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jueves, 27 de febrero de 2014

Capítulo 3


Eran las once de la noche. En casa, en Kansas, serían algo más de las diez. La madre de Brittany Anne estaría dormida delante del televisor, su boca abierta, roncando. Andrew estaría aún despierto. Estará en su pequeño rancho, sentado en la cocina de la casita que había comprado para compartir con ella. Y estaría pensando en ella.

Pero Brittany Anne Snow, o mejor Britt, estaba en un lujoso apartamento en el Helmsley Palace. Había mirado a su alrededor cuando la graciosa y menuda señorita Hudgens la había conducido hasta allí. Ella esperaba conocer personalmente a Leona Helmsley pero Brittany Anne había prometido que no saldría de su habitación. La señorita Hudgens, Vanessa, no quería que nadie la viera antes de que llegase el momento.

A Brittany Anne le parecía muy bien. Durante su largo paseo desde la terminal del autobús había observado que sus ropas, que en Rigby, Kansas, podrían pasar por elegantes, eran indeciblemente inapropiadas para llevarlas por Nueva York. Su pelo, su largo pelo rubio que le caía por la espalda, estaba igualmente pasado de moda. En esto Vanessa Hudgens tenía razón. Cuanta menos gente la viese con su aspecto de provinciana, mejor.

Había pasado las dos últimas dos horas paseando por el dormitorio. Se paró y se fijó en su imagen reflejada en el enorme espejo que llenaba media pared del dormitorio. Perfección. Su cara y su cuerpo eran una obra de arte, algo que ella cuidaba amorosamente. Hacer menos sería un sacrilegio. Dios la había dotado de aquella inusual belleza. Ignorarlo sería desagradecido. Se puso a practicar sus gestos. Altiva, dócil, solemne, noble. La expresión de su cara cambiaba de una emoción a otra, imperceptiblemente, de manera perfecta, tanto que casi se convencía a sí misma.

Recogió su espeso cabello rubio sobre su nuca y lo dejó caer, admirando la curva de sus pechos, la estrecha cintura, las perfectas caderas, la esbelta y delicada figura. Y no iba a ser el decente y aburrido Andrew Seeley el que iba a conseguir toda aquella perfección, sino alguien muy rico y generoso, alguien que quisiera ir enseñándola por ahí. Algún hombre muy afortunado. Brittany Anne Snow miró su bonita sonrisa en el espejo, y sus refulgentes ojos azules brillaron con aire satisfecho.


Ashley Tisdale se puso el camisón por la cabeza. La suave franela era la perfecta defensa contra el helado aire de otoño y la soledad de una cama vacía, y entonces se paró a fijarse en su imagen reflejada. Se obligó a sí misma a mirarse resueltamente, valorando sus pocos buenos y sus muchos malos puntos.

Calculó que tendría aproximadamente seis kilos de más. Siempre los tendría. Dios sabía que ella había intentado todo en el mundo para deshacerse de esos odiosos kilos de más. Ayunos, paseos, «footing», pesas, hambre, píldoras de adelgazamiento... Incluso había pensado en la liposucción, pero el médico la había informado de manera desenfadada de que no tenía suficiente grasa en el cuerpo para ser succionada. Ella tenía más líneas curvas que otras mujeres, más que las flacas, casi anoréxicas modelos con las que trabajaba día a día. Ella era fuerte, saludable, con músculos bien formados. Y había aceptado de mala gana la decisión del médico. Pero no se había aceptado a sí misma tan fácilmente. Se fijó en su preciosa cara redonda. Pensó en gente como Tracey Michaels, vagando por las habitaciones traseras de Rostros de Cristal, o en Amelia Carter, o en cualquiera de las otras mujeres, mujeres sin un gramo de carne sobrante en sus cuerpos, mujeres con pechos diminutos y caderas inexistentes, con nalgas tan lisas como las de un hombre y piernas interminables.

Volvió a su cama, lejos de su frustrante imagen reflejada. ¡Ojala Tracey no hubiera abandonado a Scott! Podría enfrentarse a ello, si él estuviera lo bastante fuera de su alcance, junto con alguna mujer de belleza imposible. Pensar en él, solo en su cama apenas unas manzanas más allá, era un tormento insoportable. Ella solo podía esperar que se uniera a alguien de nuevo lo más rápidamente posible. Solo entonces ella podría apartar sus fantasías a un lugar seguro y continuar siendo la hermana mayor de él. Entonces quizá no tendría que morir un poco por dentro cada vez que él la besara.


Vanessa se quitó sus ropas y las tiró al suelo. Al ponerse el camisón de seda con el que acostumbraba a dormir, se paró a mirar su imagen reflejada en el espejo. Ella sabía que ya no estaba gorda. No había carne de más alrededor de su estómago, sus pechos eran pequeños pero bien formados, sus caderas estrechas, sus piernas bien proporcionadas. Siempre tardaba unos segundos en darse cuenta de que no era la gordita, acomplejada adolescente, con una madre bonita y dos hermanos indecentemente guapos, el patito feo de una familia de cisnes. Si entornase sus ojos, podría ver de nuevo a aquella niña de complexión irregular, la doble barbilla, las gruesas gafas, el débil y suave pelo castaño. Se había librado de todo eso de forma despiadada, empezando el día en que se dio cuenta de que July, su distante madre, había pagado a Jack Chambers para que la acompañara a la fiesta de la Asamblea Juvenil. Incluso había sugerido de manera delicada y suave que la ingenua de su hija estaría agradecida por un poco de contacto afectivo de algún muchacho. Eso la ayudaría a tomarse más interés por su aspecto.

Lo que Jack Chambers le había proporcionado en el desierto apartamento de sus padres en la Quinta Avenida poco tenía que ver con el afecto. Él no la había forzado. Simplemente se burló y la atormentó, obligándola a algo que era tan humillante, tan sucio, tan degradante que no lo volvió a probar otra vez. Y se juró a sí misma no volver a hacerlo.

Rápidamente pestañeó al verse reflejada en el espejo. Ahora llevaba lentes de contacto que convertían sus cálidos ojos de color avellana en un verde algo perverso. Había pagado a Gary una fortuna por el arreglo de su pelo y solo él conocía el suave color marrón que realmente había bajo el tinte azabache y el atrevido peinado. Ocasionalmente hacía gimnasia, no porque quisiera tener un cuerpo atractivo, sino porque quería mantenerse en forma y con energía, y, porque ella sabía, aunque a July le repugnase, que siempre sería más joven que su madre. Y su cuerpo, que nadie tenía derecho a tocar, sería siempre mejor.

Vanessa se dio la vuelta y se tendió en la enorme cama que nunca había acogido más que a su pequeño cuerpo. A ella le gustaba tener todo aquel espacio para ella sola. Nadie lo invadiría jamás: era suyo, inviolable.


Ness: ¡Dios mío, me siento terriblemente bien! -anunció entrando en Rostros de Cristal-. De repente, todo parece bajo control. Creo que estamos salvados.

Ashley: ¿De verdad?

Vanessa miró a su ayudante y mejor amiga, una de las pocas personas a las que de verdad apreciaba.

Ness: ¿Qué es lo que te pasa? ¿No has dormido suficiente?

Ashley: Pesadillas.

Ness: ¿Sobre Scott?

Ashley: No seas desagradable, Vanessa. Háblame de nuestra salvadora.

Ness: La misteriosa Britt -comenzó-. Es mejor incluso de lo que pensé. La llevé a Gary este fin de semana...

Ashley: ¿La llevaste a Gary? Pensé que ibas a empezar a recortar gastos, ajustándote a un presupuesto.

Ness: Bueno, creo que puedo pedir algo de dinero a mi hermano Mike. Todo lo que tengo que hacer es decirle que July está tratando de hundirse y me dará un cheque en blanco.

Ashley: Quizás -admitió-. Así que Gary funcionó.

Ness: No era difícil con una criatura tan maravillosa.

Ashley: ¿Cómo fue la sesión fotográfica?

Ness: Espectacularmente bien. Esperé a que estuvieran revelados los primeros carretes. Quería asegurarme de que no acabaríamos con otro Scott.

Esperó la reacción de Ashley, pero como siempre, parecía serena.

Ashley: Así que ¿cuál es nuestro siguiente paso? -preguntó, ignorando el comentario de Vanessa-.

Ness: Esperaremos.

Ashley: ¿Esperaremos? -repitió-. Pensé que el lobo estaba acechando en nuestra puerta.

Ness: El lobo está tratando de comprarnos la puerta -dijo fríamente-. Pero no hay nada que él pueda hacer. Le dije que no, y él simplemente tiene que aceptarlo.

Ashley: Nunca he oído que Zachary Efron aceptase un «no» como respuesta -comentó-.

Ness: ¿Y qué otra cosa puede hacer? Él ha tratado de llegar a mí a través de July, un error muy grande por su parte. Me ha ofrecido ridículas sumas de dinero por la Casa de Cristal, dinero que por supuesto he rechazado. Lo único que tiene que hacer es reconocer su derrota.

Ashley: Quizás -dijo sin convencimientos-. Por cierto ¿por qué no me dijiste que los de Swimming Pool News se iban a ir?

Vanessa sentía cómo su optimismo empezaba a debilitarse.

Ness: No sabía que fueran a irse. Tienen un contrato de alquiler por veinte años. ¿Están planeando romperlo?

Ashley: Llamé a tus abogados -le informó-. Parece que lo han realquilado.

Ness: ¿Pueden hacerlo? ¿Dónde se van?

Ashley: Esto no te va a gustar. A Efron Court -dijo mordiéndose el labio inferior-.

Ness: ¡Maldita sea! -un repentino y horrible pensamiento pasó por la cabeza de Vanessa-. ¿A quién se lo han realquilado?

Ashley: No he sido capaz de descubrirlo, todavía.

Ness: Me lo puedo imaginar. Efron. ¿Quién crees si no que va a instalarse en los pisos nueve y diez, Ashley? ¿Especialistas en residuos tóxicos?

Ashley: Pronto nos enteraremos. Los del periódico ya se han ido. Lance me ha dicho que empezaron a mudarse esta mañana a las seis.

Ness: ¿Por qué no nos podemos permitir un portero decente que informase al dueño de estas cosas? -se lamentó-.

Ashley: Te lo estás tomando demasiado a pecho, quizá se lo hayan realquilado a Septic Tank News, o a alguien por el estilo.

Ness: Mientras no pongan una agencia de modelos. De todas formas Ashley, creo que es mucha coincidencia que ocurra esto justo después de haber venido a visitarnos «el Torbellino». Me temo lo peor.

El teléfono sonó, Ashley lo cogió, su voz murmuró algo educadamente. En el momento en que lo colgó, su expresión había cambiado de serena a lúgubre.

Ashley: Tienes razón. El nuevo inquilino ya ha llegado.

Ness: ¿Y? ¿Quién es?

Ashley: El mismísimo Zachary Efron.


Zac se preguntaba cuánto tiempo tardaría ella en descubrirlo. Esperaba que un par de días por lo menos. Sabía muy bien que ella estaba tan preocupada con una nueva modelo, que no prestaría mucha atención a un nuevo inquilino en su edificio. Esperaba tener tiempo para instalarse antes de que ella se diera cuenta de lo que había ocurrido.

Se había equivocado. Estaba en medio del enorme y desierto décimo piso de la Casa de Cristal, mirando cómo los trabajadores derribaban los tabiques del interior cuando una pequeña y feroz mujer, vestida esta vez con un mono de cuero verde y botas de tacón alto llegó cuidadosamente hasta él.

Ness: ¿Qué demonios crees que estás haciendo? -preguntó irritada-.

Zac: He alquilado estos dos pisos -respondió con serenidad-.

Ness: Eso me han dicho. Quiero que te vayas de aquí. Ahora.

Zac: Lo siento. Me quedo -respondió tajante-.

Ness: Estás mejor establecido en Nueva York que el mismísimo Donald Trump. Esto no es de tu estilo...

Vanessa se asustó cuando un tabique cayó pesadamente al suelo.

Zac: Pero de esta manera consigo controlar mis inversiones. Poseo todas las propiedades que te rodean...

Ness: Eso ya lo sé. Y eso es todo lo que tienes. Puedes acampar en mi puerta, puedes montar fiestas salvajes para molestarme por las noches, puedes hacer todo lo que se te ocurra, pero no te servirá de nada -no pudo contener un grito cuando otro tabique se desplomó cerca de ellos-. ¡Para esto de una vez!

Zac: Me temo que tengo todo el derecho a renovar este sitio. Consúltalo con tus abogados, si no me crees -aconsejó-.

Ness: Oh, sí, claro que te creo. Pero... ¿qué hay sobre los permisos de construcción, y todas esas cosas? Eso lleva semanas, meses...

Zac: No cuando tienes contactos -dijo suavemente-.

Ness: Vete al infierno.

