topbella

domingo, 3 de diciembre de 2023

Capítulo 1


El relajante olor a lavanda de la crema que Vanessa Hudgens se masajeaba en sus dedos agarrotados no conseguía calmar sus nervios. Unas horas antes, Maddie Maddox, su jefa en el Corner Spa, había concertado una reunión para las seis en punto, justo cuando Jenny acabara con su última clienta. Maddie no le había dicho de qué se trataba, pero su tono insinuaba que no era nada bueno.

Vanessa tendía a preocuparse por todo, así que decidió zanjar el asunto incluso antes de que dieran las seis. Con el estómago encogido, atravesó el pasillo hacia el despacho de Maddie.

Llamó a la puerta, que estaba entreabierta, y entró para encontrarse con un caos total. Una Maddie despeinada y alborotada tenía al pequeño Cole de seis meses en sus brazos, e intentaba darle de comer mientras Jessica Lynn, de dos años, corría de un lado a otro del despacho, pateando todo lo que hubiera a la vista. Las carpetas y archivadores de Maddie, normalmente ordenados y bien organizados, estaban volcados y con su contenido desperdigado por todas partes, así como varias muestras de sus proveedores. Un frasco de crema de manos sin tapón había sido vuelto del revés.

Maddie: ¡Ayúdame! -le pidió en tono desesperado-.

Vanessa se apresuró a levantar a Jessica en brazos y empezó a hacerle cosquillas hasta que la pequeña se deshizo en risitas infantiles.
 
Ness: ¿Un día duro? -le preguntó a Maddie, sintiendo cómo se deshacía el nudo de su estómago mientras la pequeña le tocaba la mejilla con sus dedos impregnados de loción con olor a rosa.

Cuanto más tiempo pasaba con Jessica Lynn y Cole, y también con la pequeña de Helen, más insistente parecía sonar el reloj biológico de Vanessa. Aún no había saltado la alarma, pero no debía de faltar mucho cuando el olor a talco para bebés empezaba a resultarle más agradable que los aromas del centro de belleza.

Maddie: Un día duro, una dura semana y todo apunta a que será un mes duro.

Su respuesta confirmó el tono fatídico que Vanessa le había oído horas antes. Maddie ya tenía tres hijos cuando se casó con Cal Maddox, y ahora tenía dos hijos más. Su hijo mayor, Ty, cursaba su segundo año en Duke y era una estrella del equipo de béisbol, Kyle estaba en el instituto y por fin empezaba a recuperar el equilibrio después del divorcio de sus padres, y Katie acababa de cumplir nueve años y apenas veía diferencia entre ser una hermana mayor a ser la nena de la familia.

Era obvio que Maddie no daba abasto, sin contar con la enorme responsabilidad que suponía dirigir el Corner Spa, un exclusivo gimnasio y centro de belleza de Serenity, Carolina del Sur. Vanessa no podía imaginarse cómo lograba sacarlo todo adelante y además con una compostura sorprendente… aunque en días como aquél pareciera totalmente desquiciada.

Ness: ¿Quieres que me lleve a Jessica a darle un tratamiento de belleza? -le sugirió a Maddie mientras la pequeña luchaba por liberarse-.

Maddie: Cal llegará de un momento a otro para recogerlos. Y luego podremos hablar tú y yo -no había acabado de decirlo cuando Cal entró en el despacho, observó la escena con una sonrisa y tomó a Jessica Lynn en sus brazos-.

Cal: ¿Cómo está mi chica favorita? -le preguntó, levantando a la niña en el aire-. 

Le dio un beso sonoro en la mejilla y Jessica chilló de entusiasmo.

Maddie: Creía que yo era tu chica favorita -murmuró con un malhumor fingido-.

Cal dejó a la pequeña de dos años en el suelo y se inclinó para besar a Maddie, sin importarle que su mujer estuviera despeinada, sin maquillaje y con la blusa manchada.

