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lunes, 4 de diciembre de 2023

Capítulo 2


Zac seguía irritado por su reunión con el alcalde cuando salió de la oficina para dirigirse hacia el Serenity Inn. La perspectiva de una velada larga y solitaria en la habitación del hotel no lo atraía en absoluto. Necesitaba hacer un poco de ejercicio, agotar sus fuerzas para no seguir pensando en la disparatada conversación que acababa de mantener.

De camino a su habitación, se detuvo en el mostrador de recepción y le preguntó a Maybelle Hawkins si había algún gimnasio en el pueblo.

Maybelle: Bueno, está el gimnasio Dexter -respondió la recepcionista con el ceño fruncido-. Pero si te digo la verdad, ese lugar es peor que un vertedero. He oído que Dexter tiene buenos aparatos y que de vez en cuando le da una mano de pintura a las paredes, pero eso es la única reforma que ha hecho en treinta años. A los hombres no parece importarles, pero las mujeres no paran de quejarse.

Zac: ¿Entonces es la única opción? -no le importaba el olor a sudor, pero dudaba que un lugar así tuviera los aparatos en buen estado, a pesar de lo que decía Maybelle-. Creía haber leído algo sobre un local llamado Corner Spa.

El rostro de Maybelle se iluminó al oír el nombre.

Maybelle: Eso ya es otra cosa. Las propietarias adquirieron una vieja mansión victoriana en Main Street y Palmetto Lane y la transformaron en algo realmente especial. No he usado ninguna de las maquinas, pero sí he recibido un tratamiento facial y un baño de barro. ¡De barro! ¿Te puedes imaginar algo así? Y te aseguro que nunca me he sentido mejor.
 
Zac asintió.

Zac: Parece el lugar perfecto -dijo, recordando que el artículo que había leído también ponía el establecimiento por las nubes-.

Maybelle: Lo es, pero no es para ti -dijo con un extraño brillo triunfal en los ojos-.

Zac: ¿Por qué?

Maybelle: Sólo está abierto para mujeres. Después de tantos años rogándole a Dexter para que reformara su gimnasio, las mujeres del pueblo tienen por fin un lugar para ellas solas.

Zac: ¿Me estás diciendo que el Corner Spa discrimina a los hombres? -preguntó enfureciéndose-. ¿Nadie ha demandado a las propietarias?

Maybelle: ¿Y por qué iba nadie a hacerlo? Es un centro para mujeres. Los hombres tenéis vuestros clubes privados y vuestros campos de golf. ¿Ahora unas cuantas mujeres abren algo sólo para mujeres y tú quieres demandarlas? Por favor…

Zac hizo una mueca de desagrado. Su padre pertenecía a varios de esos clubes privados. Pero ésa no era la cuestión. Se suponía que un gimnasio tenía que estar abierto para todo el mundo.

Zac: Vamos. Eso es ilegal, y lo sabes.

Tendría que consultar los libros de derecho que su padre le había comprado con la esperanza de que él abriera su bufete en Charleston y aprovechara su título universitario.

Maybelle no pareció en absoluto impresionada.

Maybelle: Tendrás que discutirlo con las propietarias, pero te aconsejo que no lo hagas. Helen Decatur es la mejor abogada del pueblo. Nadie en su sano juicio se atrevería a enfrentarse a ella.

Zac asintió lentamente. Después del mal sabor de boca que le había dejado su primer día de trabajo, le apetecía demandar a un gimnasio que discriminaba al sexo masculino. Podría canalizar su malhumor en aquel pleito, en vez de librar una lucha inútil con Howard sobre los adornos navideños.
 
Por otro lado, si su primera obra social como habitante de Serenity fuera demandar a una conocida abogada y mujer de negocios, su carrera como gerente municipal quedaría marcada desde el principio.

Tendría que pensarlo detenidamente.

Zac: Gracias por la información -le dijo a Maybelle con una sonrisa-. 

Después de ponerse unos vaqueros, una camiseta de la Universidad de Carolina del Sur y unas zapatillas deportivas, se encaminó hacia al centro a paso rápido. Seguramente acabaría en el gimnasio Dexter, pero primero quería echarle un vistazo a aquel otro centro exclusivo.