Ella respiró profunda, sonoramente, para controlar su furia, y una vez más Zachary Efron se encontró admirándola. No era su tipo de mujer, se recordó a sí mismo, pero era atractiva de una manera un tanto agresiva. Quizás una vez que hubiese aceptado su derrota, él podría encontrarle un puesto en su organización. Gente brillante, luchadora y educada era difícil de encontrar.

Vanessa  no aceptaría por las buenas su inminente derrota, de cualquier modo. Sabía que no aceptaría nada de él una vez terminada la batalla.

Zac: Espero que los trabajadores no te molesten -mintió-. Habrán acabado mañana por la tarde.

Ness: ¿Acabado de qué, de destruir mi edificio? -dijo fuera de sí-. ¿Qué demonios vas a poner en estos dos pisos? Tienes espacio más que suficiente en los edificios que posees. No tienes por qué invadir el mío.

Zac: La palabra apropiada es alquilar, no invadir. Y me voy a trasladar a vivir aquí.

Vanessa  miró a su oponente muda de horror y él se preguntó si ella sería capaz de asimilar fácilmente sus últimas palabras. Esperaba que no. A pesar de lo que le costaba el retraso, no quería derrotarla tan rápidamente. Quería emplear su considerable experiencia ante un enemigo tan formidable como aquella resuelta mujer.

Ness: Eres un canalla -dijo finalmente-.

Zac: Soy un canalla -aceptó sonriendo-. Por cierto, pasado mañana daré un pequeño cóctel para celebrar la apertura de mis nuevos cuarteles. Espero que vengas.

Una vez más él la había subestimado. Ella tomó aire profundamente y en su boca se dibujó una helada sonrisa.

Ness: ¿Crees que tus obreros podrán reparar esto para entonces?

Zac: Puedo conseguir lo que quiera, Vanessa. Solo tengo que ponerle el precio adecuado.

Ness: La Casa de Cristal no tiene precio.

Zac: No en dólares, quizás, pero mi última oferta sigue en pie -continuó-. De todos modos, encontraré alguna otra forma de hacer presión. Por cierto ¿cómo están los cimientos de este edificio tan antiguo?

Ella le miró airadamente.

Ness: No sé si resistirá un terremoto. Tendremos que esperar para verlo. ¿Ya estás planeando el derribo?

Zac: Si tú lo dices...

Ness: Lo harás. Solo espero que el edificio se hunda contigo dentro, si lo hace algún día. Pero nunca te lo venderé -dijo girando sobre sus tacones y dirigiéndose hacia los ascensores-.

Zac: ¿Puedo contar con tu presencia el miércoles por la noche? Pensaba tenerte como invitada de honor.

Ella se paró. Miró por encima de su hombro.

Ness: Parece más que pensaras tenerme de entremés. Iré a tu fiesta, Efron. Si no te importa que lleve a alguien conmigo.

Zac: No pensé que estuvieras saliendo con nadie -dijo ceñudo-.

Ness: Salgo con muchísima gente. No has investigado bien, Zac, te recomendaré un detective privado competente. Me gustaría traer a mi última modelo. Creo recordar que sientes especial predilección por las modelos.

Zac: Crees que vas a salir del lío en el que estás metida con sobornos ¿eh?

La sonrisa de Vanessa al responder brilló peligrosamente.

Ness: No pierdo nada por intentarlo. Todavía no has conocido a Britt.

Zac: Ni siquiera me suena la tal Britt.

Ness: Te sonará, Zac -dijo dulcemente-. Te sonará.




¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea! XD XD
Me encanta lo mucho que se odian XD
No hay que perderse esa fiesta porque saltarán chispas. Estoy segura.

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¡Un besi!


lunes, 24 de febrero de 2014

Capítulo 2


Con respecto a las mujeres, Zachary Efron era un hombre prudente, pero no asustadizo. Había sido traicionado demasiadas veces como para entregar su confianza fácilmente, y cuando pensaba en ello, cosa que no hacía a menudo, se daba cuenta de que en aquel momento no confiaba en ninguna mujer. Y en muy pocos hombres.

Uno de esos hombres de confianza estaba ante él con cara impasible. Frank Anderson había estado con Zac durante los últimos dieciocho años, y era todo lo contrario que Zac. Veintitrés años mayor que su jefe, Frank era un devoto de su familia, con una esposa y dos hijas, que él creía más importantes que los negocios. Era del Sur, de un ambiente de caballeros, mientras que Zac había luchado para salir de los suburbios de la cruda Nueva York. Frank era paciente y compasivo y formaba con Zac un buen equipo. Era capaz de suavizar las cosas mientras Zac se disponía a matar. Y si alguna vez Zac se propasaba, entonces Frank aclaraba el lío, dejando todo en su sitio.

No estaba teniendo mucho éxito de momento.

Frank: Te avisé -dijo muy amistosamente-. La señorita Hudgens es más terca que una mula. Pude haberle hecho una oferta cinco veces mayor y ni siquiera se habría inmutado. También al límite. Me dijo que te comentara que puedes ligar con su madre y casarte con ella, que no la preocupa. Pero que no pondrás tus sucias manos en la Casa de Cristal.

Zac: Oh ¿de veras? -preguntó irónicamente-.

Frank sonrió. Sabía lo que significaría la reacción de su viejo amigo a ese desafío y ya estaba deseando probarlo.

Frank: Ella me dijo que antes se la daría a la Protectora de Animales para que la convirtieran en refugio para gatos, que dejarte tocarla.

Zac: Me parece como si la señorita necesitase una buena lección -dijo en tono suave-.

Frank: No sé, Zac. En este caso, podrías ser tú el que acabara con el rabo entre las piernas.

Los ojos de Zac quedaron petrificados por un momento.

Zac: ¿Sugieres que podría no conseguir lo que quiero, Frank? Quinientas compañías de éxito se han derrumbado con una sola palabra mía. Nunca ha habido algo que quisiera y que no haya podido conseguir. ¿Crees de verdad que voy a dejar que la pequeña aristocracia de Park Avenue me venza?

Frank volvió a sonreír.

Frank: No has visto a Vanessa Hudgens todavía -dijo cuidadosamente-.

Zac: He conocido a su madre. Un parásito inútil y demasiado refinado. ¿Es así su hija también?

Frank: Ya lo verás.

Zac se acomodó en su silla con un suspiro de cansancio y una sonrisa un poco triste se reflejó en su boca.

Zac: Supongo que tendré que hacerlo. Si no me puedes conseguir lo que quiero, no queda más que una negociación cara a cara.

Frank: Sabía que lo verías así. Pero no cuentes con la rendición inmediata. Vanessa Hudgens te hará sudar.

Zac: ¿Crees que no ganaré? -preguntó con curiosidad-.

Frank: Claro que ganarás. Por algo te llaman «el Torbellino». Pero no será fácil.

Zac: No me gusta lo fácil.

Frank: Lo sé. Y en ese caso, te va a gustar Vanessa Hudgens.

Zac: Lo dudo. Este retraso me está costando decenas de miles de dólares. Dudo sinceramente que me vaya a gustar esa mujer. Pídeme el coche.

Frank: ¿Ahora? Son las seis pasadas. Tienes que estar con el alcalde dentro de cuarenta y cinco minutos.

Zac se encogió de hombros.

Zac: El alcalde tendrá que esperar. Haz que mi secretaria pida el Bentley.

Frank: Tu secretaria se ha ido entre lágrimas y lamentaciones, me temo.

Zac: Gracias a Dios -esto le salió del corazón-. Ya lo había olvidado. ¿Hay alguien que la sustituya?

Frank: Te he cedido ya a la señora Anthony. No hagas que se enamore de ti, por favor. Es demasiado buena como para perderla.

Zac: No es culpa mía. Ser encantador forma parte de mi manera de ser.

Frank: No creo que sepas cómo ser encantador. Además, la señora Anthony es ya abuela. Quizás ella sea capaz de resistirse a ti.

Zac se levantó y se estiró, llevaba de pie desde las cuatro de la mañana y se iría a la cama después de dar un pequeño repaso por segunda vez a todo.

Frank: No me digas que piensas seducir a la señorita Hudgens para conseguir la Casa de Cristal -protestó-. Ya te he dicho que tú no tienes ningún encanto.

Zac sonrió.

Zac: Voy a limitarme a ser dulcemente razonable. He leído los informes sobre Vanessa Hudgens. Ella vive muy bien. Esa agencia de modelos que ella dirige está muy de moda, pero no es lo que tú llamarías una inversión valiosa. Creo que puedo hacerla razonar.

Frank no lo creía así.

Frank: Estoy deseando verlo.


**: Ashley, querida ¿cuándo me vas a coger para otro anuncio de TV? -el admirado rostro de Scott Speer parecía indicar cierta insatisfacción-. Creo que estamos de acuerdo en que no quedo bien en imprenta, y sigues viniendo con diseños para revistas. Necesito animación y movilidad.

Ashley: Tú ya estás demasiado animado, Scott -dijo eliminando el deseo inconsciente que sentía cada vez que miraba los hechizantes ojos turquesa de Scott-.

«Un hombre no debería tener los ojos de ese color», pensó Ashley vagamente.

«Ni debería tener una boca sensual que cautiva a cualquier mujer. Un hombre no debería tener un cuerpo, que aunque no sea perfecto, es lo más que un hombre de treinta y tres años puede desear. Y un hombre tampoco debería entretenerse flirteando con alguien como tú cuando tiene una mujer extraordinariamente guapa esperando en casa».

Scott: Me estoy quedando sin blanca, Ashley -dijo lanzándose a una silla de cuero rosado y con una expresión de disgusto-. ¿Sabes lo que cuesta el alquiler de un ático hoy en día? Sin mencionar taxis, comidas, el teatro...

A diferencia de Amelia, Scott no le daba importancia a las arrugas. Él sabía que cada arruga que aparecía en su rostro, solo hacía resaltar su belleza casi sobrenatural. Y sabía, como Ashley, que preocuparse no hacía ningún bien.

Ashley: Siempre puedes coger el metro y comer en McDonald's en vez de en Lutèce. Podrías incluso limitarte a ver películas en vez de asistir al Fantasma de la Ópera.

Scott: Preferiría cavar agujeros -dijo con dignidad-. Todos tenemos nuestras propias metas, Ashley, querida mía. Si a ti te gusta viajar con los vagabundos y comer platos rápidos, a mí no.

Ashley: ¿Qué hay de Tracey? Hizo dos portadas el mes pasado; debe de estar ganando bastante como para pagar tus deudas.

Ashley no podía pensar en la increíblemente guapa Tracey Michaels sin imaginarla en los brazos de Scott, con la consiguiente congoja que eso le causaba.

Scott: Lo hacía. Desgraciadamente, ella se mudó el mes pasado.

Ashley: Scott, lo siento de verdad.

Scott: Sé que nunca te gustó. Pero encontraré alguien que me merezca, lo prometo. Ahora mismo estoy hasta las cejas de deudas.

Ashley: Sí, pero son unas cejas tan bonitas.

Scott: Pero no podré pagar mis deudas si me meten en la cárcel.

Ashley: Tengo a Vanessa trabajando en ello, Scott. Algo saldrá, te lo prometo. Mientras tanto, si pretendes ganar algo de dinero seriamente, hay un trabajo de catálogos a tu disposición...

Scott simplemente la miró y un vez más Ashley se maravilló ante el hecho de que esa cara estupenda y expresiva, esa belleza arrogante no tuviera todo el éxito delante de las cámaras que debería. En persona, Scott Speer era astuto, encantador, muy sexual. Pero en las fotografías, era solo pasablemente atractivo. Scott necesitaba la presencia física para cautivar a la gente.

Scott: No quiero catálogos. No estoy tan desesperado -se levantó de la silla, fue hacia la mesa de cristal y, poniendo sus fuertes y bonitas manos sobre ella, dijo-: Encuéntrame algo, Ashley. Por favor.

Ashley: Intentaré presionar a Vanessa. Aparecerá algo.

Scott: A Vanessa no le gusto.

Ashley: Claro que sí. Ella no tiene ningún cliente que no le guste -dijo conociendo perfectamente lo que disgustaba a Vanessa de Scott-. Y aunque no le gustaras, ella incluso se arriesgaría por ti. Vanessa es así.

Scott: Que Dios nos bendiga a todos -dijo en voz baja, y su perfecta boca tuvo un encuentro fugaz con la de ella-. Haz lo que puedas por mí, cariño. Estaré sentado junto al teléfono.

Él se alejó y Ashley, con la expresión impasible de siempre, asintió.

Ashley: Quieres decir que serás tan amable de comprobar los mensajes en tu aparato para responder. Te conseguiré algo, Scott, te lo prometo.

Él siempre la besaba. Había veces en que Ashley se preguntaba si Scott sabía de la pasión profunda e irracional que originaba en ella, pero luego se olvidaba de ello. Él nunca besaba a Vanessa. Seguramente porque sabía que ella le daría un bofetón, si lo intentaba. Y ciertamente él besaba a todas las demás. Pero los besos no significaban nada para Scott y todo para Ashley.