Cal: Tú eres mi mujer favorita. Lo cual es mucho, mucho mejor.

Vanessa observó con una punzada de envidia cómo Maddie le acariciaba la mejilla mientras lo miraba a los ojos. Era como si estuvieran los dos solos en la habitación. Dana Sue y Ronnie Sullivan estaban igualmente enamorados, y también Helen Decatur y Erik Whitney. Mientras que Vanessa nunca había experimentado nada igual en sus treinta y dos años de vida. No era extraño que casi se le escapara un suspiro de anhelo cada vez que estaba con cualquiera de ellos.

Tal era la felicidad que veía en aquellas parejas que casi se sentía dispuesta a intentarlo otra vez. Llevaba tres años sin salir con nadie, desde que rompió con aquel tipo que le reprochó injustamente su compromiso con  el Corner Spa. Pero Vanessa sabía que era posible encontrar a un hombre que respetara su trabajo. No había más que ver a Cal, Ronnie y Erik, los tres enamorados de sus mujeres y apoyando sus carreras profesionales. En el caso de Vanessa, simplemente había tenido mala suerte.
Finalmente, Maddie se puso colorada y apartó la mirada de su marido.

Maddie: Buena parada, entrenador -le dijo, refiriéndose a su puesto de entrenador del equipo de béisbol del instituto-. Y ahora, ¿te importaría llevarte a estos dos renacuajos para que pueda mantener una conversación seria con Vanessa?

Cal: Claro -colocó a Cole en su cochecito y levantó a Jessica en sus brazos-. ¿Quieres que vaya a por algo de cenar a Sullivan's?

Maddie asintió.

Maddie: Ya les he llamado. Dana Sue tiene un pedido esperándote. Sólo tienes que aparcar en el callejón y asomar la cabeza en la cocina. Ella o Erik te lo sacarán.

Cal: A la orden -dijo con una sonrisa y un saludo militar-. Te veré después. Que pases una buena tarde, Vanessa… y no dejes que te coma la cabeza.
 
Maddie: Cállate -le ordenó con una mirada severa, y lo echó del despacho-.

Vanessa miró a Maddie con desconfianza mientras cerraba la puerta.

Ness: ¿Qué estás tramando?

Maddie: Oh, no le hagas caso -seguía teniendo una expresión avergonzada-. No es nada importante.

Lo que significaba que sí era importante, decidió Vanessa. Conocía muy bien a Maddie después de haber trabajado a su lado para abrir el negocio. El centro funcionaba como una máquina bien engrasada gracias a la habilidad de Maddie para quitarle importancia a las tareas asignadas al personal. Pero Vanessa había aprendido a desconfiar de aquel tono sureño tan engatusador.

Ness: Habla -le ordenó-.

Maddie: Ahora que lo pienso, hace un día demasiado bueno para quedarse aquí dentro. ¿Qué tal si salimos al jardín con un té helado? -sugirió, y se encaminó hacia la cafetería sin esperar la respuesta de Vanessa-.

Una vez sentadas a la sombra de un gran roble, Maddie tomó un largo trago de su té y suspiró de satisfacción.

Maddie: ¿Qué tal va el negocio? -preguntó con una sonrisa visiblemente forzada-.

Ness: Eso lo sabes mejor que yo. Vamos, Maddie. Suéltalo de una vez. ¿Qué ocurre?

Maddie dejó el té en la mesa y se inclinó hacia delante con expresión muy seria.

Maddie: Ya sabes que últimamente estoy hasta el cuello de trabajo…

Ness: Claro que lo sé -corroboró-. No estarás pensando en dejarlo, ¿verdad?

Maddie: No, por Dios. El Corner Spa es tan importante para mí como lo es para Helen y Dana Sue. Me siento muy orgullosa de lo que hemos conseguido, y también de todo el trabajo que has hecho tú. No tengo intención de abandonar el barco.

Ness: Gracias a Dios -dijo con un suspiro de alivio-.
 

