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sábado, 28 de febrero de 2015

Capítulo 2


Si hubiera sabido que aquello iba a suceder, Ness habría estado atemorizada. No conocía a aquel hombre, ni su carácter ni sus motivos. Si hubiera sido capaz de hablar, se hubiera resistido. Pero no sabía qué iba a suceder y era incapaz de pensar. Zac había acorralado sus sentidos, encendiéndolos primero y luego emborrachándolos.

Firme pero suavemente, casi vacilante, aquellos labios tomaron los suyos. Los saboreó con delicadeza mientras le sujetaba el cuello y la barbilla con la mano, manteniéndola donde él quería. Ella no se podía mover, ni respirar; solo podía experimentar un mundo nuevo de excitantes sensaciones.

Inconsciente a todo excepto al placer del momento, quiso mantenerlo y abrió la boca a la lengua masculina, bebiendo su aliento, su calor, el perfume de su piel.

Zac: Ness -murmuró con la voz entrecortada-.

La separó un poco de sí, tan atónito ante su inocencia como ante lo que la novedad de aquel beso había significado para él. Había esperado... no sabía lo que había esperado, pero sí sabía lo que no: una respuesta espontánea, inocente, cándida como la que acababa de recibir. Ness Hudgens era una mujer diferente. Y él se sentía distinto cuando estaba a su lado. Era algo que no entendía, su cautela y su consideración hacia ella.

La mano que sujetaba la barbilla femenina tembló. Sus ojos absorbieron el tono sonrosado de las mejillas, la humedad en los labios entreabiertos. Era encantadora, eso era. Encantadora, cálida y... aparentemente sola.

Zac: Ness... -murmuró al verla abrir los ojos-.

Con un gemido, deslizó sus brazos por su espalda y, rodeándole la cintura, la atrajo hacia sí. Por primera vez, sus cuerpos estuvieron en contacto. Y lo primero que notó ella fue que Zac estaba excitado.

Rendición. Humillación. Pánico. Un mundo de recuerdos que hacía tiempo había desterrado de su mente se le presentaron con claridad. Con un gemido de dolor, intentó separarse de él.

Zac: ¿Qué...?

Ness: ¡Suéltame, por favor! -balbuceó-. ¡Suéltame!

Atónito, Zac obedeció.

Zac: Te he hecho daño -dijo en tono culpable-. ¡Dios, lo siento! Debí haberme dado cuenta de que estás herida. Supongo que me he dejado llevar.

Agarrándose a la encimera, con el cuerpo temblando y no de deseo, Ness bajó la cabeza.

Zac: Lo siento -se disculpó alarmado-. ¿Te duele mucho?

Sin pararse a corregir la equivocación ni tampoco mintiéndole, Ness asintió en silencio.

Zac: Lo sabía -dijo pasándose los dedos por el pelo-. Tenías que haber ido al médico. Puedes tener un esguince o algo así.

Ness: Estoy bien -susurró retomando control-. Es que... no estaba preparada... para...

Dudaba llegar a estar preparada nunca para lo que aquel desconocido tenía en mente. Diez años. Habían pasado diez años desde la última vez que había estado con un hombre. Cuando se casó con Drake tenía diecisiete años. Diecisiete años y totalmente inocente. Lo que él le había hecho durante los dos años que duró el matrimonio fue horrible. Y sin embargo... aquel hombre al que ni siquiera conocía la había besado y a ella le había gustado. Había sido más de lo nunca hubiera soñado.

Zac: ¿Quieres una aspirina o algo así? -preguntó solicito-. Será mejor que te sientes, o que te metas en la cama.

Su preocupación la conmovió. Alzando la vista le sonrió.

Ness: Estoy bien. Ha sido solo un tirón. Ya me encuentro mejor.

Sin entender el significado oculto de sus palabras y que había sido precisamente su preocupación y su atención lo que había ayudado a aliviar el dolor de Ness, Zac la miraba entre dubitativo e incrédulo.

«Este hombre no es Drake», se dijo Ness a sí misiva. Era un hombre llamado Zac Efron, un desconocido, un hombre a quien no le debía nada y al que no iba a dejar que la hiciera sufrir. ¿En qué se basaba el poder de Drake sobre ella? En un maldito papel que decía que ella era su esposa. Pero Zac no tenía ese tipo de papel y no podía obligarla a nada. Y sin saber por qué, intuyó que tampoco lo intentaría.

Zac: ¿Estás segura de que estás bien? -insistió-.

Ella asintió, sintiéndose mejor por momentos.

Ness: Sí, estoy segura.

Y para probárselo se volvió para seguir preparando el desayuno.

Zac: Hey, no tienes que hacer eso...

Ness: ¿Por qué no? Tengo hambre.

Zac: Escucha, ¿por qué no te vistes y vamos a desayunar fuera?

Ella se echó a reír, mirándolo con picardía.

Ness: Creo que hoy no me llevo especialmente bien con la ropa. Es más fácil preparar el desayuno que vestirme. Además, esto ya está listo. Las salchichas ya están hechas.

Zac: Debes de ser un poco masoquista. ¡Al diablo las salchichas!

Ness: ¿No te gustan las salchichas?

Zac: Claro que me gustan.

Ness: ¿Y los huevos revueltos? ¿Y las tostadas?

Zac: También. Pero no creo que pueda soportar verte sufriendo por cocinar para mí.

Ness: Ya no me duele nada, te lo he dicho. Estoy mucho mejor.

Era la verdad. Arrojando lo que había ocurrido entre ellos al fondo de su mente, olvidaba también los recuerdos.

Zac le puso una mano en el hombro, pero la retiró inmediatamente al ver que ella retrocedía.

Zac: Eres una mujer difícil -dijo mirándola a los ojos-. De acuerdo -prosiguió frotándole las manos-, me tienes que decir lo que tengo que hacer. No se me da muy bien, pero lo intentaré.

Ness: Oh, no tienes que hacer nada...

Zac: O te sientas en esa silla y me das las instrucciones o me voy -dijo como ultimátum-. Elige.

Aturdida, Ness lo miró. Nunca le había preparado el desayuno un hombre. A Drake ni se le hubiera pasado por la imaginación. Se acordó de una ocasión en la que tenía la gripe. Débil y con náuseas, se había mantenido junto al horno para preparar el festín que su dueño y señor necesitaba antes de salir a trabajar. Lo que menos importaba era que ella tuviera casi cuarenta de fiebre y todo el cuerpo dolorido. Lo único importante era Drake Bell y su estómago vacío.

Este hombre, por el contrario, se lo estaba ofreciendo. Era tan diferente que la asustaba.

«Es un farol», le gritaba una parte de ella. «Déjale que se vaya».

Hubiera sido lo más seguro y lo más sensato. Aquel hombre de piel bronceada no era para ella. Ningún hombre era para ella. Había tenido uno en una ocasión y la había destrozado. Ahora tenía a todos los héroes que quería, hombres fuertes, cariñosos, hombres que si hacían daño a una mujer eran severamente castigados o simplemente olvidados en sus libros. Tenía lo que necesitaba. Pero todavía...

Obedientemente, se sentó en una silla apoyando los brazos en la mesa.

Zac: Así está mejor -dijo con un suspiro-. Ahora, si las salchichas ya están hechas, me toca preparar los huevos.

No era ni un inútil ni un tonto, se dijo Ness para sus adentros mientras lo veía trabajar. Pero era obvio que tampoco era un experto. Los huevos se habían quemado un poco, la confitura de las tostadas tenía grumos y el café contenía bastantes posos. Había restos de huevos y de pan por toda la encimera. Pero a pesar de todo, estaba delicioso.

Ness: No está mal. Quizá hayas descubierto una nueva faceta en ti. ¿Qué tipo de trabajo haces?

Zac: Ropa.

Ness: ¿La haces tú mismo?

Zac: Sí.

Ness: ¿Fuera de Nueva York?

Zac: Sí.

Quedaron en silencio mientras seguían dando cuenta del desayuno.

Zac: ¿Y tú? -preguntó partiendo una salchicha-. ¿Qué es lo que haces aquí, viviendo sola?

Ness: Escribo -respondió con una tímida sonrisa-. Soy uno de los muchos escritores que vive en la isla.

Zac: ¿Escritores?

Ness: Sí.

Zac: ¿Qué tipo de cosas escribes?

Ella movió una mano en el aire.

Ness: Relatos cortos, novela...

Zac: ¿Y los publicas? -preguntó arqueando una ceja-.

Ness: Sí.

Zac: ¿He leído algo tuyo?

Ness se sonrojó.

Ness: Lo dudo -contestó arrugando la nariz-. A no ser que te gusten las historias de amor.

Zac: No, la verdad es que nunca me han interesado demasiado.

Se quedó pensativo durante unos instantes. De una mujer nunca le había interesado nada más que conversaciones superficiales, comidas hechas en casa y sexo. Nunca había tenido causa alguna para ser romántico, si ser romántico significaba confiarse por completo a una persona y compartir parte de su vida. Era un egoísta y era el primero en admitirlo.

Ness: No importa -dijo para romper el silencio-. La mayoría de los hombres prefieren leer libros de aventuras o ensayos.

Zac: O libros de miedo. No hay nada como un libro que te hace esconderte en un rincón en una noche de tormenta con todas las puertas de la casa cerradas y todas las luces encendidas.

Ness: Ah, tú eres uno de esos.

Zac: A veces. Pero no le digas a nadie que te lo he dicho. No favorece a la imagen de hombre fuerte y valiente.

Ness se echó a reír.

Ness: Entonces, ¿por qué lo haces? ¿Por qué lees libros que te hacen sentir tanto miedo?

Ness conocía muy bien el género de libros de miedo, aunque las novelas que ella escribía, si bien mantenían una intriga, no eran tan fuertes como aquellos.

Zac: No lo sé. Porque son excitantes o... para tener otra visión del mundo de vez en cuando.

Ella lo miró con expresión pensativa.

Ness: ¿Estás aburrido de la vida que llevas?

Había dado en el clavo y él se puso instantáneamente a la defensiva.

Zac: ¿Estás tú hambrienta de amor? ¿Es por eso por lo que escribes novelas de amor?

Tan pronto como lo hubo dicho se arrepintió. Más que las palabras, fue el tono en que se había expresado.

Aquel comentario puso nerviosa a Ness. Él había dado en el clavo y la hizo ponerse inmediatamente a la defensiva. Pero no era propio de ella devolver la pelota con la misma carga de cinismo que él. Prefirió ignorar la primera pregunta.

Ness: Escribo historias de amor porque me gusta. Es divertido y es un reto -replicó-. Y cubre mis gastos. Me permite ser totalmente independiente.

Zac: ¿Totalmente? ¿O solo financieramente?

Ness: Totalmente. Como te he dicho antes soy una persona autosuficiente. Lo creas o no, no me moriría de hambre si tú no me hubieras preparado el desayuno.

De eso estaba seguro, y lo molestaba. A los hombres les gustaba que las mujeres dependieran de ellos. El sexo débil.

Zac: Hummm -se burló mirando hacia la ventana-. Una mujer liberada.

Ness: ¡Liberada! -exclamó con fuego en los ojos-. Y orgullosa de ello. Vivo así porque yo misma lo he elegido. Y me lo he ganado con mi trabajo y mi esfuerzo. Ningún hombre puede obligarme a hacer algo que no quiero. Me hice esa promesa hace mucho tiempo. Y si crees que prepararme el desayuno te da derecho a meterte en mi cama, te equivocas.

Zac se quedó mirando las facciones tensas y luego bajó los ojos a los puños que se apretaban con fuerza sobre la mesa.

Zac: Aquel hombre debió de hacerte mucho daño.

Ella no supo qué contestar, pero no iba a dejar que un desconocido hurgara en su pasado. Bajando la voz, trató de ocultar sus sentimientos.

Ness: ¿No nos han hecho daño a todos en alguna ocasión?

Ahora fue Zac quien no supo qué decir. ¿Habría él herido a las mujeres que había conocido? Supuso que sí, aunque nunca prometió más de lo que daba. Pero eso pertenecía a un tipo de vida de la que él quería escapar. Quizá porque ella era parte de esa nueva vida, Ness Hudgens era una mujer a la que no quería herir.

Zac: Lo siento. Esto no era lo que yo había planeado.

Ness: ¿Qué habías planeado? -preguntó impulsivamente-.

Zac: Ver qué tal estabas -contestó levantando la vista-. Si te encontrabas bien. No tengo un accidente con un motorista todos los días. Y lo mínimo que podrías hacer sería creerme.

Se da cuenta de que estaba pidiendo mucho y no estaba seguro de que lo mereciera. Sus motivos para ir a verla habían sido mucho más complejos. Había sentido curiosidad por ella, por su vida; y ahora por el hombre que tanto daño le había hecho. Aunque sabía que esa pregunta tendría que esperar. Obviamente, Ness valoraba mucho su intimidad.

Ness: Yo también lo siento -dijo bajando los ojos-. Y tienes razón. Ha sido muy amable por tu parte venir a ver qué tal estaba -levantó los ojos-. Gracias.

Sostuvieron las miradas hasta que Zac rompió el silencio con una risa nerviosa.

Zac: Bueno -exclamó mirando al plato casi vacío-. Esto ha sido más de lo que esperaba. Estaba muy bueno. -Empujó su silla hacia atrás y se levantó-. Será mejor que me vaya.

Ness no lo detuvo. Era mejor así.


