir al hospital.

Ness: Será mejor que no muera antes de que pueda verlo -dijo sin poder controlarse-. O juro por Dios que nunca más volveré a hablarles a ninguno de los dos -miró a Zac y soltó una risita-. Debes de pensar que me he vuelto loca.

Él la hizo levantarse suavemente de la silla.

Zac: No, no lo pienso. Tu reacción es comprensible -le pasó un brazo por los hombros y la llevó hacia la puerta trasera-.

Ness: No quiero hacer esto -dijo arrastrando los pies-.

Zac: Eso también es comprensible -dijo con una sonrisa-.

Salieron al aparcamiento y Zac la condujo a un pequeño y lujoso deportivo de dos plazas que Vanessa nunca había visto, salvo en los anuncios más selectivos.

Ness: Realmente eres rico, ¿verdad?

Zac: Lo son mis padres -corrigió-. Este coche fue un regalo cuando acabé la universidad.

Ness: ¿Puedo llevarlo?

Zac: En tu estado actual, ni hablar -dijo abriendo la puerta del pasajero-.

Ness: ¿Qué velocidad alcanza?

Zac: Bastante -respondió mirándola con expresión divertida-. ¿Estás pensando en escaparte de casa?

Ness: ¿Podemos hacerlo? -preguntó volviendo a sonreír-.

Zac: Vuelve a preguntármelo después de haber visto a tu padre.

 La sonrisa de Vanessa se desvaneció.

Ness: Zac, ¿crees que puedes escaparte de casa cuando ni siquiera sabes dónde está tu casa?
 
La expresión de Zac también se volvió seria.

Zac: Sinceramente, no lo sé. Creo que será mejor dejar ese tema para otro día.

Vanessa se acomodó en el asiento y cerró los ojos. Ojalá pudiera cerrar también su mente, pero por desgracia era imposible. Durante todo el trayecto a Charleston, los recuerdos desfilaron por su cabeza. Recuerdos de un padre atento, cariñoso, siempre dispuesto a consolarla, a leerle un cuento o hacerla reír. Un padre orgulloso de los logros de sus hijos. Un padre que nunca volvió a ser el mismo desde la muerte de Ben.

Aquella noche quería abrazar al padre que había sido en su infancia. Pero su mayor temor era encontrarse al otro hombre… ese hombre que apenas la reconocía y que ahora yacía en una cama de hospital.


miércoles, 20 de diciembre de 2023

Capítulo 15


Después de dos meses trabajando como gerente municipal, Zac había establecido una especie de rutina. Cada mañana se pasaba por Wharton's de camino a la oficina para tomar café y oír los últimos cotilleos. Almorzaba en su despacho y al final de la jornada salía a correr para descargar la tensión acumulada. Se había apuntado al gimnasio Dexter's, pero era tan deprimente que no solía ir más de una o dos veces por semana.

Su trabajo era un desafío constante. El auge inmobiliario dentro y alrededor de Serenity obligaba a someter muchos planes y proyectos a un minucioso escrutinio. No había nadie más en el personal que tuviera su experiencia en analizar los problemas que un desarrollo semejante tendría en las escuelas e instituciones del pueblo.

También se había ocupado en atraer nuevos negocios a las calles del centro. Confiaba en que una reducción inicial de impuestos animaría a los empresarios y comerciantes a establecerse en los locales disponibles de Main Street. Hasta el momento dos personas se habían comprometido a abrir sus tiendas después de Año Nuevo, y otras tres estaban pensando en arrendar unos locales para primavera.

Además había encargado un examen metódico de las infraestructuras del pueblo, algo que llevaba demasiado tiempo sin hacerse. Había un estrecho puente sobre un afluente del río Great Pee Dee que le preocupaba, pero los informes de los ingenieros indicaban que su estructura era lo bastante sólida… por ahora. Las tuberías y el alcantarillado necesitaban una puesta a punto inmediata debido a la creciente demanda. Zac tenía un plan para sufragar los costes mediante unos cargos adicionales a las inmobiliarias.
 
