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martes, 31 de octubre de 2023

Capítulo 30


No sucumbiría al pánico; no sucumbiría a la rabia. Ambos moraban dentro de él, pero Zac los tenía encerrados bajo llave en la cocina de los Hudgens.

El sheriff ya había pasado. Sabía que Tyler tenía a todos sus ayudantes peinando la zona, que había llamado al FBI, que su intención era apretar las tuercas a sus fuentes de información.

Eso le traía sin cuidado.

Había oído llorar a Chelsea. Se había olvidado unas muestras, Vanessa había pasado a recogerlas por su apartamento. Nadie dudaba de que la persona que tenía a Vanessa había querido llevarse a Chelsea.

Pero ni tan siquiera cuando había dejado de llorar, Chelsea tenía la menor idea de quién había planeado raptarla.

Tyler afirmaba que contaban con una ventaja, que no podía haber transcurrido mucho más de una hora entre el rapto y el momento en el que Jessica había encontrado el coche, el sombrero.

Eso también traía a Zac sin cuidado.

Lo que importaba era que, al despuntar el alba, él empezaría donde habían encontrado a Alice, emprendería su propia búsqueda.

Escuchó, y estudió el mapa que Sam había desplegado. Y aunque vio que a Sam le temblaban los dedos más de una vez, no dijo nada. Todos los mozos del rancho, junto con otros empleados del resort, se quedarían con una sección del mapa y buscarían en grupos.

En camionetas, a caballo, en quads.

Zac tenía su sección asignada, y nada lo disuadiría.

Sam: Ahí han buscado en kilómetros a la redonda.

Zac: Quedan muchos kilómetros. Que me maten si el individuo que se llevó a Alice no es el mismo que se ha llevado a Vanessa. Solo necesito que me prestes un remolque. Iré hasta allí con él y seguiré con Atardecer. Podemos cubrir más terreno.

Alice: Hay carreteras, grava -estaba al pie de la escalera trasera en pijama, blanca como el papel-. Y cercas, y sitios donde había mucha nieve. Dibujé un ángel en la nieve. Me acuerdo. El señor se ha llevado a Vanessa. Os he oído hablando. Se ha llevado a Vanessa.

Cora: No tienes que preocuparte -tan agotada que tuvo que apoyarse en la mesa, se levantó.

Alice: ¡Sí! Sí debo preocuparme. Impedirlo, impedirlo, impedirlo -se llevó la mano a la boca-. Puedo volver. Si pudiera encontrar el sitio, podría volver. ¿La soltaría si yo vuelvo? No quiero que le haga daño. Ella también es mía. Volveré si encuentro el sitio.

Anne agarró a Cora por el brazo; luego se levantó para ir junto a Alice.

La abrazó.

Anne: Sé que lo harías, pero la encontraremos. Vamos a encontrarla.

Alice: La quiero, Anne. Lo prometo, lo prometo.

Anne: Lo sé.

Alice: No debería haberme ido. Él no se la habría llevado si yo no me hubiera marchado.

Anne: No. Eso no es cierto, y no lo pienses nunca, nunca.

Alice: Mike a lo mejor lo sabe. ¿Sabe él cómo volver?

Mike: Vamos a buscarla. Vamos a encontrarla.

Alice: No el Mike de Anne. Mi Mike. ¿Lo sabe él?

Anne: Vamos a sentarnos. Jessica, ¿podrías preparar té? Yo no puedo...

Jess: Por supuesto.

Alice: No quiero sentarme. No necesito sentarme. ¡Sentaos vosotras! Si Mike lo sabe... Yo no quería que lo supiera. Su padre es malvado. Su padre es cruel. No debería tener que saberlo. Solo era un bebé.

Anne: Alice, por favor. 

Deshecha, Anne se hundió en la silla, se tapó la cara con las manos.

Alice: Se lo dije a Vanessa. Le dije que no se lo diría a ninguno de mis bebés. Ya no son mis bebés. Se lo dije. Ella dijo que yo era muy valiente. Pero si él lo sabe, ya lo sabe. Tenemos que preguntarle si lo sabe o el señor hará daño a Vanessa. La violará y le quitará a sus hijos. Le...

Anne: ¡Basta! -volvió a levantarse y se encaró con Alice-. Basta. 

Pero Zac la apartó de un codazo, y sujetó a Alice por los hombros.

Zac: ¿Cómo lo encontramos para ver si lo sabe?

Alice: Tú ya lo sabes.

Zac: Ahora mismo no puedo pensar, Alice. No puedo aclararme las ideas. Échame una mano.

Alice: Se le dan bien los caballos. Es educado y dice «señorita». Tiene un poco de verde en los ojos y un poco de rojo en el pelo, solo un poco. Te llama «jefe» y llama «gran jefa» a Vanessa. Os ayudaría a encontrarla si pudiese. Es un buen chico.

Estas palabras lo arrollaron, lo desbordaron. Tuvo que dejar de sujetarla por los hombros para no clavarle los dedos.

Zac: Sí, tienes razón. Evan Lewis -dijo mientras se volvía hacia la mesa-. Se refiere a Evan Lewis.


El tornillo atravesaba el yeso y estaba muy bien enroscado. Hurgar y dar tajos en la madera desafiló la hoja. Empapada en sudor, con las yemas de los dedos ensangrentadas, se obligó a levantarse, a buscar alguna cosa, cualquiera que pudiera utilizar como arma o herramienta.

Tenedores y cucharas de plástico, platos y vasos de plástico. Una taza de cerámica barata. Pensó en romperla, esperando obtener un par de fragmentos afilados, y lo dejó para más adelante, por si hacía falta.

Examinó el baño, arrastrando la cadena contra el suelo.

Se volvió, miró la ventana, oscura porque era de noche. Si conseguía sacar el dichoso tornillo de la pared, podría encontrar la manera de subir hasta ella, de romperla. Podría salir por el hueco, a duras penas, pero lo conseguiría.

El problema era que con una navaja roma tardaría días, incluso más tiempo, en sacar el tornillo.

Dudaba de que tuviera días.

Si Evan la creía, no podría utilizarla. Y quizá cortara por lo sano. Si no la creía, la utilizaría.

La gente la buscaría, y tal vez la encontraría antes de que estuviera muerta o de que él la hubiera golpeado y violado, pero no podía contar con ello.

Miró la navaja. Se la clavaría en el ojo, pensó, fría como el hielo. Puede que con eso bastara, pero seguiría estando encadenada a la pared.

Regresó, volvió a sentarse en el suelo, y esta vez metió la navaja en la cerradura del grillete. Nunca había forzado una cerradura, pero si había un buen momento para aprender, era ese.

¿Podía convencerlo para que la soltara? ¿Jugar la baza de los lazos de sangre? Oye, Evan, ¿por qué no me enseñas tu casa?

Apoyó la cabeza en las rodillas, se limitó a inspirar y espirar.

El hombre estaba loco, tan adoctrinado como Alice a su llegada. Y sin los dieciocho años que Alice había tenido como base. No quería a su padre, de eso se había dado cuenta. ¿Podía aprovecharlo?

Las palabras podían ser un arma, igual que una bala o un filo.

Ness: No voy a morir aquí -afirmó en voz alta-. No voy a ser una víctima. Voy a salir. Voy a volver a casa. Maldita sea, Zac, voy a casarme contigo. Lo he decidido. No se hable más.

Furiosa consigo misma, se enjugó las lágrimas, parpadeó para aclararse la vista y siguió hurgando en la pared.

En un determinado momento se quedó traspuesta. Luego despertó sobresaltada. Dormiría cuando regresara a casa. Se daría una ducha caliente, se bebería cuatro litros de café. No, cuatro litros de Coca-Cola, fría, fría en su garganta reseca.

Comería caliente.

Dios mío, Alice. Dios mío, ¿cómo sobreviviste?

Pensando en eso, en los años en los que Alice había hecho precisamente eso, sobrevivir, Vanessa se esforzó más.

Cuando oyó el chasquido, la mente se le vació. Todos sus pensamientos se disolvieron. Las manos le temblaron, le sangraron cuando hizo palanca para abrir el grillete.

Como si tuviera las piernas de goma, se levantó y calculó cómo llegar a la ventana, pero oyó que descorrían los cerrojos de la puerta.

A gatas, de nuevo envuelta en un sudor frío, recolocó la espuma, arrastró la cadena, se quedó de pie junto a la cama con el corazón palpitándole y la navaja roma oculta en la palma de la mano.

Lo disuadiría, se dijo. Como fuera, pero lo disuadiría. ¿Y si no podía?

Pelearía.

La puerta se abrió y el corazón desbocado se le paró cuando se topó con
 
los ojos resentidos del hombre que había tenido cautiva a Alice durante veintiséis años.

Sabía que a él no podría disuadirlo.


Zac bajó a Atardecer del remolque. Aunque hacía años que no disparaba una, llevaba una pistola en la cartuchera. Alex también.

Se habían desplegado, familiares, ayudantes, amigos. Mucho terreno que cubrir, pensó, pero no tanto como antes. Evan se había criado al sur de Garnet, y Tyler había confirmado que el hombre que ahora sabían que se llamaba John Gerald Lewis tenía una cabaña en alguna parte del sur de Garnet.

Zac había calculado, lo mejor que sabía, las zonas más probables a partir del lugar donde habían encontrado a Alice.

Alex: Hay veintiocho hombres buscando -dijo cuando ambos montaron-. Hay mucho terreno montañoso que cubrir, pero veintiocho hombres pueden cubrirlo. -Miró al cielo-. El helicóptero del FBI no tardará en llegar.

El sol asomó, un atisbo de luz, por encima de los picos que se alzaban al este.

Zac: No voy a esperarlo -dijo, y espoleó a Atardecer-.

Como Lewis vivía al margen del sistema, Zac suponía que estaría instalado lejos de ranchos y carreteras, al amparo de árboles y elevaciones del terreno. Pero necesitaría una vía de entrada y salida.
Cabalgaron por la carretera de un rancho durante un rato, en silencio, escudriñando el terreno.

Alex: Estará lejos del pueblo fantasma, los turistas, las rutas para quads -cogió los prismáticos que llevaba al cuello y oteó el horizonte-.
 

Zac: El hijo de puta le dijo a Clintok que nos habíamos tomado una cerveza juntos después de trabajar la noche que mataron a la universitaria. No era verdad, pero yo no dije lo contrario. Pensé que lo hacía por mí, pero también lo hizo por él. No me di cuenta, Alex. En ningún momento.

Alex: Nadie se dio cuenta.

Zac: No iba detrás de Vanessa. No sé determinar si eso significa que no corre peligro hasta que él decida qué hacer, o...

Alex: Pues no lo hagas. Está viva. Sabe cuidarse.

Zac: Sabe cuidarse -repitió... porque necesitaba creerlo-. Voy a casarme con ella.

Alex: Imaginaba que pasaría.

Zac: Pasará. Voy a ir al oeste desde aquí, a campo traviesa. ¿Qué tal si tú continúas hacia el norte otro medio kilómetro y después haces lo mismo? Tenemos el este cubierto.

Alex: Si ves algún rastro, me haces una señal.

Asintiendo, Zac bajó por una ladera con Atardecer, subió una loma y se adentró entre los árboles. Vio rastros, pero de animales. Ciervos, osos, alces. Sam le había enseñado a rastrear cuando era un crío, igual que había enseñado a Alex, a Vanessa y a Mike.

Pero Zac recorrió unos ochocientos metros bajo un sol cada vez más fuerte sin ver ningún indicio de seres humanos o maquinaria.

