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martes, 31 de octubre de 2023

Capítulo 30


No sucumbiría al pánico; no sucumbiría a la rabia. Ambos moraban dentro de él, pero Zac los tenía encerrados bajo llave en la cocina de los Hudgens.

El sheriff ya había pasado. Sabía que Tyler tenía a todos sus ayudantes peinando la zona, que había llamado al FBI, que su intención era apretar las tuercas a sus fuentes de información.

Eso le traía sin cuidado.

Había oído llorar a Chelsea. Se había olvidado unas muestras, Vanessa había pasado a recogerlas por su apartamento. Nadie dudaba de que la persona que tenía a Vanessa había querido llevarse a Chelsea.

Pero ni tan siquiera cuando había dejado de llorar, Chelsea tenía la menor idea de quién había planeado raptarla.

Tyler afirmaba que contaban con una ventaja, que no podía haber transcurrido mucho más de una hora entre el rapto y el momento en el que Jessica había encontrado el coche, el sombrero.

Eso también traía a Zac sin cuidado.

Lo que importaba era que, al despuntar el alba, él empezaría donde habían encontrado a Alice, emprendería su propia búsqueda.

Escuchó, y estudió el mapa que Sam había desplegado. Y aunque vio que a Sam le temblaban los dedos más de una vez, no dijo nada. Todos los mozos del rancho, junto con otros empleados del resort, se quedarían con una sección del mapa y buscarían en grupos.

En camionetas, a caballo, en quads.

Zac tenía su sección asignada, y nada lo disuadiría.

Sam: Ahí han buscado en kilómetros a la redonda.

Zac: Quedan muchos kilómetros. Que me maten si el individuo que se llevó a Alice no es el mismo que se ha llevado a Vanessa. Solo necesito que me prestes un remolque. Iré hasta allí con él y seguiré con Atardecer. Podemos cubrir más terreno.

Alice: Hay carreteras, grava -estaba al pie de la escalera trasera en pijama, blanca como el papel-. Y cercas, y sitios donde había mucha nieve. Dibujé un ángel en la nieve. Me acuerdo. El señor se ha llevado a Vanessa. Os he oído hablando. Se ha llevado a Vanessa.

Cora: No tienes que preocuparte -tan agotada que tuvo que apoyarse en la mesa, se levantó.

Alice: ¡Sí! Sí debo preocuparme. Impedirlo, impedirlo, impedirlo -se llevó la mano a la boca-. Puedo volver. Si pudiera encontrar el sitio, podría volver. ¿La soltaría si yo vuelvo? No quiero que le haga daño. Ella también es mía. Volveré si encuentro el sitio.

Anne agarró a Cora por el brazo; luego se levantó para ir junto a Alice.

La abrazó.

Anne: Sé que lo harías, pero la encontraremos. Vamos a encontrarla.

Alice: La quiero, Anne. Lo prometo, lo prometo.

Anne: Lo sé.

Alice: No debería haberme ido. Él no se la habría llevado si yo no me hubiera marchado.

Anne: No. Eso no es cierto, y no lo pienses nunca, nunca.

Alice: Mike a lo mejor lo sabe. ¿Sabe él cómo volver?

Mike: Vamos a buscarla. Vamos a encontrarla.

Alice: No el Mike de Anne. Mi Mike. ¿Lo sabe él?

Anne: Vamos a sentarnos. Jessica, ¿podrías preparar té? Yo no puedo...

Jess: Por supuesto.

Alice: No quiero sentarme. No necesito sentarme. ¡Sentaos vosotras! Si Mike lo sabe... Yo no quería que lo supiera. Su padre es malvado. Su padre es cruel. No debería tener que saberlo. Solo era un bebé.

Anne: Alice, por favor. 

Deshecha, Anne se hundió en la silla, se tapó la cara con las manos.

Alice: Se lo dije a Vanessa. Le dije que no se lo diría a ninguno de mis bebés. Ya no son mis bebés. Se lo dije. Ella dijo que yo era muy valiente. Pero si él lo sabe, ya lo sabe. Tenemos que preguntarle si lo sabe o el señor hará daño a Vanessa. La violará y le quitará a sus hijos. Le...