Y por si fuera poco, había conseguido el dinero para poner en marcha la liga juvenil propuesta por Cal. Había incluido la propuesta en el presupuesto de Parques y Actividades de Ocio, con el beneplácito del consejo. Y había prometido entrenar al segundo equipo.

En definitiva, y a pesar del poco tiempo que llevaba allí, sentía que ya había hecho una gran contribución a Serenity. Aunque con tanto trabajo apenas había tenido tiempo para buscar casa o para cortejar a Vanessa. Aquello contribuía a aumentar su estrés, y de ahí la urgente necesidad de salir a correr por las tardes. Normalmente atravesaba el pueblo y luego rodeaba el lago, cuyas orillas estaban cubiertas de azaleas que seguramente llenarían de color el paisaje en primavera. Siempre saludaba a un grupo de mujeres que charlaban en el cenador a la luz del crepúsculo, a pesar de que no conocía a ninguna de ellas. Sabía que se irían en cuanto se hiciera de noche, igual que las últimas parejas que disfrutaban de un romántico paseo al atardecer.

Estaba dando una última vuelta al lago cuando sonó su teléfono móvil. Pensó en ignorarlo, pero la policía y los bomberos tenían su número por si necesitaban avisarlo en caso de emergencia, de modo que se detuvo y se dobló por la cintura para recuperar el aliento mientras miraba la pantalla. Era su madre, y aquélla era su quinta llamada del día. Había ignorado las otras, pero estaba claro que su madre no iba a rendirse.

Zac: Hola, madre -contestó finalmente-.

Clarisse: ¿Se puede saber qué te pasa? -espetó en tono acusatorio-. Parece que te falta el aire.

Zac: Estaba corriendo un poco. ¿Qué es lo que tanto te preocupa?

Clarisse: ¿Has encontrado ya una casa?

Zac: No he tenido tiempo de buscar.

Clarisse: Por eso quería encargarme yo de hacerlo. Pero me han prohibido meter las narices.

Zac: Dudo que Mary Vaughn te lo dijera con esas palabras.
 
Clarisse: Claro que no. Es una mujer encantadora. Y creo que está soltera.

Zac: Ya lo sé. 

La sutileza no era el punto fuerte de su madre, desde luego.

Clarisse: ¿Le has pedido una cita?

Zac: ¡Madre!

Clarisse: Bueno, supongo que no estarás pensando en salir con esa fulana, Vanessa cómo-se-llame.

Zac: Muy bien, ya es suficiente. Te llamaré más tarde -se dispuso a cortar la llamada cuando oyó que su madre lo llamaba insistentemente-. ¿Sí?

Clarisse: Está bien, no quería enfadarte… Eres como un crío. Harás exactamente lo contrario a lo que yo te diga, sólo para contradecirme.

Zac: ¿Se supone que eso es una disculpa? 

Su madre suspiró dramáticamente.

Clarisse: Lo siento -dijo sin mucha convicción-. No te llamaba por esto.

Zac: ¿Entonces para qué?

Clarisse: Las cortinas para tu despacho están listas. Me gustaría llevártelas mañana, y quizá pudiéramos ver juntos algunas casas.

El suspiro de Zac fue tan dramático como el de su madre.

Zac: Tráeme las cortinas si quieres, pero no tengo tiempo para ver casas mañana.

Clarisse: Bueno, espero que al menos tengas tiempo para comer.

Zac lo pensó un momento. Tarde o temprano su madre y él iban a tener que verse. No era el tipo de mujer que le permitiera a nadie ignorarla para siempre, y menos uno de sus propios hijos. Y a Zac le había costado treinta y cinco años darse cuenta de que intentaba ser una buena madre… del único modo que sabía.

Zac: Podemos comer juntos. Con una condición.

Clarisse: ¿Cuál? -preguntó con recelo-.

Zac: Que invitemos a Vanessa y prometas ser educada con ella.

Clarisse: De ninguna manera -respondió  al instante-.

Zac: Muy bien, entonces no hay trato.
 
Clarisse: Zachary Efron, no puedes chantajearme para que vea a una mujer a la que no soporto.