Olió a vacas, entró en unos pastos donde pacían, siguió la cerca hacia el norte hasta que pudo cruzarla. Otra carretera de un rancho, y como Alice había dicho que había andado por más de una, abrigó una llama de esperanza. Debería haberla esperado. ¿Por qué no la había esperado bajo aquella enorme luna roja? Como esos pensamientos solo le causaban miedo y desesperación, los ahuyentó. En cambio, ordenó mentalmente a Vanessa que pensara en él. Si lo hacía con la fuerza suficiente, él quizá lo sabría, lo percibiría.

Se encontró con un ranchero que estaba arreglando la cerca; se detuvo.

**: ¿Te has perdido, hijo? 

El hombre se levantó el sombrero y miró fríamente a Zac y la pistola que llevaba en la cartuchera.

Zac: No, señor. ¿Son estas sus tierras?

**: Así es. Espero que tengas una buena razón para estar en ellas.

Zac: La tengo. Anoche se llevaron a una mujer. Tenemos motivos para pensar que está retenida en esta zona.

**: ¿Llevas placa?

Zac: No, pero otros que la buscan sí. Es mi mujer.

**: Pues aquí no está. A lo mejor ha huido.

Zac: No lo ha hecho. Vanessa Hudgens.

Su expresión dura se tornó en preocupación.

**: Conozco a los Hudgens. ¿Vanessa es su hija? ¿La que lleva el resort?

Zac: Así es. Busco la casa de Lewis. John Gerald Lewis. Tiene un hijo que se llama Evan.

**: No sé dónde está. Ese apellido no me suena.

Zac: Tiene una cabaña y al menos un cobertizo. Un caballo viejo, un perro, una vaca lechera, unos cuantos pollos. Vive al margen del sistema. Tiene tratos con los Verdaderos Patriotas.

**: No conozco el apellido Lewis, pero hay una cabaña a menos de dos kilómetros en línea recta. -El ranchero señaló hacia el noroeste-. Mad Max; mi hijo lo llamó así. A mi hijo y a sus amigos les gustaba cabalgar por esa zona, hasta que se acercaron demasiado a ese okupa, que no es más que eso, y los echó. Tuve unas palabras con él por ese motivo, pero de eso hace tranquilamente diez años. Un ciudadano soberano, medio loco, si quieres saber mi opinión, pero vive y deja vivir. Guardamos las distancias.
 
La llama de la esperanza, más viva, más brillante, atravesó a Zac.

Zac: ¿Lleva el móvil encima?

**: Sí.

Zac: Necesito que llame al sheriff Tyler, que le diga lo que me ha contado y dónde encontrar la cabaña.

**: ¿Crees que se la ha llevado?

Zac: También tiene un hijo, y sí, la tienen ellos.

**: Espera a que vaya a buscar un caballo, es la manera más rápida de ir desde aquí. Te acompañaré.

Zac: No puedo esperar. Llame a Tyler -dijo espoleando a Atardecer para salir al galope-.

Tuvo que aminorar la marcha cuando el terreno se tornó más accidentado y los árboles, más tupidos. Mientras cabalgaba, sacó el móvil y llamó a Alex. Le gritó la ubicación.

Alex: Llegaré por el norte.

Zac: Estoy a unos ochocientos metros -dijo, y guardó el móvil-. 

Apenas lo había hecho cuando oyó el disparo.


Lafoy la escrutó mientras cerraba la puerta. Se recostó en ella, como si le hiciera falta apoyarse, eso pensó Vanessa. Tenía mal color y los ojos enrojecidos. Despacio, escondió la mano detrás del muslo y se colocó la navaja roma entre los dedos.

Pelearía.

Él tenía una pistola en la cartuchera, una funda de cuchillo en el cinturón. Pelearía.

Lewis: Sabía que el chico tramaba algo, entrando y saliendo a escondidas como ha estado haciendo. Veo que ha aislado las paredes. A lo mejor no es tan imbécil como parece. -Desvió los ojos hacia la cama, volvió a clavarlos en ella-. No parece que haya tomado sus derechos conyugales todavía, y es lo mejor. El hijo honra al padre. Soy el cabeza de familia, mía es la casa que ahora te procuro. Eres Myra, mi esposa. Me llamarás «señor» y me obedecerás en todo. Quítate la ropa y túmbate en la cama.

Ness: Parece enfermo. Parece que necesita un médico -necesitaba que se acercara más, lo suficiente para usar la navaja, arrebatarle la pistola-.

Lewis: Quítate la ropa -repitió, y se encaminó hacia ella-. Yo tomaré los derechos que Dios me ha dado y tú me darás hijos varones.

Vanessa se quedó donde estaba. Si retrocedía, él vería que no tenía la pierna encadenada.

Ness: Por favor. -Se permitió manifestar parte del miedo que sentía-. Por favor, no lo haga. No me haga daño.

Él le agarró la camisa con una mano, se la rasgó, y le dio un revés con la otra. Con los oídos pitándole y los ojos llorándole por la bofetada, ella le clavó la navaja en un costado del cuello. La sorpresa hizo que Lewis diera un paso atrás, arrastrando a Vanessa consigo. Mientras él sangraba a borbotones, ella le agarró la pistola por la culata. Un violento ataque de tos lo hizo caer. Ella quedó aprisionada bajo su peso. Soltando palabrotas, gritando, volvió a clavarle la navaja mientras intentaba sacar la pistola de la cartuchera.

Él le puso una mano en la garganta y apretó con una fuerza sorprendente.

Vanessa oyó otro grito, pero no era suyo, y el peso y la presión cesaron.

Vio que Evan arrojaba a su padre contra la pared.

Evan: ¡Es mía!

Lewis: Te haré picadillo, muchacho.

Evan: ¡Me has mentido! -agarró a su padre por el cuello-. Podría haberte matado mientras dormías. Casi lo he hecho.

Cuando Vanessa se alejó gateando, resollando, vio que Lewis daba un puñetazo en la cara a Evan. Y ambos se atacaron como animales cuando ella se puso en pie y echó a correr.

Terreno accidentado, un caballo con el lomo hundido, una vieja vaca que no había sido ordeñada, una cadena clavada en el suelo y un viejo collar de perro.

Pensó en Alice y, presa del pánico, echó a correr hacia el bosque.

Una cabaña, y dos camionetas. Se obligó a cambiar de dirección, a no dejarse llevar por la necesidad visceral de correr, solo correr. Una de ellas podía tener las llaves puestas.

Oyó el grito, siguió corriendo, pero cuando oyó el ruido de alguien persiguiéndola, giró sobre sus talones y levantó la pistola. Apuntó a Evan, al pecho.

Ness: Juro que te dispararé. No me lo pensaré dos veces.

Él se detuvo, sangrando por la boca, y alzó las manos. De hecho, sonrió.

Evan: Tranquila. Ya está. Se lo he impedido. No debería haber intentado tomar lo que es mío. No hay problema en que seas mi esposa. Lo he pensado a fondo. Es como Adán y Eva, los hijos de Adán y Eva. Vamos a fundar una familia. Dentro de un tiempo, también traeré a Chelsea. Yo le gusto. Tendrás una esposa hermana.

Ness: Eso no va a pasar, no vas a hacerlo. Ponte de rodillas.

Evan: Puedo hacer que te sientas bien. Sé cómo.

Cuando Evan dio otro paso, ella se dispuso a disparar, a matarlo si era necesario.

Ness: No me obligues a hacerlo -le advirtió-.

Entonces dejó de encañonarlo a él y apuntó al hombre que había salido corriendo de la prisión con un cuchillo en la mano y mirada asesina.

Lewis: ¡Honra a tu padre! -gritó, y Vanessa disparó-. 

Disparó por segunda vez cuando él apenas aflojó el paso y volvió a hacerlo antes de que cayera al suelo.
 
Evan: Le has disparado -su tono era de curiosidad, y tenía la cabeza ladeada-. Creo que está muerto.

Ness: Lo siento.

Evan: Era un miserable hijo de perra. Por eso las esposas no le duraban. Tenía siempre que enterrarlas. Yo no quería ser miserable con las dos que elegí. No fue culpa mía. No lo seré contigo.

Ness: Por favor, no me obligues a dispararte. Por favor, no lo hagas. 

La mano le temblaba, le temblaba tanto que le daba miedo no ser capaz de apretar el gatillo.

Evan solo sonrió cuando se acercó a ella.

Los dos oyeron los cascos de un caballo, y cuando se volvieron a la vez, vieron que Zac desenfundaba la pistola mientras Atardecer saltaba por encima de la cerca.

Zac: ¡Al suelo, Evan! Túmbate boca abajo en el suelo o te tumbaré yo a balazos -pasó una pierna por encima del cuello de Atardecer y desmontó con agilidad-. ¡Ya!

Evan: Ahora son mis tierras. Tengo derecho a...

Zac tomó el camino fácil. Dos implacables izquierdazos.

Zac: Que no se mueva de ahí.

En respuesta, Atardecer puso un casco sobre la espalda de Evan.

Con el chico en el suelo vigilado por el caballo, Zac se acercó a Vanessa a zancadas.

Zac: Dame eso. -Le cogió la pistola de la mano temblorosa y se la metió en el cinturón-. Déjame ver, déjame ver dónde estás herida.

Ness: No es mi sangre. No es mía. No estoy herida.

Zac: ¿Estás segura? -enfundó su pistola y le pasó los dedos por la magulladura de la cara-.

Ness: He disparado... He disparado...

Zac: Chist -la abrazó-. Ahora estás bien. -Oyó sirenas, y un ruido de cascos-. Ahora estás bien

Ness: Van a fallarme las piernas. 

Las rodillas no le flaquearon, se le evaporaron.

Zac: Tranquila -la cogió en brazos-. Ya te tengo.

Ness: Le he disparado... lo he apuñalado. Lo he apuñalado en el cuello, creo que ha sido en el cuello, con mi navaja. No he podido sacar el tornillo, pero lo he apuñalado. Tú me regalaste la navaja y yo lo he apuñalado.

Zac: Vale. 

Estaba conmocionada, y no era de extrañar. Tenía la piel blanca como el papel y las pupilas tan grandes con lunas.

Ness: ¿Lo he matado? ¿Está muerto?

Zac: No lo sé. Lo has tumbado, y eso es lo que cuenta. Mira, ahí viene Alex. Tu padre y Mike están de camino, y Tyler. ¿Oyes las sirenas?

Ness: Iba a salir por la ventana, pero él ha entrado por la puerta. El señor, no Evan. Estoy diciendo incoherencias. No puedo pensar con claridad.

Zac: Ya pensarás después -se quedó donde estaba cuando Alex saltó de su caballo y los abrazó a los dos-. No está herida. No es su sangre.

Asintiendo, Alex volvió la cabeza y miró a los dos hombres tendidos en el suelo.

Alex: ¿Lo has hecho tú? -preguntó a Zac-.

Zac: Yo he tumbado a uno y ella al otro. -Se volvió cuando la camioneta del sheriff se acercó a toda velocidad por la bacheada carretera-. No tienes que hablar con Tyler todavía. Esperará hasta que te hayas repuesto un poco.

Ness: Estoy bien. Mejor. Es probable que las piernas ya me respondan.

Pero Zac la llevó hasta un tronco para cortar leña e hizo que ella se sentara en su regazo.

Zac: Nos quedaremos un rato aquí sentados.

Ness: Buena idea.

Vanessa habló con Tyler, descubrió que contar lo ocurrido paso a paso la ayudaba a aclararse las ideas. Y vio cómo se llevaban a Evan esposado, insistiendo aún en que no había hecho nada malo.