Se equivocó de calle unas cuantas veces, pero finalmente encontró la vieja mansión victoriana. Subió los escalones del porche y miró por una ventana. Los aparatos que se veían en el interior parecían de última gama. Una docena de mujeres ejercitaban los músculos en las cintas y las elípticas, y también había un par de hombres. Confiando en que Maybelle se hubiera equivocado con la política de admisión, Zac se disponía a abrir la puerta cuando oyó unos pasos tras él.

**: ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó una mujer-. 

A pesar del tono sureño de su voz, parecía estar desafiándolo más que ofreciéndole ayuda.

Zac se giró y se encontró con una mujer de escasa estatura, pelo negro y largo y ojos color chocolate. Si no hubiera oído su acento, habría pensado que era europea. Sus vaqueros y camiseta podrían haber salido de unas rebajas, pero sus zapatos de tacón bajo y el pañuelo anudado elegantemente al cuello le recordaron a Zac el estilo que había visto en París durante el verano que pasó allí después de la universidad. Guardaba muy buenos recuerdos de aquellos días… y de las mujeres que conoció.

Le dedicó su sonrisa más cautivadora.

Zac: Eso depende. ¿Tiene usted alguna autoridad o influencia en este centro?

Ness: No soy una de las propietarias, si es eso lo que está preguntando. Es Maddie quien recibe a los proveedores. Puedo darle su tarjeta, si quiere.

Zac: No soy un proveedor. Quiero inscribirme.

Ness: Lo siento. Sólo admitimos a mujeres.

Zac: He visto a un par de hombres -protestó-.

Ness: Son entrenadores, los únicos hombres que pueden entrar durante el horario de apertura. Con mucho gusto le indicaré la dirección del gimnasio Dexter, si no sabe moverse por la ciudad.

Zac: Puedo encontrarlo yo solo. ¿Sabe que esa política de admisión puede ser ilegal?

Ness: Lo dudo -repuso con expresión divertida-. Helen Decatur, otra de las propietarias, se encargó de ese detalle cuando incorporó el centro de belleza. También puedo darle su tarjeta, si quiere.

Zac dejó las cuestiones legales por el momento y observó de arriba abajo a la mujer, intentando desconcertarla.

Zac: ¿Cuándo vas a ofrecerme tu tarjeta?

Ness: No voy a hacerlo, a menos que quiera venderme cremas, cosméticos o aceites aromáticos. Por desgracia, ya ha dejado claro que no es un proveedor.

La nota de satisfacción de su voz irritó a Zac, pero decidió seguir desplegando su encanto.

Zac: Es una lástima… Pero tal vez podamos encontrar algo más en común.

 El brillo de regocijo de sus ojos se apagó de inmediato.

Ness: No lo creo -dijo fríamente-. Que pase una buena tarde.

Abrió la puerta y entró rápidamente, dando un portazo en sus narices. Zac sospechó que si el gimnasio no hubiera estado abierto en esos momentos, también habría echado el cerrojo.

Se quedó mirando la puerta. Su enfado contra la discriminación de género había dejado paso a una fascinación absoluta por aquella mujer que acababa de darle con la puerta en las narices.

Siendo el heredero de la fortuna Efron, Zac no había sufrido muchos rechazos en su vida, especialmente entre las mujeres de la clase alta de Charleston. Descubrió que no era una sensación agradable, y menos después de haber perdido una batalla con el alcalde.

Su padre diría que se merecía todo lo que le había pasado aquel día por no haber elegido la carrera que se esperaba de él desde que nació. La imagen del rostro satisfecho y prepotente de su padre lo hizo ponerse rígido y decidir que lo haría mejor a partir de ahora. Tenía mucho que demostrar, no sólo a su padre, sino a sí mismo.

Había ido a Serenity porque creía que tenía algo que ofrecer en un pueblo como aquél. Su experiencia como administrador y jefe de contabilidad en otros ayuntamientos lo había preparado para tratar con cualquier problema que se encontrase en Serenity. Si tenía que enfrentarse a un alcalde exigente y sufrir un rechazo de una enigmática mujer, podía superarlo.

