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viernes, 15 de diciembre de 2023

Capítulo 13


El teléfono de Vanessa no dejó de sonar durante todo el domingo, pero ella hizo lo posible por ignorarlo. Incluso salió a dar un largo paseo para evitar la tentación de responder. Casi todas las llamadas eran de Zac, pero había algunas de Maddie, Helen y Dana Sue, quienes no comprendían por qué no se había ido con Zac la noche anterior.

No fue hasta el domingo por la noche cuando finalmente cesaron las llamadas y Vanessa se dio cuenta de que sólo estaba postergando lo inevitable. A la mañana siguiente tendría que ver a Zac en el comité, y ni siquiera ella podía ser tan cobarde como para volver a evitarlo.

Antes de irse a la cama sacó uno de sus conjuntos favoritos del armario. El jersey de color rojo parecía apropiado, combinado con unos pantalones grises y unos zapatos rojos que Helen la había convencido para que comprase. No eran tan caros como los zapatos de tacón de Helen, pero habían costado más de lo que Vanessa solía gastar en un traje completo. La compra del bolso a juego le había provocado ardor de estómago.

Al entrar en la sala de juntas del ayuntamiento se sentía muy sexy y segura de sí misma, pero cuando vio el brillo en los ojos de Zac se lamentó de no haber elegido algo más soso y discreto. Tragó saliva y se obligó a sonreír mientras se sentaba al lado de Ronnie.

Ronnie: No puedes esconderte de él para siempre, cariño -le susurró al oído-. Está loco por ti.
 
Ness: No, no lo está. Para él no soy más que un desafío, nada más.

Ronnie: ¿Tienes algo en contra de los hombres guapos y ricos? -preguntó riendo-.

Ness: Claro que no.

Ronnie: Entonces, ¿por qué insistes en evitarlo?

Ness: No lo evito.

Ronnie: La media docena de llamadas que hizo ayer a mi casa sugieren lo contrario…

Ness: ¿Llamó a tu casa? -preguntó horrorizada-. Lo siento mucho.

Ronnie: Estaba muy preocupado porque no podía dar contigo. Y se preocupó aún más cuando Dana Sue tampoco consiguió localizarte. Hizo falta mucha persuasión por mi parte para que no salieran a buscarte. Y si hoy no hubieras aparecido, la policía habría empezado a peinar todo el pueblo.

Ness: Lo siento -volvió a decir-. No quería implicar a nadie más en mis asuntos.

Ronnie: No te preocupes. Les dije que seguramente necesitabas un poco de tiempo y espacio para asimilar el paso que has dado. La compra de tu primera casa es un negocio muy serio… es tu primera casa, ¿no?

Vanessa asintió.

Ness: Y todo ha pasado tan rápido que tengo miedo de haber cometido un error. Esta mañana llamé al banco para pedir una cita y colgué antes de que respondieran.

Ronnie: Es normal, pero lo acabarás superando -la tranquilizó-. Y ya sabes que puedes contar con nosotros para lo que necesites.

Ness: Gracias.

Ronnie la observó atentamente.

Ronnie: ¿Hay algo más aparte del temor lógico a hipotecarte para los próximos treinta años?

Ness: No, nada más -le respondió con una radiante sonrisa-.

Ronnie: Muy bien, pero… no creo que a Zac ni a mi mujer les baste con tu palabra.

Vanessa miró a Zac, quien no les quitaba ojo de encima a ella ni a Ronnie.

Ness: Sí, ya me doy cuenta.

Zac dio comienzo a la reunión y repasó el orden del día en un tiempo récord. Era obvio que quería acabar lo antes posible, lo cual no le hizo mucha gracia a Howard.

Howard: ¿Tienes que apagar algún fuego? -le preguntó cuando Zac acabó su informe-. Tenemos que decidir de dónde vamos a sacar el árbol de Navidad este año.

Zac apenas reprimió un suspiro de exasperación.

Zac: ¿De dónde lo sacáis habitualmente?

Howard: Hasta hace poco los traíamos del bosque que rodeaba el pueblo, pero ya apenas quedan árboles -le lanzó una dura mirada a Ronnie, como si él tuviera la culpa del boom inmobiliario-. Tendremos que buscar en otra parte. Hay una granja que cultiva árboles de Navidad a las afueras de Columbia. Creo que deberíamos ir a echar un vistazo, aunque seguramente nos cueste un poco más.