Anne: ¡Basta! -volvió a levantarse y se encaró con Alice-. Basta. 

Pero Zac la apartó de un codazo, y sujetó a Alice por los hombros.

Zac: ¿Cómo lo encontramos para ver si lo sabe?

Alice: Tú ya lo sabes.

Zac: Ahora mismo no puedo pensar, Alice. No puedo aclararme las ideas. Échame una mano.

Alice: Se le dan bien los caballos. Es educado y dice «señorita». Tiene un poco de verde en los ojos y un poco de rojo en el pelo, solo un poco. Te llama «jefe» y llama «gran jefa» a Vanessa. Os ayudaría a encontrarla si pudiese. Es un buen chico.

Estas palabras lo arrollaron, lo desbordaron. Tuvo que dejar de sujetarla por los hombros para no clavarle los dedos.

Zac: Sí, tienes razón. Evan Lewis -dijo mientras se volvía hacia la mesa-. Se refiere a Evan Lewis.


El tornillo atravesaba el yeso y estaba muy bien enroscado. Hurgar y dar tajos en la madera desafiló la hoja. Empapada en sudor, con las yemas de los dedos ensangrentadas, se obligó a levantarse, a buscar alguna cosa, cualquiera que pudiera utilizar como arma o herramienta.

Tenedores y cucharas de plástico, platos y vasos de plástico. Una taza de cerámica barata. Pensó en romperla, esperando obtener un par de fragmentos afilados, y lo dejó para más adelante, por si hacía falta.

Examinó el baño, arrastrando la cadena contra el suelo.

Se volvió, miró la ventana, oscura porque era de noche. Si conseguía sacar el dichoso tornillo de la pared, podría encontrar la manera de subir hasta ella, de romperla. Podría salir por el hueco, a duras penas, pero lo conseguiría.

El problema era que con una navaja roma tardaría días, incluso más tiempo, en sacar el tornillo.

Dudaba de que tuviera días.

Si Evan la creía, no podría utilizarla. Y quizá cortara por lo sano. Si no la creía, la utilizaría.

La gente la buscaría, y tal vez la encontraría antes de que estuviera muerta o de que él la hubiera golpeado y violado, pero no podía contar con ello.

Miró la navaja. Se la clavaría en el ojo, pensó, fría como el hielo. Puede que con eso bastara, pero seguiría estando encadenada a la pared.

Regresó, volvió a sentarse en el suelo, y esta vez metió la navaja en la cerradura del grillete. Nunca había forzado una cerradura, pero si había un buen momento para aprender, era ese.

¿Podía convencerlo para que la soltara? ¿Jugar la baza de los lazos de sangre? Oye, Evan, ¿por qué no me enseñas tu casa?

Apoyó la cabeza en las rodillas, se limitó a inspirar y espirar.

El hombre estaba loco, tan adoctrinado como Alice a su llegada. Y sin los dieciocho años que Alice había tenido como base. No quería a su padre, de eso se había dado cuenta. ¿Podía aprovecharlo?

Las palabras podían ser un arma, igual que una bala o un filo.

Ness: No voy a morir aquí -afirmó en voz alta-. No voy a ser una víctima. Voy a salir. Voy a volver a casa. Maldita sea, Zac, voy a casarme contigo. Lo he decidido. No se hable más.

Furiosa consigo misma, se enjugó las lágrimas, parpadeó para aclararse la vista y siguió hurgando en la pared.

En un determinado momento se quedó traspuesta. Luego despertó sobresaltada. Dormiría cuando regresara a casa. Se daría una ducha caliente, se bebería cuatro litros de café. No, cuatro litros de Coca-Cola, fría, fría en su garganta reseca.

Comería caliente.

Dios mío, Alice. Dios mío, ¿cómo sobreviviste?

Pensando en eso, en los años en los que Alice había hecho precisamente eso, sobrevivir, Vanessa se esforzó más.

Cuando oyó el chasquido, la mente se le vació. Todos sus pensamientos se disolvieron. Las manos le temblaron, le sangraron cuando hizo palanca para abrir el grillete.