Se había encargado del centro durante los permisos de maternidad de Maddie y sabía que podía manejarlo sin problemas, pero no quería hacerlo. Ya era bastante responsabilidad estar a cargo de los servicios del centro de belleza. Masajes, pedicura, manicura, tratamientos faciales… Para eso se había preparado profesionalmente, no para ocuparse de un gimnasio que para ella era poco más que una cámara de tortura, ni para resolver todo el papeleo que suponía la promoción y publicidad.

Además, le gustaba el trato diario con las clientas, mientras que Maddie rara vez salía del despacho.

Maddie: Déjame que te lo explique. Jessica Lynn y Cole exigen toda mi atención en estos momentos, al igual que Kyle y Katie. Y prácticamente soy una recién casada -sonrió-. O al menos así hace que me sienta Cal.

Ness: Ya lo veo -murmuró-.

Maddie: La cuestión es que no tengo tiempo para nada.

Ness: Entiendo.

Maddie: El Corner Spa se ha convertido en uno de los centros más prósperos de la ciudad, y eso conlleva una responsabilidad enorme. Tenemos que seguir siendo los primeros.

Vanessa asintió.

Maddie: Y para ello una de nosotras tiene que implicarse en las actividades y eventos de la ciudad -miró fijamente a Vanessa-. No podemos limitarns  a firmar un cheque o asistir a una ceremonia. Tenemos que asumir una posición de liderazgo, participar en los comités, ese tipo de cosas.

Los ojos de Vanessa se abrieron como platos cuando finalmente comprendió lo que Maddie estaba insinuando.

Ness: Oh, no, no… No vas a sugerir lo que creo que estás pensando, ¿verdad?

Maddie adoptó una expresión inocente.

Maddie: No tengo ni idea. ¿En qué estás pensando?

Ness: En la Navidad -respondió sin poder contener un estremecimiento al pronunciar la palabra-.
 

Como todas las fiestas y vacaciones, la Navidad en Serenity se celebraba por todo lo alto. Toda la ciudad se engalanaba con luces y adornos para recibir a Santa Claus, con coros de villancicos y bastones de caramelos y regalos para todos los niños. Hasta el último habitante de Serenity vivía la ocasión con un entusiasmo infantil.

Excepto Vanessa. Para ella la Navidad era una temporada de supervivencia, no de regocijo ni celebraciones. De hecho, casi siempre intentaba hacer coincidir sus vacaciones con las fechas navideñas y pasarse las fiestas viendo en su casa todas las películas que se había perdido durante el año.

Ness: Ni hablar -declaró rotundamente-. No quiero saber nada del festival navideño.

Maddie: Vamos, Vanessa. Por favor -le suplicó-. No son más que unas cuantas reuniones y asegurarse de que todo esté listo: las luces, los árboles, el coro… Llevas aquí el tiempo suficiente para saber cómo funciona. Y eres una de las personas más organizadas que conozco.

Ness: Y la que menos quiere hacer esto. En serio, Maddie. No quiero saber nada de la Navidad. Si por mí fuera, ya la habría ilegalizado.

Maddie la miró horrorizada.

Maddie: ¿Por qué? ¿Cómo es posible que no te guste la Navidad?

Ness: No me gusta, ¿de acuerdo? Y no puedo ayudarte con esto, Maddie. De verdad que no puedo. Pídeme lo que sea, menos esto. Cuidaré a tus hijos, trabajaré horas extras, cualquier cosa que necesites, pero no voy a involucrarme en el festival.

Maddie: Pero…

Ness: No lo haré, Maddie. Es mi última palabra.

Por primera vez en los tres años que llevaba en el Corner Spa, Vanesa  se levantó y se marchó, dejando boquiabierta a su jefa.
 

Zac Efron no llevaba ni una hora y quince minutos siendo el gerente municipal de Serenity cuando el alcalde Howard Lewis entró en su despacho y acomodó su oronda figura en una silla.

