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miércoles, 20 de diciembre de 2023

Capítulo 15


Después de dos meses trabajando como gerente municipal, Zac había establecido una especie de rutina. Cada mañana se pasaba por Wharton's de camino a la oficina para tomar café y oír los últimos cotilleos. Almorzaba en su despacho y al final de la jornada salía a correr para descargar la tensión acumulada. Se había apuntado al gimnasio Dexter's, pero era tan deprimente que no solía ir más de una o dos veces por semana.

Su trabajo era un desafío constante. El auge inmobiliario dentro y alrededor de Serenity obligaba a someter muchos planes y proyectos a un minucioso escrutinio. No había nadie más en el personal que tuviera su experiencia en analizar los problemas que un desarrollo semejante tendría en las escuelas e instituciones del pueblo.

También se había ocupado en atraer nuevos negocios a las calles del centro. Confiaba en que una reducción inicial de impuestos animaría a los empresarios y comerciantes a establecerse en los locales disponibles de Main Street. Hasta el momento dos personas se habían comprometido a abrir sus tiendas después de Año Nuevo, y otras tres estaban pensando en arrendar unos locales para primavera.

Además había encargado un examen metódico de las infraestructuras del pueblo, algo que llevaba demasiado tiempo sin hacerse. Había un estrecho puente sobre un afluente del río Great Pee Dee que le preocupaba, pero los informes de los ingenieros indicaban que su estructura era lo bastante sólida… por ahora. Las tuberías y el alcantarillado necesitaban una puesta a punto inmediata debido a la creciente demanda. Zac tenía un plan para sufragar los costes mediante unos cargos adicionales a las inmobiliarias.
 
Y por si fuera poco, había conseguido el dinero para poner en marcha la liga juvenil propuesta por Cal. Había incluido la propuesta en el presupuesto de Parques y Actividades de Ocio, con el beneplácito del consejo. Y había prometido entrenar al segundo equipo.

En definitiva, y a pesar del poco tiempo que llevaba allí, sentía que ya había hecho una gran contribución a Serenity. Aunque con tanto trabajo apenas había tenido tiempo para buscar casa o para cortejar a Vanessa. Aquello contribuía a aumentar su estrés, y de ahí la urgente necesidad de salir a correr por las tardes. Normalmente atravesaba el pueblo y luego rodeaba el lago, cuyas orillas estaban cubiertas de azaleas que seguramente llenarían de color el paisaje en primavera. Siempre saludaba a un grupo de mujeres que charlaban en el cenador a la luz del crepúsculo, a pesar de que no conocía a ninguna de ellas. Sabía que se irían en cuanto se hiciera de noche, igual que las últimas parejas que disfrutaban de un romántico paseo al atardecer.

Estaba dando una última vuelta al lago cuando sonó su teléfono móvil. Pensó en ignorarlo, pero la policía y los bomberos tenían su número por si necesitaban avisarlo en caso de emergencia, de modo que se detuvo y se dobló por la cintura para recuperar el aliento mientras miraba la pantalla. Era su madre, y aquélla era su quinta llamada del día. Había ignorado las otras, pero estaba claro que su madre no iba a rendirse.

Zac: Hola, madre -contestó finalmente-.

Clarisse: ¿Se puede saber qué te pasa? -espetó en tono acusatorio-. Parece que te falta el aire.

Zac: Estaba corriendo un poco. ¿Qué es lo que tanto te preocupa?

Clarisse: ¿Has encontrado ya una casa?

Zac: No he tenido tiempo de buscar.

Clarisse: Por eso quería encargarme yo de hacerlo. Pero me han prohibido meter las narices.

Zac: Dudo que Mary Vaughn te lo dijera con esas palabras.
 
Clarisse: Claro que no. Es una mujer encantadora. Y creo que está soltera.

Zac: Ya lo sé. 

La sutileza no era el punto fuerte de su madre, desde luego.

Clarisse: ¿Le has pedido una cita?

Zac: ¡Madre!

Clarisse: Bueno, supongo que no estarás pensando en salir con esa fulana, Vanessa cómo-se-llame.

Zac: Muy bien, ya es suficiente. Te llamaré más tarde -se dispuso a cortar la llamada cuando oyó que su madre lo llamaba insistentemente-. ¿Sí?

Clarisse: Está bien, no quería enfadarte… Eres como un crío. Harás exactamente lo contrario a lo que yo te diga, sólo para contradecirme.