Como si tuviera las piernas de goma, se levantó y calculó cómo llegar a la ventana, pero oyó que descorrían los cerrojos de la puerta.

A gatas, de nuevo envuelta en un sudor frío, recolocó la espuma, arrastró la cadena, se quedó de pie junto a la cama con el corazón palpitándole y la navaja roma oculta en la palma de la mano.

Lo disuadiría, se dijo. Como fuera, pero lo disuadiría. ¿Y si no podía?

Pelearía.

La puerta se abrió y el corazón desbocado se le paró cuando se topó con
 
los ojos resentidos del hombre que había tenido cautiva a Alice durante veintiséis años.

Sabía que a él no podría disuadirlo.


Zac bajó a Atardecer del remolque. Aunque hacía años que no disparaba una, llevaba una pistola en la cartuchera. Alex también.

Se habían desplegado, familiares, ayudantes, amigos. Mucho terreno que cubrir, pensó, pero no tanto como antes. Evan se había criado al sur de Garnet, y Tyler había confirmado que el hombre que ahora sabían que se llamaba John Gerald Lewis tenía una cabaña en alguna parte del sur de Garnet.

Zac había calculado, lo mejor que sabía, las zonas más probables a partir del lugar donde habían encontrado a Alice.

Alex: Hay veintiocho hombres buscando -dijo cuando ambos montaron-. Hay mucho terreno montañoso que cubrir, pero veintiocho hombres pueden cubrirlo. -Miró al cielo-. El helicóptero del FBI no tardará en llegar.

El sol asomó, un atisbo de luz, por encima de los picos que se alzaban al este.

Zac: No voy a esperarlo -dijo, y espoleó a Atardecer-.

Como Lewis vivía al margen del sistema, Zac suponía que estaría instalado lejos de ranchos y carreteras, al amparo de árboles y elevaciones del terreno. Pero necesitaría una vía de entrada y salida.
Cabalgaron por la carretera de un rancho durante un rato, en silencio, escudriñando el terreno.

Alex: Estará lejos del pueblo fantasma, los turistas, las rutas para quads -cogió los prismáticos que llevaba al cuello y oteó el horizonte-.
 

Zac: El hijo de puta le dijo a Clintok que nos habíamos tomado una cerveza juntos después de trabajar la noche que mataron a la universitaria. No era verdad, pero yo no dije lo contrario. Pensé que lo hacía por mí, pero también lo hizo por él. No me di cuenta, Alex. En ningún momento.

Alex: Nadie se dio cuenta.

Zac: No iba detrás de Vanessa. No sé determinar si eso significa que no corre peligro hasta que él decida qué hacer, o...

Alex: Pues no lo hagas. Está viva. Sabe cuidarse.

Zac: Sabe cuidarse -repitió... porque necesitaba creerlo-. Voy a casarme con ella.

Alex: Imaginaba que pasaría.

Zac: Pasará. Voy a ir al oeste desde aquí, a campo traviesa. ¿Qué tal si tú continúas hacia el norte otro medio kilómetro y después haces lo mismo? Tenemos el este cubierto.

Alex: Si ves algún rastro, me haces una señal.

Asintiendo, Zac bajó por una ladera con Atardecer, subió una loma y se adentró entre los árboles. Vio rastros, pero de animales. Ciervos, osos, alces. Sam le había enseñado a rastrear cuando era un crío, igual que había enseñado a Alex, a Vanessa y a Mike.

Pero Zac recorrió unos ochocientos metros bajo un sol cada vez más fuerte sin ver ningún indicio de seres humanos o maquinaria.

Olió a vacas, entró en unos pastos donde pacían, siguió la cerca hacia el norte hasta que pudo cruzarla. Otra carretera de un rancho, y como Alice había dicho que había andado por más de una, abrigó una llama de esperanza. Debería haberla esperado. ¿Por qué no la había esperado bajo aquella enorme luna roja? Como esos pensamientos solo le causaban miedo y desesperación, los ahuyentó. En cambio, ordenó mentalmente a Vanessa que pensara en él. Si lo hacía con la fuerza suficiente, él quizá lo sabría, lo percibiría.

Se encontró con un ranchero que estaba arreglando la cerca; se detuvo.