Su libro avanzaba poco a poco; los personajes se iban definiendo y Ness se fue encariñando con ellos. El protagonista era un hombre alto, de pelo oscuro y de piel bronceada que se dedicaba a diseñar y construir veleros de competición y yates de lujo; un hombre que había empezado con los brazos vacíos y mucha decisión, que había conseguido crear un imperio.

La heroína era una artista que vivía en una pequeña ciudad costera a la que acudía el protagonista para probar un modelo revolucionario de velero. Sus tipos de vidas eran completamente diferentes, pero desde el primer momento se habían sentido atraídos el uno por el otro. En principio había sido una atracción física, pero había algo más, una sensación de curiosidad y de intriga que los acercaba una y otra vez.


Zac: ¿Dan?

Dan: ¡Zac! ¿Dónde diablos has estado? Llevo dos horas esperando tu llamada.

Zac: No estaba en casa. -Había estado paseando por la playa otra vez, pensando-. ¿Tienes los documentos encima de tu mesa?

Dan: Sí, todos preparados.

Zac: De acuerdo. Empieza desde el principio. Te escucho.

Mirando el océano para no tener que ver las cajas todavía cerradas amontonadas en un rincón de su estudio, se concentró en el contrato que el vicepresidente de su compañía le estaba leyendo.

Zac: ¡Espera! -ordenó después de escucharlo durante unos minutos-. Léeme eso otra vez. Eso no es lo que acordamos.

Dan: Se han estado poniendo un poco pesados.

Zac: Haz que lo cambien.

Dan: No sé si....

Zac: Si no lo hacen, déjalo pasar. Cuando discutimos el asunto el mes pasado, esa cláusula estaba muy clara. Está así en todos nuestros contratos con empresas extranjeras y esta no va a ser diferente.

Dan: Y si...

Zac: Que lo cambien. Quiero que quede como el contrato con la empresa austriaca.

Dan: Zac, eso es todavía peor...

Zac: Lo quiero así. Si Perkins no lo acepta es problema suyo. Hay otros muchos distribuidores en Sidney. De acuerdo, sigue leyendo. -Lo interrumpió dos veces más y al final suspiró-. Envíalo al departamento de asuntos legales para que lo revisen y luego vuelves a llamarme. Quizá se me ocurran otras cosas que cambiar -dijo con una mueca-.

Dan: Los australianos te pueden dar con la puerta en las narices, Zac.

Zac: Tampoco estoy seguro de que me fuera a importar tanto. Hemos tenido problemas con ellos desde el principio. ¿A ti qué te parece, Dan?

Dan: Creo que son los que mejor pueden hacer el trabajo. Eso lo sabes. La pena es que Perkins sea casi tan cabezota como tú.

Zac: ¿Acaso no sabe que al final ganaré yo?

Dan: Y si no lo sabe, lo sabrá pronto. Escucha, te haré llegar todos estos papeles para principios de la semana que viene. ¿O quieres que los guarde yo aquí? Si vas a venir...

Zac: Envíamelos. Voy a quedarme aquí durante unas semanas.

Dan: ¿Te gusta?

Zac: Es muy tranquilo y puedo descansar. Me gusta.

Dan: ¿No te aburres?

Zac: ¿Aburrirme? ¿Con toda la cantidad de papeles que me mandáis todos los días? El tipo de la oficina de correos ya me conoce. A propósito, le mandé un paquete con unos cuantos bocetos a Prosser. Dile que trabaje en ellos.

Dan: No te preocupes. ¿Algo más?

Zac: De momento no. Te llamaré en caso de que surgiera algo más. Haz tú lo mismo.

Dan era un hombre brillante para los negocios. Su único defecto era que no era lo suficientemente duro, pero a pesar de ello confiaba en él por completo.

Golpeando los brazos en el sillón con los dedos, Zac se quedó pensativo. En contraste, él era demasiado duro.

¿Cuándo había ocurrido? ¿Al principio, cuando empezó en el mundo de los negocios y todo parecía salirle mal? ¿O había sido paulatino, a través de los años, a medida que iba alcanzando el éxito?

Zac: ¿Dígame? -contestó automáticamente-.

**: ¿Zachary?

Al reconocer aquella voz, torció los labios impaciente.

Zac: Amber.

Amber: ¿Cómo estás, Zachary?

Zac: Bien.

Amber: He estado esperando que me llamaras.

Zac: He estado ocupado.

Amber: ¿Ocupado? ¿Ahí?

Zac: Ocupado. Aquí.

Amber: ¿Ocupado con trabajo o con diversiones?

Zac: Un poco de todo -replicó honestamente-.

Lo cierto es que la mayoría de los tres días pasados los había ocupado pensando en Ness Hudgens.

Amber: Debes de echar de menos la ciudad.

Zac: No especialmente. Me fui por propia decisión.

Amber: Pero volverás. Brittany dijo que te esperaba la próxima semana.

Brittany Snow era su secretaria personal, hermana de Amber y quien los presentó.

Zac: Brittany no tenía por qué decir eso. De todas formas, no es cierto. No tengo ninguna prisa en volver.

Amber: Pero creía que ibas a estar yendo y viniendo.

Zac: Lo único que me puede hacer volver a Nueva York son los negocios, Amber, y tú lo sabes. Cuando el negocio me necesite, iré.

Amber: Yo te necesito.

Zac: Lo dudo.

Amber: Es cierto.

Zac: Lo siento.

Amber: Eres un bastardo, Zachary Efron. Un bastardo sin corazón, ¿lo sabías?

Zac: Sí, Amber, lo sé. Y por eso es por lo que tienes que encontrar a otro hombre que de verdad te quiera y se preocupe por ti.

Amber: Pero si tú lo intentaras....

Zac: Amber....

El tono de advertencia de su voz quedó colgando entre ambos hasta que ella, insultándolo, colgó el teléfono.

Era un bastardo, musitó Zac para sí, retornando sus pensamientos a donde estaban antes de que la llamada de su ex amante lo interrumpiera. Era duro y arrogante, aspectos de su personalidad de los que no estaban precisamente orgulloso. Lo cierto era que no se gustaba mucho a sí mismo. Esa era una de las razones que le había hecho dejar Nueva York. Necesitaba un cambio, un descanso de la frenética vida que había llevado durante los últimos diez años. Necesitaba inspirarse.

Ness Hudgens. Ella le había hecho sentir cosas desconocidas para él, pero no sabía que existieran en su interior. Incluso ahora podía notar que se le suavizaban las facciones, tensas e inmutables cuando había estado hablando con Amber, al pensar en Ness. Ella era la antítesis del mundo que conocía. Estaba ansioso por verla en casa de los Hemsworth al día siguiente.

Sabiendo que ella estaría allí, Zac tenía ventaja sobre Ness, la cual, no habiendo sabido nada de él desde la mañana que desayunaron juntos, había pasado el resto de la semana, cuando no inmersa en su trabajo, intentando convencerse a sí misma de que sería mejor si aquel intruso simplemente desaparecía de su vida. Pero no lo había conseguido. No había podido olvidar la expresión cálida de su cara ni, mucho menos, el ardiente calor del beso que compartieron.

La llamada de Miley Hemsworth llegó en el momento justo, precisamente cuando necesitaba un poco de distracción. Miley y Will habían invitado a unos amigos para el sábado por la noche. Nada formal. No, no podía ir antes para ayudarlo en la cocina. Sí, podía llevar algo de postre si quería, a condición de que no se fuera en cuanto acabara de tomarlo.

Miley y Will eran las dos primeras personas que Ness había conocido al llegar a Vineyard. Habían sido presentados por un amigo común, el agente de Ness, Ashley Tisdale. Como director de una revista de distribución nacional, William vivía entre Nueva York y la isla. Miley se dedicaba a traducir manuscritos y documentos antiguos para universidades de Boston y Nueva York.

Las primeras tardes que había pasado con ellos habían sido muy tranquilas, los tres solos. Aunque Ness sospechaba que Ashley los había puesto sobre aviso acerca de lo introvertida que era, no le importaba, pues aquellas primeras y tranquilas reuniones habían sido el antídoto que necesitaba después de la frialdad que había adquirido viviendo en Nueva York. Con el tiempo, los Hemsworth invitaban a otras personas, que también habían llegado a la isla buscando tranquilidad, y a Ness no le costó entablar relaciones de amistad con ellos.

Ya de antemano sabía que iba a ser una reunión agradable. Ness se bañó y se recogió el pelo sobre la cabeza, soltándose algunos mechones. Se puso una blusa de seda, unos pantalones anchos y unos mocasines. Echándose una chaqueta por encima para protegerse de la brisa otoñal, agarró el pastel de ron y queso y se dirigió a casa de los Hemsworth.

Zac fue la primera persona que vio. Era el más alto de la reunión y, a los ojos de Ness, el más atractivo. Su presencia se hizo patente en su sistema nervioso en el mismo momento en que entró por la puerta. Atónita, se quedó parada sin poder moverse, con los ojos clavados en él. No se dio cuenta de la presencia de sus amigos, ni del suave murmullo producido por las conversaciones hasta que la anfitriona se acercó a ella.

Miley: ¡Ness! Entra y cierra la puerta -dijo abrazándola-. Estás preciosa, como siempre. Dame tu obra de arte. -Agarró el pastel y llamó a su marido-. Cariño, ¿por qué no le preparas a Ness algo de beber?

Will: ¿Cómo estás, Ness? -le preguntó con una sonrisa-.

Pasándole un brazo por los hombros, la condujo hasta el salón.

Tim: ¡Ness! Me alegro de verte.

El saludo era de Tim Carlin, un catedrático de economía retirado, a quien se le unió su mujer, Susan.

Susan: ¿Cómo estás, Ness?

Ness: Muy bien, gracias. ¿Y vosotros? Me tenéis que contar el viaje a China. Seguro que fue una experiencia inolvidable.

Will: ¿Qué quieres tomar, Ness? -interrumpió-. ¿Vino blanco?

Ella sonrió y asintió; luego, volvió su atención hacia los Carlin.

Tim: Precisamente estábamos hablando con Maggie sobre el viaje -dijo dando unas palmaditas en el hombro a una mujer mayor que estaba hablando con un joven-.

Margaret Powell era escultora y hacia más de veinte años que vivía en Vineyard. Ahora, habiendo cumplido los setenta y ocho, era la matriarca del grupo. Ness siempre la había admirado por su sensibilidad tanto en lo referente a su trabajo como a su vida personal, y era como su tía favorita. El afecto que sentía era mutuo.

Maggie: ¡Ness, qué alegría verte! -exclamó al verla-.

Ambas se abrazaron y se besaron en la mejilla.

Ness: ¿Cómo estás, Maggie?

Maggie: Bastante bien, teniendo en cuenta mi edad. Y tú -le dijo apretándole el codo-, estás muy bonita. Ya sé que te van muy bien las cosas. ¿Es Delincuente de medianoche el que he visto en la lista del Times? No, no es ese, es La venganza del cuervo, ¿verdad?

Ness: Sí, ese es.

Maggie: Y sé que estás trabajando en uno nuevo últimamente.

Ness: Siempre -se sonrojó-. Pero quiero escuchar el viaje de Tim y Susan. -Todavía sujetando la mano a Maggie entre las suyas, se volvió hacia el matrimonio-. Va, contadme.

Se las arregló para que pareciera que estaba totalmente inmersa en la conversación, pero no se enteró ni de una sola palabra. Su mente estaba en el otro extremo del salón, en aquellos ojos que, cada vez que ella se atrevía a mirar, la estaban observando.

Cuando Will volvió con un vaso de vino blanco en la mano, Ness se sobresaltó.

Will: Perdonadme, amigos -dijo a los otros-, pero Ness todavía no conoce a Zac.

Agarrándola por la cintura, la condujo hasta el otro extremo del salón. Zac estaba hablando con Drew Seeley, gran amigo suyo y escritor como ella, y con Mike Dawson, un joven multimillonario que se había unido al grupo recientemente. Los dos se volvieron hacia ella con sonrisas de bienvenida; Zac se limitó a mirarla intensamente.

Drew: Hola, Ness -dijo pasándole un brazo por la cintura-. ¿Cómo te va?

Ness: Bien -contestó nerviosa, dándole un beso en la mejilla-. Me alegro de que hayas podido venir.

Mike: ¿Qué tal estás, Ness? -preguntó dándole un abrazo-.

Ness: Contenta de veros a todos.

No se atrevía a mirar a Zac.

Ness: ¿Dónde está Claire? -preguntó dirigiéndose a Drew-.

Drew: En la cocina. Ahora se reunirá con nosotros.

Ness: Quizá sea mejor que vaya a echarle una mano... -dijo mirando a Will, intentando alejarse del grupo-.

Will: Dos en la cocina es más que suficiente. Además, quiero presentarte a Zac. Acaba de instalarse en la isla. Zachary Efron... Vanessa Hudgens.

Por un momento, no supo si decir que ya se conocían. Zachary Efron. Su nombre era tan familiar como su cara. Debía haberlo reconocido. Cada miembro del grupo era famoso por su trabajo. Decidió que fuera él quien diera el primer paso.

Sin esperar, él extendió una mano.

Zac: Vanessa. Encantado de conocerte. -Se la quedó mirando con el ceño fruncido-. Vanessa Hudgens. Me suena ese nombre.