Zac: ¿Se supone que eso es una disculpa? 

Su madre suspiró dramáticamente.

Clarisse: Lo siento -dijo sin mucha convicción-. No te llamaba por esto.

Zac: ¿Entonces para qué?

Clarisse: Las cortinas para tu despacho están listas. Me gustaría llevártelas mañana, y quizá pudiéramos ver juntos algunas casas.

El suspiro de Zac fue tan dramático como el de su madre.

Zac: Tráeme las cortinas si quieres, pero no tengo tiempo para ver casas mañana.

Clarisse: Bueno, espero que al menos tengas tiempo para comer.

Zac lo pensó un momento. Tarde o temprano su madre y él iban a tener que verse. No era el tipo de mujer que le permitiera a nadie ignorarla para siempre, y menos uno de sus propios hijos. Y a Zac le había costado treinta y cinco años darse cuenta de que intentaba ser una buena madre… del único modo que sabía.

Zac: Podemos comer juntos. Con una condición.

Clarisse: ¿Cuál? -preguntó con recelo-.

Zac: Que invitemos a Vanessa y prometas ser educada con ella.

Clarisse: De ninguna manera -respondió  al instante-.

Zac: Muy bien, entonces no hay trato.
 
Clarisse: Zachary Efron, no puedes chantajearme para que vea a una mujer a la que no soporto.

Zac: Apenas la conoces.

Clarisse: Es lo mismo. No tengo el menor deseo de conocerla.

Zac sabía que la obstinación de su madre se debía a la vanidad y al orgullo, más que a un verdadero rechazo. Seguramente estaba avergonzada por el escándalo que había montado en Chez Bella's.

Zac: ¿Y tampoco te importa que sea importante para mí? -le preguntó tranquilamente-.

Clarisse: ¿Cómo de importante? -preguntó horrorizada-.

Zac: No estoy del todo seguro aún, pero diría que muy importante. Y te agradecería mucho que le dieras una oportunidad. Vamos, madre, no será la primera vez que seas educada con alguien que no te gusta. Siempre lo estás haciendo en tus obras benéficas. ¿No puedes hacerlo una vez por mí?

Clarisse: Si lo pones de ese modo, supongo que no tengo elección -accedió a regañadientes-. Estaré en tu oficina a las once y media para dejar las cortinas. Reserva una mesa para el mediodía, y dile a tu amiguita que no se retrase.

Zac: Sí, señora -respondió intentando ocultar su regocijo por la actitud autoritaria de su madre-.

Por desgracia, aún le quedaba por convencer a la parte más difícil.


Ness: ¡Ni hablar! -exclamó mirando a Zac como si hubiera perdido el juicio-. ¡No pienso comer con tu madre! Ni por un millón de dólares.

Zac: ¿Ni siquiera para darme las gracias por el árbol de Navidad?

Ness: Ni siquiera por eso -insistió. Si hubiera sabido cuáles eran las intenciones de Zac al presentarse en su apartamento con una pizza y una botella de vino carísimo, lo habría echado de una patada en su apetitoso trasero. El aroma de la pizza hacía estragos en ella, pero no podía ceder así como así-. Tu madre me arrancaría los ojos si pudiera.
 
Zac: Me ha dado su palabra de que se comportará educadamente.

Ness: Oh, genial, ahora sí que estoy tranquila -dijo en tono sarcástico mientras agarraba una porción de pizza con olivas negras y champiñones-. 

Su favorita.

Zac: Toma un poco de vino -la animó llevándole la copa hasta el borde-.

Ness: No voy a cambiar de opinión, por mucho que intentes emborracharme -dijo, pero aun así tomó un sorbo de vino-.

Estaba realmente delicioso.

Zac: Mira, ya sé que mi madre se pasó de la raya cuando os conocisteis, pero en el fondo es una buena mujer.

Ness: ¿Una buena mujer? ¿Estamos hablando de la misma mujer a la que casi le paraste los pies la última vez que nos vimos?

Zac: La misma -respondió con expresión avergonzada-.

Ness: Y aun así crees que es buena idea que comamos los tres juntos… ¿Es que te has vuelto loco?

Zac: Posiblemente. Pero podríamos intentarlo. Ella ha prometido que sabrá comportarse. Si tú también lo haces, no será tan horrible.

Ness: ¿Por qué quieres hacerlo?