**: ¿Te has perdido, hijo? 

El hombre se levantó el sombrero y miró fríamente a Zac y la pistola que llevaba en la cartuchera.

Zac: No, señor. ¿Son estas sus tierras?

**: Así es. Espero que tengas una buena razón para estar en ellas.

Zac: La tengo. Anoche se llevaron a una mujer. Tenemos motivos para pensar que está retenida en esta zona.

**: ¿Llevas placa?

Zac: No, pero otros que la buscan sí. Es mi mujer.

**: Pues aquí no está. A lo mejor ha huido.

Zac: No lo ha hecho. Vanessa Hudgens.

Su expresión dura se tornó en preocupación.

**: Conozco a los Hudgens. ¿Vanessa es su hija? ¿La que lleva el resort?

Zac: Así es. Busco la casa de Lewis. John Gerald Lewis. Tiene un hijo que se llama Evan.

**: No sé dónde está. Ese apellido no me suena.

Zac: Tiene una cabaña y al menos un cobertizo. Un caballo viejo, un perro, una vaca lechera, unos cuantos pollos. Vive al margen del sistema. Tiene tratos con los Verdaderos Patriotas.

**: No conozco el apellido Lewis, pero hay una cabaña a menos de dos kilómetros en línea recta. -El ranchero señaló hacia el noroeste-. Mad Max; mi hijo lo llamó así. A mi hijo y a sus amigos les gustaba cabalgar por esa zona, hasta que se acercaron demasiado a ese okupa, que no es más que eso, y los echó. Tuve unas palabras con él por ese motivo, pero de eso hace tranquilamente diez años. Un ciudadano soberano, medio loco, si quieres saber mi opinión, pero vive y deja vivir. Guardamos las distancias.
 
La llama de la esperanza, más viva, más brillante, atravesó a Zac.

Zac: ¿Lleva el móvil encima?

**: Sí.

Zac: Necesito que llame al sheriff Tyler, que le diga lo que me ha contado y dónde encontrar la cabaña.

**: ¿Crees que se la ha llevado?

Zac: También tiene un hijo, y sí, la tienen ellos.

**: Espera a que vaya a buscar un caballo, es la manera más rápida de ir desde aquí. Te acompañaré.

Zac: No puedo esperar. Llame a Tyler -dijo espoleando a Atardecer para salir al galope-.

Tuvo que aminorar la marcha cuando el terreno se tornó más accidentado y los árboles, más tupidos. Mientras cabalgaba, sacó el móvil y llamó a Alex. Le gritó la ubicación.

Alex: Llegaré por el norte.

Zac: Estoy a unos ochocientos metros -dijo, y guardó el móvil-. 

Apenas lo había hecho cuando oyó el disparo.


Lafoy la escrutó mientras cerraba la puerta. Se recostó en ella, como si le hiciera falta apoyarse, eso pensó Vanessa. Tenía mal color y los ojos enrojecidos. Despacio, escondió la mano detrás del muslo y se colocó la navaja roma entre los dedos.

Pelearía.

Él tenía una pistola en la cartuchera, una funda de cuchillo en el cinturón. Pelearía.

Lewis: Sabía que el chico tramaba algo, entrando y saliendo a escondidas como ha estado haciendo. Veo que ha aislado las paredes. A lo mejor no es tan imbécil como parece. -Desvió los ojos hacia la cama, volvió a clavarlos en ella-. No parece que haya tomado sus derechos conyugales todavía, y es lo mejor. El hijo honra al padre. Soy el cabeza de familia, mía es la casa que ahora te procuro. Eres Myra, mi esposa. Me llamarás «señor» y me obedecerás en todo. Quítate la ropa y túmbate en la cama.

Ness: Parece enfermo. Parece que necesita un médico -necesitaba que se acercara más, lo suficiente para usar la navaja, arrebatarle la pistola-.

Lewis: Quítate la ropa -repitió, y se encaminó hacia ella-. Yo tomaré los derechos que Dios me ha dado y tú me darás hijos varones.

Vanessa se quedó donde estaba. Si retrocedía, él vería que no tenía la pierna encadenada.