Zac: Muy bien, quedas elegido para esa tarea.

Howard: Es una decisión del comité -protestó cuando Zac se disponía a dar por concluida la reunión-. Propongo que vayamos todos el próximo fin de semana. Puede que aún sea pronto, pero podemos escuchar villancicos en el coche y tomar chocolate caliente para ir entrando en ambiente -les sonrió a todos con entusiasmo-. Será muy divertido.

Vanessa y Zac gimieron al mismo tiempo.

Ness: No puedo ir el sábado. Es uno de los días con más trabajo en el centro.

Mary: A mí tampoco me viene bien el sábado. Ni tampoco el domingo. Los fines de semana tengo que enseñar muchas casas.

Howard miró a Ronnie con el ceño fruncido.

Howard: Y supongo que el sábado es el día de mayor facturación en la ferretería, ¿verdad?

Ronnie: Pues… sí. 

Howard sacudió la cabeza.

Howard: Bien, pues entonces iremos un día entre semana. ¿El martes os viene bien a todos? Así tendréis tiempo de sobra para prepararos. ¿Qué dices, Vanessa?

Cualquier día era igualmente malo para hacer algo que aborrecía, de modo que asintió.

Ness: Los martes no hay mucho trabajo.

Howard: Bien -dijo, y se volvió hacia Zac-. Los martes no se celebra ninguna reunión importante en el ayuntamiento, ¿verdad?

Zac: No -respondió de mala gana-.

Howard: Entonces iremos el martes -decidió muy satisfecho-. Saldremos de aquí a las siete de la mañana. Incluso podemos saltarnos la reunión del lunes, para que todos estéis contentos -se volvió hacia Zac-. Ya puedes acabar, si quieres.

Zac: Gracias. Se levanta la sesión. Vanessa, ¿puedes quedarte unos minutos para discutir el asunto de los vendedores?

Ness: Tengo que volver al centro de belleza. 

No quería quedarse a solas con él.

Zac: Diez minutos, tan sólo.

Ness: De acuerdo -aceptó a regañadientes, y lo siguió a su despacho-.

Zac cerró la puerta tras ellos. Le indicó una silla a Vanessa, pero ella permaneció de pie.

Zac: ¿Todo bien? -le preguntó con voz suave-.

Ness: Muy bien.

Zac: ¿Estás enfadada conmigo por alguna razón?

Ness: No.

Zac: Entonces, ¿podrías explicarme qué ocurrió el sábado por la noche y por qué ayer no respondiste a mis llamadas?

Vanessa adoptó inmediatamente una actitud defensiva.

Ness: El sábado por la noche me marché porque estaba muy cansada. Y ayer no respondí al teléfono porque no quería hablar con nadie. Tenía muchas cosas en la cabeza.

Zac: ¿Por la compra de la casa?

Ness: Principalmente.

Zac: ¿Y por lo demás? ¿Tenía algo que ver conmigo?

Ness: ¿Por qué das por hecho que pienso en ti? 

Él levantó una ceja.

Ness: Está bien, de acuerdo -concedió-. También tenía que ver contigo -lo miró fijamente a los ojos-. Zac, quieres mucho más de lo que yo puedo dar. Apenas nos conocemos y ya quieres compartir una casa conmigo. Tal vez sólo estás bromeando…

Zac: No estoy bromeando -dijo en tono serio y tranquilo-.

Vanessa se estremeció. Cuando Zac le hablaba así, casi le hacía perder la poca resistencia que aún le quedaba para mantener las distancias.

Ness: Es demasiado pronto…

Zac: ¿Puedes sentarte para que podamos hablar? -le sugirió-. Pareces impaciente por marcharte.

Ness: Ya te he dicho que tengo que volver al trabajo. 

Él soltó un suspiro de frustración.

Zac: Entonces comamos juntos. No quiero hacerte sentir incómoda. Pero soy un hombre decidido y no me gusta perder tiempo cuando sé lo que quiero.

Ness: ¿Y soy yo lo que quieres? -preguntó con incredulidad-. Vamos… Eso es absurdo.

Él asintió.

Zac: Yo también estoy un poco sorprendido, la verdad.