Zac: Apenas la conoces.

Clarisse: Es lo mismo. No tengo el menor deseo de conocerla.

Zac sabía que la obstinación de su madre se debía a la vanidad y al orgullo, más que a un verdadero rechazo. Seguramente estaba avergonzada por el escándalo que había montado en Chez Bella's.

Zac: ¿Y tampoco te importa que sea importante para mí? -le preguntó tranquilamente-.

Clarisse: ¿Cómo de importante? -preguntó horrorizada-.

Zac: No estoy del todo seguro aún, pero diría que muy importante. Y te agradecería mucho que le dieras una oportunidad. Vamos, madre, no será la primera vez que seas educada con alguien que no te gusta. Siempre lo estás haciendo en tus obras benéficas. ¿No puedes hacerlo una vez por mí?

Clarisse: Si lo pones de ese modo, supongo que no tengo elección -accedió a regañadientes-. Estaré en tu oficina a las once y media para dejar las cortinas. Reserva una mesa para el mediodía, y dile a tu amiguita que no se retrase.

Zac: Sí, señora -respondió intentando ocultar su regocijo por la actitud autoritaria de su madre-.

Por desgracia, aún le quedaba por convencer a la parte más difícil.


Ness: ¡Ni hablar! -exclamó mirando a Zac como si hubiera perdido el juicio-. ¡No pienso comer con tu madre! Ni por un millón de dólares.

Zac: ¿Ni siquiera para darme las gracias por el árbol de Navidad?

Ness: Ni siquiera por eso -insistió. Si hubiera sabido cuáles eran las intenciones de Zac al presentarse en su apartamento con una pizza y una botella de vino carísimo, lo habría echado de una patada en su apetitoso trasero. El aroma de la pizza hacía estragos en ella, pero no podía ceder así como así-. Tu madre me arrancaría los ojos si pudiera.
 
Zac: Me ha dado su palabra de que se comportará educadamente.

Ness: Oh, genial, ahora sí que estoy tranquila -dijo en tono sarcástico mientras agarraba una porción de pizza con olivas negras y champiñones-. 

Su favorita.

Zac: Toma un poco de vino -la animó llevándole la copa hasta el borde-.

Ness: No voy a cambiar de opinión, por mucho que intentes emborracharme -dijo, pero aun así tomó un sorbo de vino-.

Estaba realmente delicioso.

Zac: Mira, ya sé que mi madre se pasó de la raya cuando os conocisteis, pero en el fondo es una buena mujer.

Ness: ¿Una buena mujer? ¿Estamos hablando de la misma mujer a la que casi le paraste los pies la última vez que nos vimos?

Zac: La misma -respondió con expresión avergonzada-.

Ness: Y aun así crees que es buena idea que comamos los tres juntos… ¿Es que te has vuelto loco?

Zac: Posiblemente. Pero podríamos intentarlo. Ella ha prometido que sabrá comportarse. Si tú también lo haces, no será tan horrible.

Ness: ¿Por qué quieres hacerlo?

Zac: Porque, a pesar de todos sus defectos, es mi madre. Y tú me importas. Me gustaría que las dos os llevarais bien.

Ness: ¿Mejor de lo que os lleváis vosotros? 

Zac hizo una mueca, pero se acercó un poco más.

Zac: Te estaría muy, muy agradecido.

Ness: ¿Cuánto? -le preguntó mirándolo con los ojos entornados-.

Zac: Mucho.

Ness: ¿Lo suficiente para ayudarme con la mudanza cuando llegue el momento?

Zac: Pensaba hacerlo de todos modos -respondió sonriendo-.

Ness: ¿En serio? ¿Y para ayudarme a pintar las habitaciones, arreglar los grifos, instalar ventiladores en el techo, cambiar las tejas…?

Zac: ¿Las tejas también?

Ness: Tranquilo, sólo estaba bromeando -se rió-. El tejado está perfectamente. Sólo quería comprobar hasta dónde estás dispuesto a llegar para que acepte comer con tu madre.