Zac: Porque, a pesar de todos sus defectos, es mi madre. Y tú me importas. Me gustaría que las dos os llevarais bien.

Ness: ¿Mejor de lo que os lleváis vosotros? 

Zac hizo una mueca, pero se acercó un poco más.

Zac: Te estaría muy, muy agradecido.

Ness: ¿Cuánto? -le preguntó mirándolo con los ojos entornados-.

Zac: Mucho.

Ness: ¿Lo suficiente para ayudarme con la mudanza cuando llegue el momento?

Zac: Pensaba hacerlo de todos modos -respondió sonriendo-.

Ness: ¿En serio? ¿Y para ayudarme a pintar las habitaciones, arreglar los grifos, instalar ventiladores en el techo, cambiar las tejas…?

Zac: ¿Las tejas también?

Ness: Tranquilo, sólo estaba bromeando -se rió-. El tejado está perfectamente. Sólo quería comprobar hasta dónde estás dispuesto a llegar para que acepte comer con tu madre.

Zac: Me parece justo. Oye, nadie mejor que yo sabe lo difícil que puede ser mi madre. Si te sirve de consuelo, se lo puso igualmente difícil a los prometidos de mis hermanas, y todos contaban con un linaje familiar que se remontaba a los primeros colonos que llegaron en el Mayflower.

Ness: Salvo que tú no estás pensando en casarte.

Zac: No estés tan segura.

Vaya, aquello sí que subía las apuestas a un límite inesperado, pensó ella.
Extrañamente, no sintió la ola de pánico que era de esperar. Se permitió mirar a Zac a los ojos y se encontró con su mirada suplicante y sincera.

Ness: De acuerdo. Pero no digas que no te he advertido. Esto me parece una mala idea.

Zac: No, no lo es -le aseguró-. Ya verás. Le causarás una buenísima impresión.

Vanessa se conformaría con acabar la comida sin estrangularla.


El coche de Mary Vaughn se detuvo con un petardeo en el arcén de la carretera, a quince kilómetros de Serenity. Había comprado aquel maldito armatoste porque le inspiraba confianza, y porque Sam no le daba el visto bueno a ningún vehículo que no saliera de su concesionario.

Por desgracia, el concesionario más próximo de aquella marca estaba a una hora de camino, y ningún mecánico de Serenity se atrevería a tocar el motor. Necesitaba una grúa.

Apretó los dientes y marcó el número de Sam, preparándose para escuchar un sermón sobre la mala elección que había hecho con aquel coche.

Mary: Estoy tirada en medio de la autopista -le dijo sin más preámbulos-. No necesito un sermón. Necesito ayuda.

Sam: ¿Se te ha pinchado una rueda?
 
Mary: No. El motor se ha parado de repente. He tenido suerte de poder llegar al arcén sin chocar con nadie.

Sam: ¿Dónde estás exactamente? -le preguntó, y ella se lo dijo-. Bien, quédate ahí y no salgas del coche. La ayuda está en camino.

Veinte minutos después llegó la grúa, seguida por Sam.

Sam: Pensé que querrías llevar el coche al concesionario. Y entonces necesitarías que alguien te llevara a casa.

Ella lo observó con recelo mientras Sam salía de su coche y le abría la puerta, algo que muy pocos hombres se molestaban en hacer ya.

Mary: Y así tendrás tiempo para recrearte en mi desgracia -le dijo mientras se acomodaba en el cómodo asiento de cuero-.

Sam: No tenía pensado hacerlo, pero si eso te hace sentir mejor… -sugirió con una sonrisa-.

Mary: No, por favor.

Sam intercambió unas palabras con el conductor de la grúa y se sentó al volante.

Sam: ¿Estás bien?

Mary: Enfadada, tan sólo. Quién sabe cuánto tardarán en arreglar el coche.

Sam: Te prestaré uno, no te preocupes -le aseguró-.

Mary: ¿Por qué eres tan amable conmigo? -le preguntó con el ceño fruncido-.

Sam: ¿Por qué no habría de serlo? -preguntó frunciendo el ceño también-.

Mary: Bueno… habíamos acordado que nos llevaríamos bien cuando Rory Sue estuviera en casa por Navidad, pero esto me parece… excesivo.

Sam: ¿Y entonces por qué me has llamado? 

Mary Vaughn titubeó un momento.

Mary: Porque sabía que podía contar contigo -admitió-.