Echó un último vistazo por la ventana y decidió probar suerte en el gimnasio Dexter y volver al hotel con una cerveza y comida para llevar.


Después de su desconcertante encuentro con el hombre en el porche, Vanessa se retiró a su despacho a intentar reducir la montaña de papeles que cubría su mesa. Aquél era tan buen momento como cualquier otro para dedicarse a la parte más desagradable de su trabajo.

Por desgracia, no podía concentrarse en nada. Las imágenes del hombre que acababa de conocer invadían constantemente sus pensamientos. Sonrió al recordar su intención de llevar a Helen a los tribunales. Parecía tan seguro de sí mismo que sería divertido ver cómo Helen le enseñaba un par de cosas sobre la ley.

Y aunque Vanessa había renunciado a los hombres, no pudo evitar una extraña sensación en la boca del estómago. Hacía mucho tiempo que un hombre no la miraba de aquel modo. O que ella fuera consciente y sintiera algo en respuesta.

Fuera como fuera, no iba a hacer nada al respecto. Se sacudió mentalmente y se sumergió en el papeleo con renovada determinación.

Había acabado el informe de agosto cuando Edward llamó a la puerta y entró en el despacho. Con su pelo negro y reluciente, su piel aceitunada y su cuerpo musculoso, era como un anuncio ambulante para el gimnasio. También era uno de los hombres más atractivos del pueblo. Procedía de una familia numerosa y estaba a punto de casarse con una madre divorciada que lo había pasado muy mal durante dos años. Él y Karen habían tenido que soportar el rechazo inicial de la familia ultracatólica de Edward, quienes se oponían a la unión de su hijo con una mujer divorciada, pero finalmente Karen los había conquistado a todos.

 
Edward: ¿Aún sigues aquí? 

Ness: Estaba poniéndome al día con el trabajo pendiente -respondió con una mueca-. ¿Ya es hora de cerrar? He perdido la noción del tiempo.

Edward: Las últimas clientas se marcharon hace cinco minutos. Si estás lista para irte, te llevaré a casa.

Vanessa lo miró extrañada.

Ness: No es necesario. Puedo ir caminando. No vivo tan lejos de aquí.

Edward: Esta noche no -dijo negando con la cabeza-. Había un hombre mirando por la ventana esta tarde. Nunca lo había visto por aquí. Algunas mujeres se pusieron nerviosas y estuvieron a punto de llamar al sheriff, pero cuando salí a ver qué quería ya había desaparecido.

Vanessa sonrió y sacudió la cabeza.

Ness: Estuve hablando con él. Es inofensivo. Sólo quería apuntarse al gimnasio, pero le dije que era imposible. Supongo que es nuevo en el pueblo. Se marchó después de hablar conmigo.

Edward frunció el ceño.

Edward: Sigue sin convencerme. ¿Te dijo cómo se llamaba?

Ness: No, pero yo tampoco se lo pregunté. No te preocupes. Ese tipo no tenía mal aspecto y hablaba muy bien. No supone una amenaza para nadie.

Mientras lo decía se preguntó si sería cierto. Seguramente no fuera un hombre peligroso en la manera que estaba pensando Edward, pero sí podría suponer una seria amenaza para ella. Era muy sexy y atractivo, no tan musculoso como Edward, pero sí estaba muy bien formado. Sus ojos eran de un bonito color azul cielo y brillaban de malicia y picardía. Sus cabellos castaños y pulcramente recortados lucían las mechas doradas de quien pasaba mucho tiempo bajo el sol. Y cuando sonreía aparecía un hoyuelo irresistible en su barbilla. Su atuendo era informal, pero Vanessa podía imaginárselo con chaqueta y corbata. Había creído ser inmune a los encantos masculinos, pero tenía que reconocer que estaba equivocada.
 
Edward seguía sin parecer convencido. Apartó un montón de papeles de una silla y se sentó, poniendo los pies sobre la mesa y sacando su teléfono móvil.