Ness: Por favor. -Se permitió manifestar parte del miedo que sentía-. Por favor, no lo haga. No me haga daño.

Él le agarró la camisa con una mano, se la rasgó, y le dio un revés con la otra. Con los oídos pitándole y los ojos llorándole por la bofetada, ella le clavó la navaja en un costado del cuello. La sorpresa hizo que Lewis diera un paso atrás, arrastrando a Vanessa consigo. Mientras él sangraba a borbotones, ella le agarró la pistola por la culata. Un violento ataque de tos lo hizo caer. Ella quedó aprisionada bajo su peso. Soltando palabrotas, gritando, volvió a clavarle la navaja mientras intentaba sacar la pistola de la cartuchera.

Él le puso una mano en la garganta y apretó con una fuerza sorprendente.

Vanessa oyó otro grito, pero no era suyo, y el peso y la presión cesaron.

Vio que Evan arrojaba a su padre contra la pared.

Evan: ¡Es mía!

Lewis: Te haré picadillo, muchacho.

Evan: ¡Me has mentido! -agarró a su padre por el cuello-. Podría haberte matado mientras dormías. Casi lo he hecho.

Cuando Vanessa se alejó gateando, resollando, vio que Lewis daba un puñetazo en la cara a Evan. Y ambos se atacaron como animales cuando ella se puso en pie y echó a correr.

Terreno accidentado, un caballo con el lomo hundido, una vieja vaca que no había sido ordeñada, una cadena clavada en el suelo y un viejo collar de perro.

Pensó en Alice y, presa del pánico, echó a correr hacia el bosque.

Una cabaña, y dos camionetas. Se obligó a cambiar de dirección, a no dejarse llevar por la necesidad visceral de correr, solo correr. Una de ellas podía tener las llaves puestas.

Oyó el grito, siguió corriendo, pero cuando oyó el ruido de alguien persiguiéndola, giró sobre sus talones y levantó la pistola. Apuntó a Evan, al pecho.

Ness: Juro que te dispararé. No me lo pensaré dos veces.

Él se detuvo, sangrando por la boca, y alzó las manos. De hecho, sonrió.

Evan: Tranquila. Ya está. Se lo he impedido. No debería haber intentado tomar lo que es mío. No hay problema en que seas mi esposa. Lo he pensado a fondo. Es como Adán y Eva, los hijos de Adán y Eva. Vamos a fundar una familia. Dentro de un tiempo, también traeré a Chelsea. Yo le gusto. Tendrás una esposa hermana.

Ness: Eso no va a pasar, no vas a hacerlo. Ponte de rodillas.

Evan: Puedo hacer que te sientas bien. Sé cómo.

Cuando Evan dio otro paso, ella se dispuso a disparar, a matarlo si era necesario.

Ness: No me obligues a hacerlo -le advirtió-.

Entonces dejó de encañonarlo a él y apuntó al hombre que había salido corriendo de la prisión con un cuchillo en la mano y mirada asesina.

Lewis: ¡Honra a tu padre! -gritó, y Vanessa disparó-. 

Disparó por segunda vez cuando él apenas aflojó el paso y volvió a hacerlo antes de que cayera al suelo.
 
Evan: Le has disparado -su tono era de curiosidad, y tenía la cabeza ladeada-. Creo que está muerto.

Ness: Lo siento.

Evan: Era un miserable hijo de perra. Por eso las esposas no le duraban. Tenía siempre que enterrarlas. Yo no quería ser miserable con las dos que elegí. No fue culpa mía. No lo seré contigo.

Ness: Por favor, no me obligues a dispararte. Por favor, no lo hagas. 

La mano le temblaba, le temblaba tanto que le daba miedo no ser capaz de apretar el gatillo.

Evan solo sonrió cuando se acercó a ella.

Los dos oyeron los cascos de un caballo, y cuando se volvieron a la vez, vieron que Zac desenfundaba la pistola mientras Atardecer saltaba por encima de la cerca.

Zac: ¡Al suelo, Evan! Túmbate boca abajo en el suelo o te tumbaré yo a balazos -pasó una pierna por encima del cuello de Atardecer y desmontó con agilidad-. ¡Ya!