Zac: Me parece justo. Oye, nadie mejor que yo sabe lo difícil que puede ser mi madre. Si te sirve de consuelo, se lo puso igualmente difícil a los prometidos de mis hermanas, y todos contaban con un linaje familiar que se remontaba a los primeros colonos que llegaron en el Mayflower.

Ness: Salvo que tú no estás pensando en casarte.

Zac: No estés tan segura.

Vaya, aquello sí que subía las apuestas a un límite inesperado, pensó ella.
Extrañamente, no sintió la ola de pánico que era de esperar. Se permitió mirar a Zac a los ojos y se encontró con su mirada suplicante y sincera.

Ness: De acuerdo. Pero no digas que no te he advertido. Esto me parece una mala idea.

Zac: No, no lo es -le aseguró-. Ya verás. Le causarás una buenísima impresión.

Vanessa se conformaría con acabar la comida sin estrangularla.


El coche de Mary Vaughn se detuvo con un petardeo en el arcén de la carretera, a quince kilómetros de Serenity. Había comprado aquel maldito armatoste porque le inspiraba confianza, y porque Sam no le daba el visto bueno a ningún vehículo que no saliera de su concesionario.

Por desgracia, el concesionario más próximo de aquella marca estaba a una hora de camino, y ningún mecánico de Serenity se atrevería a tocar el motor. Necesitaba una grúa.

Apretó los dientes y marcó el número de Sam, preparándose para escuchar un sermón sobre la mala elección que había hecho con aquel coche.

Mary: Estoy tirada en medio de la autopista -le dijo sin más preámbulos-. No necesito un sermón. Necesito ayuda.

Sam: ¿Se te ha pinchado una rueda?
 
Mary: No. El motor se ha parado de repente. He tenido suerte de poder llegar al arcén sin chocar con nadie.

Sam: ¿Dónde estás exactamente? -le preguntó, y ella se lo dijo-. Bien, quédate ahí y no salgas del coche. La ayuda está en camino.

Veinte minutos después llegó la grúa, seguida por Sam.

Sam: Pensé que querrías llevar el coche al concesionario. Y entonces necesitarías que alguien te llevara a casa.

Ella lo observó con recelo mientras Sam salía de su coche y le abría la puerta, algo que muy pocos hombres se molestaban en hacer ya.

Mary: Y así tendrás tiempo para recrearte en mi desgracia -le dijo mientras se acomodaba en el cómodo asiento de cuero-.

Sam: No tenía pensado hacerlo, pero si eso te hace sentir mejor… -sugirió con una sonrisa-.

Mary: No, por favor.

Sam intercambió unas palabras con el conductor de la grúa y se sentó al volante.

Sam: ¿Estás bien?

Mary: Enfadada, tan sólo. Quién sabe cuánto tardarán en arreglar el coche.

Sam: Te prestaré uno, no te preocupes -le aseguró-.

Mary: ¿Por qué eres tan amable conmigo? -le preguntó con el ceño fruncido-.

Sam: ¿Por qué no habría de serlo? -preguntó frunciendo el ceño también-.

Mary: Bueno… habíamos acordado que nos llevaríamos bien cuando Rory Sue estuviera en casa por Navidad, pero esto me parece… excesivo.

Sam: ¿Y entonces por qué me has llamado? 

Mary Vaughn titubeó un momento.

Mary: Porque sabía que podía contar contigo -admitió-.

Sam: Ahí lo tienes. El buenazo de Sam Lewis presto al rescate, como siempre.

Mary Vaughn oyó una nota de amargura en su voz y sintió como se le formaba un nudo en el estómago. Una vez más lo había herido sin darse cuenta.
 
Mary: Lo siento -murmuró-. De verdad.

Él masculló algo en voz baja y apartó la vista de la carretera para mirarla un momento.

Sam: Tranquila. Ya ves… Intento convencerme de que he rehecho mi vida y de repente descubro que me sigues afectando. No me gusta, Mary Vaughn. No me gusta la imagen que doy.