Will: No hay duda de que habrás visto el nombre de Ness en librerías, supermercados y grandes almacenes -explicó con orgullo-. Es la reina de las novelas románticas. Ha escrito cinco libros, todos ellos de gran éxito. El último está entre los más vendidos en la lista del New York Times.

Zac: Una escritora de éxito -replicó con los ojos fijos en los de ella y apretando la mano con suave intensidad-. Estoy impresionado. Es un honor, Vanessa.

Ness: Ness, por favor -corrigió en voz baja. ¿Qué era lo que la ponía nerviosa, la nota irónica de su voz, el apretón de manos, o su imaginación?-. Aquí en la isla soy Ness Hudgens. Lo prefiero.

Will: No hace falta que te disculpes, Ness -prosiguió-. Zac es también muy popular. Estoy seguro de que has oído hablar de la firma de ropa para hombre Zachary Efron.

Ahora le tocó a ella sorprenderse. Zachary Efron, claro. Aquellos ojos azules, la piel bronceada, el pelo rubio cayéndole sobre la frente. ¿Cómo había sido tan estúpida?

Ness: Tendría qué haber conocido ese nombre al instante -murmuró-.

Lo hubiera reconocido si él no le hubiera dado tan poca importancia. Le había dicho que hacía ropa. Pero diseñarla y venderla en las mejores tiendas y boutiques de ropa de caballero tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo era algo completamente distinto.

Ness: Encantada de conocerlo, señor Efron -dijo al fin sin ser capaz de esconder la nota de sarcasmo, como él había hecho-.

Drew: No es que demos demasiada importancia a lo que hacemos, pero es una forma de conocernos inicialmente y luego nos olvidamos de ello -explicó-. Nos protegemos los unos a los otros y respetamos la necesidad de intimidad de cada uno. Por ejemplo, Ness. Si hubiera querido adulación a su alrededor, se hubiera quedado en Nueva York. La isla es un sitio donde puede moverse libremente sin que la gente la mire o la trate de otra manera diferente.

En aquel momento llegó Jason Blake, saludando elocuentemente a todo el mundo, pero sin dejar de mirar a Ness.

Se acercó a ella y rodeándole la cintura con ambos brazos, le dio un sonoro beso en la mejilla.

Jason: ¿Cómo está mi escritora favorita? ¡Hmmm, hueles muy bien!

Ness trató de separarse de él lo más suavemente posible, pero lo único que consiguió fue tirar la mitad del vino que llevaba. Sin atreverse a mirar a Zac, pidió ayuda con los ojos a Drew. Will había desaparecido tras su esposa y Ness necesitaba que alguien la rescatara de los brazos de aquel pelmazo.

Drew: Jason -empezó-, ¿por qué no sueltas a Ness y saludas a Zac? Jason Blake... Zachary Efron. -Satisfecho al ver que Ness estaba libre de nuevo, Drew se dirigió a Zac-. Jason es nuestro fotógrafo. Cuando no estás trabajando por el mundo, claro.

Sin inmutarse, Zac apretó la mano del recién llegado.

Zac: Jason Blake. ¿Life? ¿National Geographic?

Jason: El mismo, amigo. No es el tipo de fotos que tú necesitas para tu publicidad, pero también se vende.

Zac: De eso no me cabe la menor duda -cumplimentó-. Son maravillosas.

Jason le agradeció el cumplido con un movimiento de cabeza y se volvió hacia Ness.

Jason: También he hecho books de modelos en mis tiempos, pero esta señorita sigue negándose.

Ness: Yo no soy una modelo y no necesito fotografías -insistió-.

Jason: Las cubiertas de los libros, la publicidad... tienes que necesitar alguna.

Ness: Mi editor se encarga de todo eso en Nueva York. Ya lo sabes, hemos hablado del tema en otras ocasiones.

Jason: Ya, ya... pero ¿por qué no me das el gusto y me dejas que te haga unas fotos?

Ness suspiró.

Ness: Supongo que no me apetece. Lo siento, amigo.

Jason movió la cabeza y guiñó un ojo a los otros hombres.

Jason: Me ha dejado tirado otra vez. Esta mujer es una bruja. Me tiene medio enamorado de ella y no me deja siquiera hacerle una foto. No tiene corazón.

Una voz femenina sonó detrás del grupo.

Claire: ¿Otra vez te está dando este pesado la noche, Ness? Tomad, os he traído unos aperitivos.

Jason: Claire -exclamó tomando un canapé de la bandeja que esta sujetaba en las manos-, ¡estás guapísima! Eh, ¿qué es esto?

Con la boca llena, tomó otro canapé.

Claire: Esto es ramaki, esto... -explicó señalando los distintos tipos- rollitos de champiñones, y esto pizzas en miniatura. ¿Cómo estás, cariño? -preguntó a Ness dándole un beso en la mejilla-.

Ness levantó la mirada hacia el techo y dejó escapar un profundo suspiro. Entre Zachary Efron y Jason Blake se sentía como oprimida entre dos rocas.

Ness: Estoy bien -murmuró-. ¿Has hecho tú todo esto?

Claire: No, Miley lo ha preparado todo. Parece como si hubiera estado metida en la cocina desde hace un par de días. -Se separaron un poco de los hombres para poder hablar con más intimidad-. ¿Estás bien? -susurró-. Pareces un poco pálida.

Ness: ¿Pálida? No, estoy bien -sonrió-. Trabajando en mi nuevo libro, apenas salgo de casa.

Claire: ¿Cómo va?

Ness: ¿El libro? Bien. Lo más difícil es siempre el principio. Nunca puedo estar segura de si va a ser bueno o no.

Claire la tomó del brazo y la apartó aún más del grupo de hombres.

Claire: ¿Lo has visto bien? -le preguntó inclinándose un poco y bajando la voz-.

Ness: ¿A quién?

Como si no supiera a quien se refería.

Claire: A Zac Efron. Guapo, ¿eh?

Ness: Claire, eres una mujer casada y feliz.

Claire: Y cinco o seis años mayor que él, pero eso no quiere decir que esté ciega. Tú no estás casada. Y tienes unos tres o cuatro años menos que él. Míralo. ¿Qué te parece?

Condescendiente con su amiga, Ness miró por encima del hombro para encontrarse con los ojos de Zac clavados en los suyos. Desvió rápidamente la mirada.

Ness: Que es peligroso, eso es lo que me parece. Parece un tipo de esos de «las tomo y las dejo».

Claire: Eso es lo que dicen.

Ness: ¿Quién? -preguntó con desmayo-.

Claire: Mmm -replicó. Miró al plato que tenía en la mano y, agarrando una de las diminutas pizzas, se la metió en la boca. Luego, dejó el plato en manos de Tim Carlin-. Toma, Tim, pásalo por ahí -bromeó-. Lo que dicen es que es un tipo bastante duro. Un hombre de negocios implacable y más todavía con las mujeres. Extraño -comentó incrédula-. No parece tan mal tipo desde aquí.

Extraño, tampoco se lo había parecido a ella en las dos ocasiones en que lo había visto.

Ness: Quizá sea Vineyard. Quizá está buscando a alguien.

Claire: Espero que sí. A ti. No te ha quitado los ojos de encima en toda la noche.

Ness frunció el ceño.

Ness: Será por mi trabajo. Los hombres como él creen que una mujer que escribe libros con escenas de sexo tiene que ser salvajemente erótica.

Claire: ¿Y tú no eres salvajemente erótica?

Ness: En absoluto.

Claire: Me pregunto...

Ness: Vamos, Claire. Me conoces muy bien.

Claire: Lo cual significa que, de mujer a mujer, te encuentro una persona sensible y cariñosa. Cómo serías con un hombre, si te dieras alguna oportunidad, es algo distinto. Está ahí, Ness. Lo he leído en tus libros. No serías capaz de escribirlo si no lo sintieras.

Ness suspiró.

Ness: Sueños, Claire. No solo míos sino también de millones de mujeres. Mis héroes son hombres ideales, que aman de verdad, que piensan en las mujeres -su expresión se entristeció-. No creo haber conocido nunca a un hombre de ese tipo... ni creo que lo conozca nunca.

Claire: ¿Nunca has estado enamorada?

Ness: Supongo que no.

Claire: ¿Nunca estuviste enamorada de Drake?

Ness: Mi matrimonio fue exclusivamente de tipo práctico. No hubo nunca amor.

Claire: Pero seguro que eres capaz de amar.

Ness: Seguro -contestó dejando caer las sílabas con tristeza-. Eso es lo que me convierte en una de las autoras de novelas de amor que más vende en América.

Drew: ¡Eh! ¡Vaya caras más serias! -las interrumpió pasando un brazo alrededor de la cintura de su mujer-. ¿Hablando sobre tu último villano?

Ness: A lo mejor -musitó un momento antes de sentir el cálido cuerpo masculino tras ella-.

Drew: Esta mujer es peligrosa, Zac -bromeó-. Tiene un montón de tretas diabólicas para deshacerse de los hombres que no le interesan.

Zac: ¿Sí? -replicó-. Tendré que leer sus libros y estar preparado.

Ness: Creo que, mientras seguís divirtiéndoos a mi costa, iré a ver si Miley necesita una mano en la cocina.

Hubiera sido la excusa perfecta para escapar, si Zac no la hubiera seguido.




Ahora resulta que tienen amigos en común y se han ocultado cosas... Tendrían que habérselo dicho. Pero lo cierto es que se conocen de hace un día, no les ha dado tiempo XD

A ver qué tal les va en el próximo capi.

¡Thank you por los coments y las visitas!

Bienvenida, Katheryne. Gracias por comentar.

¡Comentad, please!

¡Un besi!


jueves, 26 de febrero de 2015

Capítulo 1


Era una noche oscura, más bien negra. Lo cual, unido al cielo tenebroso, a la lluvia torrencial, a la carretera estrecha y a los problemas que le rondaban incesantes en la mente, impidió que Zac Efron distinguiera la moto que resbaló al tomar la curva hasta que la tuvo prácticamente encima. El coche dio un brusco viraje hacia la cuneta y Zac puso el freno con rapidez y destreza, pero ya era demasiado tarde. Al cabo de unos instantes estaba fuera del coche corriendo hacia donde yacía el motociclista.

Zac: ¡Dios mío! -exclamó. Al acercarse vio el bulto de un cuerpo bajo la pesada Suzuki-. ¡Maldito crío! -Corriendo hacia él, levanto la moto y la dejó a un lado-. ¿Estás bien? -preguntó agachándose junto al joven, quien estaba intentando levantarse-. ¡Espera! ¡Ten cuidado! ¡Si te duele, no te muevas!

Un rápido examen del cuerpo tumbado sobre la cuneta le hizo cerciorarse de que no había señales de heridas graves ni de sangre, y tampoco parecía haber ningún hueso roto. Cuando la mano temblorosa del accidentado intentó desabrochar la tira del casco, Zac se adelantó, la desabrochó y levantó el visor. Conteniendo la respiración, se paró, mirando atónito la cara descubierta de una mujer.

Aquella cara era la más delicada y pálida que había visto en su vida.

Zac: ¡Dios mío! -exclamó, esta vez en un susurro-.

Por puro instinto, apartó los mechones de pelo negro que cubrían la cara dejando que la lluvia la hiciera volver en sí. Con el corazón latiendo fuertemente, vio cómo los ojos parpadeaban y luego se abrían aturdidos.

Ness tardó en darse cuenta de dónde estaba. Aturdida, parpadeó de nuevo. El mundo era una mezcla de luces y oscuridad; las sombras de los árboles, los focos de un automóvil, el cielo encapotado. Iba de vuelta a casa cuando la rueda delantera chocó contra algo, haciendo que la moto resbalara y cayera. Volvió la cabeza hacia la figura que estaba de rodillas junto a ella. Después, una vez recuperado el sentido bajo las continuas gotas de lluvia que le bañaban la cara, intentó ponerse en pie.

Zac: ¡Espera! -le ordenó la negra figura que estaba junto a ella poniéndole una mano en el hombro-. Quizá no debieras...

Ness: ¡Estoy bien! -protestó ignorando las punzadas de dolor que sentía por todo el cuerpo-.

Moviéndose con cautela, quiso comprobar su estado. Los brazos estaban bien y las piernas también, pero cuando trató de sentarse más cómodamente, no pudo contener un gemido de dolor.

Zac: ¿Te duele algo? -preguntó mientras le examinaba una pierna con las manos-.

Tras comprobar que no había ningún hueso fuera de lugar, pasó a repetir la operación en la otra.

Ness: Me duele todo -murmuró jadeando al darse cuenta de la gravedad del accidente-.

¡Había estado a punto de matarse! Si hubiera estado unos centímetros más hacia la izquierda hubiera chocado contra el coche de frente. Sintiéndose de repente oprimida por el casco y a punto de desmayarse, hizo un esfuerzo sobrehumano para quitárselo. La lluvia, que había sido su enemigo unos minutos antes cuando volvía de North Tisbury se convirtió en algo refrescante. Apenas consciente de los brazos que la sujetaban, apoyó la cabeza contra el pecho masculino mientras recobraba el equilibrio.

Zac: No parece que haya ningún hueso roto -dijo la voz más bruscamente-.Y nos mojaríamos menos en mi coche. ¿Puedes llegar hasta allí?

Aturdida o no, Ness dudó. Cuanto antes siguiera su camino, mejor.