Ness: Y sin embargo eso no te ha detenido.

Zac: ¿Por qué habría de detenerme? Me fijo un objetivo y no me detengo hasta conseguirlo, superando cualquier obstáculo que se cruce en mi camino.

Ness: ¿Mis sentimientos son uno de esos obstáculos?

Zac: En cierto modo.

Ness: Bien, pues avísame cuando creas que mis sentimientos tienen algún valor. Tal vez entonces tengamos algo de qué hablar.

Fue hacia la puerta y la abrió de golpe, pero antes de poder salir, Zac la hizo girarse y la besó de tal manera que la dejó sin aliento y con las rodillas temblorosas.
 
Zac: Te recogeré en el centro al mediodía -le dijo tranquilamente, ignorando la mirada boquiabierta de Teresa-. Seguiremos hablando durante el almuerzo.

Ness: ¿No has oído una sola palabra de lo que te he dicho? -le preguntó con impaciencia-.

Zac: Las he oído todas -le aseguró-. Y este beso contradice la mayoría de ellas. Discutiremos el resto más tarde. Y ni se te ocurra darme plantón, porque te encontraré dondequiera que te escondas.

Antes de que Vanessa pudiera responder, Zac volvió a su despacho y cerró la puerta.

Teresa: ¡Cielos! -murmuró abanicándose con las actas de la última sesión-. Había oído que saltaban chispas entre vosotros el viernes por la noche, pero no imaginaba que… -sacudió la cabeza-.

Ness: Teresa, te suplico que no le cuentes a Grace Wharton nada de esto -le pidió-. Ya sé que fui yo quien empezó a besarlo el viernes por la noche, pero aquello no fue más que un impulso. Normalmente no hago ese tipo de cosas…

Teresa: Cariño, nadie va a utilizarlo en tu contra -la tranquilizó-.

Ness: No me refiero a eso -dijo con el ceño fruncido-. Tenía mis razones para besarlo, pero fue un error. No quiero ser el centro de los cotilleos, y tampoco sería bueno para Zac, aunque a él le importe un bledo lo que digan por ahí.

Teresa la miró con expresión decepcionada.

Teresa: ¿Quieres que me guarde lo que acabo de ver?

Ness: Por favor… Te regalaré un tratamiento facial.

Teresa: Mi silencio vale mucho más -dijo en tono divertido-.

Ness: ¡Y también un masaje! -añadió sin poder ocultar su desesperación-.

La sonrisa de Teresa le indicó a Vanessa que lo estaba empeorando todo.

Teresa: Si te digo la verdad, Zac no dudaría en despedirme si me atreviera a aceptar este soborno -sonrió aún más-. Pero tanta generosidad por tu parte demuestra que la relación que hay entre vosotros es cada vez más interesante… Tranquila, no le diré a nadie lo que he visto, pero no creo que pase mucho tiempo hasta que todo el pueblo lo sepa. Es imposible ocultar ciertas cosas.

 
Aquello era exactamente lo que más temía Vanessa. Ni siquiera a ella misma le resultaba fácil seguir negándolo.

Zac se sentía muy satisfecho consigo mismo, cuando oyó que llamaban a la puerta que comunicaba con la sala de juntas. La abrió y se encontró con Ronnie.

Ronnie: ¿Vanessa y tú habéis acabado de hablar? -le preguntó, y Zac asintió-. Entonces tal vez quieras escuchar un consejo de un hombre que ha cometido su buena dosis de errores con las mujeres.

Zac: Estaré encantado de recibir otro punto de vista -dijo señalándole una silla-.

Ronnie: Dale tiempo. Hablé con ella antes de la reunión, y puedo decirte que está muerta de miedo por lo que siente hacia ti.

Zac: Si le doy tiempo, nunca hará nada -arguyó-.

Ronnie: Y si no se lo das, la perderás sin remedio. Ahora se siente terriblemente presionada. Cuando yo me propuse recuperar a Dana Sue estaba siempre encima de ella, y lo único que conseguía era que reforzara sus defensas. Pero entonces desvié mi atención hacia mi trabajo y le di tiempo para que empezara a echarme de menos. Algunas mujeres necesitan creer que controlan la situación, sobre todo si arrastran un trauma del pasado.