Sam: Ahí lo tienes. El buenazo de Sam Lewis presto al rescate, como siempre.

Mary Vaughn oyó una nota de amargura en su voz y sintió como se le formaba un nudo en el estómago. Una vez más lo había herido sin darse cuenta.
 
Mary: Lo siento -murmuró-. De verdad.

Él masculló algo en voz baja y apartó la vista de la carretera para mirarla un momento.

Sam: Tranquila. Ya ves… Intento convencerme de que he rehecho mi vida y de repente descubro que me sigues afectando. No me gusta, Mary Vaughn. No me gusta la imagen que doy.

Mary: Peor es la imagen que doy yo -respondió suavemente-. No te causo más que dolor y problemas cuando tú siempre has sido encantador conmigo. No me gusta esta sensación tan desconsiderada y egoísta.

Él no respondió ni le dijo que ella no era desconsiderada ni egoísta, como habría hecho en el pasado. Dejó que las palabras quedaran suspendidas entre ellos, dolorosamente sinceras.

Mary: ¿Crees que es posible cambiar? ¿Crees que a nuestra edad se pueden abandonar las malas costumbres?

Sam: Claro -respondió al momento-. Al menos, quiero creer que es posible.

Mary: Yo también.

Sam metió el coche en el aparcamiento de su concesionario y adoptó una expresión más cordial y sonriente, sin duda para dar una buena imagen a sus empleados y clientes.

Sam: Entra y te buscaremos un coche.

Mary: No tienes por qué hacerlo. 

Sam volvió a fruncir el ceño.

Sam: No seas tonta. Te hace falta un coche y yo tengo muchos disponibles. Es tan simple como eso.

Mary: De acuerdo -aceptó-. Pero te pagaré por el préstamo, naturalmente.

Sam: Estás acabando con mi paciencia, Mary Vaughn.

Mary: ¿Un almuerzo? -sugirió-. ¿Una cena? Déjame que al menos te invite a comer.

Por unos momentos, Sam pareció estar librando una guerra interna consigo mismo, pero finalmente suspiró y asintió.

Sam: De acuerdo. Un almuerzo me parece bien.

Mary: ¿Mañana?

Sam: Claro. ¿Por qué no?

Mary Vaughn sonrió por su falta de entusiasmo.

Mary: Te prometo que no será doloroso.

Sam: No hagas promesas que no puedes cumplir, cariño. Te veré mañana al mediodía. ¿En Sullivan’s? ¿O te apetece ir a ese restaurante que tanto te gustaba donde sirven auténtica comida sureña?

Mary: Seguramente prefieras una hamburguesa en Wharton's.

Sam: Imagina los cotilleos del pueblo si aparecemos juntos en Wharton's.

Mary: No sería la primera vez que hablan de mí -le recordó-. Si a ti no te importa, a mí tampoco.

Sam: Muy bien. Entonces vayamos a Wharton's.

Satisfecha, Mary Vaughn lo besó impulsivamente en la mejilla y salió del coche. No estaba del todo segura de lo que había pasado entre ella y Sam, pero de repente parecía algo más que un acuerdo para almorzar juntos.


Al día siguiente, Mary Vaughn respiró hondo y entró en Wharton's para sentarse en una mesa frente a la ventana. Si Sam y ella iban a comer juntos, era mejor hacerlo a la vista de todos. Ocultarse al fondo del local sólo serviría para avivar los rumores.

Grace: No se puede decir que vengas mucho por aquí -le dijo mientras le colocaba un menú en la mesa-. Al menos tú sola.

Mary: He quedado con alguien. 

De pronto no le parecía tan buena idea haber ido allí. Howard y varios de sus colegas solían comer en aquel restaurante.

Grace: Un cliente, supongo -dijo colocando otro menú en la mesa-.

Mary Vaughn levantó la mirada hacia ella. Grace era una mujer encantadora que se enorgullecía de saber todo lo que pasaba en el pueblo, gracias a su oído de lince y su curiosidad innata. Sorprendentemente, nadie del pueblo se lo tenía en cuenta. Pero eso no significaba que Mary Vaughn tuviera que cooperar de buen grado.
 
Mary: Tráeme un vaso de té helado, por favor. Y un refresco para mi amigo. 

Normalmente, la actitud esquiva de Mary Vaughn habría provocado más preguntas por parte de Grace, pero por alguna razón, se alejó rápidamente a por el pedido.