Ness: No. Quiero decir, sí. Puedo llegar hasta ahí, pero estoy bien. -Giró la cabeza sobre sí misma lentamente para relajar los músculos tensos del cuello y de la nuca-. Si me ayuda a levantar la Suzuki seguiré mi camino.

Fue el musculoso brazo que le rodeaba la cintura lo que la ayudó a mantenerse en pie.

Zac: No puedes volver a conducir esa maldita moto. Te voy a llevar al hospital.

Ness: ¡Al hospital, no! -gritó imaginando el tipo de publicidad que su visita generaría-.

En los tres años que llevaba viviendo en Vineyard había conseguido mantenerse alejada de la prensa y de la vida pública y no iba a estropearlo todo ahora.

Ness: No necesito ir al hospital. Estoy perfectamente.

Zac: ¿Perfectamente? Entonces -contestó tomándole una mano-... ¿Esto qué es?

Para su horror, aquel hombre le enseñó su propia mano cubierta de sangre. Se mareó, pero luchó por mantenerse en pie.

Ness: Es solo un rasguño. No me duele. De verdad. -Mientras susurraba las últimas palabras, se vio sentada en el asiento del coche deportivo-. Pero... mi Suzuki...

Zac: La dejaré a un lado de la carretera -refunfuñó-. Se puede recoger más tarde.

Ness: ¡La quiero ahora! En serio, estoy bien.

Sin poderse explicar la tozudez de la mujer, Zac volvió a donde estaba la moto y levantándola la llevó a un lado de la carretera.

Ness: ¡Espera! -gritó corriendo tras él-. ¿Qué tal ha quedado?

Zac: Creía que te había metido en el coche -espetó por respuesta mirándola a través de la lluvia-.

Ness logró apartar sus ojos de los de él y echó un vistazo a la moto.

Ness: Lo que peor está es la rueda de delante -comentó moviendo la cabeza-. Pero mira el resto, está lleno de rayas.

Si ella ya estaba lo suficientemente recuperada como para hablar de los daños sufridos por su moto, él también tenía algo que decir.

Zac: ¿Quieres ver rayas? Echa un vistazo a mi coche.

Atemorizada, Ness dio media vuelta. El repentino movimiento la mareó y se acercó al Maserati dando tumbos. Se apoyó en la parte delantera y pasó los dedos por las marcas que había dejado su moto en uno de los lados.

Ness: Lo siento -susurró mirando un tanto intimidada al hombre que estaba de pie junto a ella-. Yo lo pagaré.

Zac: ¡Esto es ridículo! Métete en el coche -ordenó-.

Entró en el Maserati y apoyó la cabeza contra el respaldo, dándose cuenta de lo grave que hubiera podido ser. Tan pronto como él se sentó al volante, ella giró un poco la cabeza.

Ness: Pagaré los destrozos. Lo digo en serio.

Zac: Está asegurado.

Ness: Pero ha sido culpa mía. Yo me he abalanzado contra ti.

Zac: Ahora que lo mencionas, ¿por qué ibas tan deprisa? Por si no te has dado cuenta, está lloviendo a cántaros.

Ness: No iba deprisa. Y por supuesto que sabía que estaba lloviendo. Por si no te habías dado cuenta mi moto no tiene techo -respondió sentándose derecha en el asiento-.

Él echó una ojeada a sus ropas empapadas.

Zac: Me he dado perfecta cuenta. Yo pensaba seguir seco -farfulló. Le miró la mano y sacó una toallita de la guantera-. Toma, envuélvete la mano mientras yo conduzco. ¿Dónde está el hospital más cercano?

Puso el coche en marcha y Ness se dio cuenta de que era nuevo en la isla.

Ness: Volviendo por esa carretera. Tienes que llegar hasta la calle Menemsha Cross y allí tomar la carretera hacia el sur.

Minutos más tarde, el coche iba de vuelta por donde había venido. Con la mandíbula apretada se preguntó cómo se las había arreglado para meterse en otro lío. ¿No había dejado Nueva York en busca de paz? ¿No se suponía que Martha's Vineyard era un lugar tranquilo? A pesar de que las estrechas carreteras de la isla tenían un gran encanto, bajo la lluvia eran peligrosas y había tenido que conducir con sumo cuidado. Después... el accidente con aquella joven... ¿Paz? ¡Bah!

Zac: ¿Y qué es lo que estabas haciendo en la moto con semejante lluvia? -gruñó-.

Ness: Venía de visitar a unos amigos en North Tisbury -contestó a la defensiva-.

Zac: ¿Y no tienes coche o alguien que te llevara de vuelta?

Ness: No estaba lloviendo cuando salí. Empezó de repente.

Zac: Y entonces decidiste apretar el acelerador, ¿no?

Ness: Mira -contestó enfadada-. Ya te he dicho que pagaré los desperfectos. Pero por favor, no me sermonees. Puedes estar seguro de que no choqué contra tu coche a propósito. Y también de que soy una persona responsable... y de que no necesito esto más de lo que necesitas tú -continuó recogiéndose un mechón de pelo en la cola de caballo-. No sé que pasó. He debido de pinchar en esa maldita curva.

Calló y dejó vagar la mirada en la noche. ¡Si no tuviera una imaginación tan desbordante! Pero la tenía y estaba asustada. Era obvio que había sido por la gravilla o por un clavo o un trozo de cristal. ¿Y si el incidente era un recuerdo de Emboscada en otoño? Pura coincidencia. Un simple pinchazo, eso era.

Ness: Gira a la izquierda -murmuró apartando los pensamientos de su mente-.

Zac conducía en silencio. El sonido acompasado del limpiaparabrisas era como un eco de la preocupación y la ira que sentía por aquel pasajero inesperado que no decía nada. Sin querer quitar la vista de la carretera, la miró de reojo. Estaba con el cuerpo encogido, unos cuantos mechones de pelo mojado se pegaban a la nuca, tenía las manos juntas y apretadas y los ojos fijos en el parabrisas. Esa mujer era un peligro en la carretera. La dejaría en el hospital y se olvidaría de ella.

Zac: ¿Dónde está ese hospital? -murmuró casi para sí-.

Ness: Ya casi hemos llegado. Toma el desvío de la derecha.

Su voz sonaba débil y cansada; estaba mojada y tenía frío, y lo único que quería era meterse en una bañera de agua caliente y quedarse allí durante horas. Siguió dándole las indicaciones necesarias y torció en una calle más estrecha y tortuosa que la anterior.

Zac: ¡No puedo creerlo! ¿Qué clase de lugar civilizado es este que esconden tan bien los hospitales?

Ness: No llevas aquí mucho tiempo, ¿verdad? -preguntó divertida-.

Zac: No el suficiente -respondió con sequedad. Con toda su atención centrada en la carretera, el coche llegó a una calle sin salida y tuvo que frenar-. ¿Qué diablos...? ¡Aquí no hay ningún hospital!

Volvió los ojos hacia Ness, que ya estaba saliendo del coche.

Ness: Es mi casa -contestó tranquilamente-. Gracias por traerme. Tan pronto como tengas el presupuesto para reparar los destrozos del coche avísame. Mi nombre es Ness Hudgens.

Antes de que él pudiera decir una palabra, ella cerró la puerta de un golpe seco y se dirigió corriendo hacia la puerta principal de su casa.

Zac salió del coche y cuando estaba a medio camino de la casa, la puerta se cerró tras la mujer. Parándose en seco, sin pensar en la lluvia, se quedó mirando aquella puerta. ¡Lo había engañado! Indignado, se preguntó si debía ir tras ella. Quizá debiera insistirle para que se hiciera un chequeo en el hospital; después de todo, si se había roto algún hueso o había sufrido algún tipo de daño interno, ella podría denunciarlo. Y eso era todo lo que necesitaba.

Casi admirando lo calladamente que ella lo había engañado, volvió hacia el coche. Dudaba que tuviera heridas de importancia; a fin de cuentas, cuando la había examinado no había notado nada roto ni fuera de lugar. Ni tampoco tenía miedo de que le pudiera causar ningún tipo de problemas, al contrario. Ella parecía querer dar por finalizado el incidente lo antes posible.

Aturdido, puso el coche en marcha y volvió a la carretera principal. Ness Hudgens. Ness Hudgens. Sonaba bien, a duendecillo, un poco como ella. Pequeña y esquiva. Y astuta. Hacía mucho tiempo que una mujer no le había despistado tan hábilmente como ella lo acababa de hacer. Esbozó una sonrisa de apreciación. Si Ness era un ejemplo de lo que iba a encontrar en Martha's Vineyard, su imagen de hombre controlado se iba a empañar rápidamente. Pero la idea no lo preocupó en absoluto, corno hubiera pasado en otro tiempo. Lo extraño era precisamente que no lo preocupara y que Ness Hudgens, con accidente incluido, lo hubiera hecho pensar en ello.

Le gustaba Vineyard, musitó para sus adentros al tomar la carretera del sur de nuevo. A pesar de la lluvia, era lo que andaba buscando. Aire fresco y espacio para moverse, libertad y un poco de intimidad. Nueva York era un lugar claustrofóbico, aburrido y cansado. Necesitaba un cambio. ¿Estaría pasando por una crisis de madurez? Quizá. O quizá era que estaba buscando nuevas metas en su vida. Le faltaba algo, en Nueva York, en su carrera, en su vida. Antes de que pudiera identificarlo necesitaba espacio para respirar. Bueno, suspiró mirando al cielo, eso lo tenía. Tenía la casa que había construido, desde donde se divisaba el Sound; tenía rocas, hierba y acres de colinas montañosas. Y... tenía una parte del coche cubierta de rayas que tenían que ser reparadas. Y una mujer... a quien querría domar o que ella le domara a él...


Ness: ¡Ahhh! -gritó al quitarse las botas de cuero que le oprimían los hinchados tobillos-.

Arrojándose sobre la alfombra con desmayo, se levantó y se quitó los vaqueros. Volvió a sentarse sobre el banquito del cuarto de baño, se desabrochó la blusa y la dejó caer sobre el suelo.

Quitarse el polo que llevaba debajo era otro cantar. Levantó la tela cuidadosamente sobre el pecho, tratando de no tocarse o moverse por si tenía una costilla rota. La mano le picaba increíblemente, el costado le dolía y tenía los tobillos hinchados. Movió lentamente el cuerpo y comprobó que no tenía ningún hueso roto.

Quitándose la ropa interior con sumo cuidado, se metió en la bañera y se sentó lentamente; luego, recostó la espalda con un suspiro de alivio dejando que su cuerpo flotara en el agua.

Estaba tensa, muy tensa. Conducía la Suzuki desde hacía tres años y nunca había tenido el menor percance. Era una buena conductora, y cauta. ¡Gracias al cielo que llevaba el casco puesto! ¡Gracias al cielo que el hombre del Maserati la había llevado hasta casa! Sonrió con ironía. Quizá si él no hubiera estado allí no habría necesitado que nadie la llevara a casa. Si no hubiera sido por el coche, quizá se hubiera recuperado rápidamente del patinazo. Aunque por otro lado, quizá hubiera ido a parar contra el árbol, quedando inconsciente o algo peor.

¿Quién sería aquel hombre? No sabía su nombre, pero su cara la había dejado impresionada.

Amenazador. Lúgubre y, aun con todo, amable. Recordó la mano que con gran delicadeza había buscado alguna rotura en sus piernas, el brazo que la había rodeado para ayudarla a levantarse.

Era un hombre fuerte, eso lo sabía. Y aparte de unos cuantos accesos de mal humor, la había tratado con cuidado. Cuidado. Apretó los labios. Drake no sabía lo que era tratar a nadie con cuidado. La había tomado siempre que había querido, utilizándola para satisfacer sus necesidades. Si tenía hambre, ella tenía que cocinar. Si estaba cansado, ella le tenía que preparar el baño, la cama y escuchar sus ronquidos resonando en toda la casa. Si quería hacer el amor con ella, ella tenía que estar allí siempre dispuesta y excitada para él. No, Drake no tenía ni idea de lo que era tratar a nadie con delicadeza.

Con un bufido de asco, dirigió sus pensamientos hacia cosas más felices. El esquema del libro que iba a empezar a escribir estaba ya terminado. Aquella noche había dado los últimos toques y empezaría a la mañana siguiente. Tenía seis meses para escribirlo, tiempo más que suficiente para hacerlo. Y lo cierto era que seis meses era el tiempo que ella se había propuesto, porque por contra¬to el libro no tenía que estar sobre la mesa del editor hasta bastante más tiempo que eso.

Habiéndose dedicado a escribir durante los últimos ocho años, sabía el sentimiento de inseguridad que la embargaría durante las próximas semanas. Creando a los personajes. Conociéndolos. Era un reto excitante y temido al mismo tiempo. Pero ahora ya tenía el esquema del argumento y de la narración, y hacía días que tenía a los personajes en mente, creciendo. Era hora de empezar.

A las cinco de la mañana del día siguiente, Ness estaba escribiendo en su estudio mientras afuera empezaba a amanecer. Tenía el cuerpo lleno de cardenales y le dolía, sobre todo la parte sobre la que se había caído. Pero su mente estaba despierta y preparada, y sus dedos se movían con rapidez sobre el teclado del ordenador, que reflejaba sus palabras en la pantalla que tenía ante ella.

A las nueve, se dio otro baño de agua caliente e intentó vestirse, decidiéndose al final por una bata de seda que era lo único que su dolorido cuerpo podía soportar. Tras recogerse el pelo con unas cuantas horquillas de colores, se dio un poco de colorete en las mejillas, para ocultar la palidez provocada por el accidente de la noche anterior, y se dirigió a la cocina a desayunar.