Ness: ¿Era ése Scott? -dijo al entrar por las puertas de cristal-.

Ashley: Sí, lo era.

Ness: Desesperado por ganar dinero, supongo. Menos mal que no toma drogas. Estaría más arruinado.

Ashley: Sí, es cierto. Tú no contratas modelos que estén metidos en el mundo de las drogas, y nadie más sería capaz de encontrarle tanto trabajo -afirmó-. Oh, no sé. Quizás sea culpa mía que Scott no trabaje mucho. Quizás no acabe de descubrir el fotógrafo ideal para él.

Ness: Ambas sabemos que no es así. Y Scott también. Diré una cosa en favor de Scott. Tiene más talento que los de todos mis clientes juntos. Aunque no se moleste en utilizarlo -dijo mientras observaba a Ashley-. ¿Cómo está de amores?

Ashley: ¿Cómo podría saberlo yo?

Ness: No me hagas perder el tiempo, Ashley.

Vanessa se dejó caer en la silla de cuero que Scott había dejado libre.

Ashley: Tracey se ha mudado. Supongo que estará solo por un tiempo.

Ness: Es tu gran oportunidad, señorita. Aprovéchala.

Ashley: ¡No seas ridícula! Scott me ve como a su madre. O por lo menos como a una hermana mayor. Alguien que le da golpecitos en la espalda, escucha sus problemas y le dice que es maravilloso -dijo con amargura-.

Ness: ¿La figura de una madre? ¿La hermana mayor? Tienes tres años menos que él -dijo protestando-.

Ashley: Pero Scott es como un chiquillo.

Ness: Entonces ¿por qué estás perdiendo el tiempo con él?

Ashley: ¿La crisis de la madurez? -aventuró-.

Ness: Primero tendré que pasarla yo. Bueno al menos algo bueno ha ocurrido hoy. ¿Recuerdas lo que Dan me dijo de aquella chica? ¿La de Kansas?

Ashley: Vagamente.

Ness: Apareció hoy, cuando tú estabas fuera. Y es tan buena como él dijo que era. Quizás mejor. Creo que tenemos algo aquí, Ashley. Algo realmente grande.

Ashley: Llevamos sin lanzar algo grande desde que Amelia cumplió los veintiocho.

Ness: ¡Espera hasta que la veas! La he hospedado en el Helmsley Palace por ahora, hasta que le consigas un apartamento. Intenta encontrar uno barato, al menos hasta que veamos cómo responde al trabajo duro. Creo que va a ser dinamita pura.

Ashley: ¿Cómo se llama?

Ness: Brittany Anne Snow. Vamos a cambiar eso. Algo exótico, creo. Solo un nombre. ¿Qué tal Britt?

Ashley: Pretencioso.

Vanessa sacó la lengua a su ayudante.

Ness: A ella le gusta. Si pudiera solo conseguir que ella ganara una buena cantidad, yo podría obtener un préstamo en condiciones. Este sitio es caro.

Ashley: Y tú no vas a renunciar.

Ness: ¿No puedes dejar ese tema?

Ashley: ¡Ojala pudiera! Pero no depende de mí. Zachary Efron va a venir a verte.

Ness: ¡Estarás bromeando!

Ashley: La montaña viene a Mahoma. ¿Vas a seguir negándote?

Ness: Por supuesto.

Ashley: ¿Quieres que le entretenga para que te arregles un poco?

Vanessa se miró. Su minifalda era un tanto indecente, la camisa de seda negra estaba abierta y estaba descalza. Se puso los zapatos de tacón y se colocó las hombreras.

Estoy más preparada que nunca. Esto va a ser interesante.


Zachary Efron salió del clásico Bentley, uno de los pocos caprichos con los que se había obsequiado a sí mismo, y se quedó con la mirada fija en la Casa de Cristal. Había pasado por allí a menudo, e incluso tenía una foto en color del edificio en sus archivos desde hacía mucho tiempo. Él la miró y se fijó en sus líneas decorativas, en la estructura de bronce y cristal ahumado, en su belleza... y su reacción fue una mezcla de admiración y exasperación. Costaría una fortuna derribar el edificio. «Un retraso más», pensó él un poco tenso. Si hubiera previsto los problemas que iba a crear, habría optado por la segunda localización, en la calle 80 Este. Pero cuando hacía años había decidido poner en marcha el proyecto, no se había conformado con la segunda mejor localización. Él estaba acostumbrado a los desafíos y peleaba duro con ellos. Si el hecho de que su actual reto no fuera más que una jovencita terca le irritaba, eso también le proporcionaba una posibilidad de diversión poco habitual.

Eran más de las seis y el guardia de seguridad estaba absorto en el New York Post. No se percató de que Zac pasaba por delante hacia la estrecha fila de ascensores. Nunca habría pensado que hubiera un edificio de oficinas en Nueva York con solo tres ascensores. Sin dudarlo, caminó hacia el gris Otis, más moderno y fiable; aunque también confiaba en los ascensores de cristal. Pero prefería el clásico y sin adornos.

Sabía que, a pesar de ser un edificio ruinoso, la Casa de Cristal estaba totalmente ocupada. Él había repasado el archivo, y todo apareció en su memoria fotográfica. Las dos plantas de arriba se las reservaba la dueña. Vanessa Hudgens. Dirigía su agencia de modelos desde el ático a la doceava planta. Y vivía en la de abajo. Todo lo restante que había en el edificio eran locales comerciales, desde la agencia literaria de la segunda planta, la agencia de colocación en la tercera, el negocio de importación y exportación hasta los distintos comerciantes, vendedores, agentes y compradores. Él estaba particularmente interesado en las plantas nueve y diez, que habían sido alquiladas por la familia Hudgens desde la Segunda Guerra Mundial.

En esas plantas estaba la redacción de un pequeño periódico llamado Swimming Pool News. Zac no tenía dudas de que estarían contentos al trasladarse a uno de sus edificios de la zona centro de la ciudad y ya tenía a Frank examinando esa posibilidad, si Vanessa Hudgens resultaba ser tan difícil como creía.

No esperaba realmente que se llegara a eso, pensó Zac mientras el Otis le transportaba hacia arriba rápida y silenciosamente. Frank era un maestro de los negocios, pero nadie podía guiar y manipular, intimidar o engañar del modo en que Zachary Efron lo hacía cuando estaba decidido a algo. Tenía la intención de mostrar su considerable talento con Vanessa Hudgens y, si fracasaba, sería una sorpresa.

Había dos mujeres sentadas en el poco iluminado recibidor de Rostros de Cristal. Se tomó su tiempo para observar el ático. Paredes con espejos salpicados de fotos grandes de bellas y delicadas caras. Una gruesa alfombra gris y un valioso kilim en el hall, sillones de piel rosa de Milán, e incluso un desnudo de Picasso en un lugar preferente.

Él recorrió con la mirada a las dos mujeres, tratando de averiguar cuál de las dos sería Vanessa. Había oído de su no muy amante madre que Vanessa había sido una niña vulgar y de aspecto algo rechoncho. Ninguna de las dos mujeres concordaba con esa descripción, aunque una de ellas, la de detrás de la mesa, estaba dotada de unos generosos pechos. Él estuvo a punto de saludarla por su nombre para tener ventaja sobre ella, pero un sexto sentido le previno de ello.

La otra mujer estaba sentada en un sillón tapizado de cuero rosa. Era pequeña, casi diminuta, con piernas largas y estilizadas que mostraba generosamente gracias a su minifalda, un cuerpo delgado e infantil y un corte de pelo al estilo de las actrices de los años veinte. Él supo enseguida que las enormes gafas rojas eran puro adorno. Se podía ver por el modo en que reflejaban la luz que no eran gafas graduadas. Su cara era ligeramente morena, su boca pintada de un rojo escalofriante y las perlas negras de sus orejas y alrededor de su esbelto cuello eran auténticas. Ella le miró con el mismo desinterés que si fuera un mensajero, y él enseguida comprendió por qué Frank había regresado con las manos vacías. Solo un experto podía ver que Vanessa Hudgens era un adversario digno de cuidado y Zac era ese experto.

Vanessa le miró fijamente.

Ness: ¿Puedo ayudarle en algo? -preguntó sin moverse-.

Sabía quién era él exactamente y para qué estaba allí, y no iba a ceder ni un milímetro. Era la clase de mujer con la que él nunca tendría una aventura amorosa. Con talento, ingenio y una peligrosa determinación que, si bien podía ser un desafío en cualquier sala de juntas, se convertiría en algo tedioso en un dormitorio. El impasible desafío y su gesto de malicia le dijeron que ella sabía cuándo tenía un enemigo delante.

Y ellos eran enemigos, no había duda de eso. No podía imaginar un mundo donde fuera de otra manera, incluso si un anacronismo como la Casa de Cristal no existiese. Si se hubieran encontrado en el curso normal de la vida, seguro que habrían encontrado algo por lo que discutir.

Zac: No eres lo que imaginaba -dijo con voz áspera-.

Ness: ¿De verdad que no?

Zac: Tu madre dijo que eras gorda, vulgar y tímida.

Para abrir las hostilidades hubiera sido efectivo al cien por cien, pero ella ni siquiera pestañeó.

Ness: Como puede ver mi madre no me conoce muy bien. No cuente con su ayuda en este asunto, señor Efron, perderá usted el tiempo -dijo con calculada frialdad-.

La mujer de la mesa se había levantado, como obedeciendo una orden, y se había dirigido a la puerta rosa que tenía detrás. Su boca suave mostraba un aire de rabia y tensión contenidas. Si a Vanessa Hudgens no le había importado la ofensa, a su amiga sí le había dolido.

Zac: Yo nunca pierdo el tiempo -replicó-.

Vanessa no le había ofrecido asiento, pero la verdad era que no le importaba estar de pie mientras ella se acomodaba con estudiado descuido en el sillón de cuero rosa. Estar por encima de ella tenía sus ventajas.

Ness: Estás perdiendo el tiempo, me parece -dijo dulcemente-.

Zac: Supongo que es inútil hacer una nueva oferta...

Ness: Totalmente.

Zac: ¿Y recurrir a tus más nobles instintos? ¿O decirte que este edificio está en un estado ruinoso?

Ness: Ahórrate los esfuerzos.

Zac: De acuerdo. Eso es todo.

Ness: ¿Vas a renunciar? -preguntó ingenuamente-.

Zac: No seas ridícula -dijo con ironía-. Nunca he renunciado a nada en mi vida y no voy a hacerlo ahora por una niña como tú.

Ness: No hay mucho más que puedas hacer.

Zac: No te engañes a ti misma, Vanessa. No he llegado hasta dónde estoy por ser un caballero. He tenido que librar batallas muy sucias. Y tú estás a punto de comprobarlo.

Ella se levantó entonces y él se dio cuenta de que había tenido razón en su primera valoración. Era pequeña, le llegaba a la altura de la barbilla. Ella temblaba de rabia y él notó que a pesar de su esbelto cuerpo de modelo, tenía pechos. Pechos que subían y bajaban con furia.

Ness: Yo también puedo jugar sucio -dijo con voz tensa-.

Zac: Estoy deseando verlo -dijo asintiendo con gesto caballeroso-.




¡Ya se conocen!
Ahora ya puede pasar de todo XD

¡Comentad, please!

¡Un besi!


jueves, 20 de febrero de 2014

Capítulo 1


Vanessa Hudgens entró en el ascensor, apoyó la espalda contra la pared y cerró los ojos esperando llegar al decimosegundo piso de la Casa de Cristal, el famoso edificio construido por su abuelo, Greg Hudgens, a principios de siglo. El edificio conservaba solo dos de sus tres ascensores originales. El tercero estaba ahora en el Museo de Arte Moderno, donado por la abuela de Vanessa, y en su lugar había un silencioso “Otis” gris pálido. Vanessa nunca subía en él, aunque tuviera prisa y estuvieran estropeados los otros dos. Ella subiría o bajaría doce pisos antes de ceder ante un moderno ascensor que había invadido su edificio, su herencia, la única cosa en este mundo que le importaba. La Casa de Cristal era la única cosa que no había cambiado; prueba sólida de que Vanessa Hudgens había sido amada, aunque solo fuera por su abuela. Era la prueba de que ella valía algo.

Aquel día el viejo ascensor funcionaba bien y condujo a Vanessa lejos del agobiante calor del pavimento, lejos del ruido y del bullicio de la elegante calle 66 Este de Nueva York. Cuando sintió que la paz familiar la envolvía, una sonrisa se dibujó en su brillante boca pintada. No era la peligrosa sonrisa que su ayudante, Ashley Tisdale, y la mitad de la gente que trabajaba con ella temían. Era la sonrisa de una mujer que lograba todo el placer que podía en un mundo que había cambiado totalmente.