Ness: Se lo cree. Tenía derecho a llevárseme, aunque su plan fuera llevarse a Chelsea. Las muertes de Bonnie Jean y Karyn Allison fueron meros accidentes, no culpa suya. Lo han educado para creerlo. Se me olvidaba, Dios mío, se me olvidaba, ha dicho algo de que el señor, Lewis, había tenido que enterrar a sus esposas. Creo que Alice tenía razón. Había otras.

Tyler: Lo investigaremos.

Ness: Iba a matar a su propio hijo. Ha salido corriendo con el cuchillo. No dejaba de correr. Yo tenía la pistola. Tenía la pistola, así que la he utilizado.

Tyler: Cariño, no debes preocuparte por eso -le acarició la rodilla-. Es evidente que estabas defendiéndote, y es más que probable que hayas salvado la vida al hombre que te ha metido en esto.

Ness: Primero lo he apuñalado, en la casa. Se me ha echado encima, se me ha echado encima cuando no he querido desnudarme y tumbarme como él me ordenaba. Necesitaba que se acercara. Había estado utilizando la navaja, me la regalaste tú -dijo a Zac-. Cuando cumplí doce años.

Zac la miró un momento y luego pegó la frente a la suya.

Zac: Aún la tienes.

Ness: Es una buena navaja. Quiero recuperarla. ¿Puedo recuperarla?

Zac: Ahora mismo la necesitaremos como prueba, pero te la devolveré.

Ness: Está bastante desafilada. La he utilizado para intentar sacar el tornillo de la pared, pero no lo conseguía, así que la he usado para forzar la cerradura.

Zac: ¿Es eso lo que ha pasado? 

Zac le cogió los dedos despellejados y se los llevó a los labios.

Ness: He tardado siglos, pero he conseguido abrir la cerradura, quitarme el grillete. Estaba pensando en cómo llegar a la ventana... Quitarme el grillete, llegar a la ventana, romper el cristal, salir por la ventana. Correr. Mejor si encontraba un arma dentro de la casa, pero me había marcado esos objetivos.

Zac: Apuesto a que sí -le aseguró, y hundió la cara en su pelo-.

Ness: Entonces ha entrado. No Evan, sino Lewis. Me ha dado un empujón y me ha roto la camisa. Evan me había dado un par de bofetadas, pero podía disuadirlo. Sabía que con Lewis no iba a poder. Parecía enfermo, eso también se me ha olvidado. Parecía que llevara un tiempo enfermo. Ha tenido un ataque de tos. Le he clavado la navaja dos veces, y él se ha caído encima de mí. Le he quitado la pistola, se la estaba quitando cuando Evan ha entrado y me lo ha sacado de encima. Me he puesto a correr; me he saltado lo de salir por la ventana y me he puesto a correr. He visto las camionetas, así que he ido hacia ellas. A lo mejor podía escaparme en una, pero Evan me ha perseguido. He pensado que tendría que dispararle, ¿y qué iba a decirle a Alice? Pero entonces Lewis ha salido con el cuchillo. Luego ha llegado Zac, después, cuando yo pensaba que tendría que disparar a Evan.

Tyler: Es suficiente por ahora. Iré a verte cuando hayamos terminado aquí. Ahí viene tu padre.

Ness: Tengo que ponerme de pie, demostrarle que estoy bien.

Apenas unos segundos después de que Zac le dejara levantarse, Sam volvió a cogerla en brazos.

Sería más difícil decírselo a Alice. Vanessa lo sabía, como también sabía que era necesario hacerlo. Y tenía que ser ella. Su padre la llevó a casa. Sam lo necesitaba, y no le soltó la mano en todo el trayecto.

Todas las mujeres estaban de pie en el porche, su familia, y Jessica,
 
Clementine, Chelsea. Estaban pálidas y tenían los ojos tristes, llorosos. Su madre corrió a su encuentro, la estrechó contra su pecho, lloró mientras se mecían una a otra.

Anne: Entremos, entremos para limpiarte bien.

Ness: Todavía no. Antes, ¿podemos sentarnos todas en el porche? -Miró a su padre-. Necesito estar un rato con ellas.

Sam: Me cuesta perderte de vista. 

Pero Sam la besó e indicó a las camionetas que los seguían que se dirigieran a la parte de atrás para bajar los caballos de los remolques.

Vanessa abrazó a las mujeres una a una, con fuerza. Vio las preguntas, la esperanza en los ojos de Alice, y se le encogió el corazón.

A Clementine le temblaba la barbilla, pero se esforzó por hablar en tono animado:

Clementine: Te he preparado una jarra de limonada. Voy a buscarla.

Ness: Clem, me apetece una Coca-Cola, si no te importa.

Clementine: Te traeré una.

Chelsea: Te ayudo.

A Chelsea las lágrimas le rodaban por las mejillas. Clementine le pasó el brazo por los hombros.

Clementine: Me vendrá bien un poco de ayuda. Ven conmigo, ricura.

Ness: Alice -le tomó la mano, ansiosa por zanjar el asunto-. Vamos a sentarnos. Lo que tengo que contarte no es fácil.

Alice: ¿Te ha lastimado la cara el señor?

Ness: Sí, pero es lo único que ha lastimado.

Con un suspiro, un sollozo, Alice se sentó en los peldaños del porche.

Alice: Te has escapado. Te has escapado antes de que él pudiera hacerte más daño, antes de que pudiera hacerte todas esas cosas. Me alegro mucho, Vanessa. Me alegro mucho. Ahora Bobby lo meterá en la cárcel. Bobby es la ley. Bobby va a encerrarlo.
 
Ness: Está muerto, Alice.

Alice parpadeó, se enjugó las lágrimas de un manotazo.

Alice: ¿Muerto?

Ness: No vas a tener que verlo nunca más. No volverá a hacer daño a nadie más. Pero, Alice, no ha sido el señor quien me ha raptado, quien me ha encerrado.

Alice: Eso es lo que hace el señor. 

A tientas, Alice buscó la mano de Vanessa, temblando.

Ness: Zac me ha dicho que te habías dado cuenta de que Evan era tu Mike, el Mike que el señor te había quitado. Eso les ha ayudado a encontrarme, Alice. Tú has ayudado a que me encontraran.

Alice: No quería que te pasara nada malo.

Ness: Lo sé.

Alice: Mike te ha raptado. Mi Mike. Te ha raptado y te ha encerrado.

Ness: Lewis..., el señor, le dijo que tú estabas muerta. Le dijo que habías muerto durante el parto. Él nunca supo que tenía una madre. Y el señor le enseñó malas costumbres, cosas malas.

Cora se sentó al lado de Alice y le acarició la espalda.

Ness: Intentó llevarse a otras dos mujeres antes que a mí, porque eso es lo que el señor le enseñó. Y... ellas murieron.

Alice: Lleva la sangre del señor... ¿Cómo se llama?, ¿cuál es su verdadero nombre?

Ness: John Gerald Lewis.

Alice: Lleva la sangre de John Gerald Lewis, y él me lo quitó antes de que yo pudiera enseñarle a distinguir entre el bien y el mal, antes de que pudiera transmitirle mis... nuestros valores. Era un bebé muy dulce. Intenté cuidarlo bien. ¿Tiene que ir a la cárcel?
 
Ness: Sí, pero creo que también necesita ayuda, y la recibirá.

Alice: Como la doctora Minnow.

Ness: Es lo que creo. Y creo que dentro de un par de días, quizá antes, te dejarán verlo, hablar con él.

Ahogando un gemido, Alice se llevó la mano a los labios.

Alice: No quiero que me odies.

Ness: No podría odiarte jamás.

Alice: Quiero... quiero verlo, decirle que tiene una madre. Ha hecho cosas horribles, pero tiene una madre. Mamá...

Cora: Iré contigo.

Fancy: Y yo -le dijo, cogiendo la mano a Anne-. ¿Anne?

Anne: Yo os llevaré. No puedo verlo, Alice, no me veo capaz. Pero os llevaré.

Alice: Porque eres mi hermana.

Anne: Porque soy tu hermana.

Alice besó a Vanessa en la magullada mejilla.

Alice: Ponte hielo. Ve a beberte tu Coca-Cola, y deja que tu madre te ayude a limpiarte. Te quiero.

Ness: Yo también te quiero -se levantó, tomó la mano de su madre y después la de Jessica-. Ahora ya casi somos como hermanas, y me vendría bien un poco de ayuda. Además, podrás decirme quién puñetas está llevando el resort.

Jess: Lo tenemos todo controlado -le aseguró-.

Con un suspiro, doña Fancy se sentó en el peldaño al otro lado de Alice.

Alice: Viviré en la Casa Hudgens con vosotras. Viviré ahí y a veces trabajaré en el resort con Zac y los caballos. Cocinaré, haré ganchillo e intentaré ser una madre para mi Mike. Seremos tres viejecitas en nuestra preciosa casita.
 
Fancy: ¿A quién estás llamando vieja, jovencita? -preguntó, y Alice apoyó la cabeza en su hombro-.

Alice: Seguiré llevando el pelo rojo, igual que tú. Prepararé galletas, montaré y galoparé. Cantaré con mi hermana y no tendré miedo. Porque me escapé, y estoy en casa.

Rodeó a su madre con el brazo, la arrimó a ella. Y permaneció sentada, satisfecha.


domingo, 29 de octubre de 2023

Capítulo 29


El ojo morado o la mandíbula magullada no le molestaban, tampoco los cortes y arañazos, o los nudillos hinchados. Las costillas le daban un poco de guerra, pero un par de días después dejó de chillar cada vez que hacía un mal gesto.

Como no distaba mucho de la realidad, explicó a los huéspedes, sobre todo a los niños, el cuento de que había tenido una pelea de bar con un matón.

Y convenció a Alice para que saliera a cabalgar con él.

Ella colmaba a Rosie de cariño y atenciones, y la joven yegua reaccionaba con honda devoción.

Con Anne, Alice plantaba el jardín de las hermanas. En la cocina preparaba platos sencillos con Clementine. Como hacía mejor tiempo, a menudo se sentaba a hacer ganchillo con las abuelas en uno de los porches.

El gran día llegó cuando accedió a ir a la Casa Hudgens en coche con las abuelas, para echar un vistazo, para pensar en si sería feliz viviendo ahí. Se detuvieron en el CAH, a petición de Alice, según Zac supo más adelante. Incluso de lejos, se dio cuenta de que estaba nerviosa, de manera que se desvió con las dos monturas que había elegido para el siguiente paseo a caballo y fue al encuentro de las mujeres.

Zac: Señoras, y yo que pensaba que el día no podía ser más bonito. Me han demostrado que estaba equivocado.

Fancy: Me encantan los hombres coquetos -le guiñó el ojo-.
 
Alice: Hemos ido a la casa, a la Casa Hudgens. Mamá y la abuela viven allí cuando no viven en el rancho. Yo podría vivir ahí. Podría vivir ahí. No sé.

Cora: No tienes que decidirlo ahora mismo -la tranquilizó-. Solo queríamos que la vieras.

Alice: Hay un establo, es pequeñito. Rosie podría quedarse ahí. ¿No se sentiría sola? Es duro estar sola.

Cora: Tendría un par de amiguitos apuestos como estos dos que la visitarían a lo largo de todo el día.

Alice miró a los dos caballos y se acercó a acariciarlos.

Alice: Muchos caballos en el potrero. Muchos. ¿Quién es esa? 

Zac miró atrás.

Zac: Es Carol. Trabaja conmigo.

Alice: Con los caballos. Tiene el pelo largo y trabaja con los caballos. No es como antes -echó un vistazo alrededor, se abrazó el cuerpo-. Casi no me acuerdo de cómo era, pero no era así. Ella trabaja aquí. Tú trabajas aquí. Está cerca de la Casa Hudgens.