¿Qué podía tomar? Con el pensamiento perdido en lo que acababa de escribir y en lo que escribiría más tarde, abrió uno de los armarios de la cocina, y se quedó contemplando el contenido sin decidirse. El timbre de la puerta la sacó de sus pensamientos. Perpleja, alzó la mirada. No esperaba a nadie. Examinó las distintas posibilidades: sus amigos sabían que estaba trabajando, tampoco esperaba a ningún chico de los recados, y el correo nunca llegaba antes de las tres de la tarde. Cuando el timbre sonó por segunda vez, se encaminó despacio hacia la puerta, con el cuerpo tenso de dolor, y, al pasar por la ventana del salón, se paró. El Maserati del hombre que la había llevado a casa la noche anterior estaba aparcado delante de su puerta.

Al tercer timbrazo se movió hacia la puerta y, al agarrar el pomo, dudó. Tomando aire para darse valor, abrió la puerta.

Durante un momento se quedaron mirando el uno al otro. Él la había visto la noche anterior empapada de agua y completamente pálida. Ahora, sin embargo, su piel era tersa y brillante, su cuerpo estaba fresco y la expresión de su cara era cálida. Mechones de pelo mojados se escapaban de las horquillas y caían rebeldes sobre la nuca. Nada de la portentosa imaginación de Zac lo había preparado para lo que tenía ante sí.
Ness, por su parte, enmudeció al verlo. Tenía el pelo rubio, bien cortado y peinado, la nariz recta, la mandíbula recién afeitada y unos sorprendentes ojos azules que la miraban con intensidad. Si no la hubieran dejado sin habla sus ojos, lo hubiera hecho el brillo de su piel cálida, vigorosa e infinitamente atractiva.

Zac: ¡Hola! -dijo al fin, con voz un tanto sensual-.

Una extraña sonrisa se dibujó en los labios de Ness.

Ness: ¡Hola!

Zac: Quería asegurarme de que te habían tratado bien en el hospital.

Ness: Muy bien -repuso sin soltar el pomo de la puerta-.

Zac: Tienes un aspecto... bueno.

No podía apartar los ojos de la cara femenina y del cuerpo cubierto por la bata de seda, que dejaba adivinar las delicadas curvas que no había podido distinguir la noche anterior.

Zac: ¿No te quedan señales del accidente?

Ella le enseñó la herida de la mano.

Ness: Ya está cerrada. Estoy segura de que desaparecerá en un par de días.

Él asintió, sin saber qué decir. ¿Dónde estaba Zac Efron, el playboy al que no se resistía ninguna mujer?

Se aclaró la garganta.

Zac: Bueno, creo que es hora de que me vaya. -Giró sobre sus pies y bajó uno de los peldaños. Luego, se detuvo de nuevo y se volvió hacia ella-. He parado en mi camino para ver tu moto, pero ya se la habían llevado.

Ness: Lo sé. Ya me he encargado de ello.

Se había limitado a llamar al taller de Hank Mosby y este se había mostrado deseoso de ayudarla. Él único precio, a parte del coste de la reparación, seria esquivar de nuevo sus insinuaciones, pero ya estaba bastante acostumbrada a ello.

Zac: Ya veo -contestó impresionado por la independencia de una mujer de aspecto tan vulnerable-.

Se preguntó si habría un hombre en su vida. No llevaba anillo, de eso ya se había percatado la noche anterior. Pero quería saber más; cuando algo le interesaba, era un hombre curioso.

Ness: Bien, entonces hasta otro rato.

Ness esbozó una tímida sonrisa y asintió con la cabeza, viéndolo dirigirse hacia su coche. Vestía pantalones anchos de algodón gris, una camisa con el cuello abierto y, sobre esta, un chaleco de punto en tonos blancos y grises. Un hombre al que admirar. Un hombre al que evitar.

Por algún juego del destino la admiración ganó.

Ness: ¡Eh! -lo llamó alzando la mano. Él se volvió hacia ella y Ness enrojeció-. Tu... tu nombre -improvisó-. No me acuerdo.

Zac: No lo he dicho -replicó con una sonrisa-. Pero es Zac.

Ness: Zac -repitió asintiendo con la cabeza-.

Se miraron en silencio. Había algo que la atraía y la asustaba a la vez de aquel hombre. Sabía que tenía que dejarlo ir, pero no podía.

Ness: Estaba -repitió asintiendo con la cabeza-… Estaba a punto de prepararme el desayuno. ¿Te gustaría comer algo? ¿Un café? ¿Un par de huevos?

Él sonrió encantado.

Zac: Por supuesto.

Ness: Claro que... si tienes que ir a algún sitio...

Zac: No tengo nada que hacer en especial.

Ella dio un paso hacia atrás invitándolo a entrar. Entre vacilante y nerviosa, cerró la puerta.

Zac: Tienes una casa muy bonita -comentó mirando a su alrededor-.

La casa, como tantas otras en la isla, tenía un enorme salón con una chimenea a la derecha y dos ventanales a la izquierda. También constaba de una gran cocina, tres habitaciones y un estudio.

Zac: Te gusta el blanco, ¿verdad?

Las paredes y los muebles eran blancos, el suelo de madera de roble, y Ness había añadido unas notas de color con los cojines, las alfombras y las cortinas, todo en tonos crema y rosa que daban a la casa un ambiente de relax.

Ness: No es difícil adivinarlo.

Zac: Me gusta -contestó mirándola con ojos cálidos-.

Aquella mirada le produjo un hormigueo y se dio cuenta de la ropa que llevaba, o que no llevaba. A pesar de que la bata tenía el cuello alto y caía casi hasta sus pies, era todo lo que llevaba puesto.

Ness: Será mejor que vaya a cambiarme -balbuceó-. No estaba esperando a nadie.

Se dirigió hacia las escaleras, pero él se lo impidió agarrándole la mano.

Zac: No lo hagas.

Lo miró, atónita ante la intensidad de su mirada.

Zac: Estás bien así -prosiguió suavemente-.

Hubiera deseado decirle algo sobre la caída de la bata sobre su cuerpo, o que a él le gustaban las mujeres suaves y aseadas, o algo tan simple como lo sexy que estaba con aquella ropa.

Extrañamente, aquellas palabras no salieron de sus labios. Se limitó a soltarle la mano.

Zac: Quiero decir que no quiero molestar. Ya es bastante que me tengas que invitar a desayunar.

Ness: Si lo hago es porque quiero -aseguró con las mejillas encendidas. Esta vez se dirigió a la cocina y abrió la puerta de la nevera mirando lo que había en su interior-. ¿Qué quieres tomar?

Zac: Café. Un par de huevos. Zumo. Lo que quieras, lo que tú vayas a tomar. Sea lo que sea, será un placer.

Ness: ¿No sueles desayunar? -preguntó extrañada-.

Zac: No soy muy buen cocinero.

Ni tenía que serlo. Todas las mujeres con las que había estado sabían cocinar y les había dejado a ellas esa tarea. Sin embargo, desde que estaba en Vineyard había estado solo y sin nadie que cocinara para él. Si Ness Hudgens quería hacerlo...

Zac: Pero puedo intentar ayudarte en algo, si quieres decirme como.

Ella sonrió.

Ness: Está bien. Creo que puedo arreglármelas sola. ¿Por qué no te sientas y me cuentas algo mientras lo preparo?

En lugar de sentarse, rodeó la mesa y se acercó a una de las ventanas, mirando al exterior. Ness estudió el cuerpo viril, notando la elegancia, la dignidad y el control de sí mismo que reflejaba. Un hombre acostumbrado a mandar, lo último que quería en su vida. Entonces, ¿por qué diablos lo había invitado a desayunar?

Cerrando los dedos sobre el asa de la nevera, sacó unos huevos, una tarrina de mantequilla y una botella de zumo de naranja. Luego, del congelador, un paquete de salchichas congeladas. Quizá porque se lo debía; a fin de cuentas él la había ayudado la noche anterior, a pesar de lo que había hecho a su coche. Después de desayunar, él se iría y quedaría en paz.

Zac: El paisaje es precioso -comentó-. ¿Llevas viviendo aquí mucho tiempo?

Ness: Tres años.

Zac: ¿Ese es el tiempo que llevas en Vineyard?

Ness: Sí.

La panorámica era, en efecto, muy bonita. Extensiones de terreno cultivado, con arbustos y pequeños árboles y, a intervalos, vallas de piedra que separaban unas propiedades de otras.

Zac: Me han dicho que, en otro tiempo, esto solían ser tierras de cultivo pertenecientes a pequeñas granjas -siguió-.

Ness: Sí, eso tengo entendido -contestó batiendo media docena de huevos-. Y creo que había muchas ovejas y otros tipos de ganado pastando libremente por el campo. Seguramente era muy bonito entonces.

Zac: Es muy bonito ahora. Desde mi casa, tengo una excelente panorámica del océano.

Ness: ¿Estás viviendo aquí ahora? -preguntó en un tono que no quería ser muy interesado-.

Zac: Desde hace un par de semanas.

Ness: Un recién llegado.

Alcanzando las salchichas, intentó separarlas, pero estaban unidas por el hielo, y cualquier esfuerzo le provocaba dolor. Zac vio su expresión y se acercó a ella.

Zac: Déjame hacerlo.

Lo consiguió sin ningún esfuerzo, complacido al comprobar la debilidad de la mujer. Aprovechándose de que se había tenido que acercar a ella, se quedó apoyado junto a la cocina.

Zac: ¿No me dirás que tienes algo en contra de los recién llegados? -preguntó arqueando una ceja-.

Ness no tenía que alzar los ojos para sentir la ardiente mirada de Zac. Asustada, se apartó y se dispuso a poner la mesa.

Ness: ¿Has conocido al viejo Billie? -preguntó secamente-.

Zac: ¿El viejo Billie?

Ness: El grandullón que está en el muelle que...

Zac: ¿ ...que odia todo lo que provenga del continente? Sí, lo he conocido. Un tipo encantador.

Ness: Oh, no es mal hombre. Un poco receloso.

Zac: ¿Receloso? No sé. Cuando estuve en el muelle la semana pasada no dejó de contarme lo mucho que habían cambiando las cosas, que la isla no es lo que era... y se acercó a mí sin saber quién era.

Ness: El viejo Billie puede hacerlo -sonrió con cariño-. Nació en la isla y ha vivido aquí toda su vida. Es un pescador. Una atracción para los turistas, también. Creo que le gusta tanto salir a pescar como dar discursos ante todo aquel que quiera escucharlo. -Volviendo a la cocina, dio la vuelta a las salchichas y siguió batiendo los huevos, esta vez alejándose de Zac para que este no se diera cuenta de cuánto le costaba hacerlo-. Tiene sus razones -resumió, esperando distraerlo con su conversación-. Las cosas ya no son como antes. Cada verano es un poco peor que el anterior. De repente, la población se multiplica por cinco y siempre hay largas colas de gente en los mercados, las oficinas de correos y los bancos. Las carreteras están plagadas de coches y las playas y los restaurantes llenos de gente. Casi te obliga a hacer las maletas y salir corriendo.

Zac: ¿Casi?

Ness: Pero no lo suficiente -dijo con una mueca-.

Zac: Tú no te has ido.

Ness: Este es mi lugar -aseguró con simpleza-. Yo elegí vivir aquí. Puedo ir al mercado o al banco pronto por la mañana, antes de que vaya todo el mundo. El verano es crucial para la economía de la isla. Para los que vivimos aquí todo el año, es solo cuestión de acomodarnos durante esos meses. Además -añadió poniendo los huevos en la sartén-, me gustan las multitudes de vez en cuando. Dan vida y color.

La expresión de sus ojos cambió al recordar otro tipo de multitudes.

Zac: Un sitio como Nueva York es diferente -continuó-. La multitud se mueve de su casa al trabajo automáticamente, como si no fueran personas. Siempre corriendo de acá para allá. Y si eres incapaz de mantener su ritmo, estás atrapado.

Ness: ¿Tú eres de Nueva York? -aseveró-.

Zac: No originariamente, pero puesto que mi correo ha estado yendo allí durante los últimos diez años, supongo que sí, que puedes llamarme neoyorquino.

Para Ness, los neoyorquinos eran especialmente peligrosos. Apartando los ojos de él, tomó una barra de pan y un cuchillo y empezó a cortar rebanadas.

Ness: ¿Has venido para quedarte?

Zac: Si las cosas van bien, sí....

Ness: Si las cosas...

Zac: El servicio de correos, las conferencias con el continente... Oye, espero que no estés cortando todas esas rebanadas para mí. Dos es mi tope.

¡Había cortado siete!

Ness: No me he dado ni cuenta -dijo con una mueca divertida-.

¿Habría sido por Nueva York? ¿O por ese desconocido que estaba en la cocina? Confusa, se agachó para tomar otra sartén. Apretó los dientes al sentir una punzada de dolor en las costillas. Fingiendo que estaba ordenando las cazuelas, hizo tiempo para que el dolor pasara. Puso la sartén que necesitaba en la encimera y, agarrándose a ella, se levantó.

Zac: Estás un poco rígida.

Ness: Estoy bien.

Zac: Cojeabas un poco cuando entramos en la cocina.

Ness: ¡Estoy bien!