Howard: Tenemos que hablar de la Navidad.

Zac le clavó una mirada fulminante, destinada a cortar la idea de cuajo.

Zac: ¿No crees que deberíamos centrarnos en el presupuesto, Howard? Hay que votarlo en la próxima reunión del consejo, y tengo que saber cuáles son las prioridades en Serenity.

Howard: Yo te diré cuál es la prioridad. La Navidad. Es una celebración muy importante en Serenity y tenemos que hacerlo bien, así que ya puedes ir concertando una reunión con los comerciantes y empresarios. Te daré los nombres más importantes -su expresión se tornó pensativa mientras Zac intentaba encontrar la manera de negarse-. Podríamos usar adornos nuevos para la plaza, ahora que se han abierto más negocios en el centro. Tal vez algunos de esos copos de nieve iluminados. Estoy pensando que este año debería celebrarse en el centro, como antiguamente. El parque está muy bien, pero hay algo especial en una plaza preparada para acoger la Navidad, ¿no te parece?

Zac ignoró la pregunta.

Zac: ¿El presupuesto actual incluye nuevos adornos navideños? -preguntó, intentando ser práctico y no admitir lo poco que le gustaban esas fiestas-.

Howard: No lo creo -respondió encogiéndose de hombros-. Pero siempre se pueden emplear unos cuantos dólares de aquí y de allá para este tipo de emergencias. Fondos discrecionales, ¿no es así como los llamáis?

Zac: Unos copos de nieve con bombillas no pueden calificarse como gasto de emergencia -arguyó preguntándose si iba a tener muchas discusiones como aquélla durante su estancia en Serenity. Si así fuera, la experiencia iba a resultar muy frustrante-.

Howard hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.

Howard: Seguro que encuentras la manera. La cuestión es empezar ahora mismo.

Zac: Estamos en septiembre, Howard -le recordó sintiendo cómo su inquietud crecía proporcionalmente a la determinación del alcalde-.

Howard: Hace falta tiempo para organizarlo todo, especialmente cuando se necesita recurrir a voluntarios. Según tu currículum tienes experiencia de sobra para organizar todo tipo de eventos. Es hora de que la emplees.

Zac: Viendo tu entusiasmo, me parece que deberías ser tú quien se ocupara del proyecto -dijo sin poder ocultar un tono de desesperación-. 

Si seguía pensando en preparar una Navidad a gran escala, se pondría a sudar como un pollo.

Había crecido en una casa que empezaba a prepararse para la Navidad cuando ni siquiera había acabado el verano. La mansión de Charleston parecía un inmenso escaparate navideño mucho antes de que empezara la temporada de rebajas posterior a Acción de Gracias. Pero ni Zac ni sus hermanas intentaban desenvolver los paquetes repartidos bajo los árboles. La mayor parte de ellos no eran más que cajas vacías. Como casi todo en el hogar de los Efron, se trataba de la fachada, no del contenido.

Se dio cuenta de que Howard lo observaba con la mirada entornada.

Howard: ¿Tienes algo en contra de la Navidad?

Zac: No tengo nada en contra de la festividad religiosa -se apresuró a responder-. Sólo estoy diciendo que me parece una pérdida de tiempo dedicarme a preparar luces y adornos. Y, además, está la separación de la iglesia y el estado y todo eso. Tenemos que ser muy prudentes. Muchas leyes prohíben la manifestación religiosa en público.

Howard: Tonterías. Estamos en Serenity. Aquí nadie va a oponerse a la Navidad -se levantó de la silla-. Quiero un informe de tus progresos antes de la reunión del consejo del jueves, ¿entendido?

Zac tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos y rezar pidiendo paciencia.

Zac: Entendido -murmuró con los labios apretados-.

Ponerlo a él a cargo de los festejos era como dejar la Navidad en manos de Scrooge.
 