Zac podía aceptar la lógica de aquellas palabras, pero una parte de él se resistía a esperar. Al fin y al cabo, tenía un tiempo limitado para convencer a Vanessa de que había algo especial entre ellos.

Zac: ¿Cuánto tiempo? -le preguntó a Ronnie-. 

Ronnie se rió por su impaciencia.

Ronnie: El que haga falta.

Zac: ¿Y tengo que empezar desde este preciso momento? Se supone que voy a comer con ella dentro de un par de horas.
 
Ronnie: Eso depende de ti. Pero… quizá fuera un buen comienzo si cancelaras esa cita.


Mary Vaughn estaba más nerviosa que nunca por su inminente cena con Sam. Aquella tarde había mucho en juego. Si no trazaban un buen plan le resultaría muy difícil negarse a las súplicas de Rory Sue para irse a Aspen. Le dolía que no quisiera pasar las navidades en familia, pero sería aún peor si se quedaba y la hacía sentirse culpable por haber arruinado sus vacaciones.

Se había tomado tan a pecho el comentario de Sam sobre su impuntualidad, que había cancelado una cita y había llegado a Sullivan’s con quince minutos de adelanto. Así tuvo la satisfacción de ver la sorpresa en su rostro cuando entró y la vio sentada.

Sam: Vaya, esto sí que es una agradable sorpresa -dijo, besándola en la mejilla-. ¿Tu cliente ha cancelado la cita?

Mary: La he cancelado yo -respondió molesta por la insinuación-. Quería demostrarte algo.

Sam: Cariño, no tienes que demostrarme nada. Eres quien eres, y así te acepté hace tiempo.

Mary Vaughn intentó detectar algún atisbo de rencor en su voz, pero más bien parecía divertido o resignado.

Mary: Bueno, estoy pasando una nueva página de mi vida. Ahora intento ser más considerada con el tiempo de los demás.

Sam no pareció del todo convencido.

Sam: ¿Quieres tomar algo? -preguntó, buscando a la camarera-. ¿Un poco de vino, tal vez?

Mary: Sólo una copa. Tienen un Zinfandel exquisito.

Sam pidió el vino para ella y una cerveza para él. Mary Vaughn sacudió la cabeza. Había intentado inculcarle la afición por el vino, pero Sam siempre se había mantenido fiel a sus gustos, en vez de intentar impresionar a la gente con vinos y licores exclusivos. Por su parte, Mary Vaughn había renunciado a la cerveza mucho tiempo atrás, debido al trauma que le habían provocado los abusos cerveceros de su padre.

Observó a Sam atentamente mientras charlaba con la camarera, que era hija de uno de sus vendedores. Estaba muy bronceado y tenía algunas arrugas alrededor de sus ojos azules y más canas en su pelo castaño de lo que ella recordaba. Llevaba unos pantalones azul marino, una camisa azul de seda arremangada por los codos y una corbata con el nudo aflojado. Era la corbata que Rory Sue y ella le habían elegido la última Navidad. ¿La habría elegido deliberadamente? Fuera como fuera, tenía muy buen aspecto. Mucho mejor que el último año de su matrimonio, cuando la tensión y la infelicidad habían hecho mella en su imagen.

Por desgracia, ella había tardado demasiado en reconocer las señales.

Sam: Danos unos minutos -le dijo a la camarera-. Ni siquiera hemos visto la carta -se volvió hacia Mary Vaughn-. ¿O tienes prisa?

Mary: No tengo prisa -dijo, y se permitió relajarse finalmente. Hasta ese momento había temido que Sam quisiera ir directamente al grano-. Tienes buen aspecto, Sam. ¿Juegas mucho al golf?

Sam: Un par de veces a la semana -respondió mirándola de arriba abajo-. ¿Y tú? ¿Sigues trabajando igual de duro?

Mary: Casi siempre, sobre todo cuando Rory Sue no está en casa.

Sam: ¿Hay algún nuevo hombre en tu vida?

 Ella negó con la cabeza.

Sam: Creía que había algo entre tú y el nuevo gerente municipal. Al menos eso es lo que se rumoreaba en Wharton hace dos semanas.

Mary: Eran rumores falsos -respondió secamente-. ¿Y tú? ¿Has estado saliendo con alguien?