Zac: Deberías ir al médico.

Ness: ¡Maldita sea! ¡Estoy bien!

Enfadada con él por presionarla, consigo misma por estar enfadada y con su cuerpo por estar como estaba, se estiró violentamente para tomar un paquete de filtros para el café que había en la estantería más alta.

Ness: ¡Ahhhh...! -gimió sin poder contenerse-.

Zac permaneció en silencio observándola. Ness, agarrándose el brazo, mantuvo la cabeza agachada durante un instante y, luego, alzó la mirada hacia él. Con cuidado, Zac le subió la manga hasta la curva del hombro. Ness contuvo la respiración, con el corazón latiéndole fuertemente.

Cuando él habló, el tono de su voz era calmado y grave a la vez.

Zac: Creía que habías dicho que estabas bien.

Ness: Lo estoy -musitó con voz temblorosa, aterrorizada por algo que no era precisamente la herida que acababa de descubrir-.

Él estaba junto a ella. Muy cerca. Con los dedos en su piel desnuda.

Ness: Es solo una herida -consiguió balbucear, confusa y enfadada-.

Zac: Y duele -añadió levantando los ojos hacia ella-. ¿Por qué no me lo dijiste?

Ness: No es nada que te concierne.

Zac: Pero te lo he preguntado. Y soy en parte responsable.

Ness: ¡No lo eres! ¡No fue culpa tuya! ¡Yo fui quien chocó contra ti! Fue solo culpa mía.

Los dedos masculinos bajaron desde su hombro hasta el codo y, muy despacio, volvieron a subir.

Zac: Pero yo quería ayudarte -murmuró mientras le sostenía la mirada-.

Ness: No necesitaba tu ayuda.

Los ojos del hombre se fijaron en los sensuales labios femeninos.

Zac: ¿Tienes a alguien que cuide de ti?

Ness: Yo cuido de mí misma. No necesito la ayuda de nadie.

Zac: ¿Nunca?

Ness: Más o menos.

Zac: ¿Eres autosuficiente? -preguntó analizando las facciones de su cara-.

Ness: Intento serlo -susurró-.

La mano masculina le apretó el hombro y luego se deslizó bajo la seda por el cuello. Mientras le acariciaba la nuca con los dedos, el pulgar recorrió la línea de la mandíbula.

Zac: ¿Por alguna razón en especial?

Ness sintió que ardía por dentro. Algo crecía en su interior. Se sonrojó, el corazón le latía con fuerza; nunca había reaccionado así ante el contacto físico con un hombre.

Ness: Una -acertó a contestar con gran esfuerzo-. Me gusta ser autosuficiente.

Si la voz de ella estaba entrecortada, la de él tenía un tono grave y enronquecido.

Zac: ¿Pero por qué?

Ness: Por eso.

Zac: Esa es una respuesta muy esquiva -murmuró dibujando el contorno de la cara femenina con el dedo-. Tienes que tener razones.

Si las tenía, eran suyas, y apenas se sentía con fuerzas para pensar. El dedo de Zac acariciándole la barbilla, y su mirada, la hipnotizaban.

Ness: Las tengo.

Zac: ¿Quieres compartirlas?

Ness: No.

Zac: ¿Tanto duelen?

Si Ness hubiera sido totalmente consciente de la conversación, su propia transparencia la hubiera aterrorizado. Pero no era consciente. Estaba hechizada. Drogada. Incapaz de pensar más allá de los chisporroteos de fuego en su pecho, más allá de la cabeza que se acercaba, del dedo que acariciaba sus labios. No podía pensar ni protestar, solo esperar, esperar lo que le pareció una eternidad hasta que los labios masculinos rozaron los suyos.




¡Este hombre va a por todas! Bueno, en verdad solo a por una XD Acaban de conocerse y ya la besa. Creo que no hay duda sobre sus intenciones. Pero Ness podría ser un poco más cauta. ¡No lo conoces! ¡Podría ser un pirado!

En el próximo capi lo averiguaremos.

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martes, 24 de febrero de 2015

El misterio del amor - Sinopsis


Trataban de encontrarse a sí mismos, pero iban a verse atrapados en el extraño misterio del amor. Los únicos hombres que había en la vida de Ness Hudgens estaban en las portadas de las novelas de amor que escribía. Los protagonistas masculinos de sus libros eran hombres apasionados y tiernos, capaces de arriesgarlo todo por una mujer. Ella estaba convencida de que ese tipo de hombre no existía, hasta que Zac Efron la salvó la noche que tuvo un accidente con su moto...




Escrita por Barbara Delinsky.




La historia promete, chicas. Ya os lo digo yo XD

Novela corta otra vez, lo siento. Son nueve capis, pero largos. Os va a encantar.

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sábado, 21 de febrero de 2015

Capítulo 9


Una vez Vanessa hubo aceptado que estaba encinta, se sintió más capaz de afrontar la situación. Fue al médico y empezó un régimen de vitaminas que compensaba las que el bebé exigía de su cuerpo. Continuó trabajando con Albert Brickner, ajustando las horas para satisfacer su necesidad de dormir.

Zac parecía sinceramente feliz ante la idea de tener un hijo, y eso la aliviaba más que cualquier otra cosa. A cambio, decidió hacer cuanto estuviera en su mano por conseguir que su matrimonio funcionara.

Cuando iba a la oficina se vestía con sumo cuidado para que Zac se sintiera orgulloso de ella. Cuando estaba en casa, planificaba las comidas y coordinaba las tareas de limpieza para que la casa estuviera siempre inmaculada por si Zac decidía invitar a alguien en el último minuto. Pero, a instancias de Zac, contrataron a una asistenta para que la ayudara. Vanessa volvió a frecuentar el gimnasio y, aunque no enseñaba, participaba en las clases. Nadaba. Se mantenía tan en forma como podía hacerlo una mujer cuya tripa crecía lentamente.

Y nunca discutía con Zac. No se quejaba cuando él se retrasaba varias horas y la cena tenía que esperar. No decía una palabra cuando él tenía que salir en viaje de negocios. No lo incordiaba para que se tomase algún tiempo libre para jugar al tenis con ella. Asistía con buen talante a cócteles y cenas, y cuando Zac y ella se hallaban al fin solos por la noche, hacía cuanto podía por satisfacerlo, tanto física como emocionalmente.

Pero, como se negaba a darle cualquier motivo de queja, la frustración que había ido creciendo dentro de ella no hallaba salida. Quería que él no trabajara tanto, pero no se lo decía. Anhelaba pasar más tiempo a solas con él, pues incluso los fines de semanas tenían compromisos relacionados con el negocio, pero no se lo decía. Deseaba con todas sus fuerzas que él le dijera que la quería, pero no se lo pedía, y Zac no le decía lo que quería oír. Se sentía como si caminara por la cuerda floja.

La cuerda floja empezó a quebrarse una mañana en que su madre se pasó a verla cuando Vanessa estaba a punto de irse a trabajar.

Meryl: ¿Te has enterado de su último proyecto? -preguntó con un desdén que Vanessa conocía bien-.

Estaban en el vestíbulo. Vanessa sabía que no debía invitarla a sentarse, o su madre la acorralaría.

Ness: Depende de a cuál te refieras -replicó con firmeza-. Zac tiene muchos últimamente, y todos muy prometedores.

Meryl: Éste no.

Ness: ¿Cuál?

Meryl: Está pujando para conseguir un contrato con el gobierno para la división electrónica.

Vanessa lo sabía.

Ness: ¿Hay algún problema? -preguntó secamente-.

Meryl: Nosotros nunca hemos pujado por contratos gubernamentales. Siempre nos hemos dedicado al sector privado.

Ness: Eso no significa que no podamos cambiar, si hacerlo beneficia a la compañía.

Meryl: Pero ¿lo hará? Esa es la pregunta. ¿Zac puja por ese contrato porque beneficia a la compañía o porque lo beneficia a él?

Ness: ¿No es lo mismo? -preguntó ignorando la referencia apenas velada de su madre a la acusación que ya había insinuado en otra ocasión-.

Meryl: Desde luego que no. Puede que tú no lo sepas, pero Webster-Dawson también está pujando por ese contrato.

Vanessa no lo sabía. Procuró ignorar la oleada de ansiedad que la recorrió como un escalofrío.

Ness: Estoy segura de que pujarán muchas otras empresas.

Meryl: Sí, pero ninguna de la que Zac quiera vengarse.

Ness: Zac no quiere vengarse de Webster-Dawson -insistió-. Lo que pasó ya está olvidado. Zac tiene mucho éxito en su nuevo trabajo. Creo que estás sacando las cosas de quicio.

Meryl: Tú has pensado lo mismo desde el principio, pero te dije que tuvieras cuidado, y ésta es la prueba que necesitaba.

Ness: ¿Prueba? ¿Prueba de qué?

Meryl: De que tu marido está metiendo a Hudgens Enterprises en esto solo para vengarse. Jamás pujaría por un contrato con el gobierno si no fuera por eso. Piénsalo. ¿No es tremendamente sospechoso que la primera vez que hacemos algo de este tipo, nuestro principal competidor sea la misma empresa a la que odia Zac?

Vanessa dejó su bolso sobre la mesa.

Ness: ¿Conoces los detalles, madre? ¿Quién presentó primero su oferta, Webster-Dawson o Hudgens Enterprises?

Meryl comenzó a toquetear el cuello de su chaqueta negra.

Meryl: No lo sé. ¡Cómo voy a saberlo!

Ness: Si es una prueba lo que buscas, deberías empezar por ahí. Si Zac presentó primero su oferta, sin saber que Webster-Dawson sería su competidor, su inocencia será evidente.

Meryl: El resto de las pruebas lo acusan.

Vanessa estaba perdiendo la paciencia.

Ness: ¿Qué pruebas?

Meryl: Vanessa -dijo suspirando-, piensa un poco. Zac te conoció justamente cuando necesitaba cambiar de ciudad y de ocupación.

Ness: Él no necesitaba...

Meryl: Se enteró de lo que tenías, se casó contigo lo más rápido posible y lo dispuso todo para lograr sus fines.

Ness: Sus únicos fines eran sacar a flote Hudgens Enterprises, y ha hecho un trabajo excelente. ¡Nos ha hecho un favor!

Meryl: Se lo ha hecho a sí mismo. Considéralo objetivamente. Está al mando de una gran empresa. Se ha convertido en un miembro tan respetado de la comunidad que os invitan a todas las fiestas de importancia...

Ness: Si no fueras tan desagradecida, madre, tendrías en cuenta todo lo que ha hecho por ti. Se ha casado con la menos deseable de tus dos hijas y está a punto de darte un nieto. Ha aceptado la responsabilidad del negocio familiar... y hasta ha conseguido que yo me implique. ¿Qué más quieres?

Meryl: Quiero que Hudgens Enterprises siga siendo una empresa solvente.

Ness: ¿Y crees que pujar por un contrato con el gobierno lo impedirá? -preguntó incrédula-. Solo está pujando.

Meryl: Si desea ese contrato, pujará tan bajo que dejará sin posibilidades a Webster-Dawson, y, si lo hace, tal vez ponga en peligro nuestra situación financiera.

Ness: Si lo hace -señaló rabiosa-, también pondrá en peligro su posición. No tiene sentido, madre. Te estás comportando irracionalmente.

Meryl: Es un riesgo. Está pujando por ese contrato.

Ness: Todo lo que vale la pena implica un riesgo. Si Zac se conformara solo con lo seguro, el negocio se estancaría.

Meryl: Es muy impulsivo. Creo que deberías hablar con él.

Vanessa había tenido suficiente.

Ness: No tengo por qué escuchar esto -agarró su bolso, recogió su chaqueta de una silla cercana y se dirigió a la puerta-. Puedes quedarte, si quieres. Yo tengo que irme a trabajar.

Vanessa se habría encontrado bien si la conversación que había tenido con su madre hubiera sido la única de esa especie. Pero, varios días después, Albert Brickner sacó a relucir el tema, quejándose de que Zac le había hablado de ampliar la plantilla de trabajadores si conseguían el contrato con el gobierno. Albert puso en duda tanto la organización logística como la sensatez de la propuesta de Zac, y Vanessa no pudo más que defender a Zac e insistir en que su plan era beneficioso.

Varios días después, se le acercó uno de los vicepresidentes más antiguos, quien también tenía sus dudas acerca del rumbo que estaba tomando la empresa. Vanessa, notando que lo que estaba oyendo era sencillamente una muestra de resistencia al cambio, expresó de nuevo su confianza en Zac, pero empezó a sentirse cada vez más incómoda.

No habló con Zac de ninguna de las tres conservaciones. No quería enfurecerlo sugiriendo que tenía dudas, cuando, en realidad, no albergaba temores respecto a la posibilidad de conseguir y sacar adelante un contrato con el gobierno. Lo que la molestaba era la idea de que los motivos de Zac no fueran del todo transparentes; de que, como su madre había sugerido, se estuviera dejando llevar por un deseo de venganza. Intentaba ignorar tales pensamientos, pero no conseguía quitárselos de la cabeza.

En la raíz del problema estaban las dudas que albergaba sobre su relación. Sí, eran amigos íntimos. Decían y hacían lo apropiado. De cara a la galería, y en cierto modo también de cara a sí mismos, eran una pareja enamorada. Sin embargo, al recordar las razones originales de su matrimonio, Vanessa no podía evitar preguntarse qué era lo que impulsaba a Zac. Sus cuestionables motivos la afligían mucho más que la posibilidad de aquel contrato, aunque fuera con el gobierno.