Ness: ¿Qué haces? 

Edward: Llamar a Karen para decirle que llegaré tarde.

Ness: ¿Por qué? 

Él sonrió.

Edward: Porque no voy a irme de aquí sin ti. Afectaría a mi intachable reputación de chico bueno. La última vez que no hice caso a mi instinto y perdí de vista a una de las Magnolias, estuvo a punto de que la mataran.

Vanessa se estremeció al recordarlo.

Ness: Tú no tienes la culpa de lo que le ocurrió a Helen. El marido de su clienta estaba decidido a acabar con ella. Nadie podía detenerlo.

Edward: Cierto -admitió alegremente-. Pero no voy a correr ningún riesgo.

Vanessa vio su expresión testaruda y acabó por ceder.

Ness: Oh, por amor de Dios. No quiero ser la responsable de que llegues tarde a casa de Karen -se levantó-. Vamos.

Edward: Sabia elección. ¿Quieres venir a cenar con nosotros? Voy a hacer la famosa paella de marisco de mamá.

Ness: ¿Vas a cocinar? -le preguntó con incredulidad-. Tu mujer trabaja en un restaurante.

Edward: Por eso mismo no debe cocinar en casa en su día libre. 

Vanessa lo miró maravillada.

Ness: ¿Por qué no tienes hermanos en vez de tantas hermanas?

 Edward se echó a reír.

Edward: Tengo primos. ¿Quieres conocer a alguno? Yo soy el mejor de todos, pero hay un par de ellos que me siguen de cerca.

Ness: ¿Son tan arrogantes como tú?

Edward: Mucho más.

Ness: Entonces mejor no. Prefiero seguir sola. 

Edward sacudió la cabeza.

Edward: Es una lástima. Eres una mujer muy guapa con un gran corazón. Deberías compartir tu vida con alguien especial.

Vanessa suspiró.

Ness: Hubo un tiempo en que yo también lo pensaba.

Edward: No digas eso -la reprendió mientras la hacía subir a su coche-. La persona adecuada podría estar esperándote al girar la esquina.

Vanessa volvió a recordar cómo se había sentido cuando los ojos del desconocido la recorrieron de arriba abajo. Tal vez Edward tenía razón. Tal vez era demasiado pronto para renunciar al amor.


Mary Vaughn Lewis tenía su agenda abierta en la mesa e intentaba pasar toda la información a su nuevo BlackBerry. Su hija, Rory Sue, insistía en que era necesario, pero Mary no estaba tan segura. Al fin y al cabo, sabía tanto de aparatos electrónicos como su gata persa.

Pero no podía permitirse quedar desfasada en aquellos tiempos. La gente esperaba mucho de la agente inmobiliaria más próspera de Serenity, y además era la presidenta de la Cámara de Comercio y necesitaba mantener su agenda al día. Y según Rory Sue, estudiante de segundo año en Clemson, aquel artilugio era la solución.

El aparató empezó a sonar como un teléfono y Mary a punto estuvo de dejarlo caer por el susto. Tardó casi un minuto en encontrar el botón para responder.

Mary: ¿Sí, diga? Mary Vaughn al habla -murmuró distraídamente, leyendo las direcciones de su atestada agenda mientras hablaba-.

Rory: Mama, soy yo. ¿Soy la primera que te llamo a tu nuevo BlackBerry?

Mary: Sí que lo eres -respondió contenta de oír a su hija-.

Rory: No me extraña que parezcas tan impresionada. Pero te prometo que te va a encantar en cuanto te acostumbres a usarlo.

Mary: Sí, bueno, ya lo veremos. ¿Qué ocurre, cariño? -sospechaba que el propósito de aquella llamada en mitad de la semana no era preguntarle por sus progresos técnicos y sí pedirle dinero para sus compras-.
 
Rory Sue sería capaz de seguir comprando incluso si la tienda estuviera ardiendo. No sólo eso, sino que convencería a la dependienta de que le hiciera un descuento por el incendio. Era una habilidad que había aprendido de su madre, aunque Mary Vaughn habría preferido que aprendiese un poco de la clásica elegancia sureña.