Las puertas se abrieron a la sala de recepción de Rostros de Cristal, la pequeña agencia de modelos dirigida por Vanessa. A través de las gruesas puertas de cristal pudo ver a Ashley conversando con Amelia Carter. La corriente figura de Ashley era un gran contraste en comparación con la esbelta de Amelia. Amelia gesticulaba con sus delgadas manos mientras Ashley simplemente movía la cabeza y parecía calmada.

Ashley era buena para eso, pensó Vanessa. Buena para calmar a viejas modelos sobreexcitadas, buena para tranquilizar a ejecutivos de publicidad que no sabían qué diablos querían, buena para convencer a Vanessa de que las cosas no eran tan malas como parecían ser.

Ashley necesitaría estar en su mejor forma, pensó Vanessa. Las cosas estaban ciertamente difíciles.

No entraría en la oficina como un perro apaleado. No necesitaba comprobar su pelo, había pagado una fortuna a Gary para estar segura de que su pelo negro había sido cortado con una precisión militar y que por mucho que moviera la cabeza, siempre volvería a su posición correcta. Si cedía a las presiones, no tendría que preocuparse nunca más de cómo iba a pagar sus cortes de pelo y caprichos, como la minifalda de cuero rojo que se había hecho traer de Kamali.

Pero no iba a hacer eso. No iba a dejarse vencer. Y por supuesto no iba a dejar que Amelia Carter notara su cansancio. Amelia estaba llegando al fin de la carrera de modelo. A los treinta años, las arrugas empezaban a dejarse ver, la desesperación ensombrecía los famosos ojos violeta y la sensual boca que había vendido más lápices de labios que cualquier otra boca del hemisferio occidental, estaba empezando a tensarse por el pánico.

Aunque los cálidos ojos marrones de Ashley mostraron alivio cuando Vanessa traspasó la puerta, su rostro era, como de costumbre, impasible. Vanessa abrazó a Amelia. Como solía ocurrir, fue incapaz de evitar la sensación de que era una jovencita abrazando a su madre. Era un infierno medir uno sesenta en un mundo de modelos de uno ochenta de altura.

Ness: ¿Qué tal, Amelia? -saludó a la modelo, con voz vibrante de un entusiasmo que apenas ella misma podía creer-. Esperaba que aún estuvieras aquí. Siento llegar tarde. ¿Cómo van las clases de interpretación?

Si Ashley podía calmar a Amelia, Vanessa podía embelesarla.

Amelia: Bastante bien. Gene Frankel dice que tengo una calidad fuera de lo común.

Ness: Cualquiera puede verlo, querida. ¿Qué hay de la prueba con Spielberg? ¿Alguna noticia?

Amelia: Todo el mundo en Nueva York va a intentarlo en esa prueba. Por eso estoy aquí. Tú conoces a todo el mundo. ¿Puedes mover tus contactos?

Ness: He llamado a todos los conocidos.

Amelia: ¿A todos?

Ness: Esto no quiere decir que no pueda llamarlos otra vez. Vete a casa, o mejor de compras, y no le des vueltas a la cabeza. Sabes que todo es cuestión de tiempo. Ya has tenido que esperar otras veces.

Amelia: Pero antes no me estaba haciendo vieja.

Ness: Amelia, yo soy dos años mayor que tú.

Amelia: Pero en tu caso no tiene importancia -gimió-.

Ness: Supongo que no, pero cuanto más te lamentes, más se notará en tu cara -sentenció-.

La expresión desesperada de Amelia desapareció de su rostro. Solo sus famosos ojos mostraban algo del terror que aún la atenazaba.

Amelia: ¡Llama a alguien, Vanessa! Por amor de Dios, haz algo.

Ness: Haré todo lo que pueda, querida. Todo lo que pueda.

Ashley: Necesitas un café.

Ness: Necesito una copa.

Ashley: Ni siquiera es mediodía.

Ness: Parece como si fuera medianoche. La hora de las brujas.

Ashley: ¿Qué quieres decir? -dijo mientras servía una taza de café para Vanessa y otra para ella-.

Ashley hacía el peor café del mundo.

Ness: Mi familia -dijo al fin-.

Ashley: Eso no es nuevo. ¿Qué han hecho ahora?

Ness: No han hecho nada esta vez. Alguien les ha hecho algo.

Ashley: ¿Alguien? -preguntó intrigada-.

Ness: Zachary Efron.

Ashley: ¿«El Torbellino»? ¡Dios mío! -exclamó-.

Ness: Ese hombre no ha fallado en ninguno de sus objetivos en los últimos quince años. Y su nuevo objetivo es la Casa de Cristal.

Ashley: ¡Cielos! ¿Por qué? -exclamó-. No es del dominio público, pero tú y yo sabemos que, a pesar de ser magnífica, está al borde de la ruina. Costaría una fortuna renovarla, repararla, una fortuna que ni siquiera tú tienes. ¿Por qué Efron querría meterse en algo así?

Ness: ¿Por qué? ¿Preguntas por qué? Ésta es una zona privilegiada de la ciudad, Ashley -aclaró-.

Ashley: Supongo que sí. Y él tiene suficiente dinero para renovar media docena de Casas de Cristal.

Ness: ¿Estás sugiriendo que se la venda? -preguntó irritada-.

Ashley era la única persona capaz de lidiar con su temperamento.

Ashley: En absoluto. No renunciarías a la Casa de Cristal ni aunque estuvieras arruinada -admitió-. Solo pienso que es curioso que él quiera arreglar este lugar. No he oído nunca que esté interesado en edificios históricos.

Ness: No lo está -dijo sentándose en el sofá de cuero italiano-. Ha comprado todos los solares de nuestro alrededor. Quiere demoler esto y construir aquí su horrible centro comercial, algo parecido a la Torre Trump. ¡Y maldita sea si le dejo hacerlo!

Ashley: No veo por qué te preocupas tanto. Otras personas han querido comprarte la Casa de Cristal durante los últimos años y tú siempre te has negado.

Ness: Otras personas no han tenido a mi madre a su lado. Otras personas no eran conocidas como «El Torbellino». Él destruye todo lo que se interpone en su camino.

Ashley: Sí. Pero aún no se ha tropezado contigo. Yo te respaldaría contra una docena de torbellinos, incluida tu madre.

Vanessa yacía boca abajo en el sofá pensando en el último informe de los arquitectos, pensando en la cara tenebrosa y larga de su asesor financiero, pensando en un millón de cosas que no estaba preparada para afrontar.

Ness: Solo espero que tengas razón.


Zachary Efron, Zacky para sus mujeres, «El Torbellino», para sus competidores, Zac para unos pocos, miraba hacia el horizonte de Nueva York en dirección a la Casa de Cristal. No podía verla, por supuesto; sus doce pisos estaban ocultos por los rascacielos de alrededor. Pero él sabía que estaba allí.

Zac suspiró, dejando caer su pluma sobre la mesa y recostándose en el sillón de cuero de diseño exclusivo. Todo ese asunto había ido demasiado lejos y por primera vez en su vida estaba siendo contrariado por una mujer testaruda. Cada vez que pensaba en Vanessa Hudgens le entraban ganas de matar.

Él no estaba acostumbrado a pensar en las mujeres como enemigas. Llevaba en los negocios suficiente tiempo como para saber que no debía subestimar a nadie, pero Vanessa había hecho lo que nadie había sido capaz de hacer en una docena de años, parar al «Torbellino».

Consideró llamar a su secretaria y dictarle una carta para la señorita Hudgens, pero lo pensó mejor. Su inteligente y ambiciosa secretaria había cometido el gran error de enamorarse de él, y él no quería mirarla a los ojos más de lo necesario. Las ambiciosas eran siempre las peores, pensó. Antes o después se volvían más fastidiosas que la debutante más descerebrada, que la modelo más insípida. Por qué las mujeres no podían mantener la cabeza fría mientras tenían un asunto amoroso era un misterio para él. Él nunca había perdido el control de sus emociones, de su ambición, y mucho menos de su inteligencia.

Las mujeres que elegía sabían exactamente qué esperar de él; lealtad y monogamia mientras durase la relación. Generosidad durante la misma y también en el inevitable final. Una sexualidad voraz combinada con la experiencia de un hombre que sobrepasa los treinta. Y ningún tipo de compromiso emocional. Sin corazones rotos, sin promesas rotas, sin vidas rotas.

Ocasionalmente se preguntaba si sería capaz de enamorarse otra vez. Había estado enamorado cuando tenía veinte años, un amor juvenil tan intenso, que pensó que moriría por él. Fue el amor el que murió, no Zac. Ella se casó con otro mucho más rico que él, y ahora no podía recordar casi cómo era.

Se enamoró otra vez a los treinta, o al menos había supuesto que aquello había sido amor. ¿Por qué si no se había casado con Amy, con su cuerpo perfecto, su cara magnífica, su sonrisa perversa y su personalidad maravillosamente imaginativa? El hecho de que la llamaran «el rostro de los ochenta», no había sido fundamental, aunque a él le había gustado la sensación de poseer a la mujer más hermosa del mundo. Pero cuando ella se fue, cuando finalmente se aburrió de él tanto como él de ella, no sintió nada más que un tenue remordimiento y un considerable alivio.

Debería haber aprendido la lección. Sabía perfectamente que esa clase de amor doloroso y arrebatado era cosa de adolescentes. También sabía que quería tener hijos. Cuando más se pasaba de los treinta sentía la necesidad de ellos de una forma que nunca había imaginado. Por primera vez pudo comprender la insistencia de su padre sobre la importancia de la familia por encima de todas las cosas. Él siempre lo había desechado como algo pasado de moda que no pertenecía al país al que David Efron había emigrado. Ahora sabía que su padre siempre tuvo razón.

Se preguntaba si los hombres podían sentir su reloj biológico llegar al final, como lo hacen las mujeres. Por supuesto, los hombres pueden tener hijos a los setenta o más. Sin embargo, la necesidad de sentir la paternidad se hacía cada vez más irresistible. Lo que necesitaba, pensó, era «la cara de los noventa». Un adorno para decorar su vida y darle hijos, y que no se interpusiese en su carrera hacia la inmortalidad. Él ya había ganado y perdido varias fortunas, y no tenía duda de que ganaría y perdería algunas más. Estaba entre los cincuenta hombres más ricos de América. Para cuando cumpliera los cuarenta planeaba estar entre los diez primeros.

Pero lo primero era lo primero. El Efron Plaza era el siguiente objetivo en su agenda. Tenía la maqueta del arquitecto en su despacho, una estructura de acero y cristal que reemplazaría la mitad de la manzana. La mitad de la calle 66 Este, pensó. Tan pronto como pudiera arrebatarle ese anacronismo arquitectónico a su terca propietaria y empezar su derribo, podría comenzar a pensar en el futuro. Pero ahora debía gastar unos minutos de su ocupadísimo tiempo para vencer a una mujer cabezota que había ignorado sus ofertas durante dos años, aunque ignoraba si ella sabía que las ofertas venían de él.

Era suficiente. Todo estaba listo para empezar, de no ser por el obstáculo de la Casa de Cristal. Una vez que hubiera terminado con ese pequeño detalle, el Efron Plaza podría comenzar a ser una realidad. Ya había esperado bastante.

Apretó un botón de su moderno teléfono.

La cálida voz de Frank contestó.

Zac: Haz una última oferta a Vanessa. Házsela muy generosa. Quiero acabar con esto cuanto antes.

Frank: Y cuando la rechace ¿qué?

Zac: ¿Tan seguro estás? -inquirió-.

Frank: Tú no has hablado con ella, Zac.

Zac: Cuando diga que no, empezad la voladura del solar Rinkman.

Frank: ¿Para qué? No podemos construir nada hasta que esté demolido el resto -le recordó-.

Zac: Tú solo ordena que empiecen. Tan cerca de la Casa de Cristal como podáis. Dile al contratista que tenga un fallo o dos. Sabe que le cubriremos las espaldas -sentenció-.

Frank: Eres una rata, Zac. ¿Lo sabías?

Zac: Sí, lo sé. Por cierto, Frank, tráeme una secretaria nueva. Ésta está enamorada de mí, hazlo cuanto antes.

Frank: Ya se ha ido.

Zachary Efron miró a través de la ventana hacia el inmenso horizonte de Nueva York. Tenía dos apartamentos en la torre Trump, y la vista era espectacular. Se prometió a sí mismo que esa vista estaría obstaculizada por las torres del Efron Plaza. Y nadie en este mundo iba a impedírselo.


Ashley: ¿No crees que estás exagerando las cosas? Así que ese hombre te ha hecho una oferta. Y además está flirteando con tu madre. Quizá finja estar interesado en la Casa de Cristal como una manera de llegar a July.

Ness. July es doce años mayor que él.

Ashley: ¿Y qué?

Ness: Efron ha comprado todo lo que nos rodea. Todos los edificios, Ashley. Posee el solar de Rinkman, los números 139 y 145, y también los dos edificios de la Este 67. No aceptará un no por respuesta.