Así pues, caminaba por la cuerda floja. De un lado estaba lo que deseaba; de otro, lo que creía que deseaba Zac. La cuerda fue deshilachándose. Finalmente acabó rompiéndose una tarde que él llegó a casa inesperadamente. Vanessa se puso muy contenta pensando que podría pasar con él unas horas robadas. Verlo tan guapo y serio, con su barba, que parecía contrarrestar el efecto de formalidad de su traje, siempre la excitaba, lo mismo que el beso con el que invariablemente él la saludaba.

Zac la rodeó con un brazo y la condujo al despacho. Sin embargo, al apartarse, Vanessa comprendió por su semblante crispado que algo pasaba.

Zac: Necesito un favor, Vanessa. Esta noche tengo que ir a Washington, a una reunión. ¿Crees que podrás ocuparte de la cena tú sola?

Hacía tiempo que habían invitado a tres parejas a cenar en un restaurante de la ciudad. Vanessa conocía a las parejas. Y no eran de su agrado. Su rostro se ensombreció.

Ness: Oh, Zac... ¿tienes que ir?

Zac: Sí. Es importante -se sentía un traidor, pero no podía remediarlo-.

Ness: Pero así, de repente. De todos modos ibas a irte mañana por la mañana para la presentación. ¿No puedes dejar esa reunión para mañana?

Zac: No, si quiero que la presentación salga lo mejor posible.

Ness: Saldrá muy bien. Llevas semanas trabajando en ella.

Zac: Quiero ese contrato -afirmó e insistió con más suavidad-. Vamos. Te las apañarás perfectamente en el restaurante.

Ness: Ya sabes que odio esa clase de cenas.

Zac: Sé que se te dan de perlas.

Vanessa se lo había demostrado durante las semanas anteriores, y él se había sentido orgulloso.

Ness: Si tú estás conmigo. Pero no estarás, y todo será mucho más desagradable.

Zac: Te estoy pidiendo ayuda. No puedo estar en dos sitios a la vez.

Sus recelos pasados y presentes se alzaron dentro de ella. Se apartó de su lado, agarró un cojín del sofá y comenzó a ahuecarlo con todas sus fuerzas.

Ness: Y prefieres estar en Washington. Si quisieras estar aquí, mandarías a otro a Washington. ¿Por qué no va Ben?

Ben Tillotson era el ejecutivo al que Zac había traído del Medio Oeste.

Zac: Su hija ha venido desde Seattle a hacerles una visita. Ya se siente bastante mal por tener que irse mañana.

Ness: ¿Y yo qué? Tú también te vas mañana -dejó el cojín y tomó otro-.

Zac: Esto es responsabilidad mía más que de Ben.

Ness: Pues si Ben no puede ir, ¿por qué no dejas que vaya Tom?

Tom Van Dee dirigía la división electrónica. En opinión de Vanessa, era el más indicado para asistir a aquella reunión.

Zac: Tom es muy bueno en su trabajo, pero no es muy diplomático, y la reunión de esta noche va a requerir una buena dosis de diplomacia.

Ness: ¿Y tú eres el único que la tiene en la Hudgens?

Su sarcasmo comenzó a agotar la paciencia de Zac.

Zac: Vanessa -dijo, suspirando-, estás haciendo un problema de una simple reunión. Si quieres, le diré a mi secretaria que cancele la cena de esta noche, pero confiaba en que no fuera necesario. Créeme, he buscado otras salidas. He intentado pensar en alguien que pudiera hacerse cargo de la reunión de esta noche, pero no hay nadie. Es mi responsabilidad.

Ella arrojó el segundo cojín al sofá y se inclinó hacia delante para enderezar una pequeña acuarela que colgaba de la pared.

Ness: Entonces asumes demasiadas responsabilidades. Tenía la impresión de que la delegación de poderes era crucial para el buen funcionamiento de una empresa de este tamaño -bajó la voz intentando refrenar su ira. Sí, estaba haciendo una montaña de un grano de arena, pero aquello se había convertido en una cuestión de principios. Lo miró de frente-. Manda a otro. A quien sea.

Zac: No puedo, Vanessa. Es así de simple.

Ness: No, no lo es -declaró incapaz de contenerse ni un segundo más-. No es así de simple en absoluto. Tú antepones tu trabajo a todo lo demás, lo cual demuestra cuáles son tus prioridades.

Zac bajó la cabeza y se frotó la nuca.

Zac: Estás siendo injusta -dijo con calma-.

Ness: ¿Injusta? ¿O egoísta? ¡Pues quizá ya sea hora!

Se acercó al gran reloj de barco que colgaba en otra pared, tomó una herramienta que colgaba de su lado, lo abrió y empezó a darle cuerda con ímpetu.

Zac: Tranquilízate, nena. Estás haciendo una montaña de un...

Ness: ¡No es verdad!

Zac: Te estás alterando -su mirada se posó en la leve prominencia de su tripa, apenas visible bajo el ancho jersey-. No es bueno para ti, ni para el bebé.

Ella se volvió y lo miró con furia.

Ness: Ahí es donde te equivocas. Es lo mejor para mí y, por lo tanto, para el bebé, porque ya no puedo fingir más. Me estoy deshaciendo por dentro.

Zac se puso rígido.

Zac: ¿De qué estás hablando?

Ness: No puedo seguir así, Zac. He intentado ser la mujer perfecta para ti. He hecho todo cuanto había jurado no hacer nunca, y lo he hecho sin rechistar porque deseaba complacerte. Quería que nuestro matrimonio funcionara.

Zac: Yo creía que funcionaba. ¿Pretendes decirme que estabas fingiendo?

Ella arrugó el semblante, exasperada.

Ness: No, no estaba fingiendo. En cierto sentido, nuestro matrimonio funciona. Pero tiene que haber más. Tiene que haber una comunicación total. Tú me hablas del negocio, pero no sé qué piensas o sientes realmente. Hay veces en que no tengo ni idea de lo que está ocurriendo.

Zac: Podrías preguntarme más.

Ness: Y tú podrías ofrecerme más.

Zac: Maldita sea, Vanessa, ¿cómo voy a saber qué quieres si no me lo dices?

Ness: ¿No me conoces lo suficiente como para saber qué quiero sin tener que preguntármelo?

Zac: ¡No! -estalló furioso consigo mismo-. Creía que querías que dirigiera tu maldita empresa, pero parece que estaba equivocado. Me he estado matando a trabajar en la oficina, estrujándome el cerebro, sacando fuerzas que ni siquiera sabía que tenía, buscando un modo y luego otro de hacer más fuerte la empresa.

Por un instante, ella se quedó desconcertada.

Ness: Pensaba que te gustaba tu trabajo.

Zac: Y me gusta, pero solo porque he tenido éxito. Me siento bien sabiendo que he cumplido mi parte del trato, sabiendo que he puesto en marcha la empresa otra vez. Hasta la última gota de mi satisfacción tiene que ver directa o indirectamente contigo.

Vanessa lo miró con escepticismo.

Ness: ¿Estás seguro? ¿No habrá un poco de satisfacción que tenga que ver únicamente contigo?

Zac: Supongo que sí -contestó rascándose la barba-. Si miro atrás y veo todo lo que he hecho en unos meses, sí, me siento orgulloso de mí mismo. Yo soy abogado, no empresario, y sin embargo he asumido tareas empresariales que hace uno, tres o cinco años jamás me habría atrevido a afrontar.

Ness: Pero ahora sí. ¿Por qué razón?

Zac se quedó callado un momento y, cuando volvió a hablar, parecía casi desconcertado.

Zac: Fue parte de nuestro acuerdo.

Ness: No. Retrocede un poco más atrás -la mano de Vanessa se crispó sobre la llave del reloj-. ¿Por qué sellamos ese acuerdo?

Zac: Porque tú me necesitabas a mí y yo a ti.

Ness: Eso es. Y supongo que ésa es una de las cosas que me han estado reconcomiendo. Tú necesitabas un medio de rehabilitarte después de lo que te pasó en Hartford. Viniste aquí, tomaste las riendas y has hecho por la empresa más que nadie, incluyendo a mi padre. Has hecho todo lo que esperaba y más. Pero ¿por qué, Zac? ¿Por qué te has esforzado tanto?

Zac: Esa pregunta es absurda -replicó-. En mi opinión, si hay cosas que hacer, se hacen. Sí, podría haber dejado de estrujarme las neuronas hace tiempo y Hudgens Enterprises seguiría estando en mejor forma que nunca. Pero creo que la compañía tiene muchas posibilidades. Estoy intentando ponerlas en práctica.

Vanessa dejó en su lugar la llave del reloj, se acercó a una planta que colgaba junto a la ventana y comenzó a arrancarle las hojas secas.

Ness: ¿No estarás intentando demostrarles a los de Webster-Dawson que puedes derrotarlos en su propio terreno?

Zac: ¿Qué? -ladeó la cabeza y la miró con los ojos entornados-. ¿De qué estás hablando?

Ness: Ese contrato del gobierno. Me has contado todo lo que te concernía de él, y te lo agradezco. Lo que no me has dicho es que Webster-Dawson también está pujando -aplastó las hojas secas en la mano-. Ha tenido que decírmelo mi madre, al tiempo que dejaba caer una acusación bastante grave.

Zac: Tu madre ya ha hecho acusaciones otras veces, y ninguna de ellas tenía fundamento -miraba fijamente a Vanessa. Al ver que esta volvía a tocar la plata, gritó-: Deja esa maldita planta, Vanessa. Quiero que me prestes atención.

Ella se giró lentamente para mirarlo, pero no dijo ni una sola palabra porque el semblante de Zac había adquirido de pronto una expresión iracunda que recordaba sus primeros días en Maine, solo que peor. Tenía los labios apretados y el puente de su nariz denotaba su tensión.

Zac: Crees que quiero ese contrato para vengarme de Webster-Dawson -dijo con aspereza, abriendo muchos los ojos-. Piensas que quiero vengarme, que todo lo que he hecho desde que nos casamos ha sido con esa idea. No puedo creerlo, Vanessa. ¿Dónde has estado todas estas semanas?

Ella se puso a la defensiva.

Ness: Yo no he dicho que piense eso. He dicho que lo pensaba mi madre.

Zac: Pero me lo has dicho, lo cual significa que tienes tus dudas.

Ness: ¡Sí, tengo mis dudas! Te he apoyado al cien por cien, te he justificado delante de mi madre, de Albert Brickner, delante de otros colaboradores de mi padre que han venido a preguntarme mi opinión. Te he defendido con todas mis fuerzas, pero después de todo este tiempo no puedo dejar de pensar que nuestro matrimonio fue solo una salida -se cubrió la cara con una mano rígida y dijo-: Odio esa palabra. Dios mío, odio esa palabra.

Zac: Entonces, ¿por qué la usas? -gritó-.

Ella bajó la mano.

Ness: Porque tú la usaste y la tengo pegada en la cabeza como con pegamento. Intento olvidarme de ella, pero no puedo. Nos casamos por las razones equivocadas, Zac, y es hora de que lo afrontemos. Yo no puedo seguir así. ¡Me estoy volviendo loca!

Zac se pasó una mano por el pelo.

Zac: ¡Que te estás volviendo loca! ¿Y crees que yo no? He hecho todo lo que he podido para que las cosas funcionaran, y creía que estaban funcionando. Ahora descubro que todos mis esfuerzos han sido en vano. Pensaba que confiabas en mí, pero puede que solo quisieras a alguien que te sacara de un apuro. Ahora que lo he hecho, te parezco prescindible. ¿No es eso?

Ness: ¡No! ¡Yo nunca he dicho eso!

Zac: Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Qué demonios quieres?

Ella estaba temblando. De ira, de frustración, de tristeza. Apretando los puños, gritó:

Ness: ¡Lo quiero todo! No quiero un matrimonio de conveniencia. Nunca lo he querido. ¡Quiero amor, Zac! Maldita sea, ¡quiero amor auténtico!

Zac estaba lejos de calmarse. Dentro de él se agitaban a partes iguales la rabia, el miedo y la angustia, ofuscando su mente, robándole los pensamientos y las palabras para enfrentarse a ella. Sintiéndose más impotente que nunca, se dio la vuelta y salió atropelladamente de la habitación.

Vanessa se envolvió el talle con los brazos e intentó refrenar el loco martilleo de su corazón. Oyó cerrarse la puerta de la casa de golpe y, momentos después, el rugido furioso del LeBaron. Aquel ruido se había disipado hacía largo rato cuando al fin comenzó a moverse con pasos cortos y vacilantes, avanzando lentamente hacia su habitación preferida, el piso diáfano de encima del garaje.

El sol del atardecer se derramaba en haces sobre la tarima pulida del suelo, salpicando las paredes vacías de estuco con un regocijo que en ese momento eludía a Vanessa. Su radiocasete y un montón de cintas esperaban en un rincón. A menudo usaba aquella habitación para entrenarse, aunque en realidad confiaba en que algún día fuera el cuarto de juegos de sus hijos.

Ahora, todo parecía en suspenso.

Se sentó cuidadosamente en la repisa acolchada de la ventana arqueada, alzó las rodillas, apoyó la frente sobre ellas y empezó a llorar.