Sam se echó a reír.

Sam: Menuda pareja… preguntándonos por nuestra vida amorosa. ¿Quién habría imaginado que llegaríamos a este extremo?

Mary: Fuimos amigos antes que nada -le recordó-. A veces echo de menos aquella amistad, cuando hablábamos durante horas y horas de nuestras vidas.

Él la miró sorprendido.

Sam: ¿En serio lo echas de menos?

Mary: Es extraño, ¿verdad?

Sam le cubrió la mano con la suya.

Sam: No tanto. Yo también lo echo de menos, Mary Vaughn. El problema es que viene acompañado de muchos otros recuerdos. Y no podemos olvidar cómo acabó todo.

Mary: Lo sé -murmuró ella. No tenía sentido mirar atrás, de modo que cambió de tema-. ¿Qué vamos a hacer para Navidad?

Sam: ¿Celebrarla? -preguntó aparentemente desconcertado-. 

Ella sacudió la cabeza, exasperada.

Mary: ¿Por qué pensé que podrías ayudarme con esto?

Sam: Vamos, Mary Vaughn. No se me da bien planear estas cosas. Siempre fuiste tú la que se encargaba de las vacaciones. ¿Qué crees que hará falta para contentar a Rory Sue? Podría regalarle ese descapotable que se muere por tener.

Mary: De ninguna manera -rechazó tajantemente-. No se trata de sobornarla con regalos. Habíamos acordado que le regalarás el descapotable cuando se gradúe en la universidad.

Sam se encogió de hombros, pero no discutió.

Sam: Entonces no se me ocurre nada.

Mary: Sé lo que Rory Sue desea más que nada -se aventuró-. Quiere que volvamos a estar juntos como antes.

Sam frunció el ceño.

Sam: ¿Qué estás sugiriendo, Mary Vaughn? ¿Qué volvamos a casarnos sólo para hacer feliz a nuestra hija?

Mary Vaughn se ruborizó por la instantánea reacción de Sam.

Mary: No, claro que no -dijo a la defensiva-. Sólo digo que quizá pudiéramos aparcar nuestras diferencias y hacer algo juntos en Navidad.

La expresión de Sam se relajó al momento.

Sam: ¿Algo como qué?

Mary: Podríamos salir a buscar un árbol de Navidad -propuso pensando en las locuras del alcalde-. ¿Te acuerdas de cuánto disfrutaba Rory Sue? Decía que era lo mejor de la Navidad.
 
Sam: Sí, supongo -dijo dubitativamente-. ¿Crees que bastará con eso?

Mary: Por supuesto que no -respondió con impaciencia-. Pero es un comienzo. También podríamos ir de compras a Charleston. Las tiendas estarán llenas de luces y adornos.

Sam: Y de gente.

Mary: Oh, deja de ser tan pesimista. La gente forma parte de la diversión. Podemos tomar chocolate caliente y galletas de azúcar en Lydia's Bakery, igual que hacíamos cuando Rory Sue era niña… ¿No te gustaría que aún fuera lo bastante pequeña para querer ver a Santa Claus? A veces miro las fotos que le sacamos. Era la niña más bonita del mundo, ¿verdad?

Sam: Sí que lo era. Y lo sigue siendo. 

Mary Vaughn le dedicó una sonrisa.

Mary: Si te apuntas, puedes llevar todas las bolsas y yo me encargo de pagar. ¿Te parece justo?

Sam: Tienes una idea muy peculiar de la justicia, ¿lo sabías? -dijo, pero con un destello de regocijo en los ojos-. ¿Alguna otra idea?

Mary Vaughn pensó en las navidades anteriores y lo que las había hecho ser especiales.

Mary: Podríamos ir a la iglesia en Nochebuena, cenar en mi casa y luego ir a cantar villancicos al asilo. ¿Choca con algo que hayas planeado?

Sam: No -dijo, aunque no parecía muy entusiasmado por el plan-. ¿Has incluido a mi padre en esto?

Mary: Pues claro. Rory Sue también querrá estar con él. Y a tu padre le gustará pasar una Navidad en familia, habiendo perdido a tu madre y con tus hermanos desperdigados por todo el país.

Sam: Supongo -dijo mirándola con escepticismo-. ¿De verdad piensas que unos días fingiendo bastarán para hacer feliz a Rory Sue?