Evan: Ahora son mis tierras. Tengo derecho a...

Zac tomó el camino fácil. Dos implacables izquierdazos.

Zac: Que no se mueva de ahí.

En respuesta, Atardecer puso un casco sobre la espalda de Evan.

Con el chico en el suelo vigilado por el caballo, Zac se acercó a Vanessa a zancadas.

Zac: Dame eso. -Le cogió la pistola de la mano temblorosa y se la metió en el cinturón-. Déjame ver, déjame ver dónde estás herida.

Ness: No es mi sangre. No es mía. No estoy herida.

Zac: ¿Estás segura? -enfundó su pistola y le pasó los dedos por la magulladura de la cara-.

Ness: He disparado... He disparado...

Zac: Chist -la abrazó-. Ahora estás bien. -Oyó sirenas, y un ruido de cascos-. Ahora estás bien

Ness: Van a fallarme las piernas. 

Las rodillas no le flaquearon, se le evaporaron.

Zac: Tranquila -la cogió en brazos-. Ya te tengo.

Ness: Le he disparado... lo he apuñalado. Lo he apuñalado en el cuello, creo que ha sido en el cuello, con mi navaja. No he podido sacar el tornillo, pero lo he apuñalado. Tú me regalaste la navaja y yo lo he apuñalado.

Zac: Vale. 

Estaba conmocionada, y no era de extrañar. Tenía la piel blanca como el papel y las pupilas tan grandes con lunas.

Ness: ¿Lo he matado? ¿Está muerto?

Zac: No lo sé. Lo has tumbado, y eso es lo que cuenta. Mira, ahí viene Alex. Tu padre y Mike están de camino, y Tyler. ¿Oyes las sirenas?

Ness: Iba a salir por la ventana, pero él ha entrado por la puerta. El señor, no Evan. Estoy diciendo incoherencias. No puedo pensar con claridad.

Zac: Ya pensarás después -se quedó donde estaba cuando Alex saltó de su caballo y los abrazó a los dos-. No está herida. No es su sangre.

Asintiendo, Alex volvió la cabeza y miró a los dos hombres tendidos en el suelo.

Alex: ¿Lo has hecho tú? -preguntó a Zac-.

Zac: Yo he tumbado a uno y ella al otro. -Se volvió cuando la camioneta del sheriff se acercó a toda velocidad por la bacheada carretera-. No tienes que hablar con Tyler todavía. Esperará hasta que te hayas repuesto un poco.

Ness: Estoy bien. Mejor. Es probable que las piernas ya me respondan.

Pero Zac la llevó hasta un tronco para cortar leña e hizo que ella se sentara en su regazo.

Zac: Nos quedaremos un rato aquí sentados.

Ness: Buena idea.

Vanessa habló con Tyler, descubrió que contar lo ocurrido paso a paso la ayudaba a aclararse las ideas. Y vio cómo se llevaban a Evan esposado, insistiendo aún en que no había hecho nada malo.

Ness: Se lo cree. Tenía derecho a llevárseme, aunque su plan fuera llevarse a Chelsea. Las muertes de Bonnie Jean y Karyn Allison fueron meros accidentes, no culpa suya. Lo han educado para creerlo. Se me olvidaba, Dios mío, se me olvidaba, ha dicho algo de que el señor, Lewis, había tenido que enterrar a sus esposas. Creo que Alice tenía razón. Había otras.

Tyler: Lo investigaremos.

Ness: Iba a matar a su propio hijo. Ha salido corriendo con el cuchillo. No dejaba de correr. Yo tenía la pistola. Tenía la pistola, así que la he utilizado.

Tyler: Cariño, no debes preocuparte por eso -le acarició la rodilla-. Es evidente que estabas defendiéndote, y es más que probable que hayas salvado la vida al hombre que te ha metido en esto.

Ness: Primero lo he apuñalado, en la casa. Se me ha echado encima, se me ha echado encima cuando no he querido desnudarme y tumbarme como él me ordenaba. Necesitaba que se acercara. Había estado utilizando la navaja, me la regalaste tú -dijo a Zac-. Cuando cumplí doce años.