Zac: A veces me gusta escabullirme para comer de gorra cuando su madre y doña Fancy están en casa. A lo mejor, si se decidiera a vivir ahí, podría venir aquí algunas veces y me echaría una mano.

Alice dejó de mirar a todas partes con cara de susto.

Alice: ¿Venir aquí, a echar una mano? ¿Contigo? ¿Con los caballos? ¿Igual que hago para Sam y Alex en el rancho?

Zac: Sí, igual. Siempre me viene bien una persona que sabe de caballos como usted.

Alice: Me porto bien con ellos. Ellos se portan bien conmigo. ¿Quién es ese?

Zac: Es Evan. También trabaja aquí.

Alice: ¿Se llama así? No conocía ese nombre.

Zac: Es el nombre de Evan -hizo un gesto al mozo para que se acercara. Alice retrocedió de inmediato, se agarró a la mano de Cora-. Solo quiero que se lleve a estos muchachos a ese potrero de ahí. Vienen huéspedes para montarlos.

Alice: Porque trabaja aquí -susurró, sin soltar la mano a Cora-.

Evan: Señoras -saludó, tocándose el ala del sombrero-.

Zac: Evan, ¿qué tal si te los llevas para ensillarlos?

Evan: Claro, jefe.

Alice: Porque trabajas aquí -murmuró mirándolo-.

Evan: Claro, señora. El mejor trabajo que hay. Zac, Carol ha dicho que montará a Armonía en este paseo. Quería preguntarle si tengo que llevar a Atardecer al centro en el remolque para la clase que tiene luego.

Zac: Lo llevaré yo. Cabalgar nos vendrá bien a los dos.

Alice: Atardecer está aquí -lo señaló-. Lo veo.

Evan: Ese sí que es un buen caballo. Viene la gran jefa -añadió, y Alice despegó los ojos de su cara para mirar alrededor-.

Alice: ¡Es Vanessa! -su mano se relajó en la de Cora-. Vanessa también trabaja aquí. Está cerca de la Casa Hudgens.

Evan: Me llevaré a estos amiguitos para ensillarlos. Señoras.

Evan volvió a tocarse el ala del sombrero y se llevó a los caballos cuando Vanessa se acercó a zancadas.

Alice: Vanessa, he ido a ver la Casa Hudgens. Nada está como antes. Todo está distinto. Es grande.

Ness: Es grande -le pasó el brazo por los hombros a Alice con naturalidad-. Nos gusta pensar que podemos contentar a todas las personas que quieren vivir una experiencia típica del Oeste. A lo mejor un día te animas a dar una vuelta conmigo a caballo, para verlo todo. En mi opinión, no hay mejor manera de ver el Resort Hudgens que a caballo.

Alice: ¿Podemos dar una vuelta?
 
Ness: Claro.

Alice: ¿Ahora?

Ness: Esto...

Alice: Me gustaría darla ahora. Puedo dar una vuelta contigo.

Zac sonrió a Vanessa, sabiendo que en ese preciso instante estaría tachando media docena de las cosas que tenía pensado hacer. Y ninguna de ellas sería enseñarle a Alice el Resort Hudgens a caballo.

Cora: Vanessa debe de estar ocupadísima -comenzó a decir-.

Alice: Es la gran jefa.

Ness: ¿Sabes qué?, tienes razón. Y la gran jefa puede dedicar una hora a enseñarte todo esto. Efron, elige una buena montura para mi tía.

Zac: No hay problema.

Ness: Tú montarás a Leo. Lo he visto en el potrero. Yo tendré un caballo nuevo. No me da miedo montar uno nuevo.

Zac: Debería venir conmigo, escoger el que te parezca bien. 

Claramente complacida, Alice cogió a Zac de la mano.

Cora: Sé que estás ocupada, Ness -dijo viendo cómo Alice se alejaba con Zac-.

Ness: Me gusta estar ocupada. ¿Por qué no os vais a comer la abuela y tú? Os mandaré un mensaje cuando volvamos.

Fancy: Eres un cielo, Vanessa. No permitas que nadie te diga lo contrario. Vamos, Cora. Me apetece una copa de vino con la comida.

Tendría que alargar su jornada de trabajo, pensó Vanessa mientras ensillaba a Leo. Pero, de todos modos, ya contaba con ello. Dos eventos esa noche, se dijo, y quería ayudar al menos a ponerlos en marcha.

Además, tenía el aliciente de la cena de lujo de la noche siguiente. Suponía que Zac ya habría pensado en cómo decírselo. Y si no era así, ella cogería el toro por los cuernos y se le adelantaría.
 
Alice: Carol trabaja aquí -dijo en voz tan baja que Vanessa apenas la oyó-. Se lleva a esas personas de paseo. Tiene pájaros azules en las botas.

Ness: Va a hacer una ruta con ellas, por caminos. He pensado que nosotras podríamos ir por campo abierto, para que te hagas una idea de cómo está distribuido todo.

Alice: Iremos por campo abierto. Evan trabaja aquí. Está demasiado delgado. Debe de necesitar una esposa para que le cocine.

Ness: Podría aprender a cocinar él.

Alice: Llama «jefe» a Zac, pero la gran jefa eres tú.

Zac: Y no deja que nos olvidemos -se acercó para revisar las cinchas-. Ha hecho bien eligiendo a Jake. ¿Necesita que la ayude a subir?

Alice: Ya no.

Alice montó como si llevara haciéndolo todos los días de su vida. Y Zac se sintió orgulloso.

Zac: Disfrute del paseo, señorita Alice.

Alice: Puedo disfrutarlo, porque Atardecer y tú habéis vuelto a enseñarme. Tienes una madre, pero también eres mío. También puedes ser mío.

Conmovido, Zac le dio una palmadita en la rodilla.

Zac: Podemos ser el uno del otro.

Alice: Soy Alice. Llámame Alice. Basta de señorita Alice si podemos ser el uno del otro.

Zac: Alice, pues.

Acompañada por Vanessa, Alice salió a caballo por el portón que Zac abrió para ellas.

Ness: Podemos ir hacia el río -sugirió-. Veremos algunas cabañas, y un bonito paisaje, y uno de los campamentos.

Alice: Campamentos.

Ness: Son campamentos de lujo, porque tienen mucho glamour y comodidades, y los ofrecemos en el resort. Nada que ver con plantar una tienda de campaña y desenrollar un saco de dormir.

Alice: ¿Tenemos que ver a más gente?

Ness: No. -Al detectar su nerviosismo, intentó tranquilizarla con una sonrisa-. Es decir, a lo mejor nos cruzamos con alguien que nos saluda, pero no tenemos que hablar con nadie si no te apetece.

Alice: Me pongo nerviosa cuando hablo a la gente que no conozco. Estoy mejor. Creo que estoy mejor.

Ness: Alice, estás mucho mejor.

Alice: He conocido a Carol y a Evan.

Ness: Y es suficiente por un día. -Sonriendo, la miró y vio que tenía lágrimas en los ojos-. ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? ¿Quieres que volvamos?

Alice: No. No. No. Me he puesto contenta de verte. De ver a Zac. Me pongo contenta de ver a Alex y a Mike. Vosotros no sois míos. No sois míos. Él se llevó a mis bebés, a todos mis bebés. Y ahora no son mis bebés. Son y no son mis bebés. Si Bobby los encontrara, si yo los encontrara, no son mis bebés. Ya son adultos, y tienen otra madre. Una buena madre nunca nunca les diría quién es su padre. No puedo recuperarlos. Tendría que decírselo. Y ellos no me conocen. Yo no soy la madre. -Emitió un suspiro entrecortado-. Puedo decirlo, puedo decírtelo mientras vamos a caballo. Me duele en el alma, pero me duele más cuando pienso en decírselo. Zac dice que soy valiente. Demuestra más valor no buscarlos, no encontrarlos, no decírselo. Pero duele.

Ness: No puedo ni imaginarme cuánto.

Alice: Bobby ha metido en la cárcel al hombre que disparó a Zac y a Atardecer. Meterá al señor en la cárcel cuando lo encuentre. Pero tengo que decirle que no busque a mis bebés. Tengo que decirle eso, y protegerlos.

Ness: Si alguna vez tengo una hija, la llamaré Alice.

Alice dio un grito ahogado, y aunque tenía lágrimas en los ojos, se le agrandaron de la sorpresa.

Alice: ¿Alice? ¿Por mí?

Ness: Por mi valiente tía, que la mimará un montón.

Alice: ¿Y la arrullará? -Esta vez su suspiro fue de placer-. Puedo cantarle. Anne y yo podemos cantarle. Tendrá una buena madre, un buen padre. -Ya más tranquila, miró alrededor-. Es un paisaje bonito. Vuelvo a sentirme en casa. Cada día me siento más en casa.


Por mucho que la hubiera retrasado, Vanessa consideraba muy bien empleada la hora que había pasado cabalgando con Alice.

Con la puesta de sol, salió para ver cómo le iba al club de fotografía, reunido allí para celebrar su banquete anual de entrega de premios. Le alegró ver que el cielo no defraudaba.

Los treinta y ocho miembros del club se esmeraban en captar el brillo de la luz y la luminosidad del color, el paso de las nubes. Una serie de huéspedes que asistían al primer concierto al aire libre de la temporada hacían lo mismo. Satisfecha, fue a ver al artista principal, los músicos, y se tropezó con Chelsea y Jessica.

Jess: Haz que los camareros enciendan todas las velas dentro de unos quince minutos. Quiero que los porches, los patios y los jardines reluzcan en cuanto se haga de noche. Y necesitamos al menos dos camareros para atender esta zona.

Chelsea: Lo tengo presente.

Ness: Estaba a punto de ir a buscaros y aquí estáis. Chelsea, ¿fuiste a recoger las muestras para las mesas al aire libre? ¿Las servilletas, los servilleteros y las velas?

Chelsea: Ayer. Las dejé en tu... -se dio una manotada en la cara-.¡Mierda! Las dejé en la encimera de mi cocina. He salido sin ellas, y las querías para hoy. Voy a buscarlas ahora mismo.

Ness: Ahora mismo estás a tope. No hay prisa.

Chelsea: Lo siento, Ness. Sé que querías mirarlas a fondo, enseñárselas a tu madre y a las abuelas, y yo... No tardaré ni diez minutos en ir a buscarlas.

Jess: Vas a estar corriendo sin parar por aquí dentro de unos cinco minutos. Puedo escaparme yo dentro de una hora.

No eran su máxima prioridad, pensó Vanessa, pero estaban en el orden del día.

Ness: ¿Por qué no hacemos lo siguiente? Puedo ir a cogerlas yo cuando me vaya a casa. Espero dejaros solas con todo esto dentro de más o menos una hora. No me cuesta nada pasar por el Pueblo camino de casa, si no te importa darme una llave.

Chelsea: Ahora te la traigo. Lo siento mucho.

Ness: Podría esperar, pero se las voy a enseñar a un grupito de mujeres. Quiero darles tiempo para discutir por eso.

Chelsea: Vuelvo enseguida. Déjala debajo del felpudo cuando te vayas. Avisaré a los camareros de paso.

Jess: Va a fustigarse durante una semana.

Ness: No debería. Me hizo un favor yendo a recogerlas cuando yo iba mal de tiempo. De todas maneras, me quedaré una hora más si lo ves preciso. Solo avísame si necesitas ayuda con cualquiera de los dos grupos.

Con la llave de Chelsea en el bolsillo, Vanessa dio una vuelta, entró en el Comedor para comprobar que las mesas estaban bien puestas y después se dirigió al Molino para hacer lo mismo.