Mary: Peor es la imagen que doy yo -respondió suavemente-. No te causo más que dolor y problemas cuando tú siempre has sido encantador conmigo. No me gusta esta sensación tan desconsiderada y egoísta.

Él no respondió ni le dijo que ella no era desconsiderada ni egoísta, como habría hecho en el pasado. Dejó que las palabras quedaran suspendidas entre ellos, dolorosamente sinceras.

Mary: ¿Crees que es posible cambiar? ¿Crees que a nuestra edad se pueden abandonar las malas costumbres?

Sam: Claro -respondió al momento-. Al menos, quiero creer que es posible.

Mary: Yo también.

Sam metió el coche en el aparcamiento de su concesionario y adoptó una expresión más cordial y sonriente, sin duda para dar una buena imagen a sus empleados y clientes.

Sam: Entra y te buscaremos un coche.

Mary: No tienes por qué hacerlo. 

Sam volvió a fruncir el ceño.

Sam: No seas tonta. Te hace falta un coche y yo tengo muchos disponibles. Es tan simple como eso.

Mary: De acuerdo -aceptó-. Pero te pagaré por el préstamo, naturalmente.

Sam: Estás acabando con mi paciencia, Mary Vaughn.

Mary: ¿Un almuerzo? -sugirió-. ¿Una cena? Déjame que al menos te invite a comer.

Por unos momentos, Sam pareció estar librando una guerra interna consigo mismo, pero finalmente suspiró y asintió.

Sam: De acuerdo. Un almuerzo me parece bien.

Mary: ¿Mañana?

Sam: Claro. ¿Por qué no?

Mary Vaughn sonrió por su falta de entusiasmo.

Mary: Te prometo que no será doloroso.

Sam: No hagas promesas que no puedes cumplir, cariño. Te veré mañana al mediodía. ¿En Sullivan’s? ¿O te apetece ir a ese restaurante que tanto te gustaba donde sirven auténtica comida sureña?

Mary: Seguramente prefieras una hamburguesa en Wharton's.

Sam: Imagina los cotilleos del pueblo si aparecemos juntos en Wharton's.

Mary: No sería la primera vez que hablan de mí -le recordó-. Si a ti no te importa, a mí tampoco.

Sam: Muy bien. Entonces vayamos a Wharton's.

Satisfecha, Mary Vaughn lo besó impulsivamente en la mejilla y salió del coche. No estaba del todo segura de lo que había pasado entre ella y Sam, pero de repente parecía algo más que un acuerdo para almorzar juntos.


Al día siguiente, Mary Vaughn respiró hondo y entró en Wharton's para sentarse en una mesa frente a la ventana. Si Sam y ella iban a comer juntos, era mejor hacerlo a la vista de todos. Ocultarse al fondo del local sólo serviría para avivar los rumores.

Grace: No se puede decir que vengas mucho por aquí -le dijo mientras le colocaba un menú en la mesa-. Al menos tú sola.

Mary: He quedado con alguien. 

De pronto no le parecía tan buena idea haber ido allí. Howard y varios de sus colegas solían comer en aquel restaurante.

Grace: Un cliente, supongo -dijo colocando otro menú en la mesa-.

Mary Vaughn levantó la mirada hacia ella. Grace era una mujer encantadora que se enorgullecía de saber todo lo que pasaba en el pueblo, gracias a su oído de lince y su curiosidad innata. Sorprendentemente, nadie del pueblo se lo tenía en cuenta. Pero eso no significaba que Mary Vaughn tuviera que cooperar de buen grado.
 
Mary: Tráeme un vaso de té helado, por favor. Y un refresco para mi amigo. 

Normalmente, la actitud esquiva de Mary Vaughn habría provocado más preguntas por parte de Grace, pero por alguna razón, se alejó rápidamente a por el pedido.

Dos minutos después, mientras Grace dejaba las bebidas en la mesa, entró Sam en el restaurante. Estaba ligeramente despeinado, con la camisa arremangada y abierta por el cuello. A Mary Vaughn siempre le había parecido muy sexy con aquel aspecto informal, y una vez más sintió una pequeña sacudida interna.