Ashley: Entonces, abandona. Vende este lugar, paga tus deudas y lárgate.

Ness: Preferiría morirme antes.

Ashley: Entonces no te duermas, estate preparada para luchar.

Ness: Eres la única que me ve tal como soy. Sabes que no soy Superwoman.

Ashley: Sorpresa, sorpresa. Pero no soy la única que puede verte. Alguien sale justo ahora del ascensor -avisó-.

La respuesta de Vanessa fue corta, mínima y obscena.

Se levantó, se arregló el pelo, se ajustó su mini de cuero a la cadera y su boca mostró una fresca sonrisa.

Ness: Que traigan los leones. Estoy preparada para que empiecen los juegos.

Ashley: De leones nada. Que traigan a los cristianos. Y, por Dios, muestra algo de clemencia -dijo mirándola-.

Ness: ¿Clemencia? ¿Eso qué es?

Alzando la cabeza vio que Frank Anderson cruzaba las puertas de cristal.


Brittany Anne Snow bajó del autobús en el edificio Port Authority, en el corazón de Nueva York. Miraba asombrada todo a su alrededor. Había viajado sin parar durante las últimas catorce horas, y estaba sorprendida de que sus largas y estilizadas piernas aún la mantuviesen de pie.

El vestíbulo apestaba a gasoil y a sudor, y nadie le pedía perdón cuando la empujaban. Aquello era el Nueva York del que siempre había oído hablar, pero aún le sorprendía. Brittany Anne Snow no estaba acostumbrada a ser ignorada. Medía un metro sesenta y cinco, tenía el pelo rubio y ondulado, y ojos tan grandes y azules como el cielo de Montana. Estaba acostumbrada a que el tráfico se parara a su paso, pero por una vez, nadie parecía notarlo. Su madre la había prevenido contra los criminales que se agolpaban en las paradas de autobuses en Nueva York. Si su madre estaba en lo cierto, varias docenas de maleantes y tratantes de blancas estarían allí para raptar a Brittany Anne Snow.

Su madre era una estúpida. Y Andrew no era mucho mejor. Estaba realmente contenta de haberlos abandonado. Por supuesto les llamaría por teléfono. Llamaría para decirles que todo iba bien, diría que estaba afligida por haber tomado prestado todo el dinero de la cuenta de ahorros que su madre había abierto a nombre de las dos, y que se lo devolvería en cuanto encontrase trabajo. Pondría el tono de voz adecuado y su madre se enternecería.

Todavía tenía la tarjeta del fotógrafo en el bolso, el que la había fotografiado sin más ropa que una vieja cortina. Le había dicho que si alguna vez iba a Nueva York podría encontrar trabajo como modelo. Brittany Anne había leído bastantes cosas sobre gente que cobraba más de mil dólares la hora por estar simplemente allí, pareciendo hermosa. En eso Brittany Anne sí que tenía experiencia.

No necesitaba comprobar la tarjeta; recordaba la dirección. Calle Este 66, ella estaba en la 40, podía ir andando. Era solo mediodía del viernes, y había estado sentada durante catorce horas.




Empieza interesante la cosa. Zac y Ness se odian, como siempre XD
Habrá muchos enfrentamientos, ya veréis. Y la historia se pondrá cada vez más guay.
Así que espero que me comentéis mucho, por favor.

¡Un besi!

martes, 18 de febrero de 2014

La casa de cristal - Sinopsis


¿Quién dijo aquello de tirar la primera piedra?
Todo lo que se interponía entre Zachary Efron y la creación del Efron Plaza era la obstinada propietaria de la Casa de Cristal, un edificio que estaba pidiendo a gritos la demolición.
Zac ya había tenido que vérselas con la mejor sociedad de Manhattan, pero Vanessa Hudgens era algo nuevo para él. Vanessa tenía fuego en las venas. Tenía carácter. Y valor para desafiar al hombre más poderoso de Nueva York.
A Zac le encantaban los retos y aceptó de buen grado aquella batalla de voluntades. Era una batalla que le iba a entusiasmar.




Escrita por Anne Stuart.




¡Esta nove promete! Va a dar que hablar y vais a estar entretenidas un rato. Tiene 19 capítulos. Ya tocaba una larga.

¡Comentad, please!

¡Un besi!


sábado, 15 de febrero de 2014

Capítulo 9


Vanessa llamó a Zac al despacho el lunes por la mañana.

Había llamado a su prometido varias veces desde que había tenido que ausentarse el sábado por la noche para ir junto a su padre. Efectivamente, resultó que le había dado un leve ataque al corazón.

Tras hablar con su hermana, había decidido irse cuanto antes y Drew la había llevado a casa. Zac, por supuesto, no había podido acompañarla porque alguien tenía que hacerse cargo de los perros.

Al llegar a casa, se había cambiado de ropa, había metido algo en una maleta y se había vuelto a ir en menos de cinco minutos.

Zac: Buenos días -la saludó aquella mañana-. ¿Qué tal va tu padre?

Ness: Está mucho mejor -contestó algo molesta-. Alison, su nueva novia, no para de hacerle cariñitos. Yo creo que, si hubiera sabido la cantidad de atenciones que iba a recibir, habría sido capaz de fingir todo esto -añadió-. Era broma.

Tras hablar unos cuantos minutos más sobre la familia de Vanessa, Zac le aseguró que los perros estaban bien.

Zac: Te echo de menos. Dormir solo es espantoso.

Ness: Yo también te echo de menos. A mi padre le dan el alta esta tarde, así que, en cuanto esté instalado en casa con Alison, que seguro que le va a cuidar muy bien, me vuelvo.

Zac: Me apetece mucho verte.

Zac había estado aquel día dos horas en la joyería eligiendo un anillo de compromiso. Le había pedido a su secretaria que lo acompañara y esperaba haber elegido algo que le gustara a Vanessa. También había comprado flores porque quería hacer el compromiso oficial aquella misma noche.

Tras colgar el teléfono, Zac volvió a concentrarse en el informe que estaba realizando. Llevaba inmerso en él media hora cuando llegó Drew del juicio que había tenido aquella mañana.

Drew: Ya lo he descubierto todo -anunció-. Desde luego, qué calladito te lo tenías, ¿eh, perro?

Zac: Yo también me alegro mucho de verte. Buenos días. ¿De qué me hablas?

Drew: ¿De qué va a ser? De Vanessa, por supuesto.

Zac: No sé de qué me hablas. ¿Qué es lo que has descubierto?

Drew: Claro que lo sabes. He descubierto quién es en realidad.

Zac: ¿Ah, sí? Pues comparte la información conmigo, que me quiero reír un rato.

Drew se quedó en silencio unos segundos.

Drew: Zac, ¿de verdad no sabes quién es? ¡Es A’Vanessa, la modelo de Sports Illustrated!

Zac: ¿Quién?

Drew: Es una top model. Salió en la portada de la edición de bañadores de Sports Ilustrated hace un par de años. Ya lo sabías, ¿no? Me estás tomando el pelo…

Zac: No, no te estoy tomando el pelo. ¿Crees que Vanessa se parece a esa modelo?

Drew: Estoy seguro de que es ella. Conservo todos los ejemplares de las ediciones de bañadores de esa revista. Incluso le he preguntado a mi padre y él también está de acuerdo.

Zac se quedó en silencio.

Zac: Estás loco. ¿Por qué crees que es ella?

Drew: Se ha cambiado el pelo y me ha costado reconocerla. Antes llevaba una gloriosa melena rubia lisa que era como su seña de identidad más famosa. Por supuesto, en las fotos está muy maquillada, pero te aseguro que es ella. Tienen la misma estructura ósea, la misma forma de los ojos y de los labios y el cuerpo es exacto. Es alta y delgada… aunque en la revista está mucho más delgada. Además, se llama igual pero sin la A y el apostrofe. ¿De verdad que no lo sabías?

Zac: Nunca me ha mencionado nada -contestó fingiendo calma a pesar de que le latía el corazón aceleradamente-. La voy a ver esta noche, así que ya se lo comentaré. Me parece que se va a morir de la risa. En cualquier caso, me parece muy halagador que hayas confundido a mi novia, bueno, mi prometida, con una supermodelo.

Drew: Si tú lo dices… sí, me he debido de confundir. Perdona, me llaman al teléfono, luego hablamos -añadió en tono aliviado al ver que su secretaria lo reclamaba-.


Había echado de menos a Zac mucho más de lo que hubiera imaginado. Al abrir la puerta de casa aquella noche, Vanessa estaba ansiosa por dejar el equipaje y correr a casa de Zac a abrazarlo, pero, cuando estaba saliendo de su dormitorio, se abrió la puerta principal y apareció Zac.

Ness: ¡Hola! -Lo saludó-. Iba hacia tu casa -añadió pasándole los brazos por el cuello y acercándose para besarlo-.

Zac dio un paso atrás.

Sorprendida, Vanessa se quedó mirándolo con la boca abierta.

Zac: ¿Se puede saber qué significa esto? -le preguntó dejando una revista sobre la mesa-.

Vanessa la miró y se quedó helada.

En la portada del ejemplar estaba ella, en la arena, bronceada y con un bikini azul turquesa.

Aquél había sido uno de los trabajos más importantes que había tenido, pero no lo había disfrutado en absoluto. Había tenido que separarse de su familia en unos momentos en los que se encontraba deprimida porque su relación con Drake, el hombre con el que creía haber encontrado el amor, había terminado.

Ness. ¿De dónde has sacado esto?

Zac: Supongo que te lo habrás pasado en grande saliendo conmigo. Como soy ciego, no me he dado cuenta de quién eres -comentó furioso-. ¿Te parece divertido reírte así de mí?

Ness: ¡No digas eso! No ha sido divertido sino… maravilloso -contestó sorprendida ante el enfado de Zac-. Te lo debería haber dicho antes, pero…

Zac: Sí, me lo tendrías que haber dicho antes -la interrumpió-. Drew cree que soy idiota y yo, la verdad, empiezo a sospechar que realmente lo soy. Me hubiera gustado que la mujer de la que estoy enamorado fuera sincera conmigo…

Ness: ¡Nunca te he mentido!

Zac: La omisión es una forma de mentira. Me has engañado. Adrede.

Ness: No ha sido adrede -se defendió. Sin embargo, había sabido desde el principio que no contarle su secreto no estaba bien. Al instante, la culpa se apoderó de ella y la hizo desafiarlo-. No tengo por qué ir por ahí dando explicaciones a la gente de nada. Cuando nos conocimos, te di mi nombre, mi nombre de verdad, Vanessa Hudgens -le dijo con lágrimas en los ojos-. Cuando comenzamos a salir… bueno, lo cierto es que estaba encantada de gustarte por quién era y no porque fuera famosa.

Zac: Me parece bien, pero eso no explica por qué no me lo has dicho. ¡Te he pedido que te casaras conmigo! ¿Acaso no tengo derecho a saber con quién me estoy casando? -gritó-.

Ness: Te crees que lo sabes todo, ¿eh, señor perfecto? -Gritó-. Pues te voy a contar un par de cosas sobre la vida de las modelos. Cuando eres una modelo famosa, no puedes salir de casa sin que te persigan los periodistas, nunca sabes si la gente a la que conoces es de verdad o si solo se arriman a ti buscando fama y dinero, tu representante no para de darte la murga para que no te excedas ni un solo gramo del peso apropiado y tú tienes que luchar para no caer en lo que caen muchas de tus compañeras, es decir, en comer como una loca y vomitar a continuación o en matarte de hambre porque siempre crees que estás gorda. Te ofrecen drogas y te piden salir un montón de canallas que creen que, como eres una celebridad internacional, vas a acostarte con ellos. A veces, caes en el error de pensar que uno de ellos es diferente y, entonces, te pegas el gran bofetón porque resulta que lo único que quería era una mujer florero -añadió poniéndole el dedo índice en el pecho-. Así que no te atrevas a juzgarme porque tenía mis razones para no querer que la gente se enterara de quién era antes. -Dicho aquello, pasó a su lado poniendo mucho cuidado en no tocarlo y abrió la puerta-. Yo creía que eras diferente, creía que me querías por quién era y no por lo que era.

Zac: ¡Y así es!

Ness: ¡Pues no lo demuestras! Eres tan asqueroso como Drake, pero al revés. Él me quería a su lado porque era modelo y tú no me quieres exactamente por la misma razón. Vete.

Zac: Vanessa…

Ness: ¡Fuera!

Vanessa no podía parar de llorar.

Estuvo toda la noche sollozando, intentando dormir. Cuando amaneció, decidió levantarse porque era inútil seguir intentándolo.

A las siete y media de la mañana, después de haber estado un buen rato paseándose por su casa con Happy siguiéndola nerviosa, se dio cuenta de que todo había terminado.

Después de las palabras que había intercambiado con Zac la noche anterior, no había forma de dar marcha atrás.