Mary: No tenemos por qué fingir nada -arguyó-. Nos lo pasábamos muy bien juntos, Sam. Siempre nos estábamos riendo. Podríamos hacer el esfuerzo y llevarnos bien por unos cuantos días.

Sam: No sé, Mary Vaughn. ¿Y si Rory Sue se confunde? Ya sabes cómo es. Cada vez que la veo me pregunta cuándo voy a darte otra oportunidad. ¿Y si piensa que lo estoy haciendo y empieza a albergar esperanzas?
 
Mary: Le dejaré muy claro que sólo lo estamos haciendo por ella -le prometió-. También podríamos organizar una jornada de puertas abiertas -de repente la invadió la nostalgia-. Me encantaba… La casa oliendo a pino y galletas, los adornos navideños, las visitas de todos nuestros amigos y conocidos… Lo echo de menos.

Sam: ¿Por qué dejaste de hacerlo?

Mary: No habría sido lo mismo sin ti -admitió, aunque la verdadera razón había sido el temor a que nadie acudiera-.

Mucha gente había tomado partido por Sam al pensar que era ella la que había acabado con el matrimonio, y Sam, quizá en un caballeroso intento de ahorrarle la humillación, no había hecho nada por desmentirlo.

Levantó la vista y se encontró con la intensa mirada de su ex marido.

Sam: Mary Vaughn… Eres feliz, ¿verdad?

Mary: Claro que sí -mintió con una amplia sonrisa. No quería escarbar en su triste soledad-. Pero me muero de hambre… Vamos a pedir. Creo que probaré las chuletas de cerdo. ¿Y tú?

Sam: Yo también -dijo, aunque parecía distraído-. Voy a pedir otra cerveza -miró la copa medio vacía de Mary Vaughn-. ¿Quieres más vino?

Ella negó con la cabeza y decidió dejarse de tonterías por una vez.

Mary: Yo también voy a pedir una cerveza.

Sam: ¿De verdad quieres una cerveza?

Mary Vaughn asintió y se inclinó hacia delante.

Mary: ¿Puedo contarte un secreto?

Sam: Claro -dijo muy intrigado-.

Mary: Nunca me ha gustado el vino. 

Sam se quedó boquiabierto.

Sam: Entonces, ¿por qué demonios lo tomas?

 Mary Vaughn se encogió de hombros.

Mary: Porque tenía que hacerlo -admitió-. Pensaba que me hacía parecer más… sofisticada.
 

Sam sacudió la cabeza.

Sam: Cariño, siempre has sido la mujer más sofisticada que he conocido. No te hacía falta el vino para parecerlo -su expresión se tornó pensativa-. Fue por tu padre, ¿verdad? Él bebía cerveza y tú nunca quisiste hacer nada que pudiera asemejaros.

Los ojos de Mary Vaughn se llenaron de lágrimas.

Mary: Maldita sea, Sam Lewis… Siempre me conociste mejor que nadie -se levantó y corrió hacia el aseo de señoras antes de echarse a llorar-.

 Allí se pasó diez minutos recuperándose y retocándose el maquillaje. Al salir, se encontró a Sam en la puerta de los aseos.

Sam: Estaba a punto de entrar a buscarte. ¿Estás bien? No quería hacerte daño.

Mary: No me ha dolido lo que has dicho -le dijo dulcemente-, sino que sepas cuáles son mis verdaderos traumas -lo miró fijamente a los ojos-. Echo de menos esa comprensión, Sam.

Por un instante, él pareció quedarse de piedra.

Sam: No deberías decirme esas cosas, cariño. Podrías confundirme.

Mary: ¿Y eso sería tan horrible? -preguntó sin poder detenerse-. 

Él la tomó de la mano y le dio un suave apretón.

Sam: Ya sabes cuál es la respuesta -la reprendió ligeramente, pero sus ojos estaban cargados de dolor-.

Aquella expresión recordó a Mary Vaughn lo despreocupada que fue una vez con los sentimientos de Sam. El corazón se le encogió de remordimiento, pero al mismo tiempo decidió que haría lo posible por compensarlo. Tal vez fuera demasiado tarde para su matrimonio, pero quizá pudieran salvar su amistad.


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