Grace: Vaya, vaya, mira quién acaba de entrar. Seguramente haya quedado con su padre.

Mary Vaughn no respondió, en parte porque el inesperado nudo de su garganta le impedía articular palabra. Sam siempre le había parecido arrebatadoramente atractivo, pero nunca se le había acelerado el pulso de aquella manera.

Cuando Sam se dirigió directamente a la mesa de Mary Vaughn, Grace ahogó un gemido y se marchó a toda prisa, sin duda para difundir la noticia de que Mary Vaughn y Sam Lewis iban a comer juntos. Al cabo de media hora, Wharton's estaría lleno de curiosos deseando verlo por sí mismos y apostando por las consecuencias de aquella cita.

Mary: Tenías razón -dijo con un suspiro-. Seguramente haya sido mala idea.

Él se encogió de hombros, tan despreocupado como ella había estado el día anterior.

Sam: Estamos en Serenity, cariño. Es normal que la gente hable.

Mary: ¿De verdad quieres que hablen de nosotros?

Sam: No sería la primera vez. Vamos a pedir. Tengo una reunión de ventas.

Estaban decidiéndose por las hamburguesas con queso y patatas fritas, cuando Howard entró en el local. Al verlos allí se quedó boquiabierto.
 
Howard: Esto sí que es una sorpresa. ¿Habéis quedado para hablar de lo que vamos a hacer en Navidad con Rory Sue?

Mary Vaughn dejó que Sam se encargara de las explicaciones.

Sam: No -le dijo a su padre-. Es una cita.

A Mary Vaughn le dio un vuelco el corazón y miró a su ex marido con el ceño fruncido.

Mary: No es una cita.

Sam: ¿Entonces cómo lo llamarías? -preguntó con una sonrisa-.

Mary: Un error.

Howard les sonrió a ambos.

Howard: Bueno, sea lo que sea, me alegro de veros a los dos juntos. Rory Sue se llevaría una gran alegría si pudiera veros.

Mary: No le digas nada a Rory Sue -le advirtió-.

Sam: Es verdad, papá. No queremos que se haga una idea equivocada. Se llevaría una amarga decepción.

Howard clavó la mirada en su hijo.

Howard: ¿Estás seguro? Nunca entendí por qué os separasteis. No me diste ninguna explicación con sentido.

Sam: Porque no era asunto tuyo. Ve con tus amigos, papá. No nos quitan los ojos de encima. Podrías decirles lo que estamos haciendo aquí.

Howard: No sé lo que estáis haciendo aquí.

 Mary Vaughn le dedicó su más dulce sonrisa.

Mary: Entonces no tendrás mucho que decirles, ¿verdad? Podéis hablar de otra cosa más interesante.

Howard: Sigues tan insolente como siempre, ¿eh? -por una vez su tono parecía de admiración-.

Mary: Lo intento.

Sam: Bueno, en cualquier caso, que os divirtáis -dijo, y se marchó para reunirse con sus amigos-.

Mary: Menuda situación -murmuró, pero los ojos de Sam brillaban de regocijo-.
 
Sam: Tendrás que admitir es muy divertido desconcertar a mi padre. Odia que la familia le oculte secretos, y ahora está convencido de que le ocultamos algo.

Mary: Visto así, es una perspectiva interesante. Después de todas las críticas que recibí de tu padre, incluyendo los reparos que puso a nuestro matrimonio, es reconfortante que albergue esperanzas de que volvamos a estar juntos.

Por un instante, Sam pareció completamente aturdido.

Sam: ¿Crees que eso es lo que quiere? ¿Que volvamos a estar juntos?

Mary: Creo que quiere lo mejor para su nieta, y su nieta quiere que volvamos a estar juntos.

Sam: Oh, oh -murmuró, y Mary Vaughn se echó a reír por su expresión-.

Mary: ¿Te asusta que tu padre empiece a entrometerse?

Sam: Yo de ti no me lo tomaría a broma -le advirtió-. Mi padre siempre consigue lo que se propone.

Mary Vaughn sintió un estremecimiento, y no supo si era de miedo… o de ilusión.


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