Cuando salió, Zac estaba con los caballos bajo la roja luna llena. La música comenzó con la animada «Nothing On but the Radio». El título, «Nada puesto aparte de la radio», le pareció ideal para la ocasión.

Ness: Creía que ya te habrías ido a casa.

Zac: Estoy a punto de irme -respondió cuando ella se acercó-. He pensado que a lo mejor me retrasaba lo suficiente para que tú terminaras.

Ness: Aún me queda una hora más o menos. ¿Llevarás a Leo a casa por mí? Voy a robar uno de los Kia.

Zac: Entonces, mejor te las doy ahora.

Zac sacó un puñado de flores de la alforja.

Ness: ¿Me has comprado flores?

Zac: Las he ido robando por el camino. Supongo que la puesta de sol me ha inspirado, y que esa luna ha hecho el resto. Una vez dijiste que te gustaba que un hombre te regalara flores.

Ness: Y me gusta -las cogió, sonriéndole-. No esperaba que te acordaras de ese comentario.

Zac: Me acuerdo de muchas cosas cuando se trata de ti. Tengo algo que decirte.

Ness: Oh, pero...

Zac: Tenía pensado decírtelo mañana, después de la cena de lujo. Eso sería más normal. Pero mira esa luna, Vanessa, esa gran luna roja colgada del cielo. A las personas como tú y como yo nos dice más que el champán.

Vanessa miró la gran esfera brillante en el cielo infinito. Sí que les decía más, a personas como ellos. Zac la conocía. Ella lo conocía.

Zac: Quiero que sepas que lo que voy a decir no se lo he dicho a otra mujer. A mi madre, a mi hermana, unas cuantas veces. No las suficientes, aunque lo mejoraré. Pero nunca a una mujer, ni cuando estaba aquí, ni cuando me fui, porque decirlo cambia las cosas, así que he sido prudente.

Vanessa observó las flores; silvestres, pensó. No eran flores de invernadero, sino flores que crecían sin trabas, libres. Y volvió a mirar a Zac. Su cara aún magullada, sus ojos azules a la luz de la luna.

Ness: Ya has dicho mucho, Efron.

Zac: Estoy reuniendo valor para decir lo importante. Cuando volví, cuando te vi, me asusté. No solo porque eras una mujer adulta y te habías puesto más guapa, sino porque al verte me di cuenta de que había pensado mucho en ti mientras estaba fuera. Solo cosas sin importancia, momentos de mi vida en Montana. Los buenos. Parecía que, de una forma u otra, siempre estabas presente en los buenos momentos. No volví por ti, pero tú has hecho que mi vuelta me compense. Me compense del todo. Sentíamos algo el uno por el otro, y quizá creíamos que nos liaríamos y que con eso bastaría. A mí no me basta, y haré lo que haga falta para que tampoco te baste a ti. Te quiero.

Ness: Ahí está -susurró, y dio un paso hacia él-. 

Zac alzó una mano y la obligó a retroceder.

Zac: No he terminado. Eres la primera y serás la última. Puedes tomarte un tiempo para acostumbrarte a eso, pero así son las cosas. Ahora he terminado.

Ness: Iba a decir que yo también te quiero, pero voy a necesitar que precises a qué exactamente tengo que acostumbrarme.

Zac: Una mujer tan inteligente como tú debería atar cabos. Nos casamos.

Ness: Nos... ¿qué? -dio un paso atrás, despacio-.

Zac: Puedes pensártelo, pero... -la arrimó a él-. Dime lo que querías decirme.

Ness: No puedes saltar por encima de... 

Zac la besó, sin prisas.

Zac: Dime lo que querías decirme.

Ness: Yo también te quiero. Pero no puedes decirme que vamos a casarnos.

Zac: Acabo de hacerlo. Te regalaré una alianza si la quieres. Aunque la elegiré yo.

Ness: Si voy a llevarla, debería poder opinar... -Esta vez se interrumpió, lo apartó-. A lo mejor no quiero casarme.

Zac: ¿Una mujer con una familia como la tuya, que sabe lo que significa hacer esa promesa? Dirá que sí. Voy a necesitar tu promesa, Vanessa, de igual forma que voy a necesitar hacerte la mía. Pero puedes pensártelo. -Le dio otro beso, vehemente, breve, contundente-. Podemos hablarlo cuando vengas a casa. -Dicho esto, cogió a Leo de las riendas y montó a Atardecer-. Te esperaré.

Cuando Zac empezó a girar los caballos, Atardecer miró a Vanessa. En una cara humana, ella habría descrito su expresión como una sonrisa de satisfacción.

Ness: ¡A lo mejor me hago de rogar!

Zac: No lo creo -replicó y se alejó al trote-.


Sin duda Vanessa iba retrasada porque Zac le había nublado el pensamiento. ¿Cómo iba a concentrarse en el trabajo, en las preguntas de los empleados o en asegurarse de que el concierto que inauguraba la temporada empezaba a su hora cuando él le había soltado lo del matrimonio como si fueran las llaves de un coche y le había ordenado que condujera, le apeteciera o no?

Se había preparado para la parte del «Te quiero», «Yo también te quiero», aunque, según sus cálculos, eso no tendría que haber sucedido hasta la cena del sábado. Pero saltar directamente al matrimonio la había dejado fuera de juego.

Aun así, puso las flores en un jarrón y lo colocó en su escritorio. Le gustaban las flores. Le gustaban muchas cosas cuando se trataba de Zac Efron.
 
No le gustaba que le dijeran cómo iba a pasar el resto de su vida. Porque Zac había dado en el clavo en un detalle. Ella tenía una familia, y en su familia se tomaban el matrimonio en serio. No se casaban llevados por un impulso, las hormonas o fantasías románticas, sino que lo hacían en serio, para sentar las bases de una vida.

Con la llave de Chelsea en el bolsillo, se puso al volante del cochecito que había cogido prestado para esa noche. Eso era lo que diría a Zac, decidió. Que nadie le daba órdenes y que se tomaba el matrimonio en serio. Y se lo diría cuando a ella le viniera en gana. Zac podía esperar.

Se alejó de la música, las luces, los huéspedes y los empleados y el silencio la envolvió. Le vendría bien un poco de silencio, para reflexionar. Cuando se detuvo en el Pueblo delante del apartamento de Chelsea, casi le entraron ganas de haber pedido la llave también a Jessica. Un rato de silencio para reflexionar, y después una amiga que la escuchara.

A lo mejor cogía las muestras y regresaba con ellas al despacho. O daba una vuelta junto al río con el coche. O se iba a casa y se encerraba en su habitación.

Todo lo cual parecía una forma de evadirse, reconoció tras analizarlo. A hacer puñetas.

Giró la llave en la cerradura, empujó la puerta con la cadera para dejar la llave debajo del felpudo. Al entrar, alargó la mano para encender la luz.

El brazo que le atenazó el cuello le impidió respirar y ahogó su grito de socorro. Por intuición, intentó dar una patada a su agresor, un codazo. El doloroso pinchazo en el bíceps trocó su pánico en terror, de manera que tiró inútilmente del brazo que le aprisionaba el cuello.

Y sintió que caía, que caía por un túnel vertical, con las extremidades cada vez más pesadas. Todo se ralentizó. Después, todo se detuvo.
 

Aunque era casi medianoche cuando regresó al Pueblo, Jessica descubrió que estaba aceleradísima. Todo había salido a pedir de boca, y ahora podía dejar las labores de limpieza bajo la supervisión de Chelsea y Mike, pues había aparecido por el resort.

Aunque imaginaba que Alex ya estaría durmiendo -la vida empezaba temprano en el rancho-, pensó en mandarle un mensaje de texto para que supiera de ella nada más despertarse.

Le mandaría un mensaje de texto, pensó, cuando se hubiera quitado la ropa de trabajo y servido una copa de vino.

Sonriendo -aún la sorprendía que una persona pudiera ser tan increíblemente feliz-, aparcó el coche, se apeó. Había dado dos pasos hacia su edificio cuando vio el Kia junto a la acera en lugar de estar aparcado en una plaza. Y delante del sector de Chelsea.

Preguntándose qué demonios haría Vanessa allí más de una hora después de que hubiera salido del resort, se acercó al coche y miró dentro. El maletín de su amiga estaba en el asiento del acompañante.
Insegura, intranquila, fue hasta la puerta de Chelsea y llamó.

Jess: ¿Ness?

A lo mejor se había quedado ensimismada mirando las muestras, pensó, pero no veía una sola luz reflejándose en una ventana.

Levantó una esquina del felpudo, vio la llave.

Dejando de lado su educación innata, Jessica la cogió y abrió la puerta.

Jess: ¿Vanessa?

Buscó el interruptor de la luz, lo pulsó, pero el apartamento siguió a oscuras. Cuando dio otro paso, golpeó algo con el pie. Se agachó y recogió del suelo el sombrero de Vanessa.
 

Zac no estaba molesto porque ella lo hiciera esperar. No sería la mujer que él quería si fuera sumisa. Además, le gustaba saber que la había descolocado un poco. Aquella mujer tenía un equilibrio mental increíble.

Así pues, esperaría. Un hombre podía hacer cosas peores que estar sentado al aire libre en una bonita noche de primavera, bajo esa gran luna roja, esperando a su mujer. Pensó en volver a entrar, coger una cerveza, quizá un libro para pasar el rato.

Alex salió disparado de la casa y Zac se puso en pie de un salto. El corazón casi se le había salido por la boca antes de que Alex dijera ni una palabra.

Alex: Alguien se ha llevado a Ness.


Algo iba mal. Algo iba muy mal. Todo estaba borroso, amortecido. Su vista, su mente, su oído. Quería gritar, pero era incapaz de articular palabra.

No sentía dolor, ni miedo. No sentía nada.

Poco a poco cobró conciencia de la luz, como una lámpara con la pantalla sucia. Y del sonido, unos chasquidos indistintos. Ningún color, ninguno, solo siluetas tras la luz sucia. No podía pensar en nombres que concordaran con las siluetas. Mientras se esforzaba por hallarlos, el dolor se le despertó con un fortísimo martilleo en la cabeza. Notó el gemido avanzar por su garganta tanto como lo oyó. Una de las siluetas se acercó.

Hombre. Hombre. La silueta era un hombre.

**: ¡No eres tú! ¡Esa no es tu casa! Es culpa tuya. No es culpa mía.

El hombre volvió a alejarse y, pese al doloroso martilleo de la cabeza, los latidos demasiado rápidos del corazón, Vanessa empezó a distinguir otras siluetas, a recordar sus nombres.
 
Paredes, fregadero, hornillo, suelo, puerta. Cerrojos. Dios mío, Dios mío. Intentó moverse, incorporarse, y el mundo osciló.

**: ... para caballos -le oyó decir-. No te he puesto demasiado. Solo para que no gritaras, para traerte aquí. Pero tú no, no tenías que ser tú.

El apartamento de Chelsea. La llave debajo del felpudo. La luz no se había encendido.

Vanessa se concentró en mover los dedos, luego las manos, después los pies. Tenía algo pesado en el pie izquierdo -pie izquierdo-, y cuando oyó el ruido de una cadena, lo supo.

El temblor empezó en lo más hondo de su ser, le sacudió el cuerpo entero. Alice. Como Alice.

**: Tengo que sacar el mayor partido posible. -Él regresó, se sentó a su lado en la cama plegable-. Esto es lo que vamos a hacer. Eres joven y guapa.

Ella apartó la cabeza cuando él le acarició la mejilla.

**: Te quedan muchos años para tener hijos. Haremos muchos hijos varones. Sé cómo hacer que te sientas bien mientras los hacemos.