Zac la miró un momento y luego pegó la frente a la suya.

Zac: Aún la tienes.

Ness: Es una buena navaja. Quiero recuperarla. ¿Puedo recuperarla?

Zac: Ahora mismo la necesitaremos como prueba, pero te la devolveré.

Ness: Está bastante desafilada. La he utilizado para intentar sacar el tornillo de la pared, pero no lo conseguía, así que la he usado para forzar la cerradura.

Zac: ¿Es eso lo que ha pasado? 

Zac le cogió los dedos despellejados y se los llevó a los labios.

Ness: He tardado siglos, pero he conseguido abrir la cerradura, quitarme el grillete. Estaba pensando en cómo llegar a la ventana... Quitarme el grillete, llegar a la ventana, romper el cristal, salir por la ventana. Correr. Mejor si encontraba un arma dentro de la casa, pero me había marcado esos objetivos.

Zac: Apuesto a que sí -le aseguró, y hundió la cara en su pelo-.

Ness: Entonces ha entrado. No Evan, sino Lewis. Me ha dado un empujón y me ha roto la camisa. Evan me había dado un par de bofetadas, pero podía disuadirlo. Sabía que con Lewis no iba a poder. Parecía enfermo, eso también se me ha olvidado. Parecía que llevara un tiempo enfermo. Ha tenido un ataque de tos. Le he clavado la navaja dos veces, y él se ha caído encima de mí. Le he quitado la pistola, se la estaba quitando cuando Evan ha entrado y me lo ha sacado de encima. Me he puesto a correr; me he saltado lo de salir por la ventana y me he puesto a correr. He visto las camionetas, así que he ido hacia ellas. A lo mejor podía escaparme en una, pero Evan me ha perseguido. He pensado que tendría que dispararle, ¿y qué iba a decirle a Alice? Pero entonces Lewis ha salido con el cuchillo. Luego ha llegado Zac, después, cuando yo pensaba que tendría que disparar a Evan.

Tyler: Es suficiente por ahora. Iré a verte cuando hayamos terminado aquí. Ahí viene tu padre.

Ness: Tengo que ponerme de pie, demostrarle que estoy bien.

Apenas unos segundos después de que Zac le dejara levantarse, Sam volvió a cogerla en brazos.

Sería más difícil decírselo a Alice. Vanessa lo sabía, como también sabía que era necesario hacerlo. Y tenía que ser ella. Su padre la llevó a casa. Sam lo necesitaba, y no le soltó la mano en todo el trayecto.

Todas las mujeres estaban de pie en el porche, su familia, y Jessica,
 
Clementine, Chelsea. Estaban pálidas y tenían los ojos tristes, llorosos. Su madre corrió a su encuentro, la estrechó contra su pecho, lloró mientras se mecían una a otra.

Anne: Entremos, entremos para limpiarte bien.

Ness: Todavía no. Antes, ¿podemos sentarnos todas en el porche? -Miró a su padre-. Necesito estar un rato con ellas.

Sam: Me cuesta perderte de vista. 

Pero Sam la besó e indicó a las camionetas que los seguían que se dirigieran a la parte de atrás para bajar los caballos de los remolques.

Vanessa abrazó a las mujeres una a una, con fuerza. Vio las preguntas, la esperanza en los ojos de Alice, y se le encogió el corazón.

A Clementine le temblaba la barbilla, pero se esforzó por hablar en tono animado:

Clementine: Te he preparado una jarra de limonada. Voy a buscarla.

Ness: Clem, me apetece una Coca-Cola, si no te importa.

Clementine: Te traeré una.

Chelsea: Te ayudo.

A Chelsea las lágrimas le rodaban por las mejillas. Clementine le pasó el brazo por los hombros.

Clementine: Me vendrá bien un poco de ayuda. Ven conmigo, ricura.

Ness: Alice -le tomó la mano, ansiosa por zanjar el asunto-. Vamos a sentarnos. Lo que tengo que contarte no es fácil.

Alice: ¿Te ha lastimado la cara el señor?

Ness: Sí, pero es lo único que ha lastimado.

Con un suspiro, un sollozo, Alice se sentó en los peldaños del porche.