¿Y qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a vivir enfrente de él? ¿Cómo iba a soportar tener que verlo constantemente? ¿Podría soportar que pensara de ella que era una mentirosa?

Evidentemente, no.

Vanessa volvió a su dormitorio, sacó la maleta de nuevo, metió dentro ropa como para aproximadamente una semana y decidió contactar con la inmobiliaria que le había conseguido aquella casa para que le buscara otra.

Tras decidir que podía quedarse en casa de su hermana durante unos días mientras pensaba lo que iba hacer con su vida, decidió que lo que era evidente era que no podía seguir viviendo en Gettysburg.

Debería haberse dado cuenta de que algo no iba bien cuando Zac le había contado por qué había roto su compromiso con su novia anterior. A Zac no le gustaba que lo dejaran, siempre rompía él las relaciones.

En aquella ocasión, había sido porque había creído que no era suficiente para una mujer que no era ciega. Por supuesto, no se había molestado en preguntárselo a ella, lo había dado por hecho.

Ahora, había vuelto a dar por hechas cosas que no lo eran. Había dado por hecho que Vanessa estaba con él porque era ciego y jamás se daría cuenta de su pasado. De nuevo, se había equivocado.

Aquello demostraba que Zac seguía siendo un hombre inseguro.

Que fuera ciego no había tenido nada que ver con la decisión de Vanessa de no contarle nada de su pasada carrera como modelo.

De no haber sido ciego o si no se hubiera dado cuenta de quién era, tampoco se lo habría dicho.

Sí, tal vez lo había engañado, pero no había sido con malicia.

¡Maldición! Estaba enamorada de él. La rabia y la desesperación se apoderaron de ella mientras terminaba de hacer la maleta y metía el neceser dentro.

De repente, se dio cuenta de que no podía dejar a Happy sola. Tampoco se la podía llevar porque no era suya.

Triste y enfadada, se sentó en el sofá y abrazó a la perra.

Ness: Lo siento mucho, cariño. Sabes que te quiero mucho, pero me tengo que ir -le dijo con lágrimas en los ojos mientras la acariciaba-.

Lo único que se le ocurrió que podía hacer era dejarla en su casa y no cerrar la puerta principal con llave. Una vez que se hubiera ido, llamaría a Zac desde algún lugar para que fuera a recogerla.


Zac escuchó cómo se cerraba la puerta del piso de Vanessa, pero estaba muy enfadado con ella y no quería verla durante un tiempo.

Estaba dolido, lo admitía.

Vanessa no había confiado en él.

A pesar de que él había querido entregarle su corazón, ella no había sentido lo mismo. De haberlo sentido, le habría contado todo hacía semanas.

«¿Cuántas? Si apenas hace ocho que nos conocemos», pensó.

Aunque había pasado muy poco tiempo desde que se conocían, se había enamorado de ella por completo.

Para tratarse de una mujer que había llevado la vida que ahora él sabía que había llevado, Vanessa era muy sencilla. Sus gustos eran simples y no era ambiciosa. Era una mujer templada, en absoluto arrogante, cariñosa y tierna, que no esperaba que la adularan en ningún momento.

Una top model se había hecho cargo de su perra. Le costaba esfuerzo comprender la situación. Aunque había hecho las paces consigo mismo por haberse quedado ciego años atrás, de vez en cuando lo invadía la amargura. En esta ocasión, le habría gustado poder ver para comparar la fotografía de la revista con Vanessa…

«¿Para qué? ¿Para tener la prueba definitiva de que antes era otra persona?»

A lo mejor físicamente era diferente, pero el hecho de que hubiera decidido dejar aquella vida y lo hubiera elegido a él decía mucho de su forma de ser.

En aquel momento, sonó el teléfono.

Zac: ¿Sí? -contestó rezando para que fuera Vanessa-.

Ness: Zac, pasa a mi casa a recoger a Happy. La puerta no está cerrada con llave. Sus juguetes, su correa y su cuenco de comida están en una bolsa sobre la mesa de la cocina.

Zac: Vanessa, no hace falta que me devuelvas a la perra…

Ness: He decidido cambiarme de casa. Lo siento, pero ya no me voy a poder hacer cargo de ella -lo interrumpió-. Ha sido maravilloso tenerla a mi lado. Te doy las gracias por ello. Adiós.

Y, dicho aquello, Vanessa colgó el teléfono.

¡Se había ido! ¡Decía que se iba a mudar de casa! Zac se dejó caer en el sofá y apoyó la frente en las manos.

¿Qué había hecho?


Zac le dejó a Vanessa varios mensajes en el contestador de su teléfono móvil durante los siguientes dos días, pero Vanessa no le devolvía las llamadas.

Estaba frenético, no sabía qué pensar. ¿Sería que su padre estaba peor o que él le había hecho tanto daño que no quería verlo bajo ninguna circunstancia?

Pasó el martes y, luego, el miércoles y el jueves. El viernes, Zac comenzó a preguntarse si Vanessa tendría intención de volver algún día.

Transcurrió el fin de semana sumido en la tristeza. En la tristeza y en el enfado. Estaba enfadado consigo mismo por no haber podido controlar una situación que se le había ido de las manos.

¿Cómo podía haber sido tan estúpido?

«Creía que me querías por quién era y no por lo que era», le había dicho Vanessa.

Ahora que se le había pasado el enfado y el dolor inicial, Zac encontraba sentido a la frase.

Necesitaba hablar con ella, necesitaba hacerle entender que sentía mucho lo que le había dicho.

A pesar de ser uno de los mejores abogados del estado, no se le ocurría la manera de conseguir que Vanessa hablara con él.

El lunes por la noche subió las escaleras hacia casa. Había estado allí a la hora de comer para ver a Happy y había mirado a ver si estaba Vanessa, pero no había sido así.

Cuando Vanessa volviera, lo sabría por Happy. La perra estaba destrozada. Se había deprimido y se había molestado cuando la había jubilado y había metido a otro perro en casa pero ahora estaba tan diferente que Zac estaba empezando a preocuparse de verdad.

Ya ni siquiera lo recibía a dos patas cuando llegaba a casa. El día anterior, la había llevado al veterinario porque llevaba unos cuantos días sin comer.

Zac entró en casa y la buscó.

Zac: Happy -la llamó-. Hola, bonita, ¿dónde estás? -Nada. Tuvo que llamarla cuatro veces más antes de oírla suspirar y avanzar hacia él con aire cansino. Estaba tan apenada que a Zac se le rompía el corazón-. Lo siento mucho, pequeña -le dijo arrodillándose a su lado y acariciándola-. Yo también quiero que vuelva -añadió-.

Aunque hacía muchos años que no lloraba, Zac se dio cuenta de que se le había formado un nudo en la garganta.

De repente, con una energía que no había tenido en días, la perra se apartó de él. Zac oyó sus uñas en el suelo, avanzando rápidamente hacia la puerta, donde se puso a ladrar. Duke la siguió, menos emocionado pero igualmente interesado.

Zac los siguió esperanzado. Happy se comportaba así cuando llegaba Drew, pero tal vez…
Con las prisas, Zac se precipitó sobre la puerta y se dio de bruces contra ella.

**: Zac, ¿estás bien?

¡Era la voz de Vanessa!

Zac sintió que le temblaban las rodillas como si se fuera desmayar y que un tremendo alivio se apoderaba de él. Rápidamente, abrió la puerta y se tiró al pasillo siguiendo a Happy. Duke, agitado por el incidente, lo seguía de cerca.

Zac: Hola -saludó a Vanessa intentando fingir normalidad-. Sí, estoy bien. Me alegro de que hayas vuelto.

Ness: No me voy a quedar. Simplemente he venido a recoger unas cuantas cosas que no quiero que me estropeen los de la mudanza.

Zac: ¿Los de la mudanza?

Ness: Sí, vienen el viernes.

Zac: El viernes -repitió incapaz de creérselo-. ¿Este viernes?

Ness: Sí.

Zac: Pero… no te puedes ir. -Vanessa no contestó. Zac esperó, pero Vanessa no habló-. Por favor, pasa a ver a Happy -le dijo desesperado-. No come. Te echa de menos.

Vanessa se arrodilló y comenzó a acariciar a la perra.

Ness: Sé buena y come bien, ¿de acuerdo? Y pórtate bien con Duke -dijo con voz trémula-. No, gracias, no voy a pasar. Tengo que irme.

Probablemente, aquélla sería la última vez que viera a Zac, así que lo miró intensamente, intentando grabar en su memoria su amado rostro. Ojala pudiera volver dos meses y medio atrás y empezar de nuevo.

Zac: Vanessa, lo siento. -Había bajado la cabeza y Vanessa no le veía el rostro-. No sé si servirá de algo, pero quiero que sepas que lo siento mucho. No debería haberte juzgado. Tendría que haberte preguntado por qué habías elegido mantener el anonimato.

Vanessa tragó saliva.

Ness: Yo también te pido disculpas porque no debería haberte engañado. Adiós, Zac.

No podía soportar aquella conversación, así que prefería irse cuanto antes.

Zac: ¿Adonde vas?

Ness: Ya te he dicho que me voy. Ya he hablado con el casero y el apartamento está en alquiler. Le he pedido que se lo alquilara a alguien a quien le gustaran los perros -intentó sonreír-.

Zac dio un paso al frente para impedirle que avanzara y la agarró de las manos con la destreza que Vanessa conocía.

Zac: No te vayas.

Ness: Tengo que irme -contestó llorando-.

Zac: No, no tienes que hacerlo si no quieres -insistió abrazándola-.

Ness: Me tengo que ir -insistió-. No me puedo quedar. No soy lo suficientemente fuerte como para ayudarte con Happy, no quiero verte todos los días, no puedo vivir enfrente de ti sabiendo que jamás volveré a estar contigo -sollozó-. Muchas gracias por tu disculpa, te lo agradezco mucho. Siempre me lamentaré por no haber hecho las cosas de manera diferente, pero…

Zac volvió a abrazarla e interrumpió su frase con un beso. La besó como siempre, explorándola y devorándola, sacando de ella una respuesta. Vanessa le pasó los brazos por el cuello y lo besó con pasión.

Zac: Hagamos el amor -le propuso besándola por el cuello-.

Ness: No -contestó diciéndose que debería irse-.

Zac: ¿Por qué no? Te quiero, Vanessa -le dijo con vehemencia-. Sé que tú también me quieres. Me equivoqué. La mujer de la que me enamoré era la misma que fue durante toda la vida. Te aseguro que me ha quedado claro.

Vanessa se mordió el labio inferior. Quería creerlo, quería olvidarse de la tristeza de aquellos días, pero…

Ness: Yo también te quiero, Zac, pero… no puedo cambiar el pasado. Siempre seré una modelo.

Zac: ¿Quieres decir que quieres volver a serlo? Si es así, puedes contar con mi apoyo incondicional.

Ness: ¡No! Yo lo único que quiero es ser una persona normal y corriente.

Zac: Ah, bueno. En eso te puedo ayudar -dijo acariciándole la mejilla-. Quiero hacerte feliz, cariño, y no creo que vayas a ser feliz si me dejas.

Ness: Yo tampoco lo creo -confesó-, pero, ¿tú podrás ser feliz a mi lado ahora que sabes que no soy una vecina más?

Zac: Por supuesto que sí -contestó abrazándola con fuerza-. En cualquier caso, no quiero que seas mi vecina sino mi esposa.

Ness: Yo también quiero ser tu esposa -contestó con las lágrimas corriéndole por las mejillas-. ¿Estás seguro?

Zac sonrió, la tomó de la mano y la metió en su casa.

Zac: Tengo un regalo para ti. Te lo iba a dar el día de Navidad por la mañana, pero te lo voy a dar ahora.

Vanessa se sentó en el sofá del salón y esperó a que Zac fuera al dormitorio y volviera. Al hacerlo, traía en la mano una cajita pequeña envuelta en papel plateado y con un lazo rojo.

Al instante, la ilusión y la esperanza se apoderaron de ella. Zac se sentó a su lado, la agarró de la mano, se la giró y le puso la cajita en la palma.

Zac: Ábrelo.

Ness: ¿Ahora? Yo ni siquiera he envuelto todavía tus regalos.

Vanessa se moría por abrir la cajita, pero le temblaban las manos.

Zac: Después de cómo me he comportado, el único regalo que quiero eres tú -contestó poniéndose de rodillas ante ella-. Ya te pedí una vez que te casaras conmigo, pero te lo vuelvo a pedir ahora. ¿Te quieres casar conmigo?

Vanessa sintió una enorme felicidad.

Ness: Oh, Zac, ¿estás seguro?

Zac: Completamente seguro. Te aseguro que, me digas lo que me digas, no me vas hacer cambiar de parecer. No hay nada más importante en estos momentos para mí que tú.

Ness: ¿Y no te importa que sea independiente económicamente?