Ella lo empujó, aún débil, cuando él le pasó una mano por el pecho.

**: No te conviene portarte así. Ahora eres mi esposa y tienes que complacerme.

Ness: No, no puedo ser tu esposa.

**: El hombre elige, y lo hace de esta manera. En cuanto plante mi simiente en tu vientre, lo entenderás. Entenderás cómo es.

Ness: No puedes -le apartó las manos cuando él le desabrochó los vaqueros-. Tengo ganas de vomitar. Agua. Por favor. ¿Puedo beber agua?

Su mano se detuvo. Con un hondo suspiro, el hombre se levantó y fue al fregadero.

**: Es el sedante para caballos, supongo, pero se te pasará. Sea como sea, empezaremos con esto esta noche. Ya he esperado bastante.

Vanessa sacó fuerzas de flaqueza, se obligó a pensar, a pensar con claridad pese al miedo y el martilleo que le producían náuseas, le revolvían el estómago, pero sabía qué hacer.

Él tuvo que incorporarla para que pudiera beber, y Vanessa sintió asco cuando la tocó. Pero bebió, despacio.

Ness: No puedo ser tu esposa. 

Él le dio una bofetada.

**: Me has replicado, y no voy a tolerarlo.

El dolor solo la ayudó a terminar de aclararse las ideas.

Ness: No puedo ser tu esposa porque somos primos -recurrió a toda su fuerza de voluntad para permanecer sentada, para apartarse poco a poco de él-. Tu madre y mi madre son hermanas. Eso nos convierte en primos, Evan.

Evan: No quiero volver a pegarte, pero lo haré si sigues mintiendo y replicándome.

Ness: No te miento. Tu madre es Alice, mi tía.

Evan: Mi madre murió al darme la vida. Es la maldición de Eva.

Ness: ¿Es eso lo que te dijo tu padre? Has oído hablar de Alice, de cómo ha vuelto a casa después de tantos años. Años que pasó en esta misma habitación.

Evan: ¡Es una casa!

Ness: Justo aquí, encerrada, encadenada igual que me has encadenado a mí. Tú eres demasiado joven. -Pero no tanto como para haber matado a dos mujeres, pensó Vanessa. No tanto como para matarla a ella si lo ponía furioso-. Te puso Mike, y habla mucho de ti. De cómo te cantaba y te arrullaba. De lo mucho que te quería.

Sus ojos -color avellana, observó ella- la atravesaron.
 
Evan: Mi madre está muerta, lleva muerta desde que yo vine al mundo.

Ness: Tu madre vivió aquí durante años después de que nacieras. Me lo ha contado todo de este lugar. Sé que la espuma de las paredes es nueva. Sé que, detrás, las paredes son de yeso, que están enmasilladas, pero sin terminar. Y detrás de esa sábana colgada de ahí hay un váter, una duchita. ¿Cómo iba a saberlo si tu madre no me lo hubiera contado?

Él se rascó la cabeza.

Evan: Estás intentando confundirme.

Ness: La conoces. Creo que en el fondo ella te reconoció. Se puso a llorar después de verte cuando nos fuimos juntas a cabalgar. A llorar, y a hablar de ti y de sus otros hijos. Los bebés que tu padre le quitó. Seguro que la viste alguna vez por aquí. Trabajando en el huerto. Me ha contado que él la encadenaba fuera para que trabajara en el huerto. ¿La viste alguna vez?

Evan: Esa no era mi madre. Tampoco era la mujer del CAH.

Ness: Era las dos. Tu padre no te dejaba salir de casa cuando ella estaba fuera, ¿verdad? No te dejaba hablar con ella.

Evan: Cállate.

Ness: Tenemos lazos de sangre, Evan.

Él le dio otra bofetada, con más fuerza, la suficiente para que a Vanessa le supiera la boca a sangre. Pero Evan tenía lágrimas en los ojos.

Ness: Él te dijo que se llamaba Esther, pero se llama Alice. Sabes que no miento. Él te mintió. Te mintió y te alejó de ella.

Evan: ¡Cállate!

Evan se levantó de la cama y empezó a andar de un lado para otro.

Ness: Había un perro, un perro malo, y un caballo, con el lomo hundido. Una vaca lechera y unos cuantos pollos. Hay una cabaña. La tuvo ahí primero, en el sótano. Tú naciste en ese sótano y viviste ahí con ella durante más o menos un año, hasta que él os separó.

Evan: Me dijo que está muerta, como las otras.

Aunque las tripas se le retorcieron al oír «las otras», Vanessa se esforzó por mantener la voz firme.

Ness: Mentía, sabes que mentía. Te lo hacía pasar muy mal, ¿verdad?

Evan: Me fui de casa a los quince años.

Muestra compasión, pensó Vanessa. Muestra comprensión.

Ness: No me extraña.

Evan: Todo son reglas, sus reglas, y me arrancaba la piel a tiras si desobedecía una sola.

Ness: Entiendo perfectamente que te fueras. -Sigue mostrando compasión, se dijo. Sé compasiva con él, sé comprensiva. Inclúyelo en la familia-. Tu madre te habría protegido, pero él la tenía encerrada.

Evan: He vuelto. También son mis tierras. Tengo derecho a ellas. Voy a fundar una familia. Tendré hijos varones, y esposas y una familia.

Ness: Ya tienes familia. Yo soy tu prima. Debes dejar que me vaya, Evan. Puedo llevarte al rancho, con tu madre.

Evan: Eso no va a pasar. No soy imbécil. A lo mejor eres tú la mentirosa. Tengo que pensar -se dirigió a la puerta y descorrió los cerrojos-. Si mientes, tendré que hacerte daño. Tendré que castigarte por ello.

Ness: No miento.

Evan salió y Vanessa oyó el ruido metálico de los cerrojos. Por un momento se permitió derrumbarse, desmoronarse sin más, y temblar y llorar. Luego se levantó con esfuerzo de la cama y, aunque inestable, consiguió mantenerse en pie.

Metió la mano en el bolsillo trasero, pero no se sorprendió de que Evan le hubiera cogido el móvil. Pero del bolsillo delantero sacó la navajita que siempre llevaba encima y, tras sentarse en el suelo, cortó la espuma. Empezó a hurgar alrededor del tornillo del grillete.


viernes, 27 de octubre de 2023

Capítulo 28


El Step Up Bar estaba junto a una gasolinera de dos surtidores que ante todo vendía cigarrillos, tabaco de mascar y munición. Se podía tomar café si quemarse la mucosa gástrica no era un problema, pero la máquina de refrescos que había fuera era mejor opción las poquísimas veces que no estaba vacía.
Al otro lado del aparcamiento de gravilla sembrado de baches y hierbajos, un motel de veinte habitaciones con unos niveles de higiene cuestionables acogía únicamente a los viajeros más desesperados.

Aun así, a algunos lugareños les gustaba la sensación de que todo el mundo iba a su bola y frecuentaban el bar para ponerse tibios de alcohol. Y de vez en cuando, con las copas suficientes, una pareja o dos acababa alquilando bajo mano una habitación por horas en el motel.

Los tres negocios se mantenían a flote gracias sobre todo a motoristas que estaban de paso, quienes preferían copas baratas, una partida de billar seria y alguna pelea esporádica a los refinamientos.

Antes de marcharse a California, Zac había conseguido que Alex entrara allí con él para beber como jóvenes rebeldes menores de edad porque nadie de aquel antro se tomaba la molestia de pedir los carnets de identidad.

Cuando Zac entró con la camioneta y pasó junto al parpadeante letrero del One Shot Motel, que anunciaba que había habitaciones, vio que casi nada había cambiado.
 
Oyó el zumbido del letrero quebrando el silencio de la noche en calma. Por encima de él, la luna, casi llena, surcaba un cielo cuajado de estrellas.

Se alejó de la hilera de motocicletas estacionadas y aparcó al lado de una camioneta. Negó con la cabeza.

Alex estaba apoyado contra la camioneta, con Mike a su lado, flanqueados por Jessica y Chelsea.

Zac: No sabía que nos íbamos de juerga.

Ness: Así son las cosas -dijo al bajar-.

Zac se apeó, rodeó la camioneta y contempló a los cuatro en fila.

Zac: Agradezco el apoyo, pero da la impresión de que necesito un ejército para resolver este asunto.

Alex: Me da igual qué impresión da -se separó de la camioneta-. Clintok hizo lo que hizo en nuestras tierras. No nos meteremos a menos que intente jugar sucio.

Mike: Está dentro -señaló detrás de él con el pulgar-. Su camioneta está ahí.

Zac lo intentó por última vez:

Zac: No es el mejor sitio ni la mejor situación para traer a la pareja. 

Mike se rio.

Mike: Tú la has traído. Además..., díselo, Chelsea.

Chelsea: Soy cinturón negro de taekwondo. -Cuando se agachó para adoptar una postura de ataque, Zac se quedó mudo de asombro-. Aprendí mientras estuve en la universidad.

Jess: Y yo tengo muy mala gaita dando bofetadas -añadió sin tapujos-.

No podía hacer nada, decidió Zac, así que confiaría en que los hermanos pusieran a las mujeres a salvo si había peligro.

Zac: Lo único que necesito hacer es darle un puñetazo en la cara. Con eso estaremos en paz.

Alex asintió.

Alex: Pues hazlo y nos iremos todos.

Zac entró seguido de su dichoso séquito y vio que el bar tampoco había cambiado mucho por dentro.

La decoración se inclinaba por la taxidermia, con cabezas de osos y ciervos disecadas, y la bandera del estado de Montana estaba enmarcada junto a la bandera revolucionaria histórica de Gadsden. ¿Un elemento nuevo? Un cartel que rezaba:

LAS PISTOLAS NO MATAN GENTE, YO SÍ

Dos hombres con pinta de motoristas jugaban al billar y otros dos bebían cerveza de la botella y miraban.

Había dos mesas en el bar. En una, dos viejos que parecían permanentemente cabreados estaban sentados uno frente al otro, bebiéndose sus cervezas y jugando a las cartas.

Dedujo que la segunda mesa había sido requisada por los motoristas, pues estaba sembrada de botellas vacías y había cazadoras de cuero amontonadas en las sillas.

Había siete taburetes en la barra, todos ocupados. A primera vista no reconoció a nadie aparte de Clintok en la punta, pero entonces el corazón le dio un pequeño vuelco cuando vio al hombre grandullón que estaba sentado hacia la mitad, masticando cacahuetes garrapiñados.

Cuando los demás entraron en fila detrás de él, las bolas dejaron de entrechocar unas con otras, los culos se movieron en los taburetes. Zac deseó con todas sus fuerzas que el hecho de que la población femenina del bar hubiera aumentado a tres no creara problemas.

Pero por la manera como Clintok se enderezó en su taburete, supo que al menos un cliente sabía que los habría.

Sandy: ¿Efron? ¿Eres tú? -El grandullón lo señaló-. No me jodas, eres tú, Zac Efron. Oí que habías vuelto.

Ness: Sandy Rhimes -susurró, y a Zac se le encendió la bombilla-.

Zac: ¿Cómo te va, Sandy?

Sandy: Podría quejarme, pero no voy a molestarme. Hola, Alex, Mike, Vanessa, señorita, señorita -tenía una cara grande y poco atractiva, y una sonrisa dulce, casi angelical-. ¿Os habéis perdido?

Zac: No. Mi idea era venir aquí.

Sandy: Bueno, si os tomáis una cerveza, no perdáis la botella de vista. Slats os diría lo mismo -añadió, señalando con su botella al corpulento barman de mirada aburrida-.

Zac: No vamos a beber todavía. Tengo otro asunto entre manos. 