Rory: Quería hablar contigo de la Navidad.

Mary: ¿Quieres hablar de la Navidad… en septiembre?

Rory: Bueno… pensé que sería mejor preguntártelo ahora en vez de hacerlo en el último segundo.

La alarma de Mary Vaughn se activó al instante.

Mary: ¿Preguntarme qué?

Rory: Estaba pensando que, ya que no celebramos la Navidad como lo hacíamos cuando yo era pequeña…

En otras palabras, antes de que Sonny se hubiera divorciado de Mary y hubiera arruinado la vida de su hija.

Rory: … tal vez podrías dejarme que me fuera a pasar las vacaciones fuera -concluyó apresuradamente-. En Aspen. La familia de Jill va a esquiar todos los años y me ha invitado a ir con ellos. Tengo que decírselo enseguida, porque si yo no puedo, se lo pedirá a otra persona.

Mary: No -dijo sin pensarlo siquiera-. La gente pasa la Navidad en familia, no tonteando por ahí con desconocidos.

Rory: Jill no es una desconocida. Hace dos años que somos compañeras de habitación.

Mary Vaughn podría haberla corregido, recordándole que el segundo año académico acababa de empezar, pero prefirió no malgastar el aliento.

Mary: Apenas conoces a su familia, y yo no sé nada de ellos.

Rory: Te preocupa la imagen que darás si no voy a casa por Navidad -la acusó-. Temes que la gente piense que has fracasado como madre. Es eso, ¿verdad? Lo único que te importa es tu imagen en ese estúpido pueblo.

Mary tenía que reconocer que la acusación era cierta, al menos en parte. Odiaba que su hija, a la que quería más que nada en el mundo, no quisiera pasar la Navidad con ella. Y no quería que la gente del pueblo se compadeciera de ella como habían hecho otras veces. Se había pasado toda su vida de adulta intentando cambiar la imagen que la gente tenía de ella.

Pero el motivo principal no era aquél, sino la perspectiva de pasar sola la Navidad. ¿Qué haría si Rory Sue no iba a casa? ¿Sentarse a contemplar las paredes? ¿Encender el pequeño árbol de cerámica que había heredado de su madre y beber ponche de huevo hasta olvidar su patética soledad? No. De ninguna manera. La idea era insoportable.

Dentro de un par de años Rory Sue estaría viviendo por su cuenta en alguna ciudad muy lejos de allí. Seguramente no podría volver a casa para las vacaciones, o quizá tuviera una familia propia y Mary Vaughn tendría que ir a una ciudad extraña a celebrar la Navidad. Pero aquel año no. Aquel año quería que su hija estuviera allí, en Serenity. Quería pasar una Navidad tradicional e iba a conseguirlo, por mucho que Rory Sue la odiara.

Mary: No.

Rory: ¿Ni siquiera vas a pensarlo? -le rogó-.

Mary: He dicho que no. Y no se te ocurra llamar a tu padre para intentar convencerlo. No voy a permitir que intentes enfrentarnos para conseguir tus propósitos. Eso pudo haberte funcionado cuando tenías diez años, pero todos hemos madurado un poco desde entonces.

Para su alivio, Rory Sue se echó a reír.

Rory: ¿De verdad lo crees?

Mary: De verdad lo sé. Te quiero y te prometo que vamos a pasar la mejor Navidad que hayas tenido nunca en Serenity.

Rory: Eso es imposible. Adiós, mamá.

Mary: Adiós, cariño.

Al acabar la llamada, Mary Vaughn decidió encontrar la manera para cumplir su promesa, aunque para ello tuviera que volver a hablar con el queridísimo padre de Rory Sue, su ex marido.


Vanessa llevaba evitando a Maddie toda la mañana. Sabía que el asunto del comité navideño estaba muy lejos de acabar, y también había pendiente una discusión sobre las razones de Vanessa para renegar de la Navidad. Era de esperar que Maddie empleara la artillería pesada, Dana Sue y Helen, antes de olvidar el tema.