Si Vanessa hubiera sido bebedora, la conversación con Maddie la habrá  llevado directamente al bar. En vez de eso la llevó a Sullivan's para una ración doble del famoso pudin de manzana con helado de canela de Dana Sue. El pedido de la camarera bastó para que la propietaria del restaurante más famoso de Serenity y copropietaria del Corner Spa saliera de la cocina y fuera al encuentro de Vanessa.

Dana: ¿Qué ocurre? -le preguntó poniendo el pudin en la mesa y sentándose frente a ella-.

Vanessa hizo una mueca. Debería haber sabido que ir allí era una mala idea. Las Magnolias, como se llamaban a sí mismas Maddie, Dana Sue y Helen, eran tan intuitivas como entrometidas.

Ness: ¿Qué te hace pensar que ocurre algo? -preguntó, atacando el pudin de manzana-.

Dana: Para empezar, nunca pides una ración doble de este postre. Luego está la expresión de tu cara -le dijo observándola atentamente-. Y el dato de que Maddie me haya llamado para decirme que estás muy disgustada por una conversación que habéis mantenido. Tenía la certeza de que vendrías aquí.

Ness: ¿Hay algo, una sola cosa, que las tres no compartáis? -preguntó metiéndose en la boca otra cucharada del helado de canela que se derretía sobre el pudin caliente-. 

Si no hubiera estado tan alterada, la exquisita combinación de manzanas con helado la habría embelesado por completo.

Dana: Tenemos nuestros secretos. Pero siempre estamos dispuestas a ayudarnos las unas a las otras. Y ahora eres una de nosotras.

Ness: No, no lo soy -protestó, aunque sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas-. Yo no he crecido aquí. Las tres os conocéis desde siempre y lleváis haciendo cosas juntas toda la vida. Yo soy una forastera. No puedo ser una Magnolia.

Dana: Por amor de Dios, no hace falta tener una marca de nacimiento ni nada por el estilo. Si nosotras decidimos que lo eres, entonces lo eres. Y eso significa que nos preocupamos por ti y que podemos meternos en tu vida tanto como sea necesario. Así que cuéntame lo que ha pasado con Maddie.
 
Ness: ¿No te lo ha dicho ella?

Dana: Sólo me ha dicho que tenía algo que ver con la Navidad. Sinceramente, no le encontré mucho sentido. Nadie tiene problemas en Navidad, a menos que haya retrasado las compras hasta Nochebuena. Y sólo estamos en septiembre.

Ness: No se trata de las compras -dijo con un suspiro de resignación. -Dana no iba a permitirle dejar el tema-. Quiere que forme parte del comité navideño del pueblo.

Dana: ¿Y dónde está el problema? -preguntó lentamente-. ¿Acaso no tienes tiempo?

Ness: Podría sacar tiempo si quisiera -admitió a regañadientes-. Pero no quiero hacerlo.

Dana: ¿Por qué?

Ness: Porque no quiero. ¿No es razón suficiente? -se zampó otra cucharada de pudin-. 

Había comido más de lo que debería y empezaba a sentirse mal por el exceso de azúcar.

Dana: Maddie no te obligará a hacerlo si no quieres -le aseguró-. Pero quizá deberías explicarle por qué.

Vanessa sacudió la cabeza. Para ofrecer una explicación tendría que rescatar muchos y malos recuerdos de su pasado.

Ness: No quiero hablar de ello. ¿Podemos dejarlo ya?

 Dana Sue la miró con expresión compasiva.

Dana: Ya conoces el instinto maternal de Maddie. Se preocupará mucho si no conoce la razón verdadera y te estará incordiando hasta que se la cuentes. Mi consejo es que lo sueltes cuanto antes.

Ness: No -rechazó rotundamente-. Me contratasteis para llevar un centro de belleza, nada más. Si tengo que ocuparme de la Navidad, tal vez no sea éste mi sitio.