Sandy miró hacia el extremo de la barra.

Sandy: ¿Clintok? Si tienes algún problema con él, yo... Un momento. -Irguió la anchísima espalda, la tensó, y la sonrisa dulce se esfumó-. ¿Es él quien disparó a tu caballo? Me he enterado. -dejó su cerveza en la barra de golpe, y empezó a levantar su humanidad del taburete-.

Zac: Tranquilo. -Joder, no necesitaba que se uniera otro más-. Yo me ocupo.

Sandy: Eso espero.

Zac: Quedaos aquí -les dijo al resto, y se dirigió al extremo de la barra donde estaba sentado Clintok-. Tenemos un asunto pendiente.

Clintok: Que te den, Efron.

Zac: Supongo que vas armado, así que voy a decirte que si te veo llevar la mano donde creo que tienes la pistola, te la romperé por la muñeca.

La cara de Clintok empezó a teñirse de rojo.

Clintok: ¿Estás amenazando a un agente de policía?

Zac: Estoy amenazando a un capullo, un capullo en paro, según he oído. Estoy amenazando a un cobarde que se esconde entre los árboles y dispara a un caballo. Así que más vale que tengas las manos donde yo pueda verlas.

Zac sintió cómo el hombre del taburete que tenía a su espalda se levantaba sin hacer ruido y se alejaba despacio.

Clintok: ¿Cobarde? -apartó el taburete-. Tú eres un cobarde asesino. Mataste a dos mujeres.

Zac notó que los motoristas aguzaban el oído.

Zac: Tú quieres creer eso. Sabes que no es cierto, pero quieres que lo sea. Lo que sí es cierto es que tú disparaste a mi caballo.

Clintok le clavó un dedo en el pecho; Zac se lo permitió.

Clintok: Disparaba a una serpiente.

Zac: Ni siquiera tú tienes tan mala puntería.

Clintok: Sigues siendo el mismo de siempre. -Con los ojos encendidos, enseñándole los dientes, volvió a clavarle el dedo-. Un inútil, el hijo inútil de un fracasado que se jugó todo lo que tenía y se ahorcó de lo avergonzado que estaba. ¿Y te presentas aquí? Acompañado de los hermanos Hudgens, y con mujeres detrás de las que esconderte.

Zac: Solo han venido de público para ver la paliza. ¿Quieres que te la dé aquí dentro o vamos fuera? Tú decides.

Clintok: Fuera. 

El barman sacó un bate y comenzó a darse golpecitos en la palma de la mano.

Zac: Pues fuera.

Vio venir el puñetazo y tomó la decisión de no pararlo. Le dio lo bastante fuerte para que los oídos le pitaran, pero él solo se enjugó la sangre del labio.
 
Zac: Venga, sigue -retrocedió hacia la puerta-.

Clintok dio dos furibundos pasos hacia él y, mientras Zac se preparaba, Sandy estiró rápidamente un musculoso brazo.

Sandy: Eh, ¿qué andas buscando ahí detrás, Garrett? -Desenfundó la pistola del calibre 32-. Este tío juega sucio -anunció al bar-. Disparó al caballo de este hombre cuando él lo montaba. Nosotros no admitimos eso. No, señor, no lo admitimos. Tampoco admitimos que se intente desenfundar frente a un hombre desarmado. -Dejó la pistola en la barra-. Mejor guárdala detrás de la barra, Slats. Ahora, ¿vas a salir a resolver esto solito, Garrett, o quieres que te ayude?

Clintok: No me toques. Borracho subnormal.

Zac: Ves y mantén la puerta abierta -le susurró a Alex-. Yo lo haré salir. Vamos, Clintok. Si intentas escapar por la puerta de atrás, te aseguro que yo corro más.

Clitok: ¿Escapar de ti?

Clintok cogió una cerveza de la barra, rompió la botella sin dejar de correr y cargó contra él, tratando de cortarle con el afilado vidrio. Zac lo esquivó con agilidad, sin frenar el impulso que Clintok llevaba, y le dio una patada en el culo con la fuerza suficiente para mandarlo fuera por la puerta abierta.
Alex le agarró la muñeca y se la retorció. La botella rota cayó a la grava.

Zac: Gracias -salió como una bala-. Mantente al margen.

Tiró a Clintok al suelo antes de que él pudiera reaccionar, y tuvo el placer de ver cómo resbalaba por la grava y dejaba las piedras manchadas de sangre.

Luego retrocedió, esperó.

Vanessa apartó los vidrios rotos con el pie y, al igual que Zac, vio cómo Clintok se levantaba despacio. Las manos le sangraban después de su accidentado viaje por la grava. Bajo la gran luna y los chasquidos del letrero del motel, vio las manchas de sangre cada vez más oscuras en las rodilleras de sus vaqueros debidas a la caída.

Y la rabia que le llameaba en los ojos.

Ness: Ve a por él -masculló a Zac-.

Pero Zac, sorprendentemente sereno en ese momento, opinaba que las palabras podían hacer el mismo daño que los puños.

Zac: Pistolas, botellas rotas. Muy propio de ti, Clintok. Igual que esconderte entre las rocas y los árboles y disparar contra un caballo. O matar un perrito indefenso de un balazo en la cabeza.

**: ¿Mató un perrito? -Lo había preguntado uno de los motoristas que salían a ver la pelea-. ¡Hijo de puta!

Zac: Todo eso es muy propio de ti. Igual que las emboscadas, o pedir a tus amigos que sujeten a un hombre para que tú puedas darle una paliza. Aquella vez no te salió muy bien, que yo recuerde. Es hora de ver cómo lo haces tú solo, en una pelea limpia.

Clintok: Tendría que haberte dado el balazo a ti. 

Zac sonrió.

Zac: ¿Cuál de las dos veces? ¿Cuando éramos unos críos y mataste al perrito, o ahora, cuando disparaste a mi caballo?

Clintok: Las dos. 

Dicho esto, Clintok cargó contra él.

Zac esquivó el puñetazo, lanzado con rabia pero sin ninguna precisión, y asestó a Clintok un cruzado de derecha que le lanzó la cabeza hacia atrás e hizo que le sangrara la nariz.

Se había dicho que se quedaría satisfecho con eso, con un puñetazo que lo hiciera sangrar. Pero, Dios santo, le encendía un fuego en las entrañas, un fuego que llevaba años ardiendo sin llama.

Antes de pensarlo bien, le asestó un gancho de izquierda en la mandíbula.
 
Puede que los dos rápidos golpes despejaran a Clintok, o puede que tuviera instinto para pelear. En cualquier caso, Zac recibió dos puñetazos fuertes en las costillas antes de ponerle un ojo morado a su oponente.

Detrás de ellos, Jessica estrujó la mano a Vanessa.

Jess: Deberíamos detenerlos.

Ness: Oh, ni de coña.

Vanessa hizo una mueca cuando Zac encajó un golpe en la cara, dio un puñetazo al aire con la otra mano cuando él castigó a Clintok con dos directos en el vientre que le cortaron la respiración, seguidos de un despiadado gancho a la cara.

La grava crujió bajo sus botas mientras se atacaban, mientras giraban en círculos. El olor metálico a sangre se mezcló con los olores a cerveza, sudor y, sorprendentemente, la cecina que Sandy masticaba.

Gruñidos animales, los nudillos que chascaban y crujían cuando tocaban carne, hueso. A su lado, Jessica cambió de postura y se tapó los ojos con la otra mano.

Jess: Avísame cuando termine.

Ness: Ya casi está.

Después de trabajar toda su vida con vaqueros, de crecer con dos hermanos varones, por no hablar del propio Zac, Vanessa suponía que había visto suficientes broncas y peleas a puñetazos. Y sabía juzgarlas.

Clintok contaba con la ventaja de la fuerza bruta, pero Zac tenía a su favor la estrategia. Así pues, era rabia encendida contra frío fuego.

Cada vez que Zac le daba un puñetazo, la reacción de Clintok se volvía más desmañada. Se le ve venir, pensó. Vamos, Efron, ¿no ves...? Ay.

Entonces vio cómo Zac devolvía el puñetazo que apenas le había rozado el pómulo con un golpe raudo y certero, y luego lo remataba con un doloroso puñetazo en el vientre y otro despiadado gancho a la cara.
 
El último golpe derribó a Clintok, y Zac se colocó encima de él. No se ensañó con su oponente abatido, aunque Vanessa no lo habría respetado menos si hubiera estado en su lugar. Los espectadores no solo esperaban que lo hiciera, sino que lo exhortaron a gritos.

En cambio, Zac inmovilizó a su adversario y le habló con claridad:

Zac: Ya está. Vuelve a meterte conmigo, vuelve a meterte con cualquiera de las personas que son importantes para mí, y no solo te tumbaré. Te haré morder el polvo. Hazme caso. -Se levantó-. Y ahora, lárgate.

Luego se dio la vuelta, echando mano de todo su orgullo para no cojear, y recogió de Vanessa el sombrero que había perdido durante la pelea. Se lo puso como si nada.

Zac: Supongo que debería invitaros a todos a una ronda.

Jess: Estás sangrando.

Después de pasarse los magullados nudillos por la magullada cara, Zac se encogió de hombros.

Zac: No mucho.

Jess: ¿Son los hombres? ¿Son los hombres en general, o solo los que llevan sombrero?

Ness: Hablaremos de eso mientras nos tomamos una cerveza. 

Divertida, Vanessa empezó a tirar de su amiga para volver al bar, y entonces soltó un grito de advertencia.

Tambaleándose, Clintok volvió a ponerse a la luz del letrero, con una pistola en la mano.

Zac apartó a Vanessa de un empujón y se apresuró a alejarse del grupo cuando Clintok levantó el arma.

El mundo de Vanessa se detuvo un instante, empezó a girar muy despacio en ese breve lapso de tiempo. Oyó gritos, como voces en un túnel, y sintió que alguien la arrastraba hacia atrás cuando intentó avanzar.
 
Luego nada.

Vio con horror que Clintok apretaba el gatillo. Una, dos veces, tres. Y nada.

Su expresión de desconcierto le habría hecho gracia si el suelo no se hubiera ondulado bajo sus pies. Mientras eso ocurría, Zac lo cruzó a zancadas. El gancho, pura furia, levantó a Clintok del suelo antes de postrarlo en él.

Zac: Podrías haber dado a mi mujer, desgraciado hijo de puta. -Cogió la pistola y la miró-. Descargada.

Chelsea: Mike ha supuesto que tendría una en la camioneta. -Pálida pero sin amilanarse, se agarró al brazo de Mike-. Así que ha ido a comprobarlo.

Mike: Un buen vendedor sabe cómo piensa la gente -se acercó a Zac con tranquilidad y cogió la pistola-. Así que le he quitado las balas.

Zac: Te debo una.

Mike: No me debes nada, pero aceptaré esa copa.

Zac se volvió para mirar a Clintok, que no solo estaba postrado, sino inconsciente.

Zac: Tenemos que hacer algo.

Jess: Ya lo he hecho -volvió a salir, enseñándoles el móvil-. El sheriff está de camino.

Zac: Oh, vaya, Jessie, ¿cómo se te ocurre?

Ella se limitó a mirar a Zac con la boca abierta.

Jess: ¿Que cómo se me ocurre? Ha intentado matarte.

Alex: Tiene razón -alargó la mano y la arrimó a él-. Sé cómo te sientes, pero tiene razón.

Ness: Tiene toda la razón -tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no explotar-. Si Mike no tuviera más juicio del que yo le suponía, tú estarías muerto, o casi. No solo es un capullo, sino un capullo perturbado. No solo es un cobarde, es un asesino...

Como su tono rayaba en la histeria, Zac se acercó a ella y la abrazó.