Alice: Te has escapado. Te has escapado antes de que él pudiera hacerte más daño, antes de que pudiera hacerte todas esas cosas. Me alegro mucho, Vanessa. Me alegro mucho. Ahora Bobby lo meterá en la cárcel. Bobby es la ley. Bobby va a encerrarlo.
 
Ness: Está muerto, Alice.

Alice parpadeó, se enjugó las lágrimas de un manotazo.

Alice: ¿Muerto?

Ness: No vas a tener que verlo nunca más. No volverá a hacer daño a nadie más. Pero, Alice, no ha sido el señor quien me ha raptado, quien me ha encerrado.

Alice: Eso es lo que hace el señor. 

A tientas, Alice buscó la mano de Vanessa, temblando.

Ness: Zac me ha dicho que te habías dado cuenta de que Evan era tu Mike, el Mike que el señor te había quitado. Eso les ha ayudado a encontrarme, Alice. Tú has ayudado a que me encontraran.

Alice: No quería que te pasara nada malo.

Ness: Lo sé.

Alice: Mike te ha raptado. Mi Mike. Te ha raptado y te ha encerrado.

Ness: Lewis..., el señor, le dijo que tú estabas muerta. Le dijo que habías muerto durante el parto. Él nunca supo que tenía una madre. Y el señor le enseñó malas costumbres, cosas malas.

Cora se sentó al lado de Alice y le acarició la espalda.

Ness: Intentó llevarse a otras dos mujeres antes que a mí, porque eso es lo que el señor le enseñó. Y... ellas murieron.

Alice: Lleva la sangre del señor... ¿Cómo se llama?, ¿cuál es su verdadero nombre?

Ness: John Gerald Lewis.

Alice: Lleva la sangre de John Gerald Lewis, y él me lo quitó antes de que yo pudiera enseñarle a distinguir entre el bien y el mal, antes de que pudiera transmitirle mis... nuestros valores. Era un bebé muy dulce. Intenté cuidarlo bien. ¿Tiene que ir a la cárcel?
 
Ness: Sí, pero creo que también necesita ayuda, y la recibirá.

Alice: Como la doctora Minnow.

Ness: Es lo que creo. Y creo que dentro de un par de días, quizá antes, te dejarán verlo, hablar con él.

Ahogando un gemido, Alice se llevó la mano a los labios.

Alice: No quiero que me odies.

Ness: No podría odiarte jamás.

Alice: Quiero... quiero verlo, decirle que tiene una madre. Ha hecho cosas horribles, pero tiene una madre. Mamá...

Cora: Iré contigo.

Fancy: Y yo -le dijo, cogiendo la mano a Anne-. ¿Anne?

Anne: Yo os llevaré. No puedo verlo, Alice, no me veo capaz. Pero os llevaré.

Alice: Porque eres mi hermana.

Anne: Porque soy tu hermana.

Alice besó a Vanessa en la magullada mejilla.

Alice: Ponte hielo. Ve a beberte tu Coca-Cola, y deja que tu madre te ayude a limpiarte. Te quiero.

Ness: Yo también te quiero -se levantó, tomó la mano de su madre y después la de Jessica-. Ahora ya casi somos como hermanas, y me vendría bien un poco de ayuda. Además, podrás decirme quién puñetas está llevando el resort.

Jess: Lo tenemos todo controlado -le aseguró-.

Con un suspiro, doña Fancy se sentó en el peldaño al otro lado de Alice.

Alice: Viviré en la Casa Hudgens con vosotras. Viviré ahí y a veces trabajaré en el resort con Zac y los caballos. Cocinaré, haré ganchillo e intentaré ser una madre para mi Mike. Seremos tres viejecitas en nuestra preciosa casita.
 
Fancy: ¿A quién estás llamando vieja, jovencita? -preguntó, y Alice apoyó la cabeza en su hombro-.

Alice: Seguiré llevando el pelo rojo, igual que tú. Prepararé galletas, montaré y galoparé. Cantaré con mi hermana y no tendré miedo. Porque me escapé, y estoy en casa.

Rodeó a su madre con el brazo, la arrimó a ella. Y permaneció sentada, satisfecha.


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