Dana: ¡No digas tonterías! -la reprendió-. Pues claro que éste es tu sitio. Te queremos como a una hermana, y no vas a dejarlo sólo porque no quieras participar en el comité navideño. Maddie encontrará otra solución. Tal vez pueda encargarse Edward, o alguien más del personal.
 
A Vanessa se le iluminaron los ojos al pensar en el entrenador personal del centro.

Ness: Edward sería perfecto. Ahora que él y Karen están juntos le encantan las fiestas y ocasiones especiales. Además, podría hacer todas las tareas físicas que se requieren, como subir escaleras y colgar adornos… por no decir que está como un queso. Todas las mujeres del pueblo se presentarán voluntarias para trabajar en el comité.

Dana: Muy buenas razones, desde luego -aprobó con una sonrisa-. Asegúrate de comentárselas a Maddie. Y ahora, ¿por qué no cenas de verdad en vez de atiborrarte de pudín? El marisco está especialmente bueno esta noche.

Vanessa volvió a negar con la cabeza y apartó el cuenco medio vacío de pudín.

Ness: Estoy llena.

Dana: ¿Y te sientes mejor?

Ness: Mucho mejor. Gracias, Dana.

Dana: A mandar -dijo mientras se levantaba del asiento-. Pero antes de que tomes una decisión sobre el comité, hay una cosa que deberías tener en cuenta.

Vanessa se puso muy rígida. Había creído que el asunto estaba zanjado. Iría a ver a Maddie, le recomendaría a Edward para el trabajo y se olvidaría de todo.

Ness: ¿El qué?

Dana: El nuevo gerente municipal estará a cargo del comité.

Ness: ¿Y?

Dana: Estuvo aquí con el alcalde la otra noche… Está buenísimo. Y he oído que está soltero.

Vanessa entornó la mirada.

Ness: ¿Es esto lo que creo que es? ¿Maddie y tú me estáis buscando pareja?

Dana: Jamás se me ocurriría hacer algo así -se defendió en tono inocente-. Sólo te estoy informando de lo que sé para que puedas tomar una decisión con todos los datos sobre la mesa.

Ness: Ya he tomado una decisión -insistió-. Y no estoy buscando a un hombre. Acabas de darme una razón más para negarme a hacer esto.

Dana Sue esbozó una media sonrisa.

Dana: Ésas fueron las mismas palabras de Maddie poco antes de verse en el altar con Cal. Las protestas de Helen fueron aún más vehementes justo antes de casarse con Erik. En cuanto a mí… no sé cuántas veces repetí que no tenía el menor interés en volver a casarme con Ronnie. Y míranos ahora.

Vanessa se puso pálida.

Ness: Pero yo estoy hablando en serio.

Dana: Igual que nosotras, cariño -dijo riendo-. Igual que nosotras.

Después de todos sus fracasos emocionales, Vanessa llevaba una vida muy tranquila en ese sentido. Y le gustaba que siguiera así. Envidiaba a Maddie, Dana Sue y Helen por sus relaciones, pero los hombres como sus maridos no abundaban en el mundo. Y desde luego no eran la clase de hombres que Vanessa atraía.

Ness: No te metas en mi vida amorosa -le advirtió a Dana con una mirada severa-.

Dana: No sabía que tuvieras una vida amorosa.

Ness: A eso me refiero. Y así va a seguir.

Dana: Ya lo veremos -repuso mientras se alejaba-.

Ness: ¡Lo digo en serio! -exclamó tras ella-.

Dana Sue se limitó a hacer un gesto de despedida con la mano. Vanessa no podía ver su rostro, pero sabía que estaba sonriendo. Decidió que desde ese momento ahogaría sus penas y preocupaciones con margaritas, como hacían el resto de las Magnolias. La próxima vez que tuviera una crisis se iría a un bar en vez de meterse en la boca del lobo a atiborrarse de pudin y soportar consejos bienintencionados.


0 comentarios:

Publicar un comentario

Perfil