Zac: Vale. Vale. Quizá sea mejor que respires una o dos veces.

Ness: No me digas que respire.

Zac: Una o dos veces -la besó, y soltó-: Mierda. -El contacto le dolió, luego se inclinó para susurrarle-: No llores. Te odiarás.

Ness: Estoy bien.

Zac: Una ronda para todos -dijo al barman sin despegar los ojos de Vanessa-. Soy de fiar.

Slats: Más te vale. -Después de echar un último vistazo a Clintok, el barman volvió a darse con el bate en la palma de la mano-. Se lo ha buscado.


Puede que sí, pero Tyler no parecía contento cuando llegó veinte minutos después.

Miró a Clintok, sentado en el suelo, con las manos atadas a la espalda con una brida de plástico y la cara ensangrentada. Miró a Zac, apoyado en la pared del bar, bebiendo cerveza junto a Vanessa, sus hermanos y las otras mujeres.

Se agachó al lado de su antiguo ayudante.

Tyler: Te dije que no te acercaras a él.

Clintok: Me estaba tomando una copa, y él ha entrado con su condenado pelotón y ha empezado la pelea.

Tyler: ¿Y tú has decidido terminarla sacando una pistola?

Clintok: No habría tenido que hacerlo si tú hubieras cumplido con tu deber y hubieras encerrado a ese cabrón asesino.
 
Tyler: Cumplo con mi deber desde el principio, igual que voy a hacer ahora. En primer lugar, te has cargado tu libertad bajo fianza llevando una pistola. Curtis, enciérralo atrás, y tomaremos declaración a algunos testigos para ver qué coño ha pasado. -Se acercó a Zac-. También te dije que no te acercaras a él, ¿verdad?

Ness: Hemos decidido salir todos a tomar una copa. Queríamos enseñar a Jessica otros sitios interesantes.

Después de mirarla durante un buen rato, Tyler se frotó la cara con una mano.

Tyler: Vanessa, no insultes mi inteligencia.

Zac: En parte es verdad. Pero también es verdad que yo sabía que Clintok probablemente estaría aquí, y desde luego es verdad que pensaba darle una paliza.

Tyler: Podría encerrarte en la camioneta con él y acusarte de agresión.

Alex: En efecto, podrías -habló con aire reflexivo mientras tenía los ojos fijos en su cerveza-. Pero no se sostiene teniendo en cuenta que Clintok ha dado el primer puñetazo y después ha ido a buscar su pistola. Puedes preguntar a la gente del bar si ha sido así, y cuando hables con Sandy Rhimes, seguro que te dirá que le ha quitado la pistola, la que Clintok llevaba encima, antes de que pudiera usarla.

Tyler: La señorita Baazov ha dicho que Clintok estaba apuntando a Zac con una pistola fuera del bar.

Mike: Esa ha ido a buscarla a su camioneta después de que Zac le ganara en una pelea limpia. Yo le había quitado las balas. He imaginado que llevaría una en la camioneta, y como ya había disparado a Zac una vez, y ha vuelto a intentarlo dentro del bar, me ha parecido prudente tomar esa precaución.

Tyler se frotó la cara con ambas manos.

Tyler: Por los clavos de Cristo.

Chelsea: Os habéis olvidado de la botella rota. La ha roto contra la barra y ha atacado a Zac con ella. No ha peleado limpio hasta que se ha visto obligado, y ni tan siquiera entonces.

Tyler: ¿Sabe tu madre que estás aquí, mezclándote en peleas de bar? 

Chelsea: Sabe que estoy con Mike. O eso espero. Vivo en el Pueblo Hudgens, pero hablo con ella casi todos los días.

Tyler: No hacéis más que replicarme. Curtis, entra y empieza por Sandy Rhimes. Tómale declaración. Señorita Baazov...

Jess: Jessica.

Tyler: Jessica, vamos a dar un paseo hasta la máquina de refrescos, ya que no puedo echar un buen trago de whisky, como me gustaría. Voy a suponer que eres la que tiene más sentido común de todos los presentes. Así que vas a explicarme lo que ha ocurrido, paso a paso.

Jess: Lo haré encantada.

Zac tomó un trago de cerveza cuando echaron a andar por el aparcamiento.

Zac: Va a estar cabreado un tiempo.

Ness: Se le pasará -se encogió de hombros-. Sabía que tú irías en busca de Clintok y sabía que él habría hecho lo mismo dadas las circunstancias. Va a pasarse más tiempo defraudado que cabreado. No por ti, sino por Clintok.


El trayecto de vuelta duró más de una hora, y a su término Zac se notaba cada cardenal y cada rasguño. Pensó con cariño en la bolsa de guisantes que Vanessa había metido en su congelador, y tan solo deseó que hubiera metido media docena.

Aun así, consideraba que cada punzada, pinchazo y ramalazo de dolor había valido la pena. Garrett Clintok pasaría una larga temporada entre rejas. Suponía que el comentario de Jessica antes de que cada uno se fuera por su lado también había sido acertado.

Clintok era carne de psiquiatra.

Apretando los dientes para soportar las punzadas que le aguijoneaban las costillas al bajar de la camioneta, se recordó que Clintok había salido peor parado.

Ness: ¿Quieres hacer una visita a Atardecer para decirle que ha sido vengado?

Zac: Se lo diré por la mañana.

Vanessa le pasó un brazo por la cintura, un poco compadecida de él.

Ness: Puedes apoyarte en mí. -Y, alzando la vista, suspiró a la luna-. Debo decir que esta ha sido la mejor noche de mi experiencia en peleas. Jessica ha sacado algunas fotos extrañas y bastante artísticas del Step Up y algunos de los clientes mientras Tyler te echaba el último sermón. -Abrió la puerta, le quitó el sombrero, lo tiró. Luego le rozó la cara con los dedos mientras inspeccionaba el desaguisado-. Tú no estarás guapo durante unos días, pero le has roto la nariz.

Zac: Eso me ha parecido.

Ness: No vuelvas a empujarme de esa forma.

Zac enarcó las cejas, sorprendido. Incluso un gesto como ese le dolía.

Zac: Ten por seguro que si algún capullo perturbado blande alguna vez una pistola en tu dirección, volveré a empujarte.

Ness: La próxima vez estaré preparada, y antes te empujaré yo a ti -le dio un empujoncito, y luego volvió a arrimarlo a ella para desabotonarle la camisa-. Echemos un vistazo a lo que queda de ti.

Zac le agarró las manos.

Zac: Casi se me para el corazón de un infarto al pensar que pudiera darte.

Ness: Al mío tampoco le ha hecho ningún bien, cuando te has apartado y te has puesto tan a tiro. Rollo Gary Cooper.

Zac: Rollo Clint Eastwood. Alex es más Gary Cooper que yo.

Zac le agarró la cara y la besó con tal vehemencia que se desataron a la vez, entremezclados, el dolor, el deseo y el placer.

En ese mismo instante, excitada, Vanessa lo agarró por los hombros, aunque se esforzó por no apretar.

Ness: Esta noche no estás en condiciones de ponerme a cien, Efron.

Zac: Tengo que hacerlo. -Deprisa, le quitó la camisa y la empujó contra la puerta-. Tengo que poseerte. Deja que te posea. -Le desabrochó el sujetador, lo apartó, le cogió los pechos-. Deja que te posea.

Ness: He querido arrancarte la ropa desde que has dado el primer puñetazo. -Y eso hizo Vanessa, empezando por la camisa-. Luego no te quejes si te hago daño.

Cuando ella estrujó su boca contra la de él, Zac la arrastró al suelo.

Todo el ardor, todo el fuego, toda la pasión que había contenido para pelear con la cabeza fría se desató en sus entrañas. Esa necesidad de golpear carne se transformó en una necesidad de poseerla. De poseer a Vanessa.

Y se desbordó con frenesí.

Notó dolor cuando las manos de ella, bruscas y ávidas, le arrancaron la ropa, le estrujaron los músculos. Pero era un dolor lejano, casi inconexo, casi enterrado bajo esa nueva sed desenfrenada.

No la esperó, no podía esperar, sino que la penetró en cuanto la hubo desnudado lo suficiente. Luego la montó como si le fuera la vida en ello.

Ella se arqueó con un grito entrecortado, agarrándose a su pelo como a una cuerda para evitar caer por un precipicio. Los ojos de él se habían vuelto verdes, reflejando los de ella, con una intensidad casi salvaje que le impedía despegar la mirada de ellos.

La atravesó un incendio, un relámpago, dejándole los sentidos como tierra quemada. Se movió debajo de él, para que la tomara más fuerte, más rápido. Si él saqueaba, ella robaba. Y cuando el relámpago volvió a alcanzarla, montó en él hasta que las llamas los consumieron a los dos.

Estremeciéndose, impregnada de sudor y algo de sangre de las heridas abiertas en el frenesí, Vanessa respiró de forma entrecortada. El corazón de Zac latía contra el suyo mientras él yacía encima de ella con todo su peso, consumido.

Pensó en el momento en el que Clintok había levantado la pistola -la sensación de que el mundo giraba, el suelo temblaba- y concluyó que aquello era casi lo mismo.

Ness: Esto es lo que vas a hacer.

Zac: Vanessa, creo que hay montones de razones por las que ahora mismo no voy a poder moverme.

Ness: Ya te advertí de que no te quejaras cuando te hiciera daño. Lo que vas a hacer es darte una ducha caliente. Cuando salgas, te tomarás un analgésico y un trago de whisky, te pondremos hielo donde sea necesario, y curaremos y vendaremos lo que haga falta.

Zac: Estoy bien donde estoy.

Ness: Es la adrenalina del sexo, y se te pasará enseguida.

Zac: Adrenalina del sexo. -Vanessa sintió los labios de Zac curvarse hacia arriba contra su cuello-. Habría que embotellarla.

Ness: Esta noche has dado una paliza a un tío que se la merecía, y la has rematado con el sexo más tórrido y delirante que jamás he tenido en el suelo.

Zac: Ya somos dos.

Ness: Dudo de que nadie pueda ser más macho que tú en una sola noche. Pero estás más lesionado de lo que imaginas. Será peor si no te curamos. -Con suavidad, casi con ternura, le acarició la espalda-. Hazlo por mí, Zac.

Ella nunca le pedía nada, la verdad, y nunca de esa manera, con esa dulzura. De modo que no tuvo alternativa.

Y cuando se movió, el gemido de dolor se le escapó antes de que pudiera contenerlo.

Ness Tus costillas se han llevado la peor parte. Las del lado izquierdo.

Zac: Lo sé. -Pero por primera vez bajó la vista, vio los moretones, las ronchas de intenso rojo-. Joder.

Ness: Mañana tendrá peor aspecto y te dolerá más, así que adelantémonos -le quitó la bota que aún llevaba puesta y los vaqueros que se habían quedado enganchados a ella. Se levantó y le tendió la mano-. Vamos, vaquero, a la ducha.

Él se agarró a su brazo y se incorporó despacio, con esfuerzo. Luego se la quedó mirando.

Zac: Tienes que saber lo que viene ahora.

A Vanessa le dio un pequeño vuelco el corazón.

Ness: Puede, pero no creo que deba venir cuando tú apenas puedes tenerte en pie y los dos estamos desnudos.

Zac: Probablemente estés en lo cierto. Tendrá que esperar.

Vanessa volvió a ponerse los vaqueros cuando él se encaminó a la ducha cojeando. Tendría que esperar, pensó. No necesitaba grandes artificios, pero cuando el tipo que ahora sabía que era el hombre de su vida le dijera que la quería, al menos le gustaría que no estuviera sangrando.



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