Zaac: ¿Importarme? ¿Lo dices por mi ego masculino? No, claro que no. Mientras no corras más rápido que yo y no escales más alto que yo, no hay problema -bromeó-.

Ness: Vas a tener suerte porque la gimnasia nunca fue mi asignatura preferida -contestó en tono divertido también-. Salgo a correr para mantenerme en forma, pero no tengo en cuenta la velocidad a la que lo hago y no escalo, por si no lo sabes.

Zac: Perfecto. Entonces, no hay problema. Anda, abre el regalo.

Vanessa tomó aire.

Ness: Allá voy -declaró quitando el lazo y retirando con cuidado el papel-.

Zac: ¿Pero qué haces? -exclamó impaciente-. ¿No me digas que eres de esas personas que guardan los papeles de los regalos?

Ness: Has acertado.

Zac suspiró.

Zac: Despiértame cuando hayas terminado -bromeó. En aquel momento, oyó que Vanessa abría la cajita y se quedó esperando-. ¿Y bien? -le preguntó al ver que Vanessa no decía nada-.

Ness: Es increíble -contestó sinceramente-.

Zac: ¿Te gusta?

Ness: Me encanta -contestó con vehemencia-. Tiene un diamante muy grande en el centro y dos más pequeñitos a cada lado. Brilla como un sol.

Zac alargó el brazo y tomó la caja, de la que sacó el anillo. A continuación, tomó la mano izquierda de Vanessa y le colocó el anillo en el dedo anular.

Zac: ¿Te queda bien?

Ness: ¡Me queda perfecto! -exclamó-.

Zac: Genial porque tú también eres perfecta.

Ness: Cuánto te quiero, Zac -rió-. ¡No me puedo creer que, al final, todo haya salido bien!

Zac: El día que me tropecé con tus cajas fue el mejor de mi vida -rió-.

Ness: Nuestros hijos también se reirán cuando les contemos cómo nos conocimos.

Zac: Me gusta cómo suena eso de nuestros hijos -comentó poniéndose en pie y arrastrándola consigo-. Te sugiero que comencemos cuanto antes.

Ness: ¿A contarles la historia de cómo nos conocimos?

Zac: No, a hacer a los niños.

Ness: ¡Zac! ¡Pero si ni siquiera estamos casados!

Zac: ¿Y? Tenemos que ir practicando para que nos salgan bien -contestó deslizando la mano por debajo de su blusa-.

Al instante, Vanessa sintió que el deseo se apoderaba de ella y, sin parar de besarlo, comenzó a desabrocharle la camisa.

Ness: Sí, es muy importante que nos salgan bien -rió-.


FIN




¡Todo salió bien! ¡Siiiií!
Parecía que se torcían las cosas... ¡pero no!
Qué bonito todo. ¿Os gustó esta novela? Yo creo que sí. Ha estado guay.

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martes, 11 de febrero de 2014

Capítulo 8


Las siguientes dos semanas fueron los días más felices en la vida de Vanessa. Zac y ella cenaban juntos, paseaban a los perros juntos y dormían juntos, normalmente en casa de Vanessa.

El fin de semana siguiente a la primera noche que hicieron el amor, Zac se había mudado a su casa aunque ninguno de los dos sabía qué iba a salir de aquello.

Zac seguía corriendo en una cinta. No había vuelto a correr al aire libre desde que se había quedado ciego, pero le contó a Vanessa que conocía a otra persona invidente que había corrido el maratón de Nueva York con su marido.

Tras haber consultado con aquella persona, salieron una mañana a practicar por las carreteras anchas y largas que atravesaban el campo de batalla. Aquellas carreteras, que soportaban gran tráfico de turistas durante el verano, estaban en muy buen estado y en aquella época, mediados de diciembre, poco transitadas.

Se encaminaron al campo de batalla para calentar y estirar. A Zac se le hacía raro no haber llevado a Duke, pero en la escuela le habían advertido que tuviera mucho cuidado de no salir a correr con él porque los perros que llevaban arnés se cansaban más rápidamente y el esfuerzo podía resultar peligroso para ellos.

Por supuesto, Zac tenía mucho cuidado de no hacer nada que pudiera resultar peligroso para su perro guía.

Zac sacó un pañuelo blanco, se lo ató a Vanessa en la muñeca izquierda y él se lo ató en la derecha. Para no cansarse, idearon un sistema de comunicación no verbal que consistía en que Zac iba un paso por delante para que Vanessa pudiera tirarle de la banda y que la sintiera en la muñeca si había algo.

Vanessa tenía que encargarse de vigilar que no hubiera obstáculos en el camino y que Zac se apartara de la carretera si venía algún vehículo.

Zac: ¡Ha sido increíble! -Exclamó entusiasmado mientras bajaban el ritmo-. Muchas gracias, creía que no iba poder hacer esto nunca más -añadió parándose, estrechándola contra su cuerpo y besándola-.

Ness: Si quieres, podemos hacerlo regularmente. La única época en la que puede ser un poco problemático es el verano porque habrá muchos turistas por aquí.

Zac: Sí, esto se pone hasta arriba -comentó mientras volvían hacia casa-. No puedes decir que realmente vives en Gettysburg hasta que no has pasado aquí un verano y has tenido que soportar la plaga turística.

Ness: Será interesante. Nunca he vivido en un sitio turístico como éste.

Para entonces, llevaría ya allí algunos meses y habría quedado claro que no era una visitante de paso ni una persona que se había instalado para un periodo largo sino una residente más.

Vanessa se despertó en mitad de la noche y se dio cuenta de que Zac también estaba despierto. La entusiasmaba quedarse dormida entre sus brazos y despertase de la misma manera. Suponía que algún día aquello se terminaría, pero no quería ni pensarlo.

Zac estaba tumbado de espaldas, abrazándola y jugueteando con un mechón de su pelo.

Ness: Zac.

Zac: Dime.

Ness: ¿Qué haces?

Zac le soltó el pelo, le puso la mano en el mentón y le giró el rostro para besarla.

Zac: Estaba aquí tumbado pensando en la suerte que he tenido de conocerte.

Vanessa sintió que el corazón se le llenaba de felicidad.

Ness: El sentimiento es mutuo.

Zac sonrió encantado.

Zac: Hace un par de semanas iniciamos una conversación que no terminamos.

Ness: ¿Qué conversación? -preguntó soñolienta, saciada e increíblemente cómoda-.

Zac: Ya sé que podría resultar grosero por mí parte hablar de otra mujer estando en la cama contigo, pero estuvimos hablando de Amber.

Ness: Sí, es un poco grosero por tu parte, pero adelante -rió-.

Zac: Me gustaría hablarte de ella -contestó poniéndose serio-.

Ness: Muy bien -contestó acariciándole la mejilla-.

Zac: Se portó de maravilla conmigo después del accidente, me apoyó en todo, no quería que me pusiera a compadecerme de mí mismo. Fue ella la que me sugirió que me hiciera con un perro.

Ness: Me va cayendo bien -comentó-.

Zac sonrió.

Zac: Lo cierto es que le tengo mucho aprecio, pero en aquellos momentos estaba completamente inmerso en mí mismo, lo único en lo que pensaba era en lo mucho que había cambiado mi vida.

Ness: Es comprensible.

Zac: Quizás. En cualquier caso, al cabo de seis meses, le dije que no me quería casar con ella. Se me metió en la cabeza que, después de lo que me había ocurrido, no podía ser el marido que ella se merecía.

Ness: Muy estúpido por tu parte.

Zac: Ya lo sé. Le hice mucho daño. Me hizo prometerle que, después de la ruptura, iría al psicólogo, así que lo hice. El psicólogo que me trató también había perdido la vista a los veintitantos años y me ayudó enormemente a trascender la etapa del «¿por qué yo?» y a empezar a vivir de nuevo. Rápidamente, decidí pedir un perro y al cabo de seis meses me dieron a Happy.

Ness: Y ¿por qué no volviste con Amber entonces? No lo digo por nada, ¿eh? Que conste que a mí me ha venido mejor que no lo hayas hecho.

Zac sonrió.

Zac: Me sentía culpable por haber terminado nuestra relación así y se me ocurrió que, tal vez, podría arreglarla. Ahora que lo pienso, supongo que fue la inercia lo que me hizo querer volver con una persona con la que había estado varios años. En cualquier caso, decidí intentar volver con ella. -Vanessa se tensó. Zac lo percibió, pero decidió seguir adelante-. Sabía que seguía viviendo en la misma casa, así que allí me presenté un día. Llamé al timbre… y me abrió un hombre al que no reconocí. El tipo llamó a Amber. Resultó que se acababan de casar.

Ness: Vaya, que inoportuno.

Zac: Sí. Me sentí como un idiota. Durante mucho tiempo, creí que seguía enamorado de ella. Me enfadé mucho conmigo mismo por haberla perdido y también con ella por haberme abandonado… aunque había sido yo el que había puesto fin al compromiso, así que fíjate que mal tenía la cabeza. Le echaba la culpa a ella de algo que había originado yo.

Ness: Los sentimientos no suelen ser racionales.

Zac: Cuando la vi el otro día, me sentó muy bien darme cuenta de que ya no la quería. No le tengo ningún rencor, pero tampoco quiero estar con ella -le explicó abrazándola con fuerza-. Amber es agua pasada. Ahora estoy contigo.

Vanessa sintió que la felicidad más absoluta se apoderaba de ella.

Zac: Nunca he sentido por nadie lo que siento por ti -continuó-. Por supuesto, amé a Amber, pero no sentía por ella lo que siento por ti. Te quiero, Vanessa.

La felicidad se tornó miedo al recordar Vanessa que debía compartir con Zac su secreto. Tenía que decirle quién era. No creía que le fuera a importar, pero, aun así, no le parecía bien mantener en secreto semejante aspecto de su vida al hombre con el que quería pasar el resto de ella.

Zac: ¿En qué piensas? -le preguntó ante su silencio-.

Ness: Hazme el amor.

Necesitaba tiempo para pensar cómo le iba a explicar por qué no le había contado quién era.

Deliberadamente, deslizó la rodilla entre las piernas de Zac y comenzó masajearlo. No pasó mucho tiempo antes de que sintiera que su miembro se endurecía, estimulado.

Zac se colocó entre sus piernas y Vanessa comenzó frotarse contra él. Al sentir su erección, apoyó las piernas todavía más arriba para darle la bienvenida, puso las plantas de los pies sobre la cama, arqueó la espalda y la levantó.

Zac aprovechó la postura para introducirse en su cuerpo hasta el fondo. Acto seguido, la tomó de las nalgas y comenzó moverse en su interior.

Mientras se preparaba para el orgasmo cercano, cruzando los tobillos a la espalda de Zac, Vanessa pensó en lo mucho que lo amaba, pero decidió no decírselo en voz alta hasta que hubiera sido completamente sincera con él.

«Yo también te quiero», pensó.


Un viernes por la noche, pusieron entre los dos el árbol de Navidad en casa de Vanessa. Zac no decoraba la suya normalmente.

Zac: No es que no me gusten las navidades, pero, como no veo, no suelo decorar la casa porque es un incordio sacar los adornos y volverlos a guardar para nada. Pero te ayudo encantado.

Ness: Muy bien. Me dejarás que, por lo menos, ponga una guirnalda en tu puerta, ¿no?

Zac: Por supuesto.

Vanessa sonrió encantada. El hecho de que Zac quisiera compartir con ella aquellos momentos la llenaba de satisfacción.

A continuación, se dirigieron en coche a un restaurante de comida rápida en el que vendían árboles de Navidad. Mientras se paseaban por los pasillos, Zac le apretó la mano.

Zac: Me encanta todo esto -comentó-. Me trae recuerdos de mi infancia. En mi casa solíamos salir todos juntos a comprar el árbol.

Ness: Qué genial -sonrió-. Nosotros siempre teníamos árbol artificial. En mi casa siempre hemos sido muy ecologistas.

Zac: Veo que sois gente concienciada. Eso está muy bien.

Ness: Sí, tenemos que aprender desde que somos pequeños a respetar este planeta tan maravilloso -sonrió-.

Zac: ¿Cómo recuerdas la Navidad en tu casa?

Ness: Bueno, no me malinterpretes, pero la Navidad en mi casa no solía ser para tirar cohetes. Mi madre siempre estaba pendiente de mí y de mi hermana, pero desde el plano material y económico. Es muy buena persona, pero nunca ha podido superar el abandono de mi padre, así que emocionalmente estaba desequilibrada.

Zac: ¿Te acuerdas de cuando estaban casados?

Ness: No mucho. Tengo unos cuantos recuerdos muy lejanos de mi padre jugando con nosotras, pero ninguno de la familia al completo. Cuando se separó de su segunda mujer, volvió a vivir con nosotras durante un año, pero se volvió a ir cuando yo tenía nueve años. Luego, tuvo tres mujeres más mientras yo era adolescente y ahora se va casar con la sexta.

Zac: A tu padre le debe de encantar pasar pensiones -se sorprendió-.