Dos minutos después, mientras Grace dejaba las bebidas en la mesa, entró Sam en el restaurante. Estaba ligeramente despeinado, con la camisa arremangada y abierta por el cuello. A Mary Vaughn siempre le había parecido muy sexy con aquel aspecto informal, y una vez más sintió una pequeña sacudida interna.

Grace: Vaya, vaya, mira quién acaba de entrar. Seguramente haya quedado con su padre.

Mary Vaughn no respondió, en parte porque el inesperado nudo de su garganta le impedía articular palabra. Sam siempre le había parecido arrebatadoramente atractivo, pero nunca se le había acelerado el pulso de aquella manera.

Cuando Sam se dirigió directamente a la mesa de Mary Vaughn, Grace ahogó un gemido y se marchó a toda prisa, sin duda para difundir la noticia de que Mary Vaughn y Sam Lewis iban a comer juntos. Al cabo de media hora, Wharton's estaría lleno de curiosos deseando verlo por sí mismos y apostando por las consecuencias de aquella cita.

Mary: Tenías razón -dijo con un suspiro-. Seguramente haya sido mala idea.

Él se encogió de hombros, tan despreocupado como ella había estado el día anterior.

Sam: Estamos en Serenity, cariño. Es normal que la gente hable.

Mary: ¿De verdad quieres que hablen de nosotros?

Sam: No sería la primera vez. Vamos a pedir. Tengo una reunión de ventas.

Estaban decidiéndose por las hamburguesas con queso y patatas fritas, cuando Howard entró en el local. Al verlos allí se quedó boquiabierto.
 
Howard: Esto sí que es una sorpresa. ¿Habéis quedado para hablar de lo que vamos a hacer en Navidad con Rory Sue?

Mary Vaughn dejó que Sam se encargara de las explicaciones.

Sam: No -le dijo a su padre-. Es una cita.

A Mary Vaughn le dio un vuelco el corazón y miró a su ex marido con el ceño fruncido.

Mary: No es una cita.

Sam: ¿Entonces cómo lo llamarías? -preguntó con una sonrisa-.

Mary: Un error.

Howard les sonrió a ambos.

Howard: Bueno, sea lo que sea, me alegro de veros a los dos juntos. Rory Sue se llevaría una gran alegría si pudiera veros.

Mary: No le digas nada a Rory Sue -le advirtió-.

Sam: Es verdad, papá. No queremos que se haga una idea equivocada. Se llevaría una amarga decepción.

Howard clavó la mirada en su hijo.

Howard: ¿Estás seguro? Nunca entendí por qué os separasteis. No me diste ninguna explicación con sentido.

Sam: Porque no era asunto tuyo. Ve con tus amigos, papá. No nos quitan los ojos de encima. Podrías decirles lo que estamos haciendo aquí.

Howard: No sé lo que estáis haciendo aquí.

 Mary Vaughn le dedicó su más dulce sonrisa.

Mary: Entonces no tendrás mucho que decirles, ¿verdad? Podéis hablar de otra cosa más interesante.

Howard: Sigues tan insolente como siempre, ¿eh? -por una vez su tono parecía de admiración-.

Mary: Lo intento.

Sam: Bueno, en cualquier caso, que os divirtáis -dijo, y se marchó para reunirse con sus amigos-.

Mary: Menuda situación -murmuró, pero los ojos de Sam brillaban de regocijo-.
 
Sam: Tendrás que admitir es muy divertido desconcertar a mi padre. Odia que la familia le oculte secretos, y ahora está convencido de que le ocultamos algo.

Mary: Visto así, es una perspectiva interesante. Después de todas las críticas que recibí de tu padre, incluyendo los reparos que puso a nuestro matrimonio, es reconfortante que albergue esperanzas de que volvamos a estar juntos.

Por un instante, Sam pareció completamente aturdido.

Sam: ¿Crees que eso es lo que quiere? ¿Que volvamos a estar juntos?

Mary: Creo que quiere lo mejor para su nieta, y su nieta quiere que volvamos a estar juntos.

Sam: Oh, oh -murmuró, y Mary Vaughn se echó a reír por su expresión-.

Mary: ¿Te asusta que tu padre empiece a entrometerse?

Sam: Yo de ti no me lo tomaría a broma -le advirtió-. Mi padre siempre consigue lo que se propone.

Mary Vaughn sintió un estremecimiento, y no supo si era de miedo… o de ilusión.


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