Zac no la quería. Si la quisiera, se lo habría dicho. Ella le había dado la ocasión de hacerlo; le había dicho lo que deseaba. Y él se había ido. No la quería.

¿Y su futuro? Su futuro era un enorme signo de interrogación. En cierto modo, se hallaban de nuevo en el mismo punto que al llegar a la isla de Victoria. ¿Qué era lo que ella deseaba entonces, lo que de verdad deseaba? Amor. En aquel momento no se había dado cuenta, pero en los meses transcurridos desde entonces, había comprendido que todo encajaría en su lugar si encontraba el amor. Podía enseñar o no. Podía trabajar en Hudgens Enterprises o no. Lo único que importaba era el amor.


Zac estuvo conduciendo durante horas. Paró en una cabina telefónica para llamar a la oficina, pero no tenía ganas de aparecer por allí. No tenía ganas de ir a Washington. Ni tenías ganas de pujar, y mucho menos de ganar el contrato con el gobierno por el que tanto se había esforzado. No sentía deseos de nada... salvo de regresar junto a Vanessa.

Eso fue lo único que se le hizo meridianamente claro a medida que avanzaba el cuentakilómetros. Vanessa era lo único que le importaba en la vida.

Revivió su encuentro en Maine, sus discusiones, su progresivo entendimiento. Pasó revista a los meses que llevaban casados y a todo lo que había ocurrido, tanto en lo personal como en lo profesional, durante aquel tiempo. Pero, sobre todo, recordó la escena que había tenido con Vanessa ese día. Volvió a oír sus palabras, las sopesó, las analizó. Y al fin comprendió que posiblemente estaba a punto de cometer el mayor error de su vida.

Detuvo el coche en medio de la calle, ignoró el clamor de los cláxones, giró en redondo y trazó mentalmente la ruta más rápida de vuelta a casa. Cuando llegó, eran casi las diez. La casa estaba tan oscura como la noche, y por un instante temió que fuera demasiado tarde. Entonces los faros iluminaron el coche de Vanessa, estacionado tras un enorme arce, donde no estorbaba. Aparcó tras él, salió y corrió dentro de la casa.

Zac: ¿Vanessa? -llamó mientras iba encendiendo las luces de todas las habitaciones del piso bajo-. ¡Vanessa!

No había cólera en su voz, sino únicamente angustia. El miedo irracional de un hombre enamorado le hacía imaginar las cosas terribles que podían haberle pasado a Vanessa durante su ausencia. Ella estaba muy alterada. Y embarazada. Oh Dios...

Subió las escaleras de dos en dos, buscó en su dormitorio y luego en los demás. Al no encontrar rastro de ella se detuvo a pensar. Entonces, rezando por encontrarla allí, se dirigió al piso de encima del garaje.

Zac: ¿Vanessa?

Dijo su nombre con miedo mientras encendía la luz. Entonces contuvo el aliento al verla acurrucada en el asiento de la ventana, con la cabeza apoyada en el cristal. En los segundos que tardó en acercarse a ella, siguió añadiendo cosas espantosas a su lista de temores.

Se agachó a su lado y le acarició la mejilla con el pulgar. Las lágrimas secas habían dejado un rastro sobre su piel, pero tenía buen color y estaba caliente.

Zac: Vanessa... -su voz era suave y trémula-, despierta, cariño. Tengo que decirte algo -le apartó el pelo de la frente, se inclinó para besar su pelo azabache y tomó su cara entre las manos-. Vanessa...

Ella aspiró bruscamente, frunció el ceño y abrió los párpados. Desorientada, se quedó mirando a Zac un momento. Luego, abrió los ojos por completo y se enderezó, apoyándose contra el marco de la ventana.

Ness: Has vuelto -musitó-.

Él sonrió suavemente.

Zac: Sí.

Ness: ¿Qué... qué ha pasado con la reunión?

Zac: Eso no importa.

Ness: Pero el contrato...

Zac: No importa.

Ness: Pero tú querías...

Zac: Te quiero más a ti -al ver que su mirada se llenaba de confusión e incredulidad, continuó-. Llevo horas conduciendo, pensando en todo esto, y, al recordar lo que me has dicho esta tarde, me he dado cuenta de que tal vez te haya malinterpretado. Estaba tan convencido de que querías que nos divorciáramos, de que te habías cansado de mí, que tomé tus palabras de un modo, cuando podía haberlas tomado de otro -con los pulgares acariciaba los largos y suaves mechones de pelo detrás de sus orejas-. Puede que ahora vuelva a equivocarme, pero creo que vale la pena correr el riesgo -respiró hondo. Estaba nervioso. Sus palabras salieron precipitadamente-: Te quiero, Vanessa. Por eso quería casarme contigo. Todo lo demás estaba bien, pero era absolutamente secundario. Tal vez haya estado siempre con la guardia en alto, porque, en el fondo, nunca he sabido por qué aceptaste casarte conmigo. Y tenía miedo de preguntártelo, porque no quería saber si... si te habías casado conmigo solo por nuestro acuerdo. Sin embargo, lo que me has dicho antes me ha hecho pensar. Tus palabras, y la angustia que había en ellas, tendrían sentido si me quisieras y temieras que yo no te correspondiera -sus ojos se empañaron, y su voz vaciló de nuevo-. ¿Es así, Vanessa? ¿Tú me quieres?

Las lágrimas se habían acumulado en los párpados de Vanessa. Su barbilla temblaba.

Ness: Muchísimo -susurró sintiendo un nudo en la garganta-.

Zac cerró los ojos, aliviado, y la apretó contra su pecho.

Zac: Oh, Vanessa -exclamó-, qué tontos hemos sido -sus brazos la rodearon por completo; los de ella se abrieron paso bajo su chaqueta y lo apretaron con fuerza-. Qué tontos -susurró contra su pelo-. Nunca nos lo hemos dicho. Las únicas palabras que importan, y nunca nos las hemos dicho.

El corazón de Vanessa estaba a punto de estallar.

Ness: Te quiero. Te quiero muchísimo -susurró con voz quebrada, y alzó los ojos hacia él-. Lo tenemos todo, y hemos estado a punto de echarlo a perder.

Él se estremeció. Se apoderó de la boca de Vanessa con un beso apasionado que solo se aplacó cuando recordó que ella no iba a dejarlo.

Zac: Cuando pienso en mi vida, en las cosas que he arriesgado, en las que he perdido, todas me parecen sin importancia. Tú eres lo que importa. Tu lugar está entre mis brazos. Y el mío entre los tuyos.

Ness: Lo sé -dijo y escondió la cara contra su cuello. Su olor era familiar y cercano. Era un afrodisíaco en los momentos de pasión y un bálsamo en los de inquietud. Vanessa lo aspiró profundamente y su rostro floreció en una sonrisa. Luego la sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mirada de horror-. ¡Zac! -se apartó de sus brazos-. ¡La cena! Habrán ido todos al restaurante y los hemos dejado plantados.

Él se echó a reír.

Zac: No te preocupes. Llamé a mi secretaria y le dije que la cancelara. Ya la haremos en otra ocasión. Juntos.

Vanessa arrugó la nariz.

Ness: No me gustan los Emery. Él es un pelmazo y un arrogante, y a ella le huele el aliento -Zac se echó a reír, pero ella no había acabado-. Y Conan Lutz siempre está escudriñando el local, en busca de alguien importante a quien saludar, mientras que su mujer no para de toquetear ese enorme anillo de esmeraldas que lleva. Y en cuanto a los Spellman, son...

Zac le tapó la boca con la mano, pero sonrió.

Zac: Son clientes importantes. De vez en cuando tenemos que sacrificarnos por el bien de la empresa.

Ness: Hablando de lo cual... -masculló bajo su mano, y luego habló más claramente cuando él la apartó-. Yo confío en ti, Zac. Todo lo que has hecho por la empresa está bien. Y estoy a favor del contrato con el gobierno, si es que sale adelante.

Zac: No lo he hecho por Webster-Dawson, Vanessa. Ni siquiera sabía que estaban pujando por el mismo proyecto.

Ness: Eso fue lo que le sugerí a mi madre -dijo sintiéndose ligeramente envalentonada-. Mi madre es una metomentodo, ¿lo sabías? ¡Es una metomentodo de nacimiento! No me había dado cuenta, porque siempre he pensado que tenía razón y que todo era culpa mía, pero con nosotros se ha equivocado desde el principio. Victoria tiene razón. Mi madre es una de esas personas que nunca se dan por satisfechas. Puede que sea un poco tarde, pero la verdad es que me da pena mi padre. No me extraña que invirtiera tanto tiempo y tanta energía en el negocio. ¡Estaba huyendo de ella! -al oírse hablar de la relación de sus padres, se calló un momento. Su confianza se tambaleó-. ¿Eso era lo que te pasaba a ti, Zac? ¿Querías huir de mí y por eso siempre estabas pensando en el negocio?

Zac: La mayor parte del tiempo pensaba en ti, aunque no te lo creas -dijo esbozando una sonrisa. Luego la sonrisa se desvaneció-. Quería hacerte feliz. Pensaba que, si no podía conquistar tu corazón, al menos podía ganarme tu respeto.

Ness: Yo siempre te he respetado. Y admiro profundamente lo que has hecho por la empresa -lo miró con mayor fijeza-. Pero decía en serio lo de delegar la autoridad. Quiero pasar más tiempo contigo, Zac. Quiero que hagamos cosas juntos. Quiero que vayamos a comer juntos de vez en cuando, que juguemos al tenis o que nos tomemos un fin de semana libre y que vayamos a... ¡a cualquier parte!

Los ojos de Zac centellearon.

Zac: Creo que eso no será tan difícil.

Ness: Mañana quiero ir contigo a Washington.

Zac: No.

Ness: ¿Por qué no?

Zac: Porque no voy a ir.

Ella lo miró fijamente un momento.

Ness: ¿No vas a ir?

Zac: No. Ben puede apañárselas sin mí.

Ness: Pero tú eres el más indicado para esa tarea. Tú lo sabes y yo también.

Zac: Pero en este caso se trata de un conflicto de intereses.

Ness: ¡No me lo creo! Estaba enfadada. Si no, nunca te lo habría sugerido.

Zac: Vaya, qué diplomática te has puesto -bromeó-.

Ness: ¡No es cierto!

Él se puso serio.

Zac: También he pensado mucho sobre eso mientras conducía. No, al principio no sabía que íbamos a competir contra Webster-Dawson por el contrato, pero debo admitir que, cuando me enteré, sentí una intensa satisfacción. Puede que no consigamos el contrato. Las ofertas no se hacen públicas y no tengo modo de saber qué han ofrecido los demás. Puede que Webster-Dawson se lleve el contrato, o puede que se lo lleve otro postor. Pero me he divertido muchísimo sabiendo que Hudgens está ahí arriba, al mismo nivel que Webster-Dawson.

Ness: No hay nada de malo en eso.

Zac: Lo que quiero decir es que ya me he vengado.

Ness: Sí, pero gracias a tus esfuerzos, a tu honestidad y a tu talento. No hay muchos capaces de hacer lo que tú has hecho, Zac. Hudgens Enterprises estaba hundiéndose. Tú la has puesto a flote de nuevo. Si tú no lo proclamas a los cuatro vientos, lo haré yo.

El orgullo de Vanessa hizo que Zac se estremeciera de placer.

Zac: ¿Ah, sí?

Ness: Sí -se quedó pensando un momento-. Pero ¿y el derecho? Eso es lo que de verdad te gusta. ¿No lo echas de menos?

Zac: En Hudgens también he estado ejerciendo, pero mientras hacía muchísimas otras cosas al mismo tiempo. Creo que es hora de que Ben y yo cambiemos nuestros puestos. Quiero mantener una posición de poder, porque me gusta tener la última palabra en lo que hacemos, pero no necesito un título rimbombante, ni quiero seguir llevando todo el peso de la responsabilidad -hizo una pausa-. Pero ¿qué me dices de ti? Tú has dejado tus clases, y eso era lo que de verdad querías hacer. ¿No lo echas de menos?

Ness: No -dijo con firmeza, y se quedó pensativa-. Puede que le haya dado demasiado importancia. Tal vez ya no siento esa necesidad. Las clases llenaban un vacío en mi vida, pero ese vacío ya no existe. Ser tu compañera es mucho más satisfactorio que enseñar aeróbic.

Él la abrazó.

Zac: Quiero que hagamos todo lo que has dicho, Vanessa. Aún no hemos tenido luna de miel.

Ness: La tuvimos antes de casarnos.

Zac: Pero yo quiero otra. Una de verdad. Ya sabes, un lujoso bungalow en un lugar soleado, champán al atardecer, pasar horas tendidos en la playa, al sol, y servicio de habitaciones con lavandería y limpieza incluidas.

Vanessa le lanzó una sonrisa maliciosa.

Ness: ¿Qué ha sido del hombre que se lo hacía todo él mismo?

Zac: Que quiere concentrarse únicamente en su mujer. ¿Acaso es un crimen?

Ness: Tú eres el abogado. Dímelo tú.

Él no se lo dijo. En lugar de hacerlo, la besó con tan dulce convicción que a Vanessa dejó de importarle que quebrantaran todas las leyes.


FIN




Y vivieron felices y comieron perdices XD

¿Os gustó la nove? ¡Espero que sí!

De la próxima nove solo diré que estaba deseando ponérosla porque es una de mis muy favoritas y mezcla todo lo que me gusta. Ya lo iréis viendo.

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