Aquello hizo reír a Vanessa.

Tras comprar el árbol, volvieron a casa y Zac la ayudó a subir los tres pisos y a colocarlo en el salón. Como contaba con ayuda, aquel año Vanessa compró el árbol más grande que había encontrado.

A Zac le encantaba la sensación que le producía que Vanessa contara con él como si pudiera hacer todo cuando, en realidad, desde que se había quedado ciego no había vuelto a ayudar en los preparativos navideños y le estaba resultando enormemente satisfactorio.

Vanessa había comprado delicados copos de nieve fabricados en Alemania, bolas y otros adornos que, según lo que le explicó, eran rojos, plateados y verdes. También tenía guirnaldas esponjosas y una colección de adornos de cristal de Irlanda.

Ness: Mi madre nos ha ido regalando una figurita cada año tanto a mi hermana como a mí -le explicó colocándole una pieza de cristal de la mano-.

Zac la exploró y se dio cuenta de que era un ángel y percibió que tenía un cartelito.

Zac: ¿Qué pone?

Ness: «Las primeras Navidades de Vanessa» y la fecha. Todas las piezas tienen mis iniciales y el año.

Zac: Es una tradición muy bonita. En casa, mi madre regalaba unos calcetines a cada uno todos los años. Muchos de los adornos navideños los ha ido haciendo a lo largo de los años. A mi madre le encantan las manualidades.

Ness: Qué maravilla.

Cuando hubieron terminado de decorar el árbol, Zac tomó a Vanessa entre sus brazos.

Zac: Gracias por compartir estos momentos conmigo. Tengo la sensación de que estamos construyendo entre los dos una tradición.

Vanessa lo besó.

Ness: Me gusta cómo suena eso. Tradición, ¿eh?

Zac: Sí, cosas que haremos todos los años -le explicó deseoso de que entendiera lo importante que era en su vida-.

Aunque solamente llevaban juntos dos meses, Vanessa se había convertido en algo tan necesario para él como respirar.

Ness: Mi hermana me ha invitado a pasar las navidades en su casa, pero todavía no he contestado -dijo tras tomar aire-.

Zac se dio cuenta de lo que le estaba planteando.

Zac: Creo que ha llegado el momento de hablar de esto. Quiero conocer a tu familia…

Ness: Y yo quiero que los conozcas. La verdad es que mi hermana me ha amenazado con no darme los regalos si no vienes conmigo.

Zac se rió.

Zac: También quiero que conozcas a mi familia. ¿Qué te parece si primero hacemos nuestros planes y luego hablo con mi madre para comentarle cuándo nos vamos a pasar por su casa?

Ness: Me gustaría pasar Noche Buena aquí. Me gustaría ir a misa a mi nueva iglesia.

Zac: Sí, a mí también me parece buena idea. ¿Vamos a misa aquí y luego nos vamos a casa de tu hermana a cenar?

Ness: No, me apetece pasar la Noche Buena aquí, contigo y con los perros. Podemos ir a comer a casa de mi hermana al día siguiente, el día 25.

Zac: Y, luego, por la tarde, podríamos pasarnos a ver a mis padres -propuso-.

Ness: Perfecto. Lo único malo es que nos vamos a poner como vacas como comamos en los dos sitios -bromeó-.

Zac: Yo estoy dispuesto a arriesgarme -contestó besándola en el cuello-. ¿Has terminado con el árbol? Lo digo porque te quiero dar un regalo -añadió apretándose contra ella de manera inequívoca-.

Vanessa se rió y deslizó una mano entre su cuerpo, explorando la erección de Zac, que aumentaba por momentos.

Ness: Creo que me va a gustar mucho tu regalo. ¿Lo puedo abrir ya?


La fiesta de la empresa de Zac era el tercer sábado de diciembre en una discoteca de música country.

Vanessa estaba emocionada por que Zac la había invitado a ir con él para presentarle a sus amigos y compañeros de trabajo.

Por su parte, le había acompañado en un par de ocasiones a la iglesia y ya habían conocido a unas cuantas personas.

Era un sentimiento muy íntimo saber que otros los consideraban pareja.

Aun así, aquella fiesta la ponía muy nerviosa. Quería estar guapa para Zac. Aunque no la viera personalmente, la iban a ver las personas que eran importantes para él, así que quería estar especial.

Sin embargo, arreglarse, maquillarse y peinarse la ponía nerviosa y la hacía tener miedo. Se sentía como si acabara de dejar el modelaje. Cuando lo había hecho, cada vez que salía de casa, se sentía como un ratoncillo asustado, temeroso de que fuera a aparecer algún depredador.

La aterrorizaba la idea de que alguien pudiera reconocerla.

Sin embargo, a medida que había ido pasando el tiempo se había dado cuenta de que la gente estaba tan metida en su vida que no se daba cuenta de nada.

De vez en cuando, alguien la miraba sorprendido, como había hecho Drew, y le preguntaba si se conocían de algo, pero, de momento, nadie se había dado cuenta de quién era.

Vanessa volvió a prometerse a sí misma que no tardaría en contárselo todo a Zac. Antes de Navidad. Así, empezarían el año sin secretos.

Meses atrás había decidido que, sin maquillaje, era prácticamente imposible que la reconocieran.

Mientras había sido modelo, cuando se maquillaba, sus ojos se convertían en dos profundas tarros de miel, sus labios se tornaban voluminosos y atrayentes y su melena, lisa y rubia, era una explosión que llamaba la atención.

Ahora, sin embargo, era una persona nueva.

Vanessa se dijo que no había problema, que nadie la reconocería y se dedicó a elegir el vestido que se iba a poner para la fiesta. Sabía que maquillándose corría algún riesgo, pero tenía que hacerlo por Zac.

Zac le había dicho que el padre de Drew se iba a jubilar en menos de un año y que su amigo le había ofrecido convertirse en socio del bufete. Aquella fiesta era una oportunidad maravillosa y Vanessa quería apoyarlo.

Así que decidió camuflarse como mejor pudiera. Cuando era A’Vanessa siempre llevaba la melena rubia suelta y lisa. Ahora, para la fiesta, se recogió el pelo negro en un moño francés muy serio.

Antes, solía vestir de negro. Debido a que Zac iba a ir de esmoquin, ella tenía que ir de largo. Por supuesto, seguía teniendo algunos modelos espectaculares, pero había preferido acercarse a casa de su hermana una tarde y pedirle prestado un traje de terciopelo verde botella. Se trataba de un vestido de tirantes, ajustado, de cuello redondo y espalda al descubierto.

Vanessa lo había elegido porque sabía que la textura le iba a gustar a Zac y porque estaba segura de que apartaría la atención de su rostro.

Su rostro.

No podía hacer mucho excepto tener cuidado con el maquillaje, así que eligió tonos ocres en lugar de los tonos rosados y morados que le habían puesto durante las sesiones fotográficas.

Hizo todo lo que pudo para estar atractiva y elegante sin llamar la atención y se prometió a sí misma que no iba a estar preocupada durante toda la noche.

Zac llegó a recogerla y a Vanessa le pareció que estaba imponente con aquel esmoquin negro y camisa blanca.

No iba acompañado por Duke y le explicó que, aunque se lo había pensado, al final había decidido dejarlo en casa pues iban a estar casi toda la noche sentados en una mesa y no creía que lo fuera a necesitar.

Drew y su cita pasaron a recogerlos. A aquella fiesta iban a acudir empleados de varios bufetes de abogados de la zona. Después de la cena, había un baile.

Zac: Espero que te des cuenta de que tu trabajo va a consistir en decirme si se me cae la comida en el pantalón -le dijo a Vanessa mientras Drew aparcaba-.

Ness: Vaya, supongo que eso te obliga a portarte bien conmigo -contestó mientras Zac le abría la puerta del coche-.

Zac: Tengo intención de comportarme muy bien contigo esta noche, cariño -contestó mientras Drew ayudaba a Amanda-.

Ness: Me muero de ganas porque llegue el momento -contestó acariciándole el muslo-.

Zac: Por favor, la discoteca está aquí al lado, así que estate quietecita -la reprendió agarrándole la mano con cariño-.

La cena fue muy agradable. Zac y Vanessa estuvieron sentados en la misma mesa que Drew y Amanda, con sus dos secretarias y sus respectivos maridos.

Las otras dos mujeres las pusieron al corriente de quiénes eran todos los presentes y Drew tampoco escatimó en comentarios. El amigo de Zac resultó ser un hombre realmente divertido y Vanessa le agradeció el protagonismo porque así las miradas no se centraban en ella.

Después del postre, retiraron las mesas y comenzó a tocar una orquesta. Se trataba de un grupo excelente y, en cuanto sonó la música, Zac se puso en pie y tomó a Vanessa de la mano.

Zac: Vamos a bailar.

A Vanessa le pareció estar en el paraíso. Le encantaba bailar y, más, si era entre los brazos de Zac. Zac bailaba de maravilla y, con un poco de ayuda por su parte, se movieron por la pista de baile sin problema.

Durante un descanso, Zac le preguntó a su amigo algo en voz baja y, cuando su amigo contestó, Zac giró la cabeza hacia la izquierda, asintió y se giró hacia Vanessa.

Zac: Te quiero presentar al señor Seeley, el padre de Drew. Su padre, fundó este bufete y él se hizo cargo cuando se jubiló. Ahora, quiere que su hijo haga lo mismo.

Ness: ¿Será entonces cuando tú te conviertas en socio?

Zac asintió.

Zac: Seeley & Efron, abogados. Suena bien, ¿verdad?

Vanessa se rió.

Ness: Sí, suena muy bien.

Zac: Hay otra cosa que también suena muy bien en esto de los apellidos -continuó-. ¿Qué te parece señor y señora Efron? A mí me encanta cómo suena Vanessa Efron. ¿A ti qué te parece?

¿Acaso le estaba pidiendo que se casara con él?

Ness: Me encanta cómo suena, pero, dado que ningún hombre apellidado Efron me ha pedido que me case con él, es toda una hipótesis.

Zac se rió tan fuerte que la gente que estaba a su alrededor se giró.

Zac: Ya sabía yo que ibas a ir directamente al grano -dijo abrazándola-. Vanessa, no tenía planeado nada esta noche. Ni siquiera he comprado un anillo. Sin embargo, ya que ha salido el tema… ¿Te quieres casar conmigo?

Vanessa sintió que se quedaba sin respiración.

Ness: Zac… ¿estás seguro? Olvida que he dicho eso.

Zac se volvió a reír.

Zac: Me gustaría que me contestaras sí o no.

Ness: Sí -se apresuró a contestar-. ¡Oh, sí!

Sin importarle la gente que pudiera estar alrededor, Zac tomó a Vanessa entre sus brazos y la besó con amor.

Zac: ¡Atención todo el mundo! -Dijo al levantar la cabeza-. Esta preciosa mujer acaba de decirme que se quiere casar conmigo.

Al instante, estallaron a su alrededor aplausos y vítores de júbilo.

Drew: ¡Muy bien, amigo! -lo felicitó dándole una palmada en la espalda mientras una de sus secretarías abrazaba a Vanessa-.

**: Enhorabuena, Zac es uno de los hombres más maravillosas que conozco.

Vanessa abrió la boca para contestar, pero justo en ese momento comenzó a sonar su teléfono móvil.

Ness: Vaya, ése es mi teléfono. Perdón.

La preocupación se apoderó de ella ya antes de contestar porque el único motivo por el que llevaba el teléfono móvil era por si había alguna emergencia familiar. Ya ni se acordaba de la última vez que la habían llamado desde que se había mudado a vivir a Gettysburg.

Ness: ¿Sí?

**: ¿Nessi?

Era Britt y estaba llorando.

Ness: ¿Qué ocurre? -le preguntó a su hermana-. ¿Estás bien?

Britt: Sí, a mí no me ha pasado nada, pero papá está en el hospital -le informó-. ¿Puedes venir?

Ness: Por supuesto -contestó tomando una servilleta y anotando las instrucciones que le daba Britt-. ¿Qué ha pasado?

Britt: Ha salido a correr con su prometida. Por lo visto, la chica corre maratones y se han ido a correr quince kilómetros… y papá se ha desmayado. Creen que le ha podido dar un ataque al corazón.

Ness: ¡Quince kilómetros! -Exclamó-. ¿Por qué no le ha dicho que, aunque está en buena forma, nunca sale a correr más de cinco o seis kilómetros?

Britt: Ya conoces a papá. Sería capaz de morir antes de admitir que no está tan fuerte como cuando era joven -sollozó-. ¿Puedes venir ahora mismo, Vanessa?

Ness: Por supuesto.

Sin dudar, Vanessa fue a contarle a Zac lo que había sucedido. Qué rabia que el mejor momento de su vida se viera estropeado repentinamente por aquello.




¡Yupi! ¡Se casan! ^_^
Pero qué le pasará al padre de Ness =S

¡Solo queda un capi!

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