Las Magnolias eran algo más que un equipo. Vanessa tal vez perteneciera a ellas, pero las demás podían abusar de su autoridad. Cuando una del grupo tenía cualquier tropiezo, las otras formaban una piña a su alrededor. Vanessa lo había presenciado más de una vez, y tenía miedo. El encuentro de la noche anterior con Dana Sue no había sido más que un pequeño anticipo de lo que estaba por venir. Y cuanto más pensaba en intentar convencer a Maddie para que le encargara el proyecto a Edward, menos creía que la sugerencia fuese tomada en serio… especialmente si Maddie estaba haciendo de celestina.

Mary: Te noto muy cambiada -observó mientras Vanessa le echaba crema hidratante en el cuello y la cara-. ¿Qué ha sido de tu buen humor habitual?

Ness: Lo siento -respondió con una sonrisa forzada-. Tengo otras cosas en la cabeza… ¿Cómo está tu hija? -le preguntó para cambiar de tema-. Está estudiando en Clemson, ¿verdad?

Normalmente bastaba con preguntarle por su hija para que Mary Vaughn se olvidara de cualquier otra cosa. Pero en aquella ocasión, Vanessa percibió una tensión latente en su clienta mientras le contaba lo bien que le iba a su hija en la universidad.

Ness: Parece que hay algo que te inquieta -le dijo al cabo de un minuto-. ¿Crees que tiene algún problema?

Mary: Está muy enfadada conmigo -admitió-. Por no permitirle que se vaya a esquiar a Aspen en Navidad.

Ness: ¿Por qué no?

Mary: Porque la Navidad hay que pasarla con la familia -declaró como si fuese una ley sagrada-.

Ness: No tiene por qué. Puede ser genial si todo el mundo se lleva bien, pero la mitad de las familias que conozco no pueden pasar ni diez minutos juntos.

Mary: ¿Tu familia es una de ellas?

Ness: No sabes hasta qué punto -enseguida volvió a cambiar de tema-. Tal vez podrías ir tú también a Aspen. Así las dos tendríais lo que queréis. Tú y Rory Sue estaríais juntas y ella podría esquiar con sus amigas. ¿Qué es lo que te retiene en Serenity?

Mary: La tradición -respondió con vehemencia-. Y a su padre le rompería el corazón si no vuelve a casa por Navidad. Sam es una persona muy navideña, igual que su padre.

Ness: ¿El alcalde Lewis? 

Mary asintió.

Mary: Ese hombre se pasa todo el año pensando en hacer de Santa Claus para los niños. No hay nada que le guste más en el mundo que preparar la Navidad de Serenity. Ahora que soy la presidenta de la Cámara de Comercio voy a tener que participar en el comité navideño, y te puedo asegurar que no me hace ninguna gracia. Howard y yo somos como el agua y el aceite, por decirlo de una manera suave.

Vanessa la miró con simpatía.

Ness: ¿No has pensado en delegar tus tareas?

Mary: ¿E insinuar que el comité navideño no es lo más importante en mi vida? ¿Me tomas el pelo? Howard no dejaría de reprochármelo en la vida.

Ness: Maddie quiere que represente al Corner Spa en el comité. Y me he negado.

Los ojos de Mary se iluminaron.

Mary: ¡Tienes que hacerlo! -exclamó-. Por favor, Vanessa. Prométeme que cambiarás de opinión. Si estamos juntas en el comité será divertido. De lo contrario me volveré loca.

A Vanessa le costaba creer que pudieran divertirse en un comité del que formaba parte el ex suegro de Mary Vaughn, uno de los hombres más presuntuosos e insoportables de Serenity.

Mary: Tal vez Maddie te permita librarte. Pero yo no. Quiero que te comprometas a hacerlo ahora mismo. Por favor, Vanessa. Sé que te gustan tanto los desafíos como a mí, y éste es un desafío único. Di que sí -miró a Vanessa esperanzada y esperó-.

Vanessa suspiró.

Ness: Tal vez -dijo finalmente-. 

No podía darle una respuesta más firme, pero cada vez le costaba más negarse.


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